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Fraude y miseria del "modelo Barcelona"
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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y
CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 11389796. Depósito Legal: B. 21.74298
Vol. XIV, nº 836, 25 de agosto de 2009
[Serie documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de
Geografía Humana]
DELGADO, Manuel. La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del "modelo Barcelona". Madrid: Los
libros de la Catarata, 2007, 242 p. [ISBN: 9788483193204]
Alba Con Iglesias
Master Planificación Territorial y Gestión Ambiental
Universidad de Barcelona
Palabras clave: modelo Barcelona, ciudad mentirosa, Barcelona, perspectiva antropológica
Key words: Barcelona model, lying city, Barcelona, anthropologic perspective
El debate sobre los modelos de ciudad, en lo referente a su existencia misma, su validez y su utilidad a
la hora de ser aplicados en otras ciudades, es un tema de gran actualidad. En este sentido, el caso
específico de Barcelona ha suscitado, de un tiempo a esta parte, una intensa discusión, fruto de la cual
podemos encontrar un gran número de artículos, ensayos y diferente documentación sobre dicha
materia. Un ejemplo de esto es el caso de La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del “modelo
Barcelona” de Manuel Delgado, obra que será el objeto de análisis de esta reseña.
Manuel Delgado es licenciado en Historia del Arte y Doctor en Antropología por la Universidad de
Barcelona, donde es profesor titular de Antropología Religiosa y coordinador del programa de
Doctorado Antropología del Espacio y del Territorio; también coordina su propio grupo de
investigación sobre Espacios Públicos. Es director de dos colecciones editoriales. En la actualidad
forma parte de la junta directiva del Instituto Catalán de Antropología y es ponente de la Comisión de
Estudios sobre la Inmigración en el Parlament de Catalunya. Ha publicado numerosos artículos sobre
los temas en los que investiga y numerosos libros como La muerte de un dios (1986) La ira sagrada
(1991), Las palabras de otro hombre (1992), Diversitat i integració (1998), Ciudad líquida, ciudad
interrumpida (1999), El animal público (premio Anagrama de Ensayo, 1999), Luces iconoclastas
(2001), Disoluciones urbanas (2002), Elogi del vianant (2005) y Sociedades movedizas (2007).
También ha colaborado en diferentes medios de comunicación, como en El País y El periódico de
Catalunya.
El libro de Manuel Delgado es un ensayo crítico sobre el modelo Barcelona, en el que el autor
muestra desde las primeras páginas su intención, señalando que no hará propuestas de mejora por no
sentirse competente para ello; sin esconder que su crítica lo será en el sentido más estricto de la
palabra. En la misma introducción el autor indica cómo el texto se construye en base a documentos
escritos por él mismo en fechas anteriores, pretendiendo destacar que su opinión no es nueva ni se
fundamenta en un agotamiento del llamado modelo Barcelona, sino en fallos derivados de
concepciones erróneas. A lo largo de los siete capítulos de la obra el autor va desglosando la otra
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realidad de la ciudad, la que no forma parte del producto que se vende como Barcelona. En este
análisis pasa de puntillas sobre los aspectos positivos del Modelo, nunca negando su existencia, pero
sí señalando que ya son demasiadas las voces que se encargan de alabarlo. La obra viene a sumarse a
una serie de voces discordantes con la adulación general hacía el modelo Barcelona, que se han ido
alzando para hacer visibles los aspectos más oscuros de un producto que se pretende vender como
perfecto. Estamos pues, ante un documento de gran interés que, desde una perspectiva más
antropológica, analiza la Barcelona actual.
Una nueva lectura del modelo Barcelona
Manuel Delgado comienza situando a Barcelona como un ejemplo más del actual contexto
internacional: una ciudad postindustrial a la que se pretende convertir en producto de consumo, con
una extraordinaria operación de marketing para la venta de una imagen. Aún asumiendo los logros del
modelo Barcelona para la población, el autor plantea dudas acerca de la motivación real y los
objetivos de determinadas actuaciones.
Delgado reflexiona en el primer capítulo sobre las diferencias entre el orden de la Barcelona
imaginaria y el desorden de la real en diferentes aspectos. Comienza cuestionándose la ruptura entre la
etapa tardofranquista y lo que él mismo señala como “etapa llamada democrática” frente a la idea
imaginaria de ruptura total entre ambas épocas. En este sentido, el autor destaca el continuismo en
materia urbanística y en lo referente a los actores principales, creadores y gestores del modelo
Barcelona, presentes ya en las administraciones franquistas, muestra de que la concepción de la actual
Barcelona proviene de una etapa dictatorial. Ejemplo de las diferencias entre lo imaginario y lo real es
el uso de términos como “rehabilitación” y “reforma”, utilizados para anunciar una mejora ideal de los
barrios; frente al papel real de dichas expresiones como eufemismos para enmascarar la
transformación de barrios obreros en zonas residenciales destinadas a las clases medias y altas, bajo
los intereses del sector inmobiliario y con la complicidad de las administraciones. También existen
diferencias entre las teorías de las autoridades y técnicos y la realidad, como bien se visualiza en la
caricaturización de la diversidad cultural utilizada como slogan publicitario, en el esfuerzo por
reconvertir a los inmigrantes de víctimas a causantes de los problemas y en la conversión del centro
antiguo en un parque temático. El autor reivindica así la necesidad de hacer visible la realidad
ciudadana, la de un centro de ciudad donde existen o, por lo menos, existían, ciudadanos que pueden
no resultar atractivos a turistas y nuevos propietarios y es que el modelo Barcelona cuenta con un
nuevo elemento: “la ilegalización de la pobreza”.
La uniformidad identitaria que pretende el orden político es el eje central del segundo capítulo,
aunque es un tema recurrente a lo largo de toda la obra. En este tema destaca el intento por crear una
única identidad común como antítesis a lo que define la cultura urbana, esto es, una suma de intereses
e identidades diferentes que, en ocasiones, permanecen unidas por aquello que las separa: la aversión.
Esta búsqueda de uniformidad identitaria, de homogeneidad, convierte a la ciudad en un campo de
pruebas de las relaciones entre ideología y lugar, haciendo de la misma un teatro, donde se adoctrina a
los ciudadanos sobre cómo han de vivir la ciudad, facilitando así el control de la misma. En el caso
específico de Barcelona las diferentes identidades presentes en la misma se pretendieron condensar en
una única, “el barcelonismo” una “tercera vía” alejada del “españolismo saturado” y del “catalanismo
ruralizante” señalados por el autor; pero, en este caso, también hay diferencias entre lo imaginado y lo
real así, frente a la pretendida Cataluña como “sistema de ciudades” lo que se obtuvo fue una
“Barcelona metrópoli depredadora”.
En consonancia con la búsqueda de una identidad común resulta de gran interés la utilidad de los
llamados espacios de calidad, tema que Delgado analiza en el capítulo tercero. En este sentido resulta
interesante el papel del monumento para organizar el territorio en base a un pasado teóricamente
común y la proliferación de lugares de memoria, representados en el caso de la Ciudad Condal en la
protección de restos fabriles, principalmente chimeneas, en aras de la “memoria colectiva”, con el fin
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real de anular el pasado. Así, toda esta búsqueda de monumentos, tiene una doble misión, por un lado
rentabilizar por parte de las instituciones aquellos aspectos de la memoria urbana que ellas mismas
deciden y, por otra parte, legitimizar las acciones de arquitectos y diseñadores urbanos. El autor señala
también la operación de maquillaje que suponen las políticas monumentalizadoras que son, al mismo
tiempo políticas para el olvido, ya que se crean lugares de memoria oficial a la vez que se pretenden
ocultar puntos molestos o inconvenientes para la venta de la ciudad. Frente a los que acusan a quienes
alzan la voz ante estas políticas de estar en contra de las transformaciones, Delgado destaca la
necesidad de señalar a quiénes favorecen dichas acciones. Finalmente, analiza las diferencias entre la
memoria urbana heterogénea, con todas las evocaciones posibles, y la memoria institucional, que
recrea el pasado en función de los antojos del presente y de los objetivos que se pretenden para el
futuro siempre según los deseos de los que ostentan el poder. Pretende pues, el orden político, hacer
creíble una ciudad sin conflictos, es decir, frente a la ciudad de los propios ciudadanos, compleja y
heterogénea, se encuentra la ciudad simple que dibujan los mapas del poder y de los turistas. Otro
aspecto interesante que destaca el autor es el hecho de que la ciudad no sólo se pliega ante el poder,
sino también ante el genero masculino, “lo urbano, y sobre todo lo urbanizado, se identifica
sistemáticamente con lo viril” frente a la realidad ciudadana “profunda y oculta”, “lo uterino de la
ciudad”.
La importancia de los espacios de calidad para la búsqueda de una identidad común es un ejemplo de
relación entre morfología urbana y relaciones sociales, tema principal del capítulo cuarto. El autor
asume esta correlación pero destaca la errónea premisa que afirman algunas autoridades y técnicos
urbanos de que una determinada morfología urbana, por si sola, determina la actividad social. A partir
de esta idea, Delgado analiza diferentes casos en los que esta relación se hace visible, como en los
incidentes acontecidos en el Besòs en 1984 entre explotados, “la nueva clase obrera” (clase
trabajadora que se alojaba en Sant Adrià) y excluidos, “nuevo lumpen proletario” (vecinos de barrios
conflictivos a los que se quería realojar allí) y el caso de las grandes ensembles francesas donde se
visualizaba “una sustitución de los antiguos explotados por los nuevos excluidos”. Ambos ejemplos
tienen en común un aspecto, a saber: su posible conversión en un escenario clave para la percepción
de los intereses de clase de explotados y excluidos, demostrando una gran capacidad para crear una
identidad común la cual el poder establecido no esta dispuesta a asumir. En ambos casos el temor
político se centró en evitar que diferentes grupos, a fuerza de convivir, se pudieran unir creando una
identidad de referencia común, una fuerza contraria al sistema que les hace víctimas. Ante esto, las
discusiones sobre los guetos se han ido enfocando de manera que el problema parece ser la excesiva
concentración de miseria, no la mera existencia de la misma. Así pues, las luchas contra la
segregación no son tales sino contra la posibilidad de que esos excluidos se agrupen. La realidad es
que en ciudades como Barcelona, por más que se intente vender unos supuestos efectos positivos de la
mezcla, lo cierto es que lo que se busca es un multiculturalismo escénico que utilizar como reclamo
para la venta de la ciudad. Por último Delgado señala como, con el argumento de luchar contra la
formación de guetos, se evita realmente dar soluciones a los problemas de alojamiento social masivo.
Argumentando una falsa necesidad de diversificación social, se esconde la gentrificación de zonas
habitadas por clases obreras y nunca la diversificación de áreas de clase media o alta. Un aspecto
interesante destacado por el autor es la similitud entre gueto y prisión donde, en ambos casos, se busca
dispersar a aquellos de los que se teme su capacidad para asociarse y enfrentarse a la situación en la
que se encuentran.
El tema de la violencia es el eje principal del capítulo quinto, donde el autor se centra en el significado
asociado a dicha palabra y en las diferentes variantes que se conciben de un mismo término. Delgado
destaca que no se debería hablar de fenómenos de violencia sino de “sucesos a los que se atribuye
violencidad”. Desde el poder se asocia el término violencia a un solo significado: la que practican los
otros. Con este enfoque se consigue que la opinión pública solicite más protección, tanto policial
como judicial. Una vez esbozado este planteamiento general, en cada caso específico, la expresión
“violencia urbana” toma diferentes matices en función de los intereses de los grupos de poder. Así, en
Francia, se asocia el término principalmente a las expresiones de rabia de los jóvenes de los suburbios.
En España la violencia urbana se asocia a “tribus urbanas”, a “violencia juvenil”, observándose un
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afán desmedido por clasificar a los jóvenes dentro de alguna tribu urbana, a la cual, previamente, se le
ha atribuido un comportamiento estándar; llegándose a la paradoja de que la diferencia “no es la causa
sino la consecuencia de la diferenciación”. Esta obsesión por clasificar intenta acabar con la
heterogeneidad, tratando a los jóvenes como un “problema cultural” y desplazando la atención de
“contextos sociales y económicos altamente deteriorados” a un simple conflicto “identitariocultural”.
La participación directa de los ciudadanos en los asuntos públicos mediante la apropiación colectiva
del espacio público centra el capítulo sexto. Para el caso concreto de Barcelona, Delgado toma
diferentes ejemplos que muestran como, determinados puntos de la ciudad, son escenarios de actos
cargados de simbología, que la ciudadanía no considera tolerables y como esta misma se rebela contra
ello logrando en ocasiones expulsarlos de su seno. En estos casos se repite un mismo esquema, esto
es, por una parte se encuentra “la figura del ocupador del espacio urbano, que lo hace suyo mientras
lo usa, que se apropia de él en tanto lo considera apropiado” y, por otro lado, “el ocupante, potencia
ajena y contraria que se hace presente por la fuerza en un espacio del que se apodera de manera
ilegítima”. Para el autor la utilización por la fuerza de los espacios públicos se debe a “la incapacidad
de los sistemas políticos centralizados a la hora de convertir las relaciones entre dominantes y
dominados en asuntos políticos dirimibles en público”. Así, el debate sobre violencia urbana nunca es
parcial y objetivo, los medios de comunicación relatan los acontecimientos partiendo de que la
actuación las fuerzas públicas es siempre justa. En este sentido, si se analizara el gran valor simbólico
de algunos lugares podría hacerse una valoración más neutral y objetiva de diferentes acciones de las
movilizaciones consideradas antisistema. Delgado analiza la dimensión teatral de las manifestaciones
y lanza un argumento que invita a la reflexión cuando señala cómo, en ocasiones, el objetivo de las
intervenciones policiales es el de buscar el enfrentamiento, contrariamente a lo que teóricamente
deberían pretender. El reflejo de todo esto es que el espacio público que se pretende destacar como
escenario pacífico donde se demuestra la participación democrática se convierte en un lugar que
ocasiona y es, simultáneamente, escenario del conflicto.
Finalmente, en el último capítulo, el autor hace un resumen y balance del ejemplo de “Barcelona
como paradigma de un estilo de construcción de la vida urbana que aparece marcada por la
reapropiación capitalista de la ciudad”. Todo esto se observa en la “conversión del espacio urbano en
un parque temático”, en la “gentrificación de los centros históricos”, en la “terciarización de la
ciudad”, la “dispersión de la miseria y “el control del espacio público que se va haciendo cada vez
menos público”. Para Delgado Barcelona es, también, un ejemplo de la dejación de las
responsabilidades principales que tienen que ejercer las instituciones políticas frente al marcado
autoritarismo que ejercen sobre los sectores más frágiles de la sociedad. Así, la Ciudad Condal se
convierte en un producto de marketing, donde se pretende, sin resultado, mostrar un espacio público
libre de conflictos y donde la miseria no tiene cabida. Al no conseguirse el triunfo de la clase media,
las clases altas muestran su descontento y las autoridades responden reprimiendo la pobreza, no
luchando por acabar con ella sino persiguiéndola para ocultarla, para evitar que empañe la imagen de
ciudad que se pretende vender. Para este objetivo las autoridades utilizan diferentes elementos, como
la “Ordenanza de medidas para fomentar y garantizar la convivencia ciudadana en el espacio público
de Barcelona”, presentada en 2005. Esta Ordenanza, apoyada en un determinado significado del
término “civismo”, se centra en la idea de “preservar el espacio público como un lugar de convivencia
y civismo” olvidando que el espacio público existe como resultado de las diferentes utilizaciones del
mismo, buscando acabar con la heterogeneidad, persiguiendo a cualquier “clase peligrosa” para el
Ayuntamiento, olvidando que la mayor parte de los comportamientos incívicos son realizados por
jóvenes “guiris”. Se destaca también la “creciente monitorización de las actividades públicas” como
respuesta a la expresión de los ciudadanos a través de la fiesta, que son autorizadas cuando las clases
poderosas lo consideran oportuno. El autor apunta como el aumento del incivismo es la consecuencia
de un aumento de las limitaciones a las que las autoridades someten a la población, sobre todo en lo
referente a la apropiación del espacio público y como este incivismo es la forma de aflorar aquellas
realidades sociales que se quieren esconder sin intentar solucionarlas. Producto de este intento por
acabar con la verdadera ciudad, los movimientos asociativos que se fraguaron durante el franquismo
han ido acallándose en el seno de una “ciudadespectáculo”. Barcelona es un ejemplo del intento por
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crear un “nuevo patriotismo urbano” irreal y teatral, ideada por técnicos y políticos, que da la espalda
a la miseria que habita en su seno, creyendo que al ocultarla no existe, creando así dos realidades
opuestas, buscando una ciudad para la universal clase media que convive con las clases altas y
expulsando a las clases bajas. Una Barcelona de los poderosos y del dinero que olvida la esencia que
define lo urbano: la heterogeneidad y la desobediencia.
Una perspectiva antropológica en la valoración del modelo Barcelona
Antes de hablar sobre el modelo Barcelona, hay que tener en cuenta la discusión sobre la existencia de
modelos de ciudades. Para Horacio Capel hay que tener en cuenta las características propias de cada
entorno, no hay modelos generales[1]. En opinión de Jordi Borja lo que hoy se conoce como modelo
Barcelona es la utilización de una percepción social positiva sobre el urbanismo barcelonés de los 80
y 90 por ciertos agentes presentes en la ciudad para, a través de una importante operación de
marketing, vender al mundo una imagen de Barcelona[2]. Este último autor tampoco es partidario de
la utilización de modelos generales y señala la posibilidad de considerar los éxitos y fracasos de los
demás para enriquecer la propia experiencia.
Cuando se habla de modelos y se intentan exportar experiencias concretas a otras ciudades, debe
tomarse como ejemplo pero no intentar aplicarse de la misma manera como si de un patrón se tratara.
Como señala Capel, cada ciudad tiene sus propias características, su propia realidad, que se debe tener
en cuenta cuando se quiere realizar algún tipo de actuación[3]. Mientras que Bohigas por su parte;
señala, que el modelo es la metodología[4]. Puede que resulte equivocado hablar de modelos de
ciudades, pero lo cierto es que el ejemplo de Barcelona lleva asociado una serie de aspectos, con un
alto grado de ambigüedad y que son modificados en función de quien realice el análisis, que
funcionan como características mediante las cuales se suele analizar dicho modelo. En resumen, como
señala Monclús “parece haber un acuerdo en ese reconocimiento de que estamos ante un caso
ejemplar, en el que se ha utilizado una fórmula –o modelo que se ha demostrado exitosa. Lo que no
está tan claro es que esa fórmula constituya un hallazgo barcelonés, o bien haya sido en Barcelona
dónde se habría ensayado su aplicación de manera más o menos correcta y eficaz”[5].
El libro La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del “modelo Barcelona” es un análisis crítico que ya
desde el mismo título avanza cual es el resultado de dicha valoración para el autor. Se trata de un
ensayo provocador, como bien se desprende de los títulos de los diferentes capítulos, que nos lleva a
una reflexión profunda sobre la verdadera Barcelona pero que, lejos de quedarse únicamente en el
caso de la Ciudad Condal, ofrece argumentos extrapolables para el debate sobre otras ciudades.
Este trabajo se enmarca dentro del actual debate sobre el modelo Barcelona, al que, en este caso, el
autor contribuye mediante una obra de claro enfoque antropológico. La formación de Manuel
Delgado, así como sus principales líneas de investigación, se reflejan en el libro, tanto en el enfoque
antropológico señalado anteriormente, como en el interés por el análisis del uso de los espacios
públicos y el examen del sentimiento de “barcelonismo” como ejemplo de construcción de
identidades colectivas en contextos urbanos, uno de los principales temas de investigación del autor.
Este enfoque difiere del enfoque geográfico donde hubiera destacado el estudio morfológico, más
centrado en ejemplos concretos de actuaciones a diferentes escalas, como se observa en el libro de
Horacio Capel El modelo Barcelona: un examen crítico, y de la visión más personal y subjetiva de las
diferentes voces que se recogen en Odio Barcelona. Así, vemos análisis diferentes que deben
entenderse como complementarios pues, como el propio autor reconoce, existe una relación entre
morfología urbana y actividad social, lo que hace necesario un análisis multidisciplinar. Se trata pues
de un ensayo crítico y en este sentido debe entenderse como una crítica dura y, posiblemente, difícil
de asumir por autoridades y autores excesivamente servilistas con un modelo del que olvidan que
también tiene fallos. Como Horacio Capel señala en su obra, las opiniones de aquellos técnicos
involucrados activamente en el modelo no muestran ninguna capacidad de autocrítica con lo que se
hacen necesarias voces que señalen los fallos[6].
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Un aspecto interesante del libro es cómo el autor destaca el importante papel de los ciudadanos en la
ciudad y la necesidad de que ejerzan tal papel para evitar que la ciudad se someta a los deseos de los
poderes públicos y otros agentes que, realmente, no son los que hacen la ciudad. En varias ocasiones
se alude al interés del poder político por simplificar, unificar, homogeneizar, hacer más transparente,
dócil y obediente a la ciudad y como, frente a esto, es necesaria la rebelión ciudadana.
Otro aspecto relevante del libro de Manuel Delgado es el que hace referencia al continuismo entre la
etapa dictatorial y la democracia en lo referente, por ejemplo, a agentes implicados. Es importante
analizar la posición de aquellos que intervinieron en la creación y gestión del modelo Barcelona para
entender la motivación de algunas actuaciones. Como Horacio Capel señala con la designación de la
Ciudad Condal como sede de los Juegos Olímpicos en 1986 se pasó de un modelo de actuación a
pequeña escala a grandes proyectos, de la preocupación por los vecinos a la competencia mundial,
perdiéndose gran parte del contenido social de lo que, hasta aquel entonces, se entendía como modelo
Barcelona, así cabe entender que en los 90 se dio un cambio de modelo, o bien una “derechización
política del modelo Barcelona”[7]. Como Capel destaca, algunos técnicos municipales vinculados al
urbanismo acabaron trabajando en empresas privadas del sector inmobiliario, una muestra más del
poder de dicho sector en la ciudad y de la venta de la ciudad al capitalismo.
Un tema de gran interés y de suma vigencia es el de la lucha contra la uniformidad y contra la
docilidad y es que, heterogeneidad y conflicto no tienen porque entenderse en un sentido negativo. El
papel de los espacios de calidad cuando son utilizados para anular la heterogeneidad choca con la
realidad de lo urbano y es que, como bien señala Anatxu Zabalbeascoa al hablar de los espacios
públicos, “una plaza hoy es más una suma de diferencias que un espacio unitario”. En concordancia
con esto el Premio de Espacio Público Europeo de 2008 ha recaido en la Barking Town Square de
Londres, de la que el jurado señala que expresa la diferencia, “la pluralidad e incluso el conflicto
como rasgos básicos de la ciudad”[8]. Pero frente a la heterogeneidad real de las ciudades desde el
poder se insiste cada vez más en homogeneizar, como acción para facilitar el control sobre la ciudad.
En el mismo capítulo en el que el autor habla de los espacios de calidad también hace referencia a la
importancia del monumento. En este sentido es importante lo que señala el autor y que está en
consonancia con la opinión de Lobato Corrêa que apunta cómo los monumentos son representaciones
materiales de eventos pasados, con una gran carga simbólica y polisémicos, susceptibles a diferentes
interpretaciones, por tanto, por definición, deberían ser ejemplos de la heterogeneidad urbana aunque
desde las autoridades se construyan con un objetivo opuesto[9].
En esta misma dirección de búsqueda de la uniformidad, podemos destacar el debate sobre la
tematización del centro de las ciudades, que se refleja en el hecho de que tras la modernización de los
mismos, los resultados son de una increíble similitud entre los centros de diferentes ciudades. Esta
modernización presenta dos caras, por una parte acerca las ciudades al mapa turístico y por otro las
aleja de sus habitantes como señala Lluís Pellicer[10]. Continuamente se alzan voces que señalan
estos problemas y la necesidad de saber quién esta detrás de todo esto, como Josep M. Montaner y
Zaida Muxí resaltan “la tematización de los centros históricos y los ejes comerciales, que se repite en
todas las grandes ciudades, es la escenificación de procesos urbanos, sociales y económicos mucho
más complejos, lejanos de la casualidad, el azar o el aparente crecimiento natural y espontáneo”[11].
Un ejemplo concreto que sintetiza en una misma área muchos de las diferentes realidades de la
Barcelona actual es el caso de Ciutat Vella. En general, cuando se habla de este distrito se suele
señalar como uno de los principales problemas de la ciudad. Sin embargo, es en esta zona donde se ve
claramente la lucha entre los intereses hosteleros, con el crecimiento espectacular de establecimientos
de este tipo, la gentrificación y la presión sobre los residentes que muchas veces están siendo
expulsados de sus barrios por la excesiva concentración hotelera. Es, el caso específico de Ciutat
Vella, un ejemplo real de multiculturalidad como señala Joan Subirats y debe entenderse como una
oportunidad para buscar la coexistencia de diferentes grupos sociales ya que, si se consigue la rebelión
de la ciudad frente a las políticas homogeneizadoras, cabe esperar que la ciudad del futuro tenga una
configuración similar a la de Ciutat Vella[12]. En base a esto parece fácil entender el afán de las
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autoridades por desmembrar esa multiculturalidad real del distrito, para conseguir una escénica que
sirva de reclamo publicitario pero que sea controlable desde el poder establecido.
Otro tema de gran actualidad es el debate sobre la participación ciudadana. Cuando se hace referencia
a él sería interesante reflexionar acerca de la falta de motivación de gran parte los ciudadanos a la hora
de involucrarse en los proyectos, ya sea para informarse, proponer alternativas, quejas, etc. Tal vez
pueda deberse a la falta de mecanismos activos de participación, pues como señala Antónia Casellas,
una característica del actual modelo Barcelona es la escasa voluntad de inclusión de la participación
ciudadana frente al énfasis en la colaboración públicoprivada como herramienta de planificación[13].
Frente a esto los ciudadanos responden de maneras diversas. Algunos se rinden ante la impotencia de
no poder ejercer sus derechos como ciudadanos, otros se rebelan, y otros permanecen indiferentes;
podría considerarse a estos últimos el reflejo de lo que Jordi Borja señala como la hipótesis de la
desposesión, según la cual los ciudadanos se van sintiendo gradualmente desposeídos de su
ciudad[14]. Para Jordi Borja como reacción a la desposesión se observa el renacimiento de
asociaciones de vecinos y otras entidades las cuales muestran su descontento ante las diferentes
acciones que están llevando a la Ciudad Condal a claudicar frente al capitalismo. Y es que, frente a los
ciudadanos que son los que realmente hacen la ciudad, en el caso de Barcelona, como bien señala
dicho autor “se hace ciudad hacia fuera, para consumidores externos”. En este mismo sentido se
manifiesta Clarós que señala la incapacidad de las autoridades para escuchar a aquellos grupos
sociales que reclaman su derecho a ser escuchados y apuntando que “hasta que el impulso de la
ciudad no retorne a la gente, Barcelona continuará sumida en la crisis por más decorados y anuncios
propagandísticos que le quieran poner”[15].
Un ejemplo clave en el que se visualizan conjuntamente la falta de receptividad de la administración
pública a las propuestas ciudadanas así como el desprecio por la conservación del patrimonio
industrial de la ciudad es el caso de Can Ricart. Dicha fábrica está incluida dentro del llamado
proyecto 22@ del Poblenou el cual pretende la transformación del barrio, con el objetivo final de
obtener un gran espacio dedicado a las nuevas tecnologías que convivirán con nuevas áreas de
vivienda así como equipamientos y zonas verdes. Este proyecto contempla a su vez, el desplazamiento
de aquellas actividades que se consideren incompatibles con dichos usos, como son el caso de las
actividades productivas y artísticas ubicadas en la antigua fábrica de Can Ricart. Como señala Antònia
Casellas “el proceso de evolución del recinto a través de los años ejemplifica a su vez los cambios
sufridos en el barrio en el que se ubica” con lo que la destrucción del mismo llevaría consigo la
desaparición de una parte importante de la historia del barrio y, por extensión, de la propia
Ciudad[16]. Con la recalificación de los usos del suelo del Poblenou aprobada por el Ayuntamiento en
el año 2000 se convierte esa área en una zona dedicada a la economía del conocimiento obligando al
desplazamiento de aquellas actividades ya implantadas allí. En un primer momento la opinión del
Ayuntamiento se centró en conservar elementos puntuales de la edificación. Frente a esto el Grup de
Patrimoni del Fòrum de la Ribera del Besòs se encargó de documentar el valor del conjunto entendido
como elemento unitario. Como Horacio Capel señala en su artículo la movilización ciudadana en
defensa de Can Ricart, de la que es un gran ejemplo la plataforma “Salvem Can Ricar”, “implica la
defensa de un patrimonio, de la historia y de la identidad de la ciudad; también una crítica a la gestión
del 22@ y a la forma de cómo se permite o impulsa la destrucción del tejido industrial del barrio; y,
sobre todo, la defensa de una cierta idea de cómo se ha de desarrollar la ciudad y se ha de elaborar el
urbanismo”[17]. La presión popular fue de tal magnitud que, si en un primer momento fue
sistemáticamente ignorada por autoridades y técnicos, finalmente fue escuchada y se consiguió la
calificación del complejo como bien cultural de interés nacional. Al analizar el caso concreto de Can
Ricart observamos muchos de los rasgos que caracterizan al actual modelo Barcelona, es decir, la
incapacidad de la administración pública para atender a las propuestas ciudadanas, la falta de interés
del Ayuntamiento por la conservación del patrimonio real y su interés por la destrucción o
desvirtualización del mismo pretendiendo anular el pasado real de la ciudad. Es este caso el reflejo de
la “descalificación de la actividad industrial de carácter más manufacturero, sistemáticamente
desvalorada por los planteamientos de la llamada ciudad postindustrial y posfordista” al que hace
referencia Mercedes Tatjer[18].
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En base a todo lo dicho cabe señalar que el libro de Manuel Delgado es una obra de gran interés, que
contribuye a la valoración del modelo Barcelona desde una perspectiva más antropológica. Es
importante analizar las críticas que Delgado señala considerando los fallos que denuncia como
oportunidades para mejorar. Resulta vital asumir la realidad actual y la necesidad de que las
autoridades vuelvan a trabajar por una ciudad para los ciudadanos, que no se continúe con la
tendencia a fabricar una ciudad para los turistas y el capitalismo más global, donde son los ciudadanos
los que deben adaptarse. Este libro busca, pues, despertar conciencias adormecidas para reivindicar la
memoria de una ciudad con un pasado y una tradición a la que se pretende convertir en un producto de
consumo alejado de la realidad ciudadana.
Bibliografía
BOHIGAS, Oriol El model Barcelona, segons Horacio Capel. Diario Avui, 8 de mayo de 2005, p.21.
BORJA, Jordi. Revolución y contrarrevolución en la ciudad global. Biblio 3W, Revista Bibliográfica
de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. X, nº 578, 20 de abril de 2005. (a)
[http://www.ub.es/geocrit/b3w578.htm]
BORJA, Jordi. Un futuro urbano con un corazón antiguo. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de
Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. X, nº 584, 20 de mayo de 2005. (b)
[http://www.ub.es/geocrit/b3w584.htm]
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Notas
[1] Capel, 2005, p. 25.
[2] Borja, 2005 (a).
[3] Capel, 2005, p. 25.
[4] Bohigas, 2005.
[5] Monclús, 2003.
[6] Capel, 2005, p. 8.
[7] Capel, 2007.
[8] A. Z. 2008.
[9] Correa, 2005.
[10] Pellicer, 2008.
[11] Montaner y Muxí, 2008.
[12] Subirats, s.f.
[13] Casellas, 2007.
[14] Borja, 2005 (b).
[15] Clarós, 2007.
[16] Casellas, 2007.
[17] Capel, 2007.
[18] Tatjer, 2008.
[Edición electrónica del texto realizada por MiriamHermi Zaar]
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10/09/2015 Delgado, Manuel. La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del "modelo Barcelona"
Ficha bibliográfica
CON IGLESIAS, Alba. Delgado, Manuel. La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del "modelo
Barcelona". Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de
Barcelona, Vol. XIV, nº 836, 25 de agosto de 2009. <http://www.ub.es/geocrit/b3w836.htm>. [ISSN
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