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LECTURA

historia del perú


LA LÓGICA DEL TERROR

“Nadie es inocente”, gritó el anarquista Ravachol al arrojar una bomba contra los estupefactos comensales del Café de la Paix, en París, a los que hizo
volar a pedazos. Y algo idéntico debió pensar el ácrata que, desde la galería, soltó’ otra bomba contra los desprevenidos espectadores de platea del
Teatro Liceo, de Barcelona, en plena función de ópera.
El atentado terrorista no es, como algunos piensan, producto de la irreflexión, de impulsos ciegos, de una transitoria suspensión de juicio. Por el
contrario, obedece a una rigurosa lógica, a una formulación intelectual estricta y coherente de la que los dinamitazos y pistolazos, los secuestros y los
crímenes quieren ser una consecuencia necesaria.
La filosofía del terrorista está bien resumida en el grito de Ravachol. Hay una culpa: la injusticia económica, social y política- que la sociedad comparte
y que debe ser castigada y corregida mediante la violencia. ¿Por qué mediante la violencia? Porque ésta es el único instrumento capaz de pulverizar
las apariencias engañosas creadas por las clases dominantes para hacer creer a los explotados que las injusticias sociales pueden ser remediadas por
métodos pacíficos y legales y obligarlas a desenmascararse, es decir, a mostrar su naturaleza represora y brutal. ‘
Ante la ola de atentados terroristas que han habido en el Perú, a los pocos meses de restablecido el sistema democrático -después de doce años
de dictadura- muchos no podían creerlo: les parecía vivir un fantástico malentendido. ¿Terrorismo en el Perú, ahora? ¿Justamente cuando hay un
parlamento en el que están representadas todas las tendencias políticas del país, existe de nuevo un sistema informativo independiente en el que
todas las ideologías tiene sus propios órganos de expresión y cuando los problemas pueden ser debatidos sin contapises, las autoridades criticadas e
incluso removidas a través de las urnas electorales? ¿Por qué emplear la dinamita y la bala precisamente cuando los peruanos vuelven, luego de un
tan largo intervalo, a vivir en democracia y en libertad?
Porque para la lógica del terror “vivir en democracia y en libertad” es un espejismo, una mentira, una maquiavélica conspiración de los explotadores
para mantener resignados a los explotados. Elecciones, prensa libre, derecho de crítica, sindicatos representativos, cámaras y alcaldías elegidas:
trampas, simulacros, caretas destinadas a disfrazar la “violencia estructural” de la sociedad, a cegar a las víctimas de la burguesía respecto a los in-
numerables crímenes que se cometen contra ellas. ¿Acaso el hambre de los pobres y los desocupados y la ignorancia de los analfabetos y la vida ruin
y sin horizonte de quienes reciben salarios miserables no son otros tantos actos de violencia perpetrados por los dueños de los bienes de producción,
una ínfima minoría, contra la mayoría del pueblo?
Ésta es la verdad que el terrorismo quiere iluminar con el incendio de los atentados. Él prefiere la dictadura a una democracia liberal o una social de-
mocracia. Porque la dictadura, con su rígido control de la información, su policía omnipresente, su implacable persecución a toda forma de disidencia y
de crítica, sus cárceles, torturas, asesinatos y exilios les parece representar fielmente la realidad social, ser la expresión política genuina de la violencia
estructural de la sociedad. En cambio, la democracia y sus libertades “formales” es un peligroso fraude capaz de desactivar la rebeldía de las ¡nasas
contra su condición, amortiguando su voluntad de liberarse y retrasando por lo tanto la revolución.
Éste es el motivo por el que son frecuentes los estallidos terroristas en los países democráticos que en las dictaduras. La ETA tuvo menos actividad
durante el régimen de Franco que al instalarse la democracia en España, que es cuando entró en un verdadero frenesí homicida. Esto es lo que ha
empezado ha ocurrir en el Perú.
A menos de ser extremadamente corto, el terrorista “social” sabe muy bien que volando torres de electricidad, bancos y embajadas -o matando ciertas
personas- en una sociedad democrática, no va traer la sociedad igualitaria ni a desencadenar un proceso revolucionario, embarcando a los sectores
populares en una acción insurreccional, No, su objetivo es provocar la represión, obligar al régimen a dejar de lado los métodos legales y a responder
a la violencia con la violencia. Paradójicamente, ese hombre convencido de actuar en nombre de las víctimas lo que ardientemente desea, con las
bombas que pone, es que los organismos de seguridad se desencadenen contra aquellas víctimas en su búsqueda de culpables, y las atropellen y
abusen. y si las cárceles se repletan de inocentes y mueren obreros, campesinos, estudiantes y debe intervenir el ejército y las famosas libertades
“formales” se suspenden y se decretan leyes de excepción, tanto mejor: el pueblo ya no vivirá engañado, sabrá a qué atenerse sobre sus enemigos,
habrá descubierto prácticamente la necesidad de la revolución.
La falacia del razonamiento terrorista está en su supuesto y conclusiones, no en las premisas.
Es falso que la violencia “estructural” de una sociedad no se puede corregir a través de leyes y en un régimen de convivencia democrática: los países
que han alcanzado los niveles más civilizados de vida lo lograron así y no mediante la violencia. Pero es cierto que una minoría decidida puede, recu-
rriendo al atentado, crear una inseguridad tal que la democracia se envilezca y esfume.
Los casos trágicos de Uruguay y Argentina están bastante cerca para probarlo. Las espectaculares operaciones de Tupamaros, Montoneros y el ERP
consiguieron, en efecto, liquidar unos regímenes que, con las limitaciones que fuera, podían llamarse democráticos y reemplazarlos por gobiernos
autoritarios.
Es falso que una dictadura militar apresure la revolución, sea el detonante inevitable para que las masas se enrolen a la acción revolucionaria. Por lo
contrario, las primeras victimas de la dictadura son las fuerzas de izquierda, que desaparecen o quedan tan lesionadas por la represión que les cuesta,
luego, mucho tiempo y esfuerzos volver a reconstruir lo que había logrado, como organización y audiencia, en la democracia.
Pero es vano tratar de argumentar así con quienes han hecho suya la lógica del terror. Ésta es rigurosa, coherente e impermeable al diálogo. El ma-
yor peligro para una democracia no son los atentados, por dolorosos y onerosos que resulten: es aceptar las reglas de juego que el terror pretende
implantar. Dos son los riesgos para un gobierno democrático ante el terror: intimidarse o excederse. La pasividad frente a los atentados es suicida.
Permitir que cunda la inestabilidad, la psicosis, el temor colectivo, es contribuir a crear un clima que favorece el golpe de Estado militar. El gobierno
democrático tiene obligación de defender, con firmeza y sin complejos de inferioridad, con la seguridad de que defendiéndose defiende a toda la
sociedad de un infortunio peor que los que padece.
Al mismo tiempo, no debe olvidar un segundo que toda la fuerza depende de su legitimidad, que en ningún caso debe ir más allá de lo que las leyes
y esas “formas” -que son también la esencia de la democracia- le permiten. Si se excede y a su vez comete abusos, se salta las leyes a la torera en
razón de la eficiencia, se vale de atropellos, puede ser que derrote al terrorista.
Pero éste habrá ganado, demostrando una monstruosidad: que la justicia puede pasar necesariamente por la injusticia, que el camino hacia la libertad
es la dictadura.

Mario Vargas Llosa

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