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Síndrome de Estocolmo

El síndrome de Estocolmo es una


reacción psicológica en la que la víctima de
un secuestro o retención en contra de su voluntad
desarrolla una relación de complicidad y un
fuerte vínculo afectivo con su captor.
Principalmente se debe a que malinterpretan la
ausencia de violencia como un acto de
humanidad por parte del agresor. Según datos de
la Federal Bureau of Investigation (FBI), alrededor
del 27 % de las víctimas de 4700 secuestros y
asedios recogidos en su base de datos
experimentan esta reacción. Las víctimas que
experimentan el síndrome muestran regularmente
dos tipos de reacción ante la situación: por una
parte, tienen sentimientos positivos hacia sus
secuestradores; mientras que, por otra parte,
muestran miedo e ira contra las autoridades
policiales o quienes se encuentren en contra de
sus captores. A la vez, los propios secuestradores
muestran sentimientos positivos hacia los
rehenes.
Cabe destacar que el síndrome de Estocolmo no
está reconocido por los dos manuales más
importantes de psiquiatría: el Manual diagnóstico
y estadístico de los trastornos mentales y
la Clasificación internacional de enfermedades.
Por lo que este síndrome caería en la categoría
de efecto postraumático.
Causas
En la bibliografía sobre el tema, se mencionan
varias posibles causas para tal comportamiento:
 Tanto el rehén o la víctima como el autor del
delito persiguen la meta de salir ilesos del
incidente, por ello cooperan.
 Los rehenes tratan de protegerse en un
contexto de situaciones que les resultan
incontrolables, por lo que tratan de cumplir los
deseos de sus captores.
 Los delincuentes se presentan como
benefactores ante los rehenes para evitar una
escalada de los hechos. De aquí puede nacer
una relación emocional de las víctimas por
agradecimiento con los autores del delito.
 Con base en la historia de desarrollo
personal, puede verse el acercamiento de las
víctimas con los delincuentes como una
reacción desarrollada durante la infancia. Un
infante que percibe el enojo de su progenitor,
sufre por ello y trata de «comportarse bien»,
para evitar la situación. Este reflejo se puede
volver a activar en una situación extrema.
 La pérdida total del control que sufre el rehén
durante un secuestro es difícil de asimilar. Se
hace más soportable para la víctima
convenciéndose a sí misma de que tiene algún
sentido, y puede llevarla a identificarse con los
motivos del autor del delito.
 Este comportamiento surge debido a la
presión psicológica que tiene el rehén al
saberse aislado, abandonado, amenazado y
quizás olvidado por la policía.

Historia
Patricia Hearst durante el atraco protagonizado por
el SLA en el Banco Hibernia.
El 23 de agosto de 1973, Jan Erik Olsson intentó
asaltar un Banco de Crédito
de Estocolmo, Suecia. Tras verse acorralado
tomó de rehenes a cuatro empleados del banco,
tres mujeres y un hombre. Entre sus exigencias
estaba que le trajeran a Clark Olofsson, un
criminal que en ese momento cumplía una
condena. A pesar de las amenazas contra su
vida, incluso cuando fueron obligados a ponerse
de pie con sogas alrededor de sus cuellos, los
rehenes terminaron protegiendo al raptor para
evitar que fueran atacados por la Policía de
Estocolmo. Durante su cautiverio, una de las
rehenes afirmó: «No me asusta Clark ni su
compañero; me asusta la policía». Y tras su
liberación, Kristin Enmark, otra de las rehenes,
declaró: «Confío plenamente en él, viajaría por
todo el mundo con él». El psiquiatra Nils Bejerot,
asesor de la policía sueca durante el asalto,
acuñó el término de «síndrome de Estocolmo»
para referirse a la reacción de los rehenes ante su
cautiverio.
Un año después, en febrero de 1974, Patricia
Hearst, nieta del magnate William Randolph
Hearst, fue secuestrada por el Ejército Simbionés
de Liberación. Dos meses después de su
liberación, ella se unió a sus captores,
ayudándolos a realizar el asalto a un banco. Este
caso le dio popularidad al término de «síndrome
de Estocolmo», al intentar ser usado por su
defensa durante el juicio, pero no fue aceptado
por el tribunal y Hearst fue condenada por el
atraco.
En 1904, el escritor catalán Marian
Vayreda (1853-1903) describió en su novela La
punyalada este efecto psicológico.

Situaciones
De acuerdo con el psiquiatra y catedrático de
Medicina Social Nils Bejerot, asesor de la Policía
sueca durante el secuestro, el síndrome de
Estocolmo es más común en personas que han
sido víctimas de algún tipo de abuso, tal es el
caso de:
 Rehenes
 Víctimas de violencia intrafamiliar
 Miembros de una secta
 Víctimas de abuso sexual reiterado
 Prisioneros de guerra
 Prisioneros de campos de concentración
 Víctimas de violencia en la pareja

Otros usos
Fuera del contexto criminal, una forma de que el
síndrome puede ocurrir es en el entrenamiento
militar básico, el cual es una experiencia
ligeramente traumática, con la meta de crear
vínculos en las unidades militares, que seguirán
siendo leales entre sí, aun en situaciones de
peligro de muerte
Igualmente, los efectos del sistema de las
«novatadas» en la introducción a grupos (tales
como fraternidades, secretas o no,
las bandas y hermandades) se han comparado a
este síndrome. En la antropología cultural un
síntoma similar común es la captura de la novia.
La lealtad a un abusador más poderoso, a pesar
del peligro en que esta lealtad pone a la víctima
de abuso, es común entre víctimas de abuso
doméstico, los maltratados y el abusador de niños
(infantes dependientes). En muchos casos las
víctimas eligen seguir siendo leales a su
abusador, y eligen no dejarlo, incluso cuando se
les ofrece un lugar seguro en hogares adoptivos o
casas de acogida. Este síndrome fue descrito por
los psicoanalistas de la escuela de la teoría de las
relaciones objetales como el fenómeno de la
identificación psicológica con el abusador
poderosa.

Síndrome de Estocolmo
doméstico
El síndrome de Estocolmo doméstico (SIES-d),
también llamado «síndrome de la mujer u hombre
maltratado», se da en personas maltratadas por
sus parejas sentimentales con las que mantienen
un vínculo de carácter afectivo.
El SIES-d plantea que la persona víctima del
maltrato por parte de su pareja llega a adaptarse
a esa situación aversiva que se da,
incrementando la habilidad para afrontar
estímulos adversos y la habilidad de minimizar el
dolor. Estas personas suelen presentar
distorsiones cognitivas como son la disociación, la
negación o la minimización. Esto les permite
soportar las situaciones e incidentes de violencia
que se ejerce sobre ellas/os.

Origen de la denominación

Su denominación está vinculada con el


síndrome de Estocolmo, que fue definido a partir
de un concreto incidente en el que tras un atraco
a un banco de Estocolmo, «una cajera se
enamora de uno de los atracadores. Sandor
Ferenczi (1873-1933) llamó a este mecanismo de
defensa identificación con el agresor, vínculo que
se crea cuando una persona se encuentra
impotente frente a su agresor en una situación
donde su vida corre peligro». Se trata de un
mecanismo de supervivencia que se crea en la
mujer víctima de maltrato para convivir con la
repetida violencia que su pareja ejerce sobre ella.
Se denominó así a este proceso que se da en la
mente de la víctima. Por ello también se le ha
llamado síndrome de Estocolmo doméstico al
proceso mental que sufre una mujer víctima de
maltrato por parte de su pareja sentimental.
Fue formulado por Leonare Walker en Estados
Unidos en 1979, quien lo usó para describir las
secuelas psicológicas que se daban en las
mujeres víctimas de violencia de género.7 El
origen de la formulación de este síndrome estaría
fundamentado en la teoría de la indefensión
aprendida.
Dicha teoría toma como fundamento
experimentos realizados por Martin Seligman, los
cuales tuvieron incluso repercusión para el
análisis de la depresión en los seres humanos. El
autor partió del estudio de perros que fueron
sometidos a choques eléctricos intermitentes.
Estos choques se daban de forma discontinua y al
azar cuando los perros se aproximaban a buscar
sus alimentos; este procedimiento les produjo una
conducta, la cual les hacía arrinconarse en una
esquina de su jaula a la que denominaremos
«esquina segura». Permanecían en esa esquina
segura hasta que decidían volver nuevamente a
la búsqueda de los alimentos y a veces recibían
choques y otras no. Como resultado de este
proceso se crearon sentimientos de incertidumbre
al mismo tiempo que los perros se volvían más
dependientes del propio experimentador. A razón
de estos resultados se estableció un paralelismo
entre la conducta aprendida desarrollada por
estos perros y la conducta de la mujer maltratada.
También se han dado algunas posiciones críticas
que defendían que la incertidumbre asociada a la
violencia repetida e intermitente es un proceso
clave en el desarrollo del vínculo, pero que sin
embargo de ninguna manera puede ser el único.
Ubicación como trastorno
disociativo no especificado

El síndrome que nos ocupa no ha sido


caracterizado como entidad diagnóstica en la
última edición de 1995 del Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales (DSM IV),
pero sí se lo reconoce como fenómeno
psicopatológico de plataforma traumática: «En el
que se induce al agredido a un modelo mental, de
naturaleza cognitiva y anclaje contextual»
(Montero Gómez, 1999). Montero ha introducido
este síndrome dentro de la clasificación de
«Trastornos disociativo no especificado» del
manual DSM IV.
El autor ha descrito el SIES-d como «un vínculo
interpersonal de protección, construido entre la
mujer y su agresor, en el marco de un ambiente
traumático y de restricción estimular, a través de
la inducción en la mujer de un modelo mental (red
intersituacional de esquemas mentales y
creencias). La mujer sometida a maltrato
desarrollaría el Síndrome de Estocolmo para
proteger su propia integridad psicológica y
recuperar la homeostasis fisiológica y
conductual». (Montero Gómez, 1999).
Según Dutton y Painter (1981), el síndrome de
Estocolmo entendido en el ámbito domiciliar surge
de una forma determinada. Estos autores han
descrito un escenario en el que dos factores, el
desequilibrio de poder, por un lado, y la
suspensión en el tratamiento bueno-malo, por el
otro, generan en la mujer maltratada el desarrollo
de un lazo traumático que la une con el agresor a
través de conductas de docilidad, donde el abuso
crea y mantiene en la pareja una dinámica de
dependencia debido a su efecto asimétrico sobre
el equilibrio de castigos. Este sentimiento de
dependencia camina hacia la identificación con el
agresor, a la justificación de sus actos y por último
a «ponerse de su lado».
A pesar de que el adjetivo «doméstico» a veces
es entendido como el espacio de convivencia
familiar, este hace referencia en el síndrome de
Estocolmo doméstico a muchos más ámbitos que
el propio domicilio donde puedan convivir la
pareja. La conducta de maltrato es llevada a cabo
muchas veces en el hogar, pero también lo es
fuera de él. Por ello, es importante no confundir el
término «doméstico» cuando hablemos de este
síndrome: (SIES-d).
Es de resaltar que las víctimas de manera previa
al evento traumático suelen tener distorsiones
cognitivas como son la disociación, la negación o
la minimización.
Puede darse en hombres y mujeres.
Fases

El síndrome viene determinado por una serie de


cambios y adaptaciones que se dan a través de
un proceso formado por cuatro fases a nivel
psicológico en la víctima de maltrato por parte de
su pareja.
Estas cuatro fases son:

Desencadenante: los primeros malos tratos


rompen el sentimiento de seguridad y la confianza
que la víctima tiene depositada en su pareja. Se
produce entonces desorientación, pérdida de
referentes e incluso depresión.

Reorientación: la víctima busca nuevos


referentes, pero su aislamiento es cada vez
mayor. Normalmente a estas alturas se encuentra
prácticamente sola con el exclusivo apoyo de la
familia. La víctima no tiene con qué comparar o
con quién al estar aislada.

Afrontamiento: la víctima percibe la realidad de


forma desvirtuada, se autoinculpa de la situación
y entra en un estado de indefensión y resistencia
pasiva. El agresor la hace sentir culpable. Entra
en una fase de afrontamiento donde asume el
modelo mental de su pareja, tratando de manejar
la situación traumática.

Adaptación: la víctima proyecta la culpa hacia


otros, hacia el exterior (locus de control externo)
y, el síndrome de Estocolmo doméstico se
consolida a través de un proceso de identificación
con el agresor.
Sobre este tema Vallejo Rubinstein señala que el
«desconocimiento de estos procesos y de sus
secuelas hace que muchas veces las mujeres
agredidas sean tratadas y retratadas como
masoquistas, locas o histéricas a las que les
gusta que les peguen. Como explica Rojas
Marcos, a la hora de analizar las
representaciones que se hacen de víctimas y
agresores (especialmente de los medios de
comunicación que raramente toman en cuenta o
narran estos procesos), la mujer sale mucho peor
parada que el agresor, que suele aparecer como
un señor normal, que nunca ha sido violento
según los vecinos y testigos, no el monstruo que
uno espera, versus una mujer desencajada y
fuera de sí que lo provoca con sus
comportamientos (1995, p.34). Esta concepción
patológica de la mujer objeto de abuso es solo
una de las muchas imágenes o estereotipos que
circulan en la sociedad respecto a víctimas y
agresores».

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