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LA FUNDACIÓN DE ROMA

Desde el año de 795 hasta el año de 752 antes de Jesucristo (espacio de 43 años)
 

ÉRASE un rey que tenia dos hijos, el uno se llamaba Numitor y el


otro Amulio.

Estando para morir este rey, dio a su hijo Numitor su reino para
que le gobernase después de él, y a Amulio todos sus tesoros, que
consistían en mucho oro y plata.

Pero Amulio, que era malo, tuvo envidia de su hermano, y en lugar de gastar el oro y
plata que tenia en hacer buenas obras, se sirvió de él para corromper los criados de Numitor
e hizo encerrar a este pobre príncipe en una cárcel para reinar en su lugar, pero no se
atrevió a mandarlo matar.

Habéis de saber que Numitor tenia un hijo que llamaban Lauso y una hija llamada
Rhea, que ya eran grandes ambos. Amulio, que temía que estos dos niños reclamasen la
herencia de su padre y su libertad, hizo matar a Lauso un día que estaba de caza en un
monte extraviado, y mandó encerrar a Rhea en una casa, donde unas muchachas estaban
obligadas a mantener un fuego que jamás debía apagarse.

Estas muchachas, que llamaban Vestales, porque estaban consagradas a una diosa a la
que dieron el nombre de Vesta, eran muy desgraciadas porque si dejaban apagar el fuego
estaban condenadas a ser enterradas vivas. Las Vestales no debían casarse nunca.

Mas ved ahí que la joven princesa Rhea fue robada por un hombre poderoso, de quien
no nos han dicho el nombre, y al tiempo de volverla a llevar a aquella casa donde era tan
desgraciada, de orden de su tío Amulio, dio a luz dos niños, el uno que llamaron Remo y el
otro Rómulo.

El rey Amulio, luego que lo supo, se enfadó tanto que mandó a uno de sus criados que
cogiese aquellas dos criaturas y las echase al Tíber, que es un gran río de aquella tierra;
pero aquel hombre, que no era tan malo como su amo, tuvo lástima de las criaturitas y se
contentó con dejarlas en un monte.

Sin embargo, como temía ser castigado por Amulio por no haberle obedecido, aunque
había hecho una buena acción en lugar de una mala que le hablan mandado, le dijo que los
niños habían muerto, y en efecto hubieran perecido muy pronto por falta de alimento, si la
Providencia, que vela sobre los inocentes, no hubiera atendido a su subsistencia.

       Ya habéis oído contar que los lobos son muy malos, pues que en
ciertos países cuando hace mucho frío, llegan hasta los lugares para
comerse los ganados y aun los hombres que cogen descuidados; pues bien,
una loba, que había perdido sus cachorros, fue la que Dios escogió para
alimentar a los niños abandonados. Aquel animal halló a los pobres niños y
en lugar de comérselos los llevó a su madriguera, los calentó y los
alimentó con su leche, lo que muy pronto los hizo fuertes y robustos.

Mas un día los pastores que perseguían a un lobo, porque ya sabéis que los lobos se
llevan los carneros, llegaron hasta el agujero donde estaban Remo y Rómulo. La loba huyó
al acercarse los pastores quienes sorprendidos de hallar allí dos niñitos, los llevaron consigo
y los cuidaron mucho.
Remo y Rómulo crecieron estando con aquella buena gente, y muy pronto se hicieron
mozos robustos.

Aquellos pastores, que eran groseros pero honrados, no pudieron ocuparse mucho
tiempo en los huérfanos que habían adoptado, y muy en breve Remo y Rómulo fueron
conocidos en todo el país por muchachos traviesos, turbulentos y mal educados; siempre
estaban riñendo con los pastores de aquellos alrededores, y un día se apedrearon tanto con
sus vecinos, que los guardas del rey Amulio vinieron a restablecer la paz y se llevaron a
Remo a la presencia del rey, quien por fortuna no sabía que aquel mozo era uno de los niños
que creía muertos hacía mucho tiempo.

Cuando vio Rómulo que los guardas del rey se llevaban a su hermano, se puso furioso
porque tenía un carácter muy violento, y fue todavía mucho peor cuando un pastor llamado
Fáustulo le contó que los dos eran sobrinos de aquel rey, que los había hecho abandonar en
el monte.

Al momento reunió a todos sus compañeros, y antes que Amulio hubiese sabido su
intención, corrieron todos juntos a la ciudad de Alba donde vivía, y mataron al rey, quien
merecía su suerte porque había sido injusto y cruel con todos sus parientes. El primer
cuidado de Rómulo, después de haber libertado a su hermano, fue el de hacer salir a su
abuelo Numitor de la cárcel donde estaba detenido hacia cuarenta y dos años, y volverle la
corona de la que se había visto privado por tanto tiempo. El buen anciano tuvo mucho gozo
en verse libre, y abrazó con mucha ternura a sus nietos, a quienes no conocía todavía. Ya os
he dicho que Remo y Rómulo estaban ambos muy mal criados y como sucede muchas veces
a las gentes del campo, se fastidiaron de vivir en una ciudad, ellos que tenían la costumbre
de correr por los campos, cazar lobos y otras fieras, y entregarse a toda clase de juegos
peligrosos y alborotados; por esto pidieron permiso a su abuelo para irse al campo con otros
muchos mozos que no eran mejores que ellos, lo que el buen hombre les concedió de buena
gana, porque muy pronto había notado que sus nietos eran demasiado bulliciosos para
estarse en una casa donde se gusta de sosiego.

Marcharon pues Remo y Rómulo, y como no sabían en qué pasar el tiempo, se pusieron
a edificar una ciudad, donde querían fijarse con sus compañeros.

Un día que Rómulo estaba haciendo un hoyo para la nueva ciudad llegó su hermano, y
riñeron mucho tiempo para saber quién daría el nombre a aquella ciudad; en fin,
convinieron y decidieron que aquel de los dos que pasado un momento viese mayor número
de buitres, aves muy comunes en aquel país, daría a la ciudad el nombre que quisiera.

Remo declaró al momento que había visto seis buitres, y Rómulo sostuvo que había
visto doce. Esto dio lugar a otra nueva disputa entre los dos hermanos, que hubieran debido
amarse y ceder mutuamente, en lugar de pegarse como furiosos; y como Rómulo era el más
terco y violento, lo que es un defecto muy feo, se puso tan colérico al ver a su hermano
saltar por mofa el hoyo que acababa de hacer, que le tiró a la cabeza el azadón que tenia en
la mano, y le mató del golpe.

Muy pronto veréis que este crimen, que era horroroso, fue su desgraciar, y que padeció
muchos males durante su vida.
JULIO CÉSAR

Desde el año de Roma 691 hasta el 710 (espacio de 19 años)


 

AQUEL rey Mitrídates, a quien Sila había vencido antes de volver a


Roma, tenia tanto odio a los romanos que los suscitó enemigos por
todas partes, y los venció él mismo muchas veces, hasta que en fin
enviaron contra él un general llamado Pompeyo, que era hombre muy
hábil y valiente y a quien todos amaban, porque era dulce y honrado.
Voy ahora a contaros hablando de esto cómo es que llegó a vencer a Mitrídates.

Acaso habéis advertido que cuando os paseáis a la luna, si este astro está detrás se
alarga mucho vuestra sombra sobre la tierra y se hace entonces muy grande, esto fue la
causa de que Mitrídates fuese vencido, porque Pompeyo le atacó de noche y los soldados de
Mitrídates que vieron la sombra de los romanos, creyeron que estaban muy cerca de ellos, y
tiraron sus flechas contra aquellas sombras que creían hombres. Los romanos se
aprovecharon de este error para matar un gran número de ellos y Mitrídates tuvo que
fugarse con los restos de su ejército.

Este pobre rey no adelantó mucho con esto, porque uno de sus hijos, que era un
verdadero monstruo, quiso reinar en su lugar, y cometió el mayor de todos los delitos
obligando a su padre a que tomase un veneno; pero Dios castigó muy pronto su infame
parricidio, porque en breve pereció él mismo miserablemente.

Mientras que Pompeyo se hallaba ocupado en hacer esta guerra y otras todavía,
sucedieron en Roma acontecimientos que por poco no acaban con todos los hombres de bien
que en ella había todavía.

Había entonces en la ciudad muchos malas cabezas que no pensaban más que en beber
en las tabernas, en entregarse a la gula y en otros muchos defectos feos, y se reunieron
todos un día para impedir que los llevasen a cárcel como lo merecían.

Uno de estos malas cabezas, que se llamaba Catilina, fue elegido para ser su jefe,
porque era todavía más malo que los demás, y todos juntos resolvieron matar a los cónsules
y a los senadores, y aun pegar fuego a la ciudad para hacer todo el daño posible. Pero uno
de los cónsules que se llamaba Cicerón, y era un hombre virtuoso y elocuente, contó todo
esto al senado y pidió que hiciesen morir a Catilina y a todos sus compañeros. Hubo sin
embargo un senador llamado Julio César que suplicó no les hiciesen más que desterrarlos
lejos de Roma, porque no querían creer que fuesen tan malvados; más prevaleció el
dictamen de Cicerón y enviaron soldados que mataron todos aquellos perversos, y con ellos
a Catilina, que ya se había fugado de Roma.

Este Julio César, de quien acabo de hablaros, era marido de la hija de Pompeyo;
hombre de una muy hermosa figura y muy valiente, y que hablaba tan bien que nadie podía
cansarse de oírle; le gustaba mucho que hablasen de él y hubiera querido ser el señor de
toda el mundo. Así es que como se fastidiaba en Roma por no tener nada que hacer, pidió él
venir a hacer la guerra a las Galias, que hoy llaman Francia, y a España (1).

     Ya había salido César de Roma cuando llegó Pompeyo con muchos
tesoros y riquezas que había cogido a los enemigos; todos se pusieron muy
contentos con verle, porque Pompeyo era tan bueno que había licenciado
a todos sus soldados sabiendo que nadie quería hacerle daño. Logro el más
hermoso Triunfo que se había visto nunca; más después de esto hubo
gentes que le tuvieron envidia, y no se sabe lo que hubiera sucedido si no
hubiera vuelto César para defenderle porque Pompeyo era su suegro y
amigo.

César tenia otro amigo llamado Craso que era muy rico pero que no tenía tanta virtud
como Pompeyo ni tanto talento como César. Estos tres hombres reunidos se hicieron tan
poderosos que se burlaron de los senadores y de todo lo que decían de ellos, y su sociedad
se llamó un Triunvirato porque no eran más que tres que mandaban en todo. Voy a deciros
ahora lo que sucedió a cada uno de ellos.

Desde luego Craso quiso hacer la guerra contra los Partos, que un pueblo de Asia muy
diestro en lanzar flechas fingiendo huir. Pero un día vinieran a atacar a los romanos con
tanto valor que los derrotaron completamente, y el mismo Craso murió en la acción; como
había sido muy avaro y le gustaba mucho el dinero en vida, el rey de los Partos le hizo
cortar la cabeza, aunque estaba ya muerto, y mandó que le echasen oro fundido en la boca
diciendo que era preciso hartarle de aquel metal, del que había estado tan sediento.

César era tan amado de todo el pueblo romano, porque hacía muchas veces celebrar
juegos y espectáculos, y daba dinero a los soldados y a los pobres, que le dio envidia a
Pompeyo y así no tardaron en reñir y se batieron por mar y por tierra para saber cuál de los
dos mandaría al otro. Pompeyo tuvo que salir de Roma y César le persiguió con su ejército
para cogerlo vivo, porque no quería que le hiciesen daño.

Al fin se encontraron en un lugar que llaman Farsalia y hubo allí una gran batalla, pero
César eran tan hábil y tan feliz que Pompeyo tuvo que fugarse, sin más tiempo que para
subir a un navío y escaparse a Egipto, donde esperaba hallar un asilo.

En aquél tiempo había en Egipto un rey joven, que se llamaba Tolomeo, y una joven
reina muy hermosa llamada Cleopatra, que era su hermana. Cuando vieron llegar al pobre
Pompeyo, que no sabía ya donde ocultarse, en lugar de tener lástima de él y ayudarle a
escaparse, mandaron que le matasen y que se enviase su cabeza a César, creyendo que éste
horroroso regalo la daría gusto; pero cuando lo vio, César lo sintió mucho y echó a llorar,
porque como ya os he dicho, Pompeyo había sido antes su amigo.

El malvado rey Tolomeo se arrepintió muy pronto de esta mala acción, porque en lugar
de recompensarle César le hizo poner en la cárcel y quiso que su hermana Cleopatra reinase
en su lugar, habiéndole parecida tan hermosa que no la pudo negar nada. Tolomeo quiso
escaparse de su prisión, pero al pasar un gran río se ahogó.

César no estuvo mucho tiempo en Egipto porque se volvió a Roma, donde en lugar de
vengarse de sus enemigos recibió a Cicerón y a todos los amigos de Pompeyo como si
siempre hubiesen sido los suyos. Hizo dar a los pobres trigo y dinero, y le hicieron dictador
como lo había sido Sila; pero no quiso que hiciesen mal a nadie, y casi todo el pueblo le
amaba a causa de su dulzura.

Sin embargo, había todavía muchos senadores y otros romanos que estaban enfadados
con él porqué quería ser solo el señor de todos; pero sus dos más crueles enemigos eran
Casio y Bruto, a quienes había concedido la vida después de la batalla de Farsalia.

Bruto era de la familia del que había expulsado a los Tarquinos, cuya historia ya os he
confiado, y era un hombre feroz, pero intrépido. Los dos resolvieron matar a César cuando
fuese al Senado, creyendo que harían una acción con la que todos estarían contentos.

No ignoraba César que muchas gentes querían matarle; pero como no hacía mal a
nadie no creía que se atreviesen a hacérselo a él; se presentó pues en medio de los
senadores, según su costumbre, más apenas entró cuando algunos se arrojaron sobre él y le
dieron de puñaladas. César quiso al pronto defenderse, pero cuando vio a Bruto a quien
amaba avanzar también para herirle, dijo estas palabras: "¡y tú también Bruto!" Se cubrió
después la cabeza con su toga y cayó muerto al pie de la estatua de Pompeyo.

Estoy seguro que esta historia os ha dado pena, porque César no era malo, vais a ver
muy pronto lo que sucedió a los que hicieron esta mala acción, de la que fueron castigados
según merecían.

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(1) Aquí el traductor dice "la g

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