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o

NOVELA

EDITORIAL
YUCA T ANENS
"CLUB DEL LIBRO '
UN MENSAJE A GARCIA
E scribe ELBERT HUBBARD

. STA joya literaria: Un mensaje a paña, Turquía, Indostán y China. Du-


García, fué escrita en una tarde, des- rante la guerra ruso-japonesa cada sol-
• pués de una comida en una sola hora. dacio ruso llevaba consigo un ejemplar
a el 22 de Febrero de 1899, aniver- de Un mensaje a García. Los japoneses
'io del natalicio de Washington. La encontraron estos folletos en manos de
ición de Marzo del Phillistini iba a los prisioneros, y deduciendo que de-
trar en prensa. Fué un brote entu- bían tener algún mérito, los tradujeron
sta de mi corazón, escrito después al japonés. Entonces, por orden del Mi-
un día pesado, en el que había ago- kado, se dió un ejemplar a cada emplea-
lo mis esfuerzos tratando de mover do del gobierno japonés, civil o militar.
algunos aldeanos indolentes, de su De Un m •.'!nsaje a García se han im-
.ado perezoso al de una actividad ra- preso m á s de cuarenta millones, número
.nte. que jamás ha alcanzado publicación al-
\!las la verdadera inspiración brotó al guna, quizá gracias a una serie de cir-
or de una discusión con mi hijo Bert, cunstancias favorables.-E. H."
~ntras bebíamos una taza de té. El
,tenía que el verdadero héroe de la "UN MENSAJE 1\ GARCIA"
erra de Cuba era Rowan, quien por
solo había realizado la obra de \le- En el horizonte de mi memoria brilla
, un mensaje a García. c,omo Marte en su perihelio, la p.~rsona­
:omo relámpago me vino la idea: sí, IIdad de un individuo relacionado con la
hijo tenía razón; héroe es quien eje- guerra de Cuba. Al romperse las hos-
a una orden difícil, quien lleva el tilidades entre España y Estados Unidos
nsaje a García. Me levanté y escribí se hizo muy necesario comunicarse ur~
artículo intitulado: Un mensaje a gentem •.'!nte con el cabecilla de los im:ur-
~cia. Tan poco importante me pare- gentes, un tal García, quien se encon-
, que lo publiqué sin título en la traba entre las escabrosidades de las
ista. Lancé la edición y en breve ":J~nta~as de Cuba, nadie sabía a punto
o la demanda por más y más ejem- fIJO donde. No era posible hacer llegar
res de la edición de marzo de Phi- a sus manos un t.>~legrama o carta y, sín
tines: una docena, cincuenta, un embargo, el Presidente de los Estados
!lto. Cuando la Compañía Americana l.!nid~s ':lecesita~a asegurar su ayuda y
Noticias pidió mil ejemplares, pre- sIn perdIda de tIempo. ¿Qué hacer?
lté a mis ayudantes qué artículo ha- Alguien dijo al presidente que si al-
conmovido así al público. Era el epi- guno era capaz de dar con García, era
io de Rowan. un indíviduo llamado Rowan. Fué lla-
\1 día siguiente George H. Daniels, mado y se le dió un mensaje que debía
F. C. Central de New York, nos entregar a García. No es mi intención
!ldó el siguiente telegrama: "Coticen explicar detalladamente cómo este in-
cío cien mil ej •.'!mplares artículos d!v~duo se hizo cal'go d·;) I mensaje; sólo
van en forma de panfleto, con un dlre que lo guardó en una bolsa de
ncío del Empire State Express al fi- cuerC? que se colocó al pecho, desem-
y digan cuan pronto pueden entre- barco de noche, cuatro días después de
los". un bote abierto, en las costas de C~ba
Y, desapar.;)ciendo entre los matorrales:
:ontesté dando precios y añadí que vIno a resultar, tres semanas más tal'-
regaríamos los libretos en dos años. de, al otro extremo de la isla, después
,stros talleres eran entonces peque- de haber at~avesado a pie un país hos-
y cien mil folletos nos parecía una til y entrego el mensaje a García.
rmidad. El resultado fué que auto- El punto que qui.~ro hacer resaltar
, al señor Daniels para que reim- es que. el Presidente Mc-Kinley dió un
niera el artículo como él quisiera. mensaje a Rowan, el cual debería en-
ó en forma de libreto y en cantidad tregar a Garcia; y Rowan lo aceptó sin
medio millón. El señor Daniels hizo preguntar dónde encontraría a García.
o tres tiradas de medio millón y el Por .;)1 Dios vivo que este hombre
culo fué reproducido, además, por merece, sin duda, ser perpetuado en
; de doscientos periódicos y revis- bronce y que su estatua sea colocada en
Después se tradujo a todas las len- todos los colegios del globo terrestre.
s. No ,es la enseñanza d •.'! los libros lo que
uando el señor Daniels distribuyó Un ~a Juven,tud necesita únicamente, ni las
Isaje a García, estaba en Estados It1st~uc<?lOnes sobre, e,sto o aq uello, sino
dos el príncipe Hilakoff, Director de la vIrIlidad del espl~ltu que les inspire
Ferrocarriles de Rusia. Era huésped lealtad en s ,us cometidos, acción rápida,
lonor del F. C. Central de New York co~centraclOn ,:n sus energías y d.::!sem-
I señor Daniels le acompañó en su penar ~I cometIdo: entregar un mensaje
e a través del país. El príncipe vió a Garcla.
rttículo y se interesó por él, proba-
!lente no por otra causa sino porque El Gral. García ha ~uerto ya, pero
eñor Daniels lo estaba distribuyendo aun quedan Otl'OS Garclas. Todo el que
en grande. A su regreso lo hizo haya pretendido llevar a cabo unel em-
lucir al idioma ruso y regaló un presa que requiera muchas person ... s pa-
nplar a cada uno de los empleados ra . acomewrl~, habrá encontrado que el
maxlmo obstaculo es la imbecilidad de
los ferrocarriles de Rusia. la ma,yoría de sus ayudantes y : a in-
tros países siguieron su ejemplo, y capacidad y falta de voluntad para con-
~usia pasó a Alemania, Francia, Es- centrar la atención en una cosa y ha-

(Concluye en la penúltima
aleta de carátula)
oportuna gentileza del Sr. Lic. D. FranciscC'

A J. Santamaría, Gobernador del Estado de


Tabasco, que nos facilitó el único ejemplar
de PERICO conque cuenta la Biblioteca Pública "José
Martí", de ViIlahermosa, Tabasco, debe esta Editorial
la oportunidad de ofrecer esta bella, aunque breve,
novela histórica del ameritado Don Arcadio Zentella
Priego.
Esta obra, cuya primera edición apareciera en
las lozanías del porfirismo, no ha ocupado aún, des-
graciadamente -como muchas otras producidas en
Yucatán y otros Estados- el lugar de honor que le
corresponde en la Bibliografía Mexicana; por lo que
esta Cuarta Edición tiende generosamente a ese fin.

Editorial Yucatanense
" CLUB DEL LIBRO"
(Esbozos a la brocha)
Por Arcadio Zentella
TERCERA EDICION

PERICO

Mérida, Yucatán, México

Imprenta del "Gobierno Constitucionalistal/

1915
Arca~io Zenlella priego

PERICO
.(Cuarta Edición)

(Ilustraciones de E. U. R.)

Volum en N '.' 19

.
EDITORIAL VUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"
Director y Gerente General: Gabriel Antonio Menéndez
Cia. Linotipográfica Peninsular, S. A. de C. V.
Apdo. 351 Calle 59 Núm. 445
M érida, Vucatán, Méxioo
09610
BIBLIOTECA DE MEXICO
EDITORIAL "CLUB DEL LIBRO"
OBRAS PUBUCADAS: (la. Serie)
Volumen No. 1
EL CONVENTO DE MONJAS
Novela histórica yuca teca
J. Baltazar Pérez (2 Ediciones)
Volumen No; Z
UN PACTO Y UN PLEITO
Novela histórica yuca teca
Ger6nimo Castillo 204 Pp.
Volumen No. a
CECILlO CHI
Novela histórica yuca teca
Gral. José Severo del Castillo 284 Pp
Volumen No. 4
LA CRUZ Y LA ESPADA
Novela histórica yuca teca
Lic. Eligio Ancona 376 Pp.
Volumen No. 5
LA EMIGRAClON CUBANA
EN YUCA T AN - Por el
Dr. Eduardo Urzáiz Rodriguez 170 Pp.
Volumen No. 8
ROMANCERO YUCATECO
Por Luis Rosado Vega 306 Pp.
Volumen No. 7
MEMORIAS DE UN ALFEREZ
Novela histórica yucateca 260 Pp.
Lic. Eligio Ancona (ler. Tomo)
Volumen No. 8
MEMORIAS DE UN ALFEREZ
Novela hi~tórica yuca teca 2.30 Pp.
Lic. Eligio Ancona (20. Tomo)
Volumen No. e
HUMORADAS
Cuentos costumbristas campechanos
Dr. Nazario V. Montejo 176 Pp.
Volumen No. 10
UNA HOJA DEL PASADO
Novela por Dolores Bolio 296 Pp.
Volumen No . 11
CISNES NEGROS - Poesías
Por Ernesto Albertos Tenorio 322 Pp.
Volumen No. 12
EL AHORCADO DE 1848
Por Gregorio Pé rez; y
RUTAS EXTRAVIADAS
Por el Dr. B. López Martínez 184 Pp.
(Todas e s t as obras es t á n impr e sas en papeles BOND y
REVISTA, pudi é ndose servir empastado.)
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"
OBRAS QUE INTEGRAN LA
SEGUNDASERIE
(Volúmenes Números 13 al 25 )
Publicadas:
EL FILIBUSTERO (1er. Tomo)
Por el Líe. Eligio Ancona 176 Pp.
EL FILIBUSTERO (2do. Tomo) 1~0 Pp
Por el Líe. Eligio Ancona
LA HIJA DEL JUDIO (10. y 20. Tomos)
Por el Dr. Justo Sierra O'Reilly 216 Pp.
LA HIJA DEL JUDIO (2do. y 3er. Tomos)
Por el Dr. Justo Sierra O 'Reilly 330 Pp.
PALUDISMO
Por Bernardino Mena Brito 232 Pp.
OCHO AROS ENTRE SALVAJES
Por J. Baltazar Pérez 200 Pp.
"PERICO"
Por Arcadio Zentella Priego
En Prensas:
LA POESIA TABASQUEfiA
Por el Líe. Francisco J . Santamarie
Próxima Aparición:
ESTUD IO HISTORICO SOBRE LA
RAZA INDIGENA DE YUCAT AN, y
DISERT ACION SOBRE LA HISTO-
RIA DE LA LENGUA MAYA O
YUCATECA
Por el Ob. D. Crescencio Carrillo y A.
ANTON PEREZ
Por Manuel Sánchez Mármol
TROPA VIEJA
Por el Gral. Francisco L. Urquizo
LA MESTIZA
Por el Líe. Eligio Ancona
LEYENDAS YUCATECAS
(Autores diversos)

(Estos títulos podrán ser sustituidos o invertido.


en el orden de su publicación)
CARTA DE PEDRO SANT ACILIA

México, 8 de Ahril de 1886

Señor Don Arcadio Zentella

Mi querido amigo:

HE leído con gusto su novelita "Perico" que


tuvo Ud. la hondad de enviarme por conduc-
to de nuestro amigo Sánchez Mármol.
i Cuántos recuerdos me trajo de mi querida
Cuha!
Si " Perico" huhiera sido escrÚa en un pue-
hlo, donde se lf:yera, huhiera producido en México
el mismo efecto que en los Estados Unidos "La
Cahaña del Tío T om". Sánchez Mármol tiene
razón: entre nosotros leer es sinónimo de hostezar.
Su novelita, con una pregunta y la respuesta,
nos da idea cahal del estado social de su tierra.
"¿Me querés Casilda 7" "Quinsahe si quiere el
amo."

Sánchez Mármol, en su juicio crítico, no


quiso tratar la cuestión social que Ud. ha puesto
de relieve en su novelita.
Le felicito.
R eciha Ud. de Nela cariñosos recuerdos.
Le quiere su amigo ,

Santa
Mérida, Octubre 2 de 1915
Sr. Lic. Calixto Maldonado

Fino y buen amigo:

. NUESTRAS relaciones de amistad no son


viejas, pero el oro es oro desde que sale de
la mina: nuestra amistad es oro.
A Ud. especialmente se debe la publica-
ción de esta 3a. edición de mi novelita "Perico",
porque ha creído ver en ,ella, al poner de mani-
fiesto una úlcera social, un justificante de la pre-
sente Revolución.
Justo es que a Ud. se la dedique.
Recíbala como una muestra de mi afecto,
nacido de lo mucho que Ud. vale como revolu-
cionario de convicciones y sincero amigo.
Su amigo, '

Arcadio Zentella
CART A-PROLOGO

Al Señor Editor de La Idea,


Francisco Ghigliazza

Amigo mío:

M ERECE Vd. hien de las tahasqueñas 'etras. Su afán


por sostener una puhlicación, consagrada al estudio
ahstracto de las cuestiones del más trascendental interés
para nuestro país, afán no desmentido ni en los períodos
de lucha y apasionamiento político porque hemos pasado,
reclaman esa declaración. Y tanto más merecedor de en-
comio es su propósito, cuanto que no ha sido hastante a
impedir sus manifestaciones la circunstancia de haher
sido Vd. mismo actor, y de los muy principales, en las
lu chas referidas. Allí están La Civilización, El Partido
Liberal y La Idea, periódico s salidos de sus prensas, qu e
dan elocuente testimonio de aquella verdad.
En los dos primeros de esos periódicos, de carácter
esencialmente luchador, polemista y de controversia, la
política no lo absorhió todo: no escasas páginas de ellos
se vieron destinadas a la reproducción de composiciones
literarias extranjeras, con atildadísimo gusto escogidas, y
a la publicaCión de algunos trahajos de los pocos hom-
hres de letras con que nuestro humilde Estado cuenta, que
más que obras de literatura, algunas de ellas no merecen ,
ni aspiraron a otro calificativo que el de meros ensayos.
De La Idea, semanario venido a la vida en horas
de relativa serenidad, ha resuelto Ud. hacer, según ha te-
nido la amabilidad de confiarme, una publicación alejada,
cuanto en lo posible cabe, de las regiones perturbadoras
de la política, consagrándola, como principal asunto, a la
defensa de los intereses agrícolas y mercantiles de nuestro
país, tan lastimosamente asendereados, y al fomento de
las bellas letras indígenas que, atento a lo que en otras
épocas prometían, hay qué juzgar hoy heridas de enfer-
mizo estacionamiento, como si hasta en ellas quisiera re-
velarse la incurable decadencia de nuestro espíritu na-
cional para todas aquellas artes de cultura, que ennoble-
cen y glorifican a los pueblos.
Mi aplauso, amigo mío, y el aplauso de las perso-
nas que valen mucho más que yo, merece Ud. , atrevién-
dome a augurar que el país entero sabrá alentar los ge -
nerosos esfuerzos de Ud.

Destinado el folletín de su semanario a la publi-


cación de producciones literarias de nuestra tierra, sé que
comenzará Ud . a llenarlo con la serie de cuadros que bo;o
el título de "EN E S TA TIERRA (Esbo::os a la brocT1a)"".

XIV
viene escribiendo, desde hace algunos meses, mi cuñado
Arcadio Zentella, sujeto que, parentesco aparte (y no cabe
en mí afectar imparcialidad, pues tengo probado con más
de una prueba notoria que si Amicus Plato, magis amica
veritas), sujeto que, como venía diciendo, se distingue co-
mo escritor, por su talento de observación extensa y casi
erudita de las obras maestras de literatura y conocimiento
acabado de los usos y costumbres de nuestro país, que hay
qué estudiar, más que en nuestros pueblos y villorrios, en
los campos, en donde radica la cepa genuinamente tabas-
queña.

El autor, que ha escrito sin pretensión, me ha he-


cho conocer algunas de las nove litas que constituyen el
conjunto de su obra, en su mayor parte todavía en germen:
halas dado el modestísimo epíteto de Bocetos a la brocha,
y a la verdad, que tal es la viveza del colorido /y la energía
de la expresión que las · distingue, que no titubeo en va-
ticinarles boga merecida y vida duradera.

Por su índole, por la naturaleza misma de los asun-


tos que sirven de motivo a 'a obra, debe ser afiliada en la
que se ha dado en llamar "escuela realista", clasificación
que no tiene de novedad (siempre que la realidad no sea
en la composición literaria cosa rebuscada sistemáticamen-
te), mas que el nombre. De otra suerte, habrá qué convenir
en que, entre las joyas de la literatura española del siglo
XVI. El Lazarillo de Tormes de Hurtado de Mendoza, Rin-
conete y Cortadillo y aun la misma GitanilIa de Miguel de
Cervantes, El Diablo Cojuelo de V élez de Guevara, y El
Escudero Obregón de Espinel, así como los artículos de
costumbre s de Don Juan Zavaleta, del siglo XVII, y del
primer tercio del actual las Escenas Matritenses de Meso-
nero Romano y las Escenas Andaluza~ del Solitario. no
caben en otra clasificación que en las del g~ne ro realista.

xv
N o; hablando en puridad, no hay en literatu ra
" escuela realista" . El realismo convertido en sistema, ja -
más pasará de ser una extravagancia. En las obras de in-
genio, ya se trate de composiciones literarias, ya de artís-
ticas, el mayor 'o menor realismo de la composición depen-
de del asunto sobre que versa, y así como en la pintura d el
paisaje, 'a belleza de un cuadro consiste toda en que
la reproducción de los objetos, tal cual la naturaleza no s
los presenta, sea verdadera y. artísticamente representada,
de la misma manera, en la obra literaria, cuyo obje~o es
pintar las costumbres, el modo de vivir de una sociedad ,
para que haya belleza, es indispensable que el trabetjo
del escritor reproduzca, sin perder de vista las reglas de!
arte, lo~ rasgos que por más salientes y característicos,
constituyen la fisonomía viva y animada del pueblo o del
grupo social que se desea exponer ante 'a atención del
'ector. El paisista que pintara en suelo cubierto de nieves ,
bosques de palmeras, como el novelista o dramaturgo qu e
hiciera hablar habla académica Ct una reunión de campe -
sinos, serían dos extravagantes.
Yo sé bien que la "escuela realista " se apellida tal
por oposición al sistema de los escritores que , Cl ca::a de
moralejas, inventan argumentos inverosímiles para apli-
car, a roso y vellozo, en el desenlace de la trama, una reqlu
de Etica: torturado que salga el buen sentido. atropella-
das que salgan las leye s de la estética, poco importa. Cl
condición de que la moral cristiana y aun hasta 10 romana.
queden vencedoras. Esta pretendida escuela. in clinada a
hacer aparecer las cosas humanas no como son sino como
debieran ser, no difiere un ápice del gén e ro de extrcwa-
gancia que acabo de apuntar . Si lle gara a imperar, tanto
valdría como hacer de ioda la literatura un púlpito de
iglesia.
Pero de esa misma contrapo sición, qU 9 e s acTw -
que del espíritu humano, ir a lo eXCl ge ro c ;ón de lo:: extre ·

XVI
mos, ha resultado que el realismo no se contenga en lb~
justos límites de la racional doctrina a que debe su na'd-
miento, yendo sus partidarios; a pretexto de perseguir el"'
lado rea~ ,d e las cosas, ~n pos de lo excepcional, ~'e lo ,
monstruoso, tanto en el orden físico cuanto en el moral, .
como. si 'las excepciones, como si las' deformidades pudie-
ran llegar a constituir el concepto del arte. Si semejante '
literatura, cuyas producciones tienden a demostrar la su-
pre~(l.cía del mal sobre el bien y la sup2r,i oridad de lo
deforme sobre lo bello, prevaleciera; el mundo vend,ría (1
ser planeta habitado por Gnomos y el corazón humano ma
nantial e~ponzoñado. Y esa no es la humanidad. Luchas
en que a las veces el bien sucumbe, y a las veces sale
vencedor; teatro inmenso en que a las ocasiones los perso-
najes más grotescos llevan la palma a los más exquisita-
mente conformados, para caer a las ocasiones bajO el car-
cañal del venCido de ayer, esd es la vida e~aminada desde-
el punto de vi~ta más amplio. Meiclar el bie'l con el mal;
lo deforme con lo bel'lo: tal cual se ostenta en el cuotidiano-
{lujo y refluj~ de la humana existencia, ' bien puede ser
asunto razonable para el arte; norabuena que sobre los :
hombros eséultóricos de la bella Esmeralda, veamos aso-
mar el 'monstruoso busto de Cuasimodo; que la faz ra-
diante de hermosura de Sotileza refleje la felicidad en lo~ .
retorcidos músculos del ingrato Muergo; aquí la 'deformi-
dad es lo accesorio del cuadro: toques obscuros destinados ,
a avivar el' colorido de los objetos principales de la compo-
Sición; sombras que se justaponen a la luz para darle ma-
yor resa~té. Pero que haya autor, por audaz y extraordinario
que se le suponga, capaz de escribir un fibra con Claudias
Frol'Cos y Gwimplains, Cuasimodos y T énadiers, Bug -
Jargals y Clubins, la deformidad física y la deformidad
moral, por únicos personajes, siquiera sea el genio colol'al
de Víctor Hugo quien a tanto se atreva. y no habrá ledo r
éaya paciencia nó se subleve indignada, arr~;ando lefos

XVII
de sí aquella lectura horripifame que, caso de protar afgo~
·probaría el estado de perturbación del cerebro que cosa.
ian. extraña concibiera. No, amigo mío; esto 1Ui) puede ser
~l arte ; no puede serlo nunca el hacinamiento de bájezas,
de i.n.d ignidades, de hipocreslas ejeculadas por seres lene-
brosos en la forma o en la conciencia. •

y queda ya. visto que tanto se extravían los que


b uscan la interpretación de la belleza esfétrca, pintando
,fas cosas humanas nQcomo son, sino como debieran ser;
como los que intentan ,p resentarlas cual caben en la esfera
de la posibilidad pura.
Hay qué tomUT el orle por el arte: él tiene vida.
propia y tiene por eso sus ideale~ u los que se encamina
In::gido por sus leyes, tan dert~ tan precisas., tan .~ta-
. t le s, -como las otras leyes del orden natural QUien de esos
ú:Jeales S~ aparta 'c on el ansia de prodUcir obras de abomi-
fl'1.u,lble ('\l'i yinolulad, 't) rloe U.TUl momfidarl .n omenos nhomi-
i' :0.bl~ p~:t' lo n{ambicada y lraída de los cabelfos, aconté-
~'ele lo que uf inexp'erlo nlfaroro de Horado: el án!.Q.ra
cOJrtf>n~nJa wrnaS'€ en laza nI voltear de la 'l"Ueda.

Si el escultor de la Venus de Milo, en vez de abs-


tTuuseen el ideal a que quería dar vida, lo hubiera subor-
·<.-ct na.Ja a escrúpulos de 1wnes'tidad, ¿habría podido crear
<ese portentocle femenil perfección? ¿y u quién ha ocurrido
¡p 3n sarque aquellas formas tan magistralmente modeladas,
(Qc¡uellas U l maJuras Uenas de plastiCidad, aquellos senos
~'! .~ge stJenle~ <:tue parecen palpitar., aquella suavidad im-
Et ;'es '1 'a l&dos l os conlornos que han hecho del ,bronc~ car-
~,,~ ¡'S 'Dil/~.nhs, :constituyan una 'o fensa uf pudor? Hay en el
J rte cnstn-s de.snudeces., como vestimentas lascivas-: lanta
'castidad hay, por ejemplo ~n los desnudos hombros de El
S ueño de Hans Mackarl, como 'e n una Madona de Rafael;
)' m ás concupiscencia en 'el ropaje de .la ,M.esalina de

XVIll
Kaulbach .. que en la mnriésica fisonomía Je un FaumP'
de Pompeya, Proviene fal efecto no de otra cosa~ que de
la atinada aplicaci6n de las reglas; atinada, digo, y .en",
afinar está el secreto Jel genio; que de nada sirve conocer
aquél'fas a maravilf'a, si se- ,carece ,d e' inspiración para én~
ferprefarlas y aplicarlas ;' y la iP.spiraci6n ,es: la expresión '
suprema elel ideal
El arte por el arie. S'i al trufar un asunto propi<J
para cautivar la, atención del fecfúr~J.e su lógico y natural
desenlace- resulta €onfirmaJo ate precepto de- mora " m.ag-'-
nífi€o; pero si: ofrll cosa' resulta~ no por eso hu ,d e suf,v
menoscab0- el méififo fite'raria le la (J,t.ra.
Un gran Maestro.,. 'fé'fr. R~a:tm,~ ht.l dicho que " no
hay arte' de' ha~r'al" como ua ~, hay {le escr::bir". o lo que'
es lo propio, que las: reglas; e-sfán de SfJIJra .pena lo uno COlno
para lo otra; peroloda Fa respefa"bili,c laJ del profundo filó-
sofo no hará nunca de su sentencia sino Singular paradoja.
Tan CÍe<rfo- es que fas regias tienen [ID imperio in eludible
en las regiones del ane, que-qme-n fas quebranta. por ex-
fraorclinaTias: que sus fm:;ultades sean•. j.amás creará obras
vivideras; sii ro:paces le- c/.eslumlu'o.:y- de momento, impo-
tentes pa.,a' resistir el primer ~ate ele lo S'a1l(l crítica..
Genzo. superi(}[' era Góngora, y ¿qué rué del gongorismo?
Arquitecto dorado de' i'magín:acioo podero.sa fué ChWTi-
gue ra. 'Y lque es le- su Q'Sfiro?
Las reg'fas TIlO son: toJo-; conrrenüJo; pero penetrado
de ellas es únicamente como kt espontaneidad del a:rfisla
f) det escritor puede- producir otr.us acobaJas. Laespon-

"aneidad es el genio, es fa ü'tspúO(¡:rdón; mas ahancl.onaJ.a


fl sus propia recursos, J(:!'spr<ypisf.r.¡ ,le reg las, es Faefónte
conducienJo eE ca:rro Jet' Sol , "
Creo haber expli('ado' mi pensamiento con tastante
daridad. Si a mi entend9>" (eu(cudc,r 'l1-:.á s poco autorizado.

XIX
sea dicho por vía de corrección), el realismo en la acepción
q ue actualmente alardea, es inaceptable como escuela lite··
raria, no quiere decir que se desconozca a los talentos su-
periores el derecho de soltar los vuelos a su fantasía para
crear o inventar asuntos más o menos originales. Eso sería
convertir al literato o al artista en mero copiador de la N atu-
raleza, en servir de máquina fotográfica. No; el genio tiene
sus inmunidades que lo colocan en la región de los dioses .
. Lo que sostengo es que la invención para conquistar pasa-
porte de inmortal, no debe romper las leyes de la estética;
sJno que ha de resultar plenamente verosímil, de suerte
que al volver la última página del libro saboreado con de-
[eite, el lector pueda, por todo reproche, exclamar: ISe
·non é yero é bene trovato T (*)
Si he entrado en el examen pasajero, cuanto una
.cm-ta lo consiente, de lo que al presente ostenta el nombre
d e "escuela realista", escuela que, o siempre ha existido,
() no es tal, es a propósito de las novelas de Zentella~ o
>cuadros, como él los llama, de un tono esencialmente rea-
lista; pero del realismo que campea en las Narraciones del
.novelista alemán Auerbach, en los Bocetos Californianos
,del escritor norteamericano Bret Harte, y en las preciosas
novelas de José M. de Pereda, con las cuales producciones
;t ienen no escasa analogía.
Yo pienso que cada literatura debe poseer su fiso-
4'1.omía propia y que esta fisonomía debe constituír los- ras-
gs característicos más marcados del pueblo donde se ma-
:.f ,,¿fiesta; y quien lea a Auerbach, encontrará sus páginas
i.m pregnadas de esa placidez, de esa serenidad, de ese
~o ntcl1Jo íntimo al par que' comunicativo que forma el
fondo de la índole alemana; y quien l~a a Bret Harte, no

.t "' ) j Si no es cierto, está bien dicho!

xx
.dejara de percibir en su estilo cierto saborcillo acre, avaro,
untes que pródigo de figuras, sobria hasta la elípsis, cual
cumple a un genuino vástago de la tierra del time is money.
que pinta un país agreste, poblado por cuasi salvajes o
-que pinta un país agreste, poblado por cuasi salvajes o sal-
vajes completos, como la pristina Californiana del período
de la Gold fever; y quien lea a Pereda adivinará al espa-
ñol de pura crema ibérica; español por el ,h abla abundan-
te y castiza, sin resahios de extranjerismo; español" por el
-estilo fluído , correcto y pictórico ; español hasla por los ri-
betes de ultramontanismo, que no cura de esconder, por~
que es un ultramonfanismo sincero ..

Sabrá Ud. que Pereda, por su señalada afición a


dibujar y cincelar, (que su pluma es, además, lápiz )' cin-
cel), tipos y escenas grotesca,s, es apellidado por sus com-
patriotas el Teniers de 'a Montafia. No me parece exacto
-e l calificativo: cuando lo leo, descubro en su manera la
conjunción de dos grandes ingenios : hay en él destellos de
V elázquez y reflejos de Cervantes.

Dar a conocer las inlimidades de 'a vida. tabasque .


fu; el régimen de castas, bajo el cual aún subsisten por-
d ones considerables de nuestra sociedad; bosquejar las
-c ostumbre s que imperan en nuestra población rural, y de-
linear algunos caracteres odiosos que, no por ficticios, de-
jan de corre sponder a la realidad, tal es el pensamiento
:capital que preside a la ohra de Zentella.

El 'ector hallará en e lla propiedad en los detalles ,


. a rmonia en la textura, belleza e n el conjunto ; quiere decir,
q ue se nJ. leída con a grado. De propósÚo me abstengo de
e ntrar en e l análisis de aquellos de sus cuadros que tiene
ya de última m ano ; espero e l juicio que el público forme ,
y para entonces, si Dios me lo permite, propóngome hacer·
un. psluJio form a l d e esa producción literaria..

XXI
No p refenck •. ni mucho ' merlas LO pretende- e~ autor:.
1> sé hien~ que ella aquilate el valor de una obra maestra ;:
n.ada de eso. Como ante s dije ; está elaborada sin preten.-
sión, y acaso" sin más [in que:e[ de. demostrar que' es posi-
b l~ la fundación de una literatura de color local Esta con-o
sideración debe- tenerse en cuenta para juzgarCó ; que- eua-
iésq.u fera que sean lbs defectos de ejecución, tendrá eT mé- ·
rito indispensable d-e ser el' creador del género. C 'racia,.
pues,- e- inJulgenciapara esos defectos. Grande es er intenL .

lo, y en las grandes cosas sat tentare- est.


Pero esta epístola traspasa ya 10'8 límites que al cco-
menzarfa me impusiera ;, ciérrolD. aquí, deseándofé nurne' -
rosos' suscrifores ~

M. Sánche.z. Miiurwl.
Julio, 30 de' 1885

XXIi
!!D'ON ARCA"DIOZENTEttAPRIEGO,
I ,NTERPRETEDE LA f\: OVELA SOCIAL

Por
Manuel ,Antonio -Rom'ero

EN 18841ué editada p(}r primera vez "Perico i


n()v~fó
',
. escrita por Arcadio Zentella (Sr.). En 'I 90l 5. en Méridá,
fué reeditada. ,A caso no fué una casualidad que un lih~­
ral de 'abolengo, partícipe ",,""como Sánchez ,M ármol ....... dé
las guerras dVilesy de 'la guerra contra 'el lmperio, dec'i-
diera escribir 'Una novela de hondo y fiel realismo. Desde
luego fué lógico 'que uno .de los primeros Gobiernos -de la
Revolución en el Estado de YücQJtán considerara útil reedi-
tar " Perico" ,
Si esta novela hubiese sido escrtta en t925, ha'hría
sido proclamada novela revolucionaria, no sólo en México~
sino en multitud de naciones americanas en las que escrJ.-
tores d e talla .-como Rómu lo y Gerardo Gatlegos ~ Jorge
¡te lcaza. etc._ extraen sus argumentos y el pasaje social
'!( sus prod ucciones de una realidad.
" Perico " e s la historia dramática del amor de un
"-won y de una criada de hacienda. El amo interviene exi-
fi tendo ese d erecho de "pernada" que hemos conocido en
Tabasco, sin drama y como mera rutina de costumbre.
Encierre del peón. Asesinato del hacendado. Fuga -d e los
amantes. Persecución. El idilio acaba en la cárcel. Esto es
todo. sin literatura.
La técnica del novelista es elemental: narrar. En
esto, sigue la técnica de los Hermanos Goncourt, de exten-
dida fama en aquel entonces, sólo que el narrador obje-
tivo y fiel , carece de fondo poético y emocional, restando
encanto a un(L de las buenas novelas del Sureste,
Zentella escribe correctamente. Conoce el idioma.
Ve el paisaje y sabe describirlo. Conoce el fondo psico -
lógico y emotivo de la gente humilde del campo y sabe
presentarlo con transparencia, a través del laberinto de
situaciones angustiosas porque atraviesa, unida, la pareja
de humildes amantes. ¡Cuán grande y pr.ofundo amor, en
donde la vida ordinaria secular no ha permitido ver en el
campo sino lascivia rústica! -
\. \

La más alta cualidad literaria de Zentella fUé ' su


apego a la realidad. Nada es falso en " Perico". Cerca' d e
veinte años después de escrita la novela, Don Francisco
'Bulnes citó a Tabasco entre los Estad~s del · país en los
que peores eran '-las condiciones sociales del peonaje y más
bajos los salarios. Por esa época visité ranchos y hacien-
das de dos regiones diferentes .-hacia la costa y hacia
Macuspana.- y conocí, el sistema de las deudas del peo-
naje , establecido como la base del trahajo agrícola y, e n
muchos lugares .-no en todos.- el cepo, las cadenas , e l

XXIV
calabozo y el látigo. El derecho de "pernada" y el abuso
de la privilegiada condición de los hacendados, de los ad-
ministradores y de los jóvenes herederos, carecían de im-,
portancia por la general licencia que tenían en las costum-
bres. En 1911, el Gral. José Domingo Ramírez Garrido ·
conoció el caso de una mujer sometida a la tortura del en-
cierro en un jacal medio lleno de cal viva, en la jurisdic-
ción de Cunduacán, lo que le determinó a redadar el de-
creto de emancipación del peonaje de las deudas tradicio-
nales en 1914. año de iniciación de una paulatina mudan:'
za en las condiciones sociales de 'a vida del trabajador del'
campo.
Estos hechos demuestran que Zentella se anticipó
a todos en la sensibilidad moral frente a una injusticia de
la vida civil. En el panorama de las Letras Patrias, Zen -
leIla fué también un precursor de la novela social. Fué
mucho más tarde que José López Portillo y ROjas escribió
"La Parcela", drama rural de vitalidad extraordinaria. Y
ese pálido esbozo teatral. "La v~nganza de Ta gleba", de
Federico Gamboa, fué posterior a "Perico" . Más aún, el '
escritor revolucionario Heriberto Frías, con sus novelas y
episodios. de rudo verismo, se dió a conocer cuando en el '
régimen porfirista aparecían las grietas de la decadencia'.
"Perico" salió a la luz de la publicidad en la lozanía del.;
porfirismo.
No fué una casualidad que Zentella decidiera eso.
cribir su nove la. Pué consecuencia de su pasado polítiCO.
En su época nadie " veía" el sistema injusto creado en las
relaciones sociales en el campo. I-lay quien imagina hoy
que los mismos trabajadore s agrícolas ignoraban su lamen -
table situación.
Después de escrito " Perico", Sánchez Mármol es-
cribió algunas de sus novelas . En ninguna de ellas h ay
un pasa;e que dé relieue a l atropello cuoudiano cometido

xxv
~tt éónfra de los trahajadores agnCll"ios. Novelistas tahas e

,qUeños pertenecientes a generaciones posteriores, como


Manuel Merino (Sr.) y Doña T eutila Correa de Cárter, no
describieron nada semejante a "Perico" y no porque am-
ibos escritores desconocieran la vida del campo. En una
'n ovela de la Señora Cárter, escrita en el siglo XX, des a

'cribe una hacienda, junto a un río.


Los paisajes, son exactos -paisajes de la Sierra
Tabasqueña ....... Las costumbres recuerdan, no sólo las del
Estado dé Tahasco, sino las que caracterizaron el siglo pa-
sado en América Latina y que se encuentran lo mismo en
'-'María" de Jorge Isaacs, que en el "Primo" de Genaro
CarJolta '() ~n las novelas de Don Pepe Milla. Pero no
'e stá en ,t a novela de Doña T eutila toda la realidad, sino
ftl!lrlfe, J~ la nealidad; no lo pe€uliar e inencontrable en otro
I!~o que TalJasco, sino esa parte de la vida social grata
'Y Julc~ d~ las familras iberoamericanas propietarias del
trompo.
. Seria in¡usto~ntonar un canto de loanza exagera~
JIo de la novela de A'rcadio Zentella. Decir que carece
·,ae mérito serlo {'also. Hay que situar las obras de arte en
su ,epoca y én e marco J~ ciertas fronteras que son lógicas
''Para forjar un juicio. "Santa" ...... elogiada y leída duran-
te décadas, para ser deturpada después y olvidada, al
fin ...... , es una novela excelente del fin del siglo anterior y
d entro de las fronteras de la Literatura Mexicana. Díaz
Mirón posee aliento universal. El Duque de Job merece
sitio dentro de la Literatura Hispano-Americana y Amado
Nervo está dentro de las Letras de 'a Lengua Castellana .
" Perico" es un buen intento novelesco en su época
)i p Oi' esta circunstancia ...... el momento en que fué escrita,
d e producción n.acional pausada y fragmentaria ...... debe ser
;uzgada ,dentro d el conjunto de la producción nacional.
E sto e s lo que no ha logrado. Y el d esagravio que debe -

XXVI
riamos lograr los aficionados a las Letras nacidos en el p~i~
saje de luz de Tabasco, es sacar del olvido y de la región~
el nombre del novelista y su obra.

Los defectos del arte de novelar en Zenfella, sil"


deben a su época en cuanto es evidente que él se· ci"ñó a uri>
procedimiento usado enfonces: narrar. La frialcIa! d~ és:"-:
tilo, su falta de poesía ..--ra buena novela es siem'Pl'é' ptie~sí~
pura..- se debió a su temperamento. contemplativo y se~re~'
no. Indudablemente a otra circunstancia: ZenielbAftté hofiz
bre de ciencia, un investigad'ar ([ue d~tB en "C~rtas' EIÍ\.
ciclopédicas" muestras de competencia y sti's; e:r~§,
J'€
preocupaciones y estudios:

No heconoddo' lci juventud de' Arcadlo' Z~'htelta


(Sr.), sino en la voz dé' lbs viejos de mí" ninéz: Le' cbrioc'í
ya, robusto y vié'jo, con pOblada barba h'ánca: Iba ergüido '
en las manifestaciones patrióticas de los ánfv-ersarios Kis-
tóricos, adelante, con alto sombrero de copa ,y ehf~n4~Jb
en una levita cruzada qú'é ' le daba majestad física... Sabí~
yo q ú e como Director de Instrucción Primaria , Zentella '
daba apoyo a la Escuela Rébsamen, frente a los esfuer-
zos cumplidos en materia educativa por el clero tabas-
queño. Oía d~c.ir con frecuencia que era volteriano. ió"
que me agradaba más era saber que en su c;asa, cuándo '
sus hijos eran muchachos , presidía durante las trés comi -
da s, un parlamento en el que todo se discutía entrEtpcú(relg '
e hijos co n absoluta lib e rtad y una que otra actituJ es....cá.nfá~.
lizada d e la esposa d e l escritor __ doña Mercedes Sálichez
Már mo l de Zent e lla -" ino lvidable para [os que tuvimos'
e l h ono r de conoce rla . F:s tu.ve en e l entierro del novelista ett'
la ciud a d d e M éx ico . Vi e ndo ca er paletadas de tierra sobre"
el ataúd, pen sé que Z en te lla procedía de una Revolución
__ la d e Ayutla - y m oría en el momento en que otra Re-
volución .-la iniciad o en l Q10.- llcqa ba a las mareas más

XX'. 'H
altas; las posteriores a la muerte de Don Venustiano Ca-
rranza.
¿Será justa la actitud de los tabasqueños, indife-
rentes a las .glorias locales, sin una estatua que recuerde
a sus hombres de Ciencia y de las Letras muertos, sin edi-
ciones sucesivas de lo mejor que se ha escrito en Tabasco,
sin popularizar la obra de nuestros músicos y todo cuanto
lué producido bajo el signo del talento creador?
Por fortuna, hace años se inició una rectificación
-oportuna.
Los nombres de los educadores desta~ados en cada
'l ocalidad honran escuelas ,nuevas. En 1942, al imponerse
a una escuela de Villahermosa el nombre del Maestro
Francisco 1. Santamaría, tuvo lugar un homenaje sin pre-
cedentes a un Profesor vivo. Más tarde, el nombre del sa-
hio José N. Rovirosa sirvió para el Parque Tabasco, uno
de los lugares de esparcimiento más hellos del Municipio
del Centro. Los nomhres de Luis Gil Pérez, Emilio León
Zárate, Límhano Blandín y los de otros Profesores, figu-
ran en puehlos y villas en sustitución de nomhres tradicio-
nales.
No es hastante aún. La edición de las ohras de
poetas, prosistas y homhres de ciencia, nativos del solar ta-
hasqueño, constÚuye algo más que un homenaje: el pue-
tlo tahasqueño, hajo la dirección del Gohierno del Estado,
va al encuentro de la tradición y sella con los nomhres de
los forjadores de la cult.ura reg~onal, un pacto que será
fecundo en el porvenir. lLlegara su hora de luz a los con-
temporáneos, pero antes, como huenos hijos de T ahasco,
saquemos del olvido a nuestros ahuelos, aedas, pensado-
res, educadores, investigadores científicos, narradores his-
tóricos, a los que recogieron datos para estudios monográ-
!r.cos y a los que sacaron de su COrazón el zumo de la sen-

XXVIII
sibilidacl. que. saturando las invenciones de la fantasía, dan
un poco de reposo al espíritu. cultivándolo. elevándolo y
-depurándolo de los hajos menesteres que a menudo fatigan.
A los nombres de Leovigildo Ferrer y Ferrer y de
Salomé TaraceJ1.(l, viene a sumarse el nombre venerable
de Arcadio Zentella Priego, en la teoría de libros edita-
dos por la Compañía Editora Tabasqueña, S. A. Vendrá
después Manuel Sánchez Mármol y vendrán otros hasta
completar la Bihliotecade Autores Tabasqueños, que de-
bemos por igual a nuestros escritores científicos y literario8
del pasado y a nuestros hijos y a nuestros nielos.

XXIX
PEIICO
CAPITULO I

EN EL TRAPICHE (*)

E N el año de 188* pasaron las escenas que, en cua-


dros ligeramente bosquejados. ,vamos a referir.
Bajo una gran casa, cuyo techo era sostenido única-
mente por gruesos pilares, se movía en el centro de ella,
uno de esos rudimentales molinos, que sirven en nuestro
p a ís para extraer el jugo de la :preciosa caña de azúcar.
Las once de la noche marc~ba una vieja mues-
tra que descansaba sobre un pilar ennegrecido .
........ lNo hay qué dormirse, PericoI
. . . . 1Arre, mulas!
Sonó un chi cotazo, crujieron los cambones (*),
e n s us alvéolos d e bronce rechinaron los acerados guifos
y la pesada máquina aceleró un tanto sus interminables
vue ltas ; el chorro de jugo de caña, al caer sobre el bancaso
(*), aumentó un milím e tro su diámetro .
A la vacila~te luz de dos f'arolitos, suspendi-
do s d e [a s viga s d e caoba. más que mirars e, se a divinaba

( *' ) Este y Jos de más títulos capitulares fueron puestos pOI' la Editol·ial.
(N. de la E.)
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

una escena abigarrada, compuesta de una docena de mu-


las, media docena de hombres cobrizos, y unos cuantos
chiquillos blandiendo sus chirriones. La obscuridad daba
al conjunto mucho de fantástico. Algo de aquello debió
soñar el Dante.
En un momento la palabra quedó en suspen-
so. A intervalos se oía el chasquido del chirrión, continua-
mente el crujir de las maderas y el chirrido de los hierros.
Más allá el chisporroteo de la lumbre que en
el horno ardía y pintaba de rojo a trozos la escena, según
·que aquel círculo de hombres y de animales, en su conti-
nuo girar, pasaba bajo sus reflejos.
Una especie de esqueleto atizaba la hoguera;
una aureola negra rodeaba la cavidad donde de seguro
guardaba los ojos.
A cada movimiento de genuflexiones que "El
Zurdo" hacía para arrojar los maderos a la fornalla, se di-
bujaban perfectamente las temblorosas rótulas. y aquellos
brazos' descarnados. apoyándose sobre las piernas. auxi-
liaban a las articulaciones del fémur para que la colum-
na vertebral volviesJe a tomar su posición ordinaria.
El que había dicho "lNo hay qué dormirse.
Perico I", dió una vuelta con más lentitud que las mulas;
miró, más bien escudriñó todo, y al pasar junto al hombre-
huesos. tuvo éste qué hacer un esfuerzo superior sobre sus
muslos para enderezarse. El círculo amoratado de sus ojos
se enrojeció: quizá en aquel momento la lumbre de la hor-
naza hirió de lleno sus cuencas. · El visitante se marchó por
donde había venido: y cinco minutos después, se escucha-
(*) Los maderos de los cuales tiran las mulas para hacer girar el
trapiche.
( * ) Pieza sobre la cual descansan las mazas del trapiche.

34
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRlECO

ba algún cuchicheo. Parecía que la voz que ría hacer u so


de la palabra. El cuchicheo se mezclaba con el rUÍdo d e
una pesada cadena, que sujetaba por un extremo un pie
de "El Zurdo", y por otro estaba pendiente de un pesado
trozo de moral. Hasta entonces osó sonar la cadena. El si-
lencio de voces que antes había reinado, también le era
impuesto a ella. -Aquel rUÍdo metálico era como el ha-
blar del "Zurdo".
La acostumbrada velada no tuvo más de no-
table que algunos latigazos sufridos por Perico que, si bien
destinados a las mulas, el mayordomo (*) los hizo cam-
biar de dirección, por considerarlos más eficaces. siguiendo
aquel camino, al resultado final de los trabajos.

(*) Mayordomo. El encargado de vigilar los trabajos.


Ilustro E. U. R .

. . . una especie de esqueleto atizaba la hogue ra .. .

35
CAPITULO 11

PERICO ·

E N los trópicos. la aurora es rápida; pero su rapidez


está compensada por su belleza. que si bien fuga~
satisface la imaginación del poeta más exigente.
Toda la Naturaleza despertó con los mil ruidos
que le sirven para anunciar su co~tento .
. Bajo el techo de la 'molienda. ningún cambio
. notable pudo observarse. Es cierto que los farolillos fueron .
apagados; pero esto se hizo antes de que la aurora luciese.
Puede trabajarse media hora a obscuras, y esto produce
-iempre economía de aceite.
El mismo personaje que a la media noche im·
puso aterrador silencio . se presentó a hacer la matinal
Inspección .
, Perico abrió los ojos. El pobre muchacho pa A

reda una masa inerte, que continuaba · moviéndose en vir·


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tud de la velocidad adquirida. Sus abiertos ojos nada


veían. ASÍ, andando y todo, soñaba, y sus sueños tenían
por punto de partida
,
la felicidad de sus mulas.
_1 Arre L -decíase mientras pensaba;- po-
brecitas, deben estar cansadas.
Al fin, soñaba en la ración, y seguía andando
y durmiendo con los ojos abiertos.
Cien veces en la noche había salvado a cada
vuelta un obstáculo, que se levantaba sobre la superficie
del piso. Entonces llevaba los ojos cerrados y el sonambu-
lismo lo auxiliaba. Sus ojos no le impidieron tropezar; cayó,
y un vivo dolor le hizo cerrar el ojo izquierdo. Guardó si-
len~io; pero su ' ojo derecho ya despierto, miró y se limitó
a exclamar: _lEI amo]
Recogió el chirrión que se le había caído y
lanzó un grito:
_1 Arre, mulas T
Quiso acariciar su ojo izquierdo con las puntas
de sus dedos, y sintiendo que éstos se le humedecían, los
limpió, indiferente, . con un , blanco bagazo de caña.
La vista de la mancha roja, le produjo una
sensación más desagradable que la que experimentaba en
el ojo herido.

38
:::.-::...... . .. .••...... ....... ..... ......-
~

CAPITULO 111

DESNUDEZ QUE SE ARROPA

H UBO alguna animación a las ocho de la mañana.


Principiaron a llegar los trabajadores, trayendo so-
bre sus espaldas la caña que debía servir para la
molienda siguiente.
Eran principalmente mujeres, ' las oc,u padas
en esta faena.
El polvo del camino y el rocío de las plantas,
formaban una zarpa al derredor del ruedo de las prendi-
das enaguas d e aquellas acémilas humanas. Arrojaron sus
.tercios d e caña; se quitaron el petatillo, ,......,especie de estera
de junco,......, que los cargadores se colocan en las espaldas,
para impedir que la carga les desuelle los lomos. Algunas
colocaron el peta tillo en varios dobleces sobre los tercios
que habían traído, y sentadas en ellos, principiaron a dar
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el pecho a sus hijos. que de sus cuartos (*) eran conduci-


dos a la casa de molienda a horcajadas en los cuad riles de
sus hermanitos desnudos , y apenas contaba n tres o cuatro
años' de edad.
La caliente teta era chupada con ansiedad por
aquellos infelices, nacidos para un trabajo se meja nte al de
sus padres.
Los hombres de la molienda y las condudoras
de caña enfabIar'o n diálogos picantes .
......A la tía Chona se le olvidó mudarse .
.-Si tú fueras el amo . estaría yo más desnuda .
......Nada me traes y te ha dicho e l amo que
me asistas como a tu marido. porque ya sabes que n o hay
aquí bastantes mujeres para los hombres .
...... Yo le diré al amo lo que tú qUÍeres .
......EI me dijo, que de todo, y ya sabe s que
Manuela asiste a varios por mandato de é l.
' ...... l"J'1, JI.
., JI"T.
......¿De qué te ríes?
~De que está -rajada tu nagua.
El pudor se sobrepuso al p olvo que habÍ2 cu-
bierto la faz de la interpelada, y repuso .
...... No tengo la culpa.
Los girones tienen su ver~üenza. Hay de.-;;nu-
deces que se arropan. Perico aguzaba la oreja. Todo aque--

(*) Así se llaman en las fincas de campo las habitaciones de los sir-
vientes.

40
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRiEGO

lIo le divertía. Lloraba Gon un ojo y reía con el otro. No


sentía el placer en toda ¡su plenitud, ni toda la fiereza del
dolor le agobiaba.
Hay seres predestinados a no gozar nada
completo.
El esqueleto ni
lloraba ni reja. La cadena es-
taba muda. . .
La luz roja de la hornaza habíase tornado p á -
lida , a los primeros rayos del naciente Sol.

Ilustro E. u. ::: .

. . . La caliente teta era chupada con ansiedad ...

41

CAPITULO IV

"lMATALO!"

E L bancazo había recibido su última porción de jugo.


Hombres y animales sudaban a las doce del día,
cuando una voz dijo:
.-Paren.
Perico abrió su único ojo útil; soltó los tirantes,
quitó los arneses, desligó las colleras de las tres mulas que
le estaban confiadas. y andando con pasos desproporcio-
nados a la longitud de sus piernas, dijo por última vez, en
ese día: .
.-iArre, mulasI
El hatajo que había recobrado su libertad olía
la grama. no para apreciar su exquisita calidad, sino para
cerciorarse de la igualdad del terreno. Todo él. con el ho-
cico p egado al suelo. encorvando ligeramente las patas y
girando en d erredor d e sí mismo, se tendió a revolcarse. ."
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Doce horas de trabaj o habían entumecido sus


miembros. A quel frotamiento verificado por sacudidas in-
termitentes con la superficie del suelo, pareció quitarles
todo cansancio. La verde hierba convidaba a las mulas a
pastar, y ni Perico, ni su chirrión podían amargar sus bo-
cados. Puestas en píe, después de una violenta sacudida
po'r medio , de la cu~l arrojaron las briznas de hierba seca
de que se cubrieran al revolcarse, avanzando una pata de-
lantera, medio doblada, principiaron a satisfacer su apetito,
tomando de aquÍ y . de allí los verdes retoños de la fres ca
grama .
Con un solo ojo miraba el chicuelo el contento
de sus mulas y no pudo menos que pensar que eran más
felices que éL y así se dijo:

,.....,Ellas tienen remuda.


Mientras hablaba así, pensaba en su OJO iz-
quierdo y en que el amo era muy rico.
Perico , soñoliento, se dirigió a su cuarto. Va-
rios días habían pasado sin que el muchacho fuese a la ha-
bitación de sus padres. Apartó la desvencijada puerta,
que en aquella casa era completamente inútil. No podía
proteger a sus moradores del aire, ni podía impedir el paso
de la luz. Las lagartijas y los sapos tenían franca la en-
trada por otras partes. ¿Panl qué servía aquella puerta?
Para que entrase Perico, que jamás la encontraba alda-
bada: carecía de cerrojo. Además, las casas tienen puer-
tas, y a quella debía ser una casa.
-¿Has dormido? -decía Perico a una mujer
escuálida que, rebujada bajo una sábana mugrienta, des-

44
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

can saba en un lecho form a do con duros ta llos d e jahuacte


(* )'.
........ Están frías tus manos.
La mujer entreabrió los ojos y VIO llorar a
Perico. Ella también lloró, no por la p ena que el niño m a -
nifestaba, sino porque había descubierto rasga do el ojo
de su hijo, que aun destilaba sangre .
........ Siempre él. ........ murmuró; y añadió;........ lleva
algo a tu padre.
De las vigas, pendientes de un hilo , colgaba
un yagual (*), tejido con filamentos de majagua (* ). Su
mano tomó lo que encontró en aquel rústico aparador, co-
mió algo y se dirigió a la casa de la molienda a cumplir
el mandato de su madre.
Sobre el trozo de moral a que estuviera fija la
cadena, comía con pereza "El Zurdo", la n o muy limpia
tortilla de maíz que Perico le llevaba. Abandonó la co-
mida , que parecía hacer de una manera inconsciente; se
leva ntó ; sonaron los anillo s de la cadena, desenrrollán-
Jo se com o los d e u na se rpiente de hierro, miró cautelosa-
m ente a toda s parte s; aca rició a P erico y acercando sus
la bios a una oreja del muchacho, sopló en su oído con
en er gía es ta p a labra :
........ 1Máta loT
Tocó e ntonces a l niño mi rar e n su derredor. El
p a dre tu vo mied o a l solta r s u fra se y e l hijo temblaba a l

(*) Un a pa lm e r a .
("') Aro h echo d e b e,juco, y qu e , s u s pe ndido por tres hilos, s irve para
colocar las vianda s, poni é ndol as a l abrigo de perros y ga tos.
("' ) M a jagu a . Pla nta fibrosa.

45
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"

escucharla. "El Zurdo" continuó introduciendo en sus fau-


ces hasta el último pedazo de tortilla, cpn la misma indife-
rencia con que rellenaría un saco ajeno, de objetos inser-
vibles . . En las tinieblas de su cerebro bullía este pensa-
miento: siete años encadenado, porque ella agradó al amo.
Se contrajeron sus músculos y sonaron los anillos de la ca-
dena; al rUÍdo se volvió el niño. No logró ver nada. El li-
gero estremecimiento había pasado y "El Zurdo" limpiaba ,
con el dorso de la mano a que debía su apodo, los labios
ennegrecidos por las partículas de carbón que recibía de la
hornaza, no siempre perfectamente apagadas.

Ilustro .E. u. R.

"¡Mátalo!"
CAPITULO V

ESPANTO

P ERICO dormitaba junto a su madre, en aquel lecho


que tan poco descanso debía proporcionarle; ella,
apoyándose ..en una mano, se alzó algún tanto para
mirarlo. El ojo herido manaba un licor rojo: lágrimas y .
sangre mezcladas. Poco tiempo pudo contemplarlo la ma-
dre. El brazo que le servía de auxiliar se negó a sostener-
la y cayó desplomada. Las palmas de jahuacte (*) cru-
jieron, y el más absoluto silencio reinó después en la es-
tancia. La respiración tranquila de Perico contrastaba COH
la fatigosa d e la madre.
A las cinco d e la tarde, Perico se incorporó
viol e nt a m ente, se restregó los ojos y un fuerte dolor le re-
co rdó su herida.
Zumbaba en su oído la terrible palabra de
"El Z d"
o .
~ ur ..
Al ruido que P erico hizo, se volvió la madr~.
L a cara de su hijo estaba completamente desfigurada. El

(*) T a llo de una especie de palmera.


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niño la besó y se fué a colocar en el umbral de la puerta.


El aire infecto de aquella casa, cuyas vigas estaban al al-
cance de sus manos, le ahogaba; es cierto que entraba
libremente por todas partes; pero era tal la humedad y
tantas las basuras que cubrían el suelo, que en breve es-
pacio se tornaba malsa~o. Pensó asear aquélla, pero la
tarea demandaba más tiempo del que podía disponer; se
conformó con apartar las inmundicias del frente del lecho
de su madre, y cuando estaba en esta operación, ella, ha-
ciendo un esfuerzo, le tomó una mano y lo atrajo sobre sí.
_El te ha herido.
Una súbita emoción embargó la voz de la en-
ferma. Perico fijó en ella el único ojo que le servía para
la visión, y conoc~ó que su madre se moría.
Apartó de sí los brazos que lo estrechaban,
porque el frío le iba penetrando y ' cayeron a uno y otro
lado de la enferma, como desplomados y golpeándose con
dureza contra los tallos de jahuacte.
Volvió Perico a inclinar la frente sobre el pe-
cho de la moribunda y sonaron estas palabras:
- "El ... te ... 1. D ios ... mIO
' T. . . .".
El estertor embargaba la voz; la agónica hizo
un supremo esfuerzo y sílaba a sílaba pudo decir:
-"Tu ... pa ... dre ... ".
Nunca supo explicarse si su madre dijo mori-
bunda o muerta, aquellas palabras; en su estupor las oía
sonar, confundiéndolas siempre con el fatídico" iMátalo 1"
de "El Zurdo". En el estado en que se hallaba juzgó tam-
bién que esta palabra era proferida por el cadáver. Miró
a la muerta, le pareció que sus labios se movían y se alejó
espantado.

48
.... .... • • ft~ft~ .,.-.. ... ~ • ....:_ ""-,, • • _~_.~_--_-"'" ..,.... '* _..-.. ." .w~ ....,..,.1fIia
~ "-=-- .. _"", •••••••• '" *"""'*- .............. ~~ ..... - .....

1::J\-prrOLO Vi

DESAZON

P 'ERIC9, lanzaba por ,milésima vez su grito de "IArre,


mulasI , a las diez de la mañana, cuando observó
que sus - compañeros de tr~ajoniiraban algo. , El
:amo tambiéridirigió . Ia vista al ~mismo lugar que todos.
Perico vió a dos hombres que conducían un Imadero de, tres
'metros de longitud, sosteniéndolo caJa uno por sus ex-
tremos y en el medio, sujeta per sus esquinas. una manta
-que envolvía algo así como un cadáver. ' I

El último adiós se lo dieron algunos' co~ esta


l rase :
..-y a esa descansó.
Perico comprendió enlonces de que se trataba.
La 'c adena hizo un ruÍdo 'inusitado. Eslaba
extendid a e n toda su longitud. A partir de aquel día, "El
Zurdo" mantuvo siempre un vivo dqlor en la pierna que
ta n firm emente ligada es taba a la cadena. Era de dia y las
cuencas de sus ojos estaban rojas como la noch e en que
el amo se le acercó. Y era 10 raro, que en esos momentos no
le daba a la cara la luz de la hoguera.
e01TORIAl YUCAT ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

S~nó el chasquido dellátí~o. y:


-.-lArre. mulas!. -dijo Perico.
'El metal de su voz era en verdad fúnebre. y,
~in embargo, tenia algo de amenazante.
Con la régularidad del autómata. ejeLiltaban
él y sus compañeros de labores los trabajos que les- esta..
han encomendados. Solía acontecer que Perico tropezaba
con frecuencia. y que siempre una 'mano amiga se encar·
gaba de auxiliarlo. A cada golpe que 'h ería sus no muy
bien nutridos mi.embros, escuchaba frases fatídicas que
trastomaban su cerebro, .
No siempre podía solazarse después de dar
suelta a sus mulas: algunas veces le tocaban 'ciertas la.ho~
¡res en la casa principal. En tales días. Perico sufría una
desazón horrible.
Ih••trt) E, (J. R..

50
CAPiTULO vn

CASTIGO MONSTRUOSO

D" OS velas de sebo alumbraban malamente un eg,


trecho pasadizo; y a los rayos de las luces, envuel·-
tas en el humo, que de las pavesas se desprendía¡
varios hombres jugaban a las cartas junto a un tapete gra..;
siento y de color indefinido, Perito, como una estatua, ha""
da a cierta distancia el serVicio d~ los jugadores.
_Al Dos, apuesto un mes de trabajo.
_lVal
Los ojos Jel primero que habló brillaron inág
que las velas.
-Esto merece trrl. trago¡ _dijo, didgíéndose él
Perico, que se balanceaba sobre sus piernas, soñando en
tInos rosales que tras los setos de su casa plantó, y que fue-
ron destruidos por Jos niños del aino, sin haber tenido otro
recurso que derratm.lt' c()pí.og<)~ lá grima~ cuando los vió
desapa recer.
La voz del qüe le habló iw pudo sacarlo de
su sueño; pErO d espe rtó al rebota!' s-u cabeza contra la pa-
red ÍClfrledia(u , j\ ,[U flCU [Hielo f:s lat' cierto de Sl el sueño le
había hecho p e rder el equítiht'io, o alguíenle hizo caer.
Vió al amo cerca de él que le pedía la botella. y tuvo la
t!eh¡lidilcl de cu Jr arlo d p. ~IJ caída. Le f1l'~ rhfícil incorpo.
EDITORIAL YUCA TANENSE "CLUB' DEL LIBRO' ~

rarse. peru lo hizo en virtud de que algo superior le movía "


La voluntad del que le mandaba imprimía movimiento,
a sus desfallecidos músculos. Los ayes por el dolor pro--
vocados. expiraban en su garganta.
La botella fué colocada sobre la mesa ,
El amo no debió.
Ya avanzada la noche. recibió Perico la orden
de retirarse. Algunos habían perdido varios días de salario.
El carpintero y el' maestro de azúcar fueron
Ios menos afortunados en el juego; pero se conceptuaron
6

felices porque sólo ellos habían apurado la botella.


Hubo algunas dificufades af liquidar en la no-
che siguiente las pérdidas y ganancias de la sesión ante-
rior; pero algunos fragos de Ta bofella, y cierta inHuenci<¡;¡
del que siempre g'anaba, alIanartm focta diferencia.
Después de estas velad'a s. en que el juego
y el aguardiente servían a ofros de distracción, y en ras eua--
les soTÍa Perico ctormÍrsé, a ríesgo de golpearse fa eabez<;'
contra las paredes, era encerrado en una habitaci6n con !-
pIetamente desnuda.
Con poca dificultad lograba conciliar el sueño ._
aunque la humedad y la dureza del piso. único lecho d'E'
que podía disponer, algo le incomodaban. Allí permanecÍf,<
prisionero hasta que el amo, abriendo la pueHa, solía en-
fra r a
desperfarlo con un. puntapié. Algunas veces. mí e n ---
tras venían a sacarlo de su celda. sofía recordar las Da Iu ,
h~as de su madre y Tas de "El Zurdo": era el único tiem -
po de que podía disP9ner para lo que él Ha maba '"acordar-
se". Sucedía, entonces, que se apoderaba de sus miembros
un temblor convulsivo, del cual era sncFldo con frecuenCI ú.
por el ordinario puntapié, o por la voz der amo que re II8ma-
ha antes de descorrer los cerrojos. Por este motivo no pud'o
averiguar sí el temblor era producido por lo que pensaba .

52
PER1CO - ARCADIO ZENTELLA PR1ECO

'O por la presencia de su padre. Esta p ala.b ra. que nunca


d ijeron sus labios. no supo cómo vino a su cere bro. y cuan-
d o intentaba salir de dudas. recordaba .8, -su .madre mori·
b und a y aceptaba como explicación este recu erdo . Sin em· ,
b argo. aquello le parecía un e rror producido p or la c on fu -
ión de sus ideas y se apresuraba a corre gir .: el amo.
Aconteció una vez qu r:: . adelantadfl b n od1\"\
t uviera necesidad de salir.; gobeó la p u e rta., hizo rechinél ;Y
los cerwjos . se atrevió a g'ritar. y só lo el eco. :::mnban d o, con ·
testó a los ruídos que produjo .
La na turaleza se sobrep uso , 1 L.n~or . A la y}' a·
ñ a na siguie nte recibió un :castigo .horrible. A¡;e s3.Y de las
~l áusea s . cumplió el m andn h. Desde aq ue l J¡f) n o tuvo
necesidad .de rt 'd i frcar l.a palahra "p;.cA,'e " ; famás se le
oC ll rrió .
lIustr() E. U. R.

_.¡ Esto merece un trago !

53
CAPITULO vm

CASILDA

P ERICO había salido de la infancia. sin que nada


exterior le hubiese revelado que existen en .eI hombre
varias edades caracterizadas por distintas ocupacio-
nes, distintos gustos y afecciones diversas. La naturaleza
había operado el cambio: ella sola, sin ningún auxiliar.
Aquello fué un trabajo interno, realizado por leyes desco-
nocidas. Sintió como que se disipaban algunas sombras
en su cerebro ; que algunos instintos se a dormecían en su
corazón, y que la palabra fatídica de "El Zurdo" : "IMá-
talo 1", no le producía la misma excitación.
Cuando el amo p asaba junto a él, permanecía
impasible; quizá po rque d esde la mañana en que tan cruel··
men te fué castiga do, desapareció d e su memoria el recuer-
do J el hecho que le revebra su m a dre moribunda. D e na-
Ja J~ es to tenía conciencia Perico. aunque eran fenóme-
nos que se operaban en su propio ser.
:::D!TOR: ;":\L Y..J C A TANE í"~ SE " CLUB DEL LIBRO "

F recuente mente ejecutaba sus tareas d ornés


tícas 2n unión de un a hija de casa : C a silda . Suced ió uno
vez qu e , a l verla, se acord ara d e sus rosales destr uídos
¿ Có~o la presencia de la mo zuela le tra jo ta l recuerdo, y
por q u é sintió que ya sus flores no existieran? Son p regun-
tas que no pudo contestársela s; las formuló el corazón, las
sintió , p ero de una manera, a la vez que tan Íntima, tan
vaga, que no acertó a conocer en qué punto se tocaban
aquellos d os objetos: Casilda y sus rosales destruídos. Por-
que eso era lo ra ro de lo qu~ le acontecía, que a la sensa-
ción pla centera a que daba origen Casilda , se cob reponía
otra dolorosa: la pérdida de sus flore s.
El muchacho principió a ser víctima de distrac-
ciones frecuentes, que nunca eran perdonadas por la solí-
cita m ano del amo. Por aquelb m a no que tan rudamente
estropea ra 3éJ ojo izquierdo y de la cual tenía, en todo el
cuerpo, señ. " i ~ s Í:l.:;qU ¡-YOC 2."~ de su contacto. Sin embargo ,
había más L":: E"¡; 2.queIla d m a , S e d: -ípó algún tanto la
noche q ue L e n nJv Ía .
C ome no tienen idea los ciegos de los ' color~ ,
ni los sordo s de los sonidos, él no tenía idea de la felicidad ;
pero algunas veces veía pasar a fos pajarillos revoloteando
sobre su cabeza; le agradaba la luz de la aurora; le emo-
cionaba n las gotas de rocío temblando en la punta de la s
ho jas, y una vez hasta hizo la observación de que su camisa
de brin no es ta ba limpia.
Le era menos penosa la faena de atender
por la no ch e a los jugadores, alargándoles la botella de
aguardiente . P ermanecía más tiempo sin dormirse, y fijaba
con frecuencia su mirada en las estrellas; él creía que en-
tonces estab a más despierto, y era cuando en realidad so-
ñ a b a; d e estos sueños era regularmente sacado por la ma-

56
PERK:O - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

no a que tanto debía; sólo que, CL ~nrlo su cabeza chocaba


con las paredes, sabía que no era por haberse dormido.
A pesar de esto, sentía menos la rudeza de los .
golpes, y no era porque su sensibilidad hubiese disminuído,
sino porque llevaba en su interior algo que reaccionaba
contra el dolor externo.
Perico pudo .hacerse de una flor y se la regaló
a Casilda. Un rayo de luz intensísimo penetró en su ce·
rebro: cuando arrancaba la flor, tuvo la seguridad de la
causa, porque al ver a Casilda, había sentido lk pérdida
de sus rosales, y sus mejillas, que nunca se habían enro-
jecido, sino al brutal contacto de la mano del amo, se colo-
rearon ligeramente sin experimentar por ello una sensa.,.
ción desagradable.

57
• •

CAPITULO IX-

CUANDO TODO LO HECHO ES BUENO

§ 1 no te vas a tu quehacer. te castigará el amo, -decía-


le Casilda a Perico. en momentos que ella se ocu-:-
paha en sacudir los escasos muebles de una saJa.
Perico, a alguna distancia de ella. permanecía
de pie haciendo por primera vez el examen de la mujer
que tenía delante.
Juntos habían crecido; cien veces sus manos
hahían estado en contacto; hahíanse cozado sus caras; al·
gunas se estrecharon entre sus brazos en las {?ocas veces
que solían divertirse cuando niños; y ni aquellas manos.
ni aquel rostro. ni aquellas fonnas. le dijeron nunca nada .
a Perico. La mujer que estaba en BU presencia le había sido!
totalmente desconocida.
Su naturaleza experimentaba una modifíca~
ción súhita. y él, que decía a Casilda todo cuanto se le an-
tojaha, no halló en aquel momento una sola frase; y como
'_. . .
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"
~

permaneciera en el mismo lugar sin atender a la recomen-


dación de Casilda, ésta insistió.
__¿Qué me ves? Ya cogerás, si no te vas.
Perico miraba en aquel instante a los ojos de
Casilda que también lo miraban.
Si en la muchacha se había operado la misma
revolución moral que modificó a Perico, no sabré decirlo ;
pero los ojos de Casilda perdieron su expresión de enojo ,
los contraídos labios se apartaron un tanto, las facciones
todas de su rostro parecieron iluminarse con destellos de
luces, venidos quién sabe de dónde, y Perico correspondió
a todo esto con una mirada de inmensa gratitud.
Volvió a sonar el acento de Casilda . No era
aquella la voz que antes oyera Perico. Quería ser áspera
y vibraba dulcemente; pretendía revelar enojo y casi era
suplicante.
.-Si no te vas, Perico, te castiga rá e l amo.
Aquellas frases que antes escuchara i n dife-
rente lo hicieron temblar, y no por el sentido litera! d e ellas .
sino por algo inefable que penetró en su ser.
Perico se retiró del lado de C a silda. Al aban-
donar la casa principal, se detuvo un momento en el um-
bral de la puerta.
El Sol asomaba detrás de los bosques yecinos
la m itad d e su disco de fuego.
Hada diez y ocho años que a nte su s oj os esta ba
pasando el mismo espectáculo y no h abía sid o visto por éL
Sobre la húmeda hierba vió en franjas de un verde m ás
obscuro las huellas de los sirvientes que iban a l trabajo ;
a los 'bueyes perezosos echados en sus majadas con los ojos

60
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO
""'~
, ... ~~ .

medio cerrados, rumiando, impasibles, la pastura de que


se les proveyera el día anterior, y arrojando por sus narices
columnas imperceptibles de tibio vapor; a las mujeres, con
sus enaguas a media pierna. poniendo al Sol el brillante
y blanco bagazo de la caña; más allá. el hatajo de ~uIas
paciendo junto a Ja cerca de pita que formaba el cuadro
del· sQlar; vió a las golondrinas rozando con sus alas las
espigas de la caña, desplegadas en formas de bariderola s;
las tejas de la ca.sa del trapiche, ·doradas por los rayo~' del
Sol. y levantarse el humo de la alta chimenea d el ·tren; oyó.
el ruÍdo de la máquina, el crujir del látigo, el arrear d~ los
mucha chos y las voces multiplicadas, infinitas, de esta
naturaleza tropical. y todo aquello entró en su alma por
primera vez, y lo encontró bello y amó la vida. Ignorante,
harapiento y esclavo, sintió su deslumbrado espíritu la. mis-
ma verdad que causó la suprema satisfacción bíblica del .
Creador: todo lo que había sido hecho era bueno .

Si en aquellos momen tos el amo hubiera pa-


sado cerca de Perico, l~ palabra "padre" , que tantas ve-
ces acudiera a s1t mente, quizá habría sido murmurada por
sus labios. A riesgo de todo, por la primera vez en su vi<;Ia.
no se apresura ba a cumplir una orden ; aun permaneció
algunos in stantes recreándose en la hermosuni del cuadro
que ante su vista te nía . iluminado y embellecido, más que
por Jo s rayos d el Sol. por no sé qué misteriosos reflejos que
d e su ser p a rtían.

Nunca ' fa vista d e Perico. cua ndo caminaba,


se e xte ndía a más dista ncia que a la longitud de su som-
h w, y esto cuando el Sol esta ba en mita,d de su carrera.
A h ora, p a ra ir a cumplir la orde n que recibiera d e uno de·
los mayordomos. tuvo qué a tro vesar e l solar. y los rayos

61
EDITORIAL YUCATANENSE ~'CLO:S DEL LlS~011

'del Sol, cayendo oblícuamente sobre su cuerpo. le hacían',


proyectar una sombra que Perico se atrevió a mirar en toda
3U longitud. ,
Llegó a una pequeña casita donde estaba la
fragua de la finca. y dijo al herrero:
-Que vaya usté al tren.
Perico. que al ir a cumplir con el mandato,.
siguió la línea más corta. a su vuelta. desviándose un tanto,
podía pasar por la casa del trapiche. y as-Í lo hiw~ El h~
nero lo seguía a corta distan€w;"

CAPITULO lif

··JQVIN SABE SI QVERE L'AMOr~'

,
dos varas de la boca de la. fomalla. estaba . m
A . hombre rígido. tendido sobre el suelo ennegrecido
por el carbón y la ceniza; los rálídos resplando,..
res de la lumbre. hiriendo de soslayo ero~tro descamade;.
de "El Zurdo". mostraban la lívidezde los pómulos. de·
jando en la $ombra, que hada resallar más aquélla. fa ca_o
vicIad de I()~ ojotl y las huO(lida8mejilJM~ ,
El herrero que había gído llamarlo. díó princi·
pío 'u su traha jo. limando con bastante de,treza el perno
que 3&eguraba el anillo con que estaba rodeada la tibia.•
porClue no era mas que hueso la pierna de ~IEl Zurdo·· .
Al desenro!car el anillo. quedó en la apergaminada piel
otro formado por una faja de color cO'b,"z-~, relativamente
menos $uhído.
Petico presenci6 Codo aqueUo con más azora.
míentoque pena. ¡Tenía tánfa dicha en su alma! Víó casi
con indiferencia el trozo de mo-ra) a.Jisado por el uso, que
-EDITORIAL YUCATAN ENSE "CLUB DEL LIBRO"
......

servía a "El Zurdo" de asiento; oyó el rUÍdo m etá lico de


los bruñidos eslabones de a quella cadena, que por el roce
parecía plateada; observó cómo el herrero la enroscó en
espiral sobre sí misma, como si dejara allí una víbora, dis-
puesta a oprimir con sus acerados anillos al culpable. que
probablemente reemplazaría a "El Zurdo" .

Los encargados de la fúnebre pompa trajeron


un aparato semejante al que sirviera para conducir a la
madre de Perico.
Los vió alejarse y hasta entonces lloró. Vino
a . su memoria aquella · terrible mañana en que, de igual
manera, condujeron el cadáver de su madre, y su alma
hasta entonces extasiada por la dicha. se sintió profunda-
mente acongojada. Recordó la herida de su ojo. sonaron
'en su oído las palabras de la moribunda, pensó en . la
orden d e " El Zurdo"; d espués ... la imagen de Casilda
cruzó por su m ente y se disiparon todas las sombras, así
como se d eshace la n iebla d e los campos por los rayos de
nuestro a rdiente Sol.
Volvió Perico a sus ocupaciones ordinarias ,
poseído de una dulce tristeza, cuya causa era incapaz de
a nalizar. Pensaba en Casilda, en su desventurada madre
y en "El Zurdo" . Todas estas imágenes pasaban por su
mente como visiones. Cuando concluía aquel desfile , tor-
naba siempre a lo mismo, hasta que. a fuerza de repasar,
. se quedó como extasiada en la contemplación de una sola :
Casilda; y era que esta visión halagaba a su espíritu. lle-
nándolo de sueños color de rosas. Duplicó su afán, apre-
suró su s m ovimien tos , no desperdició ni un segundo por
. dar término a los trab ajos q ue debía desempeñar, y respiró
con hol gura , creyéndose dueño de sí mismo , para ir al lado

64
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO
~.~ ~ ... __ -: .,...,.~ ... ~ft~u • • ~. ·~ • • uuu • ..,

de Casilda. ·Entonces principió a pulsar todos los inconve-


nientes con que tropieza el que hace el amor a hurtadi-
llas. .
Era la hora en que los sirvientes de la finca aun no
habían concluídode regar las flores del pequeño y desor-
denado jardín, que casi circunvalaba la casa del amo.
Perico pensó que con ellos estaría Casilda. Como no le
era permitido pasar hastfi donde las regadoras se halla-
ban' se limitó a espiar. Venía por delante de la procesión
de mujeres la caporala, revelando la distinción de su em-
pleo en -su enagua a grandes cuadros azules, mientras que
las de sus subordinadas eran de rojo color. Todas traían
un cántaro de ancha boca, descansando en el cuadril iz-
quierdo, que hacían saliente, inclinando el cuerpo hacia
el lado derec;ho. Sostenían la vasija por el cuello, rodeán-
dolo con el brazo. Para impedir que el agua que chorreaba
de los cántaros mojase sus ropas, prendían !en la pretina
de sus enaguas la mitad de una hoja de loj (*).
Casilda no pareció entre las regadoras; cuando
viera a P erico que la última decantó el agua de su cántaro.
obligándola a salir por entre los dedos de una de las manos
que aplicab a al borde, con el objeto de dividir el chorro,
h acie ndo así u n a informe regadera, se sintió profundamen-
te apesad u mbrado.
T ras d e uno d e los setos de la casa, vió P~rico
realizad o su d eseo d e h a bla r a Casilda. Animado y resuel-
to, fu é el much ach o a su encu entro. Tenía entendido que
le diría much as cosas. Llegó, vió a Casilda, su bronceado
color se hizo m ás vivo. y a l obse rvar que en el rostro de

(*) Hojas sem eja ntes y más a nchas que las de los plataneros.

65
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

su amada se producía el mismo fenómeno, su emoción se


hizo intensísima y apenas pudo balbucir:
,.-¿Me querés, Casilda?
Casilda, desde que se encontró con Perico, ha-
bía adivinado el intento que lo guiaba; aquella pregunta
le había sonado al oído antes que el muchacho la dijera.
Queriendo eludir, al propio tiempo que dar, una respues-
ta afirmativa, dijo:
.-Quin sabe si quiere el amo.
Casilda, con esta frase, en que revelaba su
amor a Perico, le hirió en mitad del alma. Todo lo que el
muchacho soñara vino por tierra. En la finca habían tenido
lugar varios casamientos, y de ellos nunca se supo nada,
sino hasta el momento en que el amo determinaba quién
era el novio y quién la novia. ¿ Cómo podía estar seguro
Perico de ser él elegido para Casilda?
La mirada de Perico caía ávida, devorante,
sobre los descubiertos hombros de Casilda.
Es indiscutible que el amor tiene sus formas
moldeadas por la organización del individuo y corregidas
por su estado de cultura. Como tod~s los sentimientos que
nacen inmediata y directamente de la naturaleza, son más
imperiosos y exigentes, en ~tanto que brotan con más espon-
taneidad y no pueden ser debilitados o moderados por con-
sideraciones ,nacidas de · esa otra naturaleza que se llama
educación. Perico tenía ante sí la belleza típica a que ha
dado origen la mezcla de la raza blallca y la roja.
. La duda que Casilda le sugirió al confesarle
su amor de una manera indirecta, aguijoneaba su pasión,
con aquel estímulo que las dificultades provocan en el co-

66
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO
~,... .... .... .. ..................... ...,., . .. .

razón. estímulo que es tanto más violento. cuanto es más


rudo el ser en que se desarrolla.
Los dos amantes que se miraban con intensí-
simo cariño. no salían de su amorosa abstracción. sino para
mirar el abismo que la duda expresada por Casilda ponía
en medio de ellos. La voluntad del amo, que ni siquiera
intentaban consultar. era para sus proyectos más invenci-
ble. más insuperable. que el intento de escalar los cielos.
y como si lo que estaba pasando en sus almas. no fuera
bastante a destruír toda esperanza, para que jamás pu-
dieran pensar que todo había sido efecto de una horrible
pesadilla. una voz a cuyo sonido siempre se habían estre-
mecido los llamó.
Si la tierra hubiera retemblado toda; si los
huracanes. arrancando los árboles de cuajo. los hubiera lan-
zado sobre sus cabezas como ligeras aristas, y si bajo sus
pies brotaran las llamas del infierno en que creían, Perico
y Casi Ida se hubieran aterrorizado menos. que cuando el
amo. que se les había acercado sin ser sentido. les llamaba:
.......1Bribones 1
Las amantes inclinaron sus frentes al suelo, y
poseídos de un temblor convulsivo. intentaron alejarse.
1Imposible T Los músculos no obedecieron, hasta que el
amo les ordenó que anduviesen .
....... 1Pasen ustedes por delante 1

67
CAPITULO XI

COMPLACENCIA SINIESTRA

P ERICO y Casilda, el uno tras del otro, marchaban


. seguidos del amo; Este se interrogó: l Qué castigo
daré a estos insolentes? Los lúbricos ojos del amo
lanzaron chispas siniestras. Aquellos ojillos de un color
indefinido tenían algo de la hiena y mucho del sátiro. Es-
taban rodeados por unos párpados abultados como los de la
raza porcina. No era la primera vez que se fijabán eQ. las
esculturales formas de Casilda. Como sospechó que los
much a chos trataban de amores, se sintió excitado. Cuan-
do llegaron a la sala de la casa, los reos y el Juez, era ya
és te un J a ime Ferrán completo.
-¿ Que h acían ustedes?
Ninguno contestó.
-¿No oyen? _rugió el amo.
Para P erico y Casilda era aquella la más an-
gustiosa situación e n que podían hallarse.
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"

Si se les hubiera preguntado si se querían,


tal vez habrían contestado que se odiaban profundamente.
El amo se irguió amenazante delante de ellos
y volvió a preguntar:
-¿Que hacían? 1Bribones!
Apenas se entreabrieron los labios de Perico
para dejar escapar la palabra:
-Nada.
Por- la cabeza de aquel monstruo pasaron
muchas cosas horribles. En sus facciones se dibujaban la
cólera. el odio y la lujuria.
El acceso fué decreciendo, y aquellos labios
llegaron hasta a sonreír.
Esta sonrisa no fué mirada por las víctimas.
Revelaba ella verdadera complacencia. Satanás. cuando
concibiera el pensamiento de perder a Adán y Eva, no tuvo
tanta satisfacción. Milton no habla de una sonrisa igual.
La voz del amo tomó a sonar.
_1 Váyanse a su trabajo l. . . 1Pícaros I
. La satisfacción que experimentaron al escu-
char tal orden fué momentánea.
Esperaban ,un castigo inmediato y terrible, sa-
bían que la falta no sería perdonada por el amo, y el no
haber sido castigados, de momento, los espantó.
Perico cayó de rodillas implorando perdón.
Casilda no pudo hacer nada: estaba exánime.
-He dicho que se vayan a su trabajo. ¡Fuera
de aquí!

70
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

Los amantes salieron. cada uno por distinta


puerta, a continuar las ocupaciones que se les tenía seña-
ladas.
En el resto del día. no volvieron a encontrarse
Perico y Casilda. '

71
CAPITULO }Gil

PERICO, MONTER0

C OMO de costumbre, Perico fué encerrado ya bien


entrada la noche, en la sala que le servía de dor-
mitorio. Cuando la llave hizo sonar la cerradura
que lo incomunicaba, en vez de echarse a dormir, se sentó
en el único asiento de que podía disponer: el piso húmedo.
Recogió sus rodillas hasta que rozaron coh su barba y
hundió la cabeza entre ambas.
Pasó un buen espacio de tiempo sin que pen-
sara" en nada, o mejor, tantas cosas pensaba, que no pres-
tando atención a ~ingu~a idea por I~ rapidez con que I??r su
m ente · pasaba. SI algUIen le hubIera preguntado: ¿ En
qué piensas 7", hubiera contestado con verdad: "En nada".
Así como son nada esas muchas imágenes que vienen a
nuestro espÍ~itu mientras dormimos y que no recordamos
a l d espertar. Muchas veces tenemos seguridad de haber
soñado. pero ¿qué soñábamos?
EI?ITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

Perico sintió que sus músculos temblaban.


Pensó que debió ser castigado y que, sin embargo, no sen-
tía ningún dolor en su cuerpo. Aquella rareza lo tenía in-
tranquilo, y como para él era absolutamente seguro que
debía recibir algún castigo, dijo casi en voz alta :
,......,¿ Qué me irá a hacé el amo?
El sonido de su propia voz lo animó y llegó
a ocurrÍrsele que lo iban a casar con Casilda. Perico no
había visto sonreírse al amo.
Unas veces pensando en tormentos espantosos
y otras en las caricias de su amada, Jogró dormirse.
A la mañana siguiente, antes de la hora acos-
tumbrada, en ese estado de sonambulismo que lo propio
precede que sigue al sueño, fué sacado de su dormitorio.
No recibió el puntapié de costumbre. Un
mozo de la finca le dijo:
,......,Vamos.
,......,Vamos, ,......,contestó Perico.
Se echó a andar detrás del sirviente que lo in-
vitara a caminar. Atravesaron el solar, saliendo de la cerca
de pita. por una gran portada y tomaron una veteda.
,......,Este es el camino de la montería.
,......,Sí. pa aIlá vamos.
Perico pensó: ""Me mandan a la monter(a. no
quiere el amo que yo esté junto de Casilda".
Esto era para él un verdadero castigo, pero
no era el que esperaba; supuso que al llegar a la montería,
lo azotarían de orden del amo y Perico preguntó a su com-
pañero:

74
PERICO - ARCAD10 ZENTELLA PRlEGO

......¿Nada le dijo el amo, señó Manuel?


...... Que yo le dijera al mayordomo de la mon-
tería (*) que allí ibas tú pa trahajá .
...-¿No más le dijo?
...-Y que no vinieras hasta que no te mandara
a huscá.
...-No me engañe usté, señó ManueL -dijo
Perico en tono suplicante.
Señó Manuel era un buen viejo que no sabía
nada de lo ocurrido en la mañana anterior, y replicó a Pe-
rico casi con cariño:
...-¿Por qué te voy a engañá?
...... Porque yo creí que me traía usté para que
me castigaran.
...-Qué, ¿-hiciste alguna cosa?
...-Nó, nada.
A señó Manuel no satisfizo la respuesta de
Perico, y siguieron andando hasta que la luz de la nacien-
te aurora sacó al viejo de su silencio.
-Ya vá amanecé.
_Ya pues, ...-contestó Perico.
Primero salieron de la sombra los gigantescos
árboles que los viajeros miraban como nubes cuando le~
vantaban la vista, después los arbustos, hasta que pudieron
distinguir los gajos y las hojas.
Llevaban las ropas empapadas del matinal
sereno y sus sombreros de palma resonaban al recibir las

(.) Sitio donde se oortan y labran los tallos de los árboles de caoba.

75
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"

gruesas gotas de rocío que desde las elevadas copas de los


árboles rodaban a impulso de la brisa. que a intervalos
los sacudía.
Repentinamente, al terminar la vereda, se en-
contraron nuestros dos viajeros, con árboles caídos en todas
direcciones y en medio de los cuales se levantaban algunas
casas, si merecen tal nombre, unos techos de hoja de pal-
mera, sostenidos a dos varas de elevación, por cuatro es-
' tacas colocadas en cada uno de los ángulos del cuadrado
que formaban.
Señó Manuel dijo:
,. . . . y a llegamos.
,........Ajá, ,........replicó Perico.
Rodeando una rama, salvando un grueso ta-
lIo de árbol, y saltando por sobre de un tronco, se fueron
orientando señó Manuel y Perico, por en medio de aquel
laberinto, hasta lograr verse frente a una' de las galeras (*).
,........¿Está aquí el mayordomo? ,........dijo el guía
del muchacho.
,........En la galera grande creo questá, ,........contestó
una mujer joven, que llevaba por único vestido una muy
corta enagua.
La interpelada tenía descubierta, como se ob-
serva en muchas fincas de campo y en los pueblos de los
indígenas, la parté superior del cuerpo.
Aquellos senos completamente desnudos, pro-
vocativos, incitantes para las miradas de cualquier hombre
civilizado, pasaron inadvertidos para señó Manuel y Perico,
que dieron media vuelta en dirección a la barraca, que la
muchacha llamaba la galera grande. "
(*) Así se llaman en las monterías las casas de los labradores.

76
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

. Señó Manuel, que iba por delante. fué reci-


bido por el mayordomo que se ocupaba en tallar las cuer-
das de cuero. que sirven para asegurar los. yugos a la ca-
beza'de los bueyes. .
-¿Usté poacá, señó Manuel. y también Pe-
rico?
-Le traigo una razón del amo, -dijo seno
Manuel:_ que aqu~ le manda a Perico paque trabaje en
la montería. .

_Bueno, _replicó el mayordomo ....... casual-


mente tengo enjuermo a un gañán (*) y agora me va serví
Perico.

_lJuiiT _dijo señó Manuel. al mismo tiempo


que, convirtiendo en abanico su sombrero de palma, se
espantaba los mosquitos que acudían a sus orejas, y se
golpeaba diestramente ambas pantorrillas con el mismo
fin.

Mientras tenía lugar el diálogo anterior, Perico


miraba la gran valla de árboles que circuÍa las ' casuchas
donde se alojaban los monteros.

La rusticidad de aquellas toperas que esca-


samente podían guarecer de la lluvia y del Sol a los la-
bradores de maderas, los gigantescos .árboles, cuyas copas
se veían envueltas en el vapor que del rocío se desprendía
a los primeros rayos del Sol; la arboleda caída, que levan-
taba a gran altura los gajos desprovistos completamente

("') El muchacho que tira de los bueyes.

. ..77
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO'P
... ~... '4 • • • • '4 U • '4 '4.

de hojas; los gafos (*). las cadenas, los yugos y los lagartos.
(*) . todo aquello que llamaba la atención del muchacho.
no era bastante a apartar su pensamiento del castigo que
continuaba esperando. ni de Cas¡lda a quien creía haber
perdido ~ siempre.

t*) MáqUina que sirve para levantar las piezas de caoba, para colocar
los lagartos.
«*) Pequeñas piezas de caoba que se ponen en un extremo de las
hozas, ¡mm impedir que al ser anas~ se bondall en la tierra.

78
,..,. .. ...
..t!tw:~......
. . . . . . • . .... ~... . ..........
...... ........... ....,.. ...................... "';' ...... ~
..
•.•.

CAPITULO XIII

PRESAGIOS DE TORMFNfA

Q EÑó Manuel se marchó poI' donde había venido, no


Ü sin ant~~ despedirse del mayord~o con un "pues ya
me voy ~ y de Perico, recomendandole que se portara
bien~
,.....,Talla esos cueros, ,.....,dijo el mayordomo a
Perico.
Esle lomó la falla, que consistía en un trozo d"e
caslarrica como de seis centímetros de diámetro y cuarenta
de largo. hendido hasta la mitad en dirección de las fibras,
y en cuya hendedura introdujo la tira de cuero después de
haberla untado de sebo. Sujetó un extremo de la tira en un
horcón (*) y. dando una vuelta sobre sí misma a la falla,
principió a tirar de ella. hasta hacer pasar toda la coyunda
por la hendedura. El frotamiento desarrollaba el calor. y la

(4< > Madero Que hace las veces de pilar.


EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"

grasa derretida por él iba poco a · poco penetrando por los


poros de la piel, que a cada tallada perdía su dureza.
En ésta y en ptras ocupaciones insignificantes
pasó Perico el resto del día.
Cuando cerró la noche · sin haber sido flage-
lado, se creyó libre del' castigo; sin embargo, la .calma -no
volvía a su espíritu y la desazón que sentía justamente la
atribuyó a su separación de Casilda.
Ya bien entrada la noche, llegaron los labra-
dores de maderas y los boyeros.
En todas las galeras chisporroteaba la lumbre,
a cuyo derredor los sirvientes, sentados sobre trozos de
palos, comían · ceCina con frijoles, con tanto placer, como
si devorasen los más .exquisitos manjares.
Los que así cenaban, tenían sus cajetes colo-
cados entre sus dos pies en el suelo', y, como estaban casi
en ,cuclillas por la poca áltura de sus asientos, la porción
que tomaban del cajete , (*) con un pedazo de tortilla en
I forma de cuchara, ejecutaba un verdadero viaje del suelo

a la boca.
Perico apuró de la misma manera la ración
. que le sirvieron. Cuando concluyó de cenar, preguntó al
mayordomo dónde dormiría.
'"""'¿ Trajiste pabellón? ....... dijo éste. .\
~No, señó, ....... se limitó a cont~star Perico,
.......Pues anda a dormí 'c on alguno. porque te
va comé el mosquito.

(*) Plato de arcilla.

80
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

Perico se fué a la galera grande. que. como


todas. estaba sin setos. esperando que algún compañero
le daría un lado de su pabellón.
Varios se lo brindaron y él aceptó uno, bajo
el cual libre de -la picadura de los mosquitos, durmió hasta
que el compañero de cama lo despertó.
-Dice el mayordomo que vnimos ayugal' los
bueyes.
Perico entendía ya algo de la operación que
debía practicar, pues en la hacienda del amo, algunas ve-
ces. había uncido los bueyes de las carretas que servían
para traer la leña.
-¿Dónde están los bueyes? -preguntó Perico
a su interlocutor.
-En el corral. junfua larroyo.
El compañero de lecho de Perico marchó por
Helante. Tomaron una vereda y llegaron a un desmonte, -
donde se hallaba el corral; allí estaban ya los boyeros que
reprendieron a los muchachos . .porque llegaban tarde, pues
se habían entretenido charlando por el camino.
Los bueyes fueron uncidos. Cuatro yuntas for-
maron lo que los monteros llaman un tiro. '
Ya se había introducido la reforma de que
cada yunta tuviese su correspondiente trozo de cadena, que
se enlazaba con el de la siguiente por medio de una ar-
golla. para preve nir el inconveniente de tener algunas
veces que d esuncirlas. cuando se enredaban con la larga
cadena d e que tiraban las cuatro.
P erico tomó las sogas que sujetaban la yunta
de bueyes que debía ir delante. y el boyero le dijo:

81
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO'Y

,..-Jala la guía.
Este es el nombre que dan a la yunta que va
primero en el tiro, así como el de casco a la última.
Perico esperó que pasara por delante el otro
gañán. que también conducía un tiro de bueyes, pues él
ignoraba por completo a dó de debía dirigirse.
Después de caminar algunos metros por un
sendero bastante amplio, entraron en el callejón principal.
que tenía de trecho en trecho vnrales atravesados, para
impedir que las trozas de caoba, que por allí debían pa-
sar. descansáran en toda su longitud sobre la tierra.
Varios callejones venían a insertarse en el prin-
cipaL así como los arroyos afluentes vienen a los ríos.
-Perico recibió orden de tomar uno de ellos. y.
a poco de andar, llegaron a donde estaba una pieza de
caoba. de unos seis metros de largo y como de veinte cen-
tímetros en cuadro. I

La troza estaba convenientemente levantada


por la extremidad que miraba hacia el callejón. y el boyero
le colocó por debajo el lagarto. asegurándole con el extre-
mo de la cadena. El tiro de bueyes dió vuelta sobre sí mis-
mo. hasta que el casca quedó a convenÍente distancia para
poder enganchar la parte de cadena que le correspondía.
Perico. que nunca había visto arrastrar madera ,
miraba con curiosidad todos los preparativos que él ayu-
daba 'a ejecutar. a las órdenes del boyero.
Cuando todo estaba dispuesto. tomó Perico
las sogas de la guía y el boyero le dijo :
-No váis corriendo.

82
PERICO- ARCAD10 ZENTELLA PRIEGO

Se cercioró con una mirada d e que ninguna


yunta estaba encuartada y de la solidez con que el lagarto
se hallaba liado a la pieza. .
........Bueno. Perico, ya estamos listos ; ten cui-
dado.
Al conduír estas frm~es. levantó su látigo, con
e l objeto más bien de amenazar a los buey~ s que de cas-
tigarlos. y dijo:
........ lVamosI ¡Llévala, negrito! iAlagua!
Las cuatro yunta,s de bueyes inclinaron un tan-
to sus uncidas cabezas; sin mover las patas del lugar, echa-
ron todos el cuerpo hacia adelante; arquearon sus espina-
zos, sintieron hundirse los cascos .traseros en la húmeda
tierra, por el esfuerzo que hacían; se caracolearon un tan-
to , rechinaron los eslabones de la cadena; el boyero volvió
a gritar:
........ iAlagua, negritos! ........y la pieza se movió, des-
lizándose sobre los varales.
El paso que el tiro de bueyes llevaba era len-
to, p ero Firme . Algunas veces, las aristas de la troza tro-
pezaba n con las raíces de los árboles; los bueyes duplica-
b a n su es fuerzo y las raíces quedaban convertidas en me-
nud as as tillas . A sí lle garon h as ta e l botadero, desprendie-
ron el lagarto y, aux ili a do s por otros traba jadores, rodaron
b pieza d e lo a lto d e la m arge n al fondo del arroyo. Lil
tro za se hundió y volvió a rea parecer en seguida sobre la
superfi cie d el agua ce n agosa.
L a misma ope rac ión repilieron Perico y el bo-
yero , una vez m ás en In m a ñ a n a, y otra en la tarde.

83
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

Aquella vida desacostumbrada no fué suficien-


te a quitar de la mente de Perico las tristes ideas que le
agobiaban.
A la puesta del Sol, cuando desuncía sus bue-
yes, se sentía profundamente contrariado. Aquella hora es
invariablemente la hora de la melancolía para todos los
que viven en ¿nuestros campos.
La noche no tiene para los labradores ningún
atractivo. Viene con su obscuridad, con su aparato de som-
bras, con su silencio mortificante, a ser únicamente una
tregua en los trabajos del día. Perico llegó a intimar rela-
ciones con su compañero ge lecho; le contó sus penas, le
narró sus temores y lo hizo partícipe de sus sufrimientos.
La generosidad, innata en la juventud, fué causa de que
se interesara el amigo improvisado en la empresa de
Perico.
Juan, así se llamaba el gañán amigo de Perico,
conocía a Casilda, y esto era bastante para que las pláticas
de ellos, aunque dieran principio por los bueyes, fueran a
parar a' Casilda.

El mozuelo solía ir a la hacienda y llevaba


, razones de Perico, y traía muchas más. Cuando tales acon-
tecimientos tenían lugar, Perico soltaba las SOgas de la
guía y miraba distraído por toda la longitud del callejón,
esperando ver a Juan. El P>oyero lo alertaba y volvía a su
pcupación, andando con más lentitud que sus bueyes.
Perico esperaba que alguna vez substituiría
a Juan en los viajes a la hacienda; pero sucedió que una
vez estuvo Juan enfermo y fué reemplazado por otro. En-
tonces recordó que señó M a nuel le había dicho al M a yor-

84
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

domo que no lo mandara a la hacienda hasta que no le


avisase el amo.
Restablecióse Juan y continuó siendo el inter-
J

mediario entre Perico y Casilda. Una vez dijo aquel a .


Perico:
........ Dice Casilda que váis a verla .
. . . . ¿y cómo? ...
. . . . Andá de noche.
Perico no se atrevió a tomar el consejo de Juan;
sabía que, si era descubierto, sufriría un castigo más horro-
roso quizá que la misma muerte. Y se acordaba de "El
Zurdo" y de aquella noche en que no pudo salir de su dor-
mitorio, y temblaba espantado:
Juan insistía:
........ Casilda quiere que váis .
........ Que me mande contigo la razón, ........ decía
Perico a su interlocutor.
Juan iba y venía a la hacienda, hasta que una
vez le dijo a Perico:
........ Dice Casilda que, si no vas a hahlá con ella,
que se va juir .
........ Dile que la ~oy a iJé.
Pasaron muchos días sin que Perico cumpliese
la oferta; pero las instancias continuaron y una noche llu-
viosa y sin estrellas, Perico, acompañado de Juan , tomó el
camino de la h ac ienda: Llegaron; pasaron la gran porta-
da, e inclinando hacia adelante el cuerpo medio doblado,
iban caminando por e l solar con el oído atento al menor
rUÍdo, oyendo los · silbos del viento al pasar por los desnu-

85
EDITORIAL YUCA TANENSE "CLUB DEL LIBRO"

dos pilares del trapiche. Atravesaron el solar y llegaron a


una de las ventanas de la casa principal. Apenas Perico
rozó ligeramente con sus dedos las tablas de aquélla, cuan-
do Casilda, que lo esperaba por indicaciones de Juan, en-
treabrió las hojas.
\
,......1 Perico T
,......lCasildaT

Por entre las varillas de madera pasó una ma-
no Perico y estrechó las de su amada. Así corrieron ligeros
los momentos, sin que ninguno de los amantes pronuncia-
ra una palabra más. Perico había perdido su natural temor
y Casilda se olvidaba del objeto porque porque había in-
sistido en que concurriese Perico a una cita en que tanto
arriesgaba. Por. fin, perico, dominando algún tanto las
emociones que agitaban su corazón y Jemblando del pe-
ligro a que se encontraba expuesto, pudo preguntar a su
amada:
,......¿ P aqué querías que yo viniese?
Casilda contaba con esta pregunta; sabía por
qué insistió en que viniese su amante, y, sin embargo,
permaneció en silencio, sin dar respuesta, hasta que Perico
volvió a decir:
,......DÍmelo diuna vez.
Aun quedó en suspenso por un momento el
ánimo de Casilda, hasta que muy quedito dijo:
,......Me persigue el amo.
Los ojos de Perico brillaron en la obscuridad
con un fulgor siniestro. Casilda sintió temblar entre las
suyas la mano de su amante. Las tinieblas no le permitie-
ron ver sus facciones ; pero ~I silencio que guardaba Perico.
"

86
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

y la presión violenta con que sus crispados dedos la opri-


mían, bien claro le estaban diciendo lo que pasaba en el
corazón del hombre a quien quería.
Aquellos síntomas asustaron , a Casilda, y te-
mió por Perico y por ella, arrepintiéndose de la revelación
que le hiciera.
En el cerebro de Perico no germinaba ninguna
idea. Se tuvo qué preguntar dónde estaba, a qué había
venido á la finca, y qué le había dicho Casilda.
Así pasaron varios segundos. Después del es-
tupor, la primera idea que la ira le sugirió fué cumplir con
el mandato de "El Zurdo"; pero, o no había bastante
desesperación en aquella alma o tenía repu~nancia al cri-
men. Pensó en otra cosa: en la fuga con su amada.
Los músculos contraídos fueron lentamente
perdiendo su rigidez; 'los latidos del corazón se regulari-
zaron un tanto, y sus ojos secos se humedecieron por las
lágrimas. La presión de la marto de Perico sobre la de
Casilda principió a ser más cariñosa que iracunda. Casilda
no se atrevía a interrumpir las meditaciones de Perico. Por
fin, éste habló:
--Juigámonos, Casilda.
La muchacha tembló a su vez.
Perico repitó sus palabras y Casilda le dijo:
__ Nos van a cojé.
Casilda no hizo otra cosa que formular en una
fra se e l mi s~o pensamiento que Perico tenía en su mente,
a p esu r d e la proposición que a su amada hizo.
Un proyecto de fuga improvisado para él, que
no co nocía mas camino que los del servicio interior de la

87
EDITORIAL YUCATANENSE " CLUB DEL LIBRO "

hacienda y-de la montería. era má s bien un deseo que salía


fuera de los límites de lo que podía ejecutar. que un a de-
terminación tomada.
La seguridad de su impotencia abatió a Perico,
y otra vez cruzaron por su mente fatídicas ideas.
Acariciando muchas ilusiones. y acogiendo
una idea como salvadora. y volviéndola a desechar por im-
posible, se separaron, haciéndose mil protestas de ' amor
eterno y jurando Casilda que sería invencible.

Ilustro E. U. R.

-"j No váis corriendo!"


CAPITULO XIV

DOLOR DE IMPOTENCIA

JUAN, que prudente se había quedado a alguna dis-


distancia, dijo a Perico:
........ Mucho te tardaste .
........ Vamos, andá ligero, ........replicó Perico.
y con las ropas caladas por la lluvia, empren-
dieron ambos jóvenes la vuelta a la montería, sin que fuera
b as tante lo fresco del agua a disminuÍr la fiebre que de-
voraba a P erico.
La curiosidad aguijoneaba a Juan por saber
qué ha bía tra tado su amigo con Casilda. Varias veces in-
te ntó enta bla r plá tica con P e rico; pero las respuestas de
éste se reducían a monosílabos , que le hicieron compren-
d e r que su a migo es taba preocupado, y guardó silencio en
todo el resto d el camino.
Cuando Perico no fué ya interrumpido por las
pre gu ntas d e Ju a n, dió rienda suelta a su mente, y aunque
EDITORIAL YUCAT ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

el estado de su alma era tal que no podía razonar con cal-


ma, todos sus pensamientos, por más diversos qué pare-
ciesen, eran encadenados por un mismo eslabón: los celos.

Si el amor de .Perico tenía poco de espiritual,


muy conforme con la rudeza de su alma. sus celos tenían
mucho de feroces. Aunque infinitas veces pensaba en la
fuga, como el medio más seguro para librar a su amada
de las persecuciones del amo, a la primera dificultad con
que tropezaba para realizar los proyectos que formaba,
se le ocurría esto otro: matar al amo; esta idea le horrorizó
la primera vez que la concibió su cerebro; pero poco a poco
se fué acostumbrando a ella. Y como cuadraba con el .es-
tado de excitación en que estaba su espíritu quería justi-
ficarla ante su conciencia, y hacía memoria de "El Zurdo",
y de su mandato, y de aquel castigo cuyo sólo recuerdo le
producía las mismas náuseas que experimentó cuando le
fué impuesto. Al llegar a la montería, Perico estaba ver-
daderamente sombrío. ardían ya algunos fuegos en las
galeras de los madrugadores monteros, y recatándose de
ser vistos, pudieron llegar a la en que dormían. Conside-
rando la dificultad en que se encontraban para cambiar la
ropa completamente mojada por otra seca, hicieron como
que acababan de salir de su pabellón, arrimaron al guarda-
fuego algunas astillas y basuras secas, y , cuando se levan-
taron las llamas, se colocaron a bien corta distanciF.l de
ellas, para :aque el calor fuese secando sus vestidos.

A la luz roja de aquel fuego se pudo ver el


rostro de Perico. Parecía que el muchacho se encontraba
bajo la acción de una fiebre intensa; su cobrizo color se
había tornado intensamente pálido; sus cabellos. cuyas
hebras aun p ermanecían unidas por el agua , estaban pe-

90
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

gados a su frente, poco despejada; sus ojos estaban rojos,


y a la luz de la hoguera despedían fulgores siniestros.
Aquella mirada fija y aquellos labios entreabiertos, bien
claro decían cuáles eran los perrsamientos que dominaban
en el alma del muchacho.
Fué necesario que Juan lo sacudiese, anun-
ciándole que ya era la hora del trabajo.
Perico se levantó, tomó de su garabato las so-o
gas que le servían para atar la guía y siguió a su compa-
ñero.
Aquel silencio tenía intrigado a Juan.

91
CAPITULO XV

LA NOCHE FATAL

ERICO continuó sus viajes nocturnos a la hacienda.


P Procuraba hacerlos cUando las noches eran más obs-
curas y podía bular la vigilancia del mayordomo.
N o se le ocultaba a cuántos peligros se expo-
nía; sospechaba que tarde o temprano lo descubrirían; que
esto haría imposible aquel único consuelo de que pudiera
disfrutar y que, además" sería castigado con dureza.
El rudo trabajo, los constantes desvelos y la
mala alimentación, habían debilitado las fuerzas físicas
d e l muchacho. La excitación nerviosa en que continuamen-
te se mantenía; la persistente idea del peligro a que estaba
expues ta su amada, y el recuerdo de sus pasados sufrimien-
tos, venían a su alma con más frecuencia, y alteraban el
cu rso regular de sus pensamientos. T ornóse taciturno, som-
brío y huraño.
Sólo habla ba con Juan, y las pláticas de éste
no le agradaban, si, cuando iba a la finca, no le traía no-
ticias de Casilda.
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

La Luna, que ya había hecho su segundo


cuarto, imposibilitaba los viajes de Perico a la hacienda;
por eso, cuando los monteros que, como todos los que viven
en el campo, aman las noches de Luna, decían: "1 Qué
hermosa está la Lunar', Perico la maldecía en su interior.
Juan vino de la hacienda y dijo a Perico .
........ Questa noche tespera Casilda .
........ Hay mucha Luna, ........ se limitó a contestar
Perico.
........Que si no vas, tú vas a tené la culpa
Perico se sintió ofúscado, los celos que lo de-
voraban mordieron su ' corazón, y un sentimiento de pro-
fundísimo odio al que se los causaba, inundó su alma, y
con sordo acento dijo a , Juan:
, ........¿Me acompañas?
........¿Paqué?, ........interrogó Juan .
........T e necesito .
........ No es bueno que vaimos los dos.
Perico no replicó; se había hecho el propó-
sito de ir solo.
Ni una palabra más dijo a Juan acerca del
viaje, en el resto del día, mientras sus bueyes, libres del
yugo , pacían tranquilos. Perico, sentado sobre la hierba,
hundida la cabeza entre sus rodillas! . sin hacer caso de la
nube de mosquitos que se cebaban en él, sentía latir con
, violencia sus sienes y pensaba cosas horribles. Estos pen-
samientos le causaban espanto: tenía aún bastante bon-
dad en su alma para resistirlos.
Cerró la noche, le dijo al Mayordomo que se
sentía con calentura, y le dieron orden de que se acos-
tara. Efectivamente el joven estaba con fiebre. Poco a poco,

94
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

las pláticas de los monteros se fueron debilitando, hasta


que todo quedó en el más profundo silencio.
Perico sacó la cabeza fuera del pabellón; per-
maneció algunos instantes con el oído atento al menor
rllído. Convencido de que todos dormían, se incorporó y
salió del lecho.
La Luna lucía todo su magnífico esplendor.
Tanta claridad infundía miedo a Perico; pero recordó las
palabras de Juan: "que si no vas, tu vas a tené la culpa" ,
y tomó resueltamente el camino de la hacienda.
La humedad de la noche, la necesidad de fijar
su atención en la senda que seguía y, más que todo, la
seguridad de que en breve tiempo se encontraría al lad(l
de su amada, calmaron algo la agitación de su espíritu.
y sus fa cciones, contraídas, se fueron dilatando lenta-
m ente.
De tiempo en tiempo, levantaba el joven la
vista y miraba a la Luna, por entre las ramas de los cor-
pulentos árboles. La confidenta de todos los enamorados,
e ra para Perico en aquellos momentos verdaderamente im-
portuna . Caminaba el infortunado lo más a prisa que po-
día . sin que fu e ran capaz de distraerlo las fantásticas vi-
siones que sorpre nderían la imaginación de cualquier ca-
min a nte m e no s preocupa do que Perico.
Los rayo s d e S elé ne. que lograban penetrar
p o r e ntre las ram as , a l cae r sobre el suelo, parecían el fuego
la mbente que se d es pre nde d e los pantanos; las menudas
go tas d e rocío que cubrían la s hoj a s y los tallos de los ár-
b oles h a cía n m ás viva la re fl e xión d e la Luna, y mOVlen-
d ose continuamente a impulsos d e la brisa. semejaban una
d e a quellas luchas en que los combatientes, para atacar

95
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

y defenderse, usaban solamente colosales y bruñidas es-


padas. Algunas veces, las hoj.as de platanillo semejaban
machetes de Collins, blandidos por robustos trazos, y no
pocas, Perico, engañado por la perfecta apariencia, lle-
vaba la mano al cinto, para cerciorarse de que el suyo pen-
día de la pretina. Cuando se convencía del engaño decía:
"Es la Luna", y seguía andando con cuanta velocidad
podía.

Atravesó los cañales que están antes de llegar


a la portada de la finca, y ya en ella, se detuvo un mo-
mento, para cerciorarse de si todos dormían.

En las viviendas de los mozos no ardía ni un


solo fuego. Distinguió las blancas paredes de la casa del
" amo, brillantes como si fueran de plata. Las manchas obs-
curas que de trecho en trecho veía, le señalaban las puer-
tas y las ventanas. Se fijó muy especialmente en una. Era '
la que correspondía al dormitorio de su amada. Salvó la
portada, avanzó algunos pasos, y retrocedió porque nota-
ba que a larga distancia podía ser visto. Adoptó la reso-
lución de ir rodeando el pital, para recatarse con la som-
bra de éste y la de algunos árboles, plantados en línea y
paralelos a la cerca. Así pudo disminuÍr la distancia que
debía atravesar, bañado completamente por la blanca luz
del astro de la noche.

Antes de salir de la sombra, escuchó atenta-


mente y miró a todas partes, y, no percibiendo ningún
rUÍdo y convencido que nadie podía verlo, se dirigió preci-
pitadamente a la casa del amo. Al llegar a uno de sus
ángulos, se pegó a la pared y se fué deslizando por ella
hasta la ventana donde debía esperarlo Casilda.

96 '
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO
.... ..... ~..,. ""~,..... ~~ ..... • ~ ....... ~ .. % .... ~ •• >

La emoción y el cansancio dificultaban la res-


piración de Perico. Procuró serenarse.
Había levantado ya la mano. para hacer la:
señal convenida con Casi Ida. y se detuvo. porque le pa-
reció oír ecu . de voces, como si dos personas tuvieran eri:
voz baja una disputa.
Perico aplicó el oído al mismo tiempo que
se comprimía el pecho con ambas manos, para contener
los latidos de su corazón.
H~laban tan quedo, que no le era posible '
conocer por el timbre de la voz quiénes eran los que pa-
recían disputar.
No se atrevía a llamar y continuaba escu-
chando.
El munnullo principió a hacerse más percep-
tible. y Perico pudo conocer que uno de los que hablahan
era su amo, y el otro Casilda.
El muchacho tembló todo él y continuó escu-
chando.
Casilda lanzó un quejido. Después se oyó la ·
respiración anhelosa, propia de las personas q"!Ie luchan . .

CAPITULO XVI

LA FUGA

\.S varillas de madera que guarecían la ventana


L saltaron hechas astillas y las dos hojas de que es-
taba formada se abrieron completamente. La luz
de la Luna penetró en la estancia al propio tiempo que
Perico. Casilda yacía en el suelo, desgreñada, e inclinado
sobre ella el amo, que procuraba vencer la escasa resis-
tencia que la débil muchacha podía ya oponerle.
Al ruÍdo de la ventana, que se abrió, y a la
luz que inundó toda la estancia, se irguió el amo y se lanzó,
feroz , sobre Perico.
Un vapor de sangre subió a la cabeza del mu-
chacho, y los celos, la rabia y la desesperación, hicieron.,
lo demás. El machete de Perico entró, hasta desaparecer
en toda su anchura, en la cabeza de su amo'. ,
Cuando éste rodó por el suelo, sin lanzar siquiera
una queja , el amante de Casilda sintió todo el horror de
su cri~en. Tomó de un brazo a la azorada muchacha. y
salieron ambos por la ventana.
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"

. Perico procuró ganar al momento el camino


público que pasaba a inmediaciones de la finca. y ya en
.él, tomó con indiferencia una ·de las dos direcciones que
se le ,presentaron.
,Parecía que el crimen que acababa de per-
.petrar .:habÍa a,gotado sus fuerzas. Má~ que un individuo
que huye. era un idiota vagando al azar.
Cuando se sintió muy fatigado se apartó un
:.p oco del camino y se introdujo en el bosque. acompañado
de Casilda. lo bastante para esconderse a lá persecución
,de los que los buscasen .. y no tanto que les fuese impo-
.sihle mirar a ·los transeuntes.
Perico se dejó caer. más bien que se sentó,
. sobre la desnudatierra.Casilda. de pie junto a él, miraba
·su desconsuelo y. c~nteniendo los sollozos. dejaba correr
:sus .lágrimas .
..-Sentate, ..-le dijo Perico.
'Ella obedeció sin replicar.
Sílenciosos quedaron los fugitivos por largo
':rato.hasta que Perico. "fijando sus ·cárdenos ojos en Ca-
~silda, la dijo: .
..-¿Dónde vamos?
,. .-Quinsabe, nos van a coge .
..-Mientras amanece, vamos a seguí andando.
y el joven se incorporó resueltamente.
Salieron del bosque y continuaron su camino.
La vía, era muy transitada y a cada momento
'tenían qué ocultarse, para dejar pasar a los caminantes
madrugadores. AsÍ, recatándose continuamente, anduvie-
ron hasta que la luz del día los obligo a internarse en los
' matorrales , siempre p rocurando espiar a los pasajeros.
La necesidad de huÍr con precipitación no les
permitió ¡proveerse de algo . con que alimentarse. Perico

100
PERICO - ARCADIO ZENTELLA Ph~ , E ,'::; ú

desenvainó su machete, que aún tenía, en form a de m edia


-luna, una mancha de sangre que dibujaba perfe ctamen~
te la figura y tamaño de la herida que infirió a su amo ;
tendió la vista en derredor. buscando una palma tierna.
para aprovecharse del pdlmiche. De las varias que a corta
distancia de ellos había, cortó la que le pareció más fácil
de derribar, y, qUitándole las pencas. descubrió la parte
blanca y pulposa. Con ella desayunaron él y Casilda.
No bastaba a Perico satisfacer la necesidad
de comer. Al medio día, la intensidad del calor y las fa~
ligas que habían soportado secaron completamente las gar~
gantas de los fugitivos, y no eran suficientes a calmar su
sed los pedazos de palmiche que masticaban. chupando
el jugo y arrojando el bagazo. Sin apartarse mucho de
Casilda . buscaba algún arroyuelo o algún cha rco; pero.
desconociendo completamente el lugar en que se hallaba,
t emía tropezar con alguien -que Jo d e nunciase a los que
3uponÍa sus perseguidore~.
El estado de su espíritu y los muchos temores
'que le asaltaban. no le perrnitlan disclIrdr con libertad, Ya
volvía al lado de su amada. triste y des,f allecido . resuelto
a entre garse a sus perseguidores. anles que morir de sed.
cuando, levantando la vista. vió cómo trepaban por los
arbustos g ruesos bejucos de parra. El corazó n de Perico
se dilató d e contento. Corto una hoja de piedra, y. for~
mando con e lla' un gran cucurucho. preparó. así. una v~­
sija. capaz d e conten e r dos botellas d e agua. Después,
nuevo Moisés. cortó con su machete uno de los más cre-
cidos b e jucos. que tqnta ale gria y consuelo le produjeron
al ve rlos. y. colocando el improvisado envase b a jo la ex-
tre mida d d e l trozo que p endie nte d e la cepa colgaba. reco-
gió e l a gua c ri s ta lin a y pura que d e sus venas mano. y.

101
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

repitiendo la operación con otros bejucos, logró ver llenO'


su cucurucho. Bebió y llevó a Casilda lo suficiente para
saciar su sed.
Permaneciendo en el bosque hasta bien en-
trada la noche, salieron al camino y siguieron la misma
dirección que la noche anterior.
Perico quería a todo trance alejarse del lugar
de su crimen y continuaba una ruta cualquiera, con tal
de que por este medio consiguiese aquel objeto.
Sentía la necesidad de comunicarse con al- ·
guno, para saber cuál era el camino que seguía y a qué
pun~o lo conduciría. Aguijoneado por este sentimiento,
pensó dirigirse al primero que encontrase, no sin antes
ocultar a Casilda, para hacer menos sospechosa su pre-
gunta. Muy pronto le deparó la suerte el medio de satis-
facerla, aunque poca utilidad podía venirle, no conociendo
como no conocía, ni más gente que sus compañeros de servi-
cio, ni más terreno que el de la hacienda del amo.
Varios viajeros venían en dirección opuesta
,a la que él seg~ía. En el silencio de la noche pudo Perico,
oír sus voces. Hizo que se ocultara Casilda. Se dirigió re-
sueltamente a uno de los transeúntes y: le preguntó:
,......,¿Pa dónde va este camino?
,......,Pues, para *** ¿y tú de dónde venís?
,......,De la hacienda de mi amo.
,......,Pues, ¿quién es tu amo?

Est~ diálogo, que no había previsto Perico,


lo puso en gran aprieto, y, al dar respuesta a la última

102
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"

pregunta de su interlocutor, palideció tanto, que su palidez


se hizo visible a la luz de la Luna, y tartamudeó con tal '
esfuerzo el nombre de un vecino de la hacienda de su amo,
que se hizo sospechoso al que le hablaba y a sus compa-
ñerOS1

Perico no comprendió la sospecha que excitó ·


en el alma de los viajeros, pues ' ignoraba que ya ellos eran
sabedores de la muerte trágica del dueño de la hacienda
de***

Los interrogados por Perico tontinúaron en la


misma dirección que traían, comunicándose cada uno las
observaciones que hiciera, no sin manifestar esta reflexión,
"ya los han de andar persiguiendo"; con lo cual tranqui-
lizaron su conciencia de ciudadanos que tienen la obliga-' \
ción de auxiliar a las autoridades a perseguir a los cri-
minales.
Perico se incorporó a Casilda y continuó su
marcha tan orientado acerca del lugar a donde se dirigía,
después de haber hecho la pregunta que en grave aprieto
lo puso, como después que le fué contestada.
Resolvió no hacer más investigaciones y apro-
vechar el tiempo en ganar terreno.
Los fugitivos fueron perdiendo el miedo a los
que pensaban debían perseguirlos, y por toda precaución,
cuando se encontraban con alguno, se limitaban a saludar
cortésmente. sin detenerse por ningún motivo.

103
PS\ICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

Cuando el Oriente pr;incipió a dar señales de:


que se hallaba próxima la 4L salida del Sol. los dos amantes.
ganaron el bosque. resueltos a pasar allí el día. esperando,'
otra vez la noche para p~bseguir la fuga de la manera. que
la venían haciendo y que les parecía. ,segura ..

llu.tre E. u. R..

., • .Las. varm~
, que guarnecian la . ventana saltaron hechaa astilla&. ...

,.
..rO '
CAPITULO XVII

UN PROTECTOR CONVENCIONAL

E NTREGADOS al descanso estaban los jóvenes en


lo más espeso del bosque, cuando, sin ser sentido
por ellos, se les presentó un hombre que, al 'p arecer,
tenía trazas de cazador. El azoramiento y el espanto ' que
se pintó en sus rostros los acusaba ante las miradas del
recién aparecido . y éste comprendió que no por haberlos
sorprendid o e n esos terrenos, revelaban fal miedo. pues
no es la p ropledad rustica tan respetada. que crea el que
la violn cometer grave delito.
El cazador. a quien llamaremos Julián. elijo
a Perico:
~¿ Qué hacés vos aquí con esa mujer?
..... Pues estamos sestiando, ~dijo el muchacho.
notablemente contrariado por la presencia del importuno.
Julián no ignoraba el asesinato que se había
cometido en la finca de*** y sabía también que el asesino
¡:¡e había fugado en unión de una muchacha: que los em-
EDITORIAL YUCAT ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

pleados de la finca andaban en persecución de Jos fugiti-


vos; se le había noticiado quiénes eran ellos y conocía
sus nombres . Pensó que aquéllos que tan temprano se po-
nían a cubierto del Sol podían ser los perseguidos por el
asesinato de*** El estaba armado con su escopeta de dos
cañones, mientras Perico solamente tenía su machete que,
pendiente de la correa con que se lo sujetaba a la cintura,
colgaba del gajo de un arbolillo. Era Julián de natural
viveza, y se propuso ver cuál era el efecto que causaba en
-los jóvenes, la siguiente frase:
.-Vos sos Peric'o que andús juy~ndo con Ca-
silda.
Perico, que no era fuerte en el arte de fingiry

que se sentía atormentado por su crimen y que casi tenía


la seguridad de que caería en poder de los que lo persi-
guieran. reveló en -sus gestos, en sus ojos y en el temblor
-d.e su voz, -q ue Julián había acertado. Oírse"nombrar él y
~su -amada por un desconocido, era más de lo necesario para
-desconcertar al más dueño de sí mismo. Sin embargo, con-
testó:
.-Yo no soy Perico; yo voy para***, .-y dijo
el nombre de la población que los viajeros le señalaron
como término del camino que seguía.
La negativa de Perico fué inútil. Julián estaba
persuadido de lo que los dos jóvenes eran los responsables
del asesinato de***, y, así les volvió a decir:

.-Vos sos Perico y esa muchacha es Casilda.


Perico se arrodilló ante Julián, y otro tanto hizo
Casilda, imitando a su amante.

106
PERICO - ARCADIO ZENTEllA PRIEGO

_iPor Dios, mi amito, no me cojastéI, -dijo


el muchacho, en tanto que Casilda derramaba copioso
llanto.
_Yo no testoy cogiendo, -dijo Julián;- ·
pero vos sos' Perico y me comprometés estando en mi te-
rreno; conque así te vas a largó.
Al saber Perico que no sería ' reducido a pri-
sión por su interlocutor. cobró ánimD y se dispuso rendirlo
a fuerza de súplicas.
-¿ Pero a dónde me voy a dir agorita sin que
me cojan? -dijo el muchacho, poniéndose de pie.
_Pues yo no sé; pero andó vete.
Siguió Perico rogando y Julián resistiendo · a
sus ruegos, hasta que. vencido por ellos, se comprometió
a llevar a Perico a una milpita que tenía por allí cerca,
donde se podían ocultar de sus perseguidores.
Entre tanto que caminaba. Julián procuró in--
formarse de las circunstancias del asesinatD que Perico
narraba con toda sencillez.
Casi Ida, silenciosa. los seguía.
De rep~nte. una gran claridad, que a distan-
cia. por entre las ramas percibían. les anunció la proximi-
dad de la milpa.
_Ahí está la milpita. -dijo Julián.
_ Vai pues. -dijo Perico.
Llegaron al desmonte en que se hallaba plan-
tada la milpa .
.-y asta cerrando grano , -dijo Julián:_ pero
mucho la a cosa el pájaro . Allá tengo un tapanca pacuidala,
y allí te podés está con Casildn.

107
tEOITbRIAL YUCAiANENSE "CLUB DEL LIBRO"

Julián participaba de la atmósfera que lo ro-


. deaba; se había infiltrado por todos sus poros el miasma
de la corrupción social y era él uno de esos muchos en
, quienes un brutal indiferentismo ha substituíd? al senti-
miento moral. Medía la bondad de las acciones con el car-
tabón del egoísmo. Eran buenas, si alguna utilidad le re-
portaban, y malas cuando en perjuicio de él refluían.
Después de dejar a 'los amantes instalados en
. el tapanco 1 se dirigió a las casas de su pequeña finca, pen-
sando que a él nada le pagaban porque aprehendiese a
los fugitivos ; que aquella era oblígación de las autorida-
des y que, si después de "entregarlos a los que debían per-
seguirlos, quedaban en libertad, tendría un enemigo de
quien estaría obligado a cuidarse, y él no estaba en el raso
de cumplir obligaciones que eran de otros, a quienes se
les pagaba para que hiciesen su deber.
. Además, pensaba : "Estos me pueden servir
en el trabajo".
Perico, por su parte, desconfiaba de la bené-
vola acogida de Julián; creía que él los dejaba en la milpa
para volver después con más gente que los aprehendiera;
pero en la imposibilidad en que se hallaba de poder con-
'tinuar huyendo, porque no conocía a dónde se podría di-
rigir, ni serfes pOSible vivir continuamente en el bosque
como unas fieras, sin que al fin les dieran caza, se resol-
vió a esperar, tomando para el efecto sus precauciones. Así
que se hubo alejado algún tanto Julián, tomó el mismo
camino que él. con el objeto de espiarlo y poder a veriguar
'cuáles eran sus verdaderas intencÍones.
Escondiéndose en los recodos de la vereda que
conducía de la milpa a las casas de ' la finquita d e Julián,
fué tras de éste. Com o el bosque se extendía h asta muy

108
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

c orta distancia de ellas. pudo el muchacho. oculto en él.


espiar todos los movimientos de Julián. Cuando en la casa
se hablaha alto, P eriro podía escuchar lo que allí se decía.
Julián llegó; dijó a su mujer que le envolviese
un poco de posol (*) y que le diese una tortilla con frijoles .
......¿Pa dónde vas? ......dijo la esposa de Julián.
al escuchar la orden de su marido .
......Voy a da vuelta a la milpa,
......¿ y paqué querés comida y posol?
"":'Siempre abís de sé curiosa; dame lo que
te pido.
La mujer no replicó más y entregó a Julián
una puxcagua (*) de posol y la tortilla con frijoles, y dijo
a su marido: .
......Pues lleváte los cachorros.
Estas últimas palabras, que fueron dichas a la
puerta de la casa, llegaron a oídos de Perico. Creyó que
Julián se disponía a salir con el objeto de denunciarlt, y
procuró observar el camino que tomaba. Vió que se dirigía
a l de la milpa y se apresuró. con el objeto de llegar a ella
a ntes que Julián. para no infundirle sospechas.
Perico. ya en el tapanco, recibió de Julián el
posol y las tortillas .
_ Vento _dijo después Juliá n;_ te voy a
e n señá dónde está el pocito y te voy a dó una jícara. pa
que hebós tu poso ,.
Julián guió a P erico h a sta las orillas. de la
milpa. do nde el te rre no sufría una d epres ión. y allí se en-

(*) H a rina de m aíz cocido con la cua l se hace una especie de horchata.

{ *) Envl)Jto r io h ecbo (',on hojas de t ojo

109
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

contraba un pocito como de media vara en cuadro y una


de profundidad. Debajo de una chaparro. sacó una jícara
que allí tenía guardada. y se la entregó a Perico; tomó la
éste y. poniéndose boca abajo al borde del pocito. sacó
agua de él. pues la longitud de su brazo era bastante para
alcanzarla. Abrió la puxcagua. tomó un poco de la masa
de maíz que contenía. y. sosteniendo con la mano izquierda
la jícara e introduciendo en ella la derecha. provista de la
porción de posol. principió a comprimirla para que se deshi-
ciera dentro del agua. Cuando estuvo completamente di-
suelta. acompañado de Julián. se dirigió al tapanco, para
que Casilda que de allí no se había separado. tomase de
aquella especie de horchata de maíz.
-¿Aquí nos vamos estár? _preguntó a Julián
el aI~ante de Casilda.
- Yo digo que aquí es mejor, -replicó Ju-
lián;- pero le vamos a poné techo al tapanco.
y los dos interlocutores. machete en mano, se
diri¡ieron al bosqúe a cortar hojas de palmera, bejucos y
varas para cobijar el tapanco que debía servir de casa a
los fugitivos.
Trabajaron ambos todo el día. y ya puesto el
Sol. se despidió Julián de los amantes, ofreciéndoles voi ver
a la mañana siguiente.
Llegó la noéhe. y hasta entonces. algo tranquilo
Perico, pudo reflexionar a~erca de su situación.
Principió por creerse seguro. pues el compor-
tamÍento d e Julián había alejado de su alma toda sospe-
cha de traición. Pensaba. sin embargo, que no era po sible
continuar viviendo así; que los que habitaban en la fin -
qu ita de Julián. serían sabedores de que en la milpa había
escondidos un hombre y une mu je;; qt:e al fin se divulgarí a
..
11 J
\
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

la noticia por toda la Ribera; que se sabría que los que así
se escondían eran Perico y Casilda y que, por último, no
estaban allí seguros.
Perico, dominado por la apremiante necesidad
de huír, poco o nada pensaba en el crimen que había Co-
metido; además, el placer de hallarse al lado de Casilda.
acallaba algún tanto sus remordimientos y sólo de tiempo
en tiempo, se estremecía de horror. pero miraba a su amada
y se sentía feliz cuanto podía serlo.

¡1111
CAPITULO XVIII

CAPTURADOS

P ERICO y Casilda quedaron instalados en el tapanco


que había sido techado a la ligera. Estaban casi
en una especie de palomar, cuya altura sobresalía
algún tanto a las espigas de las matas de maíz.
Las comunicaciones se fueron estableciendo
entre los habitantes de la milpa y los de la finquita de
Julián. Aquellos pasaba n , para la generalidad de los mo-
radores d e la hacienda, y para los vecinos, como nuevos
trabaj a dores a l servicio d e Julián. Algo se murmuraba, sin
e mbar go, y a lgun a vez, P erico pudo oír entre sus compa-
-ñ eros d e servicio, diá logos que le hicieron temer estuviese
d escubie rto su delito; comunicó sus sospechas a Julián,
a quien ya reconocía como amo, y éste lo tranquilizó.
La manera singular con que los amantes en-
traron a l servicio de Julián, era motivo más que suficiente
para servir d e fundamento a las hablillas de los trabaja-
EDITORIAL YUCATANENSE «CLUB DEL LIBRO"

dores. La falta de una casa en el solar. donde estaban las de


la hacienda. para que se instalasen Perico y Casilda. no
era bastante a explicar la vida anómala que los fugitivos
llevaban.
Una mañana. cuando el alba principiaba a
teñir con sus ricos y variados matices los pálidos celajes
del Oriente. el tapanco fué rodeado por varios hombres
armados de machetes. y sólo uno. que parecía ser el que
mandaha a los demás. de una vieja y enmohecida escopeta.
Perico. que se había acostumbrado a vivir
como los pájaros en medio del bosque. gozaba como ellos
de todos los encantos que la naturaleza enseña al despertar
y aspiraba el ambiente, embalsamado por el delicado per-
fume de las espigas de maíz. En aquella hora. cuando el
descanso había vuelto a sus miembros su natural soltura.
y a su fatigado espíritu algo de la perdida calma, le reve-
laba a su amada todo el tesoro de su amor, y en rudas, pero
sabrosas pláticas, pasaban la hora _del crepúsculo los dos
amantes, hasta que el Sol. mostrando su disco de fuego.
los separaba, al uno, para encorvar su dorso en la cuoti-
diana faena. y a la otra, pata ocuparse en preparar a su
amado un escaso y frugal alimento.
ASÍ. pues, la visita inusitada hizo temblar a
los amantes y la presencia - de un compañero de servicio.
con quien Perico había tenido serio disgusto por libertades
que se permitiera con la que llamaba su esposa. le dieron
a conocer en un momento lo grave de su situación.
El potador de la escopeta dijo:
,......,Ahájense ustedes. ~
Perico no contestó, ni obedeció la orden y
dijo a Casilda que junto a él temblaba de miedo:

114
PERICO- ARCAD10 ZENTELLA PRIEGO

.-y a nos van a cogé.


,.........Si no se abajan, los desguindo (*) de un
tiro, .-dijo' la misma voz de antes.
y Perico, por una escalera formada de una
viga que de trecho en trecho tenía cortes para formar los
peldaños. fué descendiendo lentamente del tapanco.
--Que se abaje la otra sinvergüenza.
Perico se puso rojo.
Casilqa bajó de la misma manera que su
amánte.
Los compañeros del portador de la escopeta
dijeron algunas chuladas groseras con motivo de que Ca-
sil da se metía las enaguas entre las piernas para impedir
que se le arremangaran al descender.
Aquellos insultos tomaron el rostro de Perico
más pálido de lo rojo que estaba.
Momentos después llegaba Julián y preguntó
a los aprehensores:
.-¿Pos qué sucede? . . ¿Por qué se llevan a
.
mI mozo. ?

.-¿No sabe usted, ,.........dijo el jefe,,. . . . . qne éste es


quien mató a *** y esta perdularia la que lo acompañó?
.-Pos yo no sé, vino buscando trabajo y lo
acomod é; pero si son asesinos que se los lleven.
,.........Este nos dijo que aquí había unos desco-
nocidos y enton ces vinimos a prenderlos, porque yo los
con ozco, ,.........deda el de la escopeta, señalando al compa-
ñ ero en Jo s traba jos d e Perico, y del cual había sospechado
fu e ra su denunciante.
(*) Hacerlos caer hacia abajo.

115
EDITORIAL YUCA TANENSE "CLUB DEL LIBRO"

....... Pues usted dirá. ¿cuándo se me había de


escapar si hace ya varios días que lo vengo siguiendo?;
pero este maldito parece chachalaca (*) para correr. Pero
¿dónde se iban a ir? 1Vida mía de mi compadre 1 1Cómo
lo fué a matar este pÍca~o 1 De seguro por detrás. porque
mi compadre era hombre. yo no sé si lo sabe usted; pero
de una trompada (*) tumbaba un mozo; y que le echen
agua. Pero bien dicen que al más hombre lo mata un p ...
...:-Bueno. que los amarren con la lía y uamonós.
Así hablaba el portador de la escopeta. que
no era otro que el Juez de la Ribera cfe***. que más por
el compadrazgo. que por cumplir con sus deberes. habíase
echado sobre los hombros la pesada carga de perseguir a
Perico ya Casilda.
A no ser el silencio de Julián. que nada re-
plicaba a la charla del Juez. éste hubiera seguido su plá-
tica. No dejó de calificarse. sin embargo. con el epíteto
de activo. honrado y celoso en el cumplimiento de los de-
beres de un buen Juez de Ribera ..
.......Anden muchachos. cuidado con esos sin-
vergüenzas. porque yo soy muy listo y a mí no se me es-
capan. .......decía el Juez. dirigiéndose a sus subordinados.
y volviéndose a Julián:
....... Pues ya nos vamos . y usted perdone. señor.
....... Que les vaya bien ........ se limitó a decir Julián.
Perico y Casilda. fllertemente liados. marcha-
ron en medio de sus aprehensores. que no dejaban de mo-
lestarlos con preguntas insolentes y groseras.

(*) Una gallinácea silvestre.


(*) Un puñetazo.

116
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO
. . . . ~ ••• ~ ...... "" ~~ft~.ft~. "",

Cuando se alejaron un tanto. pensó Julián:


......... "De buena me escapé".
Los reos y la escolta salieron al camino público.
Los transeunte s decían al Juez:
......... Esos son los que mataron a ***
......... Estos mismos; pero ¿ a dónde se habían de
ir? 1Cómo que yo los andaba persiguiendo I Juzgue usted;
soy Juez de la Ribera de*** hace diez años. Se habrán
hUÍdo otros criminales. pero estos lcuándoI Usted dirá:
1mataron a mi compadre I
Así iba el Juez. por todo el camino. haciendo
público el cariño que profesaba a la víctima de Perico. y
el gran interés que había tenido en capturar a los reos.
movido por el afecto personal que a su compadre profesaba.

117
CA~ITULO XIX

EN EL CEPO INFAMANTE

OS reos pernoctaron ~n la casa del Juez, asegura-


L dos convenientemente, por la noche, en un cepo, de
que para esos casos, y otros en que tenía qué hacer
sus justicias particulares, estaba provisto.
A la mañana, los reos y la escolta tomaron el
camino de***, donde radicaba el Juez de Ira. Instancia
que debía juzgar a los primeros.
Ningún incidente digno de mencionarse les
ocurrió en el camino. Los aprehensores y los reos llegaron
a fraternizar, y las cuchufletas de que fuera víctima Ca-
siIda al bajar de la escalera del tapanco, no volvieron a
tener lugar. Perico y Casilda eran para ellos, simplemente
un hombre y una mujer, y llegaron a ver el crimen de que
eran acusados los amantes, con verdadera indiferencia.
Como se trataba de un reo que había come-
tido el más atroz de los delitos, el mismo Juez, que hizo
la aprehensión, acompañó a la escolta para hacer él per-
sonalmente la entrega.
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

Llegaron a***. Perico estaba verdaderamente


azorado al ver tantas casas reunidas. El sabía que existían
villas y ciudades. y aun tenía noticias de la capitala por las
relaciones de algunos sirvientes ancianos de la finca de
su amo; pero aunque a corta distancia de la Hacienda
existían varias poblaciones. nunca había tenido oportu-
nidad de ir a ellas.
El Juez de la Ribera se presentó al de ha.
Instancia. en su casa. y omitiendo todo saludo. le dijo:
......Aquí le traigo a usted los reos. ¿No decía
yo que no se escaparían? lAllí están ellos; véalos ustedl
......¿De qué reos me habla usted? ...... dijo el Juez
de 1ra. Instancia .
...... De los que mataron a mi compadre***
...... Que se los lleven a la cárcel; ya voy yo para
el Juzgado.
Al derredor de los reos y de la guardia. se for-
mó un corrillo de ociosos que por curiosidad le hicieron
compañía hasta la cárcel.
Llegaron a un edificio con apariencias de casa
de familia. y como quien entra en su propio domicilio. en-
traron en él. escolta. reos y curiosos. Aquella invasión des-
pertó al Alcaide que en una hamaquita de ixmecate (*)
dormitaba. recomen~ando. para permitirse tal descanso. la
custodia de los reos que estaban a su cuidado. a un preso
de su confianza .
......De orden del Juez ....... dijo el de la Ribera.
como de costumbre. sin hacerse anunciar por ningún acto
de cortesía ....... que usted meta en el calabozo a estos presos .
......¿A la mujer también? ...... preguntó el Alcaide.

(*) Corteza textil de la planta llamada istle.

120
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

Esta pregunta hizo reír a varios de los concu-


rrentes, y no faltó alguno de los reos, que al parecer go-
zaba de ciertas consideraciones en la cárcel. que en las
barbas del señor Juez de Ribera y del Alcaide, dijera a
Casilda una grosería que pareció de buen gusto al audi-
torio.
En el momento en que los presos reían a su
sabor, a costa de Casilda y de las orejas de Perico que se
habían encendido como brasas, por el escarnio de que era
objeto su amada, se presentó el Juez de 1ra. Instancia y
dijo al Alcaide:
-La mujer va depositada a casa de Doña X;
que la lleven al Juzgado, voy a extender la boleta.
Al salir de aquel caos, volvió a ser víctima Ca-
sildá de las burlas, y siendo el niño mimado del Alcaide
el que se permitía las más punzantes, con él encaró Perico.
-Pos sepa usté que desa mujer no se burla.
- y de tí también, sinvergüenza, :-,replicó el
sotoalcaide.
Perico se arrojó sobre él. El coraje tantas veces
reprimido, la insolencia conque eran tratados él y su amada
por personas a quienes ni siquiera conocía, lo hicieron es-
tallar y golpear con cuantas fuerzas le prestó la ira, a su
injusto provocador. El Alcaide y otros reos, lo sujetaro'n
fuertemente, y el Juez, que casi había presenciado la re-
yerta, por no haberse alejado mucho de' la puerta de la
cárcel, volviendo a entrar, dijo:
-Que metan al cepo a ese bribón. y a esta
que la lleven a casa de la Señora X. Luego extenderé la
boleta. .
Perico fué conducido en peso al infamante
ce po, y allí, tendido sobre el desnudo suelo, lo obligaron

121
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

~ meter ambos pies, en dos agujeros de aquella original


maquinaria.

La injusticia de la sociedad que sancionaba


con sus costumbres la tristísima condición en que había
vivido, continuaba persiguiéndole hasta en el mismo lugar
donde ella dice que son todos iguales ante la equidad de
sus leyes, siendo lo particular, que la misma involuntaria
degradaCión a que estuviera sometido, le servía de fu-
nesto precedente para que todos se creyeran autorizados
a atropellar sus derechos.

Condenado el joven a la inacción, sujeto, como esta-


ba, por los anillos del cepo en una estancia húmeda y es-
casamente alumbrada por un tragaluz, se sintió prtlfun-
damente abatido.
La dureza del trabajo a que estuviera conde-
nado desde la infancia; la rusticidad de las costumbres
propias de su estado, y más que todo, el hábito de obe-
decer siempre a otra voluntad, con dependencia tan abso-
luta que parecía error d€j la naturaleza haberlo dotado de
una propia completam,ente inútiL pues no tenía ocasión
p e ejercitarla, había suprimido casi por completo el gene-
rador de todos los actos humanos: el pensamiento.

Per\co tenía la seguridad de haber cometido


un crimen. La intuición solamente le enseñaba la enor-
midad de su delito. Los ejemplos que continuamente tu-
viera ante su vista, no habían podido borrar de su alma la
noción de la justicia; aunque ni conocimiento tenía de esta
palabra, y no podía, por consiguiente, ocurrÍrsele; era más
bien que una idea, un sentimiento lo que le revelaba la
maldad de su acción.

122
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

Lejos ya de Casilda, cuya presencia excitaba


algo su entorpecido cerebro, decayó su ánimo, y una pos-
traCión moral, como la penumbra del idiotismo, era lo que
únicamente mostraba su semblante. Sentía que la posi-
ción en que estaba era muy incómoda. La sensibilidad
moral casi había desaparecido por completo.
Aquel estado se prolongó por varios días.

lIustro 1::. u. R.

• ••y allí, tendido sobre el desnudo suelo •••

123
CAPITULO XX

IGNORANCIA, SIMBOLO DE ESCLAVITUD

NA tarde, frente a la entrada de una casa. cuyo


U aSD.ecto señalaba ser de los más acomodados de***.
vanas personas, a la sombra que proyectaban los
rayos del Sol. próximo a desaparecer del horizonte. cómo'"
damente sentados. hablaban del asesinato de* **
-Le agradezco mucho. señora. que haya us-
ted aceptado el depósito de esa bribona. -decía el Juez de
1ra. Instancia.
-No tiene usted nada qué agradecer. -re-
plicó la inte rl ocutora. que no era otra que la Señora X._
M e h a n dicho que no sale muy complicada en el asunto.
_ Según todas las declaraciones. parece que
e lla fu é la q ue movió al otro a que matara a 0.*** .
y el Juez narró las declaraciones del maestro
d e a zúcar, d el carpintero, de muchos criados y d e otros
varios d e pe ndientes de la finca.
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

,.......,Pero convendrá usted conmigo, que si lle-


van a esa mujer a otra parte, se va a perder, y que es me-
jor que se quede ~n alguna casa trabajando. ¿No vió usted
lo que sucedió con aquélla otra? Pues dicen que allí anda
de perdularia en la capital. Esta debe quedarse donde
le den buen ejemplo y trabajo, porque para esta gente,
desengáñese usted, no hay más que el trabajo y el palo.
Lo que nos tiene perdido, es eso de que a todo el mundo
lo manden a la escuela. ¿ Ya ve usted lo que resulta? 1T 0-
dos se creen iguales, y de allí vienen esas cosas 1 .
,.......,Perico nunca ha estado en la escuela, ,.......,se
atrevió a decir el Juez, como impelido por la verdad his-
tórica, no porque fuese de distinta opinión de la Señora X.
Como ésta "no pudo atribuÍr el crimen del
amante de Casilda a la escuela, evitando la réplica del
Juez, · preguntó:
. ,. . . .,y él ¿qué dice? ¿Porqué 10 mató?
,.......,Pues le diré a usted; no he querido tomarle
su declaración, hasta que no venga el hermano de***, ,.......,y
el Juez nombró a la víctima de Perico,,......:., porque mucho
me tiene enca~gado que quiere estar presente; lcomo que
a él le interesa que se castigue el delito 1
ILos otros contertulianos de la Señora X, hi-
cieron varias preguntas acerca de las circunstancias del
crimen de que se trataba, y a todas fué respondiendo el
buen Juez con entera verdad, según los datos del sumario
. que él mismo instruía.
I

El Juez abandonó a la hora de los mosquitos,


la tertulia de la Señora X, no sin que ésta volviese a ha- o
cerle insinuaciones acerca del lugar más propio donde de-
bía permanecer Casilda, "para que no se pervirtiese".

126
CJ\.PIT ULO XXI

ENTRE LAS REDES DE LA "JUSTICIA'

'A las ocho de la mañana del día siguiente a las plá-


ticas 'q ue acabamos de referir, ocupaba el Juez
de Ira. Instancia del Partido Judicial de***, el
asiento en que ordinariamente despachaba en el Juzgado.
Una pieza cuadrilonga constituía el local del
Juzgado; las paredes completamente desnudas y despro-
vistas de todo adorno. dejaban ver en sus ángulos, la tela
' que las laboriosas arañas continuamente tejían; en el pa-
vimento, que no se aseaba sino dos veces por semana, se
veían. aquÍ y allí, pedazos de papel. colas de cigarrillos
y cabos de puros.
Media docena de asientos de madera. pinta-
dos de negro, estaban colocados a bastante distancia el
uno del otro, para que pudiesen ocupar la misma exten-
sión que las paredes. A auxiliar a los asientos para llenar
mayor espacio, contribuía mucho un gran estante, de vuer-
tas desvencijadas. en que se guardaba el archivo del Juz-
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"
-, .. . . .
gado. donde tranquila vida pasaban las cucarachas y de
rico sustento disponían las polillas.
El Juez estaba detrás de una mesa que tenía
por tapete un lienzo de zaraza colorada.
. A la derecha de ' él. ~n ot.a mesa igualmente
aderezada y puestos frente por frente el uno del otro. dos
individuos. los testigos de asistencia con quienes actuaba.
registraban papeles y pretendían en vano poner en orden
los expedientes que tenían a la mano.
En el dintel de la puerta. más bien que sen-
tado. encuclillado. un muchacho hacía las veces de por-
tero. Todos estaban en mangas. El portero no usaba pan-
talones.
Nadie. sin ningún antecedente. y sin conocer
algo nuestras costumbres. podía imaginarse que en aquel
local se administraba la justicia a los habitantes del Partido
Judicial de***; que allí. por medio de aquellos indivi-
duos. ejercitaba la sociedad el más augusto de sus dere-
chos. y que la ley. en su más genuina expresión. estaba
allí representada.
Aquel cuartucho de que disponía el Señor
Juez. por veinte reales de alquiler. en ningún cerebro podía
excitar la idea del santo templo de la Justicia.

Uno de los curiales se dirigió al Juez que. para


escuchar lo que se le decía. se vió precisado a interrumpir
la lectura de Gil BIas de SantilIana. que nunca terminaba.
_Tío, ya se le puede tomar su declaración a
aquel; aquí está 0.***. -y nombró al hermano del que
cayera asesinado por Perico.

128
PERICO - ARCADIO ZENTEllA PRIEGO

...... Que vaya el portero a llamarlo ....... replicó el


Juez. volviendo a su Gil BIas.
El aludido recibió la orden respectiva y media
.hora después. llegaba al Juzgado. acompañado del portero.
el sujeto a quien había ido a citar. .
Volvió el Juez a interrumpir su lectura. y nue-
va orden fué transmitida al portero para que el Alcaide
condujera a Perico.
Llegó el reo.
Se sentó en uno de los asientos. junto a la me-
sa de los curiales y principió uno ,de ellos a extender, en el
ya voluminoso expediente que se había creado, la fórmula
. con que principiaban todas las declaraciones. Cuando
Perico aseguró tener diez y ocho años. el tío del occiso
replicó:
......En todo ha de mentir esta gente. Figúrese
usted. señor Juez. ¿cómo ha de tener .diez y ocho años, si
este cargaba a mi primer chiquito y yo tengo ya veinte años
de casado?
...... SÍ .......dijo el curial que extendía la declara-
ción; ...... a los indios no se les conoce la edad.
El curial continuó haciendo las preguntas se-
gún un formulario que para casos semejantes tenía.
Perico confesó terminantemente que él había
matado a su amo. sin explicar ninguna de las circunstan-
cias que lo habían impulsado a cometer el delito .
......¿Por qué lo mataste? ...... preguntó el curial.
...... Porque me iba a pegá.
El auxiliar de aquella declaración, el hermano
del dueño de la finca de***, tomó la palabra y se dirigió
a Perico:

129
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

.......Pero ¿a que no dices por qué? lPorque te


encontró en el cuarto de eSa perdida a deshoras T El maes-
tro de azúcar que lo sabe bien, dice que tú entrabas todas
las noches en el cuarto de Casilda, mi hermano te espió,
y te cogió en la picardía.
Señor Juez, me voy, porque de ver a este
pícaro, no sé qué me da. .
y tomando su sombrero, abandonó el Juzgado.
El curial asentó que Perico fué encontrado
por su amo, la noche tal. en el aposento de Casilda, y que
allí lo mató. -
Se hizo constar en la declaración que el mu-
chacho siempre recibió buen trato en la hacienda de***,
que ninguna queja tenía contra su amo; pero que el diahlo
lo tentó.
El bolsillo de los parientes del occiso, desfi-
guró la declaración. de Perico, que en su mayor parte se
reducía a contestar, sí, o no, a las preguntas del curial.
Terminada la declaración, Perico fué vuelto
a la cárcel.
Se ordenó al portero que fuese en busca de'
Casilda.
La muchacha entró temblando al Juzgado .
.......Ven por acá, ....... dijo el curial que parecía
ser el director de todos los enredos de aquel templo de la
Justicia:
Casilda se sentó junto a la · mesa del tapete
colorado. Medio dobló su cuerpo, inclinó la cabeza · sobre
el pecho y tomando entre sus dedos un doblez de su' ena-
gua, lo torcía y destorcía continuamente, al propio tiempo
que sin interrupción, frotaba el pavimento con el calcañar
de su pie derecho.

130
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

La declaración de Casilda fué extendida, con-


cordando en un todo con la de Perico.
La causa siguió los trámites ordinarios. Se no-
tificó a los reos que nombrasen defensores, y no conocien-
do a nadie que pudiera, ni quisiera servirles, el Juez nom-
bró de oficio, uno mismo para los dos.
Se hizo el nombramiento de Fiscal.

131
CAPITULO XXII

COMO SE DICTAN CIERTOS "PALLOS"

T S vine a llamar de parte del Juez. .


-Esperáte un momento que ya voy; estoy un poco .
)Cupadito con tío Felipe que está muy malo.
Los que así hablaban. eran el portero del Juz-
gado y Señó Jua n ***.
La esce na pasaba en el dintei de la puerta
de una casita d e guano. en un barrio de la población de***
E l portero se quedó en pié en la puerta. mien-
tra s Señó Juan*** volvió a l interior de la casa. En ella
h ab ía un lecho . donde es taba un paciente a quien medici-
naba Señó Juan *** y una mujer. junto al enfermo. que
recibía las instrucciones del h a bilitado galeno.
,......,Ya le digo. ténga lo usted muy presente. no
h ay más qué hacerl e. Es lo m e jor para que corrompa y
sude. L e voy a repetir otra vez cómo se hace la pócima de
la s nu eve cosas. porque si se le olvida alguna, ya lo echa-
EDITORIAL YUCAT ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

mos a 'perder; tome usted un tanto de agua regular como


para cuatro tomas, por lo que va a jerver: allí echa usted
nueve poquitos de panela bien raspada, · lo que se agarre
con tres dedos, un buen poco de grama de castilla, media
cañafistola machacada, media onza de cr~mor, tres gajitos
de escutumhul, medio de pulpa de tamarindo, tres granitos
de sq.l, un poquito de hojas de. sen y cáscara de palo mulato.
Lo pone usted todo al fuego; cuando dé tres jervores, lo
baja usted y lo cuela. De eso le da tres tomas, una a
puestecitas de Sol, otra cuando canten los primeros gallos
y la última después.
Por lo visto, Señó Juan***, era partidario del
cabalístico tres y de sus múltiplos. Prescribió, además, que
le tallaran el vientre al enfermo, con los tres aceites.
Seguro que el que era objeto de los cuidados
del médico, al tomar la recetada pócima, debe haber su-
dado y depuesto más que Sancho al probar el bálsamo
de Fierabrás.
Terminada sus labores médicas, se despidió
Señó Juan manifestando que si algo ocurría, que enviasen
por él. .
Se reunió en la puerta con el enviado del
Juzgado.
......¿No sabes para qué me quiere el Juez 7,
...... preguntó a aquél.
......y o creo que es para nombrarle defensor de
Perico y de Casilda.
Señó Juan lo mismo servía para un barrido
que para un fregado. Era el tipo de esos seres perfectos,
prOvidencia de algunas poblaciones, que sirven de Secre-
tarios a los Juzgados de Paz, instalan una mesa electoral
por" disposición superior", medicinan a los enfermos , de-
fienden a los reos, tocan el contrabajo en la Misa l\layor,

134
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

haciendo las veces de sochantre, y andan siempre con una


lista de suscripción para un baile o para la fiesta del Santo
Patrono.
Señó Juan y el portero llegaron al Juzgad~.
El trato Íntimo que parecía reinar entre Señó Juan, el Juez '
y los curiales, lo dispensó de toda señal de cortesía .
......... AquÍ estoy ya, qué se ofrece, ......... dijo, acer-
cándose a la mesa del Juez .
......... Se le va a nombrar defensor de Perico y de
Casilda, porque no conocen a nadie y no tienen quién
los defienda, ......... dijo el Juez .
......... Pero esos no van a pagar nada .
......... Si no es mas que para cubrir el expediente .
.........Allí tengo la defensa que hice de aquél que
mató a su madre, le cambiaré algunas cosas, y asunto
arreglado.
.........Sí, hombre, a salir del paso.
Por casualidad tocaba a Perico la defensa
que Señó Juan *** había hecho de un parricida .
. . . . . ¿y la de Casilda? ......... preguntó el Juez .
......... Las dos van juntas, se le añade un poco.
El curial había extendido la diligencia, y
Señó Juan *** firmó que aceptaba la defensa de los reos .
. . . . . y a me voy, ......... dijo el defensor, ......... y abandonó
el local.
Oportunamente se nombró al escribano H.,
Fiscal de la causa.
Habiendo perdido H. su clientela como escri-
bano por la mala costumbre de dar fe de muchas cosas de
que ni noticia tenía, se refugió en el foro; y unas veces de-
fe ndiendo a los reos, y otras, haciendo de Fiscal en las
causas cr imina les, e jercía el oficio que ejercen todos los

135
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"
~.~~~ ~.. ~... . . .. ~ ........ ., ~,..,.,.,

de la misma profesiÓn que él. cuando por ineptitud, o falta


de crédito, ningún lucro obtienen de su título.
Se citó para sentencia, después que Fiscal y
f:>efensor devolvieron la causa con sus correspondientes
alegatos.
Como el Juez era lego, la sentencia s~ debía
consultar con un Abogado que hiciese la justicia, según
la cantidad de dinero que en los platillos de la balanza le
colocaban.
Recibió la causa de manos del hermano del
amo de***, por cuya muerte se juzgaba a los dos amantes .
.-¿ Quién paga el dictamen? .-preguntó el
Abogado, mirando al que le entregaba la causa .
.-y o lo 'p ago, .-replicó éste;.- pero quiero que
se despache pronto y se condene a muerte al asesino de
mi hermano. .
.-lAhl Usted es el hermano de***. Cuénte-
me, ¿cómo se cometió el c:rimen?
El portador del expediente hizo uná larga re-
seña de las malas pasiones de Perico, de la bondad de su
hermano, de la alevosía con que fué cometido el crimen,
de las relaciones ilícitas que con Casilda tenía el asesino
y de otras cosas más, que si no conmovieron al señor Abo-
gado, no fué por falta de viveza y fuego en la natural na-
rración que escuchaba. sino por la índole propia del legis-
ta, a quien sólo movía el sonoro ruído de la plata .
.-Bien, .-dijo el Abogado;.- todo esto lo tendré
presente al fallar esta causa. No se olvide usted que los
honorarios de la sentencia son por cuenta de usted .
.-No tenga usted cuidado, falle usted bien y
no se arrepentirá , .-dijo el hermano del asesinado.
Se separaron estrechándose cordialmente las
manos.

136
CAPITULO XXIII

EN POS DE LA JUSTICIA

P ERICO, liado por los brazos, caminaba al lado de


Casilda ~n medio de una escolta, que los conducía
a la capital del Estado. ,
Señó Juan creyó de su deber apelar de la sen-
tencia que condenaba al asesino a la pena capital. y a su
cómplice a ocho años de servicios en el hospital de San
Juan Bautista.
Al llegar a las primeras casas de la pobla-
ción, quitó el jefe de la escolta la soga que fuertemente
ligaba los brazos de Perico. El reo no podía darse cuenta
d e aquella novedad; no sabía que se hallaba en las fron-
teras d e la civilización.
La escolta y los reos llegaron al local de la
J e fa tura Política. Allí los rodearon los curiosos, de la mis-
ma ma n e ra que cuando llegaron a la población de***,
conducidos por el Juez de Ribera que los apresó.
EDITORIAL YUCAT ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

Perico fué enviado a la cárcel y Casilda al


Hospital. sin embargo de que esta última no padecía más
enfermedades que sus dolores morales y el grande amor
que a Perico profesaba.
Un mes había transcurrido desde que el aman-
te de Casilda fué metido entre rejas, en compañía de más
de cuarenta reos, que todos hacían vida común en una
gran sala, que constituía el local de la prisión, cuando fué
sacado de allí para oír la notificación de que nombrase de-
fensor, pues debía continuar su causa en la segunda ins-
tancia. .
Muchas dificultades se habían pulsado para
que los dos amqntes tuvieran un Juez que los juzgase.
El tiempo había transcurrido, sin que ninguna
providencia se pudiese dictar, porque el Tribunal Supremo
de Justicia no celebraba sesiones, unas veces por enfer-
medad de algún señor Magistrado y otr~s porque un ausen-
te incompletaba el quorum. Pero llegó un día en que ca-
sualmente se reunió el número total. y no hubo mas re-
medio que repartir los negocios según el turno.
. Como la causa seguida a Perico y Casilda ha-
bía sido ruidosa, y acerca de ella ni en el sumario se guar-
dó secreto, todos los del alto Poder Judicial conocían los
pormenores; de allí que, cuando el escribano hizo presen-
te que aquella causa tocaba en turno al Magistrado J., éste
pidió la palabra, y gesticulando con cabeza, cara y bra-
zos, manifestó:
,.........Compañeros: el Tribunal Supremo va a te-
ner la bondad de escuchar las razones que tengo para no
conocer de la causa de Perico y su cómplice. Cuando ya
estaba próximo el momento en que debía recibirme de Abo-
gado, mi anciano padre cayó enfermo para no volver a

138
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

levantarse más. Un día. antes de expirar me llamó y me


dijo: J. no me va a ser posible ver coronados mis esfuer-
zos; no lograré verte recibido de Abogado; la Providencia
quiere que yo te abandone antes. Escucha lo que te voy
a decir: defiende siempre a los desgraciados. y cuando las
circunstancias te conviertan en Juez. jamás pronuncies
sentencia de muerte contra nadie. porque el que da la vida
que la quite.
Ya verán ustedes .-siguió diciendo.- que este
compromiso contraído con mi padre. me impide conocer
de la causa del relacionado Perico y de su compañera en
el crimen; además. en varias pláticas y aquí. por lo que
estoy diciendo. se comprenderá que he externado mi opi-
nión. porque yo creo que los procesados merecen la pena
capital. no más. que no ~eré yo quien se las aplique por
el motivo que he aducido.
El Presidente del Tribunal. dijo:
.-Supuesto que el compañero está legalmente
impedido para conocer de la causa en cuestión. será pre-
ciso apelar a los Supernumerarios. porque yo. si no me
encuentro en idénticas circunstancias a las del compañero
J, tengo motivos muy especiales que haré patentes. para
que no se atribuya a falta de valor civil mi excusa.
Yo d ebo muy especialmente el puesto que ocu-
po , a la d ecidida influencia d el señor Licenciado***. que
es íntimo amigo d el h e rmano de la víctima infortunada de
P e rico. y pudie ra muy bien creerse que, cediendo a las ges-
ti ones d e d icho Lice nciado* ** , dictaré mi fallo movido
úni cam ente por los sentimientos de gratitud. y con el ob-
jeto d e paga r una d euda contraída; ya comprenden mis
es timables co mp a ñ eros, que siempre un Abogado y mucho
má s cuando se encuentra en puestos como el que inme-

139
EDITORIAL: YUCAT ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

recidamente ocupo, está obligado a cuidar de su honra. Este


poderoso y justo motivo es el que me induce a opinar que
la causa -pase al conocimiento del Supernumerario X***.
Los dos señores Magistrados y el Fiscal con-
vinieron en la legitimidad de las excusas presentadas;- se
borrroneó algo en el legajo que constituía la causa de Pe-
rico y Casilda, y se decretó que conociese de ella el Su-
pernumerario X.
Si el Juez de 1ra. Instancia de la población
de*** no se ajustaba mucho en sus procedimientos a la
ley, los altos Magistrados, unas veces volteándola y otras
teniéndola en intencional olvido, excusaban el trabajo y la
responsabilidad con cuanta destreza podían. Sin embargo,
se hizo constar que el Supernumerario X. fué rigurosa-
mente insaculado. Este, que era muy lego, al encargarse
de la causa, dijo:
..-Muy bien; como tengo qué consultar la sen-
tencia con un Abogado, él será el responsable de todo.
Así fué como los reos lograron la no muy es-
casa fortu~ade tener, al fin, un Juez que los juzgase.

140
CAPITULO XXIV

LUZ EN LA SOMBRA

Q E presentó Perico.
Ü El aseo del local podía muy bien rivalizar con el del
Juzgado de Ira. Instancia de*** .
........ Que tienes qué nombrar un def~nsor . .-Ie
dijo el Escribano .
. . . . T a bueno, ........dijo Perico.
Mientras el escribano atendía a su asuntos.
Perico veía algo para él más interesante.
Salió a los corredores del Palacio.
Casilda había sido traída para el mismo ob·
jeto, y los dos amantes pudieron verse y hablarse con trans-
portes de verdadero júbilo .
........¿Qué tal estás vos? .-decía Perico a su
amada, bañándola con una intensísima mirada de amor .
........Pos yo estoy bien.
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-' Yo siempre te mando a preguntá con los


presos que van a enterrar los muertos del Hospital.
-,Yo también ansí lo hago.
Este diálogo, que sostenía la enamorada pa-
reja recostada en el pasamanos del Palacio del Poder Ju-
dicial, no era la expresión de lo que sus almas sentían.
Lo que pasaba en el corazón de aquellas vÍc-
timas del infortunio, no podían decirlo de otra manera
que mirándose con inmensa ternura.
La rudeza del traje, lo inculto de sus maneras ,
lo incorrecto del lenguaje, desaparecían ante el intenso
brillo de aquellos ojos humedecidos por lágrimas de amor.
La voz de los policías que habían sido sus con-
ductores y debían volverles a sus respectivas cárceles , los
sacó del éxtasis en que tan dichoso se sentía el reo conde-
nado a la pena de muerte, y la infeliz muchacha a larga
prisión.
Perico y Casilda se aproximaron el uno al otro
y se besaron con los ojos.
Ambos volvieron tristes a la prisión.
Mientras era conducido el infortunado reo . a
la cárceL se le acercó un individuo y le habló en estos tér-
minos:
-,Sé que tú necesitas uno que te defienda , y
si quieres yo te sirvo; ya iré por allá para que nos arre-
glemos.
Aunque Perico no tenía costumbre de reflexio-
nar, aquella inusitada oferta excitó su atención y llegó a
creer que por fin la fortuna había cambiado. Nadie , desde
que estaba preso, le había hecho ninguna oferta; nadie se
había interesado por él. ¿Qué motivos tenía aquel desco-
nocido para venir a ofrecerle sus servicios?

142
CAPlTULO XXV

EN MANOS DE OTRO "PROTECTOR"

P
OCOS momentos hacía que Perico se encontraba
en la prisión. cuando fué llamado a la reja por el
personaje que en su concepto debía ser su protector.
~¿ Ya tienes defensor? ~preguntó a Perico
el picapleito Rodrigo. que no era otro que el misterioso
protector del muchacho .
....... No lo he buscado .
......-¿ Pues no te dije que si querías yo te iba a
defender?
A p esa r de lo favorablemente que Perico es~
taba di spues to por e l que le hablaba. y a pesar tambié n
d e no di stinguirse el muchacho por su perspicaz mali cia .
e l in stinto excitó e n é l una sensación desagradable.
Rodrigo era un hombrecillo lampiño. que an-
daba é n man~a s de cam isa, bastante sucio; que porlaba
uno s zapatos b a jos con talón remangado; que dejaba ver
e n la extremidad de sus d edos una lista negra. que la tie-
rra tra n sparentaba al través de las uñas.
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Llevaba tras de la oreja un palillo de pluma y


jugaba con un rollo de papel. pasándolo de una a otra
mano.
El aspecto de aquel hombre no era para ins-
pirar confianza.
,.....,Bueno. ,.....,dijo PefIco.- dÍgaselo usted al
Juez para que lo sepa.
,.....,No se hace así; tú debes decir al Juez que
me nombre tu defensor.
,.....,¿ y ~uándo se lo digo?
,.....,Yo te voy a hacer un escrito.
,.....,Hágalo usted. pues. ,.....,replicó perico.
,.....,Pero es necesario que me des para la es-
tampilIa.
,.....,¿ Qué le voy a dar?
,.....,Hombre. lo que cuesta la estampilla que le
voy a poner . ....-replicó Rodrigo.
En el tiempo que Perico había pasado en la
cárcel, oía muchas veces hablar a sus compañeros. los otros
reos. de estampillas. de escritos y de defensores; de suerte
que no le fué muy difícil comprender lo que pretendía su
interlocutor.
y así se limitó a preguntar.
,.....,¿ Cuánto le voy a dá?
,.....,Como el escrito tiene qué ser largo. para
que sea bueno. me vas a dar para dos estampillas y para
pagar al que lo ponga en limpio.
,.....,¿Cuánto es? ,.....,volvió a preguntar Perico.
,.....,y o digo que con dos pesos hay.
Perico, desde que entró en la cárcel y observó
que algunos de sus compañeros trabajaban en varias co-
sas que vendían, se procuró, pidiendo prestado a otros

144
PERICO - ARCAD10 ZENTELLA PRíEGO

teos o e l dinero suficiente p a ra compra r algunas libras de


cáñamo. con la s cuales tejía brazos d e h amaca. En una
pequeña red que de su cuello <::olga ba , pendiente de u n
hilo . guardaba el producto de su industria. Desabrochó el
botón de su camisa de listado azul. sacó la red ecilla y en-
h"egó a su advenedizo protector los dos pesos que debían
c ostar las estampillas del largo escrito y e l trabajo d el ama-
nuense.
........Bueno.........dijo Rodrigo ;_ ya con esto hay,
--no sin echar una mirada codiciosa a los pocos reales que
aún quedaban en la red y que vió hrillar al través de las
p equeñas mallas.
Después añadió :
,.....Mañana volveré otra vez por si se ofrece algo.
,. . . . Vay. pues. hasta mañana. ,.....,dijo P~rico .
El pretendido defensor y el reo se separa~on.
Volvió el amante de Casi Ida a reunirse con
sus compafteros d e prisión, les contó la p lática que había
tenido con su protector, y les hizo sa b er que le pidió dos
p esos p a ra el e sc rito que d ebía presentar al Juez.
,. . . . y a me lo fi guraba yo, ,.......dijo uno de los
re os; ....... lo mi smo m e hizo amí y hasta ahora estoy preso.
- y q ué ¿se irá él cogé e l dinero? ,.......replicó
P e ri co .
--Pos yo di go que sí.
Ace rca d e la mora lidad d e varios individuos,
q ue h a bía n udo p t~do la carrera de d e fensores de los cri-
m in a les, coo tir llJó In p lfit icn N Itre P e rico y sus t ompañero
dr=; p ri s ión .
H as l a entre los reos era la opinión g'e neraI que
taj es in fli vidlJ os lllCfRbnn con e llo~. c:a recipnd o d e los co-

145
EDlTORfAL ruCATANENSE -cLUB DEL UBRQ'"'"

nocimientos necesarios para que fos-servicios por ellas pres:--


tados fueran eficaces, y no un saqueo inmoraL
.....Pero piar es que ninguno nos defienda. -de--
cía uno de tantos criminales;- nosotros no conocemos ~
no.iden~ ni naiden de los que saben nos quiere servir.

116
C-ONFIRMACION ,D E LA PENA DE M'VERTE

P OR la tarde del ,d ía 'e n que tuvieron lugar las esca"


nas q~: acabamos. de referir. varios individuos de la
profeswn de Rodngo. por la parte de afuera de la
,r eja de la cárcel. y agarrados de los barrotes de ella. cuchi-
'Cheaban con sus defendidos. La mayor parte en su porte,
en su traje y en sus miradas, manifestaban que vivían de
la explotaci6n que a los encausados hacían; por eso, desde
el momento que cundía la noticia de la llegada de alguno!
reos a la Capital. comenzaban a dar vueltas al derredot
del edificio. llamado cárcel. a la manera que revolotea el
zángano ~n las inmediaciones de la ahsiada colmena, es-
perando un mom ento d e descuido de las laborIosa!!,
hemhra s.
Entre aquellos individuos, Perico no logró vet
a su d esconocido, que esperaba con ansia. tanto por saber
e l resultado del escrito, como por suplicarle ,se encargaS4'
ta mbién de la d efensa de sU amada.
ED.n-ORfAL YUCATANENSE " CLUB DEL LIBRO"·

Rodrigo no llegó.
Pasaron varios días sin que Rodrigo se presen-
tase. Se le notificó a Perico que si no nombraba defensor.
se le nombraría de oficio .
A esta notificación contestó Perico:
....... Que me lo nombren.
Al Señor Magistrado X. se le presentaron va-
rios de los que tienen por costumbre visitar por las tardes
las cárceles, solicitando ser defensores de Perico y de Ca-
¡¡ilda, a quien se le había hecho la misma notificación .
El Juez agració a dos parientes de su mujer,
que ejercían la honrosa profesión, y así quedaron provistos
nuestros amantes de sus respectivos defensores. que eran
iolamente de fórmula, por lo que respecta a las defensas;
pero reales y positivos en cuanto a sacar d e sus patrocina-
dos, el muy escaso jugo que con sus industrias se adquirían.
A pesar de toda la diligencia de los patronos,
la causa no adelantaba nada.
El Magistrado X. cesó en sus funciones, sur-
gieron muchas dificultades, y la causa de los amantes entró
en un período de tranquilidad, que solamente era interrum-
pida cuando el que pagara la consulta al Licenciado***
que asesoró en tra. Instancia, venía a la capital y hablaba
al Magistrado que conocía del asunto; se escribían algunas
líneas y volvía á ocupar el expediente su lugar entre las
causas en curso. ~
Perico se fué acostumbrando al encierro; la
prisión de Casilda se relajó y no les era difícil a los reos
tener largas entrevistas, en que el desbordado amor de
sus corazones, hacía cortas las horas ;
El amante de Casilda fu é perdiendo poco a
poco su rusticidad. El trato con los otros reos , la vida fami-

148
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

liar que con ellos tenía. la comunidad de intereses, las plá-


ticas libres y todo aquel conjunto de cinismo y desvergüen-
za propio de las prisiones, donde los procesados hacen vida
·c omún, fueron depositando en su alma el germen de ma-
las pasiones, que sólo eran contrariadas por la viva luz
del grande amor que a Casilda profesaba.
Aquel espíritu, que no había tenido mas es-
cuela que la de la corrupción y el vicio, que juzgaba de
la bondad de los hombres por el trato que recibió en su
niñez, cuando arreaba las mulas del trapiche de***. y que .
.aun sin darse cuenta de ello, le inspiraba poco respeto la .
justicia a que estaba sometido desde que fué declarado
reo, empezó a perder su encogimiento, se atrevió a pensar
mal de muchos y eri. la libertad de sus acciones fué mos-
trando la transformación que todo su ser iba experimen-
tando.
Algunos días, en contrayención con las leyes.
era sacado a hacer la limpieza de las calles. Aquello no
mortificaba a Perico. ¿Por qué? ¿No siempre había ejer-
cido los mismos oficios? ¿No era este uno de los medios
que tenía para ver a Casilda?
D e sobrio, se había aficionado a las bebidas
alcohólicas; cuando barría las calles de la población, co-
mo tenía a lgunas monedas que ganaba con su industria
d e h ace r brazos de hamacas, podía invitar a la policía que
Jo cus tod ia b u, y cuando repetía las libaciones se complacía.
~n u rro jur a Ju ca ra d e los transeuntes , la basura que en-
m a ra ñ aba ~ n b s rumas d e su escobajo.
Solía, sin e mbargo, te ner sus accesos de tris-
tezu . Su corazó n no entraba francamente en perfecta pose-
sión d e b ma ldad; h abía en él algunos puntos luminosos

149
EDITO?JAL YUCATAN'E":T'iSE "CLUB DEL UBRO'~

en que dominaba el instinto de lo bueno ~ Mucha parte d <i:


esa bondad relativa tenía su origen en el amor que profe-
saba a Casilda. Esta, colocada en otra condición. tratan-
do con gentes relativamente superiores a las que consti-
tuían el medio en que vivía su amante, conservaba en su
alma bastante buen instinto para reñir a Perico cuando se
expresaba con chocarrería. o hacía cosas que no eran de
su agrado>
Las entrevistas entre los dos amantes se hi-
cieron más frecuentes. Sin embargo de la terrible senten-
cia que sobre enos pesaba, cuando se repetían por la mi-
lésima vez sus protestas de amor eterno . .les sonreía la fe-
licidad en toda su plenitud.
-¿Me querés mucho? -decía el condenado
a muerte. a la" h~rmosa Casilda. y ésta. bajaba los ojos ,
comprimía las manos de su amante. que sentía un ligero
estremecimiento, que partía de Casilda, como la más elQ-
cuente respuesta de su eterna pregunta. Después se mira-
ban y cada uno extasiado veía en la pupila del otro. tanto
cariño. tanta felicidad. que lentamente se iban humede-
ciendo sus ojos. hasta que rodaba por sus mejillas una lá -
grima. que el amor satisfecho hacía verter.
Estos transportes de felicidad eran fugace~
como todas las dichas humanas; querían repetirlos hasta
el infinito. pero el incierto porvenir. la muerte que a Perico
espantaba en aquellos momentos de ventura. más que
"en ningún otro. concluía por abatir el espíritu. de los dos
enamorados y la tristeza nublaba aquellos rostros poco an-
tes iluminados por los divinos destellos d el amor que se
profesaban. No era raro que, cuando el abatimiento domi-
naba a aquellos dos corazones, cayeran en la más horrible

150
~PERICO- ARCAD10ZENTELLA 'PRIEGO

desesperación; eiltaI estado, proyectos insensatos acudían


ti la desfallecida alma de Perico.
Como en otra ocasión, para tener libertad de
unirse con Casilda, le propuso la fuga, así se la proponía
para librarse de la pena a que estaba sentenciado, en los
instantes que el desaliento oprimía sucorazón~
Las ofertas de su defensor, Jeque lograria que
se modificase la senten'Cia, prestaba aliento a Perico para
esperar. Es cierto que la redecilla del muchacho se vaciaba
frecuentemente de cuanto dinero podía adquirir con su in-
dustria, porque no sólo su defensor, sino el de Casilda.
ocurría a el para estampillas, solicitudes y quien sahe cuán-
tas cosas más, de que Perico no tenía conocimiento, si no.
era por la prisa que debía darse para conseguir día a día
el dinero, que · Ios Infatigables defensores le pedian.
La circunstancia de ser los palronos parientes
de la esposa del supernumerario X., circunstancia que ha-
bían hecho notar a los reos, alentaba rnucho las esperanzas
de los desgraciados; mas el pariente que se habia ostentado
acusador, desde que fueron reducidos a prisión los jóvenes,
logró ver a los defensores. y como tenía un'a bolsa m~s re-
pleta que la del desgraciado amante logró enervar la in-
fluencia que con el Magistrado ejercían. y el parentesco,
e n vez de que beneficiara a los defendidos. principió desde
ese momento. a ser un elemento más en contra de ellos
explotado.
. Un día. después de haber vaciado Perico su
redecilla hasto d el último centavo. para dárselo al defen-
sor, que le ase guro que pronto se iba a sentenciar su causa,
libritndolo d e lo pena d e muerte, fué llevado ante el Magis-
trado X., y se le leyó la ansiada sentencia en un todo con-
Form e con 1u que d ecretó pI .Juez de 1fA. Instancia de la po-
., de *** .
bl aClOn
151
CAPITUL0 XXWf'

LA SOCIEDAD ES COMPASIVA. . ,_

A prisión de Perico se estrechó más por algunos días ;'~


L ya no era sacado a las calles a hacer la limpieza de '
ellas; pocas veces veía a su amada y sus defensores
jamás se le presentaban.
La desesperación del muchacho llegó a su col-
mo. Cuando pensaba que sería fusilado. temblaban ' sus
carnes. se pintaba el espanto en su cara. y su mirada in-
cierta an unciaba el trastorno de su espíritu.
Habló a uno de los varios individuos que por
las tardes iban a las rejas de la Cárcel. en busca de las
mon edas con que los reos mantenían a sus defensores; le
pidió con sejo. pe ro no pudo darle nada, porque había aban-
donado su industria. a causa de la profunda pena de que '
era v íctim a . y su redecilla continuaba tan seca como se la
d e jó e l d e fe n sor. pariente de la mujer del Magistrado X. La
circun stancia d e no haber podido pagar el consejo que so-
licitaba . hizo que se le viese con indiferencia. lEra un reo
d emasiado pobre J
-EDITORiAL YUCA l'ANENSE "CLUB DEL L1BRO n

Su resignación y abatimiento, y. más que to·


do, el abandono en que lentamente van cayendo los car e

celeros, después de pasar los primeros días en que pro-


curan cumplir con precisión las órdenes que reciben, fué
la causa de que Perico gozase de un poco de más libertad.
Había adquirido la convicción de que sería
fusilado , y principió a meditar la manera de librarse de la
pena.
Un día recibió orden de ir al HospitaL para
conducir un muerto al panteón. No correspondía a Perico
desempeñar tales oficios j pero la falta de reos sentencia-
dos le proporcionó aquella tarea, para él la más agrada-
ble que pudiera desear, pues por ese medio lograba ver y
hablar a sU idolatrada Casilda.
Perico y sus compañeros llegaron a una estre-
'Cha y húmeda salita, desprovista de todo ajuar; en el medio
de ella, cubierto con un sucio petate, yacía un rígido ca-
dáver; a un lado las andas, pintadas de negro, esperaban
su casi diaria provisión, para hacer su viaje ordinario del
Hospital al .Cementerio; aquel mueble prestaba allí un
servido fatídico: recibía los despojos del lecho mortuorio
y los vaciaba en un agujero.
Desprovisto de todo adorno, enseñaba los tos-
cos barrotes que servían para proveer al cadáver de la fa-
cultad de ser movido. Aquella máquina tenía un aspecto
repugnante. Nadie se cuidaba de ella. El aseo muy raras
veces la acariciaba. ¿Cuántas miserias se habían deposÍ-
lado en ella para ir al último descanso?
- Sería curioso averiguar de cuántas existencias
habían sido aquellas negras andas tristísimo epílogo.
El cadáver fué echado adentro; la cabeza
produjo un ruído seco, al golpearse contra la desnuda ta-

154
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

bla del fondo. Ninguno de los criminales que así lo amor-


tajaban había tenido la curiosidad de ver el rostro de aquel
muerto.
Al través del d€sgreñado cabeIlo que cubría
la mitad de la cara. se percibían las facciones de una joven
que. de seguro. no había cumplido aún los catorce años.
Raro destino; el crimen tributando los últimos honores fú-
nebres a la miseria; tal vez a la virtud.
La sociedad es oompasiva: ordena que la des-
vergüenza le dé sepultura a la desgracia. Es una manera
que los sentenciados tienen de expiar su condena. La ca-
ridad no debe ser despilfarrada. La originalidad de que
hablamos produce una economía al tesoro municipal.
¿Cuántos pensarán, al despedirse de la vida.
que su cuerpo será amortajado por los presidiarios de la
cárcel?
Es una de las contribuciones que paga el co-
razón para tener derecho a recibir en nuestro único Hos-
pital los auxilios de la ciencia.
La caridad que allí se ejercita se preocupa úni-
camente de la materia. Antes de que la escuela positivista
ahondase sus raíces en nuestra sociedad, ya cosechaban
los desvalidos del Hospital el fruto de sus doctrinas.
Los cuatro reos encargados de conducir el fé:"
re tro 10 levantaron en alto. colocándose los barrotes sobre
los hombros. Como no todos tenían la misma altura. y la
caja era de grandes dimensiones. el cadáver resbaló h~sta
escorarse contra una de las tablas laterales.
La procesión fúnebre se encaminó al Cemen- -
terio. se guida del capataz que cuidaba de los reos en sus
trabajos.

155
tD1TORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

Atravesaron la puerta del pant.eón con el mis-


-mo paso con que salieron del Hospital. esto es, una espe-
ocie de trote de perro, propio de los cargadores.
El movimiento que a sí imprimían a la caja
hacía oscilar la cabeza de la joven que se golpeaba con-
tra las tablas a cada páso de los conductores.
Llegaron al lugar que el guardián de la man-
sión de los muertos les indicara; allí encontraron una se-
pultura, y sin descansar en el suelo el féretro quitaron la
tapa. y lo volcaron en el agujero; el cadáver produjo un
sonido hueco al caer en la fosa. Se apresuraron a rellenarla
con tierra, que pisonaron lo mejor que pudieron, y con me-
nos precipitación que la que trajeran, empezaron a desan-
dar el camino, pasando. indiferentes. por aquel laberinto
de bóvedas. silenciosas y verdaderamente tristes.
Parece que el positivismo ha sentado allí tam-
'bién su garra de formas angulosas. Aquel lugar no revela
estar en comunicación con los vivos; nada indica que los
muertos exciten en la población sentimientos de piedad. La
poesía está proscrita de allí. La desnudez católica enseña en
:aquel recinto toda su tristeza ascética. El arte a nada le ha
¡prestado vida en la mansión de los muertos.
Los reos llegaron al Hospital con la vacía caja.
'La depositaron en el mismo lugar en que estaba. cuando
en ella colocaron a la joven.
Tres de los reos se encuclillaron en la banqueta
del Hospital; mientras. Perico procuró acercarse a Casilda.
Los amantes se encontraron en un patiecillo,
en que. a la sazón, no había ninguno que los importunase.
Casilda llevó a sus ojos el delantal para en-
jugar las lágrimas que brotaban de ellos.
,.......¿Por qué llorás? ,.......le dijo Perico.

156
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO
.. ~~ ... ,~~ ...........
~~ ...... ......
~ ~.......-- -..,
~

....... ¿Pensás que no sé que ya no tiene remedio


tu causa? .-replicó ella.
Los sollozos entrecortaron las palabras de
Casilda, y el joven, para no acompañarla en su lloro , ne-'
cesitó hacer un poderoso esfuerzo .
....... No fengás miedo .
....... Si te van a jusilá .
.-No me ajusilan. Ya verás. que no.
El pobre muchacho no sabía qué decir.
Revolvía su escasa inteligencia, buscando una
esperanza qué comunicar a su amada, con el objeto de in ..
fundirla aliento; pero. como él ninguna tenía, y pen<:;aba
lo mismo que Casilda, se esforzaba en vano .
.......¿Pos qué te van a hacé? ....... preguntó la mu-
chacha.

....... Pos ya vas a ve que nada.
y el desgraciado continuaba dando tortura a
su pensamiento. sin encontrar una idea que calmase el
sobresalto de su amada.
De repente se le ocurrió el gran recurso a que
acudía cuando no lograba vencer las dificultades que lo
rodeaban.
--Me vaya juir, ....... dijo a su amada.
-Si no s juimos nos van a cogé, como la otra
ve z . .--re plicó Cas ilda. haciéndose ella partícipe de la fuga
p royecta da, y sin [¡j arse siquiera en que P erico hablaba
de él sólo.
--Agora no me cogen.
CasiIda. entonces. cayó en cuenta de que su
am a nte trutaba de huir solo. Aquel egoísmo la d esesperó,

157
EDITOR1AL YUCAT ANENSE "CLUB DEL LlBROn
~w......- .. """,,~ ...... w........,.,.,.."...,..--.. .... --'"

y. en vez de que sus lágrimas cesaran, principiaron a correr


-c on más abundancia .
.-lNo llorés. por Dios. Casilda I ...-dijo Perico.
,..-Si te juyes tú, ¿qué hago yo?
Estas palabras de la muchacha hicieron com-
prender a Perico la causa de las nuevas y abundantes lá-
grimas que corrían por las mejillas de su amada, y así se
apresuro a decirle:
-. -Pos' si te vas conmigo.
Los amantes continuaron concertando la ma-
nerade realizar la fuga. Casildaquedó entendida de que
siempre estaría dispuesta a partir al momento que su aman-
te la avi~ase, y éste se propuso aprovechar cualquiera cir-
custancia propicia que lo favoreciese.
El, capataz, que fué en busca de Perico, puso
:término a las amorosas pláticas. Los dos amantes se despi-
cdieron.casi con la seguridad de que pronto se verían libres
de la 'sentencia que sobre ellos pesara. y de la prisión que
:tantas horas de contento lesquilaba.
En el trayecto del Hospital a la Cárcel, el ca-
;patazfué invitado por los sentenciados a tornar un trago.
Entraron en un tendejón, y los reos se hicieron servir aguar-
diente amarillo. que rehusó el vigilante. diciendo que él to-
maría aguardiente blanco porque era fresco.
Ya en la cárcel Perico, se apartó de sus com-
pañeros con el objeto de poder meditar acerca de los me-
dios más propios para llevar a cabo su evasión. Convencido
de que todo sería obra de la casualidad, se decidió a es-
perar a que se le presentase la más favorable coyuntura.

158
CAPITULO' XXVIU,

AL OTRO LADO DEL MEZCALAPA

E L Alcaide había pasado ya revista a los reos que '


estaban a su cuidado. a las seis de la tarde. cuando
recibió orden de enviar. con el capataz. aIgtinossen-
tendados que condujeran al Hospital el cadáver ,d e un
ahogado. que acahaba de ser recogido a las orinas del
Grijalva.

A la generalidad de los :reos no el'a grata


aquella ocupación. y aunque a Perico no tocaba tal ser-
vicio. se prestó voluntariamente. por sola la -circunstancia
de haber oído decir que {e l ahogado sería conducido al
Hospital.

Los re os salieron acompañados del vigilante.


en busca de las a ndas. Llegaron al Hospital. Perico pudo
hablar con CasilJa a lgunas paiahras. y después, reunién-
dose a sus compañeros. cargó con el fúnebre muehle hasta
la margen del río. donde recogieron al cadáver.

Los curiosos. que se h a Jlahan al derredor det


muc rto. cuando fué cdocado en las andas. le sirvieron
'EDITORIAL YUCAT ANENSE "CLUB DEL UBRO"
~w ........................ w - . . - - w .._ ..... _~www _ _ _ _

de comitiva hasta el depósito del Hospital, donde el médico


le debía practicar el reconocimiento respectivo. y el Juez
levantar las .primeras diligencias.
Se procuraba averiguar entre todos los circuns-
, tantes quién conocía al ahogado, y con este motivo unos
entraban y otros salían rompiendo la fila de d esocupados
que formaban círculó en torno del cadáver.
Médico y Juez dieron por terminadas sus ta-
reas; y como el muerto había entrado ya en ,descomposi-
ción, se ord~nó que fuese conducido inmediatamente al
Cementerio. ' '
El capataz llamó a los reos que debían trans~
portarlo. Perico
, no pareció.
.........Ese debe estar aprovechándose con Casilda,
-dijo y marchó en busca de él.
Recorrió las salas del Hospital, fué a la CO't:Í-
na, visitó el patiecillo en que hallara hablando la última
vez a los dos amantes, los buscó con la mirada entre los
concurrentes que aun rodeaban las andas, interrogó a va-
rios y de nadie obtuvo respuesta que lo tranquilizara .
.........¿Dónde diablos se metió Perico? ......... decía el
capataz, sospechandó ya lo que podía haber pasado. /
Continuó buscando, preguntó por Casilda,
acerca de la cual tampoco le dieron noticia y hasta enton-
'ces exclamó:
......... lPues ya se fueron 1
Aquel suceso no alteró a nadie. Cada cual
rué desfiJando para su casa. Se buscó uno que supliera
la falta de Perico: y el cadáver rué conducido al Cemen-
terio.

160
PERICO - ARCADIO Z¡;:NTELLA PRIEGO
~, .·
,,~ ..... ~~ ~.~~

Ya bien entrada la noche regresó el capataz a


la cárcel. con solamente tres reos; y dió parte al Alcaide
de lo acontecido. Este se limitó a decir:
,......,Mañana veremos qué se hace porque ahora
ya es tarde.
Al siguiente día, a las ocho de la mañana, el
Alcaide de la cárcel de San Juan Bautista, rendía su par-
te, diciendo: "El reo Perico se fugó al ir a enterrar un ca-
dáver".
Como el acontecimiento fué público y mu-
chas personas tuvieron noticias de él. ya el Jefe Político
había hecho registrar los cayuco s (*) del barranco (*),
ordenando a los armadores de buques que no se permitiera
embarcar a nadie, sin que antes fuese reconocido. Envió
también a los pasos (*), avisó para que un hombre y una
mujer sospechosos fuesen detenidos, caso de que intenta-
sen pasar por ellos.
A los tres días de verificada la fuga de los
amantes, se hablaba de ellos en la Sala del Tribunal Su-
premo de Justicia, porque el hermano del asesinado por
Perico pedía que los Magistrados fuesen diligentes en su
persecución.
Se libraron exhortos y se le dió al solicitante
mismo una orden , a utorizándolo par~ aprehender a los
reos donde quiera que los em:::ontrase.
Los exhortos partieron a sus destinos, fueron
leídos por los J e fes Políticos y Jueces de Ira. Instancia y
d evueltos con la diligencia de "N o han aparecido por aquí

(*) P eque ñ as embarcaciones.


(* ) La orilla d el río.
(* ) Con est e nombre se designa el lugar de los ríos O arroyos, en que
son atravesados, sirviéndose de los cayucos.

161
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"
~ .. _~ . .~ '"r.,.. ~,,-,,~,,"'"W4'" . . . . . . . ~

los reos a que se refiere el anterior exhorto; devuélvase";


y devueltos que fueron, se acumularon a la causa para
hacer constar q~e Perico y su amada habían desaparecido
de la tierra.
Mientras todos permanecían indifirentes, el in-
fatigable hermano de la víctima de ,Perico no dejaba tran-
seunte ni pasajero a quien no preguntase, ni rancho donde
no los buscase.
Por fin, después de varios meses supo con se-
guridad que los fugitivos se hallaban viviendo tranquila-
mente en la Ribera del Trapiche, al otro lado del Mezca-
lapa, a un tiro de rifle de las autoridades del Estado de T a-
basco, pero en la jurisdicción del de Chiapas.
Perico y su amada habían puesto de por medio,
la corriente de ese río vadeable por todas partes, y allí viven
hasta el día, libres y felices, colmándose de caricias el uno
al otro.

San Juan Bautista,


Tabasco, 25· de Enero de 1886.

162
~ • e • • e:;.~~ ........... ".,. .,.,., .................... ,""'"' "" •..;..•.;.. •.• ~• • ~

PERICO

Villa Hermosa, 7 de Fehrero 1886

D ECIA yo, al final de mi carta de 30 de Julio del año


pasado, metida a guisa de prólogo de los Eshozos a la
brocha, que a los ·,lectores de La Idea prometiera Arcadio
Zentella, al frente de Perico, que mediante Dios, aplazaba
yo para más tarde hacer un estudio formal de esa produc-
ción literaria y de las del propio género que la siguieran.
Dios ha querido que llegue el plazo más pronto de lo que
el público y yo mismo pudiéramos haher imaginado. En
efecto: nunca mejor que en esta ocasión se dijera que en
achaque de humanas empresas, el hombre pone y Dios
dispone; porque en verdad de que los tales Esbozos. pro-
hablemente en mucho tiempo, ya que no por jamás. no
contaremos con otro cuadro. (los que tenemos afición de
entre-tener el ánimo con la 'ectura de esa quisicosa que la
literatura llama "no.ve las de costumbres", y a las que la
gente grave y útilmente ocupada vuelve con desdén la es-
pa lda), que el que acaba de signar el, a mi sentir, hien ins-
pirado autor.
Porque han de saber los lectores que éste, sea que
tenga poca fe en el éxito positivo de su consagración a la;
EDITORIAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"

bellas letras, ora por una modestia, que de ser así, yo ca-
lificaría de hiperbólica, ora por pereza y decaimiento de
espíritu, que merecería el epíteto de criminal (y esto es lo
que más cercano a la verdad encuentro), porque la expe-
riencia le ha enseñado, que en el camino por donde la ha-
bía emprendido, en vez de aplausos y coronas, no habría
de recoger sino pingüe cosecha de malquerencias, el autor,
digo, ha resuelto cambiar de oficio. Ya no escribirá.en La
\ Idea artículos que subleven al poco s.ufrido gremio de nues-
tros campesinos; ya no continuará exhibiendo sus cuadros
tomados del natural, con gran contentamiento de las honra-
das gentes que pueblan esta tierra; ya no será literato,
pues convencido de que no sólo de ideas vive el hombre,
hase resignado por ende a aceptar la, si acaso tan odiosa,
mejor retribuída ocupación de cancerbero del fisco federal.
Quédale un orgtl-llo: La Idea no sobrevive a Perico ;el úl-
timo número que su editor da de ella, es únicamente para
proporcionar espacio al desenlace fin(l.l ele la narración
pendiente.

De Perico empiezo por celebrar hasta el bautizo.


Ese nombre de pila era el que mejor cuadraba a un tipo
que, con ser de baja extracción, estaba llamado a hacerse
simpático a los lectores. Efectivamente que el nombre de
Perico es incapaz de alardear de alcurnia; protestaría con-
tra el don y hasta contra el señor. Diminutivo familiar, sien-
ta sólo bien a un e,n te sin trascendencia, . a un cualquiera,
a un Perico de los Palotes. o, si se quiere, hasta a un Perico
Perro. Y sin embargo, Perico, en la novelita de Zentella,
viene a ser casi un personaje de tragedia; para serlo, fál-
tale únicamente llevar sobre los hombros ya sea la clámide
griega o la romana toga, o ya sobre las sienes regia corona,
o en la diestra la espada no vencida del Cid ó la no man-

164
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

chada de Bayardo.
Dumas, al decir del eminente crítico Gauderax,
creó en su Dénis "la tragedia bourgeose", Zente lla (y no
es que pretenda yo establecer paralelo entre él y el gran
novelista y dramaturgo francés), en su Perico nos ha dado
una muestra de tragedia campesina. Y es que en literatura,
la forma y el aparato es el todo, porque en cuanto a las
pasiones humanas, que constituyen la materia prima de
sus facturas, estallan por igual en medio de las selvas ci-
marronas, como en los palaciOS de pórfido; a la sombra del
pajizo techo de la cabaña, como bajo las majestuosas bó-
vedas del santuario; debajo de los harapos del pordiosero,
como debajo de la púrpura y el armiño de los grandes de
la tierra.
. Sí; Perico es tela para una tragedia: el muchacho
arriador de mulas que, inconsciente de la vida y de los mis-
terios que encierra, no conoce mas poder que el látigo nada
perezoso del que antes que todo es su amo. no importando
que la vida le venga, por uno de tantos azares del deseo, de
las propias entrañas de se mismo amo. crece, se hace hom-
bre, despierta a la vida, pero con un despertar soñoliento
y como brumoso, en el que hay más del instinto del ani-
mal que del destello de la razón: la ley fatal e inexorable
de la Naturaleza que impele los sexos a su encuentro, para
reconstruír la unidad. como impele las corrientes de nom-
bre contrario para recomponer la electricidad, se revela en
el corazón de Perico; enamórase de la criada Casilda, mu-
chachona fresca y gracio sa. que el amo cuida y domestica
a la sombra del hogar, anticipando con el deseo la satis-
facción de los goces sensuales que de ella se promete. no
de otro modo que cuidaría los frutos del árbol o el cerdo
de la pocilga, en la espectación de un hartazgo.
El amor, que según la expresión del poeta,
165
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

... cuanto toca en el suelo


lo engrandece y diviniza,

transfiguró a Perico: él que miró indiferente romper el ani-


llo de la cadena que aun después de muerto aprisionaha
a su padre "el Zurdo", a la boca de la fornalla; él, que an-
te la agonía de la madre hahía experimentado únicamente
cierta estorho en el corazón y algo semejante al zumhido
de ideas y sentimientos incoherentes, pero cuya expresión
no persistió por largo tiempo; él, de quien el hábito de los
golpes y de los latigazos del amo había acabado por ale-,
jar los espasmos del terror, ya no podía acercarse a Casilda
sin sentirse profundamente conturhado, y comprendía o
mejor dicho, vislumhraba que aquella su vida, sólo apta
para el trahajo rudo y ahrumante, sólo revelaha a su
conciencia por las impresiones d~l dolor, tenía encantos
ahtes desconocidos. P&'ico, sin saher cómo ni cuándo. ni
Doder explicarse el por qué, se sintió transformado: el me-
canismo, se convirtió en hombre. Rudeza de trahajo, vigi-
lias, mal tratamiento, todo desapare.ció ahsorhido por la
imagen de Ca s ilda, cuyas miradas eran para él como ba-
ños de dicha, y cuyas furtivas pláticas largo tiempo acecha-
das y rápidamente interrumpidas, significa han para el po-
hre mozo algo como el deleite de un manjar pteparado
en la gloria de Dios. Perico se sentía feliz; pero su felicidad
fué fugitivo relámpago. El aUlO sorprendió los tratos de -los
dos muchachos: puesto al atisho, cual hestia feroz que
muerta de hamhre reclama una víctima. se persuadió de
que Casilda y Perico se amahan . y herido en su derecho,
atacado en su propiedad . retorcido por los celos, sintiendo
ultrajada la dignidad y lns prerroqativas de amo, resolvió
cortar aquellos nacientes lazos, y Perico fué no despedido
de la casa de su Señor, ,.......-que eso hahría importado a éste

166
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

un sacrificio,,......... sino condenado a trabajos más rudos que


lo alejaban del Ingenio, cerrándole las puertas del Paraíso
de sus delicias. Tal cumplía a tamaño atrevimiento. iPoner
el siervo los ojos, el corazón y el deseo, en la doncella que
el Señor había venido sazonando para sí! Semejante osa-
día era intolerable; pasaba de toda medida; preciso era
castigarla. Verdad es que el d'elincuente era hijo del amo;
pero razón de má·s para imponerle respeto y sometimiento,
si la de ser siervo no era ya sobrada.
Mas la ausencia
que aviva el fuego grande
y apaga el chico,
lejos de extinguir o amortiguar el amor prendido en los
sencillos corazones de Perico y de Casilda, sirvió para darle
c reces, para imprimirle la feroz energía de la pasión, para
hacer de aquellos inocentes corazones, volcanes erumpien-
tes. Perico olvidó por completo que el amo podía ser su
padre; ante él no vió mas que al rival siniestro, que con
alevosía y ventaja le arrebataba lo que a él se entregaba
de v·o luntad.
El amor contrariado puede transformarse en furor ;
pero si a la contrariedad acompañan los celos, pasa a cons-
tituír un estado patológico, una verdadera demencia. De
allí lo s horrore s que engendra.
Perico, deslizándos e misteriosamente al través de la
se nda que de la Monte ría conduce al Ingenio para concu-
rrir a una cila que ha co ncertado con Casilda, detenién-
do se a cad; paso, so brecogido de esas impresiones que
a saltan e l corazón más enlero, cuando se está realizando
una empresa erizada de pe ligros (situación que el autor
hu subid o pintar de mano maestra, sea di.cho de paso), 10-

J67
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

gra llegar hasta la ventana del cuarto que en la casa prin-


cipal está destinado a la moza. Un minuto después, su
presencia habría servido a lo sumo para tomar nota de un
crimen repugante: la violencia de una mujer indefensa,
sumisa por su condición, incapacitada de huír, presa den-
tro de las garras de un demonio devorado por la lascivia,
como tímido cervato bajo la zarpa del tigre carnicero. Perico
llegó a tiempo; el'crimen no se consumaba, aun forcejeaba
la víctima, dejando oír entrecortados sollozos. El machete
de Perico hizo su oficio: los barrotes de la ventana salta-
ron hechos trizas; las ' hojas fueron aventadas como heri-
das por la catapulta, y el robusto mancebo, semejante a un
genio sobrenatural, emergió en la estancia. La luz de la
Luna que con él penetrara, al consumar la efracción de
la ventana, le reveló todo: no hubo tiempo para una pa-
labra, ni para un grito: el machete describió un arco, la
chispa eléctrica no hubiera sido más rápida; se oyó el ruí-
do sordo de un objeto que caía y los dos amantes se esca-
paron por la abierta ventana.
Perico, el muchacho arriador de mulas, el impasi-
ble hijo de "El Zurdo", el resignado poste de los golpes
y latigazos del amo, acababa de conquistar un puesto en
la estadística del crimen, había ganado de' un sólo salto
la cúspide del mal; se había hecho parricida.
Tal es la primera parte de la novela. Su acción ha
sido hasta allí conducida por gradaciones lógicas, natura-
les y ordenadas. Mejor que conducida, ha venido desarro-
llándose por su propia evolución. No hay situación alguna
forzada; pJJoducida la primera, las demás la siguen, se des-
prenden unas de otras , con la propia naturalidad con que
los efectos se desprenden de su causa.
En la segunda parte, la acción es casi nula . El autor

168
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

se ha creído obligado a llevar hasta el fin a sus lectores; y


este intento no tiene nacJa de ocioso, era indispensable a
su objeto. Hecho el propósito de pintar las cosas de esta
tierra, la ficción novelesca viene a ser un simple pretexto.
En otra parte, dado el crimen de Perico y su condición so-
cial, era innecesario dedr cómo y en qué había parado:
el patíbulo, allí donde las sociedades se rigen aún por la
máxima del diente por diente y ojo por ojo; la penitencia-
ría o el presidio, allí donde una .civilización más avanzada
traduce en refinamiento de tortura, el humanitarismo. El
sentenciado a la horca, al 'garrote o a las balas, sufre, si
es poco entero, sólo tres df.as de suplicio; si está dotado de
alta firmeza de carácter, puede acontecer hasta que marche
al cadalso como un héroe, y que aun siendo un monstruo,
se haga interesante si acaso no simpático a los especta-
dores: suele no ser verdad el verso de Freville:

L' échafaud n' est honteux que pour le criminel (*).

En camhio, el condenado a la penitenciaría ° al


presidio queda sometido a indefinidos e indefinihles tor-
mentos, en comparación con los cuales la muerte sería una
redención. En esta tierra las cosas se pasan de otro modo,
y pue s que de eso se ha querido instruír al lector, era ne-
cesidad imperdonable pintarlas. Tal es el ohjeto, sin que
por eso dejara de serlo de la primera, de 'a parte segunda
de P erico; y llómola parte segunda, no porque esté indi-
cado en la narración, sino porque tal resulta del examen de
la obra.
En esta segunda parte, Perico es casi un ente pa-

(*) El patíbulo es infamante sólo para el criminal.

169
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

sivo; es un caso de teratología destinado a la experimen-


tación, ni más ni menos, como si se tratara animae viii.
El héroe del cuento cae bajo las garra~ de la Jus-
ticia, y en esta frase no hay figura: aquello es caer y estas
son garras. En su enjuiciamiento no entra por maldita la
cosa el pensamiento de reivindicar la moral; se le juzga
sin misericordia, no por horror al crimen ni taf! siquiera
por odio al criminal, sino por puras consideraciones de es-
timación al muerto o de adulación a sus .deudos. Los que
se proponen defender la causa andan muy lejos de aspirar a
hacer aparecer al reo inocente o a salvarlo a favor de tram-
pas más o menos habilidosas; muévelos el ejercicio de una
industria, si baja ,y pequeña, no falta de lucro. Desde que
el mozo entra en la cárcel, empieza a experimentar la
solicitud de uno de esos gcirduíjas que giran a las puertas
de las prisiones, como los buitres al rededor de los cadá-
veres. Perico, que siente su impotencia para salvarse, es,
sin embargo, un ser útil; por lo menos lo será para otro
que no es él: va a ser explotado. Cuenta con un abogado
a quién destinar el escaso producto de la única mezquina
industria que podrá ejercer detrás de los cerrojos que lo
custodian.
No quiero hacer el relato minucioso de la novela,
que eso equivaldría a quitarle el interés de ser leída, y bien
sabe Dios si para ella desearía incontables ' lectores.
Baste decir que juzgada desde ~l punto literario
que reclama, su mérito es indisputable. La vida real tabas- -
queña está allí fotografiada con pasmosa verdad y en com-
posiciones de esa índole, el sentido estético más severo no
puede exigir más. Pasmosa, dije, y no he de retirar ese cali-
ficativo; porque a quien quiera que no conozca las cosas

170
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

de esta tierra, ha de parecer inverosímil y hasta imposihle,


lo que se pinta en Perico. La civilización no se aviene con
esa manera de existencia social; y, sin embargo, los que
vivimos en este medio podemos asegurar que la pluma del
escritor, al llevar al papel sus impresiones, ha corrido con
notable timidez. No sólo no ·recargó sus cuadros de toques
sombríos o picantes, no sólo no exageró detalle alguno (y
es sahido que la exageración huelga a maravilla en las
obras de imaginación), sino que pasó de sohrio, encerrán-
dose en la tarea de mero expositor de hechos.
Ahrigo la esperanza de que si Perico llega a la ge-
neración que va a sucedernos , sus páginas serán 'eídas con
escándalo, y que no harán el mejor elogio de su predece-
sora. Me temo mucho que esa esperanza sea frustrada, y
tengo mis razones para ello.
México es un país sin literatura, y el autor no tiene
a su favor el haher producido su ohra en un centro popu-
loso, ni su nomhre ha sido pregonado a los cuatro vientos
por las trompetas de la gacetilla de los periódicos. Es, pues ,
prohahle que Perico no trasponga las fronteras de Tahas-
co (*). En cuanto a la tierra natal. esta Arcadia, según
un excelente amigo mío la llamó en un arranque de litismo
lugareño, y a la que yo, menos preocupado de histeria pa-
triótica, no ha llo por qué no ape llidarla moderna Beocia;
en cuanto a Taba sco, digo, difícil, muy difícil es se encuen-
tre qui,en tome en se rio a Zentella .
Quien con é l no se codeó e n los hancos de la es-
cu e la, v ióle chiquitín , y ¿cómo considerar capaz d e cosa

(*) Editori a l Yucat a n e nse CLUB DEL LffiRO se complace en recti-


fi car -al amparo d e la más alta noblez~ con hechos, la pesi-
mi sta s ugestión del ilustrado Lic. D. Manuel Sánchez Mármol,
cuya obr a "Antón P é rez" también honrará la Segunda Serie
(Tomos 13 a 24 ). N. de la E.

171
EDITORIAL Y,U CA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

mayor al que compartió los palmetazos del dómine y aun


alguna vez o.stentó sobre sus sienes las orejas de burro, o
al c .. . pretil a quien se vió en faldetas? Por esto precisa-
mente Jesús no fué profeta en Nazaret.
Dejemos a Perico entre las garras de la Justicia.
El chico estuvo a punto de ser fusilado; pero la cárcel ha ~
bíale servido para hacer conocimiento con la truhanería ,
y a este progreso debió poder escaparse de sus guardiane s,
como la anguila de entre los dedos del pescador. Así como
el amor transforma al mecanismo en hombre, la JusticiEl
transformó al hombre en zorro. Verdad es que la justicia
suele hacer metamorfosis mayores: casos hay en que de
un Papanatas hace un "monstruo . .
La huída de Perico fué maestra; porque se lle vó
consigo a la aprisionada Casilda. Hoy mismo están vivien-
do contentos y felices a tiro de pistola de los poderes públi-
cos del país que los juzga criminales, con la propia segu-
ridad que si vivieran en la Luna, planeta con el cual no
tenemos tratado de extradición.
Agrádanme las 'ecturas que dejan a la inieligencia
y a la penetración del lector completa libertad de acción:
los e~scritores que gustan decirlo todo, y sazonar cada pa-
saje con reflexiones y filosofeos, me son empalagosos. Sólo
a las inte ligencias superiores es lícito apoderarse de 1 lector ,
avasallarlo e imponerle sus propia s impresiones. Esos oe -
nios, absorbiéndonos, nos educan y elevan.
La novelita de Zentella no peca por aquel defecto:
conténtase con ir desenvolviendo el hilo de su narración,
dejando a cada lector en libertad de hacer comentcr:os,
de hacer deducciones y filosofar seqún los alcances ele su
propio caletre. Tanto más de aplaudirle es ese estilo, cuan-

172
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

to que Perico, si breve en páginas, encierra profundas ten-


dencias sociológicas.
Si yo estuviera seguro de que los hombres políticos
de mi país me habían de escuchar,' les aconsejaría que le-
yeran y meditaran a Perico; pero no me han de hacer caso,
porque hay entre ellos no pocos para quienes leer es sinó-
nimo de bostezar, y meditar oficio propio de gentes ociosas.
Contiene la novelita de Zentella escenas de interés
verdaderamente dramático, y cuadros de palpitante ver-
dad: de aquellas ya cité alguna; la del aturdimiento de
Perico al hallarse con Casilda en medio del camino, la
noche en que escaparon del Ingenio, y, sobre todo, la de
la cautelosa marcha de aquél sobre :la pista de su casual
protector Julian, para sondear las intenciones que lo ani-
man, pertenecen a la misma categoría. Esta última, revela
profundo conocimiento del corazón humano.
De los cuadros, el grupo de bueye.s en la majada,
sobre cuyos lomos caen los primeros rayos del Sol, que
despiden por las narices chorros de vaho; y aquel revuelco
de las mulas sobre la verde hierba para reponerse de las
fatigas del trapiche, son de un realismo encantador, que
demuestran que el autor posee exquisito don de observa-
ción. Y "El Zurdo", espectro encadenado a la boca de la
fornalla, sentado sobre sus propios huesos, es una figura
que reclama un puesto en las páginas del Dante, y aquel
entierro que parle del hospital, donde cuatro condenados
condu ce n el cadáver de una mujer sin fortuna, cuya cabe-
za, al paso de sigual d e lo s conductores, va golpeando si-
nie stramente el to sco ataúd, no sabría ser desdeñado por
el naturalismo más crudo .
y aq uí acabo, haciendo votos porque el autor no
e che en o luido que no sólo d e pan vive el hombre.
M. Sánchez Mármol
173
LOS ESCAPULARIOS
DE LA
VIRGEN DE CUNDUACAN

AL SR. LIC. MANUEL SANCHEZ MARMOL

Querido hermano:

iTe acuerdas!

NINGUNA estrella brillaba en. el cielo; en nuestra villa


solamente se escuchaban los ladridos de los canes; tú
sufrías una terrible enfermedad de la cual no creías curarte;
hablamos d el porvenir de nuestra patria, y tú, moribundo
y yo lleno de vida y de esperanzas , pensábamos lo mismo:
que estaba muy próxima la hora de la redención.
U nos tiros en mi casa, que ocupaba entonces
Je fatura Política, en la cual vivía yo, nos alarmaron. ¿Qué
'a
pasa ?, te dije. Tal vez son disparos, me contestaste , de las
fue rzas de Cárdenas , que abandonaron la defensa de nues-
tra ca pital. Y mientras yo pensaba en la verosimilitud de

175
"
EDITORIAL YUCA T ANENSE "CLUB DEL LIBRO"

tu supuesto, fuimos, en tu casa, atacados por los a sesinos;


tu huena hermana, entonces mi prometida, ahora mi que-
rida compañera, fué víctima inocente del atentado, reci-
hiendo un halazo en 'el hrazo derecho. -

¿Recuerdas cómo teníamos fe en la salvación de


la Repúhlica; cómo nos electrizáhamos al oír el nomhre
de nuestro inolvidahle Juárez; cómo nos apasionaha 'a in-
tegridad de Iglesias y cómo estallahan nuestros corazones
de entusiasmo al oír el nomhre de Porfirio, como lo llamá-
hamos a secas? 1Qué distantes están aquellos tiempos! Al
presente nos parece que ya nadie quiere a México y que
nuestro patriotismo de antaño, merecía ser cantado por
yo no sé que hardos especiales, nacidos para el caso.

Los años, la p~osa de la vida, la necesidad de to-


mar otros moldes y el medio amhiente, nos hacen creer que
hemos camhiado. lMentira! Que ultrajen a nuestra patria,
y seremos los mismos muchachos de entonces, quizá con
menos entusiasmo, pero con más señalada intención de
dañar a los que la ataquen.

Acepta, hermano, la historia malamente contada,


de un suceso, que nos revela cuánta era la audacia de los
traidores, como con crudeza los llamámahos entonces, o
de los infidentes, como se dice ahora, que nuestro idioma,

(*) Esta historia, a la cual no falta mas que el nombre de las per-
sonas que tomaron participación en el hecho que en ella se narra,
fué publicada en "El Criterio Público", correspondiente al 13 de
Enero de 1895.
Entonces vivía la persona que , concibió y puso por obra el
crimen, habiendo fallecido ' el día 21 de Diciembre del a ño de
1895 en el Hospital Civil de esta ciudad (Villahermosa) de tu-
berculosis.

176
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

por la influencia moral de ellos, ha adquirido cierta dul~


zura que aún me· atrevo a reprobar.

Ya ninguna persona vive de los i'nsfrumentos d~


aquel crimen, y solamente la que la concibió (*). como si
la naturaleza se complaciera en prolongarle los remordi-
mientos, pasea sus miradas por las puertas y ventanas, que
a balazos horadaron sus cómplices.

Te quiere tu hermano

Arcadio Zentelk.
"-",,, - ft4'r .iI'tI • ..".,··.."..".·";..,,-:w*··~·A~·A,...,...-.-~· .... IQwI"A·""·AA<1"·~ftA.A~,

LA HISTORIA

UIEN sabe cómo principian esas cosas I Tal ve~


Q eran amigas y la vecina se rió en el momento que
levantaba el brazo. enseñando la manga del ves-
tido rota por la sobaquera. A la carcajada de la supuesta
burla. siguió un volteo de trasero para la insolente que así se
reía. Por la noche. cuchicheos con el marido, que amones-
ta y aconseja la prudencia. Pasa un día y otro dia. excu-
sándose la una de la otra. y después, el saludo apenas es
contestado. Llegan a no mirarse. Las amigas caritativas.
que saben el d esacuerdo, dan principio a su delicada labor.
y llevan y tWf:; n frases recogidas al acaso de una y de otra.
que se comentan con aviesa intención. y se modula la voz
para d eterminar un propós;~o que no entreverían sí no fuera
alterado el tono n atural; algunas rela tan, sin parar, bebién-
do se el resuello y esc-upiendo por la comisura de los Jabios ..
conversaciones en que se habla.. mal. muy mal. de una per-
b
Bona que no se nom ra, pero seguro. seguro era de ti.
¡C omo si no supiéramos ro que es ella Vuelven los cu- r".
chicheos; la mujer dice a la oreja alguna frase dura ' que
n
/
~ . .,. . . .'EDITORIAL
_. . . .,. . . ._ . . YUCATANENSE
~w~.~ . "CLUB
. DEL LlBRO
. ~

de cierto. dijeron de él. Queda el primer momento de co-


raje reprimido a expensas del amor pro.pio lastimado, y se
repiten las amonestacio.nes y consejo.s con menor empeñe
que la primera vez, casi deseando que no sean atendidos..
El marido. empieza a ver algo., los bandos se van formando..
" Di~en que la fulana va a co.stear el último día de fiesta~
pues si a nosotro.sno nos dan el último, no. se acepta; el últi-
mo ha de ser,que no. somo.s menos que esa perillana; el ma-
rido. de la lal parece ayudante del alcalde, icomo. si los
hubieran parido juntos r'.A los pOCo.S días viene una bo-
leta de multa porque 'los cochinos de la propiedad de Don
Fulano hozaro.n en el atrio. de la Iglesia. El Alguacil tarn-
'biénconoce la chismo.gn\fía del pueblo y loma su buena
parte enla maraña con dimes y diretes, que lleva del AI-
"calde al multado. y del multado. al Alcalde, y así va cre-
.'clendo. 'el Tío. Al medio. siglo. nadie se acuerda de la riso-
tada ni ·de manga ro.la; ya se han 'f ormado dos bandos;
~Ios de un bardo y los de o.lro., y nacen lo.smotes, es el uno
Je los mulato.s y el otro. de 1o.s 'blancos.
Los puestos públicos son un po.deroso auxiliar
para que el uno domine al o.tro, y se los disputan a tirones
de greña y garrotazo. limpIo; ya en el campo, los conten-
. dientes van cambiando de motes, y lentamente se va ence-
rrando. la idea po'lítica, según las épocas y las circunstan-
cias. aunque siempre mirando. por encima de todo la ruina
de los contrarios y el engrandecimiento de los parCiales.
Ya los 'Odios tienen po.r pedestal verdaderas injurias; cada
cual en su co.raje ha hecho al enemigo el agravio que más
·ha 'c uadrado a la satisfacción de su 'inquina. Medio siglo
'mas yla{;ohesióncte la masa humana se co.nvierte en li-
'1 erlad de concienCia y la carcajada y la manga rota, I~s
do.s barrio.s , los blancos y los mulatos, los liberales y lo.s

180
PERICO - ARCADfO ZENTELLAPRíEGO

reaccionarios, derriban a sus contrarios , pero le dan la '


mano para que se ponga en pie y continúa la e terna lucha
generadora del progreso humano .

En el azul purísimo del cielo brillaba la Luna


esplendorosa. El silencio de aquella noche tropical sola -
mente era turbado po.r lo.s, canes que ladraban tristemen -
te en las somhras y por los pucuyes 'que, alentados por tan-
ta soledad, dejab.an oír sus cantos, monótonos, en las; desier ~
tas, calles de la villa, arriesgándo.se en ellas a caza'f insec-
tos , revoloteando en curvas tx¿rs, de abej,orros, y ' grilfos " L a!.
b.risa de la noche, pasando' por' entre:, las hoj'as de los ' er:.·
guidos pinos que crecen en ef cementerio de la Ig1esía deJE
Santuario, parecía murmurar la tristísima oración de ros;.
agonizantes. La villa dormía envuelta en tibia atmósferu.
saturada con el a roma de las flores tropicales. Allá del la-
do de la sombra, se veían pasar al través de las cañas CÍ- ·
manonas que formaban las paredes de una casucha te ~
chada con e nmohecida s tejas, los rayos d e luz que des -
p edía una vela de sebo, pegada sin más ni más sobr~ burda'
ta bla que h acía lo s oficios de mesa. L as pocas personas '
que h a bía adentro andaban en puntillas y hablaban que-
d ito . En un a ca m a d e durísimo cuero restirad'o, colocada en'
un extre mo de la p eque ña sala, dormía un niño tendido,
b oca a rriba co n los brazos e n cruz y mo vie ndo los lab;",,,,,
corno si t uviera dent ro el p ezón d e la madre; e n 'e l extremo "
y sobre un le cho se mej a nte a l d e l niñO', arrebujado, bajo),
sába na s bastas d e a l godón, parecía descansar un ho m bre ::
er <l ~I en fe rrno, por él habí'a en aqu e lla e stancia tan to sile n -
cio, y a rdia la vela, sin se r despabi lada. y se TDn vÍ.an los,
a.si~n tos com o fantas:rnas ., .
EDITORiAL YUCAT ANENS E "CLUB DEL LIBRO"
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

Cuando yo entro , el enfermo se incorpora, los


veladores se retiran silenciosos al otro extremo, junto a la
cama del dormido niño.
,.......Acérquese, compadre, me dijo, ya creía yo
que no vendría usted ...
n
La voz era lúgubre y cavernosa, y sobre la cara
del enfermo, pálida, de color de cera mal lavada, arrojaba
la velita su luz, a ratos colorada, a ratos amarilla, como
si fuera penosamente limpiándole las sombras en que a
cada momento la envolvía la intermitencia de la vacilante
llama. '
III
,.......Yo soy el menos culpable; solamente des-
cargué una vez mi carabina, compadre. Todo se lo voy a
decir. Ya se me estaba olvidando cómo pasó, pero ahora,
lqué bien me acuerdo 1, todo lo tengo aquÍ y hasta parece
que m'e punza. SÍ, así fué. ¿ Qué iba yo a pensar en tirarle
a Ud. y a mi comadrita ?' Yo estaba en el billar, ni siquiera
había tomado un trago. Ud pasó por allí, me acuerdo que
le saludé y le pregunté por mi comadrita. Mire Ud., aquÍ
tengo bajo de mi almohada el socorro que me trajo esta
larde. 1Qué feo es esto, compadre T Me lo dió con la misma
mano herida quién ' sabe si por mi único tiro. lAhT qué
bueno si estuviera yo seguro de que no fUÍ yo el que la
hirió.
Pero como iba yo dicienqo, vino un amigo ,.......y
dijo un nombre,....... ¿me va Ud. a guardar el seGreto? Me
fUÍ con él. Ya sabe Ud., compadre, que yo fUÍ de los de-

182
PERICO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

rrotados en el /ahuactal. No sé lo que tenía yo entonces.


y por qué me gustaba tanto aquello del Imperio; además.,
ya sabe Ud. que a mi sobrina la desgració ese maldito ...
....... y dijo otro nombre ....... Dios me lo perdone. Yo decía, si
triunfamos, también puede ser que le llegue su día. Pues
como iba yo dicie,n do ....... aguánteme la cab-eza, compadre ..-
El angelito está allí durmiendo; la pobre de mi sobrina por
poco se muere de vergüenza. Pues como yo iba diciendo
....... a1 fin se lo voy a contar todo ....... nos fuimos, el amigo que
le dije y yo; por el camino me platicó algo, y que cuando
llegáramos a la casa de X. me diría de lo que se trataba.
Me zumbaban los oídos y caminaba despacio, porque cuan-
do pegaba el golpe en el suelo con los pies, más me zum-
baban, 1toma si me acuerdo T Cuando pasamos por el cos-
tado de la iglesia de piedra se ajuntó con nosotros Señó . ..
....... no calló el nombre,......, que estaba escondido detrás de los
tamarindos; no se vían ni las manos, asegún estaba la no-
che de escura; 'YO al momento lo con ocí y' él también me
conoció, porque me dijo: ya p e nsaba yo que no había que- '
rido venir; yo nada le contesté ; se g uimos and::mdo y más
m e zumbaban lo s oído s. Atrn vesamos toda b p laza y nos
fuimos derecho a la C('tsa d e X. y e ntramo s: es taLa todo
escuro, allí h a bían cuatro am igos más. que pOf b~: voces
lo s fuí conocie ndo. ~~Mi compadre dijo cuatro nombres , y
prosigu ió: ~ M e es toy Iflu rienclo. compadre ; ¿me va usted
a rtua rdar d ser'n' lo? Pues. com o iba yo diciendo. entra-
m~<; , y () lenlnndo , f(·ni r.l!Ido . fl'Opecé c:o'n un a siento y me
se nt(~ p orque n o sólo fil e zumbalJun los oídos. sino que sen-
tía Frío e n e l es pinazo como si mp. cfwrriaran agua ...
Un il.CCCSO dp. los inte rnlm[)ió el relato de mi
co mp¡Jdrc. P; l(; "d u el cua l cont inuó:
~ S¡ rn e d a 0(1'0 me muero y no se 10 acabo
Jf; con! ; · f Indo , y e nl,onces s í que me condeno. Pues, como
183
EoTrORIAL YUCAiANENSE "CLUB nELUBRO"

.i ba yo diciendo, al buen rato llegó X. -Para oír este nom-


,bre tuve qué acercar el oído a la boca de mi compadre,-,
Así a escuras nos ajuntamos a la persona que había lle-
..gado. "Pues es necesario, decía, que mañana mismo se dé
el golpe; por la memoria de mi tío les juro, que si no vuelve
Arévalo, vendrá 'otro para acabar con esa canalla de li-
berales; pero es necesario quitar de en medio a esos, y
. cuando estén asustados nos pronunciam0s" . Yo ya veía
muerto al sinvergüenza que desgració a mi sobrina. "Ju-
'ren Uds, por la Virgen de Cunduacán, sobre este escapu-
lario, dijo -y saC0 uno que llevaba colgado al cuello-,
'q ue todos han de estar aquí mañana a las nueve de la no-
che, mientras, aquí se arreglarán las escopetas" -al otro
día ví que eran rifles que calzaban balas de onza y tres
·cuartos.-"Tú, ·me dijo, parece que tienes miedo". Yo no
sé ~n qué me lo conoció, no era en la cara, porque como
ya le dije, estábamDsaescuras, ni por la voz, porque yo
-era -el úni'coque no había hablado, o quizá" por mi silencio
:pensaba 'que tenía yo miedo. "'Pues, mira, me -dijo, te pro-
melo que cuando llegue el día has de quedar contento y
lu sobrina vengada". En la escuridad le agarré la mano
con toda gana, me pareció que hasta le vÍ la cara iluminada
por la rabia que me salía de los ojos. Después se separó
de nosotros, y todos nos fuimos yendo en silencio cada cual
-por su camino.
La 11ama de la vela, que casi se había consu-
mido, lamía en sus moribundas oscilaciones la labIa de la
mesa, buscando para alimentarse la grasa de que se había
impregnado. Quedaba la estancia a ratos a obscuras, mi-
Tándose aparecer y desaparecer el enfermo arrebujado bajo
~ussábanas blancas como si estuviera yendo y viniendo
de la nada a la realidad. El enfermo se fijó en el moribun-
d o TIampa.rde la vela, -"Mejor es que se apague. compa-

184
PERKO - ARCADIO ZENTELLA PRIEGO

dre, que lo que me falta qué contar es más feo ; así sin luz.
quizá lo diga más fácilmente", decía la voz ronca de mi
compadre, como si sonara dentro de una caja. Una llamea";
da violenta de la vela me hizo ver su cara enrojecida y la"
cuenca obscura, donde sus ojitos a zulosos brillaba n como si
saltaran dentro de ellos chispas de escasa duración. Aquel
rué el primer momento en que más iluminada ví la cara del
enfermo, y también el último, porque la luz se extinguió.'
~"Así mejor. lBendito sea DiosI ¿En qué estaba yo? lAhY
en que vinimos para ajuntarnos a la siguiente noche. Pues,!
como iba yo diciendo, aquel día me encontré con casi todos
los compañeros; los miraba sin decirles nada; pero bien
entendía yo que me recordaban el cumplimiento de mi com""'
promiso de ir a donde nos habíamos citado. También pasé
por ]a casa de la persona que nos había convocado para el
negocio, estaba muy tranquilota meciéndose en la hamaca:
de su sala y leyendo en un libro grande forrado de cuero".
La voz de mi compadre fué haciéndose más caver-
nosa , parecía que silabeaba las palabras con una entona-
ción de bajo profundo. ~"lQué feo es esto , compadreJ
Todavía te ngo aquel pantalón roto de las rodinas, que
llevé aquella noche, la camisa ya no la te ngo , pero me
queda la reliquia que nunca m e. volvx a poner ; tres días
de n acido tenía el hij o d e mi sobrina , que no me dejará
Tw::ntir ; él llí es tó él durmiendo. IAngelitoT Como iba yo dí-
cienJrJ , toJilo Sf: lo qui e ro contar, compadre, todito. D ecía
yo que Jl f:g'ó la noch ~, no es t a~a tan escura como la orra.
p ero sie mpre nélda se vía ; m e luí para la casa en que nos
íb él mo s él j untar, pasé como lél noche anterior, también por
los taTTlél rind os , y a travesé la plaza , por poco me pego con
el riram.e~ ya que estaba muy cerquita lo vide; quién sabe
por quf: el pirame me dió miedo, quizá por aquello que us-
t er] c;;;l-w qlle mp contaron cuando era yo muchachito, de

185
'EDITORIAL YUCAT ANENSE "CLUB DEL LIBRO"
~ ~-.....-..... .............. ""'""""- ................ """"""'"' ... --
............. ~

que allí fusilaron a su tío político; caminé más ligero y me


lUÍ derechito a la casa donde me esperaban: estaban allí
todos, menos la persona autora verdadera de lo que íbamos
a hacer. --Ya viniste, me dijeron, aquí está tu fusil.-- En una
-esquina de la mesa, tapado con un capullo de joloche (*)
-que hacía como de guardabrisa, tenían encendIdo un cabo
de vela; como el ¡oloche no dejaba que alumbrara, me
acerqué para ver mi rifle y le metí la baqueta; no estaba
cargado; de sobre la mesa tomé un cartucho, que me costó
mucho trabajo romper, parecía que no cortaban mis dien-
tes. Por último, le digo que cargué el rifle; no mas que un
tiro tenía y siento no haberlo descargado cuando tiramos
la primera vez, así no me estaría picando esto de que quizá
mi bala fué la que hirió a mi comadrita. ¿Es verdad que
~no fué la mía, compadre? ¿Pero cómo lo va usted a saber,
'si ni yo lo sé? El maldito negro ' X siempre me estaba di-
ciendo que fué la bala de mi lifIe la que hirió a mi coma-
dre; Ud: sabe, como es tan malo y debe aquella otra del
Puente de Señá Paula y otra que también dicen ... pero
'que no se si es verdad. ¿En qué estaba yo, compadre? lAh!
en que cargué mi rifle. Pues, como le iba yo diciendo, lo
cargué. N o sé lo que sentía, tuve ganas de decirles que
no los acompañaba, pero me acordé de ini sobrina y dije:
vamos pronto a rematar. Rodeamos a la persona que nos
impulsaba y que había entrado casi detrás de mí, y, ha-
blando bajito, nos dijo: que el Imperio había de volver,
que los franceses iban a mandar mucha gente y que en-
tonces sí que la religión no la iban a pisotear, que Dios
mandaba todo esto, porque a sus enemigos eran a los que
l es íbamos a tirar y que la virgen de Cunduacán también

(*) La envoltura de la panoja.

186
~ER1C:O ·-ARCAD10 ZENTELLA. PRIEtO

1.0 .s abía, y después de .otras .muchas cosas que dij.o~ se fué


.;para junt.o al cab.o de vela y sacó ......... mi c.ompadre me dijo
de dónde, pero y.o l.ocallo.- un papel. l.odesd.obló y n.os
¡ ué .llamado uno a UIl.o, Dentro del papel tenía reliquias
.de la virgen de Cunduacán. Buen.o, n.os decía: "C.onesto
.--y n.oS la p.onía en elpescuez.o-.. n.o tengan cuidad.o, aun-
que J.os vean, n.o l.osvan a con.ocer. Aq~í tengo y.o la mía,
c.ompadre, tómela usted. .. . ",. Extendí la .man.o, haciéndola
·e rrar en varias direcciones hasta que tropecé con la de .m i
:compadre y cogí la reliquia.; sentí su mano helada. "Esti\
usted muy caliente, me dijo; no, es que estoy frío como
un muer.to"~ Sobrevinieron ami -compadre varios accesos
de tos, pasados los 'Cuales, con la voz .más ca ve rn.oS a, y
H

con cuánto pulmón le quedaba, prosiguió: LNo quiem


morir sin acabar de contárselo todoJ "Ya saben, primew
bran a las puertas de la Jclatura. después .. , " ya sabe us-
ted compadre, dónde tiramos después. Salimos de aquella
casa. ninguno de nosotros llev,á bamos la ropa que n.os po-
nemos lodos los días. sino de la que nun-ca nos ponemos; el
negro iba de levita; nos fuimos arrimando a los cerc.os para
que nos taparan las sombras de los padrones; llegamos a
la Jefatura y tiramos a las puertas, después corrimos p.or
e l c allejón de Doña X . y tiramos a las puertas y venlanas
de la casa d e mi comadrila. Y.o no ví a qué puerta tiré,
c ompa,dre y c urrimos tirando . al aire para que no nos si··
guie nw , y no s fuim.os a esconder cada 'c ual en el lugar que
tení a mo s dispues t.o. Al pocu 'tiemp.o. c uando todo quedó
trunquil o , me vine a -rni ca sa sin rifle ni nada que SIrviera
para que m e pudie ran c onoce r. A tiempo llegué, porque
'e n se guida me vin~e r.on, a citDT ..--.p.orque usted ya sabe que
yo s.o y d e la Guardia ,N acional..--. para que fuéramos a p er-
:.w guir él lo s tiradores; cuando me ajunté con mis compa-
ñ e ros V SUr)(~ que mi comadrita estaba herida en un brazo,

187
EDITORIAL YUCA TANENSE ·'CLUB DEL LIBRO-

y que le iban a sacar la bala, le juro, compadrito, ahon~


que ya me voy a morir, que de veras me dió tristeza ... ".
Se quedó callado el enfermo y a los pocos minutos conti-
nuó con voz tan desfallecida, que a no ser por el silencio de
la noche, nada hubiera oído. "Como iba yo diCiendo me
ajunté con los otros soldados y nos fuimos a ver si topá-
bamos a los tiradores; al ajuntarme con ellos, vÍ a tres com-
pañeros que también eran de la Guardia Nacional, y que
de seguro los habían citado como a mí; ni · siquiera nos
miramos para que nadie sospechara nada. Primero an-
duvimos registrando algunas casas y hasta estuvimos en
la casa donde nos hahíamos ajuntado para ir a tirar; yo
'dentré con otros y allí 'vide en la esquina de la mesa la
chorriada de seho donde estuvo pegado el ~abo de vela.
y también vide en el suelo el ¡olache, y no sé por qué me
arrimé a la mesa para tapar el sebo y le dí al ¡oloche un
puntapié para tirarlo lejos; tontera, compadre. ¿ Quién se
iba a figurar nada, aunque estuviera toda la vida mirando
la mancha de sebo y el jo loche- ? Después nos fuimos por el
camino real de Río Seco; cuando pasamos el puente ya
era de día. Como yo, para que no me vieran volver a mi
€asa, después que tiramos pasé el puente y me vine por
toda la orilla del otro lado del río, y volví a pasar en los fa-
marindos, me pareció que el que nos mandaba seguía el
mismo camino que yo. Ya había amanecido: en la cabeza
del puente, del ofro lado, había un poco de lodo, y vide"
pero bien marcados, mis pies donde estuve un rato parado.
escuchando a ver si me seguían; hicimos alto aní y como
íbamos en pelotón, machuqué bien el rastro para que no.
me vieran. Nada, nada se encontró. No vaya usted a per-
der la reliquia, compadre".
Todo este relato había sido interrumpido por
pausas que sin duda servían al moribundo para coordinru-

188
'PERICO - ARCADI,O ZENTELLA PRIEGO

,sus ideas y dar algún descanso a sus pulmones, que con


tanta dificultad funcionaban. Después, fueron las pausas
tan continuadas y tan largas, que sólo a ratos salían las
palabras de sus labios, y más bien parecía su relato ver-
dadero delirio de enfermo, por lo difícil que era unir una
3Ílaba c on otra, para componer con ellas las palabras y más
difícil entender el pensamiento que con ellas quería ex-
presar. "Y aquel maldito que la desgració. está vivo".

IV
Principió a aclarar, y la IU:z penetraba por las
Tehendijas, como por ellas había salido en la noche la de
- la velucha de sebo; aquella sala, que era a la vez dormi-
torio. se fué iluminando lentamente. como si las sombras
estuvieran pegadas a los objetos y costara trabajo arran-
carlas. Apareció la cama donde dormía el niño panza arri-
ba y despatarrado. con tanta quietud como si estuviera
e n los comienzos de su sueño; junto a él dormía. tendido
medio cuerpo sobre la cama y co n las piernas colgantes.
una de las muj e res que vÍ a mi entrada andar como fan-
tasma por la estancia; en un butaque, recostada la cabeza
contra el seto. es taba otra d esgreñada y boquiabierta. en-
señando los raigones prie tos de la tronchada dentadura.
La Cuma del e n fe rmo. colocada en el lugar en que el seto
tenía meno s h end edura s. rué el último mueble que salió
d e las sombras . Obscuras las cuencas. iluminada la . nariz
y co n sombras com o manch as e n los e nflaquecidos carri-
llos. Tuvo e l enfe rmo un ataque de tos y, como producidas
por los con vulsivos movimientos del acceso, lanzó estas
p a iabras : " Y todavía los quiero. compadre, y hasta el hijo
del maldito" . Abrió los ojos y viendo que era de día. con-
tinuó : " j AhJ ya es tá amaneciendo. mejor se lo hubie ra

189
EDITORfAL YUCATANENSE "CLUB DEL LIBRO"
~-~~~ ~~.~

dicho de noche. Ya lo sabe usted todo , compadre, ahora


sí me voy a morir, no digo que contento, pero y a n o me
pesa esto. Vaya usted a mi entierro".
Estreché la mano húmeda y ardiente del en-
fermo y salí en puntillas para no despertar a las dos mu -
jeres que conünuaban d u rmiendo a la par del nif:h) .

Cuatro días después de escuchar entre le :; es-


tertores de la agonía, el relalo de m.i compadre, e :Tt ((m-
ducido su cadáver, 'e ncerrado en una caja torra d a c : . a
merino negro, de la casa rrwduoria a la Igle sia, do rr(~c io
esperaba el cura vestido éon su sotana n ena de lagrin ic -
nes de cera, para hisopearlo y cantarle más con la nariz
que con la garganta, latinajos que resultaban bárbaros por
la mala pronunciación del curita, que , más se cuidaba de
su querida y de sus hijos que del Nebrija.
Uno de los sacrílegos retoños henchía de es-
toraque la engoznada gaveta, ayudando así al pater en
las funciones del oficio de donde sacaba la todiUa yel gui-
sado. Muy cerca de la mesa, enlutada con zaraza negra.
galoneada de cobre, jirimiqueaba la moza que causó con
su desliz tan honda pena en el corazón del difunto; cuatro
o cinco viejas, que dejaban ver apenas los ojos por las aber-
turas de los rebozos con que se cubrían la c a beza, y algu-
nos hombres del pueblo, formaban el cortejo fúnebre que
asistió al gorigori. Con cuatro sahumadas con el turíbulo .
que cuidaba de rellenar de incienso el aprendiz del cura .
se dio término a la ceremonia, pues que siendo el muerto
de escasa fort una, se tasaron los responsos se gún la pa~ta"
y, si por desgracia alguna , no le a lcanzm"on .la s monedas
para librar a su alma de frituras y tostaduTa s, qrle agLn n te

190
PER1CO - ARCADlO ZENTELLA PRIEGO

y calle hasta que termine el plazo de la torrefacción. o


mientras no haya a quí u n caritativo mortal q ue quebrante
los cerrojos. y apague las ho gu eras ; dando el dinero que
l e faltó al muerto.
Bajaron ·d e la mesa la caja, se la echaron cua-
tro amigos en hombros y. como entierro de pobre. a paso
largo. se lo llevaron al cementerio; pero antes que del atrio
saliese el cortejo, vino el curita , remangada la sota na hasta
la cintura para cumplir con la ley, a recomendar al deudo
que con él trató .las exequias . fuese puntual en la paga.
Llegaron al camposanto los cargadores. rojos
-y sudorosos. y sin pérdida de tiempo, con cuanta suavidad
pudieron. deslizaron en una sepultura. monda y lironda, la
enlutada caja. Dos de los cargadores a sendas paladas
rellenaron el hoyo. se limpiaron el sudor. y recogiendo sus
fúnebres utensilos. retornaron a la villa. Nadie quedaba
y a. Yo seguÍ de retorno a los improvisados sepultureros.
s intiendo crujir bajo mis pies el cardo bendito d e que es-
taba alfombrada la mansión de los muertos.
A sí concluyó aquella ruedecilla que se había
engranado a la máquina d el progres o humano , sin duda
para no dejarla correr con pe rjudiCial celeridad.
C on se rvo a ún la b endita re liquia conque cre-
yero n p on e rse ü cubi er to d e pen as físicas y librarse d e pe-
c;}d o. los ases inos d e lü noch e d e l 2 8 de Junio de 1865.

FIN
DE LA
NOVELA
"PERICO"

191
:INDICE
PágIna

'CARTA AL Uc. CAUXTOMALDONADO . .. .. .. , . . , 111


CARTA DE PEDRO SANT AClLlA ...... . . . . ...... . . V
CARTA-PROLOGO, DE M. SANCHEZ MARMOL . " .. VII
DON ARCADIO ZENTELLA PRIEGO, INTERPRETE
DE LA NOVELA SOCIAL, POR MANUEL ANTONIO
ROMERO .. . . .. . '.... . .. . . . ... ... .. . '. . . ...... . ... . XIX
Capítulo 1
EN EL TRAPICHE , . ... . . . . . .. . ... . ... . . . . . ... ... . 33
'Capítulo 11 ." ,. :
PERICO ... . . . .. ....... . .. ... .... '" ., o. · . o • , • .' •• '• • • • 37
Capítulo 111 ' . '.
DESNUDEZ QUE SE ARROPA . '0 ••• •• •• • • 39 o o ., o • • ••

Capítulo IV
"¡MATALO!" .. .. . o •• • •• • •• • 43
••• o .... . . .... .. .. . . .. .

Capítulo V
ESPANTO .. . . .. . .... . . . . .. . ... . . . . . . .. .., . . ... .. . . 47
Capítulo VI
DESAZON ... . . . . ...... . . . .. , . . .. . . . . . . . . . .... . . ' 49
Capítulo VII
CASTIGO MONSTRUOSO . . , . , .. . .. , . .. . .. . . . . . . ,. 51
Capítulo VIII
CASILDA .. . , . . . .... ... .... . . . .. . ' . . .. . .. . , ... . . . 55
Capítulo ,I X
CUANDO TODO LO HECHO ES BUENO .... . . . ' .. 59
Capítulo X
"¡QUIN SABE SI QUIERE L 'AMO' " . ' .' . . .. , . ..... . 63
Capítulo XI
CO/'IIPLACENCIA SINIESTRA " ' , .. . , ', . .. , .. .. . . . 69
Capítulo XII
PE RICO, MONTERO , . . " 73
Capítulo XIII
PRESAGIO S DE TORMENTA . 79 o ••• : •• " o • • , o : • o •• ••

Capítulo XIV
DOLOR DE IMPOTENCIA ' o .
89
o o , , •••••• o •• o •• o , , • ••

Capítulo XV
LA NOC HE FATAL . o o . " o o •• 93 o . o • •••••• • •• •• o • • o. o

Capítulo XVI
LA FU GA .. , . , . ... .. . . . ..... . 99 o •••••• • ,., ••• •• •• ••

Capítulo XVII
UN PROTECTOR CONVENCIONAL . . . . . .. .......... 105
Página

Capitulo XVIII
CAPTURADOS ,.,. ~ ,. ,. ,. ,. , ,. , , ,. ,. , ,. ,. ,. ,. , . ,. , , ,. ,. ,. ,. ,. . . . . . . . . . 113
Capítulo XIX
EN EL CEPO INFAMANTE ..... .. "... ............ 119
Capítulo XX
IGNORANCIA, SIMBOLO DE ESCLAVITUD' • . .... • . 125
Capítulo XXI .
ENTRE LAS REDES DE LA "JUSTICIA" .......... . 121
Capítulo XXII
COMO SE. DlCfAN CIERTOS FALLOS ..... ... .... . 133
Capítulo XXIII
EN POS·DF.: LA JUSTiCiA .,....................... 137
Capítulo XXIV '.
LUZ f-N:LA SOMBRA ........... ,........ ... ... .... 141
Capítulo XXV
EN MANOS DE OTRO "PROTECTOR" ... . .. . . ,.. .. 143
Capítulo XXVI
CONFIRMACION DE LA PENA DE MUERTE . . .. ... 147
Capítulo XXVII
LA ~OCIEDAD ES COMPASIVA " . . ........ , . . . . . . .. 153
Capítulo XXVIII
AL OTRO LADO DEL MEZCALAPA .............. . 159
PERICO (Comentario de M. Sánchez Mármol) ..... .. . 163
LOS ESCAPULARIOS DE LA VIRGEN
DE CUNDUACAN ........ ... .' ................... 175
LA HISTORIA ..... .. . . ..., . . . ... . ro. .. .. ... .. .. ... 179

ILUSTRACIONES (copia de las ofrecidas en la 3a..


Edición) por E. U. R. ~. PORTADA de E. U. R.

Lic. Arcadio Zentella Priego . ... ..... .. ....... < • • • • • • • • 1


.... Una especie de esqueleto atizaba la hoguera.... . ... . . ... 3~

. .'
....La eaÍientc t tlta ero. chupada con ansiedad... . .. ..... , .
.... Doce horas. de.lréfbajQ habían ent umecido.... . .. .. .. .. . .
41
:;o
.... ¡Esto 'fner ece un trago !... ... . .... . . . .. .. .. . . . .. .. . . .. . 53
- "¡No váis corriendo!" ........ . .. .. ....... . .. .... . ... . 84
....Las varillas que guarnecían la vent ana saltaron hechas
astillas.... ... . ... ............' . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
....y allí. tendido, sobre el desnudo suelo.... ... .... .. ...... 123
Obras Proxir'rias!

Volumen No. 20
LA POESIA TABASQUEÑA
Por ,el Lic.
FRANCISCO J . SANT AMARlA

Volumen No. 21
MAYA
(Etimología de este nombre)
DISERTACION SOBRE LA HISTORIA
DE LA LENGUA MAYA O YUCATECA
y
ESTUDIO HISTORICO SOBRE LA RAZA
INDIGENA DE YUCAT AN
Por el Obispo
DON CRESCENCIO CARRILLO y ANCONA
UN MENSAJE A GARCIA
(Viene de la Ira. aleta)
cerl~. P~r regla general se tropieza con inspiran los infelices faltos de trabaj e
I~eflcacla, falta de atención, indif'3ren- que anhelan un empleo honesto, Y dE
cla y poca voluntad, y nadie prospera, la antipatia con qura se mira a los pa-
a no ser que, por medios propios o trones. Pero nada se dice acerca de l
Impropios o amenazas, fuerce o soborne patrón que envejece prematurame~tE
a I~s ot~os a ayudarle, o que Dios, en por sus esfuerzos en obtener .93rvlclo ~
su infinita bondad, efectúe el milagro hábi les y la paciencia que tle."~ qUE
y mand'3 un ángel de luz en su ayuda. desplegar para aguantar los servIcIOS dE
Haz, lector, una prueba de esto: gente incompetente. El patrón está cons-
Suponte que estás en una oficina aon- t antemente despidiendo empleados qUE
de puedas mandar a seis dependientes. han demostrado su incapacidad Y sus-
Llama a cualquiera de ellos y pídel'3 que t ituyéndolos por otros. No im~orta cuá l
busque en la ,:nciclopedia y que haga sea la situación de los negoclosj esto~
una breve resena respecto a la vida de cambios se registran constantemente¡
C?rreglo: ¿Crees qU'3 el dependiente di- sólo que, cuando los tiempos son .. Jalo!>,
ra, senclllam.ente: "Sí, señor" y pro- la el ección es más cuidadosa. El Intere~
ceda a terminar la tarea? De ningún propio Obliga a los patrones a conservar
modo. Lo que hará será fijar una mi- los mejores empleadOS, aquellOS qUE
rada de. duda y hacer una o varias de sean capaces de entreg ar el men5:lje o
las siguientes preguntas: ¿ Quién fué Garda.
·;:) se? ¿ qué enciclopedia? ¿ Dónde está Conozco a un individuo de relevan-
es!! .:nclclopedla? ¿Esa es mi obliga- tes dotes que es incapaz de conducir un
clon. ¿ No .confunde usted ese nombre negocio propio y que r3S absolutamente
con el de Blsmark? ¿ Por qué no manda inservible para -a l de cualquier otro,
~sted a Carlos? ¿Muri.ó ya Corregio? porque siempre tiene la idea de que ~ o
"Tiene usted mucha prisa? ¿No quiere está vejando el patrón o trata de oprl-
usted qu~ le traiga el libro y lo busque mi rlo. Ni puede dar órdenes, ni reci-
usted mismo? ¿Para qué quiere uste!l birlas. Si acaso &3 le encarga de llevar
saber eso? el men sa je a Garda, su contestación
'! apuesto diez contra uno a que des- sería: lIéveselo usted mismo.
Esta misma noche, este hombre busca
pues de haber contestado toda s esas
preguntas y de explicar cómo se PUr3- trabajo, pero nadie que lo conoce se
den enc?ntrar los . informes deseados y atreve a emplearlo, pues es un origen
par~ que . s.e n~cesltan, el empleado to- constante de disgusto.
davla solicitara la ayuda de algún otro Es natural que un hombre tan mo-
de sus compañeros para poner encon- ralmente deforme inspire la misma com-
trar a . Corregio y al final resultará que pasión que un jorobado¡ pero al compa-
no eXiste. el tal individuo. Puede que decerlos, acordémonos también de 105
pierda mi apuesta j pero, por regla ge- infelices que se '3sfuerzan por llevar a
neral, creo que ganaré. cabo grandes empresas, cuyas horas de
trabajo no se rigen por los silbatos de
Ahora bien: si eres prudente no te la fábrica y cu vas cabezas encanecen
molest~rás eX'plica~do a tu emple~do que por sus luchas para contrarrestar la im-
Correglo e~ta registrado bajo la letra becilidad e indifer'3ncia de los emplea-
C y no ba~o la letra Kj sino que, tras dos que, sin su ayuda, estarían fal t os
de un no Importa, buscarás tú mismo de pan y de hogar.
lo que necesitas. Y esta incapacidad de
Independencia en acción, esta estupidez ¿ Es mi lenguaje demasiado duro? Po-
moral, esta ra nfermedad de la voluntad sible es que sí, pero mi deseo es e x-
es lo q~e pon e el socialismo puro a un~ presar mi admiración por los que ob-
distancia muy lejana, pues si el hom- tienen é xito '3n la vida.
bre ,no s~ esmt;ra en b eneficio propio, Yo he trabajado como dependiente y
¿ qu e se ra tratandose del ben~ ficio de h e sido también principal, y sé que algo
l a comunid a d ? Par ece que sólo el palo pued e decirse en pro de ambas partes.
d e l c a p a t a z o e l mi elo d e ser de sde- L a pobreza no tien'3 en si nada de ex-
dido e l fi n d e se m an a, h ac e qU'3 mucho s ce l e nte y los andraj os no son recomen-
d ese mpeñ en su t r a b ajo . dación ¡ y los principales pueden ser tan
Soli cí t en se lo s se rvi c io s d e un t aquí- malos y avarientos como los pobres IJUt;-
g r a fo , y d e c ad a di e z aspir ante s al den se r virtuosos . Mi Simpatía está con
pu es t o, nue ve no t endrá n buen a orto- el empleado que desempeñe su trabajo,
g r a fi a, n i bu en a pun t u ac i ó n, ni con s id e- tanto cuando el patrón está pNsen te
r a r á n n eo3sa ri os es to s cono c imi entos. como cuando está ausente ; y el hombre
¿ Podrá un o d e es to s i ndividuo s en- que recib e p a ra su entrega un men sa j e
t r ega r u n m en sa j e a G a r d a ? a G a r da y sin hacer preguntas idiotas
¿ V e u st ed ese t en edor d e libros ? , m e proce de a ent,..3garlo, sin intención de
p r eg un ta b a el enc a r ga do d e una fábrica. arroj a rlo a l prim er albañal, nunca ten-
Sí, ¿ qu é ti en e ? P u es es muy bu en drá qu é d ecl a r a rse en huelga para ob-
co n t a dor. p ero si l o m a ndo a l a ciud a d tener m a yores sa larios. Esta es la clase
co n cu a l q u i er en ca r go ta l ve z lo d ese m - de hombres q ue se nec'J sita.. y a los
p eñ e a sa ti s f ac ció n o t a l v ez se d et en ".a cual es n a d a p ue de negarse. Son tan es-
en c u a t r o ca nti n as y a l ll e ga r a l a c; - c aso s qu e ningún patrón consentirá en
lI e p r in cipa l, se l e olvid e a qu é l o d ej a rlo i r. Se les necesita e n todas las
m a nd é. ciud a d'3s, pueblos, aldeas en todas las
ofi c in as, t a ll e r es y f íi lJl"icas. El mundo
¿ Pu edra confi a rse a un hombre d e eso s e n te ro los ll a ma a voz en cu ello y lo s
l a entreg a d e Un m en sa j e a Ga r cia? nec es ita : nece s it a e l hombre qu e pu ed'3
Mu c ho se oy e d c la compasión qu e en treg a r e l MENSAJE A GA RCI A .
$10.00
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