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Pensar la democracia : treinta ejercicios para trabajar en el aula / María Celeste

Adamoli ; Cecilia Flachsland ; Violeta Rosemberg. - 1a ed. - Buenos Aires :


Ministerio de Educación de la Nación, 2013.
NADA GRANDE SE PUEDE HACER CON LA TRISTEZA
1

El voto

La vuelta del feriado de carnaval

“Me acuerdo que estuve despierto desde las cuatro de la mañana por la ansiedad que
tenía. Era una mezcla de inmensa alegría porque terminaba la dictadura pero también
mucho miedo”, recuerda un ciudadano que el 30 de octubre de 1983, después de casi una
década de no poder hacerlo, entró al cuarto oscuro y votó. Esa histórica elección, en la que
triunfó el radical Raúl Alfonsín, fue las más masiva de estas últimas tres décadas: el 85 por
ciento de la población habilitada para sufragar se presentó a hacerlo.

El 5 de enero de 1983, el gobierno de facto, haciendo gala de un enorme cinismo, había


lanzado una campaña de radio y televisión con el objetivo de fomentar la participación de
la ciudadanía. Aunque los comicios aún no tenían fecha confirmada, la dictadura dijo que
serían durante octubre. El ministro del Interior, Llamil Reston, se ocupó de una cuestión
material para nada menor: llamó a licitación para comprar 30 mil urnas. El mismo día en
que se anunciaron las elecciones, las Abuelas de Plaza de Mayo publicaron una solicitada
pidiendo la restitución de los niños desaparecidos.

El punto de partida para el restablecimiento democrático fue el resultado de una serie de


acontecimientos sucedidos durante la misma dictadura: la creación de la Multipartidaria
en 1981 y el inicio de lo que se denominó el “diálogo político”, el incremento de las
presiones sindicales a través de la Confederación General del Trabajo (CGT), la derrota de
las Fuerzas Armadas en la guerra de Malvinas y, finalmente, la fuerte oposición
presentada por algunos actores de la sociedad civil frente a la sanción de una autoamnistía
impulsada por las mismas fuerzas de seguridad. “Se va a acabar, se va a acabar la
dictadura militar…” era una consigna extendida socialmente y que ya no se cantaba por lo
bajo sino a viva voz en marchas, recitales y partidos de fútbol.

La campaña electoral de 1983 enfrentó a una serie de actores consagrados en el sistema de


partidos políticos de nuestro país. El 91 por ciento de los sufragios se dividió entre dos
fuerzas mayoritarias: el peronismo y el radicalismo. La fórmula Raúl Alfonsín y Victor
Martínez se impuso con el 51,81 por ciento de los votos sobre la presentada por el Partido
Justicialista: Ítalo Argentino Luder y Deolindo Felipe Bittel. Muchos otros partidos
presentaron candidatos: el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Partido
Intransigente, la Unión del Centro Democrático, el Partido Socialista, la Democracia
Cristiana, el Partido Comunista, el Frente de Izquierda Popular y la Alianza Federal.
Las imágenes de aquellas jornadas de octubre de 1983, con su fuerte marca de
participación, pueden ayudar a comprender cómo la democracia comenzó a instituirse en
el imaginario nacional como el mejor sistema político para la vida colectiva. Incluso,
durante el 2001, cuando el “voto bronca” fue masivo, se siguió sosteniendo que cualquier
solución debía gestarse al interior del campo democrático, a diferencia de otras crisis de la
historia argentina donde la salida militar era la opción preponderante.

La fiesta, como espacio de alegría, también constituye un modo de participación en la vida


política. Tal vez por eso, en junio de 1976, la Junta Militar firmó el decreto 21329/76 que
eliminaba los feriados de carnaval, un duro golpe, pero no definitivo, para la actividad de
las murgas, comparsas y otras agrupaciones de carnaval de todo el país. Casi tres décadas
después, en 2004, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires restituyó los feriados luego
de varios reclamos organizados. En 2011 el Estado nacional hizo lo mismo.
Como afirman los integrantes de la Agrupación M.U.R.G.A.S.: “La vuelta del feriado de
carnaval potencia la fiesta del Dios Momo a nivel local, regional y nacional; posibilita la
organización y realización de un gran festejo en cada ciudad, con las originalidades,
tradiciones y nuevas apuestas identitarias, y nos da la oportunidad de que todo el pueblo
salga a las calles a festejar”.

La institucionalidad de la democracia restituida en 1983 se fue reencontrando con el ánimo


celebratorio de la participación. O mejor dicho, el pueblo fue reconociendo que la
democracia no se ejerce solamente a través del sufragio, sino también desde la
participación activa en el espacio público. La masiva, espontánea y alegre concurrencia a
los carnavales permite también
consagrar la democracia. En 2011, la celebración de los carnavales estuvo acompañada de
una ilustrativa cita de Arturo Jauretche: “Nada grande se puede hacer con la tristeza”

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