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CAPITULO III
— El método es indispensable para arreglar todos los actos de la vida social, de modo
que en ellos haya orden y exactitud. Y como nuestros há bitos en sociedad no será n
otros que los que contraigamos en el seno de la vida doméstica, será imposible que
lleguemos a ser metó dicos y exactos, si no cuidamos de poner orden a todas nuestras
operaciones en nuestra propia casa.
II. — El hombre inmetó dico vive extrañ o a sus propias cosas. Apenas puede dar razó n
de sus muebles y demá s objetos que por su volumen no pueden ocultarse a la vista.
III. — La falta de método nos conduce a cada momento a aumentar el desorden que
nos rodea
IV. — Asimismo vivimos expuestos a sufrir negativas y sonrojos, pues las personas
que conocen nuestra informalidad evitará n confiarnos ninguna cosa que estimen, y es
seguro que no pondrá n en nuestras manos un documento importante, ni objeto
alguno cuyo extravío pudiera traerles consecuencias desagradables.
V. — La variedad en nuestras horas de comer, en las de acostarnos y levantarnos, en
las de permanecer en la casa y fuera de ella, y consiguientemente, en las de recibir,
molesta a nuestra propia familia, a las personas que con nosotros tienen que tratar de
negocios, y aun a los amigos que vienen a visitarnos.
I. — Antes de entregamos al sueñ o, veamos si podemos hacerlo sin que nos echen de
menos los que en una enfermedad, o en un conflicto cualquiera, tienen derecho a
nuestra asistencia, a nuestros cuidados y a nuestros servicios.
II. — Mientras el hombre vive esa vida material de los primeros añ os, su sueñ o no
debe ser tasado, porque dirigido exclusivamente por la sabia naturaleza, contribuye a
su desarrollo físico y a su salud. Pasada la infancia, el cultivo de su inteligencia le
exige ya parte del tiempo que antes dormía, y su sueñ o no debe exceder de ocho a
nueve horas. Pero desde que la plenitud de su razó n y los estudios y ocupaciones
serias le dan entrada en la vida social, ya no le está permitido permanecer en la cama
por má s de siete horas.
III. — La costumbre de levantarnos temprano favorece nuestra salud y contribuye
poderosamente al adelanto de nuestros estudios y demá s tareas.
IX. — Acostumbrémonos desde niñ os a arreglar nuestra cama, luego que en nuestra
habitació n haya corrido libremente el aire por algú n rato.
— Nuestro vestido, cuando estamos en medio de las personas con quienes vivimos,
no só lo debe ser tal que nos cubra de una manera honesta, sino que debe contener las
mismas partes de que consta cuando nos presentamos ante los extrañ os.
VI. — Las visitas que recibimos en la sala deben encontrarnos en un traje decente, y
adecuado a la categoría y a las demá s circunstancias de las personas que vienen a
nuestra casa.
VII. — No está permitido el uso de la chaqueta, ni de ningú n otro vestido que no sea
de etiqueta, para recibir visitas, sobre todo cuando éstas no son de una íntima
confianza.
I. — El há bito de ser atentos, delicados y respetuosos con las personas con quienes
vivimos, hará resplandecer en nosotros estas mismas cualidades en nuestras
relaciones con los extrañ os.
II. — Nuestras palabras y acciones tendrá n siempre por regla y por medida, el deseo
de complacer a las personas que nos rodean y la firme intenció n de no ocasionarles
nunca disgusto alguno.
I. — Procuremos que a las consideraciones que nos deben nuestros criados por
nuestra posició n respecto de ellos, se añ ada el agradecimiento y el cariñ o por el buen
trato que de nosotros reciben.
VII. — Cuando sabemos que en una casa pró xima a la nuestra ha ocurrido un
accidente desgraciado, y, sobre todo si hay en ella un enfermo de gravedad, debemos
abstenernos de toda demostració n bulliciosa de contento, como el baile, el canto, o el
uso de un instrumento musical.