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El Hijo Jesús No es Solamente un Hombre, Sino que

es Dios Padre Manifestado en la Condición de un


Hombre - Una Respuesta al Ebionitismo, el
Adopcionismo, el Monarquianismo Dinámico, el
Nestorianismo, el Socinianismo y la Teología
Liberal
Por Julio César Clavijo Sierra
© 2019. Todos los Derechos Reservados

Las Doctrinas Que Proclaman que el Hijo es Solamente un Hombre, Pero No Dios Mismo en 
la Carne 

El Evangelio tiene un valor y una belleza inigualables, pues su base está en que Dios ha amado a
la humanidad con el amor más grande, al punto de que Él mismo (y no otro) vino como un Hijo de
Hombre a buscar y a salvar a la humanidad que se había perdido en el pecado (Isaías 52:6,
Jeremías 31:3; Ezequiel 34:11, Oseas 13:4, Lucas 19:10). La Escritura llama a esto el misterio de
la piedad (1. Timoteo 3:16), es decir del amor y de la misericordia de Dios. Dios el Padre vino a
salvar a sus Hijos, asumiendo la condición de nuestro Pariente Redentor (Levítico 25:25) como el
Niño que nos fue nacido y el Hijo que nos fue dado (Isaías 9:6).

El diablo siempre ha intentado ensombrecer la verdad y la hermosura del Evangelio del amor de
Dios, y para eso ha inventado todo tipo de doctrinas que niegan que Jesús sea el mismo Dios
Padre manifestado en la carne, rebajándolo a la categoría de un simple delegado de Dios. De este
modo, han surgido teorías como el binitarismo y el trinitarismo (que dicen que Jesús es una
persona divina pero no el Padre), el arrianismo (que dice que Jesús es un semidios o un ángel), y
muchas ideas unitarias que sostienen que Jesús es solamente un hombre especial. Todas estas
ideas pueden ser etiquetadas como el delegacionismo, que sostiene que “Dios envió a un
delegado para salvar al mundo; en otras palabras, Dios envió a alguien más”. [1] Los
delegacionismos del “Jesús” arriano y del “Jesús” solamente humano, se conocen como el
unitarismo.
Todas estas doctrinas delegacionistas suelen parcializarse con los textos que presentan a Jesús
como el Hijo, pero voluntariamente deciden ignorar aquellas porciones de la Escritura que también
presentan a Jesús como el único Dios y Padre entre nosotros. Por no haber querido recibir la
generalidad de la revelación bíblica, y haber optado por recortarle a la Palabra para tomar de ella
solamente lo que les ha parecido, es que todos ellos han caído en la peligrosa herejía de ver a
Jesús solamente como un delegado del Dios Padre. “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni
disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Yahvé vuestro Dios que yo os
ordeno” (Deuteronomio 4:2). 

Aunque en este documento se tratarán asuntos que pueden servir para desenmascarar al
delegacionismo en general, incluyendo al binitarismo (que dice que Dios consiste de dos personas
divinas), al trinitarismo (que dice que Dios consiste de tres personas divinas y distintas)  y al
arrianismo (que habla de un Dios y un semidios), nuestro énfasis estará sobre las herejías
delegacionistas del “Jesús” solamente humano.

Desde muy temprano, a finales del siglo I, una secta judaizante conocida como los ebionitas,
argumentó que Jesús era solo un hombre profeta entre otros muchos profetas, a quien Dios eligió
para proclamar su voluntad. La religión del Islam, fundada en el siglo VII, tiene un punto de vista
similar, pero le añade que Mahoma –y no Jesús– es el más grande de todos los profetas.

En el siglo II, Teodoto el Curtidor dijo que Jesucristo era nada más que un hombre común y
corriente que fue adoptado por Dios como hijo suyo a través del bautismo. Su idea es conocida
como el adopcionismo. Otros adopcionistas ubican la adopción en cualquier otra parte de la vida
humana de Jesucristo. Varios de los grupos que hoy en día se conocen como judío-mesiánicos
tienen esta posición.

En el siglo III, Pablo de Samosata presentó a Jesús solamente como un hombre sobre el cual
reposó de una manera asombrosa la dynamis o fuerza del único Dios personal. Por esa razón, su
posición ha sido conocida como el monarquianismo dinámico. Muchos grupos branhamitas –que
surgieron desde William M. Branham–, creen una doctrina parecida que dice que a Jesús
solamente se le podía llamar “Dios”, en ciertos momentos en que Dios lo poseía. La religión
conocida como la Fe Bahá'í, fundada en el siglo XIX, también tiene un punto de vista similar,
aunque difiere al creer que Jesucristo es uno entre otros muchos hombres que han manifestado a
Dios de una manera tan poderosa.

En el siglo V, un trinitario llamado Nestorio, enseñó que Cristo consiste de la unión de dos
personas independientes que son un Hijo divino y un Hijo humano, con el Hijo divino habitando en
una casa (o templo) que es el Hijo humano. El hombre que hay en Cristo no es Dios mismo en
ningún sentido, sino solamente el portador del Hijo divino. Dicha posición es conocida como el
nestorianismo. En la actualidad, existen muchos trinitarios que al intentar explicar la manifestación
de Dios en carne, lo hacen recurriendo al argumento de los dos Hijos, indicando que el Hijo divino
nunca se encarnó, ni nació, ni murió, pero en cambio el Hijo humano sí nació de la virgen y murió
en la cruz.

Existe también un nestorianismo no trinitario, que indica que Cristo consiste de la conjunción de
dos personas separadas llamadas el Hijo y el Padre, donde el Hijo es solamente un hombre que no
puede ser Dios mismo encarnado en algún sentido, mientras que el Padre es la única persona
divina que habita en ese templo humano que es su Hijo. La “Iglesia La Luz del Mundo”, fundada en
1926 por Eusebio Joaquín González, tiene esta doctrina. Algunos despistados suelen refutar al
nestorianismo no trinitario, y se engañan pensando que ellos en realidad están rebatiendo a la
doctrina de la Unicidad de Dios.

En el siglo VIII, dos trinitarios españoles, Elipando y Félix, enseñaron una mezcla de nestorianismo
con adopcionismo, argumentando que mientras el Hijo divino era el Hijo natural de Dios, el Hijo
humano era el Hijo adoptivo de Dios.
En el siglo XVI, un italiano llamado Fausto Socino, fue el promotor de un movimiento unitario que
proclamó que Jesús es únicamente un hombre que fue milagrosamente concebido de la virgen
María por la voluntad divina, y que por eso recibió el título de Hijo de Dios. Dijo que la misión de
Jesús fue la de transmitir a los demás hombres la voluntad del Padre tal como le era revelada, pero
después de ser crucificado fue resucitado por Dios, y ascendió a los cielos adquiriendo la
inmortalidad para reinar sobre los hombres. Esta posición ha sido conocida como el unitarismo
sociniano o socinianismo. Entre los grupos que actualmente sostienen el socinianismo, están los
Cristadelfianos (o “Hermanos de Cristo”) que surgieron en el siglo XIX en torno a las enseñanzas
de John Thomas, el movimiento denominado Reforma del Siglo XXI con su destacado proponente
Sir Anthony Buzzard, y la influyente iglesia filipina conocida como “Iglesia Ni Cristo” (traducida al
español como “Iglesia de Cristo”) organizada por Félix Manalo en 1914.

En el siglo XIX, surgió en Alemania un movimiento conocido como la teología liberal o


racionalismo, que niega todo lo milagroso de la Biblia, y dice que Jesús fue solamente un buen
maestro moral. Esta teología sostiene que no hay existencia más allá de la muerte, por lo que cada
hombre se “salva” o “libera” a sí mismo a través de la superación personal. Entre los más
destacados proponentes de esta posición, estuvieron Friedrich Schleiermacher, Adolf von Harnack,
Albert Schweitzer, Rudolf Bultmann y Paul Tillich. Actualmente existe un movimiento conocido
como el Unitarismo Universalista (con diversas asociaciones de iglesias), que se adhiere a la
teología liberal.

En las próximas secciones, daremos respuesta a las objeciones que suelen presentar estos grupos
unitarios que solo consideran al Hijo Jesús como un ser humano, negando que Él también es
Emanuel, Dios mismo con nosotros como un hombre.

Dios Se Hizo Carne

Se ha dicho que ninguna parte de la Biblia dice que Emanuel, el Hijo, sea Dios hecho carne como
un hombre entre nosotros.

Sin embargo, Juan 1:14 dice: “Y aquella Palabra [que era Dios – Juan 1:1] fue hecha [Gr.
gínomai]  carne, y habitó [Gr. skénoó] entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito
del Padre), lleno de gracia y de verdad”. El término griego traducido como “hecho” es ginomai, que
significa “convertirse” o “llegar a ser”. El término griego traducido como “habitar” es skenóo, que
significa “acampar” o “habitar en un tabernáculo”. La Palabra que es Dios, primeramente se hizo
carne en la condición de un Hijo unigénito, y en consecuencia acampó o vivió entre nosotros como
un hombre.

Bíblicamente hablando, el concepto de Palabra de Dios, significa Dios mismo hablando, actuando o
revelándose a sí mismo. Esto se da tanto con el hebreo dabar, como con el griego logos, y por lo
tanto el término “Palabra” es intercambiable con “Dios”, porque la Palabra es Dios mismo en la
medida en la que Él habla o se revela. Es lo mismo esperar en Yahvé que esperar en su
Palabra (Salmo 130:5). Es lo mismo alabar la Palabra y confiar en la Palabra de Yahvé, que alabar
a Dios y confiar en Dios (Salmo 56:4). La Palabra de Yahvé es nuestra Luz, pero Dios mismo es
nuestra Luz (Comparar Salmo 119:105 con 2 Samuel 22:29). La Palabra de Dios da vida a los
hombres, pero Dios es el que da vida a todos (Comparar Mateo 4:4 con 1 Timoteo 6:13). Por la
Palabra de Dios fueron hechas todas las cosas, pero Dios es el que creó todas las
cosas (Comparar 2 Pedro 3:5 con 1 Pedro 4:19). Juan 1:1 nos dice que desde el principio la
Palabra estaba con Dios, porque desde la eternidad Dios tuvo un plan para revelarse a Sí mismo al
hombre y ese plan estuvo con Él. Juan 1:1 también nos dice que la Palabra era Dios, porque en el
plan eterno de Dios para con el hombre, estaba determinado que Dios mismo iba a venir a salvar
haciéndose un hombre, que es el Cristo, el Hijo unigénito (Juan 1:14; Efesios 1:9-12; Colosenses
1:26-27). En el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada por Dios en el pasado encuentra ahora su
cumplimiento (Mateo 5:17, Lucas 24:25-27). El Hijo es la mejor exégesis o explicación del Padre
para los hombres (Juan 1:18). Aunque Dios nos habló de muchas maneras en el pasado, ahora ha
decidido hablarnos por el Hijo quien es el resplandor de su gloria y la imagen misma de su
sustancia (Hebreos 1:1-3). El conocimiento de la gloria de Dios resplandece en el rostro de
Jesucristo (2 Corintios 4:6).

La Escritura no solo dice que Dios se hizo carne, sino que también nos muestra perfectamente que
el Hijo es el propio Dios en la forma de un hombre, al punto de que indubitablemente el Hijo es
llamado Dios.

“Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu
reino” (Hebreos 1:8).

“Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es
verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la
vida eterna” (1 Juan 5:20).

Hebreos 1:3 nos enseña que el Hijo, el hombre Cristo Jesús, es la imagen [Gr. jaraktér], la
representación exacta, o la estampa de la sustancia (o esencia del Ser invisible) del Padre en la
carne, que se obtuvo a través de su engendramiento en la virgen. En otras palabras, el Hijo es la
copia humana del Dios invisible (Colosenses 1:15). Así como el Padre tiene la vida divina en Sí
mismo, así ha dado al Hijo el tener una vida humana en sí mismo  (Juan 5:26). El hombre Cristo
Jesús no es una persona divina y distinta al Padre Eterno, sino el mismo Padre Eterno en una
nueva existencia como el Niño que nos fue nacido y el Hijo que nos fue dado (Isaías 9:6, 43:10-13),
pero sin dejar de ser el Padre Eterno (Salmo 102:27).

Dado que los demás Hijos (es decir los demás hombres conforme a la voluntad de Dios) tienen
carne y sangre, Dios también participó de lo mismo (para poder ser un Hijo)  para destruir por
medio de su muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Hebreos 2:14). “Por
esta razón, Él tenía que ser hecho como ellos, completamente humano en todos los
sentidos” (Hebreos 2:17 - NIV). Jesucristo siendo Dios por naturaleza [Gr. Morfé, fig. Naturaleza],
se despojó a Sí mismo asumiendo la condición de un hombre, para poder morir como hombre en la
cruz (Filipenses 2:5-8), y por lo tanto la muerte de Jesús es la muerte del Autor de la Vida (Hechos
3:15) en la condición de un hombre, y la sangre que Jesús derramó en la cruz es la propia sangre
de Dios (Hechos 20:28) como un Cordero sin mancha y sin contaminación (1 Pedro 1:18-20). Si los
hombres hubieran conocido la sabiduría de Dios, nunca habrían crucificado al Señor de la Gloria (1
Corintios 2:7-8)  que vino como el Hijo unigénito (Juan 3:16).

En Ezequiel 12, Yahvé dijo que los hombres lo mirarían a Él a quien traspasaron (Ezequiel 12:10),
y esta Escritura se cumplió cuando el costado de Jesucristo, quien es Dios manifestado en
carne (1 Timoteo 3:16), fue traspasado por la lanza de un soldado romano (Juan 19:33-37). La
aparición de nuestro Señor Jesucristo mostrará al único Dios soberano e invisible que merece la
honra por siempre (1 Timoteo 6:14-16). El que viene con las nubes y al que todo ojo verá, es al
Señor que es el Principio y el Fin, el Todopoderoso, al que traspasaron (Apocalipsis 1:7-8). 

Hemos visto que la Biblia dice claramente que Dios se hizo carne, y del mismo modo podemos
decir que Dios se encarnó, ya que Dios fue manifestado en carne (1 Timoteo 3:16). La palabra
griega que en 1 Timoteo 3:16 se traduce como “manifestado” es faneróo, que significa
“presentarse”, “revelarse” o “darse a conocer”. Dios se presentó encarnado, se reveló encarnado y
se dio a conocer encarnado como un hombre.

El hecho de que Dios se haya encarnado (o se haya hecho hombre), no significa que Él haya
dejado de ser el Espíritu que lo llena todo (Jeremías 23:24) y que ahora solo sea un hombre.
Tampoco significa que Dios haya renunciado a su existencia como el Espíritu omnipresente para
transmutarse en un hombre. Dios se encarnó como un hombre pero nunca dejó de ser Dios.

La manifestación de Dios en carne, no significa que Dios solamente infundió su Espíritu en una
persona humana, o que Dios solamente vino a habitar en un ser humano. Tampoco significa que
Dios simplemente se puso una “túnica”, un “velo” o un “caparazón” de carne que no tenía un
espíritu humano. A muchos les gusta solamente la parte de Juan 1:14 que dice que la Palabra que
es Dios habitó (o puso su tabernáculo) entre nosotros, pero ignoran voluntariamente la parte que
dice que se hizo carne. También se concentran solamente en los textos que dicen que Dios estaba
en Cristo (2 Corintios 5:19), que en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la
deidad (Colosenses 2:9), o que el Padre mora en Cristo (Juan 14:10), pero ignoran voluntariamente
los textos que dicen que el Hijo es Dios mismo (Hebreos 1:8, 1 Juan 5:20) como un hombre entre
nosotros (Hebreos 2:14; Filipenses 2:5-8).

La Inmutabilidad de Dios 

Se ha dicho que Dios no pudo venir como Emanuel, como un hombre entre nosotros, porque eso
significaría una transgresión a su atributo de la inmutabilidad, tal como se expresa en Malaquías
3:6 que dice “Porque yo Yahvé no cambio”, y en Santiago 1:17 que dice que en el “Padre de las
luces” “no hay mudanza, ni sombra de variación”.

Sin embargo, es precisamente la inmutabilidad la que ha garantizado que Dios haya podido venir
como Emanuel, como un hombre entre nosotros, sin tener que dejar de ser Dios y sin tener que
renunciar a todo lo que Él es eternamente.

Dios siempre ha existido como el Padre eterno y eso nunca cambiará (Salmo 90:2; Isaías 9:6),
pero al manifestarse en carne Él también vino a existir como el Hijo, como un hombre entre
nosotros (Mateo 1:21; Lucas 1:35; Gálatas 4:4). Nosotros los seres humanos, solo podemos existir
como hombres, porque únicamente poseemos la naturaleza humana. Sin embargo Dios siempre
ha poseído la naturaleza divina, lo que le ha permitido existir por siempre como Dios,  pero también
vino a existir como un hombre porque Él además asumió la naturaleza humana en la encarnación.
Antes de la encarnación Dios existió como Dios, pero después de la encarnación Él existe como
Dios y como Hombre, como el Padre eterno y como el Hijo unigénito. Nuestro Dios no cambió ni
perdió su condición de Dios al manifestarse en carne, pero sí añadió a su Ser una nueva existencia
que nunca había tenido antes, a saber la humana.  Dios como Dios nunca ha cambiado pues Él
nunca ha dejado de ser lo que siempre ha sido. Mientras tanto, Dios como Emanuel, es Dios
mismo entre nosotros como un hombre. En la actualidad, vemos dos existencias simultáneas
que posee el único Dios, a causa de la encarnación. 

El Padre es Dios en su condición eterna como Espíritu, con todos sus atributos divinos que lo
hacen infinito, omnipotente, omnipresente y omnisciente; mientras que El Hijo es Dios existiendo
como hombre, con las limitaciones propias de los seres humanos, y con un cuerpo, una mente y
una conciencia de hombre. El Padre es la única Persona divina en su condición de la única
Persona divina, [2] poseyendo un corazón divino (Génesis 8:21, 1. Samuel 2:35; Jeremías 7:31;
Oseas 11:8), una mente divina (Jeremías 32:35), una voluntad divina (1 Crónicas 13:2; Salmos
143:10; Mateo 6:9-10, 18:14; Juan 7:17), un alma divina (Levítico 26:30; Proverbios 6:16; Jeremías
6:8; Hebreos 10:38) y un Espíritu divino (Job 33:4; Ezequiel 36:27; Joel 2:28; Juan 4:24); mientras
que el Hijo es la única Persona divina en su  condición de una persona humana, poseyendo
un corazón humano (Mateo 11:29), una mente humana (Mateo 24:36; Marcos 13:32), una voluntad
humana  (Lucas 22:42; Juan 5:30, 6:38); un alma humana (Mateo 26:38; Marcos 14:34) y un
espíritu humano (Mateo 27:50; Marcos 2:8, 8:12; Lucas 1:80, 23:46; Juan 11:33, 13:21, 19:30).
Dios se hizo hombre sin dejar de ser lo que siempre ha sido, y sin  comprometer la integridad de la
humanidad de Cristo.

“Por lo tanto, sabemos que hay una distinción definida entre Dios como el Padre omnipresente
cuyo Espíritu Santo siempre ha llenado el cielo y la tierra (Jeremías 23:24), y Dios con
nosotros (Mateo 1:23)  manifestado en la carne (1 Timoteo 3:16) como un hombre real”. [3]

“¡El Creador se convirtió en criatura, pero nunca dejó de ser el Creador! ¡El Dios de la eternidad se
convirtió en un hombre sujeto al tiempo, pero nunca dejó de ser el Dios de la eternidad! ¡Él Dios
Todopoderoso se convirtió en un hombre que no podía ser todopoderoso, pero nunca dejó de ser
el Dios Todopoderoso! ¡El Dios de la virgen María se convirtió en hijo de María, pero nunca dejó de
ser el único Dios de María! ¡El Buen Pastor se convirtió en Oveja, pero nunca dejó de ser el Buen
Pastor! ¡La Estrella Brillante de la Mañana se convirtió en el Lirio de los Valles, pero nunca dejó de
ser la Estrella Brillante de la Mañana! ¡La Raíz de David se convirtió en Descendiente de David,
pero nunca dejó de ser la Raíz de David! ¡Él Padre de toda la creación se convirtió en Hijo por
causa de la redención, pero nunca dejó de ser el Padre de toda la creación! ¡Nuestro Dios se
convirtió en un hombre, pero nunca dejó de ser nuestro Dios!” [4]

El Pariente Redentor

Uno de los argumentos que se han presentado para negar que el Hijo Jesús es Emanuel, Dios
mismo con nosotros en la forma de un hombre, puede ser expuesto así:

Dios puso al hombre Adán sobre la tierra como Hijo de Dios (Lucas 3:38) y como rey sobre el
mundo (Génesis 1:28), pero Satanás le robó esta condición al hombre (Lucas 4:5-6). Así que el
conflicto entre Dios y Satanás se dio por causa del hombre, pues Dios se propuso recuperar para
el hombre la condición gloriosa inicial que el hombre tuvo en el Edén. Para esto tendría que venir
un ser humano, de la simiente humana (Génesis 3:15, 22:18; Gálatas 3:16), que fuera un varón
perfecto (Efesios 4:13), a fin de que pudiera actuar como nuestro pariente redentor (Levítico
25:25), para constituirse como el nuevo rey sobre el paraíso recuperado (2 Pedro 1:11), en medio
de una generación de hombres santos (Apocalipsis 21:26, 22:3) de la cual él como el postrer Adán
(1. Corintios 15:45), fuera el hermano mayor (el primogénito) entre muchos hermanos (Romanos
8:29; Hebreos 2:11-13). Este hombre fue Jesucristo. Pensar que la intervención de Dios fue por sí
mismo y no a través de alguien, equivaldría a decir que Dios es una simiente humana, lo que no es
correcto porque Dios es Espíritu. 

Todo lo que este argumento dice acerca de Cristo como nuestro pariente redentor es verdad, pero
se echa a perder cuando dice que “Pensar que la intervención de Dios fue por sí mismo y no a
través de alguien, equivaldría a decir que Dios es una simiente humana, lo que no es correcto
porque Dios es Espíritu”.

Ciertamente la redención de los hombres requería de un hombre santo que no estuviera bajo la
esclavitud del pecado, pero por causa de Adán la gente fue constituida pecadora (Romanos 5:19).
Así que no había ni un solo ser humano común y corriente al que Dios pudiera elegir para restaurar
todas las cosas, ya que todos somos pecadores (Salmos 14:2-3; Isaías 59:12-16; Romanos 3:9-
12). “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés
7:20). “Y vio [Dios] que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese; y lo
salvó su brazo, y le afirmó su misma justicia” (Isaías 59:16). El Hijo es el brazo de Dios (Isaías
52:10, 59:16), el varón de la diestra de Dios (Salmo 80:17), la diestra de Dios que hace proezas y
valentías (Salmo 118:14-17), y el poder y la sabiduría de Dios (1 Corintios 1:24), porque a través
del Hijo, Dios pudo traer la salvación a los hombres.

En Isaías 9, Dios prometió que no habría oscuridad en el mundo para siempre, pues el pueblo que
andaba en tinieblas y en muerte, vería gran luz y tendría alegría abundante, ya que nos nacería un
pariente redentor: “porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado” (Isaías 9:6). Pero ese pariente
redentor, es identificado también como el Dios fuerte y el Padre eterno (Isaías 9:6). Como todos los
hijos de los hombres nacen en pecado (Salmo 51:5), y como solo Dios es santo (Apocalipsis 15:4),
entonces para proporcionarnos un pariente redentor que estuviera libre de la esclavitud del pecado,
el Dios fuerte y Padre eterno prometió venir como el Niño que nos fue nacido y el Hijo que nos fue
dado. Este Niño no sería un niño común y corriente, sino que sería Emanuel, Dios mismo entre
nosotros en la forma de un hombre. “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la
virgen concebirá, y dará a luz un Hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14, comparar con
Mateo 1:23).   
Dios como Dios no tiene genealogía (porque es Dios eterno), pero Dios como Emanuel, como un
hombre entre nosotros sí tiene una genealogía, porque para hacerse un hombre, Él se identificó
biológicamente con toda la raza humana (Hechos 17:26). “De ellos [del pueblo de Israel] son los
patriarcas, y de ellos, según la naturaleza humana, nació Cristo, quien es Dios sobre todas las
cosas. ¡Alabado sea por siempre! Amén” (Romanos 9:5- NVI).

Dios mismo vino a salvar, y no mandó a otro. “Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no
temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os
salvará” (Isaías 35:4). Nuestro Dios Padre quiere que le conozcamos, que creamos en Él, que le
entendamos y que aceptemos que fuera de Él no hay quien salve (Isaías 43:10-11). Jesús es el
Salvador (Mateo 1:21), porque Él es Dios mismo viniendo como nuestro pariente redentor. 

“Si Jesucristo no es el Dios Todopoderoso (Dios el Padre), entonces Él no es capaz de salvarnos


(pero Él lo es). De otro lado, si Jesús de Nazaret no es el verdadero Hijo de María y un ser
humano genuino, descendiente de David y Abraham, entonces Él no puede ser nuestro
Redentor y nuestro sacrificio por los pecados. Negar su divinidad maravillosa (como Dios el
Padre), es robarle su gloria legítima. De otro lado, negar su verdadera humanidad es robarnos
nuestro sacrificio de sangre, que fue colgado en nuestro lugar en la antigua cruz rugosa. Si Él no
es uno de nosotros, entonces no tenemos un verdadero Mediador. 1 Timoteo 2.5 dice: “Porque hay
un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (antropos)”. Si Él no
fuera verdadero antropos y verdadero Dios, entonces nuestra fe sería vana, pero no es vana
porque Él estuvo en mi lugar”. [5]

Dios Como Dios No es Hombre; Pero Dios Como Emanuel Sí es un Hombre Entre Nosotros

Otro argumento que se ha utilizado para negar que Dios vino como Emanuel, como un hombre
entre nosotros, es que la Escritura declara repetidamente que Dios es Espíritu (Números 11:29;
Salmo 51:11, 139:7-10; Juan 4:24), y que en el Antiguo Testamento Dios confesó que Él no es
hombre (Números 23:19; 1. Samuel 15:29; Job 9:32; Oseas 11:9).

Ciertamente Dios en su condición de Dios (o Dios como Dios), no es hombre; pero esto no niega
que para el tiempo del Nuevo Pacto Dios haya venido a salvar como un hombre entre nosotros,
como Emanuel. Nuestra enseñanza bíblica no es que Dios se transformó en un hombre dejando de
ser Dios, sino que Dios asumió un modo de existencia humano sin dejar de existir como Dios.

De otro lado, el propósito de textos como Números 23:19 y 1 Samuel 15:29, más que hablar de la
naturaleza espiritual de Dios, es destacar que Dios no miente ni se arrepiente como sí lo hacen los
hombres.

Jesús es Más que un Buen Maestro Moral o que Un Gran Profeta

Se ha dicho que Jesús se reconoció a sí mismo como un buen maestro moral, e incluso como un
gran profeta, pero que Él nunca pretendió ser Dios.

Por supuesto que Jesús es un gran Maestro moral, pues vivió una vida intachable, al punto que Él
dijo: “Porque ejemplo os he dado” (Juan 13:15). El apóstol Pedro también declaró que Jesús nos
ha dado ejemplo para que sigamos sus pisadas (1 Pedro 1:21).

Jesús también es el profeta que Dios prometió por medio de Moisés, cuando dijo: “Profeta les
levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les
hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en
mi nombre, yo le pediré cuenta” (Deuteronomio 18:18-19). Al hablar de su muerte, Jesucristo se
identificó a sí mismo como profeta (Lucas 13:33-34). El apóstol Pedro confesó que el Hijo Jesús es
el profeta prometido, la simiente de Abraham, y por lo tanto toda alma que no oiga las palabras del
profeta Jesús será desarraigada del pueblo escogido (Hechos 3:22-26).

Sin embargo, Jesucristo declaró ser mucho más que un buen maestro moral y que un gran profeta,
al identificarse a sí mismo como el Cristo el Hijo del Bendito (Marcos 14:61-62; Juan 4:25-26);
como la Única Puerta (o medio de acceso) a la salvación (Juan 10:9); como la Vid Verdadera que
nos hace producir buen fruto (Juan 15:1-8); como la Resurrección y la Vida (Juan 11:25; 6-32-58);
como la Luz del Mundo (Juan 8:12); como el único Buen Pastor de Israel que es una misma cosa
con el Padre (Juan 10:14, 10:30); como Yo Soy, el Eterno Autoexistente (Juan 8:58); como el
Camino, la Verdad y la Vida que es el mismo Padre en la carne, porque dijo “nadie viene (no nadie
va) al Padre sino por mí” (Juan 14:6); como el único Dios que perdona pecados (Mateo 9:1-8;
Marcos 2:1-12; Lucas 5:17-26); y como Aquel que responde a las oraciones (Juan 4:14).   

La Distinción Bíblica Entre el Padre y el Hijo

Se ha dicho que uno de los mejores argumentos que muestran que el Hijo Jesús no es Emanuel,
Dios mismo con nosotros, es que en la Biblia hallamos cientos de versículos que muestran una
clara distinción entre el Padre y el Hijo. Este argumento puede ser expuesto así:

La Biblia abunda en pasajes que muestran una clara distinción entre Dios el Padre y su Hijo Jesús,
por lo que ambos no pueden tratarse del mismo sujeto. El Hijo dijo que salió del Padre (Juan 7:29,
8:42, 13:3, 16:27-28, 16:30), así que está claro que el Hijo no pudo haber salido de sí mismo. El
Hijo vive por el Padre (Juan 6:57), no por sí mismo. El Padre envió al Hijo al mundo (Mateo 10:40;
Marcos 9:37; Lucas 9:48; 10:16, Juan 3:16-17, 4:34, 5:24, 5:30, 6:38-40), por lo cual uno es el que
envía y otro es el enviado. Además, el Hijo dijo “porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió,
el Padre” (Juan 8:16). El Hijo nació (Mateo 1:23; Lucas 1:35; Juan 18:37; Gálatas 4:4), pero el
Padre es Eterno (Génesis 21:33, Deuteronomio 33:27, Isaías 40:28). El Hijo dijo que el Padre es
mayor que Él (Juan 14:28), así que el Hijo no quiso decir que Él era más grande que sí mismo. 

El Hijo dijo que el Padre era su Dios, por lo cual el Hijo no quiso decir que Él era el Dios de sí
mismo (Mateo 27:46; Marcos 15:34; Juan 20:17, Apocalipsis 3:12). El Hijo le oró al Padre, por lo
cual el Hijo no se oró a sí mismo (Lucas 6:12; Juan 17; Hebreos 5:7). El Hijo no vino para hacer su
propia voluntad, sino la voluntad del Padre, así que está claro que una es la voluntad del Hijo
mientras que otra es la voluntad del Padre (Lucas 22:42; Juan 4:34, 5:30, 6:38-40). El Padre le
muestra al Hijo todas las cosas que Él hace, así que aquí tenemos a uno que muestra y a uno que
hace lo que ve, por lo que es evidente que el Hijo no es el mismo que se muestra lo que Él debe
hacer (Juan 3:32, 5:19, 5:30). El Hijo dijo: “no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre
lo que le agrada” (Juan 8:29), haciendo evidente que el Hijo no se agradaba a sí mismo, y que no
estaba solo porque el Padre estaba con Él. El Hijo murió (Marcos 8:31; Lucas 23:46, Romanos
5:10), pero el Padre es Eterno (Génesis 21:33, Deuteronomio 33:27, Isaías 40:28). Finalmente el
Hijo dijo que recibió todo el poder del Padre (Mateo 28:18; Juan 17:2; Filipenses 2:9), por lo cual
uno es el que da y otro es el que recibe. Queda claro que uno es el Hijo Jesús y que otro es el
Padre, y además nadie puede ser Hijo de sí mismo, o el Padre de sí mismo. 

Para responder al argumento anterior, empecemos diciendo que la Santa Escritura declara que
Dios siempre ha sido, es y será Dios, y que Él nunca cambiará dejando de ser Dios (Éxodo 3:14;
Salmo 90:2, 102:27; Isaías 40:28; Jeremías 10:10, Malaquías 3:6). Esto mismo implica que Dios
nunca ha dejado de ser eterno (Génesis 21:33; Deuteronomio 33:27; Isaías 9:6, 40:28), nunca ha
dejado de saberlo todo (Job 42:2; Salmo 139:1-6; Hechos 2:23; 1. Timoteo 1:17), nunca ha dejado
de ser omnipotente (Génesis 17:1; 2. Corintios 6:18; Apocalipsis 15:3) y nunca ha renunciado a su
omnipresencia por lo cual nunca ha abandonado el cielo (1. Reyes 8:27; Salmo 139:7-13; Isaías
66:1). Si Dios alguna vez hubiera dejado de ser Dios, esto hubiera ocasionado que el universo ya
no existiera, pues éste hubiera perdido a su sustentador (Salmo 104:1-35; 135:6-7; Hechos
17:28). La Escritura da al único Dios el título del Padre Eterno en cuanto a su existencia
trascendente divina, y dice que Él está sobre todos mereciendo toda la gloria (Isaías 9:6; Juan
17:1-3; 1 Corintios 8:6; Efesios 4:6; Filipenses 4:20). Dios como Dios, es el Padre, y nunca dejará
de serlo. 

Acerca de Jesucristo, la Santa Escritura declara que Él es Emanuel, el único Dios con
nosotros (Mateo 1:23) manifestado en la carne (1 Timoteo 3:16) en la condición de un hombre
real (Filipenses 2:5-8) y sin pecado (Efesios 4:13; Hebreos 4:15), y en esa condición del hombre
perfecto Él vino a salvarnos presentándose como el Cordero de Dios (el verdadero sacrificio) que
quita el pecado del mundo (Juan 1:29; 1 Pedro 1:18-20). De manera que Jesús es 100% Dios
con nosotros en una verdadera existencia humana. Cuando Dios se manifestó en la carne Él no
dejó de ser Dios, pero sí añadió a su Persona una nueva existencia como hombre. Así como el
Padre tiene la vida divina en sí mismo, así ha dado al Hijo el tener una vida humana en sí
mismo (Juan 5:26). El hombre Cristo Jesús no es una persona divina y distinta al Padre Eterno,
sino el mismo Padre Eterno en una nueva existencia como el Niño que nos fue nacido y el Hijo que
nos fue dado (Isaías 9:6, 43:10-13), pero sin dejar de existir como el Padre que lo llena todo (Isaías
9:6; Jeremías 23:24; Efesios 4:10). El hombre Jesucristo en su condición de Hijo de Dios, es el
primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29) que también han llegado a ser Hijos de Dios
por su obra redentora (1 Juan 3:2), y por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos
suyos (Hebreos 2:10-13). Dios como Emanuel, como un hombre entre nosotros, es el Hijo.

De manera que la Santa Escritura presenta una distinción real entre el Padre y el Hijo, pero esta no
es una distinción entre dos individuos divinos (pues solo hay un Dios Padre que es el único
individuo divino - Juan 17:1-3; 1 Corintios 8:6), ni tampoco es una distinción entre Dios y un hombre
común y corriente que fue lleno del poder de Dios, sino que es una distinción entre Dios como
Dios (en su existencia eterna trascendente que no depende de la encarnación) y Dios como
Emanuel (en su existencia humana como el Cordero de Dios que sí depende de la encarnación).   

Para salvar, Dios mismo vino como Hombre/Hijo/Cordero, pero continuó existiendo como Dios el
Padre (Oseas 13:4). No hubo nada que pudiera impedirle a nuestro Dios Padre el convertirse en su
propio Hijo humano al venir como Emanuel (Isaías 9:6; Mateo 1:23). A partir de su venida en
carne, Dios ha llegado a poseer dos modos de existencia distintos, que son Dios como Dios
con una vida divina distinta en sí misma, y Dios como Emanuel con una vida humana
distinta en sí misma. Dios como Dios es ontológicamente Dios, mientras que Dios como Emanuel
es ontológicamente Dios como un hombre. El Mesías no es la reproducción de otro Dios (ni divino
ni de carne), sino la manifestación humana del único Dios. Hablando acerca del Mesías Siervo,
Dios expresó: “Vosotros sois mis testigos, dice Yahvé, y mi siervo que yo escogí, para que
me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo
será después de mí. Yo, yo Yahvé, y fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié, y salvé, e hice
oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Yahvé, que yo soy
Dios. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién
lo estorbará?” (Isaías 43:10-13).

En el año 451 d.C., en el Concilio de Calcedonia, teólogos católico-romanos desarrollaron la


doctrina de que Cristo consiste de la unión de dos naturalezas (la divina y la humana) en una sola
persona, y a esto se le ha llamado la unión hipostática. Gran parte del movimiento pentecostal
unicitario se ha suscrito a esta formulación sin ningún cuestionamiento, diciendo que la única
persona de Cristo es divina y humana a la vez (lo que podría conducir a visiones distintas a la
Unicidad), cuando lo mejor es decir que Cristo es Dios mismo manifestado como Emanuel, como
un hombre entre nosotros. [6] Desprendiéndose de lo anterior, una forma tradicional de explicar las
diferencias entre el Padre y el Hijo, ha sido la de decir que estas diferencias se encuentran dentro
de Cristo, donde la naturaleza divina de Cristo es el Padre y la naturaleza humana de Cristo es el
Hijo. Así, se ha dicho que desde su naturaleza divina Cristo hablaba y actuaba como el Padre, pero
que desde su naturaleza humana Cristo hablaba y actuaba como el Hijo. Pero esta forma de
expresión demuestra evidentes sesgos nestorianos, pues si se tomara como cierta, conduciría a
concluir que Cristo tuvo dentro de sí dos mentes: una divina y una humana, y dos voluntades: una
divina y una humana, lo que significarían dos centros de conciencia personal, y por lo tanto dos
personas dentro de Cristo: una persona divina y una persona humana.
“Por supuesto, algunos teólogos de la Unicidad son muy conscientes de dicha tendencia, y han
formulado una cristología que es a la vez carente de nestorianismo y de conformidad con el
monoteísmo estricto. Esto no sólo es posible, sino que también es necesario si se quieren explicar
adecuadamente los pasajes de la distinción”. [7]

Las distinciones entre el Padre (Dios como Dios) y el Hijo (Dios como hombre) no son las
distinciones entre dos individuos, ni entre dos naturalezas dentro de Cristo, sino las distinciones
entre las dos formas de existencia que Dios tiene después de la encarnación. Dios como Dios en
su existencia divina trascendente, es mayor que Dios como Emanuel en una existencia humana.
Dios como Dios no salió de nadie, pero Dios como Emanuel, como un hombre entre nosotros sí
salió de Dios. Dios como Emanuel fue enviado por el Padre y vino al mundo, pero Dios como Dios
lo llena todo. Dios como Emanuel nació de la virgen María, pero Dios como Dios no tiene principio.
Dios como Dios es Autoexistente, pero Dios como Emanuel vive por el Padre. Dios como Emanuel,
como un hombre entre nosotros, puede confesar que tiene un Dios, pero es imposible que Dios
como Dios tenga a un Dios por encima de Él. Dios como Dios tiene una voluntad divina, pero Dios
como Emanuel tiene una voluntad humana. Dios como Emanuel fue realmente tentado, pero es
imposible que Dios como Dios sea tentado. Dios como Emanuel tuvo que orar, pero Dios como
Dios no tiene por qué orar. Dios como Emanuel murió en la cruz del Calvario, pero Dios como Dios
no puede morir. Dios como Emanuel recibió todo el poder, pero Dios como Dios siempre ha tenido
todo el poder y en esa condición claramente se exceptúa de cualquier sometimiento al Hijo (1
Corintios 15:27).

El Hijo Jesús Afirmó Ser Dios el Padre

Se ha dicho que el Hijo Jesús nunca afirmó que Él fuera nuestro Dios Padre, sino que Él siempre
se reconoció como el Mesías o el Cristo prometido, y siempre dijo ser el Hijo de Dios, no Dios. Se
ha dicho que incluso sus discípulos lo consideraron como tal y por eso confesaron: “Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16), y escribieron: “¿Quién es el que vence al mundo,
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:5), y estas cosas “se han escrito para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su
nombre” (Juan 23:31).

Sin embargo, así como Jesús y sus discípulos dejaron bien claro que Él es el Hijo unigénito, del
mismo modo también dejaron bastante claro que Él es Dios Padre manifestado en la carne como
un Hijo unigénito, y como ya lo hemos visto a lo largo de este documento, la Biblia entera declara
esta misma verdad. Aquellos que no pueden entender que Jesús es el mismo Padre manifestado
en la carne, lo hacen porque solo juzgan a Jesús según la carne (Juan 8:15).

[8] En Juan 16:25, Jesucristo afirmó que Él frecuentemente habló acerca del Padre por medio de
alegorías (o en un lenguaje enigmático), pero también aseveró que llegaría un momento en que
nos hablaría claramente acerca del Padre. Así que a lo largo de las cuatro versiones del
evangelio (a saber Mateo, Marcos, Lucas y Juan), vemos que Jesucristo se refirió al Padre en
tercera persona, aun cuando Él mismo es Yahvé el Padre Eterno manifestado en la carne. Lo
interesante es que en cada una de estas porciones se combina el lenguaje enigmático con el
lenguaje claro, lo que nos permite conocer a través del lenguaje claro la verdadera identidad del
Padre.

Por ejemplo, en Juan capítulo 10, Jesucristo utilizó la alegoría del Buen Pastor para hablar acerca
del Padre. “Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía” (Juan
10:6). Ampliando lo que les había confesado, Jesucristo dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor
su vida da por las ovejas”, pero el pueblo de Israel sabía que el verdadero pastor de su pueblo era
Yahvé Dios, tal como se declara en el Salmo 23. Luego, Jesucristo dijo que nadie puede arrebatar
a sus ovejas de su mano (Juan 10:27-28), pero a continuación dijo que nadie las puede arrebatar
de la mano de su Padre (Juan 10:29). ¿Entonces al fin en qué mano estaban las ovejas? ¿En la
mano de Jesucristo o en las manos del Padre? Para que no quedaran dudas y para que la gente
no se confundiera pensando que habían dos manos en las cuales estaban las ovejas, o dos
pastores diferentes, Él les declaró: “Yo y el Padre uno somos”. Fue tan obvio que Jesús se
identificó como Yahvé el Pastor manifestado en la carne, que los judíos tomaron piedras para
lapidarlo al creer que había cometido blasfemia (Juan 10:31-33). Algunos, por no querer aceptar la
verdad de la declaración de Jesús en Juan 10:30, insisten en que si Jesús era verdaderamente el
Padre, Él tuvo que haber dicho “Yo y el Padre uno soy”, pero esto lo hacen porque quieren ignorar
la correlación del lenguaje con la que Jesús se venía expresando. Ellos también ignoran que
estaba profetizado que Yahvé el Pastor mismo vendría a salvarnos. El Salmo 80:1-3 declara: “Oh
Pastor de Israel… ven a salvarnos… Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos”.  Ezequiel
34:11, dice: “Porque así ha dicho Yahvé el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y
las reconoceré”.

En Juan capítulo 8, Jesucristo utilizó la alegoría de La Luz del Mundo para hablar acerca del Padre.
Jesucristo dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida” (Juan 8:12). Sin embargo, nadie sino Yahvé el Padre puede reclamar ser la Luz
del Mundo. “Tú eres mi lámpara, oh Yahvé; Mi Dios alumbrará mis tinieblas”. (2 Samuel 22:29). Los
judíos le dijeron a Jesús que su testimonio no tenía valor, porque él testificaba acerca de sí mismo,
pero la respuesta de Jesús fue que Él posee un testimonio doble de que Él es la Luz del Mundo. Él
como Hijo da testimonio acerca de sí mismo, y el Padre también da testimonio acerca de Él. Aquí
se ve otra vez el lenguaje  enigmático, pues se habla del Padre en tercera persona. Sin embargo,
cuando le preguntaron que dónde estaba su Padre, la respuesta de Jesús fue: “Ni a mí me
conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (Juan 8:19). Está
claro que Jesús confesó ser el Padre mismo manifestado en la carne, porque nadie puede decir
que conocerlo a él es conocer a otro, por lo que conocer a Jesús es conocer al Padre mismo en la
forma en la cual Él se nos ha revelado, que es en la faz (en la cara) de Jesucristo (2 Corintios 4:6).

En Juan capítulo 14, vemos otra vez el lenguaje enigmático acerca del Padre, pues Jesucristo
habló de las moradas que habían en la casa de su Padre, refiriéndose al Padre en tercera persona,
y le dijo a sus discípulos que ellos sabían a dónde iba Él y que sabían el camino. Pero Tomás le
respondió: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan
14:5). “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si
me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis
visto” (Juan 14:6-7). La palabra “viene”, indica ir o trasladarse hacia el que habla, y por lo tanto
demuestra que Jesús es el mismo Yahvé Padre en la carne. En caso de que el Padre fuera alguien
distinto a Jesús, Él tenía que haber dicho “nadie va al Padre sino por mí”. Todos los que quieran
hallar al Padre tienen que venir a Jesús, “porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la
Deidad” (Colosenses 2:9). Nadie puede decir que conocerlo a él es conocer a otro, o que verlo a él
es ver a otro, pero Jesucristo declaró ser el Padre en la carne, al decir que conocerlo a Él es
conocer al Padre y que verlo a Él es ver al Padre.

Para Felipe era difícil aceptar que el Hombre Jesús era también el Padre mismo, y por eso insistió:
“Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (Juan 14:8). “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace
que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre;
¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Juan 14:9). Jesús no dijo: “El Padre está”, como si
hablara de otro, sino que dijo “estoy”, indicando que Él mismo es Yahvé el Padre que se hallaba allí
con ellos manifestado en la carne. Para cerrar su clara identificación como el Padre, Jesús
concluyó diciéndoles: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18). La razón por la
cual algunos no pueden entender la clara identificación de Jesucristo como el Padre en Juan 14, se
da porque ellos se entretienen con el lenguaje alegórico pero no destacan la fuerza de las
declaraciones explícitas. Aunque haya gente confundida viendo al Padre aparte de Jesús, Él los
exhorta respondiéndoles lo mismo que le respondió a Felipe: “¿Pero cómo es posible que ustedes
me pidan que les muestre al Padre? ¡El que me ha visto a mí ha visto al Padre! ¡El que me
conoce a mí conoce al Padre! ¡Y el que a mí me tiene no está huérfano pues ha venido al
Padre!”.   
Jesús se declaró como Yahvé Dios Padre, cuando dijo: “Antes que Abraham fuese, YO
SOY” (Juan 8:58). Aquí el Hijo Jesús descartó que Él fuera un simple plan en la mente de Dios,  (o
incluso que fuera un ángel o un ser espiritual que existió antes de Abraham como lo dicen los
arrianos), pues sus palabras no fueron “antes que Abraham fuese, yo era”. El Hijo Jesús dijo YO
SOY, aclarando que Él es el Autoexistente, el único que tiene vida en Sí mismo y que da vida a los
demás, y el Dios que habló con Moisés en el monte Horeb en medio de la zarza que ardía pero no
se consumía (Éxodo 3). Otra vez, creyendo que Jesús había blasfemado, los judíos “Tomaron
entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por
en medio de ellos, se fue” (Juan 8:59). Algunos intentan negar que el uso que Jesús hizo de la
expresión “YO SOY” en Juan 8:58 indica que Él sea el Padre manifestado en la carne, alegando
que la frase “yo soy” significa la proclamación de una característica propia de la personalidad,
como cuando alguien dice “yo soy una persona alegre”, etc., o alegando que también significa un
reclamo de identidad, como cuando alguien dice “yo soy Pepito Pérez”. Sin embargo, Jesús no
utilizó el YO SOY en estos dos últimos sentidos, sino en el sentido de existencia, declarando ser
EL ÚNICO AUTOEXISTENTE ETERNO, como en el pasaje de la zarza de Éxodo 3.

Si deseamos ser salvos, entonces debemos creer a la declaración de Jesucristo:

“Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que YO SOY, en vuestros
pecados moriréis” (Juan 8:24).

Yahvé dijo: “Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a Mí” (Isaías 46:9), y también
dijo: “Yo Yahvé; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria” (Isaías 42:8). Sin embargo
Jesucristo dijo: “para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Juan 5:23), y el escritor a los
hebreos escribió acerca del Hijo primogénito: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Hebreos 1:6).
La única explicación para que Jesucristo sea adorado sin transgredir Isaías 42:8, es que el Hijo
Jesucristo sea el mismo Dios Padre manifestado en la carne. Por eso la adoración a Jesucristo es
una grande bendición. 

El apóstol Pablo también confesó en varias ocasiones que Jesús es el Padre. Para Pablo, Jesús es
el único Señor (1 Corintios 8:6; 2 Corintios 4:5), pero también escribió “Por lo cual, salid de en
medio de ellos, y apartaos, dice el Señor [Jesús], y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré
para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. (2
Corintios 6:17-18). En la versión de Torres Amat, se traduce bien 2 Tesalonicenses 2:16, indicando
que nuestro Señor Jesucristo es el mismo Dios y Padre nuestro que nos amó (no que nos amaron).
“Y nuestro Señor Jesucristo, y Dios y Padre nuestro, que nos amó, y dio eterno consuelo y
buena esperanza por la gracia” (2 Tesalonicenses 2:16 - TA). En la versión del Nuevo Testamento
de Pablo Besson, se ha traducido bien tanto 1 Tesalonicenses 1:1 como 2 Tesalonicenses 1:1,
indicando ambos textos que Jesús es el Dios Padre que se manifestó en carne. “Pablo, Silvano y
Timoteo a la iglesia de tesalonicenses en Dios Padre y Señor Jesucristo: Gracia a vosotros y
paz” (1 Tesalonicenses 1:1 – PB). “Pablo, Silvano y Timoteo a la iglesia de tesalonicenses en Dios
Padre nuestro y Señor Jesu-Cristo” (2 Tesalonicenses 1:1 - PB). [9]

“En Apocalipsis 21:6-7, el Alfa y la Omega, quien es inequívocamente Jesucristo (Apocalipsis


22:12-13,16), le dice a los verdaderos creyentes que Él será su Dios y Padre: “El que venciere
heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”. Si yo soy su hijo, entonces Él es mi
Padre; y si Él también es Dios, entonces Él es Dios mi Padre”. [10]

El Significado del Nombre de Jesús

El nombre de Jesús significa “Yahvé es Salvador”, por eso la Escritura dice acerca del Niño que
nos fue nacido y del Hijo que nos fue dado (Isaías 9:6), “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre
JESÚS, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).

El nombre de Jesús revela que Dios mismo vino como Emanuel, como un hombre entre nosotros
para salvarnos, para que se cumpliera la profecía que dice: “Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre
por esta causa en aquel día; porque yo mismo que hablo, he aquí estaré presente” (Isaías 52:6).

Para revelarse, Dios se dio a conocer a nosotros por varios nombres que nos enseñaban algo de
su Ser, pero al venir manifestado en carne, Dios le reveló a los hombres lo más grande de su trato
para con la humanidad y es que Él mismo ha venido para convertirse en nuestro Salvador. Por eso
es que Jesús es el nombre más alto, el cual está por encima de cualquier otro nombre que
nosotros hayamos conocido (Filipenses 2:9-11, Hebreos 1:4). También es por lo mismo que “en
ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en
que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). 

Jesucristo es la revelación más grande de Dios a los hombres, y por lo tanto el nombre de Jesús es
la plenitud de lo que Dios nos quiso dar a conocer acerca de Él.

La Verdadera Humanidad de Jesús

A causa de nuestra firmeza en que Jesús es el mismo Dios Padre encarnado como Emanuel, como
un hombre entre nosotros, se ha dicho que los pentecostales unicitarios no entendemos o que
negamos la completa humanidad de Jesús. Pero esto está muy lejos de la realidad.

Una parte de la revelación que la Santa Escritura nos proporciona acerca de Jesús, declara
inequívocamente que Jesucristo es un hombre; no una apariencia de hombre, no un vestido (o
caparazón) de carne inanimado, sino un hombre en todo el sentido de la palabra, pero sin
pecado (Isaías 53:9; Hebreos 4:15). Los pentecostales del nombre de Jesús o unicitarios,
aceptamos que Jesucristo es un hombre real, pero también creemos que el hombre Jesús es el
único Dios en la carne. De manera que los delegacionistas del “Jesús” solamente humano (a
saber: los ebionitas, los adopcionistas, los monarquianistas dinámicos, los nestorianos, los
socinianos  y la teología liberal) no pueden refutarnos cuando ellos comprueban con la Biblia que
Jesucristo es un verdadero hombre, pues esa es una de nuestras creencias fundamentales.

Jesús es un hombre, porque tiene una genealogía humana. Jesús desciende de los patriarcas de
Israel (Romanos 9:4-5). Es descendiente de Adán (Lucas 3:38), es la simiente de
Abraham (Génesis 22:17-18; Mateo 1:1-2; Hechos 3:25-26; Gálatas 3:16), es el rey que desciende
Jacob (Génesis 28:13-14; Números 24:17; Mateo 1:2), es el rey de la tribu de Judá (Génesis 49:10;
Mateo 1:2; Apocalipsis 5:5), es el rey del linaje de David (2. Samuel 7:12-16; Salmo 132:11;
Jeremías 23:5;  Romanos 1:3; 2 Timoteo 2:8; Apocalipsis 22:16), y es la simiente de la
mujer (Génesis 3:15; Isaías 7:14; Mateo 1:18-25; Lucas 1:26-35; Gálatas 4:4). Jesús es el Niño que
nos fue nacido y el Hijo que nos fue dado para nuestra salvación (Isaías 9:6). Dado que los demás
Hijos (es decir los demás hombres conforme a la voluntad de Dios) tienen carne y sangre, Él
también participó de lo mismo (para poder ser un Hijo) para destruir por medio de su muerte al que
tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Hebreos 2:14). “Por esta razón, Él tenía que ser
hecho como ellos, completamente humano en todos los sentidos” (Hebreos 2:17 - NIV). Como Dios
el Padre tiene la vida divina en sí mismo, Él también ha determinado que el Hijo tenga una vida
humana en sí mismo, porque es el Hijo del Hombre (Juan 5:26-27). 

Jesucristo asumió la condición de hombre (Filipenses 2:7-8). Como hombre que es, Jesucristo
tiene una voluntad humana (Lucas 22:42; Juan 6:38), un conocimiento humano limitado (Marcos
13:32), y en los días de su ministerio terrenal experimentó las emociones y necesidades humanas.

Por la transgresión del hombre Adán, vino la muerte sobre todos los hombres, pero por un solo
hombre, Jesucristo, abundó la gracia de Dios y la vida para todos (Romanos 5:15; 1 Corintios
15:20-22). Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, pero por
la obediencia de otro hombre, Jesucristo, los muchos serán constituidos justos (Romanos 5:19; 1
Corintios 15:45-48).
Jesucristo se reconoció a sí mismo como un hombre, cuando dijo: “Pero ahora procuráis matarme
a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham” (Juan
8:40). Del mismo modo, las personas que tuvieron contacto con Jesús lo reconocieron como a un
hombre. Unos guardias no pudieron apresarle, argumentando que jamás habían oído hablar a
alguien como hablaba este hombre (Juan 7:45-46). La mujer samaritana invitó a sus paisanos a
que vieran al hombre Jesús para que examinaran si Él era el Cristo (Juan 4:28-29). Los fariseos
vieron en Jesús a un hombre peligroso para sus intereses (Juan 9:16; 10:33; 11:47). Caifás, sin
entender bien lo que decía, pero por ser el sumo sacerdote ese año, profetizó que a todo Israel le
convenía que el hombre Cristo Jesús muriera por el pueblo, y no que toda la nación
pereciera (Juan 11:49-52). En su momento de prueba, Pedro negó conocer a este hombre (Marcos
14:71; Juan 18:17). Pilato y Herodes no hallaron delito alguno en el hombre Jesucristo (Lucas 23:4;
23:14-15). Sin embargo, al entregarlo para la crucifixión, Pilato les dijo: ¡He aquí el
hombre!” (Juan 19:5). El centurión que estuvo junto a la cruz declaró que este hombre era
verdaderamente justo (Marcos 15:39; Lucas 23:47).

Cuando Jesucristo resucitó, Él continuó manteniendo su existencia como hombre, pero ahora con
un cuerpo glorificado, poderoso e incorruptible (1 Corintios 15:42-45).  Sabemos que esto es así,
porque la Biblia dice que en el cuerpo de Jesús habita (tiempo presente) toda la plenitud de la
Deidad (Colosenses 2:9). Tenemos la promesa de que si permanecemos en el evangelio, nuestro
cuerpo será transformado en un cuerpo semejante al cuerpo glorioso de Cristo (Filipenses 3:20-
21). Actualmente, el hombre Jesús glorificado actúa como nuestro sacerdote, siendo el único
mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5).

Si Jesucristo no fuera un hombre real, entonces no podría ser nuestro sumo sacerdote,
“Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los
hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los
pecados” (Hebreos 5:1). La Ley de Moisés constituía como sumos sacerdotes a hombres débiles
que tenían que ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados y luego por los del pueblo, pero
nuestro sumo sacerdote Jesucristo siendo el hombre perfecto para siempre, es santo, inocente, sin
mancha, apartado de los pecadores y más sublime que los cielos (Hebreos 7:26-28). Él puede
compadecerse de nuestras debilidades pues fue tentado en todo de la misma manera que
nosotros, pero resultó victorioso y no cometió pecado (Hebreos 4:15). Los demás sacerdotes
llegaron a ser muchos, porque como morían no podían continuar. Jesucristo ha resucitado para
permanecer para siempre y tiene un sacerdocio inmutable, de manera que puede interceder
continuamente por nosotros ante Dios, y por ende su pacto es mejor que el pacto de la
Ley (Hebreos 7:22-25). El hombre Jesucristo en su condición de Hijo de Dios, es el primogénito
entre muchos hermanos (Romanos 8:29) que también han llegado a ser Hijos de Dios por su obra
redentora (1 Juan 3:2), y por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos suyos (Hebreos 2:10-
13). 

Al principio, Dios sujetó la creación a Adán (Génesis 1:28), pero ahora el hombre Jesucristo reina y
ante Él están sujetos ángeles, autoridades y potestades (1 Pedro 3:22). Ya que Jesucristo es el
hombre conforme a la voluntad de Dios, por eso también es llamado el Varón de la Diestra de Dios,
el Hijo de Hombre que Dios afirmó para sí” (Salmo 80:17). Se ha prometido que todo lo creado se
tiene que someter a Jesucristo (Filipenses 2:10-11), pero aún no vemos el cumplimiento completo
de esto (Hebreos 2:5-8). Sin embargo, finalmente todos los enemigos de la humanidad se tendrán
que someter al hombre Jesucristo, y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Jesucristo
reinará como Redentor hasta ese momento que significará el fin de los tiempos, y entonces se dará
paso a un nuevo reino asentado sobre unos cielos nuevos y una tierra nueva, en el cual Dios será
todo en todos los que vencieron (1. Corintios 15:24-28, Apocalipsis 21 y 22). Este nuevo reino
también es llamado el Reino Eterno de Nuestro Señor Jesucristo (2 Pedro 1:11; Lucas 1:31-33),
donde habrá un solo trono que será conocido como el trono de Dios y del Cordero (Apocalipsis
22:3), pues todos los que estén presentes allí, entenderán que Jesucristo es el único Dios
manifestado en la carne, y que donde se sienta el Cordero se sienta Dios mismo en la manera en
la cual Él determinó estar con nosotros para siempre. Dios y el Cordero son uno y el mismo, y por
eso la Biblia habla de un solo trono, de un solo rostro y de un solo nombre para Dios y el Cordero,
y dice que sus siervos le (en singular) servirán (Apocalipsis 22:3-4). En la Nueva
Jerusalén (Apocalipsis 21:2) no habrá necesidad de una construcción que sirva como templo (o
tabernáculo), “porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Apocalipsis
21:22. Ver también 21:3).

Dios determinó someter todas las cosas al hombre Jesucristo su Hijo, para poder reinar sobre
todos sus demás Hijos, que son todos aquellos hombres que vencerán al pecado por la obra de su
hermano primogénito Jesucristo. Esto significa que cuando el tiempo no sea más, el hombre
Jesucristo (la manifestación de Dios en carne), continuará existiendo en su reino eterno por
siempre y siempre, habitando junto a sus hermanos en la Nueva Jerusalén, la ciudad asentada
sobre unos cielos nuevos y una tierra nueva donde mora la justicia (Isaías 65:17, 66:22; 2 Pedro
3:13; Apocalipsis 21:1), y donde nosotros reinaremos con Él (2 Timoteo 2:12; Apocalipsis 5:9-10).

Conclusión

Jesucristo confesó que si los hombres no creen que Él es “Yo Soy”, el Dios Autoexistente que vino
en la carne, morirán en sus pecados (Juan 8:24; ver también Juan 17:1-3). Negar la verdad de Dios
mismo viniendo a salvarnos como un Hijo/Hombre/Pariente, es menospreciar la belleza y el valor
del Evangelio y aborrecer el misterio de la piedad, que declara que Dios mismo se manifestó en
carne como el Hijo/Hombre/Pariente por amor a nosotros (Juan 3:16; 1 Timoteo 3:16). Por esa
razón, Satanás ha estorbado el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la
luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios en la carne (2. Corintios 4:3-6).

Debido a que muchísimas personas se han concentrado en solo una parte de la revelación bíblica
acerca de Jesucristo, ignorando de manera voluntaria las porciones que lo identifican a Él como el
único Dios Padre que vino como nuestro Emanuel, como un hombre entre nosotros, entonces en
su propia comprensión humana han llegado a las doctrinas delegacionistas (argumentando que
nuestro Dios Padre no vino a salvar sino que envío a otro) de que Jesucristo es una segunda
persona divina (el binitarismo y el trinitarismo), que es un semidios o un ángel viniendo a salvar (el
arrianismo), o que es solo un hombre especial (el ebionitismo, el adopcionismo, el monarquianismo
dinámico, el nestorianismo, el socinianismo y la teología liberal). 

Nuestra protección contra todas estas herejías delegacionistas, consiste en prestar atención a las
declaraciones bíblicas que dicen que nosotros debemos anunciar todo el consejo de Dios (Hechos
20:27), que debemos meditar, guardar y hacer conforme a todo lo que está Escrito (Josué 1:8),
porque la suma de la Palabra de Dios es verdad (Salmo 119:160). No debemos quitarle ni añadirle
a la Palabra de Dios (Deuteronomio 4:2; Apocalipsis 22:18-19), y no debemos pensar lo que no
está escrito (1 Corintios 4:6). 
“Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor [Jesús], y no toquéis lo inmundo;
y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor
Todopoderoso” (2 Corintios 6:17-18).

Notas al Pie

[1] Robert A. Sabin. Jesús: ¿Un Delegado de Dios, O Dios en la Carne? (Un Análisis de Juan 3:16).
http://fe-biblica.blogspot.com/2015/05/jesus-un-delegado-de-dios-o-dios-en-la.html
[2] Muchos cristianos sinceros creen que Dios no debería ser llamado “una persona” en lo absoluto.
Sin embargo, la palabra española persona, tiene el mismo significado esencial de las palabras
hebreas y griegas usadas para Dios y los hombres individuales, como “corazón” (en hebreo “Leb” y
en griego “kardia”) y “alma” (en hebreo “néfesh” y en griego “psujé”). Incluso, la versión inglesa
King James, llama a Dios una “Persona” en Hebreos 1:3, porque “hipóstasis” para la sustancia de
Dios o la esencia del Ser de Dios, significa literalmente una sola “Esencia del Ser” como una
“Persona”. (Hebreos 1:3 en la versión King James, dice que el Hijo es “el resplandor de su gloria y
la imagen expresa de su persona”). De la misma manera, la versión inglesa La Biblia Amplificada,
dice que “Dios es una persona” (Gálatas 3:20). Para más información, lea los siguientes artículos
de dos teólogos pentecostales unicitarios.
- Jason Dulle. Dios es Una Persona.
http://fe-biblica.blogspot.com/2018/07/dios-es-una-persona.html
- Steven Ritchie. ¿Dios es Una Persona o Tres Personas?
http://fe-biblica.blogspot.com/2017/02/dios-es-una-persona-o-tres-personas.html
[3] Steven Ritchie. La Distinción Entre el Padre y el Hijo.
http://fe-biblica.blogspot.com/2018/07/la-distincion-entre-el-padre-y-el-hijo.html
[4] Douglas Tong. ¿Quién es Jesucristo? - ¿Qué pasa con la Trinidad? 
http://fe-biblica.blogspot.com/2011/05/quien-es-jesucristo-que-pasa-con-la.html
[5] William Chalfant. Una Crítica de la Teología de los Escritores Bíblicos. Citado por Steven Ritchie
en la obra: El Caso de la Teología de la Unicidad, Capítulo 5 – El Hijo Tuvo su Principio por su
Engendramiento.
http://fe-biblica.blogspot.com/2017/06/el-hijo-tuvo-su-principio-por-su.html
[6] Para profundizar en este tema, recomiendo la lectura del artículo titulado: ¿Cristo Jesús Tiene
Dos Naturalezas? – La Unión Hipostática – Números 23:19, escrito por Steven Ritchie.
http://fe-biblica.blogspot.com/2019/01/cristo-jesus-tiene-dos-naturalezas-la.html
[7] Jason Dulle. La Doble Naturaleza de Cristo. Evitando los Talones de Aquiles del Trinitarismo, el
Monarquianismo Modalista y el Nestorianismo: El Reconocimiento y el Entendimiento Adecuado de
la Distinción entre el Padre y el Hijo.
http://fe-biblica.blogspot.com/2012/02/la-doble-naturaleza-de-cristo-evitando.html
[8] De aquí en adelante, sigue una larga redacción que ha sido tomada con pocos cambios del
artículo titulado: ¿Es Jesús Una Criatura Espiritual Como lo Afirman los “Testigos De Jehová”?,
escrito por Juan Diego Correa Mosquera y Julio César Clavijo Sierra.
http://fe-biblica.blogspot.com/2019/02/es-jesus-una-criatura-espiritual-como.html
[9] La redacción de este párrafo está basado en el video titulado: “Pablo Confesó Varias Veces que
Jesús es el Padre”, publicado por Alexander Escobar Serrato.
https://www.youtube.com/watch?v=onwnU_X6U6k
[10] Elder Ross Drysdale. Cuando Sabes Estas Cosas. Capítulo 8 – Jesús es el Padre.
http://fe-biblica.blogspot.com/2011/06/jesus-es-el-padre.html

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