Está en la página 1de 2

El pequeño zorzal

(María Coeymans)

Mamá zorzal y sus tres hijos, nacidos en una asoleada primavera, vivían en un
crespón joven. Aún no florecía, pero sus ramas permitían sostener el pequeño nido.
Llegado el tiempo mamá zorzal quiso enseñar a volar a sus zorzalitos. Al comienzo,
de una rama a otra más cercana. Luego, a una más distante. Los pequeños aleteaban con
trinos de contento. Uno de ellos, un día, voló más de la cuenta y, ayudado por una corriente
de aire, fue a dar a la carbonera de una vieja casa de campo. Al llegar ahí empezó a
asfixiarse por el polvillo que desprendía el carbón en contacto con sus plumas. Como se
sentía muy mal, agitaba sus alas, aumentando así el polvillo.
En medio de tanto aleteo, por fin salió de allí, convertido en un pajarillo todo negro:
pecho, pico, alas, cola y patitas.
Voló presuroso a su hogar. Sus hermanos, al verle acercarse, dieron de alarma. No
le reconocieron, y con sus cuerpos hicieron una barrera para impedir su entrada al nido.
–Soy yo, su hermano –les dijo el negro zorzal.
–Tú eres un cuervo y te haces pasar por nuestro hermano –replicaron ellos, sin darle
paso.
El pobrecito zorzal bajó sus alas y se quedó en una rama cercana, pensando. Pasó un
rato. Hizo un nuevo intento.
–Soy yo, su hermano –repitió– ¡Escúchenme! –y cantó su más lindo tui-tui.
–Tú eres cuervo y te haces pasar por nuestro hermano –repitieron ellos, sin darle
paso.
–Tuit-tuit-tuit-tuit –trinó el zorzalito, esperanzado en un reconocimiento. Pero este
no llegó.
Decidió entonces alejarse del nido, sin entender por qué lo rechazaban sus
hermanos, y caminó de regreso a la casa en cuya carbonera había ennegrecido.
Al asomarse por una ventana, la vieja ama de casa lo correteó con una escoba
gritando:
–¡Cuervos aquí no! ¡Fuera!
El pequeño pio fuerte, esperando que reconociese su canto de zorzal, pero ella gritó
nuevamente: –¡Fuera! ¡Fuera!
Arrancó agitando sus alas con vigor, sin ver por dónde volaba. En su intento chocó
contra el vidrio de una ventana y, al verse reflejado en él, pio más fuerte aún: había un
cuervo negro, negro. Tiritando, se alejó de ese lugar. En su aflicción comenzó a llamar:
–¡Mamá! ¡Mamá!
No obtuvo respuesta.
Su vuelo sin rumbo le llevó a orillas de una laguna. Nadaban varias aves, quienes al
verlo gritaron, persiguiéndolo:
–¡Cuervos aquí no! ¡Fuera!
Quiso volar de nuevo y no pudo, sus alas no respondían ya. Corrió lo más rápido
que pudo. De cuando en cuando, daba un salto. Finalmente, cayó, casi muerto de cansancio,
sobre un pasto verde. Y allí estuvo largo rato, sin saber qué hacer. Solo, con susto y
sensación de abandono.
Mamá zorzal extrañada por la demora de su zorzalito preguntó a los otros hijos por
él.
–No lo hemos visto mamá –solo vino un cuervo chico y no lo dejamos entrar.
Salió ella entonces a buscarlo. Los insectos, las aves de la laguna y el ama de casa
respondieron lo mismo:
–Solo hemos visto un cuervo chico.
Inquieta, sobrevoló la laguna y el pasto que la rodeaba.
Desde lo alto se veía un pequeño pájaro cuya forma le pareció conocida. Se acercó
un poco y vio a un cuervo chico en la hierba.
–¿Qué le has hecho a mi hijo? ¡Responde! ¿Qué le has hecho? No lo encuentro por
ninguna parte –gritó mientras se acercaba un poco más.
El zorzalito al verla intentó incorporarse y quiso llamar “mamá”.
–¡Ni mi madre me reconoce! Sollozó. –estoy perdido. Mientras caían sus lágrimas
arrastrando consigo el carbón de su pecho.
Mamá zorzal llegó frente a él y al ver este pecho claro, sintió que su corazón se
detenía.
El pequeño zorzal quiso huir, pero no pudo, no tenía fuerzas. Solo atinó a dar un
trino:
–Tuit-tuit.
Al oírlo, mamá zorzal se acercó y lo estrechó con sus alas, mientras lágrimas de
emoción caían sobre las plumas de su hijo, aclarándolas más y más.

También podría gustarte