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Este ensayo trata de mostrar la evolución del dandismo desde el tiempo de los epicúreos hasta el nuevo hedonismo. Finalmente se trata de probar por qué Pedro Lemebel fue un dandi.
Este ensayo trata de mostrar la evolución del dandismo desde el tiempo de los epicúreos hasta el nuevo hedonismo. Finalmente se trata de probar por qué Pedro Lemebel fue un dandi.
Este ensayo trata de mostrar la evolución del dandismo desde el tiempo de los epicúreos hasta el nuevo hedonismo. Finalmente se trata de probar por qué Pedro Lemebel fue un dandi.
Hace un par de años, el entonces director de TV UNAM, Nicolás Alvarado, escribió
en el diario Milenio una de las columnas más criticadas del periodismo en México de los últimos años. En su artículo, Alvarado, con un tono bastante snob, reconoció: “Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”. Como el mismo Alvarado reconoce en su columna, asume una posición clasista hacia el finado Juan Gabriel, pero al mismo tiempo niega ser discriminatorio. Pedro Lemebel, el escritor chileno, dijo alguna vez que una de las razones por las que se le marginaba más allá del ser gay era por ser pobre y mapuche. En otras palabras, aún dentro de la marginalidad se puede ser marginado, como lo podemos comprobar en el caso de Alvarado quien no criticó a Juan Gabriel por homosexual sino por naco. Dentro de la columna de Alvarado dijo preferir la música de David Bowie o Morrissey. A mi mente vienen otros casos de artistas contemporáneos que caen en la misma categoría de estos músicos, por ejemplo, el brasileño Caetano Veloso o el mexicano Horacio Franco. Todos estos personajes mencionados tienen dos cosas en común: el ser homosexuales y el ser cantantes o estar relacionado con el ambiente artístico. No obstante, mientras David Bowie o Caetano Veloso han sido acogidos por las burguesías de sus países o han expresado posturas ultra derechistas, como es el caso de Caetano Veloso, Juan Gabriel o Pedro Lemebel han sido objeto de rechazo o critica no por homosexuales sino por pobres y proletarios. Desde siempre he admirado a Horacio Franco. Se me hace un dandy de tiempos modernos. Siempre está en excelente forma física y usa un estilo muy sugerente al vestir. Además de esto su arte es una extensión de sí mismo, como todo buen esteta. Según dicen, es uno de los pocos intérpretes que domina la flauta dulce en México. La historia de Horacio Franco es muy interesante. Él es originario de uno de los barrios de Iztapalapa. Desde adolecente mostró interés por la música de cámara o música clásica, como erróneamente la llaman. Estudió y aprendió a dominar su instrumento en Europa al parecer por medio de una beca. ¿Es posible que artistas como Horacio Franco o Predro Lemebel puedan ser estetas, dandys de tiempos modernos? ¿Hay algún impedimento social o económico que los excluya? ¿Demerita de algún modo su origen proletario su calidad de artistas? En este ensayo señalaré el origen del dandismo desde tiempos de la Grecia clásica hasta nuestros días y mostraré por qué Pedro Lemebel fue un esteta de su época en Chile. Epicuro fue un filósofo griego que nació en la isla de Samos el año 341 a.C. En el año 306 a.C., fundó su escuela en Atenas llamada El Jardín. El propósito principal de la filosofía de Epicuro era la felicidad del individuo. En sus Máximas capitales diría: “Tú llegas a la vejez siguiendo mis consejos y sabiendo distinguir que es el filosofar para sí mismo y que es el filosofar para la Helade; te felicito” (Zaranka 79). En otras palabras Epicuro predicaba la felicidad individual por medio de la filosofía. Por el contrario, La Academia platónica y El Liceo aristotélico preparaban a los hombres para ejercer cargos públicos en la república. Uno de los aspectos o ejes sobresalientes del epicureísmo es el placer como medio para conseguir la felicidad. Esto último fue muy criticado por cristianos y estoicos quienes tildaban a los epicúreos de libertinos e inmorales. Sin embrago, según se pude concluir con base en los pocos escritos de Epicuro que existen, los placeres eran sólo un medio para alcanzar la tranquilidad del ánimo. No se recomendaba satisfacer todos los placeres sino sólo los que condujeran a una vida feliz y tranquila: Todo ser humano desea su propia felicidad, y ésta consiste en el placer entendido en el sentido amplio de gratificación, cuya manifestación más elemental y básica es el placer sensible (hedoné). El hombre ha de calcular sus acciones con vistas a obtener la mayor cantidad posible de placer y la menor cantidad posible de dolor. Hay que aquilatar así las ventajas y desventajas de nuestras acciones. El placer atrae, es un bien primordial e innato. La condición natural o normal de los seres vivientes y a lo que tendemos es al bienestar corporal y mental, que es gratificante y satisfactorio. El dolor es una perturbación del estado natural. La liberación del dolor es lo que mide la calidad de nuestras actividades, nuestro grado de felicidad y satisfacción. El mayor dolor reside en la perturbación mental que sentimos por las falsas creencias acerca de la naturaleza de las cosas, de los dioses, del alma o del destino póstumo, creencias vanas. El epicúreo tiene que mantener una actitud inteligente, lo cual implica en ocasiones renunciar a objetivos inmediatos, Epicuro aboga por una vida sencilla, no suntuaria, sin que caigamos en los intentos de satisfacer todos nuestros deseos de una forma desproporcionada. Epicuro aboga por un hedonismo cimentado en la idea de que la felicidad está en los placeres del cuerpo, siempre que sean naturales, moderados y sin excesos, disfrutados con serenidad. También da mucha importancia a los placeres del alma (la amistad y los recuerdos agradables, por ejemplo), e incluso afirma que pueden ser superiores a los del cuerpo, porque los corpóreos sólo se disfrutan en el presente, mientras que los del alma abarcan el pasado, el presente y el futuro. La memoria de los placeres pasados puede aminorar el sufrimiento presente y lo mismo cabe decir ante la expectativa de placeres futuros. […] Cuando el cuerpo posee todo lo que es necesario (y lo que es necesario realmente es muy poco), gozamos de un placer que Epicuro llama katastematikós, "sosegado", "calmo", producto del perfecto equilibrio de los átomos que componen el cuerpo. El filósofo de Samos no piensa que en toda circunstancia, por encima de todo, tengamos que satisfacer nuestra ansia de placer, ya que existen placeres momentáneos que pueden acarrear dolor, ni tampoco debemos huir de ciertos dolores, ya que, una vez superados, pueden conllevar placer ulterior. Es, pues, la razón la que debe intervenir para imponer su elección como contrapunto al instinto animal puro que nos lleva a buscar, sin pensar, todos los placeres y a huir de todo dolor. Epicuro clasificaba los deseos en tres categorías: los deseos naturales y necesarios, como, por ejemplo, el hecho de beber cuando se siente sed o comer cuando se tiene hambre; los deseos naturales, mas no necesarios, como aquellos que proporcionan placer, pero son incapaces de eliminar el dolor, por ejemplo, consumir sólo manjares exquisitos y escasos; los deseos que no son ni naturales ni necesarios, por ejemplo, los que nacen de expectativas ilusorias como el ansia de riqueza u honores. Consecuentemente los únicos deseos que deben obligatoriamente ser satisfechos son los del primer grupo (Ramos 91-93). Según comenta Diógenes Laercio, la obra de Epicuro alcanzaba los trecientos libros. Entre ellos se encontraban Sobre los dioses, Sobre las clases de vida, Sobre el fin, De elección y aversión, Contra los físicos, Sobre el criterio, Sobre el sumo bien, Sobre la retórica, etc. En la actualidad, hay muy pocas obras existentes de Epicuro: la Carta a Heródoto, la Carta Meneceo y las Máximas capitales, básicamente. Tal vez la razón de que tan pocos libros sobre Epicuro hayan sobrevivido sea la mala reputación que les atribuyeron personajes como Cicerón, Séneca y Plutarco. Ser un epicúreo ya desde temprano conllevaba cierto carácter de marginalidad. Del mismo Epicuro decían que era iletrado y vulgar. Criticaban su estilo y decían que plagiaba a otros filósofos. Además, El Jardín acogía a esclavos y a mujeres. Mientras que Cicerón decía que la filosofía debería estar circunscrita a la clase alta, Epicuro concedía el derecho a filosofar a toda persona. Como podemos observar la fama de libertinos y amantes de los excesos venía no de las enseñanzas de Epicuro sino de las afirmaciones de sus detractores. Hoy en día muchos siguen confundiendo las enseñanzas de Epicuro con un hedonismo exacerbado: Podría verse un eco curioso de las proclamas del hedonismo y el culto a la amistad en las realizaciones de ciertos grupos marginales de jóvenes, que, al igual que el viejo filósofo, predican y practican el apartamiento de la vida política y la renuncia a los interesados manejos y manipulaciones de la vida social, para buscar la felicidad en círculos privados, donde la amistad se combina con el amor, al servicio del placer y la dicha, acompañados de una cierta serenidad de ánimo... Es probable, sin embargo, que Epicuro no hubiese aprobado los slogans pintorescos, o ciertos trazos exóticos, y dudosamente inspirados por la phronesis, que manifiestan casi todas estas comunidades marginales, rebeladas contra las cárceles de la moralidad burguesa y los hábitos degradantes del consumismo. Pero sin demorarnos más en la comparación entre la vida en el Jardín y algunas comunas de varia ideología, podemos señalar como “el malestar de la cultura”.... la desconfianza en la actuación política como camino para una felicidad natural, la “contestación” a la educación tradicional con toda su trasmisión de retórica vacua, y la adopción del lema básico del hedonismo (que el placer es el bien supremo en un mundo intrascendente), evocan en nuestro entorno la pervivencia de la lección de Epicuro (Lledó 116). Entonces, ¿de dónde procede la idea que tenemos sobre el hedonismo y los hedonistas actuales? Como acabó de señalar las enseñanzas de Epicuro nunca fomentaron la búsqueda ávida de placeres carnales. Más bien, allá a finales del siglo XIX en Europa surgieron movimientos afines que dieron lugar a la aparición del llamado “nuevo hedonismo”. Tanto el decadentismo como el esteticismo dieron lugar al surgimiento del dandy. La figura del dandy tuvo lugar como reacción al utilitarismo de las ciudades europeas tras la revolución industrial. Escritores como Charles Baudelaire o Arthur Rimbaud practicaron el dandismo. Según sus biógrafos, tanto Baudelaire como Rimbaud vivían en la bohemia de forma permanente. Se presentaban a las lecturas de poesía borrachos tras varios días sin bañarse. El mismo Baudelaire contrajo sífilis por su estilo de vida promiscuo. También se jactaba de haber sostenido relaciones homosexuales en su adolescencia. Eran, en el sentido más estereotipado de la palabra, unos hedonistas. Pero el mayor dandy que ha existido, que defendió el dandismo y explicó que era ser un dandy y edificó aquel monumento mayúsculo al dandismo en su obra El retrato de Dorian Gray fue Oscar Wilde, el dandy por antonomasia. Así: "Aquel por fin que no tiene ninguna otra profesión más que la elegancia disfrutara siempre, en todo momento, de una fisionomía distinta, por completo aparte. El dandismo es una institución vaga, tan rara como el duelo; muy antigua, puesto que César, Catilina, Alcibíades nos proporcionan tipos sorprendentes, muy general puesto que Chateaubriand la encontró en los bosques ya la orilla de los lagos del Nuevo Mundo. El dandismo, que es una institución fuera de las leyes, tiene leyes rigurosas a las que están estrictamente sometidos todos sus súbditos, cualquiera sea la impetuosidad y la independencia de carácter. Los novelistas ingleses han cultivado, más que los demás, la novela de high life (...). Esos seres no tienen otro estado que el de cultivar la idea de lo bello en su persona, satisfacer sus pasiones, sentir y pensar", escribe efectivamente en un primer momento, de acuerdo aquí con esos preceptos legados por el propio Oscar Wilde en su Retrato de Dorian Gray, el insigne autor de las no menos sublimes, a pesar de su tufo a depravación, Flores del Mal (Schiffer 154). Pero ¿qué es un dandy? Ante todo creo que no se puede hablar de un dandy sino de una evolución de éste. Surge en Inglaterra ante todo como una obra de arte viviente. El dandy se identifica por su buen gusto al vestir, por su genio al hablar: sus bromas están llenas de ironía y sarcasmo. Al mismo tiempo es un ser sensible a la belleza. De hecho es devoto al culto a la belleza: sus gestos y maneras están llenas de encanto y coquetería. Proviene preferentemente de las clases altas. Ser un dandy requiere de tener suficiente dinero para vivir en el ocio dedicado al arte. No pueden faltar las idas al teatro o a una función de ópera. De ahí precisamente la importancia atribuida al aspecto exterior de su ser: código de vestimenta, atuendo elegante y original, excéntrico y mundano a la vez (es decir, en el sentido propio de esos términos, "descentrado" y al mismo tiempo "en" el mundo), poses rebuscadas, gestos refinados, discursos cultivados, delicadeza de lenguaje, rasgos de ingenio, humor grave e hiriente (el cinismo), narcisismo a ultranza, actitudes provocadoras, comportamientos desviados, culto del yo, posiciones ideológicas elitistas, afinidades electivas (para retomar la célebre y hermosa expresión de Goethe). Y esto con un fin único pero crucial forjarse así, a través de la "distinción" (entendida en una doble acepción terminológica de "diferencia" y de "elegancia"), una identidad personal y social. […] Así, Nathalie Heinich, en el capítulo titulado "Aristocratismo y dandismo. Una elite singular", escribe muy oportunamente, agregando no obstante un importante matiz: "El verdadero dandi no es tanto el que busca ser admirado como una obra de arte como el que busca singularizarse, recortarse del común de los mortales, de muchedumbre, del burgués. La figura del dandi se remite al régimen de singularidad y al mismo tiempo de inversión excesiva de lo estético. siendo su única diferencia con el artista el punto de aplicación de ese culto de la apariencia y de la originalidad: el sujeto creador o el objeto creado. La rareza se vuelve una cualidad, la desviación un principio, en tanto el arte de gustar, que caracteriza al “hombre de bien” de la época clásica, se convierte en el arte de gustar disgustando. (...) Como todo grupo, los dandis se definían menos por lo que los atraía -lo estético- que por aquello a lo que se oponían. Y la multitud era su primer enemigo, conforme la ética del régimen de singularidad” (Schiffer 160, 161). Además, el placer es el objetivo último del dandy. “Puedo resistir todo en la vida, excepto la tentación”, dijo Oscar Wilde en una de sus obras. Y agregó: “La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella”. El retrato de Dorian Gray es el mejor manual sobre el dandismo. En él podemos ver algo de lo que Oscar Wilde estaba consciente: el hedonismo llevado al extremo conduce a la autodestrucción del dandy. Sin embrago, Oscar Wilde a pesar de saber de antemano el destino final del dandy, lo vivió en carne propia. Tras años de una relación homosexual con Lord Alfred Bruce Douglas fue sentenciado a prisión por sodomía. Su esposa e hijos se cambiaron el nombre y huyeron del país. Al final, Wilde murió solo y en la pobreza al poco tiempo de salir de prisión. Y este esteta supremo que es el dandi, ser para quien arte y belleza son las dos obras concretas de un mismo ideal de sublimación ("tú te has vertido para mí en la encarnación visible de este ideal oculto cuyo recuerdo nos persigue, a nosotros, los demás artistas, como un sueño encantador”, dice efectivamente Basil Hallward, el pintor del retrato, a su joven y bello modelo, Dorian Gray), llega de esa manera allí, por el placer del cuerpo (la res extensa de René Descartes), aunque sea a través de lo que la moral común considera como el "mal", tanto hasta su sustancia real como hasta, a través de la elevación del alma (la res cogitans de ese mismo autor de las Meditaciones metafísicas), su verdadera esencia. En pocas palabras, un ser que realizó por fin, deslizándose en esas cumbres abismales (para retomar la expresión, que empleara en un contexto muy diferente, Alexandre Zinoviev) que son las obras de arte en su más noble expresión, el sueño loco, incluso la apuesta insensata -humana, demasiado humana- de ese ateo de fibra mística que era Nietzsche: el de situarse indefinidamente, planeando entre el infinito del cielo y la finitud de la tierra, más allá del Bien y el Mal (Schiffer 29). Por esto el dandy es un ser melancólico, hastiado, lleno de lo que los ingleses llamaban spleen, pues sabe que al final todo placer es pasajero. “El dandismo es un sol poniente; como el astro que declina, es soberbio, sin calor y lleno de melancolía”, dijo Charles Baudelaire en su ensayo “El pintor de la vida moderna” (Baudelaire 23). Y agregó: El hombre rico, ocioso, y que, incluso hastiado, no tiene otra ocupación que correr tras la pista de la felicidad; el hombre educado en el lujo y acostumbrado desde su juventud a la obediencia de los demás hombres, aquel en fin que no tiene más profesión que la elegancia, gozará siempre, en todas las épocas, de una fisonomía distinta, completamente aparte. El dandismo es una institución vaga, tan extravagante como el duelo (Baudelaire 21). ¿Significa esto que una persona procedente del proletariado como Pedro Lemebel no puede ser un dandi? ¿Qué define al dandismo? ¿Cuál es su esencia? Lo que define al dandi sobre todo es la originalidad; la capacidad de negar las propias pasiones. Es un esteta en el que el dolor o la búsqueda de la felicidad son de poca importancia ante el propósito de ser en sí mismo una obra de arte. Así: "El dandismo no es sin embargo, como muchas personas poco reflexivas parecen creer, un gusto inmoderado por el acicalamiento y la elegancia material. Esas cosas no son para el perfecto dandi sino un símbolo de la superioridad aristocrática de su espíritu. Además, a sus ojos atentos sobre todo a la distinción, la perfección de la toilette consiste en la simplicidad absoluta, que es, en efecto, la mejor manera de distinguirse (Schiffer 154, 155).
¿Qué es pues esta pasión que, convertida en doctrina, ha hecho adeptos
dominadores, esta institución no escrita que ha formado una casta tan altiva? Es, ante todo, la necesidad ardiente de hacerse una originalidad, contenida en los límites exteriores de las conveniencias. Es una especie de culto de sí mismo, que puede sobrevivir a la búsqueda de la felicidad que se encuentra en otro, en la mujer, por ejemplo; que puede sobrevivir incluso a todo aquello que llamamos ilusiones. Es el placer de sorprender y la satisfacción orgullosa de no sorprenderse nunca. Un dandi puede ser un hombre hastiado, puede ser un hombre doliente; pero, en este último caso, sonreirá como el lacedemonio bajo la mordedura del zorro (Baudelaire 22)
Ya que, acerca de lo que nosotros mismos hayamos podido decir respecto
de esta emblemática figura del dandi, nada se ha identificado formalmente, fuera del individualismo, en ese retrato: la extrema pero sobria elegancia ligada a una suerte de misticismo ateo; el arte de la apariencia asociado a una santidad casi crística; el sentido del absoluto y de la trascendencia; la puesta en evidencia del espíritu a través del cuerpo; el sensualismo cerebral, el ideal aristocrático; el cinismo como contrapartida del estoicismo, la ilusión pensada como regla de moral; el dominio de sí a pesar del culto de la belleza; el rigor protestante e incluso luterano; el gusto por la nada y la propensión la melancolía (el spleen); la soledad como contrapartida de la lucidez (Schiffer 152). Pedro Lemebel, el autor de “Anacondas en el parque”, una de las crónicas de su libro La esquina es mi corazón, describe el hedonismo de los gays proletarios al final de la dictadura chilena. Sin un centavo en el bolsillo para ir a un hotel aunque sea de quinta, el placer derivado del coito homosexual furtivo es como el chute de heroína de un homeless person a plena luz del día de bajo de un puente. En “Los New Kids del bloque”, Lemebel rememora su infancia y adolescencia en los viejos edificios de bienestar social de la clase trabajadora santiagueña donde los chicos del bloque fuman si acaso un pitillo de marihuana o reunidos en la esquina esperan a quien robar mientras su vieja lava ajeno para mantener a la familia. De pantalón casimir, comprado tal vez en un tianguis o en una tienda de saldos, y de tacones altos de charol, Lemebel es un informante de la noche, un cronista de concupiscencias propias y ajenas y al mismo tiempo es un apóstol del nuevo hedonismo. No es un dandi homosexual vestido elegantemente de hombre. Más bien es la última expresión del dandy: no un dandy homosexual sino un dandy marica. Ya sea de forma oral o escrita, me parece muy significante la postura que asumió Lemebel ante su propia homosexualidad a la cual llamaba “la deconstrucción de la loca”. Con este término Lemebel asumía un papel de provocación y rebeldía ante la marginalidad en que la burguesía confinaba a los homosexuales. Como todo buen dandy, Lemebel proyectaba su propia individualidad a su obra artística. Ya sea en forma de crónica o de performance o como militante político, Lemebel hacía de su persona, su persona artística, una originalidad a la que daba culto a través de su ingenio, a través de su narrativa, a través de ese estilo que caracoleaba entre lo kitsch y lo jocoso, entre lo lúdico y lo tropical, pero sobre todo entre lo proscrito y lo humano. En su ensayo “Pedro Lemebel: revelación y rebelión en sus crónicas desde el margen”, Fernando Checa acierta al afirmar que Lemebel proyecta su homosexualidad a la ciudad. En otras palabras, como un auténtico dandy, se vuelve él mismo una originalidad y la proyecta a su quehacer literario: Esas crónicas constituyen una narrativa erótica y que erotiza, típica en toda la obra del autor; más aún, que homosexualiza la realidad citadina, que busca sacar a la luz una realidad vergonzante (para algunos) y que, como se señaló, va en contra del orden patriarcal de la modernidad y lo interpela, subvierte y desacraliza a través no solo de exponer ese mundo, que muchos quisieran mantenerlo oculto, sino también de un estilo irónico, delirante, paródico, sarcástico, audaz, pero no carente de compasión, humor, renitencias lingüísticas populares, intensidad… ternura (Checa 167).
En conclusión, Pedro Lemebel por su originalidad, por su culto a sí mismo,
por su ingenio, por su estilo irónico y mordaz pero con un dejo de melancolía, por hacer de su vida una obra de arte a través de la literatura o el teatro y por último por su búsqueda de la felicidad a través del placer es un auténtico hedonista y un auténtico dandy. “Invítame a pecar. Quiero pecar contigo”. Es la letra de la canción en voz de Paquita la del barrio que introducía el programa de radio de Pedro Lemebel, Crónicas de Pedro Lemebel. No pudo haber existido una mejor canción para introducir el programa de alguien que escribió desde la marginalidad y para los marginados. Pedro Lemebel es la última expresión posmoderna y neoliberal del dandi: un esteta pobre, un dandy proletario. Bibliografía
Baudelaire, Charles. “El pintor de la vida moderna”. Arte y modernidad. Buenos
Aires: Prometeo, 2009. Caro, Sebastián. Epicuro: Epístola a Heródoto. Santiago: Universidad de Chile, 2008. Checa-Montúfar, Fernando. "Pedro Lemebel: revelación y rebelión en sus crónicas desde el margen". Palabra Clave, vol. 19, no. 1, 2016, pp. 156-184. Editorial Universidad de La Sabana. Lledó, Emilio. El epicureísmo: una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad. Barcelona: Montesinos, 1987. Oyarzún, Pablo. Epicuro: carta a Meneceo. Santiago: Universidad de Chile, 1994. Ramos, Enrique. De Platón a los neoplatónicos: escritura y pensamiento griegos. Madrid: Editorial Sintesis, 2006. Schiffer, Daniel. Filosofía del dandismo. Una estética del alma y del cuerpo (Kierkegaard, Wilde, Nietzsche, Baudelaire). Buenos Aires: Nueva Visión, 2009. Simion, Minodora. A new hedonism in Oscar Wilde´s novel The Picture of Dorian Gray. Târgu-Jiu: Constantin Brâncuşi University, 2015. Zaranka, Juozas. Epicuro. Máximas y exhortaciones. Bogotá: Universidad Nacional, 1962.