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André Corboz /

El territorio como palimpsesto


Hay, en efecto,tantas definiciones de territorio como disciplinas relacio-
nadas con el mismo: la de los juristas no aborda mas que la soberanía y
las competencias que de ella se derivan, la de los especialistas en or-
denación, en cambio, toma en cuenta factores tan diversos como la geología,
la topografía, la hidrografía, el clima, la cubierta forestal y los cultivos,
las poblaciones, las infraestructuras técnicas, la capacidad productiva, el
orden jurídico, las divisiones administrativas, la contabilidad nacional, las
redes de servicios, las cuestiones políticas y me quedo corto, no sólamente
en la totalidad de sus interferencias, sino dinámicamente, en virtud de un
proyecto de intervención. Entre estos dos extremos (lo simple y lo híper
complejo) se sitúa toda la gama de las restantes definiciones: las cor-
respondientes al geógrafo, al sociólogo, al etnógrafo, al historiador de la
cultura, al zoólogo, al botánico, al meterólogo, a los estados mayores, et-
cétera.
(...)
El territorio no es un dato, sino el resultado de diversos procesos.
Por una parte, se modifica espontáneamente: el avance o retroceso de los
bosques y glaciares, la extensión o desecamiento de las marismas, el rel-
leno de los lagos y la formación de los deltas, la erosión de playas y acan-
tilados, laparicón de cordones litorales y de lagunas, el hundimiento de las
valles, los corrimientos del terreno, el surgimiento o enfriamiento de los
volcanes, los terremotos, todo ello es una prueba de la inestabilidad de
la morfologia terrestre . Por otra parte, es objeto de las intervenciones
humanas: irrigación, construcción de carreteras, puentes, diques, levan-
tamiento de presas hidroelécticas, excavación de canales, perforación de
túneles, aterrazamientos, roturación, repoblación forestal, mejora de las
tierras, e incluso los actos más cotidianos de la agricultura, hacen del ter-
ritorio un espacio que se remodela sin cesar.
(...)
Pero la mayoría de los movimientos que lo moldean -tales como las modifi-
caciones climáticas- se extienden en un lapso de tiempo tal que escapan a la
observación del individuo, e incluso de una generación, y de ahí el carácter
de inmutabilidad que connnota normalmente el termino "naturaleza".

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(...) Los habitantes de de un territorio no paran de borrar y reescribir e;
viejo grimorio de los suelos. Como consecuencia de la explotación sistemáti-
ca que la revolución tecnológica del siglo xix ha propagado hasta los últimos
rincones de tantos países, todas las regiones han sido puestas poco a poco
bajo un control cada vez mayor. (...)

(...) en otras palabras, el territorio es objeto de una construcción. Es una


clase de artefacto. Así pues, constituye igualmente un producto.

(...)
La historia, sobre todo la reciente, desgraciadamente ha modelado una mul-
titud de territorios incompletos cuya definición ha acarreado tensiones por
no responder a loque esperaban las etnias concernidas.

(...) en consecuencia, el territorio es un proyecto.

(...) esta necesidad de una relación colectiva vivida ente una superficie
topográfica y la población establecida en sus pliegues permite concluir que
no hay territorio sin imaginario del territorio. El territorio puede expresarse
en términos estadísticos (extensión, altitud, temperatura media, producción
bruta, etc.) pero no puede quedar reducido a lo meramente cuantitativo. Al
ser un proyecto, el territorio esta semantizado. Es suceptible de discurso.
Tiene un nombre. Proyecciones de todo tiop se vinculan al mismo, y éstas lo
transforman en sujeto.

(...) Entre las relaciones posibles con la forma del territorio, los últimos
años del Antiguo Regimen desarrollaron dos que los contemporáneos de la
revolución industrial priviligiarían: el mapa y el paisaje natural como obheto
de contemplación. Se trata de fenómenos opuestos en cuanto a sus obje-
tivos y a sus medios, ya que responden a concepciones de la naturaleza
fundamentalmente diferentes.

La primera apoya el crecimiento de las ciencias, las cuales consideran la

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"naturaleza" como un bien común a disposición de la humanidad y que los
hombres pueden e incluso deben explotar para su provecho (en otros tèr-
minos como objeto).
(...) La segunda concepción considera, por el contrario, la misma naturaleza
como una especie de pedagogo del alma humana, hasta el punto que el ro-
manticismo, germánico sobre todo, la percibirá como un ser místico que man-
tiene un diálogo continuo con los hombres, es decir, como un sujeto.

En la antigüedad se utilizaron mapas bastante parecidos a los nuestros, tal


y como atestigua la Tabla de Peutinger, itinerario del Bajo Imperio que nos
ha llegado en forma de copia, también se practicaba el catastro sobre losas
de piedra: tales instrumentos, abreviaciones convenidas de una superficie
terrestre dada, eran necesarios para permitir la gestión del mundo roman-
izado. La idea fundamental de un mapa es la visión simultánea de un territo-
rio cuya percepción directa es imposible por definición. (...) En principio, mapa
y territorio pueden convertirse el uno en el otro en todo momento -pero es
evidente que se trata de una ilusión peligrosa.

Este territorio elástico no podrá satisfacer las exigencias de un Estado


moderno. Era importante, pues, representarlo a la vez de forma total, ex-
acta y unitaria.

Este hiperrealismo no debería sin embargo engañar sobre el carácter del


territorio ni sobre el del mapa. Porque el territorio contiene mucho más que
lo que el mapa puede mostrar, mientras que el mapa sigue siendo, a pesar
de todo, lo que es: una abstracción. Le falta lo que caracteriza específica-
mente al territorio: su extensión, su espesor y su perpetua metamorfosis.
Se trata de un estatuto paradójico: se esfuerza en la exhaustividad y sin
embargo, le es preciso escoger. Todo mapa es un filtro. Hace caso omiso de
las estaciones, ignora los conflictos que proporcionan energía a toda so-
ciedad, no tiene en cuenta ni los mitos ni las vivencias, aun cuando fueran
colectivos, que vinculan una población al asiento físico de sus actividades. O
si trata de hacerlo por medio de la cartografía estadística, lo expresa por

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más abtracciones, ya que se encuentra mal equipado para lo cualitativo.
Resulta impotente con lo que no generaliza.

Representar el territorio ya es apropi'arselo. Ahora bien, esta represent-


ación no es un calco, sino siempre una construcci'on. En primer lugar el mapa
se traza para conocer y después para actura. Comparte con el territorio
el ser proceso, producto, proyecto. y como es también forma y sentido,
incluso corremos el riesgo de tomarlo por sujeto. (...) el mapa es más puro
que el territorio, porque obedece al príncipe. (...) el mapa manifestará, pues,
el territorio inexistente con la misma seriedad que el real, lo que muestra
bien que hay que desconfiar del mismo. Siempre tiene el peligro de simular
lo que pretende exhibir.

Esta facilidad para deslizarse en la ficción hace que la geografía, de todas


las disciplinas que han crecido en el siglo xix, sea quizás la menos despro-
vista de ideología. Profundamente utilitaria, incluso militarista en su orien-
tación, la geografía ha producido admirables trabajos, poco de los cuales
resultan inocentes. En su preocupación por la exactitud, comenzó por de-
scribir. Mucho más tarde, escuchó la llamada de un filósofo que incitaba a
sus colegas no sólamente a interpretar el mundo sino a transformarlo. Un
nuevo tipo de mapa había nacido, el de los planificadores, el cual adelanta
las mutaciones al prescribirlas. "El territorio ya no precede al mapa, ni le
sobrevive; en lo sucesivo será el mapa el que precede al territorio" (Jean
Baudrillard). Este mapa que se proyecta en el futuro ha llegado a ser indis-
pensable para dominar los fenómenos complejos de la ordenación a gran es-
cala, pero adquiere el caracter vertiginoso de los planos: "despegándose"
a sabiendas de lo real, tiene por límite el simulacro, el cual sancionará su
vanidad. Llegados a este punto, no dejaremos de señalar que al comienzo
del libro sagrado de Occidente se encuentra un precepto que no se ha hecho
sino seguir muy de cerca: "id, y domiad la tierra", y no: vivir en simbiosis con
ella...

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Las religiones tradicionales distinguían el tiempo y espacio sagrados del
tiempo y espacio profanos; la sociedad occidental ha perdido la noción de
lo sagrado- salvo expriencias individuales- pero a pesar de todo podemos
concebir tiempos de naturaleza diferentes cuando viajamos.

En efecto, hay que comprender bien que estos nuevos instrumentos [la
avioneta, el helicóptero, las autopistas, etc] tejen entre todos ellos un
territorio inédito, en que lo imaginario y lo real se justifican recíproca-
mente: este territorio ya no se encuentra compuesto en primera línea por
extensiones y obstáculos, sino por flujos, ejes, nudos, puntos.

Hasta el umbral de los años setentas, esta ideología del movimiento y de


la mutación era la que dominaba en la mentalidad de los planificadores. En
ocasiones, todo ocurría como si en el territorio no hubiera nada permanente.
Se hicieron oir diversas voces de alarma que cuestionaban el crecimiento,
ya que el despilfarro de recursos conduce a la catástrofe (...) Las ciudades,
hasta entonces tratadas según las etapas de su formación y los esque-
mas de su desarrollo, fueron objetos de análisis mucho más finos de su
tejido; investigadores procedentes de la arquitectura se aplicaron de man-
era muy ambiciosa a elucidar la compleja relación que une las parcelas y la
tipología de las habitaciones levantadas sobre ellas, la relación que estos
dos componentes mantienen con las vias de comunicación y las leyes de su
transformación (...) De todo ello surgió una lectura del territorio completa-
mente reorientada que busca identificar las huellas todavía presentes de
procesos territoriales desaparecidos, tales como la formación de los sue-
los, en particular aluviales, sobre los que se fijaron los establecimientos
humanos.

Así pues, tras dos siglos en los que la gestión del territorio no ha conocido
otra receta más que la tábula rasa, ha quedado esbozada una concepción de
la ordenación del territorio que ya no lo considera como un campo de opera-
ciones casi abstracto, sino como el resultado de una muy larga y muy lenta
estratificación que es importante conocer para poder intervenir.

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Por este camino, el territorio recobra la dimensión del largo plazo, aunque
de un modo retrospectivo. Esta nueva mentalidad le restituye un espesor
que se le había olvidado.

Una toma en consideración tan atenta de huellas y mutaciones no implica


ninguna actitud fetichista hacia ellas. No se trata de rodearlas con un muro
para conferirles una dignidad fuera de lugar, sino sólamente de utilizarlas
como elementos, puntos de apoyo, acentos, estimulantes de nuestra propia
planificación. Un "lugar" no es un dato, sino el resultado de una conden-
sación. Esto en las regiones en las que el hombre está instalado desde hace
generaciones, a fortiori desde hace mileños. Todos los accidentes del ter-
ritorio tienen significación. Comprenderlos es darse la oportunidad de una
intervención más inteligente.

El territorio, sobrecargado como está de numerosas huellas y lecturas


pasadas, se parece más a un palimpsesto (...) Cada territorio es único, de ahí
la necesidad de "reciclar", de raspar una vez más (pero con el mayor cuidado
si es posible) el viejo texto que los hombres han inscripto sobre el irrem-
plazable material de los suelos, a fin de depositar uno nuevo que responda
a las necesidades de hoy, antes de ser a su vez revocado.

En la perspectiva que acabamos de exponer, en efecto, es evidente que el


fundamento de la planificación no puede ser ya la ciudad, sino este fondo
territorial al cual debe quedar subordinada.

Mapa o mirada directa sobre el "paisaje", meditación jaculatoria o análisis


con vistas a una intervención, la relación con el objeto-sujeto continuará
siendo siempre parcial intermitente, es decir, abierta. El territorio se es-
tira, siempre diferente a lo que yo cnozco, persigo o espero de él.

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