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SUMARIO:
I. Status quaestionis
1. Consejos evangélicos y vocación vicenciana
2. Un «vínculo» definido por las Constituciones
II. Consejos evangélicos y finalidad de la vocación según san Vicente
1. Primacía de la finalidad
2. Disponibilidad para la finalidad
III. Consejos evangélicos y espíritu de la vocación, según san Vicente
1. Espíritu que vivifica
2. Espíritu que unifica
IV. Consejos evangélicos y naturaleza de la vocación, según san Vicente
1. Un estatuto original
2. Consumirse por Dios en la persona de los pobres
Bibliografía
I. STATUS QUAESTIONIS
1. Consejos evangélicos y vocación vicenciana
Poco aparece la expresión «Consejos evangélicos» como tal en los escritos y las
conferencias que nos han llegado de s. Vicente de Paúl1. Prefiere hablar de «Máximas evangélicas»
y, entre ellas, no hay duda de que da una importancia particular a la pobreza, a la castidad y a la
obediencia. La prueba es que cada una de ellas constituye el objeto de un capítulo tanto en las
Reglas Comunes de los Sacerdotes de la Misión, como en las de las Hijas de la Caridad2.
A partir del Concilio Vaticano II, de nuevo se presentan los tres Consejos Evangélicos en el
orden adoptado por Gregorio de Nisa (castidad, pobreza, obediencia), porque él consideraba la
castidad perfecta como el elemento clave de la «vida consagrada». Nosotros conservaremos aquí lo
más posible la presentación de san Vicente por fidelidad a su pensamiento y a su expresión. Por otra
1
Así, por ejemplo, en las conferencias a los Misioneros (tomos XI/1 y 2), apenas se encuentra el término ‘consejos
evangélicos’ propiamente dicho más que 8 veces y en 3 conferencias muy relacionadas, las del 14 de febrero, 22 y 29 de
agosto de 1959 (XI, 418. 584. 585. 593). Es significativo que estas tres conferencias traten de las Máximas Evangélicas
y las virtudes fundamentales.
2
Las Reglas Comunes de los Sacerdotes de la Misión se las distribuyó el mismo s. Vicente el 17 de mayo de 1658 (XI,
321ss). Por Reglas Comunes de las Hijas de la Caridad se entiende habitualmente las que fueron codificadas por el P.
Alméras, Superior general y Sor Maturina Guérin, Superiora general, en 1672. Nosotros preferimos remitir al texto de
las Reglas comunes y de las Reglas particulares que s. Vicente comenta en sus conferencias, a partir del 29 de
septiembre de 1655 (IX, 733ss), y de las cuales nos queda una copia en los archivos de la Casa-Madre. El tomo X de la
traducción española (pag. 874) ofrece un texto similar con una presentación y una numeración un poco diferente.
parte, es perfectamente indicado que una vocación orientada hacia los pobres dé, en su propia línea,
una cierta prioridad a la pobreza. De todos modos, el compromiso de vivir radicalmente estos
Consejos evangélicos tiende a seguir y a imitar, bajo formas diversas, al Verbo encarnado en su
abajamiento, por nuestra salvación, dimensión que también está en el corazón de la vocación
vicenciana.
Pero lo más importante es notar de conjunto que pobreza, castidad y obediencia están
situadas siempre por s. Vicente en el contexto propio de la vocación: De su finalidad, de su espíritu
y de su naturaleza es de donde ellas reciben su significación precisa y las modalidades de su puesta
en práctica. Ciertamente, ellas son la expresión tradicional del don total a Dios en la Iglesia y según
el Evangelio, pero no vamos a discutir aquí ni el buen fundamento ni la historia de esta «tríada» 3.
De todas formas, es evidente que la organización propiamente dicha de la vida según los Consejos
evangélicos, de cualquier modo que se la conciba o se la presente, es muy posterior a los tiempos de
la Iglesia primitiva. La verdadera cuestión es la del origen evangélico y apostólico de estos modos
de vida que, indudablemente, hunden sus raíces y encuentran sus primeras experiencias en la vida
del mismo Cristo y de los apóstoles o discípulos que le siguieran más de cerca bajo el signo formal
del radicalismo y de la koinonía evangélicos. De suyo, este ideal se dirige a todos los cristianos
según su estado de vida y, en ciertas circunstancias, se impone a ellos, por ejemplo, cuando hay que
elegir entre la fidelidad a Cristo y la negación de la fe. Toda esta enseñanza ha sido reemprendida y
renovada por el Concilio Vaticano II, que hace de la «vida consagrada», en el sentido más general
de esta palabra y en la extrema diversidad de sus formas, una presentación esencialmente
carismática en el Misterio de la Iglesia.
3
Acúdase para este tema a las obras especializadas, por ejemplo, al Dictionnaire de la Vie Spirituelle, du Cerf, Paris,
1983, o Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Claretianas Madrid, 1989.
Espíritu. Así, es como Jesús se hace la «Regla de la Misión» (XI, 429) así como la «Regla de las
Hijas de la Caridad» (Const. I. 5).
«Habiendo sido enviado Jesucristo al mundo para restablecer el dominio de su Padre en las
almas que le había arrebatado el espíritu maligno por el amor desordenado a las riquezas, al honor y
al placer, que había introducido astutamente en el corazón de los hombres, este benigno Salvador
juzgó conveniente combatir a su enemigo con armas contrarias, esto es, la pobreza, la castidad y la
obediencia, como él lo hizo hasta la muerte.
Y habiendo sido suscitada en la Iglesia esta pequeña Congregación de la Misión, para
trabajar por la salvación de las almas, especialmente de los pobres campesinos, ha creído que no
podía utilizar armas mejores ni más apropiadas que aquellas mismas que con tanto éxito y ventaja
utilizó la eterna Sabiduría» (RC CM, II, 18).
Dos precisiones es necesario hacer aún:
• Los votos, tanto para los Sacerdotes de la Misión como para las Hijas de la Caridad,
ratifican y urgen el compromiso que se ha adquirido desde la entrada en el Instituto y que
comporta, de suyo, la práctica de los Consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en el
espíritu de la vocación (ver p. ej. IX, 816, a propósito de la pobreza). Es interesante comprobar que
se da hoy precisamente un cierto retorno a una reflexión sobre estos Consejos evangélicos como
tales y no sólo sobre los votos. Sin eso, hay el peligro de olvidar, por una parte, la base
auténticamente evangélica de los votos y, por otra, las exigencias ilimitadas de los Consejos (ver
Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, 418).
• Por lo que concierne a las Hijas de la Caridad, hay que tener en cuenta igualmente el papel
tan importante jugado personalmente por santa Luisa de Marillac, en particular para la adopción de
los Consejos evangélicos y en el tema de los votos. En el marco de este Diccionario y de este
artículo, centrados esencialmente sobre el pensamiento de san Vicente de Paúl, nos limitaremos
eventualmente a las referencias indispensables para una comprensión exacta.
4
La contra-reforma católica, para reaccionar contra el Protestantismo, ha privilegiado indebidamente a veces el
Sacerdocio ministerial. El Concilio Vaticano II devolverá su honor al Sacerdocio bautismal. S. Vicente y otros
miembros de la Escuela francesa de espiritualidad no han perdido nunca de vista la verdadera doctrina de la Iglesia,
aunque el vocabulario no es el que nosotros empleamos hoy (cf. IX, 25; XI, 646).
III. CONSEJOS EVANGÉLICOS Y ESPÍRITU DE LA VOCACIÓN, SEGÚN SAN
VICENTE
Entre las Máximas evangélicas, san Vicente pide a los Misioneros retener más
particularmente, como «espíritu» propio, la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la
mortificación y el celo (RC CM, 11, 14). Del mismo modo, dice a las Hijas de la Caridad que la
humildad, la sencillez y la caridad deben ser como las facultades del alma que anima el cuerpo de la
Compañía y a cada uno de sus miembros (RC HC nº 3).
Es necesario, pues, que pobreza, castidad y obediencia sean vividas en este espíritu
vivificador y unificador y según el carisma que él confiere a los Fundadores y a sus discípulos 5. A
su vez, ellas contribuyen a conferir en la vida según este espíritu, absolutamente primordial, su
carácter de radicalidad para dejarse asimilar cada vez más a Jesucristo y continuar su misión en la
línea propia de la vocación en el seno de la Iglesia.
1. Un estatuto original
Hemos dicho que el reconocimiento oficial por la Iglesia, en su Derecho Canónico, de las
Sociedades de vida apostólica nos permite precisar y situar mejor la identidad de la Congregación
de la Misión y de la Compañía de las Hijas de la Caridad. Es una manera verdaderamente especial
de «hacer profesión», según la expresión bien conocida de las Reglas particulares de las Hermanas
de las parroquias que san Vicente explica en su conferencia del 24 de agosto de 1659 (IX, 1179) y
que el P. Alméras hizo pasar a las Reglas comunes. Las Constituciones de las Hijas de la Caridad (I,
9) han recogido el texto primitivo de lo que ellas consideran su «carta magna»: «Considerarán que
no pertenecen a una religión, ya que ese estado no va bien con las ocupaciones de su vocación. Sin
embargo, como están más expuestas a las ocasiones de pecado que las religiosas obligadas a la
clausura, no teniendo más monasterio que las casas de los enfermos y aquella en que reside la
superiora; por celda, un cuarto de alquiler;… y, como no han hecho ninguna otra profesión para
asegurar su vocación más que la confianza continua que tienen en la divina Providencia y la ofrenda
que le han hecho de todo cuanto ellas son y del servicio que le prestan en la persona de los pobres;
por todas estas razones tienen que tener tanta o más virtud que si hubieran profesado en una orden
religiosa».
Sin duda, estamos en el corazón de la vocación y esto vale, positis ponendis, para los
Sacerdotes de la Misión. El término «profesión» se emplea aquí con todas sus resonancias
espirituales. Si otros viven la plenitud de su bautismo a través de su consagración (o «profesión»)
religiosa, para san Vicente y sus discípulos, hay una llamada a vivir radicalmente la unión íntima y
recíproca del don total y del servicio (o de la misión). Claramente, se ve aquí el primado absoluto
del amor a Dios vivido en este servicio o en esta misión.
Si este estatuto equivale a «secularidad», lo es precisamente en este sentido. Para los
Sacerdotes de la Misión, se da también el hecho de no ser del clero diocesano. Pero, para ellos,
como para las Hijas de la Caridad, está específicamente la vocación a vivir las rudas exigencias del
don total en el seno del servicio misionero como tal y a vivir este servicio misionero como pura
transparencia del don total.
Este primado de la Misión o del Servicio no se comprende, en efecto, más que si se le ve
como un ir al encuentro de Jesucristo, o dicho de otra manera, la presencia y la acción de su Espíritu
en el corazón y en la vida de los hombres, de los pobres. La conformidad, tan perfecta como sea
posible, con la voluntad de Dios se expresa en él esencialmente por medio de la Caridad que va al
encuentro de las necesidades de estos hombres y de estos pobres. Es lo que escribe san Vicente a
sor Ana Hardemont: «Hermana, qué consolada se sentirá usted en la hora de la muerte por haber
consumido su vida por el mismo motivo por el que nuestro Señor dio la suya! ¡Por la caridad, por
Dios, por los pobres!… ¿Y qué mayor acto de amor se puede hacer que entregarse a sí mismo por
completo, de estado y de oficio, por la salvación y el alivio de los afligidos? En eso, está toda
nuestra perfección» (VII, 326).
BIBLIOGRAFÍA
El Dictionnaire de la vie spirituelle, Cerf, Paris, 1983, en las voces Conseils évangeliques,
Vie consacrée, Voeux ofrece una bibliografía interesante, especialmente en las referencias a los
textos eclesiásticos y pontificios; igualmente, Diccionario teológico de la vida consagrada, Publ.
Claretianas, Madrid 1989; J. Bonfils, Les Societés de Vie Apostolique, Cerf, Paris 1990.
Circulaires des Supérieurs généraux et des Supérieures genérales, particularmente las
enviadas con ocasión de la renovación anual.– Ecos de la Compañía, revista mensual en la que cada
año se publican las conferencias de renovación tenidas en la Casa Madre.– Instrucción sobre los
votos de las Hijas de la Caridad, Madrid 1990.– VV., Reflexiones sobre la identidad de las Hijas
de la Caridad, CEME, Salamanca 1980.– VV., Identidad de las Hijas de la Caridad en las Const. y
Est. de 1983, CEME, Salamanca 1984.– CPAG-1980, La C.M.: sus votos y el vínculo entre
miembros y comunidad, en Anales 85 (1977) 351-380.