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TENTADO PERO NO VENCIDO

Por F. J. Huegel

No hay expresión que haga vibrar las fibras más sensibles del alma que la palabra TENTACIÓN, ya
que en todo momento de nuestra vida estamos expuestos a esa tribulación. La primera gran
experiencia en la Historia de la raza humana la encontramos registrada en las páginas del Libro
Sagrado: Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza y le puso en el huerto del Edén, lugar donde
sufrió la primera tentación.
La primera gran experiencia del Hombre (Cristo), quien aunque era Dios encarnado, no obstante era
hombre en el sentido más verdadero y completo, sufrió el acecho de Satanás durante cuarenta días;
leemos que fue tentado en todo sentido, tal cual lo somos nosotros, pero sin pecar. Podemos estar
seguros que el Señor fue tentado de una manera distinta a lo que somos nosotros. El lo fue de una
manera más profunda y fuerte. Para ser tentados como lo fue el Señor Jesús, tendríamos que estar
dotados con los vastos poderes de un Salvador como El. En esa ocasión su mayor tentación fue sobre
su Misión redentora y sus poderes extraordinarios; su grandeza y riqueza espiritual era infinita,
porque cuanto más grandes son los bienes espirituales, tanto más fuerte el asalto de la tentación.
Hay quienes quieren hacernos creer, y entre ellos los filósofos de renombre, que en esta cadena, sin
fin de tentaciones, está la razón, es decir, la explicación de la vergüenza y dolor que el hombre sufre,
dicen que ahí está su miseria y malestar; pero esto no es la verdad, al contrario, en la posibilidad de
ser tentado se halla su grandeza y bienaventuranza. Si fuera de otra manera, no sería el hombre la
corona de la creación; si no fuera así, ya no estaría por encima de todas las demás formas de vida; no
hubiera sido redimido con el precio de la Cruz del Redentor a un costo infinito, y es porque lleva
estampada la imagen de Dios que puede ser tentado.
Si el hombre no fuera un ser que razonara, que sintiera y con autonomía propia, entonces no podría
ser tentado; es la tentación que pone en juego la operación de estas facultades y que le distinguen
como hombre y le dotan de la capacidad de comunión con Dios.
Frecuentemente se oye la pregunta: ¿por qué nos ha colocado Dios en un mundo donde miles de
tentaciones estorban nuestro paso? ¿Por qué permitió que fuera tentado el hombre? ¿No podría
haberlo hecho perfecto? La contestación a todos estos interrogantes es: Si Dios hubiera creado al
hombre incapaz de ser tentado, entonces no sería HOMBRE. Por la tentación deducimos que el
hombre es un ser libre, moral, con el don supremo de la elección, que puede decidir entre obedecer a
Dios o desobedecerle. Si el hombre no pudiera ser tentado, no sería un agente libre, sencillamente no
sería hombre. La libertad de elección y tentación son una y la misma cosa. Si el hombre nunca se
hallase en el trance de elegir entre el bien y el mal, entre lo que agrada o desagrada a Dios, no llegaría
entonces a ser hombre. ¿De qué valor sería su naturaleza moral? Si ha de ser verdadero hombre,
necesariamente tendrá que sufrir la tentación: una naturaleza moral presupone la tentación. El carácter
cristiano es fundido en el crisol de las tentaciones más severas; es la prueba que edifica su carácter.
"Bienaventurado el hombre que sufre tentación, cuando es probado recibirá la corona de la vida", así
está escrito en la Palabra de Dios.

Notemos cinco leyes


"Tentado, mas no vencido" es nuestro tema. Sugiero cinco leyes que determinan la victoria".
Primero: Debemos estar dispuestos a encarar los hechos y llamar al pecado, pecado; a no ser que
estemos dispuestos en que el bisturí del gran Cirujano llegue u opere hasta la última úlcera, no podrá
haber cura completa. La sensibilidad religiosa sólo prolongará nuestra miseria; debemos colocarnos
en el lugar del pecador más empedernido, de los hombres y mujeres de baja moral, del hombre
vencido por la bebida y dejando de lado toda justicia propia, llegar a los pies del Salvador y ahí
reconocer nuestra necesidad, en la misma forma como lo hace cualquier pobre pecador, de otra
manera no puede el Salvador hacer algo a favor nuestro.

Segundo: El precio que pagamos por la victoria es la vigilancia continua; "Velad y orad para que no
entréis en tentación ". Si esperas que el Salvador te guarde sin tu cooperación, puede ser que te
encuentres pronto desamparado. "El que es engendrado de Dios se guarda a sí mismo y el maligno no
le toca", dice el apóstol Juan. Hay ciertas tentaciones que si no las cortamos antes que tomen fuerza,
con toda seguridad, caeremos vencidos.

Tercero: Una vida cristiana victoriosa sólo es posible sobre la base de una identificación con Cristo.
El capítulo sexto de Romanos indica el camino. Leemos que nuestro viejo hombre fue "crucificado
con El". Se nos exhorta a considerarnos muertos al pecado y vivos a Dios mediante Cristo Jesús Señor
nuestro. No hemos de consultar nuestros sentimientos para comprobar si esto es verdad; debemos
obedecer las indicaciones de la Palabra de Dios y darnos por muertos al pecado y vivos a Dios. Una
completa identificación con nuestro Redentor, en su muerte y resurrección, nos coloca en condiciones
de ventaja infinita en el fiero conflicto de las edades. Solo esto nos librará del mundo, la carne y el
diablo. No debemos olvidar que fue un apóstol, y el mayor de todos ellos, que clamó "Miserable
hombre de mí ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? " y solamente cuando se rindió de una
manera nueva a Cristo, la ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús le libró de la ley del pecado y de la
muerte. Después que hayamos sido librados del pecado en sus formas más groseras, necesitamos ser
aun librados de nosotros mismos, y esto es solamente posible cuando con Pablo podemos decir: "Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí".

Cuarto: Debemos tener siempre presente que no hay tregua en esta terrible lucha; es una verdadera
guerra con los poderes invisibles de las tinieblas que debe soportar el cristiano. Cualquier punto débil
en su armadura será aprovechada por el enemigo. Cinco minutos de descuido en la vida espiritual
puede acarrearnos muchas derrotas, angustias y lágrimas, de donde resulta que el cristiano no puede
ni debe despojarse de su armadura como soldado de Cristo. Observemos al gran Salmista sumido en
las profundidades de la vergüenza y el pecado. Salmo 5 1. El mismo Señor nos dice: "¿Por qué
dormís? Levantaos y orad para que no entréis en tentación”.

Finalmente: Si quisiéramos vivir victoriosamente en Cristo, la oración debe ser el suspiro continuo
de nuestra vida. Un gran predicador lo expresa en esta forma: Debes aspirar a Cristo y espirar al ego
(el yo). Debemos orar con la misma naturalidad, facilidad y perseverancia con que respiramos. Cristo
debe ser el mismo centro y circunferencia de la vida, el principio y fin de nuestras aspiraciones, el
"Alpha y la Omega" de nuestra existencia. Debemos estar constantemente en contacto con El, aun el
la calle debemos susurrar Su Santo Nombre en oración; nada como la oración purgará la vanidad y la
insensatez de la corriente de nuestra vida, nada como la oración nos hará invulnerables al gas
venenoso de la codicia y pecado. Y únicamente la oración sin desmayar nos capacitará para la batalla.

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