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Gustavo Geirola
José Hernández (1824-1886), con su Martín Fierro (1872 y 1879), es sin duda el autor
emblemático de la identidad argentina. Críticos y ensayistas culturales no han podido
resistirse a construir a su alrededor una serie de valores supuestamente nacionales y
espirituales sobre lo que significa ser argentino. Al mismo tiempo, han establecido el
carácter canónico de un género conocido como la gauchesca. 1 El tema del gaucho ha
pasado por varias etapas de transformación, aunque no todas las obras de la época se
consideran parte del género gauchesco: de Hilario Ascasubi (1807-1875) a Bartolome
Hidalgo (1788-1822) y los cielitos (una forma de poesía lírica) y diálogos (una forma de
poesía dramática) escritos durante la lucha por la independencia, hasta Martín Fierro,
incluyendo El matadero (ca. 1839) de Esteban Echeverría (1805-51) y Facundo (1868)
de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888); la serie textual de Eduardo Gutiérrez
(1851-1889), Juan Moreira (1879-80), e incluso las elaboraciones modernistas que
comienzan con la mitificación nacionalista de La guerra gaucha (1905) de Leopoldo
Lugones (1871-1938), culminada en Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes
(1886-1927), así como los duelos gauchescos en los cuentos de Jorge Luis Borges
(1899-1986). Lo anteriormnte mencionado no pretende caracterizar una homogeneidad
de textos. Todo lo contrario: cada obra tiene su propio ritmo en un proceso continuo de
transformación. Además, en la propia obra de Hernández se puede discernir no solo la
emblematización política del gaucho, transformado en símbolo de afirmación nacional y
machismo, sino también las controversias socioeconómicas que dividen las ideologías
de las diversas ecuaciones binarias del desarrollo histórico argentino: campo / ciudad,
barbarie / civilización, interior / Buenos Aires, nativo / inmigrante. Las dos partes en las
que está dividido Martín Fierro, “El Gaucho Martín Fierro”, publicada en 1872, y “La
vuelta de Martín Fierro”, publicada en 1879, permiten la visualización de estas
dicotomías dentro del mismo texto (Viñas).
En cuanto a ser un poema épico, los críticos han intentado encontrar en el texto todos
los índices de la cultura literaria hernandiana y sus raíces greco-latinas (Lugones,
Unamuno), al tiempo que señalan aquellos aspectos derivados de la propia experiencia
del autor y el conocimiento de un sector de la población perseguido por las fuerzas del
orden y explotado por la oligarquía emergente. Sin embargo, la visión del gaucho en la
primera parte, con su rebelión, su crítica social de las instituciones y agentes
hegemónicos y su idealización del indio, se convierte, en la segunda parte, en
resignación y conformidad con un orden establecido en oposición a la Utopía indígena.
1
*Publicado en Bodies and biases: sexualities in Hispanic cultures and literatures. David William Foster
and Roberto Reis, editors. Minneapolis/London: University of Minnesota Press, 1996.
El libro de Josefina Ludmer, El géneo gauchesco. Un tratado sobre la patria, cubre todas las vicisitudes
de la gestación y transformación del género.
1
A pesar de la polémica que muchos de estos aspectos han desatado tanto dentro como
fuera de los círculos académicos, y de la utilización literaria e incluso panfletaria del
tema gaucho, así como diversos aspectos del poema recogidos en películas, cómics y
otras manifestaciones de la cultura popular de masas, no existe un estudio ideológico
global ni parcial del texto de Hernández basado en premisas no canónicas o en
proposiciones originales sobre la cultura argentina.2
Los fenómenos homosociales bien podrían mencionarse aquí, incluyendo las
problemáticas inherentes asociadas con ellos (el caso del tango, por ejemplo),
especialmente cuando ocultan una dimensión homoerótica que, en cierto sentido, podría
funcionar como una matriz semántica capaz de inspirar una serie de lecturas cuya fuerza
implicaría un nuevo horizonte de consideraciones culturales (Sedgwick). Borges
establece una sutil complicidad entre los personajes y la cultura de la que surgen o que
representan emblemáticamente:
Martín Fierro, el individuo Martín Fierro, [es el] que conocemos íntimamente como acaso no
nos conozcamos a nosotros mismos. (30)
No acabamos de saber quién es Hamlet o quién es Martín Fierro, pero tampoco nos ha sido
otorgado saber quienes somos o quien es la persona que más queremos. (75, énfasis mío)
De hecho Borges -que rechaza las cualidades épicas del poema (35)- enfatiza en su
estudio, con su habitual estilo paradójico, lo que en términos psicoanalíticos se
denomina “identificación” (Masotta),3 dejando la puerta abierta a todo tipo de
conjeturas sobre la identidad. Sin embargo, sigue a Lugones cuando éste afirma que el
gaucho ignora las complicaciones apasionadas de las labores del amor (54). De manera
similar, sostiene categóricamente, con cierto candor humorístico, que Martín Fierro -en
contraste con otras obras naturalistas- prescinde del “escándalo del sexo” porque “la
vida erótica de los gauchos era rudimentaria” (68).
En Muerte y transfiguración de Martín Fierro (1948), Ezequiel Martínez Estrada
escribe “una interpretación de la vida argentina” comenzando con la obra de Hernández,
2
La antología preparada por Francisco Herrero parece examinar esos aspectos relacionados con el
erotismo en la cultura nacional. Así, en el prólogo, al hablar de El matadero, el autor pregunta: “¿Dónde
encontrar una confluencia del lado oscura del erotismo, la castración no metafórica, lo prohibido, la
transgresión, la ordalía, la violación y la muete como en el relato de Echeverría?”. Esta promisoria
pregunta rápidamente se disuelve cuando el autor establece que su antología solo incluirá textos que
reflejen el impacto del último periodo de posguerra y la “distensión” producida por “la revolución de los
sesentas” (11). Si se espera que el tema sea tratado en un nuevo volumen, la esperanza de una relectura de
los clásicos queda frustrada cuando Herrera afirma que “nuestra literatura decimonónica carece de
irrupciones eróticas dignas de mención, y no es muy diferente de lo que ocurre en las primeras décadas de
este siglo. Nada en la extensa saga de lo gauchesco, ni en el naturalismo expurgado de Martel o
Cambaceres, ni en la picaresca costumbrista de Fray Mocho o Payró, ni en el prolongado canto de cisne
del modernismo” (énfasis mío). Si se piensa en Sin rumbo (1885) de Eugenio Cambaceres o Los
invertidos (1914) de José González Castillo (Foster 23-32), lo mínimo que uno puede notar es la injusticia
de Herrera para con un conjunto de textos, especialmente si se está apoyando en Bataille o Lacan, como
asegura.
3
La bibliografía freudo-lacaniana respecto de este tópico es muy extensa. Si nos referimos a Massota es
porque, entre otras cosas, él hace de la identificación un concepto clave en su texto.
2
y afirma, al igual que Borges, que “Martín Fierro es una imagen cierta del mundo que
habitamos pero que no conocemos” (2.382); esta postulación del texto como críptico
conduce al núcleo fundamental en el que entran en juego el ser y la identidad
argentinos. Este fondo incognoscible, este objeto abyecto, no parece postularse en
términos eróticos para el autor:
El tema erótico está abolido, y aunque por ello mismo el Poema acuse en tono de limpieza
moral y de severa censura a lo sexual, las figuras pierden su cohesión natural al privárselas
de ese sentimiento natural de adhesión. (2.378)
Para Martínez Estrada, el episodio de Cruz es algo que parece disminuir el valor de la
lógica confortable del poema. Es un elemento extraño e inasumible que elimina la figura
putativamente simbólica del protagonista e impide la intención primaria de la obra de
proporcionar, de alguna manera, la individualización personal del gaucho (ya sea en
opinión del público o de los críticos, o en la misma fascinación que generó el
personaje):
Uno tiene la tentación inmediata de pensar en “lo imposible” en términos lacanianos (lo
real es lo imposible), al menos para comenzar a desentrañar el enigma que Martínez
Estrada denomina “Otra fuerza” (2.349).
Además del hecho de que, como señala David William Foster con respecto a la
literatura gay, siempre hay “varias hipótesis contemporáneas sobre la sexualidad” en
3
juego aquí (Foster 2), la negación del erotismo en el poema parece ser imputable a una
cierta resistencia crítica a, o una cierta negación de la cultura argentina. Es como si el
sentimiento nacional, o aquello que lo representa, héroes epónimos o emblemas
literarios, no pudieran expresar el erotismo excepto como una desgracia social o una
idealización abstracta (Bergman). Esta negación es aún más pronunciada cuando el
reconocimiento del erotismo está ligado a sus formas perversas o presuntamente
desviadas, que si en un momento pueden cuestionar la hipocresía de cualquier
pretensión de decencia, en otro nivel -más interesante y peligroso- remiten a una
posición teórica de implicaciones ético-políticas (“política libidinal”, en palabras de
Silverman) y, por lo tanto, revelan la conjunción de poder y deseo con sus avatares
microfísicos (Foucault).
Ludmer, en su estudio sobre el género gauchesco, ha señalado un proceso frecuente
involucrado en admitir la presencia de la diferencia y la extranjería, específicamente la
inmigración, en la percepción del gaucho protagonista. El italiano o el español (casi
siempre “napolitano” o “gallego” en la cultura argentina) se presenta por medio de un
proceso de “mujerización”4 ”: un cobarde, incapaz de luchar con un cuchillo, que nunca
asume un acto heroico; atado a su trabajo y deberes domésticos, el inmigrante siempre
está del lado de los fuertes y colabora con las fuerzas de la opresión:
4
que nada se le entendía.
¡Quién sabe de ánde sería!
Tal vez no juera cristiano,
pues lo único que decía
es que era pa-po-litano.
(1.847-52)
6
Inca-la-perra es un juego de palabras con “Inglaterra”.
5
La paradoja fundamental del poema, en este sentido, viene dada por el hecho de que la
elección de objeto homoerótico, como instancia del narcisismo, tiene como origen la
agresividad derivada de este mismo constructo especular: discriminación sexual,
machismo, racismo y xenofobia tienen como hecho y como causa no la diferencia del
Otro, sino su mismidad, su similitud. Esto explica por qué la identificación con el Otro
se produce como una analogía y un exceso: las historias de Fierro y de Cruz por un lado,
los desafíos de los Negros y los Indios por el otro. Si, en el primer caso, como
constructo en primera persona, Cruz y Fierro permiten una “historia de amor”, es
porque, habiendo sido iniciado el desafío, ambos renuncian a la intervención del Estado,
es decir, a la universalidad de la ley. El autoexilio en la frontera abierta se convierte en
un requisito de la historia para salvaguardar el narcisismo, o viceversa; en cualquier
caso, la frontera aquí marca un límite de apropiaciones y un horizonte idealizado como
“ilegal”. En el segundo aspecto, el desafío que lleva a la lucha, siempre mediado por
mujeres, articulado por la mirada, seducido por la imagen estatuaria del otro, permite
que la agresión se desate hacia lo que también es similar: lo que está más allá de la ley,
que mostraría el emblema ilusorio de la falta de castración.
Lo mismo ocurre más adelante cuando la semántica de la prisión adquiere atributos
infernales (“es un infierno temido” [2.1872]), debido al hecho que el gaucho se mujeriza
por la presencia de una autoridad a la que debe someterse. La dimensión masculina está
definida por la libertad y la fuerza bruta, y, en este entorno, como hemos dicho, solo la
Muerte, como Amo Absoluto, puede “mujerizar” al gaucho. Si “yo soy toro en mi
rodeo” (1.62), es porque “para mí el campo son flores / dende que libre me veo” (1.991-
92), lo que contrasta con las palabras del hijo mayor de Fierro, para quien “en esa cárcel
no hay toros / allí todos son corderos” (2.1851). Lo masculino forma un paradigma con
la fuerza animal del progenitor, los espacios abiertos y la libertad, mientras que lo
femenino se configura como descendencia animal, espacio cerrado y sumisión.
El inmigrante es solo una de las muchas formas de configurar al Otro. También están las
dimensiones racial (el hombre negro), político (el indio), sexual (mujer) y de clase (la
autoridad y la chusma urbana). Muchas veces estas dimensiones se intersectan,
propiciando significados de consistencia diversa. El gaucho solo permite un nivel de
similitud en el código de su relación con el Otro: el otro gaucho. Es en este contexto que
aparece el tema de la amistad, un tema señalado por los críticos (y vislumbrado en La
Ilíada de Homero) que aún no se ha explorado hasta sus últimas consecuencias. 7
Reconocer al Otro bajo la condición de igualdad implica no solo una dimensión
narcisista en el orden de la identificación, sino también presentar la posibilidad de la
elección de un objeto erótico bajo una restricción discriminatoria.
El erotismo no necesariamente se reduce al nivel de los personajes, sino que, más bien,
cuando se examina de cerca, resulta ser lo que motiva y funciona como origen de la
historia. “Al comienzo era el Amor" podría ser un comienzo imaginario para la historia
7
En este sentido, Martínez Estrada se refiere a esta dimensión como “un problema de difícil diagnóstico”
y, agrega, “descontada la hipérbole con que el Autor magnifica ese estado de tristeza, no habitual en su
modo de describir ninguna pasión, el problema de cómo circunstancias naturales y bien conocidas
pudieron ligar a dos seres desdichados en tan fuerte lazo queda como incógnita” (1.85).
6
de Hernández. De hecho, el poema presenta la idealización del pasado, cuando el
gaucho era capaz de vivir en armonía con la tierra, su esposa y sus hijos, sin la
necesidad de una regulación legal:
Este paraíso “infantil” se rompe con la presencia del Otro, el representante del orden,
que instala una limitación en el espacio inicialmente infinito y expansivo del Amor:
Debemos revisar el texto completo para poder acceder a este nuevo infinito ahora
subordinado a la universalidad de la Ley y protegido en el orden de la alianza. El
consejo de Martín Fierro es, sin lugar a dudas, la prueba de que se ha alcanzado el
Superyó y con ello, sin duda, una nueva protección para el narcisismo:8
8
Si aceptamos la versión de Martínez Estrada de Cruz como traidor y como el destructor de Martín Fierro
(1.75-82), entonces podemos llegar a la conclusión, a través del Seminario XX de Lacan, de que el
“secreto” del verso 4786 habilita una interpretación específica: el otro aspecto del Superyó, en la medida
en que es obsceno -es decir, ligado al goce, y a través de este, al “pacto”- resulta ser lo que favorece más
la emergencia del terrorismo que de la transgresión.
7
en la segunda parte no es una adición caprichosa al poema. No es necesario que haya
tantos niños: dos serían suficientes. Lo que está en cuestión aquí es el proceso por el
cual, una vez que Cruz está muerto y la “ley de la jungla” ha sido aceptada (el cuerpo
destruido del hijo pequeño de la mujer cautiva y el cuerpo del indio finalmente colgado;
el cuerpo fragmentado rompe aquí con la idealización del desierto como más allá de la
ley), el retorno implica la primera etapa en la internalización de la paternidad. Por esta
razón, regresar es asumir la particularidad de la paternidad y la universalidad de la Ley,
y para esto es suficiente que sus dos hijos sean reconocidos. Sin embargo, el repudio de
los lazos legales queda muy claro en el poema: la alianza entre Fierro, sus hijos y el hijo
de Cruz es, de alguna manera, privada y clandestina, un pacto de silencio sobre los
horrores del pasado y el ocultamiento de la identidad. Se trata de la solución “nacional"”
que el poema tiende a ofrecer. El famoso consejo de Martín Fierro a sus propios hijos y
al de Cruz constituye un conjunto de reglas elementales para vivir a través de esta
fraternidad de marginados. Tales reglas toman la forma de “palabras de sabiduría”
adquiridas a través de una brutal experiencia histórica para dar paso a un orden moral
masculino pequeñoburgués, que garantiza la unión entre hombres que han sido
mujerizados por la Ley y protegidos de la castración en virtud de ilusiones machistas,
racistas y xenófobas. Todo el orden teológico de honor, de amor entre hermanos, de
sumisión, pacifismo y renunciación, sin duda debe tener desarrollos posteriores en las
supuestas ideologías contestatarias de los sectores subalternos.
Y las crisis de esos pactos homosociales deben tener su causa en una operante que
siempre se articula como la Otredad fundamental que convenientemente designamos
como “Mujer”. Es la ubicuidad de la mujer lo que amenaza la universalidad de la Ley:
si en el poema las mujeres son intercambiadas por los hombres como catalizadores
necesarios para los desafíos eróticos masculinos, si se deslizan a través de los
requisitos/resquicios de la Ley, entonces, como una estrofa parece insinuar (2.4757-62;
183), resulta que a las mujeres se les permite ver la dimensión de la Mujer como un
peligro absoluto.
Está más allá del alcance de este artículo subrayar el carácter subalterno de las mujeres
o contar su presencia efímera en el poema, que es exactamente lo que hace Martínez
Estrada. Lo que interesa aquí es, por el contrario, ver la inscripción innegable de la
Mujer, como una marca de su diferencia indiscutible en la transformación escrita
operante en el poema. En cualquier caso, como el inmigrante, la mujer ocupa el lugar de
intermediaria con el objetivo de favorecer todo tipo de relaciones posibles (amor / odio)
entre los hombres. Cada vez que una mujer aparece en el texto, es para permitir la
circulación de los hombres, desviando lo sexual por medio del erotismo (muy diferente
en comparación con lo que ocurrirá más tarde en el texto El fiord [1964] de Osvaldo
Lamborghini [1940-85], donde el erotismo está completamente anulado, con el
homoerotismo canalizado directamente hacia la homosexualidad u omnisexualidad): la
mujer negra (parte 1, canto 7) es responsable del duelo con el hombre negro, que desafía
la diferencia racial y mujeriza al otro, transformando su naturaleza animal (en el nivel
instintivo) de toro (1.1193; 34) en una “tigra parida” (1.1222). En el episodio del
fanfarrón (parte 1, canto 8) la lucha tiene su origen en la irritación derivada de la
8
referencia “cuñao / hermana” (1.1289-94), que resalta la circulación de las mujeres y “la
elasticidad del parentesco” (Martínez Estrada [2.357]).
La cautiva permite la transición de la muerte de Cruz a la venganza contra el indio: este
es el episodio más interesante para los propósitos de la discusión del homoerotismo que
estamos emprendiendo aquí. La cinética de este duelo puede leerse en un orden de
fascinación (“me miraba y lo miraba” [2.1156]), el amor masculino presentado como
una alternativa de vida o muerte, pasivo / activo, arriba / abajo, insertador / insertado.
Estos juegos morales con el Otro no pueden terminar de otra manera que no sea letal,
porque el duelo permite la identificación, y, al mismo tiempo, como ya hemos
mencionado, en cada agresión, el componente racial se pierde. Solo la relación Martín
Fierro-Cruz puede concluir el duelo con una resolución sublimada en la amistad (un
juego sutil de espejos),9 capaz de permitir una unión, un vuelo y la constitución del
“nido” familiar homoerótico más allá de la frontera, más allá de la ley. Esta es la
restauración evocadora de la “edad de oro" de la felicidad antigua:
Fabricaremos un toldo,
como lo hacen tantos otros,
con sus cueros de potro,
que sea sala y sea cocina.
¡Tal vez no falte una china
que se apiade de nosotros! (1.2233-44)
Martínez Estrada, aun cuando subraya la misoginia de Cruz (1.77; 5), parecería pasar
por alto lo que demuestran sus propios argumentos. Lo sexual no solo se da, como
Ludmer atestiguaría, por la referencia específica de ciertos términos, sino también por lo
9
Cruz, remplazado por el Comandante e incapaz de vengar la afrenta (I, vs. 1777-800), cruza/atraviesa
[crosses] su castración con la valentía de Fierro ante el grupo de militares. El ideal de Yo y el Yo ideal,
tanto de Fierro como de Cruz, tejen una red que sostiene todo el “enigma” del personaje, del doble y del
encuentro. Martínez Estrada lo afirma sin dudar: “Las vidas de Martín Fierro y de Cruz son
complementarias: fundiéndolas se obtiene una sola biografía” (I, 82).
9
que se establece sintagmáticamente en el campo semántico sin la necesidad de alusión
directa. Al referirse a las mujeres, Martínez Estrada señala que “más bien que como
personas dramáticas actúan como instrumentos de las fuerzas del destino, y solo se
hacen sensibles porque faltan”. Y agrega: “Una de las formas cariñosas de nombrarlas,
‘pilcha’, las equipara a una prenda de vestir o del apero, y más a la cobija de dormir,
con lo que la metonimia cobra cabal sentido” (2.371, énfasis mío).
Unas páginas antes, Martínez Estrada cita la estrofa en la que, si se acepta como válida
la referencia a las cubijas para designar a la mujer, entonces la relación Fierro-Cruz se
presenta no solo como una vida familiar, sino también como un intercambio de roles de
marido / esposa:
Guarecidos en el toldo
charlaábamos mano a mano;
éramos dos veteranos
mansos pa las sabandijas,
arrumbaos como cubijas
cuando calienta el verano. (2.433-38)
10
Martín Fierro de sus hijos y Cruz, en forma de cruz, a los cuatro vientos), el pacto en
torno a un secreto, el ataque a la ideología de los débiles y el repudio de la identidad
mediante el cambio de los nombres.
La crítica literaria puede, si así lo decide, atribuir estas matrices a la humanidad del
héroe o a la conexión que el poema tiene con ciertos parámetros románticos. Sin
embargo, desde la violación del joven unitario por Matasiete, el robusto capitán de El
matadero, hasta las historias de Borges y la mujerización del disidente a través de la
tortura como un guion bárbaro de las dictaduras militares recientes, la evaluación
sociopolítica y los derivados culturales de estas matrices homoeróticas exigen un
desarrollo más detallado, al menos si uno va a seguir preservando a Martín Fierro como
el paradigma mediante el cual, en homenaje al nacimiento de Hernández (el 10 de
noviembre), Argentina celebra el día de la tradición nacional.
Obras citadas
11
Indios, ejército y frontera. México: Siglo XXI, 1982,159-64.
12