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La Analogia Del Ser y El Conocimiento de Dios en Suarez. (Cuesta, S.) PDF
La Analogia Del Ser y El Conocimiento de Dios en Suarez. (Cuesta, S.) PDF
Y COMENTARIOS
El libro ” L A A N A L O G I A D E L SER Y EL
C O N O C IM IEN TO DE DIOS EN SU A R EZ”
del Padr e JOSE H E L L I N , S. I.M
L a o b r a e n e l a m b ie n te .
Salvo raras excepciones, por fortuna cada día menos excepcionales, en todos apa
recen las señales de los dos estadios progenitores del actual "estilo filosófico”: el krau-
sismo y el ensayismo. • ' '
Por lo que hace a lo metafísico, el krausismo español quiso, ciertamente, abordar
los más abstractos y especulativos problemas, ya de la Ontología, ya de las disci
plinas filosóficas derivadas. Tómese cualquier libro de aquellos un tanto ingenuos
varones y se verá a éstos sumergirse animados en las más enrevesadas elucubraciones
sobre el ser y el conocer, el yo y el no-yo. A pesar de eso, y sin darse ellos cuenta
(pues en esto consistía su ingenuidad) ponían lo metafísico más que en los temas en la
“prosa”, en su terrible prosa. Sus razonamientos, sus frases y fónmu'as sen sinuosi
dades penosas, pedregrosas, dificultosas; sus construcciones son volutas laberínticas,
columnas hiperrretorcidas, donde apenas se descubre una recta serena o una curva
gradual.
E l ensayismo, por el contrario, ha renunciado a la metafísica. De hecho, y en oca-
siónes, por declaraciones explícitas. De hecho, puesto que los asuntos que ha tratado
son los temas periféricos de la filosofía: la historia, las culturas, el amor, las sugeren
cias brotadas en la lectura de un libro, las impresiones de un raudo viajar por los
países y por las cosas.
N a es frecuente sorprender a un ensayista, caminando a través de sus páginas, con
paso animado y valiente, como los krausistas, para carearse con las profundas cues
tiones del conocer y del ser, del yo y del no-yo. Tal cual vez hacen una escapada a
ellas, como a una barraca de feria, según expresión de uno de ellos; se asoman por
una ventanilla o por un roto de la arpillera y se vuelven pronto a sus temas plazue-
leros de la historia y del amor y del raudo viajar.
Por declaraciones explícitas, porque, además, los ensayistas reiteradas veces han
expresado su renunciamiento a la metafísica. No quieren demostrar, no quieren sis
tematizar, no quieren conquistar la verdad ni llegar al fondo de los problemas; no
quieren ser coherentes. A veces han hecho profesión terminante de incoherencia. Y
la abdicación de todo esto es la abdicación irremediable de la metafísica. El ensa
yismo podría llamarse, desde el punto de vista de su estructura, oaurrentismo. Está
intrínsecamente constituido por ocurrencias. El lector que tenga un sentido crítico me
dianamente fino, observará que muchas de las aserciones de los ensayistas son ocu
rrencias disparadas súbitamente como en una especie de reacción fisiológica o mecá
nica ante las cosas o ante los ternas.
Pues bien: la sangre de esas dos generaciones pigmenta visiblemente la piel de
los escritos filosóficos que salen a luz en nuestros días. Es verdad que nuestros pen
sadores contemporáneos se han distanciado ideológicamente de los viejos, y, arrastra
dos por la corriente que hoy circula por todo el mundo, se acercan con cierta avidez
a la filosofía perenne y expresan su veneración y su adhesión a la escolástica (entre
nosotros bajo influjos ultranacionales). Pero en sus maneras se echa de ver todavía
el aire de los abuelos. Lo que sucede es que aquí las leyes mendelianas de la he
rencia han dado el fruto combinado del renunciamiento a la solidez metafísica, como
el ensayismo, y el renunciamiento a la diafanidad en la exposición y argumentación,
como el krausismo. Ocurrentismo y oscuridad se fusionan, ¡malogrando la fecundidad
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que, desde hace muchos años, vive dentro de la escolástica. Las obras
de Santo Tomás, de Escoto, de Cayetano, de Fr. Juan de Santo Tomás,
de Suárez, de Vázquez y de Molina, lo mismo que las de los más re
nombrados escolásticos del siglo pasado y del presente, le son conoci
das, hasta el punto que no sólo las teorías de cada escuela y de cada
uno de estos grandes autores, sino la problemática de los puntos cohe
rentes y los puntos inconexos, las cuestiones patentes y las ambiguas
y oscuras, las líneas de coincidencia y las de discrepancia, las deriva
ciones y los influjos le son manifiestos como a muy pocos cultivadores
de la filosofía perenne y de la teología católica. Bien patente ha que
dado este dominio en sus actuaciones en las Semanas Teológicas, que
tanto están contribuyendo a La revelación de valores 'escondidos en los
claustros conventuales o en los seminarios eclesiásticos.
Por otra parte, tiene el P. Hollín espíritu suficientemente católico
para sentir hacia toda la escolástica en general, y hacia todas y cada
una de sus ,gj:andes y gloriosas manifestaciones, la veneración, la admi
ración y el cariño debidos a esta colosal gloria tomada en su conjunto
y a los esfuerzos estupendos de cada sistema y de cada maestro en la
investigación de la verdad. Y considera que acotar con criterio exclu
sivista el aprecio y la gratitud, restringiéndolo a uno o dos autores o
a una sola escuela, es negar al catolicismo y a la Iglesia una de sus
mayores glorias, que consiste en la variedad y fecundidad dentro de
los límites de lo cierto y de lo dogmático.
Esta condición, tan necesaria en un crítico filosófico, hace especial
mente apto para la tarea de confrontación de teorías y sistemas, sin
incurrir en estridencias o desatenciones.
La d o c t r in a .
de contracción de dichos conceptos a los seres particulares, era obligado tratar sufi
cientemente todos estos puntos.
Así lo hace el P. Hellín. Cumplíale a él, como expositor de la auténtica doctrina
del P. Suárez, llenar varios cometidos principales, es a saber: explicar con exactitud
y defender la teoría del Eximio sobre la unidad y abstracción del concepto de ser;
refutar consiguientemente la opinión de los que afirman que el concepto de ser 'no
es uno ni abstracto; desmentir la afirmación de los que acusan a Suárez de no admi
tir la analogía del ser, refutar la teoría que sostiene que la analogía del ser es una
analogía de proporcionalidad y demostrar que la analogía del ser es una analogía de
atribución intrínseca por verificación esencial en todos los seres singulares y por
ordenación de los analogados secundarios al analogado principal.
mite para el concepto y la verificación del ser la especie que admite tal
o cual escuela, y en cambio defiende la que esa escuela rechaza. Y en
la controversia antisuareciana algunos de los impugnadores han encon
trado más cómodo acusar a Suárez de que no admitía la analogía del
ser que estudiar detenidamente su doctrina.
Admite Suárez para el ser la analogía de atribución intrínseca; re
chaza la analogía de proporcionalidad. Es acaso éste uno de los pasos
más geniales del pensador granadino en la solución de un problema
sumamente intrincado y sutil. El P. Hellín desarrolla con su habitual
seguridad y clarividencia la doctrina del Doctor Eximio. Trata prime
ro de la analogía de proporcionalidad y después la de atribución in
trínseca: de aquélla, para rechazarla; de ésta, para defenderla.
No se puede admitir la analogía de proporcionalidad porque pro
porcionalidad es igualdad o semejanza de dos relaciones. Ahora bien; tra
tándose de Dios y de las criaturas no puede darse esa semejanza de
relaciones por varias razones, y principalmente porque en Dios, respec
to de su ser, no se da distinción ni real ni de razón entre dos términos,
distinción que es necesaria para que se pueda engendrar la relación
que, comparada con la relación de la criatura y su ser, dé fundamento
para establecer una proporción. Además, aunque fuera posible conce
bir en Dios esa relación, no seria posible establecer proporcionalidad
entre esa relación en Dios y la relación de la criatura y su ser, pues
por todos los lados por los que se mire a una y otra son desemejantes.
Y lo que se dice de Dios y de la criatura se puede decir de la sustan
cia y el accidente y de los predicamentos entre si.
En cambio «s menester reconocer que la analogía del ser es analo
gía de atribución, puesto que se da entre analogados, de los cuales los
secundarios se ordenan al principal, que es lo que, según la terminolo
gía escolástica, constituye la atribución. Así la criatura se ordena al
Criador y los nueve predicamentos accidentales se ordenan a la sustancia.
Esta analogía es además intrínseca, ya que la forma expresada por
el nombre común de ser se da intrínsecamente en todos los inferiores,
puesto que el sier trasciende esencial y adecuadamente a todos los se
res particulares, o sea que todas las cosas son seres, y todo lo que en
ellas hay es esencialmente ser.
O sea, que los analogados secundarios (creatura, accidentes) se or
denan intrínsecamente a los analogados principales (Dios, sustancia), y
que aunque sean analogados secundarios, son también intrínseca y esen
cialmente seres. De donde el P. Hellín deduce, según esta doctrina de
Suárez, que es posible la analogía de atribución por verificación intrín
seca de la forma en todos los analogados, y que esta es la analogía que
se da en el ser.
Expuesta la doctrina de Suárez según su aspecto metafísico, se hace
cargo el P. Hellín de la doctrina de Escoto, doctrina que por un buen
número de escolásticos se suele exponer muy a la ligera, sin haberla
estudiado con la atención y el detenimiento debidos y sin haber ponde
rado suficientemente sus argumentos. Suárez había meditado con toda
seriedad y lealtad la doctrina del Doctor Sutil, y, colocándose en las
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3.— Tratando del modo que se contienen los inferiores y sus singu
laridades en la noción común de ente según las diversas teorías, el P. He-
llin y otros muchos autores aplican indistintamente las palabras ‘‘inde
terminadamente” y "confusamente”, tanto cuando expresan la teoría
cayetanista como cuando explican la teoría de Suárez. Nosotros pre
ferimos separar el uso de estas palabras y decir que, según la teoría ca
yetanista los inferiores se contienen actual y formalmente; pero "confu
samente" en el concepto de “ente”, y que, según la teoría de Suárez, se
contienen “indeterminadamente”, o sea según la razón común de ser
indeterminada. Este modo de hablar es más claro y se acomoda más al
pensamiento de cada teoría. Por lo demás, el uso que una y otra teoría
hacen indistintamente de ambas expresiones hacía sospechar al padre
Uxráburu que acaso en el fondo las dos escuelas pudieran armonizarse.
4.— Desarrollando la clasificación de los términos comunes, habla el
P. Hellín de un término común al que designa con la denominación inusi
tada de “unívoco no universal”, o “unívoco trascendental”. La denomi
nación no es invención de Suárez; pero en Suárez halla el expositor
abundante fundamento para esta distinción. E l fundamento último se
halla propiamente en la definición de concepto unívoco o genérico tradi
cionalmente admitida por los escolásticos; pero que halla un obstáculo
en la misma teoría de las categorías de Aristóteles y en el árbol de Por
firio de la abstracción y contracción de los predicamentos. Es corriente
decir que los términos unívocos son aquellos que expresan una naturaleza
común que por sí misma se verifica de igual modo en los inferiores y, por
lo mismo, que la diversidad en la verificación la recibe de un elemento
extraño a sí misma. Con otras palabras: la naturaleza unívoca se diver
sifica en los inferiores por unirse con un elemento extraño, elemento que
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C O N C L U S IO N
Pondera y ensalza el P. Hiellín la genialidad y originalidad de Suárez
en la construcción de la teoría del ente. Y en verdad que el libro que ha
dedicado a la exposición de la doctrina del Doctor Eximio sobre este
problema fundamental de la Metafísica manifiesta espléndidamente el
poder de aquella inteligencia, "garra de león”, para apoderarse de las
cuestiones más hondas y más finas y sutiles de la Filosofía, dominarlas,
escudriñarlas en sus más escondidos repliegues y aportar la solución de
finitiva o la más congrua posible.
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