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Heinz von Foerster

Discurso de apertura de la Conferencia Internacional sobre Sistemas y


Terapia Familiar: Ética, Epistemología y Nuevos Métodos, celebrada
en París, a partir del 4 de Octubre de 1990 y publicado originalmente
como “Cybernetics & human knowing” en A Journal of Second Order
Cybernetics & Cyber-Semiotics. Vol. 1 no. 1 1992.

MARIO
0
Damas y caballeros:
Me conmueve la generosidad de los organizadores de esta conferencia que no sólo
me invitaron a acudir a esta gloriosa ciudad de París sino que, también, me honraron
con la apertura de las sesiones plenarias con mi presentación. Y estoy impresionado
por la ingeniosidad de los organizadores que me sugirieron el título de mi
presentación. Me pidieron referirme a la “Ética de segundo orden y cibernética.”
Para ser honesto, nunca me hubiera atrevido a proponer un título tan
provocativo, pero debo confesar que me encantó que eligieran por mí ese título.
Antes de que saliera de California hacia París algunos me preguntaron, llenos de
envidia, “¿Qué vas a hacer en París? ¿De qué vas a hablar?” Cuando les respondía,
“hablaré de ética y cibernética de segundo orden,” casi todos me miraban
asombrados y preguntaban, “¿Qué es la cibernética de segundo orden?” como si no
hubiera ninguna duda respecto a la ética.”
Me tranquiliza que la gente me pregunte a cerca de la cibernética de segundo
orden y no sobre la ética, porque es más fácil hablar sobre la cibernética de la
cibernética que sobre la ética. De hecho, es imposible hablar sobre la ética. Pero
permítaseme explicar esto más adelante y dedicar en este momento algunas palabras
a la cibernética y, por supuesto, a la cibernética de la cibernética o cibernética de la
cibernética.1
Como todos ustedes saben, la cibernética surge cuando un efector, digamos, un
motor, una máquina, nuestros músculos, etc. se conectan a un órgano sensorial que,
a su vez, actúa con su señal sobre los efectores. Es esta organización circular la que
diferencia a los sistemas cibernéticos de otros sistemas que no están organizados de
esa forma. Aquí aparece Norbert Wiener, quien reintroduce el término “cibernética”
en el discurso científico. Wiener hacia la siguiente observación: “La conducta de
tales sistemas debe interpretarse como dirigida a la consecución de una meta.2 “ Es
decir, ¡pareciera que tales sistemas tienen un propósito! A decir verdad, esto suena
muy extraño.
Pero permítanme ofrecerles otras paráfrasis de lo que es la cibernética invocando
el espíritu de los hombres y mujeres que, con toda propiedad, pueden considerarse
como las mamas y los papas del pensamiento y la acción cibernéticas.
Primero, con ustedes, Margaret Mead, cuyo nombre, estoy seguro, resulta
familiar para todos. En una de sus ponencias ante la American Society of
Cybernetics afirmó:3

1
von Foerster, H.: “Cybernetics of Cybernetics” in Communication and Control in Society,
K. Krippendorff (ed.) Gordon and Breach, New York, 5-8 (1979).
2
Rosenblueth A., Wiener N., Biegelow, J.: Behavior, Purpose and Teleology”, Philos. Sci,
10, 18-24 (1943).
3
Mead, M.: “Cybernetics of Cybernetics” in Purposive Systems, H. von Foerster, JH. D.
White, L. J. Peterson and J. K. Russell (eds.), Spartan Books, New York, 1-19 (1968)

1
“Como antropóloga, me he interesado en los efectos que han tenido las teorías de la
cibernética dentro de nuestra sociedad. No me refiero a las computadoras o a la
evolución electrónica como un todo, ni al final de la dependencia de los libretos
para el conocimiento y no me estoy refiriendo a la forma en que el vestuario a
sustituido al mimeógrafo como forma de comunicación entre los jóvenes rebeldes.”
Permítanme repetirlo, “No me estoy refiriendo a la forma en que el vestuario a
sustituido al mimeógrafo como forma de comunicación entre los jóvenes rebeldes.”
Enseguida continuó: “específicamente quiero considerar el significado del conjunto
de ideas Interdisciplinarias que denominamos primero “retroalimentación” después
“mecanismos teleológicos” y posteriormente “cibernética” -una forma de
pensamiento interdisciplinario que hizo posible la comunicación entre miembros de
muy diversas disciplinas, en un lenguaje que todos ellos podían entender.”

Y esta es la voz de su tercer esposo, el epistemólogo, antropólogo, cibernético y, de


algún modo, padre de la terapia familiar, Gregory Bateson:

“La cibernética es una rama de las matemáticas que se ocupa de los problemas de
control, recursividad e información.”

Y he aquí al filósofo organizacional y mago de la administración, Stanford Beer:

“La cibernética es la ciencia de la organización efectiva.”

Y, finalmente, escuchemos la poética reflexión de “Mister Cibernética,” como


cariñosamente lo llamo, el cibernético de la cibernética, Gordon Pask:

“La cibernética es la ciencia de las metáforas defendibles.”

Pareciera que la cibernética es muchas cosas diferentes para muchas personas


diferentes, pero esto se debe a la riqueza conceptual de sus bases. Y, creo, todo esto
está muy bien; de otra forma, la cibernética se convertiría en un ejercicio algo
aburrido. No obstante, todas estas perspectivas surgen de un tema central, y eso es
un asunto de circularidad.
Cuando, quizá hace medio siglo, se observó la fecundidad de este concepto,
hubo una verdadera euforia por filosofar, epistemologizar y teorizar sobre sus
consecuencias, sus ramificaciones en diversos campos y su poder unificador.
Mientras esto ocurría, algo extraño se desarrollaba entre los filósofos, los
epistemólogos y los teóricos: comenzaron a verse cada vez con mayor frecuencia
como si estuvieran involucrados en una circularidad mayor, quizá dentro de la
circularidad de sus familias, o de su sociedad o su cultura, o incluso como si
estuvieran incluidos en una circularidad de proporciones cósmicas.
Lo que hoy nos parece lo más natural de pensar y ver, en aquel entonces no sólo
era difícil de ver ¡ni siquiera se permitía pensarlo!
¿Porqué?
Porque se violaba el principio básico del discurso científico que demanda la
separación entre el observador y lo observado. Se trata del principio de objetividad,

2
Las propiedades del observador no deben entrar en la descripción de sus
observaciones.
He enunciado el principio en su forma más brutal, para demostrar su falta de
sentido: si se eliminan las propiedades del observador, a saber, que observa y
describe, no queda nada: no hay observación, no hay descripción.
Empero, existía una justificación para adherir este principio, y la justificación
era el miedo. Miedo de que aparecieran paradojas cuando se permitiera que el
observador ingresara al universo de sus observaciones. Y ustedes conocen los
riesgos de las paradojas: permitir su incursión dentro de una teoría es como permitir
la pezuña hendida del, demonio en la puerta de la ortodoxia. Evidentemente, cuando
los cibernéticos pensaban en la participación dentro de la circularidad de la
observación y la comunicación, estaban entrando en territorios prohibidos:
En el caso general de cierre circular A implica B; B implica C y -¡qué horror!- C
implica A.
O en el caso reflexivo: A implica B y, -¡qué impresión!- ¡B implica A!
Y, ahora, la pezuña del demonio en su forma más pura, en la forma de la
autorreferencia: ¡A implica A! ¡qué escándalo!
Ahora quiero invitarles a venir conmigo a la tierra donde no sólo no está
prohibido sino que se alienta a hablar de uno mismo (de cualquier forma ¿qué otra
cosa podemos hacer?).
Este cambio de mirar las cosas desde afuera a mirar el mismo acto de mirar
surge -creo- de adelantos significativos en la neurofisiología y la neuropsiquiatría.
Pareciera que hoy puede uno arriesgarse preguntar cómo funciona el cerebro:
incluso puede uno atreverse a escribir una teoría sobre el cerebro. Puede
argumentarse que a lo largo de los siglos, desde Aristóteles, los médicos y los
filósofos han desarrollado, una y otra vez, teorías acerca del cerebro. Así que, ¿Qué
novedad hay en los esfuerzos de los cibernéticos?
La novedad se encuentra en inmensa claridad que necesita un cerebro para
escribir una teoría acerca del cerebro. De aquí se sigue que una teoría del cerebro
que aspire, así sea mínimamente, a ser completa debe explicar también la escritura
de esa teoría. E incluso más fascinante, el escritor de esa teoría debe explicarse a sí
mismo. Traducido a términos de la cibernética: el cibernético, al entrar a su propio
territorio, debe dar cuenta de su priora actividad, la cy se convierte en la cy de la cy,
o cibernética de la cibernética.

Damas y caballeros
Esta percepción no sólo representa un cambio fundamental en la forma en que
abordamos la ciencia, sino también de la forma de enseñar, aprender, del proceso
terapéutico, de la dirección organizacional, etcétera, etcétera; y -debo decirlo- de la
forma en que percibimos las relaciones en nuestra vida cotidiana.
Podemos ver el cambio epistemológico fundamental si pensamos en nosotros
mimos primero como un observador independiente que mira pasar al mundo; o si
nos consideramos como actores participantes en el drama de las interacciones
mutuas, del dar y recibir en la circularidad de las relaciones humanas.
En el primer caso, debido a mi independencia, puedo decir a los demás cómo
pensar y actuar; “Haréis...”, “No haréis...”: Este es el origen de los códigos morales.

3
En el segundo caso, debido a mi interdependencia, sólo puedo decirme, a mí
mismo, cómo pensar y actuar. “Haré...”, “No haré...”: Este es el origen de la ética.
Esta es la parte fácil de mi presentación. Ahora viene lo difícil. Se supone que
debo reflexionar sobre la ética.
¿Cómo proceder? ¿Dónde comenzar?
En mi búsqueda de una forma de empezar me encontré con el hermoso poema de
Evelin Rey y Bernard Prieur que embellece la primera página del programa.
Permítaseme leer las primeras líneas:

“You just said Ethics? Soon whispers grow into rumour.


Roses show nothing but thorns.
The topic may be burning, it ‘s also up to date”.

“¿Has dicho ética? los murmullos pronto son rumor.


Las rosas nada muestran sino espinas.
El tema puede ser candente, también es algo actual

Comencemos con las espinas, y espero que aparezca una rosa.


Las espinas con las que comienzo son las reflexiones de Ludwing Wittgenstein
sobre la ética en su Tractatus Logico-Philosophicus. Si yo tuviera que dar un
nombre a ese tratado, lo llamaría Tractatus Ethico-Philosophicus. No obstante, no
voy a defender esa elección, mejor les contaré qué me impulsó a referirme a las
reflexiones de Wittgenstein para presentar las mías.
Me refiero al punto Número 6 del Tractatus, donde se discute la forma general
de las proposiciones. Casi hasta el fin de la discusión, Wittgenstein se centra en el
problema de los valores en el mundo y su expresión como proposición. En su
famoso punto Numero 6.421 llega a una conclusión que les leeré en su alemán
original.4
“Es ist Mar, dass sich Ethik nicht aussprechen laesst.

Desearía contra con una traducción al francés. Sólo conozco dos traducciones al
inglés y ambas son incorrectas. Por lo tanto, ofreceré mi propia traducción del punto
Numero 6.421: “It is clear that ethics cannot be articulated”: es claro que la ética
no se puede expresar.
Ahora entienden lo que decía anteriormente: “Comenzaré con las espinas”. Nos
encontramos en un Congreso Internacional de Ética y el primer conferencista
sostiene que es imposible hablar sobre la ética. Pero, por favor, un poco de
paciencia. He citado a Wittgenstein fuera de contexto y, por lo mismo, aun no es
claro lo que quería decir. Afortunadamente, el punto siguiente, 6422, que leeré en un
momento, proporciona un contexto amplio al 6.421. Para que estén preparados para
lo que van a escuchar, deben recordar que Wittgenstein era vienes, como yo mismo.
Por eso contamos con un terreno común que, tengo la impresión, ustedes los
parisinos comparten con nosotros los vieneses. Permítanme intentarlo.

4
Wittgenstein L: Tractatus Logico-Philosophicus, with an Introduction by Bertrand Russell,
Translated by D. F. Pears and B. F. McGinnes: Routlege and Kegan Paul, London (1961).

4
He aquí el punto 6.422, en su traducción al inglés por Pears and McGuiness:

“When an ethical law of the form “Thou shalt...” is laid down, one’s first thought is
“And what if I do not do it?”
[“Cuando se establece una ley ética de la forma “Haréis...” nuestro primer
pensamiento es “¿Y qué si no la cumplo?”]

Cuando leí lo anterior mi primer pensamiento fue que no todo compartirían el


primer pensamiento con Wittgenstein: Pensé que lo que hablaba era el entorno
cultural de Wittgenstein.
Permítanme continuar con él:
“No obstante, está claro que la ética nada tiene que ver con el castigo y la
recompensa en el sentido usual de estos términos. Aún así, debe existir cierto tipo de
recompensa y castigo de tipo ético, pero estos residirán en la acción misma.”

“¡Residirán en la acción misma!”


Recuerden, anteriormente pasamos por tales nociones auto-referenciales con el
ejemplo “A implica A” y sus parientes recursivos de la cibernética de segundo
orden. ¿A partir de esos comentarios podemos tener una pista sobre cómo llegamos
a la reflexión sobre la ética y, al mismo tiempo, adherir el criterio de Wittgenstein?
Creo que sí. En lo que a mí respecta, intento seguir la siguiente regla:

“Para cada discurso que posea, digamos en ciencia, filosofía, epistemología terapia,
etcétera, dominar el uso de mi lenguaje de tal forma que la ética esté implícita.”

¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que hay que dejar que el lenguaje y la
acción fluyan sobre un río subterráneo de ética, y verlo de tal forma que uno no
encalle, de tal forma que la ética no se vuelva implícita y que el lenguaje no
degenere en moralizaciones.
¿Cómo puede conseguirse esto? ¿Cómo puede ocultarse la ética de las miradas y
aún así determinar el lenguaje y la acción?
Por fortuna, la Ética tiene dos hermanas que le permiten permanecer invisible,
porque ambas crean para nosotros un marco visible, un tejido tangible que, y sobre
el cual, podemos tejer el gobelino de nuestra vida. ¿Cuáles son esas dos hermanas?
Una es la Metafísica, la otra la Dialógica.
Mi programa se centra ahora en hablar de esas dos damas y en cómo se las
arreglan para permitir que la Ética se manifieste sin hacerse explícita.

Metafísica
Hablemos primero de la Metafísica. Con el propósito de permitirles ver de una vez
por todas la deliciosa ambigüedad que la rodea, permítanme citar el magnífico
artículo sobre “La naturaleza de la metafísica” del estudioso británico W. H.
Walsh5:”

5
Walsh W.H.: “Metaphysics, Nature of’, in The Encyclopedia of Philosophy, Paul Edwards
(ed), Macmillan, London, 5,300-307 (1967).

5
“Casi todo en metafísica es controversial y por eso no es sorprendente que haya
poco acuerdo entre aquellos que se llama a sí mismos metafísicos sobre lo que con
precisión intentan.”
Cuando invoco a la Metafísica actual no pretendo ningún acuerdo sobre su
Naturaleza. Esto precisamente porque intento decir precisamente cuando es que nos
volvemos metafísicos. Y digo que nos volvemos metafísicos cada vez que
decidimos sobre cuestiones preguntas. De hecho, entre las proposiciones,
propuestas, problemas, preguntas hay aquellas que son decidibles y aquellas otras
que son, en principio, indecidibles.
Por ejemplo, esta es una pregunta decidible: “¿El número 3396.714 es divisible
por 2?” Les tomará menos de dos segundos decidir que, de hecho, ese número de
divisible por dos. Lo interesante aquí es que les tomaría exactamente el mismo breve
tiempo para decidir sobre esta pregunta si el número no tuviera 7 sino 7000 o 7
millones de dígitos.
Por supuesto, puedo inventar preguntas que sean ligeramente más difíciles, por
ejemplo: “¿3.396.714 3 divisible por tres?”, e incluso más difíciles. Pero también
hay problemas sobre los cuales resulta extraordinariamente difícil decidir, algunos
de ellos planteados hace más de 200 años y aun sin respuesta. Piensen en el “Último
Problema” de Fermat, al cual le han dedicado su tiempo las más brillantes mentes
sin conseguir una respuesta.
O piensen en la “Conjetura” de Goldbach que pareciera que su prueba está a la
vuelta de la esquina: “Cualquier número par está compuesto de la suma de dos
primos.”
Por ejemplo: 12 es la suma de los números primos 5 y 7; o 20 = 17+3: o 24 =
13+11; y así en adelante. Hasta el momento no se ha encontrado un contraejemplo a
la conjetura de Goldbach. E incluso si todas las pruebas futuras no refutan a
Goldbach, esta seguirá siendo una conjetura, hasta que se encuentre una serie de
pasos matemáticos que decidan a favor de su buen sentido para los números. Hay
una buena justificación para no abandonar la búsqueda de una secuencia de pasos
que prueben la conjetura de Goldbach. El problema esta propuesto dentro de un
marco de relaciones lógico-matemáticas que garantizan que uno pueda escalar desde
cualquier nodo de este complejo cristal de conexiones hasta cualquier otro nodo.
Uno de los ejemplos más notables de este tipo de cristales del pensamiento es la
monumental Principia Matemática de Bertrand Russell y Alfred North Whitehead,
que escribieron a lo largo de 10 años, entre 1900 y 1910. Esta magna obra de 3
volúmenes y más de 1500 páginas se proponía establecer, de una vez y para
siempre, toda la maquinaría conceptual para las deducciones sin fallas. Una
maquinaria conceptual que no contuviera ambigüedades, no contradicciones, ni
indecidibles.6
Aun así, en 1931, Kurt Gödel, a sus 25 años, publicó un artículo cuya significación
se extendió mucho más allá del círculo de los lógicos y los matemáticos7. Se trata
del artículo publicado en inglés como: “On formally undecidable propositions in the
Principia Mathematica and related systems” [“Sobre las proposiciones

6
Whitehead A.N. and Russell B.: Principia Mathematica, Cambridge (1910-1913).
7
Goedel K.: “Über formal unentscheidbare Satze der Principia Mathematica und verwandter
Systeme: I”, Monatshefte Math. Phys. 38, 173-198(1931).

6
formalmente indecidibles en Principia Matemática y sistemas relacionados “]
Lo que Gödel hizo en su artículo rué demostrar que los sistemas lógicos, incluso
aquellos tan cuidadosamente construidos por Russell y Whitehead, no son inmunes
a los indecidibles.
No obstante, no necesitamos acudir a los Russell, Whitehead, Gödel u otros
gigantes para aprender sobre las preguntas indecidibles, fácilmente las encontramos
alrededor de nosotros. Por ejemplo, las preguntas sobre el origen del universo
constituyen en principio preguntas indecidibles: nadie había ahí para atestiguarlo. Es
más, esto se hace evidente por las múltiples respuestas diferentes que se han dado a
la pregunta. Algunos dicen que se trató de un solo acto de creación hará unos 4 o
5.000 años; otros sostiene que nunca hubo un principio y nunca habrá un final,
porque el universo es un sistema en equilibrio dinámico perpetuo; también hay
aquellos para quienes el universo comenzó en una “Gran Explosión” que ocurrió
hace aproximadamente 10 o 20 mil millones de años y cuyos restos pueden
escucharse mediante antenas de radio; pero yo me inclino más a confiar en el reporte
(Je Chuang Tse, porque es el más antiguo y, por lo mismo, estaba más cerca del
acontecimiento. Chiang Tse dice:

“Nada hizo el Cielo; su nada-hacer es dignidad;


Nada hizo la Tierra; su nada-hacer es reposo:
De la unión de los dos nada-hacer surgió la acción
Y todas las demás cosas fueron.”

Podría continuar con más y más ejemplos, pues no les he contado lo que los nativos
de Burma, los esquimales, los australianos, los bosquimanos, los ibo, etc., nos dirían
a cerca de sus orígenes. En otras palabras, díganme como se originó el universo y yo
les diré quienes son.
Espero haber aclarado suficientemente la distinción entre las preguntas
decidibles y las indecidibles en principio, así que les presentaré una proposición que
yo llamo “postulado metafísico”8. Helo aquí:

“Sólo podemos decidir sobre aquellas preguntas que en principio son indecidibles.”

¿Porqué?
Simplemente porque ya hay decisiones sobre las preguntas decidibles al elegirse
el marco en el que se les dio respuesta, y por la elección de las reglas para conectar
lo que llamamos “la pregunta” con lo que llamamos “respuesta”. En algunos casos
esto ocurre con rapidez, en otros tomará un largo, largo tiempo pero, a fin de
cuentas, llegaremos, después de una secuencia de apremiantes pasos lógico y una
respuesta irrefutable: un Si o un No definitivos.
Pero, cuando decidimos sobre una pregunta indecidible no estamos bajo ninguna
compulsión, ni siquiera la de la lógica.
Estas son las buenas noticias, dirían los periodistas estadounidenses, aquí van las
malas.

8
Von Foerster H., Wahrnehemen wahrnehmen in Philosophien der neuen Technologie, Petar
Gente (ed), Merve Verlag, Berlín, 27-40 (-1988).

7
Con esta libertad de elección ahora somos responsables de cualquier cosa que
elijamos. Para algunos esta libertad es un don del cielo. Para otros es una carga
insoportable: ¿Cómo puede uno escapar? ¿Cómo podríamos evitarlo? ¡Cómo
podemos pasarla a alguien más?
Con mucho ingenio e imaginación se han desarrollado mecanismos mediante los
cuales uno puede desviar esta carga abrumadora. Mediante las jerarquías se han
construido instituciones enteras donde es imposible localizar la responsabilidad.
Cada vino es tales sistemas puede decir: “Me dijeron que hiciera X”
En el escenario político escuchamos cada vez con más frecuencia la frase de
Poncio Pilatos: “No pude hacer nada más que X.” En otras palabras “No me hagan
responsable de X, culpen a otro.” Estas frases parecen remplazar: “Entre todas las
elecciones de que dispuse, decidí X.”
Anteriormente mencioné la objetividad, y la he vuelto a mencionar como otro
dispositivo popular para evitar la responsabilidad.
Como podrán recordar, la objetividad requiere que las propiedades del
observador no entren en la descripción de sus observaciones. Al removerse la
esencia de la observación, a saber, el proceso de cognición, se reduce al observador
a una máquina de copia, y se ha escamoteado exitosamente la noción de
responsabilidad.
Sin embargo, Poncio Pilatos, las jerarquías, la objetividad y otros dispositivos
son todos derivaciones de una decisión tomada a partir de un par de preguntas en
principio indecidibles. ¡Este es el par decisivo!
¿Soy aparte del universo? Es decir, cada vez que observo lo hago como si mirará
por una rendija un universo que se despliega.

O:
¿Soy parte del universo? Es decir, cada vez que actuó me estoy cambiando igual
que cambio el mundo.
Cada vez que reflexiono sobre esas dos alternativas me sorprende, una y otra
vez, la profundidad del abismo que separa tan fundamentalmente los mundos
diferentes que pueden crearse a partir de una elección así:
Puedo verme como ciudadano de un universo independiente, cuyas
regularidades, reglas y costumbres podré, eventual-mente, descubrir, o verme como
participante de una conspiración cuyas costumbres, reglas y regulaciones estamos
inventando ahora.
Cada vez que me dirijo a aquellos que han tomado la decisión de ser o bien
descubridores o bien inventores, me impresiona constantemente el hecho de que
ninguno se dé cuenta de haber tomado tal decisión. Es más, cuando les reto a
justificar sus posiciones, se erige un marco conceptual que, al final, es el resultado
de una decisión a partir de una pregunta en principio indecidible.
Pareciera que les estoy contando una historia de detectives, pero manteniendo
silencio sobre quién es él tipo bueno y quién el malo, o cuál es cuerdo y cuál está
loco, o cuál está en lo correcto y cuál equivocado. Dado que estas son preguntas en
principio indecidibles, queda en cada uno de nosotros tomar la decisión y asumir la
responsabilidad correspondiente. Hay un asesino. Propongo que no se puede saber si
está o estuvo loco. Lo único que sabemos es quién yo, ustedes o los expertos dicen
que es. Y lo que yo, ustedes o los expertos dicen sobre su estado mental es mi

8
responsabilidad, la de ustedes y la de los expertos. Otra vez el punto central no es la
pregunta, “Quién está en lo correcto y quién equivocado”. Es una pregunta en
principio indecidible. El punto aquí es la libertad; la libertad de elección; es el punto
propuesto por José Ortega y Gasset9:

“Porque el hombre no tiene naturaleza [...sino historia]. El hombre no es cosa


ninguna, sino un drama [...] Pero el hombre no sólo tiene que hacerse a sí mismo,
sino que lo más grave que tiene que hacer es determinar lo que va a ser [...] El
hombre es novelista de sí mismo, original o plagiario... Entre esas posibilidades
tengo que elegir. Por tanto, soy libre. Pero, entiéndase bien, soy por fuerza libre, lo
soy quiera o no.”

Quizá se sientan suspicaces en cuanto a mi calificación para determinar si una


pregunta es en principio una pregunta indecidible. No hay razón. Una vez me
preguntaron, ¿cómo es posible que los habitantes de mundos tan diferentes como los
que he bosquejado anteriormente, los habitantes de los mundos que descubren y los
habitantes de los mundos que inventan pueden siquiera vivir juntos? No hay ningún
problema para dar una respuesta. Los descubridores probablemente se vuelvan
astrónomos, físicos o ingenieros; los inventores, terapeutas familiares, poetas o
biólogos. Y para ellos no hay problema en vivir juntos, en la medida en que los
descubridores descubran a los inventores y los inventores inventen a los
descubridores. Si acaso llegaran a producirse dificultades, afortunadamente
contamos con la casa llena de terapeutas familiares que ayudarán a devolver la salid
mental a la familia humana.
Tengo un buen amigo que creció en Marakesh. La casa de su familia se
levantaba en la calle que dividía los barrios judío y árabe. Como cualquier niño,
jugaba con todos los demás, y escuchaba lo que enseñaban y decían, y aprendió de
sus puntos de vista fundamentalmente diferentes. Cuando alguna vez le pregunté,
¿quién está en lo correcto? me respondió, ambos están en lo correcto.
“Pero eso no puede ser,” argumenté desde una plataforma aristotélica, “¡Sólo uno de
ellos puede tener la razón!”
“El problema no es la verdad,” me respondió, “el problema es la confianza.”
Comprendí: el problema es la comprensión: el problema es la comprensión de la
comprensión; el problema es tomar decisiones a partir de preguntas en principio
indecidibles.
En este momento hace su aparición la Metafísica y pregunta a su hermana
menor, la Ética: “¿Qué me recomiendas que lleve a mis protegidos, los metafísicos,
deben o no llamarse así ellos mismos?”, ya ética responde: “Diles que siempre
deben intentar actuar de tal manera que aumenten el número de elecciones; si,
¡incrementar el número de elecciones!”

Dialógica
Ahora atenderé a la hermana de la Ética, la Dialógica. Cuáles son los medios a su
disposición de tal modo que a través de ellos la Ética pueda manifestarse sin

9
Ortega y Gasset, J.: History as System, translated by H. Weyl, E. Clark and W. Atkinson,
Academic Press, San Diego (19-61).

9
volverse explícita. Creo que ya lo habrán adivinado, se trata, por supuesto del
lenguaje. No hablo aquí del lenguaje en el sentido de los ruidos que producimos al
pasar el aire por nuestras cuerdas vocales, ni del lenguaje en el sentido de la
gramática, la sintaxis, la semántica, la semiótica y toda la maquinaria de frases,
frases verbales, frases nominales, estructura profunda, etc. Cuando hablo del
lenguaje, hablo del Lenguaje, la danza. Muy parecido a cuando digo “se necesitan
dos para bailar tango”, quiero decir “se necesitan dos para el Lenguaje.”
Cuando llego al lenguaje, a la danza, por supuesto ustedes, los terapeutas
familiares, son los campeones, mientras yo sólo hablo como amateur. Dado que
“amateur” viene de “Amour” se darán cuenta que amo danzar esta danza.
De hecho, lo poco que sé de danzar esta danza lo aprendí de ustedes: Mi primera
lección ocurrió cuando me invitaron a sentarme en un cuarto de observación para
ver, a través de un espejo semitransparente, una sesión terapéutica de cuatro
miembros. En cierto momento mis colegas tuvieron que salir y me dejaron solo. Me
sentí curioso de lo qué vería cuando no pudiera oír lo que se decía, así que
desconecté el sonido.
Les recomiendo que hagan el experimento. Quizá queden tan fascinados como
yo. Lo que vi entonces, la pantomima silenciosa, la separación y cierre de los labios,
los movimientos corporales, el chico que sólo una vez dejó de morderse las uñas, ...
lo que vi entonces fuero los pasos de la danza del lenguaje, puramente los pasos de
la danza, sin el perturbador efecto de la música. Posteriormente me enteré, por el
terapeuta, que esa sesión había sido muy exitosa.
Qué magia, pesé, debe posarse en los ruidos que las personas producen al hacer
pasar el aire por sus cuerdas vocales y al abrir y cerrar sus labios.
¡Terapia! ¡Qué magnifica magia!
Y pensar que la única medicina a su alcance son los pasos de la danza del
lenguaje y la música que les acompaña.
¡Lenguaje! ¡Qué magnifica magia!
Dejemos a los nativos la creencia de que la magia puede explicarse. La magia no
puede explicarse. La magia sólo, puede practicarse, como bien saben.
Reflexionar sobre la magia del lenguaje es semejante a reflexionar sobre una
teoría del cerebro. En la misma medida en que se necesita un cerebro para
reflexionar sobre una teoría del cerebro, se necesita la magia del lenguaje para
reflexionar sobre la magia del lenguaje. Es la magia de estas nociones la que se
necesita para que pueda producirse. Pertenecen al segundo orden.
También es la forma en que el lenguaje se protege contra las explicaciones, al
hablar siempre de sí mismo: Hay una palabra para el lenguaje, a saber, “lenguaje”;
hay una palabra para la palabra, a saber, “palabra”. Si alguien no sabe lo que
significa “palabra” puede buscar en el diccionario. Lo hice. Encontré que era
“expresión de una idea”; busqué en el diccionario “expresión”, que significa
“palabra...”
De modo que aquí estamos de nuevo donde comenzamos. La circularidad: A
implica A.
Pero no es la única forma en que el lenguaje se protege contra las explicaciones.
Con el propósito de confundir a sus exploradores siempre corre por dos pistas
diferentes, Si un persigue al lenguaje en una de ellas, salta a la otra. Si le seguimos
ahí, regresa a la primera.

10
¿Cuáles son esas dos pistas?
Una es la pista de las apariencias. Corre a lo largo de la tierra que parece
extenderse ante nosotros, la tierra que vemos como a través de una rendija.
La otra pista es la de la función. Corre a lo largo de la tierra que es tanto parte de
nosotros como nosotros somos parte de ella; la tierra que funciona como una
extensión de nuestro cuerpo.
Cuando el lenguaje corre por la pista de las apariencias se trata de un monólogo.
Existen los ruidos producidos por el aire al pasar por las cuerdas vocales, hay las
palabras, la gramática, la sintaxis, las oraciones bien formadas. Junto con esos
ruidos se presentan los señalamientos denotativos, señalar una mesa, producir el
sonido “mesa”; señalar una silla, producir el sonido “silla”.
Algunas veces no funciona. Margaret Mead aprendió con rapidez el lenguaje
coloquial de muchas tribus señalando las cosas y esperando los ruidos apropiados.
Margaret me contó que una vez llegó a una tribu y señaló diferentes objetos, pero
sólo obtuvo los mismos ruidos “chumulu”. Se trata de un lenguaje primitivo, pensó,
¡una sola palabra! Posteriormente descubrió que “chumulu” significa “señalar con el
dedo”.
Cuando el lenguaje se pasa a la pista de la función le llamamos dialógica. Por
supuesto, seguimos encontrando esos ruidos; algunos sonaran como “mesa”, otros
como “silla”, pero no es necesario que haya mesas ni sillas. Se trata de sonidos que
constituyen invitaciones a las demás para efectuar juntos algunos pasos de danza.
Los ruidos “mesa” y “silla” hacen resonar las cuerdas en la mente del otro quien, al
empezar a vibrar, producirá sonidos como “mesa” y “silla”: el lenguaje en esta
función es connativo.
En apariencia, el leguaje es descriptivo. Cuando alguien cuenta su historia, la
cuenta como fue: el magnífico navio, el océano, el amplio cielo y el romance que
hicieron una delicia del viaje.
Pero, ¿a quién se cuenta la historia? Esta es una pregunta errónea. La pregunta
correcta sería: ¿Con quién quiere danzar esa historia? de modo que su interlocutor
pueda pasear en su compañía por la cubierta del barco, pueda oler el aire salino del
mar, extienda su espíritu a lo largo del firmamento y sienta un chispazo de celos al
llegar al momento del cortejo.
En esta función, el lenguaje es constructivo, porque nadie conoce la fuente de su
historia. Nadie conoce ni conocerá jamás cómo ocurrió: porque la forma en que
ocurrió se ha ido para siempre.
Podemos recordar a René Descartes, sentado en su estudio, no sólo dudando de
si estaba sentado en su estudio, sino también dudando de su existencia. Se
preguntaba, “Soy ¿o no soy?”: “¿Soy o no soy?” Descartes respondió esta pregunta
retórica con el monólogo solipsista “Je ‘pense, done je suis”, o en su famosa
versión latina “Cogito ergo sum”. Como bien lo sabía Descartes, se trata del
lenguaje en su apariencia, de otro modo no hubiera publicado rápidamente su
planteamiento en beneficio de los demás en su “Disourse de la méthode”. Dado que
entendía la función del lenguaje, para ser justos también debería haber exclamado:
“Je pense, done nous sommes”, “Cogito ergo sumus”; o bien, “¡Pienso, luego
somos!”
E su apariencia, el lenguaje que hablo es mi lenguaje. Me hace consciente de mi
mismo: se trata de la raíz del conocimiento [consciousness].

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En su función, mi lenguaje permite llegar a los demás: se trata de la raíz de la
conciencia [consciencej. Y es aquí donde se manifiesta, invisible, la Ética, a través
del dialogo. Permítanme leer lo que Martin Buber dice en las líneas finales de su
libro “Das Problem des Mensche”10
“Observemos con atención al humano con el humano y veremos la dualidad
dinámica, la esencia de lo humano, en conjunto: encontramos aquí el dar y el recibir,
el poder de lo agresivo y defensivo, la calidad de la búsqueda y la respuesta, siempre
ambos en uno, complementándose mutuamente en una acción alternante, que
demuestra al unísono de qué se trata: lo humano. Ahora podemos volver la vista al
individuo aislado y reconocerlo como humano por su posibilidad de relacionarse.
Debemos acercarnos para responder la pregunta: ¿qué es lo humano? Cuando
empezamos a entenderle como un ser en cuya dialógica, en su unión de ser dos-
juntos [two-getherness] mutuamente presente, se realiza y reconoce en todo
momento el encuentro del uno con el otro.”
Dado que nada puedo añadir a las palabras de Buber, es todo lo que puedo decir
sobre la ética, y sobre la cibernética de segundo orden.

Muchas gracias.

10
Buber, M.: Das Problem des Menschen, Lambert Schneider, Heidelberg (1969)

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