Está en la página 1de 80

REYNALDO ALFREDO DIAZ

Nació en 1976, en Tucumán, actualmente se encuentra


en la Patagonia Argentina. Es Martillero Público Nacional Y
Profesor de Historia.
Como escritor, participó en numerosas antologías y
compilaciones varias.

Sus influencias literarias son Robin Wood, Verne,


Lovecraft, King, Sara Gallardo, Quino y Horacio Quiroga.
METEPÚAS
De Reynaldo Alfredo Diaz
Díaz, Reynaldo Alfredo

Metepúas / Reynaldo Alfredo Díaz. - ed. - Neuquen : Reynaldo Alfredo

Díaz, 2017.

ISBN 978-987-42-5257-9

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

CDD A863

Impreso en Argentina por el autor en Julio de 2020.

Para comunicaciones usar el mail: reactorcomics@gmail.com

1 EDICION AGOSTO 2017

2 EDICION AGOSTO 2018

3 EDICION JULIO 2019

ACTUAL: 4 EDICION JULIO 2020

ARTE INTERIOR : PABLO MOYA


ADVERTENCIA: Estos no son cuentos de sentimientos, en los que el

protagonista conquista una mujer. No hay ni una sola historia New

Age con sabiduría como los que lees en las redes sociales, y desde

luego que no son relatos de terror. ¿Qué son? Son historias de

personas que no creían en sí mismas. Y también de cómo esas

personas se transformaron en un portento más-que-humano y

provocaron destrucción, mutilación y... ¡Vaya jueguito de palabras!

Ah, ya sé. Si eres un lector avezado, habrás notado que repetí

palabras y no usé elipsis alguna en el texto, lo cual está mal, claro, y

no merecen tu escaso tiempo libre... por lo general esas tretas usa el

escritor buscando seducir, para que el lector demuestre interés y

continúe con la narración. Yo hago lo que quiero, y entre otras

cosillas, hago uso y abuso de diminutivos, comas, puntos suspensivos

y una prosa exagerada...porque no necesito gustarte. Soy pedante,

antipático, e innecesariamente cruel en mis creaciones...

Pero si acaso Mi Don de Gente aún funciona no podrás irte; y

como muestra de mi confianza en él, te advierto que tal vez incluya

una escena de zoofilia.

BIENVENIDOS A LA CUARTA EDICION DE METEPÚAS


ESTA VEZ, CON LETRA GRANDE Y ARTE GRAFICO.

¿Ves? Aquí sigues. Tu solo lee hasta el final. Valdrá la pena, créeme.
ISAIAS 34:14

Cuando entra, lo hace en silencio, sin embargo, todos


giran para verla. No saben por qué, pero todos dejan de lado
lo que estaban realizando y esperan. Lilith, está allí. No en el
infierno, ni en el purgatorio. La reina de la creación se queda
en la puerta de entrada, porque es una costumbre suya,
alargar las pausas buscando causar sensación. No hace falta,
claro. Pero le gusta hacerlo. Sus ojos como lunas esmeraldas,
parecen leer en cada alma; de forma pausada gira la cabeza y
se deja admirar, mientras elige una mesa.
Favorecida por la Creadora, hermosa y fuerte, así se
había manifestado. Solo debía extender su mano para obtener
lo que quisiera, su Madre la consentía. Por si fuera poco, la
había dotado con una inteligencia desarrollada. Es fácil
imaginar cómo se convirtió en un ser arrogante.
Viene de un lugar donde el tiempo no pasa como en el
planeta. Hoy, hace solo unos meses, cumplió su condena
milenaria. Y ya empezó a adaptarse a este nuevo mundo. Tan
distinto al que fuera suyo.
Lilith rememora su creación junto a su hermano, ambos
formados al mismo tiempo, recuerda el intento de Adán de
dominarla, de querer que haga su voluntad. Y se recuerda a sí
misma, diciendo que nunca será sometida: ”somos iguales”.
Hasta que un día, Madre se cansó de sus riñas y ordenó que
arreglaran sus rencillas sin involucrarla. Una noche, Adán
quiso dominarla en el lecho, con gran malicia. Al negarse ella,
la sometió con violencia, diciendo que era su deber darle
placer.
Y así, jornada tras jornada, durante 40 años en la
eternidad, Lilith estuvo siendo tomada por la fuerza, ante la
mirada impávida y neutral de Madre. Hasta que un día se
marchó del Eden, hacia el Mar Rojo, donde habitaban
demonios lujuriosos, y con gran entusiamo estuvo yaciendo
con ellos.
Adán rugió su amargura durante 33 años diciendo que le
pertenecía, hasta que conmovió a una parte de Elohim, quien
envió por ella a Senoy, Sansenoy, y Semangelof. Al verlos,
Lilith, poderosa como era, se negó a volver, y los enfrentó
junto a los de Mefistofeles, a quienes señaló los puntos
débiles de los Angeles, pronunciando su verdadero nombre al
revés, pues tenía el conocimiento de los arcanos mayores.
Al volver derrotados, Madre hizo dos cosas, sin atreverse a
destruirla, ya que aún la quería y al ser su real imagen y
semejanza, eliminarla hubiera sido un acto contra sí misma.
Convirtió a su hija en un dragón, que era una serpiente alada,
para que viviese con esa forma horrible arrepintiéndose de su
rebeldía, y prefirió darle otra esposa a Adan, la cual no sería
ya su igual, sino que saldría de su costilla, y no de su soplo
divino primigenio.
Al verse Lilith alterada en dragón, estuvo muy
dolida durante años sin saber cómo lograr un poco de justicia.
Hasta que tuvo una ocurrencia y, batiendo sus alas, fue hasta
el Eden, y observó a la pareja, esperando el momento en que
la docil hembra estuviera sola.
Sibilante e hipnotica, se enroscó, escondiendo sus
opulentas alas y lisonjeó, durante meses, fingiendo ser su
amiga, irreconocible para todos, hasta que la joven Eva creyó
en ella, sintiéndola su consejera.
Enrollada en el Arbol Prohibido, al anochecer casi, dijo:
—Ven, prueba esto, te hará sabia y, de esa forma, Adán te
amará más.
Y a pesar de ir contra el decreto divino, mordió la fruta
prohibida e incitó a que su esposo hiciera lo mismo.
Lo que tuvo lugar entonces es por todos conocido, el
enojo, la decepción de La Creadora. Lógicamente, todo tuvo
consecuencias: La reina de la Creación perdió sus alas y debió
arrastrarse como serpiente en las cuevas. Adán y Eva fueron
arrojados del paraíso, y perdieron sus derechos de
semidioses, por no obedecer la regla de no comer del Árbol
de la Vida. La sentencia de Madre tendría cien mil años de
duración. Lilith también sufrió la ira, pero se sintió conforme
con su desquite hacia Adán y a quien era su reemplazo,
después de todo, ella no mordió el Fruto Prohibido.
Al hombre, en tanto, le pareció injusto el castigo y culpó
a todo lo femenino, no solo a su hermana, sino también a
Elohim. Es por eso que humilló por siempre a su esposa y
enseñó a que sus hijos e hijas que también lo hicieran,
continuando la tradición. Como debía tener un sostén
ideológico suficiente, fue que instruyó a las generaciones que
vio nacer, que Dios era Hombre y que la mujer debía ser su
subordinada.
Al ir acercándose el plazo de expiración de la sentencia,
declinaron las alteraciones producidas por el pecado original.
Ese es el motivo de los procesos y avances sucedidos en el
siglo XX en que las mujeres participaron en segmentos de
poder que históricamente solo estaban reservados para las
hordas masculinas. Y eso, sumado a un déficit de
espermatozoides o una movilidad reducida de estos, eran
claro indicio para quien supiera buscar, de que la Era de
Acuario, del Dragón Alado, por fin arribó.
La misma Lilith fue vuelta a su forma original, con poder
y fuerza misteriosa restaurada, aunque no en su totalidad:
ahora cronometra, asume pensamientos ajenos, calcula
cuánto tiempo llevará, mide cuántos peligros tendrá por
delante y, por ultimo, resume: La era del macho ha concluido.
Y por eso estaba en la ciudad de Reikiavik, Islandia,
donde antaño estaba El Paraíso, su hogar. Buscaba al hombre
adecuado para que le diera Hijas. Son ellas las que
conquistarán el mundo, quienes subirán a la Mujer en el
pedestal que merecen desde siempre. Ya tenía planeado
dejarlas en distintos lugares del Orbe.

Estaba convencida que sus hijas sobrevivirían a todo lo


que se les pusiera enfrente, que alguna porción del poder que
Madre le confirió cuando la creó, se manifestaría en ellas en
algún momento y buscarían la forma de encontrarle.
Lilith, la rebelde, pondrá patas arriba el mundo por completo,
otra vez. Solo debía esperar, y eso era algo en lo que tenía
mucha práctica.
ANA EN ISLANDIA
Emergió del avión, entre un manchón de lluvia y viento,
y por un minuto completo, la mujer casi-niña perdió el habla.
Había llegado. Haría cualquier cosa para quedarse allí. «Lo
que sea» se inculcó mentalmente y se mordió la comisura de
sus labios hasta que saboreó su sangre. Estaba decidida. Si
alguien se interponía en ese objetivo…¿Hasta dónde estaría
dispuesta a llegar?
—Bien, saquen los trabajos de investigación que tenían
que hacer durante el fin de semana, grupo de Ana Muraña,
Sonia Quipildor y Fanny Milstein. Pasen al frente de la clase.
— dijo la profesora colombiana que se encargaba de
enseñarles a las jovencitas como eran las costumbres de su
nuevo país de residencia temporal.
La ciudad de Reikiavik, en invierno, le caía estupenda a
Ana. Disfrutaba las clases de cultura regional que tomaba.
Todos los días aprendía cosas nuevas. Y en solo una semana
ya tenía tres amigas. Wow. Eso era todo un record para sus
tres lustros. ¿Acaso le esperaba otra sorpresa esa semana?
Ella era la que debía empezar a dar la lección de su
grupo, y lo hizo de memoria, sin dejarse caer en la tentación
de tomar la hoja escrita entre sus delgadas manos.—Los
islandeses tienen una particularidad que los diferencia: no
tienen “apellidos” propiamente dichos, sino que toman el
nombre del padre, y en algunos casos, como el de las madres
solteras, el de la madre, y le añaden la terminación “son” si
el recién nacido es varón y “dottir” si es mujer…
Estaba becada, al igual que todas las chicas que estaban
allí. Una veintena de quinceañeras de países hispanos,
ganadoras de distintos certámenes. Ana no se engañaba. Lo
que por fuera era dulzura de los profesores, era solo para
engañarlas y que se relajaran. Ella sabía que estaban siendo
examinadas continuamente, para decidir quién permanecería
en una estadía más larga allí.
— De forma tradicional, el apellido no es una parte del
nombre, sino un patronímico que define a qué familia
pertenece la persona que lo lleva. Por ejemplo, el nombre
Gumundur Haraldson significa "Gumundur, hijo de
Harald". Por este motivo, el apellido no se utiliza nunca en
solitario como sí ocurre en países latinos…
—Bien, bien, Ana. ¿Y cómo se hace entonces si yo quiero
llamar a alguien por teléfono? Deme un ejemplo. —
interrumpió la profesora para preguntar.
Argentina era solo un recuerdo. Era la más adelantada
de su curso, allá de donde provenía. ¿Pero qué significaba ese
lugar, aquí y ahora? Según pudo constatar en su decena de
días en la ciudad más poblada de Islandia: nada. A quienes
preguntó, le aseguraron que era la primera ocasión que
escuchaban esa palabra. Incluso a varios les era imposible de
pronunciar: Tu-cu-man.
Finalizó su exposición, diciendo: —Lo importante es su
nombre y no su apellido, en Islandia las listas no se ordenan
por el orden alfabético del apellido, sino del nombre. Por ello,
Adam Sigmunsson figurará en la guía de teléfonos delante de
Helga Arisdóttir.
—Perfecto. Ahora usted…—y señaló a Sonia, la llegada de La
Paz.
Ya de regreso, en el habitáculo aséptico que le fue
asignado, Ana consideró que todo había salido bien. De todas
las compañeras de aula, ella fue la única que dio la lección sin
leer. Y considerando que el completo del alumnado eran
discípulas inteligentes y ninguna de ellas se caracterizaba por
ser mediocre, se sintió satisfecha…Puso la calefacción al tope.
Unos cuantos pasos más la llevaron, cruzando una
computadora y una mesa ratona vidriada, al lado de los
brillantes controles digitales de un estéreo. Aumentó el
volumen, y el sonido de los altavoces se esparció entre las
sombras del techo. El Concierto para Piano Nº 2 en do menor
de Rachmaninoff, interpretado por la Staatskapelle Dresden
creció en volumen y palpitó en cada rincón, hasta que pareció
que el saloncito era parte de la orquesta; «una de las más
antiguas del mundo». El majestuoso sonido envolvió a la
púber hasta que su corazón y la música latieron al unísono.
Subió la intensidad y la composición se hizo aún más
imponente. La habitación era un horno. Así, baila, gira, cae y
vuelve a levantarse, toda transpirada; por el calor de afuera
y también por su propio calor, que no quema menos.
Unos golpes en la puerta la sacaron de su nirvana. Otra
vez le estaban reclamando que bajase el volumen; lo hizo
enfadada y en seguida volvió a sentir un instinto oscuro,
aunque con menos densidad que cuando se manifestó por vez
primera en ella. Dejó volar su mente para volver a rememorar
en que circunstancias llegó allí… hace tres semanas concluía
de rendir los últimos test que solicitaban en el certamen para
viajar a conocer Islandia por un mes, todo pago. Había cupo
para dos argentinas, y Ana estaba entre las cinco finalistas.
Quien tenía la última decisión sobre quien de ellas viajaría era
un español, cincuentón y de mirada pérfida y tupido bigote
lascivo. Manrique. Había viajado el fin de semana a Buenos
Aires, y deseaba tanto llegar al lejano país tan cercano al polo
norte, que se decidió a interpelar directamente al madrileño.
Al igual que todas las concursantes, él estaba hospedado en
el mismo hotel, dos pisos más abajo.
Golpeó la puerta del 508: toc, toc: —Señor Manrique.
Soy Ana Muraña, la que usted llamó “la morocha tucumana,”
¿Tiene un minuto para mí?
El hombre estaba solo y abrió la puerta en bata, con
sudor en su rostro y se mostró sorprendido. Puso sus manos
en el marco de la puerta, dándole a entender que era su
zona privada y la estaba invadiendo. Su voz sonaba como un
graznido de pequeños cuervos: —¿Qué haces aquí? Hoy
ustedes salían a una obra de teatro.— Dijo él, escudriñándola
y con el ceño fruncido.
La joven armó una sonrisa con sus labios, y entornó sus
oscuros ojos levemente crueles:—Sé que dirá usted mañana
quienes serán las elegidas para viajar, señor Manrique. Pero
yo estoy ansiosa por saber si mi nombre está entre las
elegidas para la beca completa del mes allá.
—Eso lo conocerás mañana, ahora debes irte. No me
gusta que me molesten.—Atrás suyo, Ana pudo atisbar, que
sobre la cama había una notebook, donde estaba
ejecutándose una película para adultos. Ana se quedó inmóvil
junto a la puerta, escuchando los gemidos que salían del
aparato; porque entendió lo que había interrumpido, las
manos húmedas del hombre marcaban sus huellas sobre el
dintel de la puerta. Manrique cerró con un enérgico golpe.
En el pasillo, Ana pensaba rápidamente: «Si acaso tenía
una posibilidad de que mi nombre haya estado en la lista de
las dos jóvenes que viajarían, con lo que acababa de suceder,
esa posibilidad se esfumó». Se mantuvo en silencio mientras
golpeaba la puerta. Después de unos segundos, un rostro
turbado entreabrió el umbral a la habitación:—¿Hay algo que
quieras decirme…Anita?—esta vez su mirada se deslizó
despacio por la joven y se detuvo en su busto turgente.
Seguía sonando la película dentro de la habitación.—Dime de
una buena vez que es lo que deseas. —Y pronunció el
“deseas” mientras un poco de saliva escapaba de su boca y la
salpicaba.
—Quiero el viaje.
—Pues, no debería decirlo pero la cosa es que tus
pruebas muestran que tienes una inteligencia vivaz, pero al
decir de la psicóloga, hay algo dentro de ti que debería ser
investigado. Así que es mi obligación como encargado el
denegar tu selección… ¿Notaste como la palabra selección, se
parece a sexo, dulzura?
—¿Qué debo hacer para estar en la lista?—Ana parecía en ese
momento menor de lo que era, con sus grandes ojos color
miel mirándolo fijamente.
—Yo no puedo decir nada. Imagínate. Eres tú la que
debe proponer. Quiero escuchar que me ofreces. Pero quiero
que sepas que soy un hombre de palabra. Lo que acordemos
se hará.
—Puedo dejar que me mire desnuda.
—No, no basta.
—Oiga, no puede penetrarme.—Mintió con astucia femenina—
Mi mamá es amiga del ginecólogo, si descubre eso, se pondrá
como loca y querrá saberlo todo. Y ninguno de los dos quiere
tener esos problemas. ¿Verdad?
—Siendo así, no sé qué puedes tener de mi interés. Un simple
desnudo no merece la pena del riesgo que correría… si
descubren que te agregué sin estar bien de la cabeza...
Tienes una oportunidad, dulzura. A todo o nada. ¿Qué me das
de ti?
—Puedo dejar que me toque. Arriba sin ropa y abajo puedo
sacarme el pantalón, pero me dejaré la ropa interior puesta.—
Al ver su cara de disconformidad, agregó:—y puedo tocarlo
con mi mano.
—Si a eso le agregas un viajecito por tu boca, tienes un trato.
—Hecho. — Sintiendo mucho más desprecio del que la
mayoría de las personas recuerdan que se puede sentir de
joven, apretó los dientes y pasó a la habitación, toda
ruborizada, pero agradecida.
Ana lo vio sentado en la cama y se alborotó
extrañamente, a pesar de no atraerla, cuando se propuso
conseguir que cambiara de opinión con respecto a ella, algo
hizo un clic en su ser. Aunque era la primera vez que se
mostraba a alguien de esa manera, su cuerpo empezó a
mecerse y a gemir, se detuvo frente a él, que seguía sentado
boquiabierto en la cama, y ambos leyeron sus propósitos en
los ojos del otro. Ana se desnudó suavemente, mientras sus
feromonas rezumaban, exultantes, libres al fin. Ella, la mujer,
inició a sobar al hombre por sobre su bata. Ana lo hizo crecer
y al mismo tiempo que desprendía el soutien primerizo, la
última de sus prendas, abrió la bata del cautivado,
mostrándolo. Manrique estaba embelesado, sabedor que, de
alguna forma, el olor a rosas y miel que emanaba de Ana no
era natural, como la grieta en la tierra que anticipa el
terremoto, pero incapaz de seguir siendo el dominador de la
situación, su dignidad se desploma emocionándolo. Anita ve al
hombre mayor escurrirse sus lágrimas, avergonzado por su
pronto orgasmo, mientras el calor de la habitación parece la
respiración de un monstruo del averno. Ana, misericordiosa
con su esclavo, se arrodilla y pasa la lengua por su sexo,
invitándolo con su boca a que vuelva a resurgir. El miembro
obedece, grande y fuerte como nunca jamás, y así estuvo por
un minuto eterno, mientras las pocas gotas insípidas de la
polución se convirtieron en un fuerte y saltarín chorro blanco,
interminable, que Anita por primera vez sorbía y alimentaba,
hasta dejarlo marchito, completamente seco.
Al otro día, en horas de la tarde, su nombre estaba en la
lista que anunciaron.

Al saludar a todas y consolar a las que no fueron


escogidas, el señor Manrique se detuvo, y le dijo al oído: —
Fue una muy linda noche, cielo. Pero no te creas tan
inteligente. Te hubiera puesto en esa lista con solo dejar que
te viera desnuda.—Susurró con altanería añeja, recuperada
cierta independencia después de cumplir lo que le había
ordenado.— Todo lo demás fue innecesario. Ya ves, te hace
falta alguien mayor, que te enseñe a negociar mejores tratos.
—En ese caso, señor Manrique —dijo ella con una sonrisa
desafiante y también soberbia—usted tampoco se crea tan
inteligente, porque si hubiera negociado mejor, podría
haberme penetrado. Tanto así quería ser parte del viaje.
—Pues esta bien. Joder. Perdí. Pero no sé a qué quieres con
tanto empeño ir a Islandia. No sé qué extraña idea te has
hecho, pero allí solo es un páramo helado. No hay nada más
que peces y frío. Lo siento niña, pero vas a recordar mis
palabras. —Y confesó bajando sus ojos: — La de anoche fue
la mejor noche que pasé en toda mi vida, si alguna vez me
necesitas, solo llámame.
Los golpes en la puerta del apartamento la trajeron de nuevo
al presente. Al parecer a sus vecinas aún no les agradaba el
volumen. ¿O sería la selección musical? En los últimos
tiempos, había aprendido que tenía carisma, de pronto
encontraba palabras para ser el centro de atención de
distintas conversaciones, y no solo eso. Estaba aprendiendo a
saber cómo sugerir cosas a una o dos personas y
convencerlas de que no era una mala idea. Al igual que sus
formas estaban pasando de niña a mujer, también se estaba
convirtiendo de una antisocial a una aceptable conversadora.
Arriba, entre los brazos de una estatua, —porque en
Islandia no hay árboles—revoloteaba uno de los pocos pájaros
que se podían divisar en invierno: un fraile del atlántico. En
un campo lejano, le pareció escuchar a un grupo de focas
grises. Aún más lejos, las olas del océano chocaban contra los
farallones.
Según el análisis mental que hizo Ana, solo había una
muchacha que podría traerle serias dificultades a la hora de
decidir quién era la mejor de la clase. Para tener un plan
alternativo, fue que se pasó todo el fin de semana
investigando el sistema de calderas y como estaba
interconectado entre sí, para lograr ese calor que tanto
necesitaban las llegadas de otros lares más tórridos. En
Reikiavik hay una zona comercial que se concentra en torno a
la calle principal Laugavegur, en la que pueden encontrar
todo tipo de tiendas: boutiques, galerías de arte, tiendas de
diseñadores, joyerías, tiendas de artesanía. Hasta allí fue a
buscar una fontanería y aunque ella se expresó en inglés, lo
que le contestaba el dependiente era totalmente inentendible.
El islandés, es un idioma germánico, es decir, pertenece a la
misma familia lingüística del inglés, y muchas personas usan
el idioma anglosajón con acento británico como segunda
lengua, que es con la que se expresaba Ana.
Por fin, obstinada en saber lo que deseaba averiguar, se
dirigió al centro comercial Kringlan que contaba con 150
tiendas, entre las que se encuentra la fontanería más
importante de la ciudad.
Averiguó el precio de algunos utensilios, por si se veía en
la necesidad de usarlos, y volvió pronto al departamento
donde se hospedaba. Esa noche tocaba salir a bailar con sus
nuevas amigas y no quería dar el faltazo. Cuando volvía
caminando, volvió a notar cómo algunos jóvenes se fijaban en
ella. Cada semana notaba cómo su figura iba cambiando para
ser más curva. Medía un metro sesenta y cinco y, para el
promedio de las islandeses, era unos diez centímetros más
baja que la media, pero con su tez trigueña y sus ojos
marrones casi miel, se diferenciaba de las habituales rubias de
ojos celestes.
Ana recordó que durante la noche que pasaron
toqueteándose, el señor Manrique la llamó repetidas veces
por el nombre de “Little Caprice”, y ella buscó por internet y
descubrió a esa actriz porno, y se encontró cierto parecido
con sus primeros videos, cuando inició. Al parecer de Ana, su
cara era muy ovalada para atraer la mirada de los hombres
por más de unos segundos. Y su pelo estaba casi siempre
despeinado, en ese continuo viento helado que soplaba
trayendo olor a pescado. Pero a pesar de eso, o a causa de
eso, era como un imán altamente magnetizado.

En realidad, todo Reikiavik olía a pescado. En el centro


educacional, a bacalao frito. En el conjunto de apartamento
donde se quedaban las becadas, el olor era a halibut salado.
En el centro comercial, abadejo con mariscos. Ana pensó
que si se decía a si misma que olía bonito sería menos
horrible. Decidió trocar en su mente “olor” por “fragancia”. Así
lo intentó durante los veinte minutos que tardó en llegar a su
nuevo hogar, con las manos enfundadas en los bolsillos de su
abrigo. Las fragancias de salmón y trucha a la barbacoa que
aspiró cuando paso por frente del puerto viejo, Reykjanesbar,
donde estaban la mayoría de restaurantes le recordaron
cuánto ansiaba un buen asado. Y la convencieron que eso de
trocar palabras no resultaba ¡Cuánto odiaba ese olor
nauseabundo!
La joven Ana se vistió con su recatado vestido negro, el
largo cabello oscuro peinado con la raya al medio y el rostro
serio, con leve tendencia a sonreír, no con esos aperlados
dientes, sino con sus ojos enormes, color miel de abeja, con
un toque de verde. A no ser por los ojos, Ana creía que en
muchos aspectos físicos la debutante “Little Caprice” y ella se
parecían mucho. Se sonrió y se dio un beso con rouge en el
espejo.
Esa noche, junto a Sonia Quipildor y Fanny Milstein,
viajaron juntas al Runtur Buon Air, el lugar que estaba de
moda entre las adolescentes. Era un lugar bailable que,
después de cierta hora, se transformaba en bar karaoke. Allí
se reunieron casi todas las quinceañeras. Entre ellas estaba
Rosa Lía Montoya Prieto, proveniente de Panamá, y a quien
Ana consideraba la única con posibilidades de birlarle el
puesto a mejor promedio allí. Estaba junto a una chica de
Chile, sentadas en una mesa contigua. Las dos observaban
con poco disimulo y Rosa Lía con su aparato de ortodoncia, se
volvió a hablar con su amiga, que se llenaba la boca con
gomas de mascar y se preparaba para formar una burbuja de
chicle ahuecando los labios conejo. Mientras el globo rosado
crecía, la niña escuchaba a Rosa Lía; después del plop, casi se
ahogó mientras asentía burlonamente. Entre las palabras que
llegó a entender que se decían, escuchó “informe“, “sin
madre” y “pobrecilla”. Ana estuvo segura de que se reían de
ella. Pocas cosas molestaban a la joven tanto como que la
subestimaran.
Con un atrevimiento que las sobrecogió, clavó sus ojazos
directamente en el dúo, con una mirada que exigía respuesta:
—¿De quién se ríen? —El silencio que causó con su inquisición
parecía interminable, pero solo habían pasado unos
momentos.
—No deberías meterte en asuntos de otras personas. Tú
eres una maleducada— Respondieron, al unísono ambas,
cuando pudieron reaccionar.
Tuvo que dominarse para no gritarles que sabía que eso
era mentira, un gran embuste, que cualquier persona con un
poco de inteligencia, podía descubrir que estaban cotilleando
de ella.
Ni la chilena, ni la panameña, dijeron nada más, solo
siguieron sonriendo, por lo que Ana remató con: —¿Saben?,
en realidad me saca de quicio tener que hacer esto. Preferiría
estar divirtiéndome. Pero no me dejan… Ustedes piensan que
son más que yo.
—Y…así es. Somos distintas, somos mejores. — Anunció Rosa
Lía con gran despilfarro de gestos y tocándose sus rizos
rubios.
Y por dentro sintió otra vez ese instinto oscuro que la
hizo estar segura de que no eran simples amenazas, ella sería
lo bastante despierta, lo suficiente astuta, y
consecuentemente atrevida para pensar en el momento
propicio y que no la atraparan.
En una muestra infantil, la blonda Rosa Lía agregó a
cuatro amigas a su mesa. Y en una muestra de poder aún
más infantil, Ana reconoció el reto invisible y aceptó competir
por ver quién reunía más gente. Visitó las mesas de las
compañeras con las que aún no había entablado conversación
en las casi dos semanas que llevaban allí, tomó cerveza y
habló toda la noche en ese lugar rebosante de adolescentes.
Allá donde fuera, sólo necesitaba unos pocos momentos para
formar un gran círculo de curiosos alrededor, incluso se
acercaban desconocidos de mesas cercanas, los jóvenes
aparentemente permanecían absortas por las palabras de
Ana. Hablaba de política, de historia antigua, de Maradona-
Messi, de música disco, beat o de cualquier tema que
surgiera. No solo se le aproximaban hombres, sino incluso
algunas mujeres hermosas, pero no mostraba ningún interés
sexual en aquellas personas y esquivaba sus aprontamientos.
De pronto, sintió como casi todos buscaban llamar su
atención de alguna manera. Querían que ella les tuviese en
cuenta. Para cuando fueron las cuatro de la mañana había
reclutado en sus filas “simpáticas” a no menos de veinte
personas. Rosa Lía incluso había perdido dos de sus iniciales
aliadas.

Con discreción, Ana se retiró un momento del local,


sonriendo y llorando al mismo tiempo, porque descubrió algo
que puede hacer y los demás, no. Ya nada sería igual en su
vida. Y de pie, a la salida de ese pub para adolescentes,
empieza a silbar el concierto para piano Nº 2, con los ojos
cerrados y aún húmedos, y ya no recuerda ni su triste
infancia, o su solitaria vida, de pronto y en adelante solo
vivirá para una cosa: dominar. Y para eso debía estar en
Islandia. Con respecto a Rosa Lia, resolvió que lo mejor sería
matarla un miércoles, así ya podría salir el fin de semana a
conocer pubs. Después de todo, era una adolescente.
EL MAESTRO DE LAS ARTES MAGICAS

Allá por los albores de la década del cincuenta, yo era


uno más de los tantos que iban a las carreras en el
hipódromo. Ahora, cuando redacto esto para que conozcas mi
extraña historia; hay un gran silencio a mí alrededor, pero si
esfuerzo mi mente puedo viajar a esos recuerdos y sentir el
trote de los caballos preparándose para el gran esfuerzo
físico... el movimiento y el olor de la tierra cuando
desenfrenados buscaban cruzar el disco. Recuerdo mis idas al
hipódromo con gran nostalgia.
En un año me recibiría de odontólogo, una profesión que
elegí basándome en mi suposición de que me depararía un
futuro por demás lucrativo. En las primeras dos décadas de
mi vida de lo único que sufría era de estreñimiento, nada
preocupante, eso únicamente me convertía en la mofa de
mis amigos, quienes se referían a mí como «el Semanal»,
apodo que me impuso un querido amigo, porque guardaba
referencia proporcional a la cantidad de veces que iba al
toilette a hacer el “numero dos”. Creía que todo lo podía
hacer, que mis sueños estaban al alcance de mi mano.
Sí, no fue un error de tipeo, escribí «mi mano» y no «mis
manos». Sufría la enfermedad de Dupuytren, que es una
afección que provoca su cierre progresivo. Lo explicaré mejor,
en una extremidad normal existe un tejido que se encuentra
ubicado entre la piel y los tendones flexores, denominado
aponeurosis palmar superficial, la retracción de la aponeurosis
palmar y sus prolongaciones digitales cierran lenta pero
progresivamente la mano. Todo esto lo sabía de memoria,
porque desde hace dos años que concurría a varios
especialistas, incluso uno de la lejana ciudad de Buenos Aires.
Es importante que sepan esto, porque la lesión en mi
extremidad fue la causa de que conociera al maestro.
Hacía unos años que se me daba por apostar a las
carreras cuadreras, por lo general, con esquiva suerte en los
resultados. No obstante este patrón, un domingo de marzo
tuve una muy buena racha y me encontré triunfante: gané
poco más de nueve mil pesos. Toda una fortuna para mí, que
ganaba casi mil pesos en un mes trabajando cinco horas
diarias en la inmobiliaria. Para festejar fui a El Ombú, allí
siempre había algunos conocidos con los que tomar un
asequible whisky nacional, una caña o incluso hacer una
partida de dominó o ajedrez mientras escuchábamos algún
tango en la fonola especial. Charlábamos de fútbol, de burros,
de esas cosas que hablamos los hombres y, sólo si no hay
nada importante de qué hablar, de mujeres. Ya hacía dos
semanas que no iba por allí.
Entré al bar y contemplé que había muy poca gente.
Alcé la vista, rendido a la soledad y lo vi. Estaba con la ropa
sin planchar y algo sucia, mostraba al menos dos días sin
afeitar y ya no llevaba sombrero que cubriera su poblada y
ceniza cabellera. Don Leopoldo Cardozo. Estaba apoyando el
codo en el alto mostrador plateado, chupando unos
Chesterfield, viendo sin empeño cómo mal golpeaban unos
novicios el billar.
—Hoy...gané — exclamé sin saludar, con una sonrisa
cómplice.
Por un momento estuvo inmovilizado, asustado; hasta
que me reconoció. Hacía mucho que no nos veíamos, casi un
año. Yo tenía de él una imagen muy diferente a la que
mostraba ahora con unos diez kilos menos y desaliñado. Era
un hombre de unos sesenta y algo de años, que vestía ropa
de los años veinte, de compadrito y pasada de moda hace
mucho, pero que siempre hasta ahora, vi pulcra. Era muy
respetado a pesar de tener fama de pasar unos años en la
cárcel porque le cabían unos cuantos artículos del Código
Penal, aunque nadie nunca preguntó su delito; mucha gente
estuvo presa por motivos políticos y dimos por sentado que
Cardozo era uno de ellos.
Todos sabíamos que una de sus sobrinas vino desde
Rosario para cuidarlo y evitar que siguiera saliendo de noche;
conocíamos que tenía algo muy penoso en los pulmones.
Huelga decir que era dueño de una vasta cultura general y un
humor negro que junto a una vivencia de la calle no encontré
en nadie más y despertaba mi admiración.
—Gané en tres al hilo, en la cuarta, quinta y sexta
carrera —remate entusiasmado.
Reaccionó a la sorpresa de verme y se sentó a mi lado
en una mesa alejada del ruido que provocaba el chocar de las
bolas de billar. En El Ombú se servía vino en jarra de los que
uno diría barato-barato; y una novedad para la época, que
era ese mismo vino mezclado con una gaseosa muy popular:
la Crush Naranja, que yo elegía para beber cuando podía
pagar.
El lugar era ya viejo y mantenía esa magia particular de
los bares de tercera categoría donde se sirven los mejores
pucheros tucumanos y enguisados recalentados quién sabe
con qué higiene. Luego de intercambiar breves preguntas
obligadas y sin importancia, empezó nuestra charla.
—Luisito, ahora está feliz porque embocó unas carreras,
veo que el placer de apostar está dentro suyo ya. Pero
viéndolo bien… por dentro lo noto como preocupado. ¿Qué le
sucede, Luisito?
Pedí una jarra de sangría, que el mozo gritó al encargado
que está en el mostrador, a treinta metros en el fondo. A
nadie había contado del mal que aquejaba mi mano. A él no
se le podía ocultar nada. Siempre sabía de antemano todo. Se
lo confesé.
—Hay días en que casi no puedo tenerla abierta. El
diagnóstico es fatídico, antes de cinco años se me cerrará por
completo—resumí.
—¿Qué alternativa le dan los médicos? Ahora hay mucha
ciencia, ya nada es como era antes, seguro que se puede
operar.
—Sí, se puede. Pero en una operación quirúrgica es muy
probable que pierda sensibilidad, fuerza, precisión y necesito
todo eso para ser un buen dentista. Estoy condenado…
condenado a un salario mediocre de por vida —exploté,
llorando de frustración acumulada. No sé cuantos minutos
duro mi desahogo.
Mientras encendía el sexto cigarrillo, luego de regresar
del baño, pensativo como quien se decide a revelar un gran
secreto, dijo:
—Una buena amiga mía, tenía una de esas afecciones
que tienen las mujeres en los pechos y los médicos no le
daban más que unos meses de vida; tan feo era lo suyo.
Desesperada y luego de probar mil bálsamos inservibles, fue a
visitar a un brujo, un manosanta que vino de Suiza después
de la Segunda Gran Guerra. Sé que no es barato, pero ella
me aseguró que es milagroso. Solo atiende tres o cuatro
pacientes por año. Como sea, mi amiga ayer se me acercó
para preguntarme si yo necesitaba alguna cosa, que lo visite.
El tipo está de vuelta por Tucumán. Ella me dio esto.
Metió la mano en su gastado saco y extrajo un
perfumado papel escrito a mano con una caligrafía excelente
y doblado en dos. «Maestro de las artes mágicas» tenía por
título y declaraba que curaba desde el Mal de amores hasta
cualquier tipo de enfermedad o afección «conocida o por
conocerse». Debajo tenía un teléfono y el nombre Jean Luc
Piccard.
—Eso no es lo mío, don, no me creo eso de la brujería —
pronuncié, lleno de la soberbia propia de quien vivió apenas
cinco lustros.
Yo sabía, o mejor dicho, presentía, que era la última vez
que lo vería a Cardozo. Se esforzaba por no toser y
preocuparme. Nos quedamos conversando como nunca, hasta
que cerraron el bar a eso de las tres de la madrugada. Y de
pronto caminábamos por la vereda de adoquines, en dirección
opuesta a donde sabía que vivía con su sobrina; como si a él
le diera lo mismo cualquier calle que llevara a ningún lado.
—Don Leopoldo, usted es quien debería de visitar al
brujo…—aquello me intrigaba.
―Luisito, yo ya estoy más del otro lado que de este. Lo
perdí todo por las carreras y no digo solo lo que se compra
con plata, sino afectos, mis amigos de juventud, casi toda mi
familia, perdí las ganas de hacer otra cosa que no sea
apostar. Lo único que no perdí es ser profundamente
antiperonista —esto último me lo dijo bajito, porque las
paredes tienen oídos, y en 1952 ¡mucho más!
—Quiero morir en mi ley, como viví… Pero usted es
apenas un muchacho. Usted no posee excusas que lo eximan
de experimentar y servir al prójimo. Prométame que usted irá
al brujo, tiene todo un porvenir por delante; no lo tire a la
basura como yo.
—Oiga, don Leopoldo, si el manosanta es suizo, ¿qué
idioma habla? Doy por sentado que usted sabe —pregunté
por último, al despedirnos y estrecharnos la mano.
—Suiza es un país plurilingüe; francés, italiano, alemán
son los idiomas oficiales. Por el nombre del brujo, asumiría
que es de un cantón donde hablan francés —me contestó
como si eso fuera algo simplón, que cada homo sapiens del
planeta conoce, excepto yo. ¡Francamente, no sé cómo me
arrancó la promesa de ir a visitarlo al manosanta!
Unos días más tarde, desde mi trabajo, llame al número
telefónico de la tarjeta, al momentito me atendió una voz
ronca, con fuerte acento extranjero. Me dio el turno para el
día siguiente y me confirmó lo que contó la amiga de don
Leopoldo. La consulta y curación incluida costaba la friolera
de seis mil pesos… casi todos mis ahorros.
Esa misma noche, después de regresar de estudiar,
estando con los muchachos en el bar, llegaron unos hombres
con saco azul y chaleco beige que se identificaron como la
Sección Especial de la Policía Federal Argentina. Buscaban con
urgencia a Leopoldo Cardozo. Tenían un dato de que lo vieron
en El Ombú hace solo unos días. En pocos minutos, un
contingente de la ley pobló el lugar, incluyendo dos agentes
que estaban de civil y se quedaron en la puerta para que
nadie entrara (ni saliera). Esta “Seccion Especial” era la
conocida división gubernamental que utilizaba el General
Perón para situaciones afines a la conveniencia partidaria y
personal, inspirada en la epónima italiana, y se decía tenia
todos los recursos estatales a su disposición. Entre ellos
estaban los agentes Cipriano Lombilla y José Faustino
Amoresano, tristemente célebres, años después, por ser los
acusados principales en una comisión del Congreso Nacional
que investigaba a los llamados «comandos de hierro» en
casos de privaciones de libertad a varios sindicalistas
opositores. Uno de ellos, Lombilla, me llevó cerca de una de
las ventanas y me averiguó nombre, edad, ocupación,
domicilio, de dónde conocía a Cardozo y cuándo fue la última
vez que estuve con él.
Mientras respondía a sus preguntas, observé cómo
interrogaban al mozo que nos atendió hace unos días -cuando
estaba junto al que buscaban-, por lo que dije la verdad: que
hacía unos días estuve con él, pero que no conocía dónde
residía ahora; que asumía que con la hija de su hermana. Y
nada más hablé, porque temía que si encontraban algo
sospechoso en mis respuestas me retendrían y seguirían
preguntando. Tenía mucho miedo por mí y por lo que le
podrían hacer a Cardozo si lo encontraban.
Se pasaron apuntes entre sí y parecieron sacar fotos a
cada persona y trasto del bar. Se mostraban enojados y
también exasperados si una respuesta demoraba apenas. Me
señalaron y tuve la sensación de que buscarían hacerme
confesar algo que no sabía. La impotencia era palpable en
todos los que estaban allí. Ya hacía más de una hora que
estábamos siendo investigados y recién llegaba la máquina de
escribir Remington, por lo que uno a uno fuimos pasando por
el mostrador y dejando nuevamente nuestra declaración. Me
acerqué a firmarla y allí noté que posiblemente a causa del
recelo que sentía, me costaba mantener el dominio sobre mi
mano. El mal parecía avanzar más rápido de lo que
determinaron los estudiosos galenos. Se me cerraba y apenas
pude sostener la birome.
Cuando comprendieron que no teníamos nada
importante qué decir, al parecer quedaron satisfechos. A mí,
por ser el último que lo vio, me dieron trato especial de
amabilidad, me subieron a uno de los autos negros y me
llevaron a mi modesta pensión de estudiante. Durante el viaje
usaron el equipo de radiotransmisión que estaba integrada
con el Ford oficial en el que me transportaban, y entre ellos
comentaban lo que solo más adelante comprendí: «Esto es
todo culpa de Rodríguez. ¡Cómo puede ser que un profesional
se duerma en plena vigilancia!», bramaba desde la radio una
voz con tonada santiagueña. Tomando el transmisor, el oficial
Lombilla retrucó:
—Más vale que el viejo aprovechó y escapó. Ya vas a ver
cuando se enteren arriba de la novedad… ¡Van a rodar
cabezas aquí!
Supongo que sospechaban que habría una posibilidad de
que hubiera estado donde yo vivía, ya que lo buscaron en
todas partes. Finalmente se cansaron y se retiraron, no sin
antes advertirme que si llegaba a saber algo de Cardozo, les
avisara inmediatamente, so pena de tener problemas mayores
si lo encubría. Cuando se retiraron los investigadores, como
en cada ocasión en que me ponía nervioso, se me aflojó el
vientre; contaba ya nueve días que no iba al “trono “del baño,
eso fue lo único positivo de ese día. Esa noche dormí poco y
mal, porque me duraba el estremecimiento por el rato
pasado. « ¡Por lo menos cagué, por lo menos cagué! », me
repetía, para darme ánimos y dejar de temblar.
Al día siguiente, en la hora nocturna acordada, fui al
Hotel Colonial, donde se hospedaba el suizo. Golpeé la puerta
correspondiente, con el corazón aún acelerado por los
eventos del día anterior. Me abrió un hombre alto, muy
tostado, calvo, con una tupida barba, que poco dominaba el
lenguaje de Cervantes, y con anteojos de color negro; los
populares Ray Ban que usaban los pilotos en la Segunda
Guerra Mundial. Recuerdo claramente que dado su cutis
oscuro y su acento francés, me pareció más bien un zambo
haitiano que un representante nórdico. Imagínense esa
composición y agreguen una túnica blanca que llegaba hasta
el piso, idéntica a la sotana de los párrocos cuando dan misa.
El interior del cuarto del hotel estaba con las luces
eléctricas apagadas y la ventana cerrada, y solo se contaba
con la luz que surgía de una gran vela roja que estaba en un
plato sobre el piso, al lado de una silla, la cual estaba en
medio de la habitación. El tal Jean Luc me resultó bastante
amanerado en sus movimientos, impresión que se vio
consolidada cuando me dio un innecesario pellizco en la
mejilla. Me senté en la única silla disponible y pidió que
mantuviera «cerraditos» los ojos durante toda la sesión
curativa. Esto lo solicitaba porque cabía la posibilidad de
distraerlo y los espíritus que convocaba para el conjuro de
sanación podían ser peligrosos si no estaba enfocado en su
control. El ritual se llevó a cabo con imposición de manos,
plegarias en un idioma desconocido y no sé qué más, porque
no vi. En un momento dado, cuando ya me relajaba por
completo, sentí quemárseme la mano. Me pareció que alguien
más estaba en la habitación ya qué se me erizaron los pelos
de la nuca, pero de ninguna manera abrí los ojos. El sueño
me dominó y solo desperté cuando fui sacudido de los
hombros por el suizo.
Hablamos poco entre nosotros, pero el miedo al
procedimiento quirúrgico y su ya impuesta reputación,
sumada a la promesa que le realicé a don Leopoldo, hizo que
le extendiera el grueso fajo de billetes. Al acompañarme a la
puerta me despidió con un nuevo pellizco y me retiré en
forma intempestiva, dado que no quería que malinterpretase
alguna pregunta o gesto como si yo tuviese un interés íntimo
en él.
Cuando estuve ya en la calle pude constatar que tenía la
extremidad enferma llena de cebo del cirio rojo. Decidí no
caminar y me fui en taxi a la pensión, para dormir como hace
tiempo no lo hacía. A los pocos días me llegó la noticia de que
a mi fugitivo amigo lo estaban velando en una pompa fúnebre
del centro. Me dirigí allí después de bañarme, vestir mi único
traje pardo y lustrar mis replicas de zapatos Oxford de dos
colores, que eran los mejores que tenia, aunque no del todo
solemnes.
En el preciso momento en que llegué, se retiraban
cabizbajos los hombres de la Policía Especial que tanto miedo
me causaron. Mi pensamiento a priori fue que los agentes lo
habían abatido; pero no fue así. Entré al velorio y me
encontré con la sobrina de Cardozo llorando y vestida de
negro, como corresponde a todo doliente sincero. Entre moco
y lamentaciones me narró que su tío fue encontrado muerto
en una cama, con una jovencita a su lado, quien no pudo
alejarse del lúgubre lecho por tenerla el finado agarrada de la
muñeca con tanta fuerza que fue necesario que vinieran los
bomberos y romperle los dedos para lograr desplegarle la
mano y así liberar a la histérica; incluso el médico forense que
le entregó el cuerpo para que lo velasen decía que nunca vio
un rigor mortis tan extremo y tan rápido en actuar.
Según las rápidas investigaciones del agente Lombilla,
todo hacía suponer que después de ganar una gran cantidad
en el turf, sus dos últimos días de vida lo pasó en el burdel
más caro de Tucumán, bebiendo champagne y con al menos
dos de las prostitutas más caras. Asumían los agentes que su
radical cambio de apariencia se lo realizó para despistarlos en
la pesquisa de su búsqueda.
Para ese momento ya una sospecha pugnaba por abrirse
paso en mis pensamientos. ¡Una conjetura que segundos
después se vería confirmada! En medio del salón mortuorio,
en el modesto ataúd de pino, rodeado de velones blancos,
cual si fuera un santo alumbrado en el día de su onomástico,
estaba Leopoldo Cardozo con una sonrisa de oreja a oreja que
la muerte no quiso borrar, con la mano derecha vendada y
por completo privado de sus cenizos cabellos. ¡Calvo! En ese
momento me sentí tan estúpido como nunca en mi vida. ¡Eran
la misma persona! ¡Mi culto y sexagenario amigo me había
timado seis mil pesos!
A posterior de estos fatídicos eventos, me entregaron
una carta que llegó a mi nombre, enviada al bar El Ombú,
fechada dos días antes de la muerte de don Leopoldo.
Transcribo textualmente la misiva, que aún conservo
guardada en un celofán rojo, y que leí infinitas veces:
«Luisito, querido. Posiblemente esté usted pensando que
lo engañé como si fuese un purrete, deje que le explique
mejor y luego podrá usted discernir lo que es recto: Para
mayor comprensión le diré que sí, sí tengo un don especial,
pero que no era inmune a su uso. Los demonios que aprendí
a invocar vienen y cumplen lo que solicito, pero se llevan un
pedazo de mí alma como pago. Nunca curé a un pobre. Usted
fue el primero y el último. Fíjese que tanto lo aprecio, que le
acepté solo seis mil pesos cuando por un tratamiento hubiera
cobrado no menos de quinientos mil. En fin, amistad.
»Viajando por el país, y el extranjero también, curé a
una serie de personalidades y gente que podía pagar mucho
dinero. Motivaba esta decisión de atender solo a ricos, porque
necesitaba el dinero para apostar fuerte. Cuando tenía treinta
años ya cambiaba destinos fatales, me enfermaba pero a los
cuatro días estaba de nuevo repuesto. A medida que fueron
pasando los años, esto se fue haciendo cada vez más
dramático. Antes intenté varias veces dejar el juego y las
brujerías, pero la timba me hacía quedar pobre y debía volver
a curar con hechizos de magia roja para conseguir dinero,
poder apostar y mantenerme. Y así, el círculo vicioso.
»Con lo que me pagaban por una sesión tenía para
comprar un Mercedes Benz y a la siesta del domingo, después
de la sexta carrera, ni siquiera me alcanzaba para comprar un
atado de cigarrillos; así de grande era mi vicio. Ya en los
últimos tiempos que me desempeñé de curandero, revertir
una ceguera me significaba estar mal de los ojos unas tres
semanas y no me recuperaba por completo. Como ya era
entrado en años, una de las personalidades políticas a quien
ayudé con un temita de gangrena, logró hacer que me
jubilara. Fue por eso que dejé de curar y me vine para
Tucumán, donde me conocía muy poca gente.
»Con la jubilación solo ganaba para comer, fumar y
alquilar una casita modesta, pero al menos no perdería la vida
conjurando espíritus. Entre las personas que ayudé a
comienzos de los años treinta se encontraba Ayrinhac; estoy
seguro que fue ese (gracias a mí) talentoso pintor quien le
contó al círculo peronista más poderoso de la efectividad que
poseo y de que soy uno de los auténticos brujos que aún
existen. En fin, peronistas…
»Como enfermé crónicamente, “en casa de herrero,
cuchillo de palo”, me cuidaba mi sobrina, a quien siempre la
familia le dijo que años atrás me desempeñaba como extra
de cine en Europa, ya que les daba cierta vergüenza decir mi
verdadera labor humanística. Pero como siempre sucede, ese
pudor no lo tenían cuando recibían mis generosas ayudas
financieras. En fin, familia...
»Hace unas semanas me sacaron unos agentes de mi
casa, bajo excusa de llevarme a una institución para tratar mi
adicción al juego y mejorar mi calidad de vida. ¡Falsos como
siempre! Cuando llegué a la supuesta clínica me alcanzaron el
teléfono y del otro lado de la línea estaba el mismísimo
Filomeno Velazco. Me “solicitó” que curase a una sola persona
y que se me daría muchísimo dinero, me harían ministro de
alguna cartera y mil promesas más. Dije que no y le corté.
Usted sabe de mi ideología antiperonista, Luisito. Sería
traicionarme si accediera. Se cumple aquí la frase de un
escritor español: “el que no se atreve a ser inteligente, se
hace político”.
»Por supuesto, mis carceleros dijeron que si no lo hacía
me olvidara de volver a conocer la libertad. Unas bestias. Me
encerraron muchos días y apenas si me alimentaban para así
obligarme a cambiar de opinión. Les expliqué una y otra vez,
que si hacía eso, si usaba mi última porción de espíritu en
curar a quien ellos querían, entonces me secaría y moriría en
un par de días, así que de poco me servirían los millones que
me ofrecían. No les importó mi negativa.
»Por fin, en una ocasión los escuché decir que les daban
la orden de concurrir a un acto protocolar, quedando solo un
carcelero, Rodríguez, en el ficticio hospital, así que usando
unas invocaciones espirituales pude embrutecerlo lo suficiente
para escapar. Vagué unos días sin rumbo porque estaba
seguro que estarían buscándome con todos sus recursos, mi
hogar estaba vigilado; logré comunicarme con mi hermana en
mi provincia natal y creí escuchar en la línea unos ruidos
raros, señal de que estaba intervenido su teléfono; no tenía a
dónde huir o buscar refugio y solo contaba con la plata que le
robé a mi carcelero.
»Por fin, ya cansado de esconderme, me resigné a ser
capturado y a realizar lo que me pedían, aunque sabía que
era mi sentencia de muerte. Pero es que ya soy viejo, y era
tal mi sufrimiento al estar sin comer, sin dormir y temiendo a
cada sombra que veía, pensando que serían los que me
estaban dando caza… así que comencé a acariciar la idea de
que, si me entregaba, al menos dispondría de unos días para
disfrutar la millonaria suma que lograría con mi trabajo.
»Fui al bar a tomarme un último trago y despedirme de
la barra de amigos, allí fue donde usted me encontró. Me
emocioné con su desgracia. Cuando fui al baño troqué mi
decisión anterior de entregarme y escribí el papel con los
datos de Jean Luc Piccard, el nome de plume que usaba
cuando me dedicaba a ser macumbero. Lo que más me costó
fue afeitarme la cabeza para que no me reconociera, parecía
como una prepizza, diga la verdad, sin nada arriba de la
masa. Comparado con eso, el ponerme barba, maquillarme y
agregar altura a mis zapatos para parecer más alto fue muy
fácil. Para no correr riesgos innecesarios oscurecí la habitación
y le pedí que cerrara los ojos.
»Usted ya sabe el resto. Lo que falte de explicar, usted
imagíneselo. Una cosa más hice mientras le realizaba la cura
de la mano; y fue para evitarle futuros males en los que sin
duda habría caído: ya no sentirá placer al apostar; al
contrario, ja, ja, ja. Ya descubrirá a que me refiero.
»Ahora me voy al hipódromo a fumarme una caja de
Montecristo, a jugarme todo lo que me queda en una última
carrera. Y si llego a ganar, de allí me voy de putas. ¡Hace
años que no apuesto ni estoy con alguna rubia! ¡Estoy tan
emocionado! Siento que en muy poco tiempo los entes con
quienes pacté vendrán a reclamar y esta vez deberé pagarles
con mi vida, pero aún así me despediré a lo grande, Luisito.
¡Caballos y muchas putas! Prefiero que sea para mi amigo, el
Semanal, el último talento de que dispongo y no para esa
mujer.

Leopoldo Cardozo. El Maestro de las artes


mágicas.»
Al momento de redactar esto tengo más edad de que la
que tenía don Leopoldo al morir, y a pesar de que le di mil
vueltas al asunto, sigo desconociendo qué fue exactamente lo
que ocurrió, si todo fue una mentira muy elaborada para
quedarse con mi dinero y fue ayudado por demasiadas
casualidades imposibles de planear, o si realmente tenía
poderes ultra terrenos. Me inclino a creer esto último, aunque
sea impropio de mi fama con pedes in terra.
Tal vez haya sido el último de una cadena de personas a
las que cambió su destino. Hay muchas cosas que ignoro. Lo
que sí sé es que soy uno de los más afamados odontólogos
de Tucumán y que luego de la cura jamás volví a tener
problemas en la mano.
Como todo empírico, mi obligación es suponer que mi
curación puede ser una casualidad. Vamos a ver, tal vez tres
médicos distintos hayan dado un diagnostico errado; y quizás
lo que aseveraron era la enfermedad de Dupuytren era una
profunda irritación del revestimiento de los tendones flexores,
lo que a veces causa que el tendón se flexione en forma de
gatillo o incluso una rara parálisis temporal, originadas por
falta de calcio, potasio o hierro, producto de mi deficiente
alimentación de estudiante…todo eso es improbable, pero
estadísticamente posible por la precariedad de los análisis de
esa época.
Lo que no me explico, lo que me saca de quicio, lo que
me pone loco, y que cada semestre pongo a prueba para
demostrarme a mí mismo que lo de Cardozo fue solo una
ilusión; es que, en cuanto pongo el pie en cualquier lugar
donde se apueste, se me revuelve el estómago y unos
impulsos colosales de defecar me invaden y tengo que correr
como el dios Hermes para no desgraciarme en público. Las
veces que tuve que cambiar de calzones parecen indicar que
los conjuros siguen allí, tan fuertes como el primer día. Así de
grande es su poder…y su oscuro sentido del humor.
Sin embargo, incluso con todo su portento, hay algo que
don Leopoldo no sabía. No se lo dije nunca para no
contrariarlo y poner en riesgo la estima que sentía por mí; y
era que al ser yo hijo de un obrero metalúrgico y de una
costurera, era de sentimientos peronistas muy arraigados. Y
ese es el motivo por el que, durante décadas me sentí y
siento, en cierta forma culpable.
Mea culpa de que usara ese último resquicio de poder
regenerativo y mágico que le quedaba en mi persona. Era
como si le estuviera robando a alguien que mereciera
infinitamente más que yo el estar saludable, y también
culpable de que, de no haberlo encontrado ese domingo a
Cardozo en el bar El Ombú, otra muy distinta habría sido la
historia argentina. ¡Cuántas cosas bondadosas podrían haber
sido hechas! Cuantas ignominias podrían haberse evitado… si
tan solo ese domingo nefasto no hubiera ganado esas
carreras cuadreras, o si quizás hubiera ido a celebrar a otro
lugar en vez del Ombú, o si yo…esto y aquello de más allá.
La lista de lo que puso pasar y no pasó es infinita. No sé
si se entiende, amigo lector, yo soy el causante de que el 26
de julio de 1952, a las 20:25, muriera de cáncer mi idolatrada
María Eva Duarte de Perón.

ROCK VS LA NEGRADA

Te sentí a mi lado al despertar, como tantas, tantas otras


veces. Apenas me levanté, encendí la computadora, y puse la
lista de reproducción. Ayer nomás pensaba yo si algún día
podría encontrar alguien que me pudiera amar. Ayer nomás,
una mujer en mi camino me hizo creer que amándola sería
feliz…
Hoy es nuestro aniversario. Es 5 de enero. S-e-r-i-a
nuestro aniversario, me corrijo. Esta mañana hace un año
exacto, resolviste que esto de la «rock-life» no era para vos.
Fue una decisión que me puso muy mal …Muchacha pechos
de miel, no corras más, quédate hasta el día. Duerme un
poco y yo, entre tanto, construiré un castillo con tu vientre
hasta que el sol... Vos estabas a mi lado cuando presionaba el
mouse y leía la información destacada del día, y también
desde dentro de mi cabeza supe que querías tocarme, pero
no lo hiciste. Tal vez porque estabas ya con otro que si te
supo querer mejor y más. En todo momento, con cada letra
de las canciones, tu recuerdo. Un viejo blues, me hizo
recordar, momentos de mi vida, y mi primer amor, pero aquí
estoy, tan solo en la vida, que mejor me voy...
Subí el sonido para que la música invadiera mí alrededor.
Mientras, en el celular empecé a releer nuestras charlas. Solo
para castigarme, claro. Busco tu olorcito en alguna pañoleta
que conservo en el ropero, colgada de una percha de madera,
traída de nuestro hogar, cuando aún vivíamos juntos. Epa.
Será mejor que te arranque de una buena vez de mi corazón.
…No quiero soñar mil veces las mismas cosas, ni
contemplarlas sabiamente, quiero que me trates suavemente .
Puse al máximo el volumen para que la música invadiera mi
interior y ocupara el espacio que dejaste. Vamos las bandas,
se que se puede.
No fue de forma repentina que me abandonaste, ya una
semana antes, se veían nubarrones, estabas idiota, a punto
de estallar por cualquier boludez.
En fin, mejor dejo estas memorias que me hacen
daño, y sigo con la playlist Necesito alguien que me
emparche un poco y que limpie mi cabeza, que cocine
guisos de madre, postres de abuela y torres de
caramelo. Ella (VOS), eras alguien que nunca se
consideró atractiva, pero para mí era de una belleza
única. Debí decir más veces eso…Y que esté en mi cama
viernes y domingos para estar en su alma todos los
demás días de mi vida. Aunque tampoco era de esas
mujeres a quienes todos dicen «belleza, ricura», de esas
que uno siempre se da vuelta al verlas pasar . Y que
conozca las palabras que jamás le voy a decir y que no
le importe mi ropa, si total me voy a desvestir para
amarla, para amarla…. En cambio vos no contaste con
ese plus extra de gracia y garbo…
Ahora que lo pienso bien, y prolongando ese
pensamiento, yo en una escala del 1 al 10 de «deseabilidad»
para el sexo opuesto debo tener un 8. Lo mínimo, un 7. “No
te preocupes, Paloma hoy no estoy adentro mío, tu amor es
mi enfermedad, soy un envase vacío” Y vos, con suerte
llegabas a un 4. Si era generoso el espécimen masculino tal
vez te diese un 5. “Puse precio a mi libertad y nadie quiso
pagarlo te cambio tu corazón por el mío, para mirarlo y
mirarlo”. En la foto que subiste ayer a internet estas con un
tipejo, un groncho seguro, de esos que se consiguen por
cientos en las redes sociales, por su forma de mirar, asumo
que no debe tener mucha cultura y que te permitirá escuchar
cumbia y cuarteto con una sonrisa boba. Porque ese si es tu
estilo… y además porque tenes la entrepierna muy sociable.
Es mentira que te gusta el rock, eso lo debiste decir para
conquistarme. Sos hiper-mentirosa. Todo concluye al fin,
nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina. Tengo
que comprender no es eterna la vida. El llanto en la risa allí
termina. Creía que el amor no tenía medida, o dejas de
querer, tal vez haya otra mujer. Sí. ¿Sabes qué, cabeza de
pollo? ¿Por qué tengo que estar sufriéndote yo? ¡Si vos sos la
fiera que se sacó la lotería al salir conmigo!
¡Cumbiancherasalseracuarteterapopera! Pensar que me
“dejaste” porque decías que no podíamos seguir juntos si no
realizaba un cambio autentico. Que estabas cansada de mis
anécdotas, harta de la guitarra eléctrica y de ir a recitales y
de mi look rollinga. Que de Jagger yo «solo tenía la edad».
Que ya «eran tiempos de sentar cabeza». Sermoneaste que
así como a vos te gustaba el rock “entre otros géneros igual
de creativos”, también a mí me debían gustar distintas índoles
melódicas. ¿Cómo alguien puede dar ese ultimátum? ¡O
cambio o me cambias!
Si te emocionaras con el Rock, sabrías que la canción esa
que tarareabas se trata de un hecho real. Ahora la pongo en
el reproductor: Polly wants a cracker, I think I should get off
her first, I think she wants some water, to put out the blow
torch, it isn't me. We have some seed, let me clip your dirty
wings. Polly era una niña de 14 años que fue secuestrada por
un hombre, quien la llevó a su casa, la violó y la torturó con
una navaja, un látigo y un encendedor, de esos con
lanzallamas. Pero ella logro escapar. Cobain escribió la
canción basada en esa anécdota, asumiendo el rol del
abusador… ¡Me olvide que nunca pudiste aprender inglés! La
letra sería algo así: Polly quiere una galleta, creo que primero
debería desatarla, pienso que quiere un poco de agua para
apagar el soplete. No soy yo, tenemos semillas del mal
dentro, déjame despuntar tus sucias alas… Sabes, no es tan
mala idea, hacer con vos como la letra de Nirvana.
Mejor pongo algo nacional. Fito Páez es una buena
opción, escuchemos la canción Sibyl Vane: Tú histeria me
robó mil años, yo me hubiera puesto delante de la bala de
plata, para que nadie, nadie, nadie, nunca, nunca te haga
daño. Qué clase de mujer te pensas que sos, que te creíste
con tu imaginación. Me traicionaste no tenés perdón,
ahora fúmate un viaje. No quiero nada con vos, histérica.  No
quiero verte nunca más, hija de puta.  Parece mentira que
Páez sea capaz de adoptar tanta maldad en sus manos al
momento de componer. Pero tiene razón, sos una hija de mil
putas. Eso sos. ¿Cómo podes chantajearme con que mute de
música o sino.. «no volvemos»?
Sabes algo Gila de cuarta: Yo no cambio ni mierda.
Tengo mi chaqueta de cuero, mi moto chopera, mis tatuajes
de calaveras, mi pelo largo… puedo tener algo de panza, pero
eso es de machos. Soy un rockero de aquellos, carajo. Y vos
solo una mina fea, mal depilada.
Cada vez me convenzo más. Incluso ni sabes lo que
cantas; gorda trucha, que engaña diciendo que está a dieta y
se manda cuatro panchuques al hilo en la peatonal. Seguro
que anoche sábado tuviste sexo toda la noche. Ahora debes
estar durmiendo, reponiéndote. Pero yo tengo todavía la llave
de tu departamento, las que te dije que perdí. Una chica en
el cielo, vive en mi océano salvaje; una radio que se cae
mientras duermen pájaros acá, una radio en el mar, una
chica en el cielo todo el tiempo puedo ver pero no sé, todo
está muy rápido acá. Y los pibes remontaban barriletes, y la
virgen pasó haciendo ala delta.
Hace años, en el programa «¿Cuál es?» de Mario
Pergolini en la radio Rock&Pop, iba una vez por semana
Alejandro Rozichner a hacer una columna de filosofía en la
que analizaba letras de canciones del rock nacional. En una
ocasión, mientras estaban en el aire, pretendió desmenuzar
"Ala delta" de Divididos, y Mario lo interrumpió diciendo que él
estuvo presente con Ricardo Mollo el día que surgió la
temática de la canción, añadió que todo se dio durante una
gira que él fue a cubrir y se detuvieron en una ruta en medio
de la nada en Santiago del Estero al pie de una imagen de la
Virgen de Lujan, a fumarse un porrito. Estaban ya bajo los
efectos artísticos de la marihuana y Mollo proclamó que «la
Virgen parecía estar volando en ala delta, con su amplio
manto celeste». Ves, ni sé porque me acorde de eso. Es que
así soy yo, soy un rocker. Cuando dice “los pibes remontaban
barriletes”, parece un mensaje personal a mí, porque
obviamente quiere significar: «los pibes hacían las cosas
intoxicados hasta el cielo de barriles de cerveza», tal vez sea
una señal de que deba ir a verte con algo encima, re loco.
Puta. Me terminó esta botella de Fernet Vittone y voy a verte.
Nadie se va a reír de mí. Trola. Ya me decidí. Date por
muerta.
Ahora un temita del Pity Alvarez, mientras me visto para
ir a ultimarte. Me dejaste en la ruina ja, no en la ruina
material; ahora tengo un problema, un problema mental. Sos
una perra... perra... perra... perra... guau.  Llevo el cuchillo de
carnicero, con el que me hacías milanesas napolitanas. Eras
muy buena con las frituras, y también haciendo guiso de
lentejas. Es tarde a la noche, y ella busca que vestir, después
se maquilla, y peina su largo pelo, y me pregunta, ¿me veo
bien? Le digo sí. Estas maravillosa hoy. Uh. Ese tema me bajó
un cambio. Las empanadas de panza que hacías, la verdad
que nunca me gustaron, yo las comía y te decía « ¡quiero
más!» pero eran embustes, nunca lavaste bien el mondongo y
tenían olor a mierda del Mercado del Norte…Igual, como
extraño esas empanadas y a vos. Comería contento cien
docenas si con eso consiguiera que volvieras.
Siento el calor de toda tu piel en mi cuerpo otra vez.
Estrella fugaz, enciende mi sed misteriosa mujer, con tu amor
sensual, cuánto me das, haz que mi sueño sea una verdad.
Dame tu alma hoy, haz el ritual. Llévame al mundo donde
pueda soñar. Sabes que, antes de mandarme una cagada de
la que no tenga retorno, creo que voy a probar lo que me
dijiste. Tal vez el rock solo haya sido una etapa que duro
demasiado en mi vida. Y quizás lo mejor sea conocer otros
ritmos, otros poetas menos propiciadores de la fatalidad. ¡Sí!
Eso será lo mejor. Y me dejo de joder con ideas de sangre,
destrucción, mutilación y muerte. Después de todo, te amo.
Vos sos lo más importante en mi vida, no el rock. Es hora de
crear una nueva lista de reproducción de canciones. Empezaré
ahora, con el guatemalteco que te gustaba a vos y nunca me
tomé el trabajo de escuchar:
Señora de las cuatro décadas, permítame descubrir que
hay detrás de esos hilos de plata y esa grasa abdominal que
los aeróbicos no saben quitar.  Muy feo el tema. Pero seguro
que el próximo es mejor: Charlo de política con tu cepillo de
dientes, realmente no estoy tan solo, quien te dijo que te
fuiste. Epa, dos canciones al hilo con mayor antiestetica que
vos, voy a poner un par más, seguro que alguna buena debe
de tener... De vez en mes con tu acuarela, pintas jirones de
ciruelas que van a dar hasta el colchón De vez en mes, una
cigüeña se suicida y ahí estás tú tan deprimida buscándole
una explicación. ¡Vendió millones de discos y le está cantando
a la menstruación! Vos, conmigo, siempre menstruaste
aunque en lo único que pensabas era en tener un hijo, pero
yo estaba alerta, y era más inteligente. Al tipito ese que te
conseguiste de oferta en las redes sociales, seguro lo vas a
hacer pisar el palito, el palito que a mí nunca pudiste hacerme
pisar, y vas a quedar muy pronto embarazada, lo apuesto con
seguridad, porque te conozco...Ultimo tema, de un grupo
mexicano El verdadero amor perdona,  no abandona, no se
quiebra, no aprisiona, no revienta como pompas de jabón…
¡Uh, peor! Mana es como Menudo con guitarra eléctrica.
¿Quién dice Pompas de jabón? Nadie. Solo los putos dicen
pompas de jabón, yo digo burbujas.
¿¡Qué fue eso!? What if? Amor, lo siento, lo intenté. No
sos lo que más valoro en mi vida. No me pone feliz, pero vas
a morir, te mataré…porque después de todo: “Me gusta el
rock, el maldito rock, siempre me lleva el diablo, no tengo
religión, quizá éste no era mi lugar, pero tuve que nacer
igual. Caminito al costado del mundo por ahí he de
andar buscándome un rumbo, ser socio de esta sociedad, me
puede matar”. 

UNA INVITACION ESPECIAL

Me llamo Alfredo, tengo 43 año, y la siguientes es una historia


que intentare narrar como lo hizo mi abuelo Francisco Antonio
Diaz, varias veces.
No asumo por real todo lo que publican en internet, porque
no aguantan el mas minimo analisis formal, pero por algun
capricho de mi mente, esto si lo siento convreto .
Sucedio en 1947, exactamente ese año, porque mi abuelo
recordaba que mi tia elvecia tenia dos años. En ese momento,
trabajaba junto al padre de su esposa, (mi Abuela Maria) Don
Epifanio Lobo llevando carbon desde una zona pasando Taco
Ralo hasta San Fernando del Valle de Catamarca.
Cuando emprendian el derrotero de regreso, llegaban
cargados de cueros de iguana, zorro, y vaca, que revendian
con posterioridad en la provincia de Santiago del Estero para
la industria del calzado.
Bien, me olvide de decirles que soy oriundo de Graneros, en
el limite sur de la Provincia de Tucuman. Al comienzo del
invierno iniciaron el recorrido con la hulla cargada en dos
carromatos grandes; no imaginen sulkis, las carretas de
carga son mucho mas cabedoras. Y lentas. Ah, y con media
docena de perros alrededor, que acompañaban.
En el viaje de ida no hubo novedades y todo se desarrollo con
normalidad. Pero cuando volvian, ya con bastantes cueros,
hicieron noche al cerca del sendero vecinal de Los Altos,
paraje cercano a La Cocha. Habran sido Como la 1 o tal vez
las 3, nadie llevaba reloj, cuando los perros empezaron a
ladrar, despertando a mi joven abuelo y a mi bisabuelo.
Habian armado un fogon improvisado para cocinar y darse
calor.
—¿Quien es? —A la tercera vez de preguntar, les
respondieron.
—Amigos, si uds quieren.
Se acerco al Fuego un hombre y una jovencita, muy
blancos, casi payos, que devolvian el fulgor de los tizones
encendidos.
Les ofrecieron que tomar, como era costumbre. Y el hombre
dijo, despues de comentarios sin importancia sobre el clima, si
deseaban ir a una fiesta que estaban armando muy cerquita,
debajo de unos sauces llorones.
—Allá— Señalando unos arboles a unos trescientos pasos.
Recien entonces escucharon unos violines, guitarras y
unas carjacadas estruendosas de mujeres.
A mi abuelo se le helo el corazón. Sabia que eso solo podia
ser la fiesta de la Salamanca.Don Epifanio, les grito que se
fueran y se puso a rezar lo que sabia en voz muy alta
mezclando Latin con Español (a él Le habian enseñados que
se rezaba en Latin, e incluso en ese idioma se daba la misa).
La pareja se quedo paralizada —se me dío a entender que
estaban como mareados por la repeticion de padrenuestros y
avemarias que vociferaba mi bisabuelo—, a la vuelta del
carromato se veian ya muchos pares de ojos, no solo a la
altura de las personas, sino mas abajo, como si fueran de la
mitad de tamaño de un adulto.
Las carretas, que estaban colocadas formando una letra L,
empezaron a moverse, como si la sacudieran muchas manos.
Los caballos, desenganchados, estaban espantados pero a la
vista de ambos. Los perros chillando como cachorros, y no
como lo bravos que eran.
Mi abuelo Antonio, saco su facon y encaro hacia la carreta
mas cercana. Mi bisabuelo lo detuvo agarrandole del brazo,
haciendole señas que se quede quieto, sin dejar de rezar.
Asi estuvieron un tiempo indeterminado, hasta que de golpe
callaron los instrumentos de cuerda y desaparecieron los que
estaban enfrente.
No muy temprano, recien despues que cantara muchas veces
un gallo que andaba por los montes, se pudieron sacudir prte
del miedo y descubrir en los transortes, muchas huellas de
pezuñas, pies de mujer descalzos y hasta patas como de
gallina o lechuzas.
Se habian llevado los casi todos los cueros que llevaban para
comercializar y habia un mal olor como el que deja el guano
de Los murcielagos.

Llegaron rapido a Graneros y por varios dias, pasaron la


noche en vela, con terror aún en su espíritu...Pero si piensan
que eso evito que mi abuelo dejase de salir... Pues no.
Esa fue solo una de sus aventuras, pero eso si, durante
varios meses eran los primeros en llegar a la Iglesia. Hacia el
final del relato él añadia que elegian ir por esas zonas para
evitar, justamente Los cañaverales y los naranjales que
abundaban en Villa Alberdi, que pertenecian en gran parte a
las familias Augier y Marañon, porque por ahí decian que
aparecia El Familiar, aunque agregaba "que ese Perro era
menos malo que otros, porque casi no se llevaba gente, muy
distinto a el Familiar del ingenio azucarero del frances
Hileret".

ROSARITO Y SUS LECTURAS


Tanto Luciana como Raúl se desempeñaban como
vendedores en una feria de productos regionales, y habían
rezado muchos años por un hijo natural que nunca llego,
entonces buscaron la adopción. Y en esas circunstancias fue
que Rosario ingreso al hogar, como una muy buscada
bendición para el veterano matrimonio. El nuevo papa estaba
exultante cuando agrego su apellido al nombre de la bebe.

Rosario aprendió a leer a los cuatro años y se dedicó con


intensidad a disfrutar de su recién adquirida habilidad. La
maestra les sugirió que para incentivarla a leer, tuviese a
mano algún que otro ejemplar literario. «Los tres
mosqueteros» de Alejandro Dumas fue su primera conquista.
Rosarito lo descubrió en un cajón y así disfruto, precoz, de su
lectura.
―¡Soy D`artagnan!― gritaba a viva voz.
En lo que le duró su personificación los cuchillos trocaron en
espadas con las que batió a decenas de enemigos de Francia.
Su mamá la vio con el filoso cortaplumas en una mano, le
quitó su peligroso juguete y le propino la primera paliza de su
vida... ―No quiero volver a verte con armas ¿esta claro?
― Nunca más, mamita nunca más― lloraba.

Para no excitar su vivida imaginación, también escondió el


relato. Su padre, preocupado por saber desempeñarse bien
como tutor, le pidió recomendaciones de lectura a la docente
de la escuela.
―No tiene de que preocuparse, en algunos niños la
imaginación es más grande que en otros, pero es algo
pasajero. Cómprele…a ver…mmm…los tres cerditos… el patito
feo, el sapo pepe, la tortuga manuelita o… el rey león. Todas
son versiones para chicos. eme que anote los nombres…no
me acordare. ―Dijo buscando y no encontrando una lapicera
en sus pantalones.
―No es necesario escribir nada, fíjese de algún título que
suene algo así. No puede equivocarse. Las fabulas tienen
títulos parecidos, siempre ―manifestó la apurada maestra.

El padre se llegó a la librería, vio lo que había en venta y


empezó a rebuscar sobre el tablón de ofertas, estaban dos
libros que le llamaron la atención de tan brillantes que eran
sus tapas, el naranja era idéntico al que su propio padre le
regalo cuando tenía la edad que ahora tenía su hijo y decidió
hacer lo mismo. Ya tenía su primera compra, «La Biblia de los
niños». Ahora su segunda compra…la más difícil…observo un
librito tapa celeste, lo ojeo y tenía muchas ilustraciones, pero
para estar 100% seguro leyó completa la contratapa: «esta es
la historia de Juan Salvador Gaviota, una gaviota que está
aburrida y vive con sus compañeras. Tiene pasión por volar
mientras lleva una vida feliz y se convence de que puede
volar más alto y mejor.»

Listo. Tenía razón la maestra. Los libros para chicos


siempre tienen nombre de animalitos. Con eso, Ro estaría
segura y no andaría metiéndose en problemas. Llevo los
regalitos a casa. Su hija vio los geniales dibujos y comprendió
el texto; por sí mismo consiguió hacer barcos de papel, y
memorizar el nombre de todas las especies animales― ¡Soy
Noé!― repetía gritando. Estaba muy feliz. Continúo leyendo y
aprendiendo de ambos libros durante semanas.

Un frío atardecer estaba en el lugar de donde su papá bajó al


gato. Con gran esmero trepó al árbol, cuando estuvo en la
rama más alta observo a su mamá, que desesperada corría
gritando y haciéndole señas con lágrimas en los ojos. Pero
aunque Luciana corrió como nunca, no llegó a tiempo para
evitar que se desnucase cuando saltó.
Y así murió la huerfanita…

El velorio fue multitudinario, siempre es mártir la muerte


joven. Estaba el pequeño féretro rodeado de velas de
distintos tamaños y la sala repleta de familiares y amigos,
todos sumidos en tristeza y melancolía por la vida perdida.
Imaginen la cara de todos cuando en medio de su velorio,
mientras estaban cerrando el ataúd Rosario se incorporó, se
sacó la mortaja de la boca y dijo gritando:

―¡Soy Jesús!
La conmoción reino en la sala, la mayoría de los dolientes
salió en tropel, tan rápido como podían. Apenas el color les
volvió al cuerpo, sus padres fueron los primeros en reaccionar
y abrazaron llorando a la renacida, quien no entendía por qué
tanto alboroto y que hacia tanta gente a su alrededor y por
qué estaba todo lleno de velas si no era su cumpleaños.
Los medios de comunicación cubrieron el hecho con gran
espectacularidad y se entrevistó a todos los involucrados en la
resurrección.
En los diarios se filtraron algunos pasajes marcados con
infantil colorinche, de los libros que leía.
«Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas
se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que
se negasen a abrir sus ojos y a ver.»
«Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala, no es más
que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver.
Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también
las cadenas de tu cuerpo.»
«Y Él les dijo: ―Por la poca fe de ustedes; porque en verdad
les digo que sí tienen fe como un grano de mostaza, dirán a
este monte: ‗Pásate de aquí allá,‘ y se pasará; y nada les
será imposible.»
Con el tiempo otras noticias fueron desplazando la
situación vivida y se dio por sentado que Rosario debió de
sufrir catalepsia, es decir, un estado biológico en el cual la
persona yace inmóvil, en aparente muerte y sin signos
vitales… y que el médico que firmo su defunción estaba
equivocado en su diagnóstico. Cosas así acontecían seguido
en siglos pasados, hoy casi nunca ocurrían, pero alguna que
otra vez, pasaban.
La realidad es que ella solo había hecho lo que proponían los
libros que tenía, que era capaz de ser lo que su voluntad
quisiera. Y su voluntad se convenció que era Jesús. Entonces
lo fue. Y sus ojos color miel continuaron brillando picaros.
FANTASIAS ANIMADAS DE AYER Y HOY,
PRESENTAN

PERO CUANDO LLEGO LA 1003º NOCHE, ELLA DIJO


—Las anécdotas raras, Oh Rey poderoso y magnánimo, son
las que mejor conozco y a esta me la reservé para una noche
lluviosa como la que hay ahora. Se la narrare.
Y el Rey Schahriar anunció:—Date prisa a comenzar,
porque debes saber que esta noche me invade el espíritu una
gran maldad, y aunque seas prima del Visir Iznougoud, no
estoy seguro de que sigas teniendo la cabeza por encima de
tus hombros.
Y Scheherazada dijo al punto:—Ya cuento mi señor, pero
antes debo advertirte que esta historia se me ha dado a
conocer en forma de revelaciones, pero Alá es más Grande, y,
son de gente brusca y no creyente en El.
—Que ese temor no detenga tu lengua Scheherazada,
cuenta con detalles lo que te fue revelado en sueños.
Conocida eres por tu prodigiosa memoria onírica. ¡La
seguridad está contigo!—Sentencio el Sultan Schahriar.
«—He llegado a saber, que más allá del mar, incluso
pasando la Isla Macross del gigante Rey Kong…una caravana
que llevaba oro desde el lejano Castlery Rock se encontró a
un joven famélico, descompuesto, al costado de una de sus
rutas comerciales, y apiadándose de él, fue recogido y luego
dejado convaleciente en la posada Central Perk, para que se
rehiciera, y cuyos clientes habituales lo alimentaron y
cuidaron, por su buen corazón, y para escuchar su historia,
parte de la cual ya les fue adelantada por los miembros del
convoy Lannister;»
«—Entre el gentío que rodeaba al desamparado, estaban
Monica, Phoebe y Rachel, y un caballero de triste
armadura…viéndose así contenido y rodeado de Friends, el
mozalbete encontrado, virgen aun de pelos, y sin el zib
desarrollado empezó su historia:
«— Yo por bien tengo el contarles cosas señaladas de
antemano por increíbles y por ventura, jamás oídas ni vistas,
viajen a noticia de muchos por medio de ustedes y no se
entierren en la sepultura del olvido…Mi nombre es
Huckleberry Finn, nacido en Tormes, y mi vida se encontraba
en una situación tan precaria, siendo huérfano de padre y
madre, y sin tíos que cuidasen de mí, que a la edad de diez
años, ya tenía una madurez de palabra impropia de alguien
de mi franja etaria. Había sido ya, lazarillo de un ciego
mezquino y aun así, la suerte no me sonreía como
recompensa a tal suplicio. Durante un tiempo para
conseguir sustento, me había dedicado, junto a un gordito
galo, a llevar menhires de un lugar a otro, pero mi socio no
era muy listo y lo poco que ganábamos apenas servia para
alimentarnos a nosotros y a su perrito Ideafix, así que
decidimos terminar el emprendimiento; y yo me dirigí a la
ciudad de Macondo, famosa por la generosidad que su
gobernante, Vlad Dracul tenía con los extranjeros. Ya allí, ni
lerdo ni perezoso, decidí empezar a mendigar para lograr
llevar algún mendrugo de pan a mi boca, y ya dos meses
estaba en ese menester pidigueñil, sin mayor triunfo
culinario que una que otra rata descuidada que lograba
atrapar y cocinar, cuando una tarde funesta y despreciable,
se acercó a mí un puñado de hombres con hábitos, quienes
me anunciaron con gran fanfarria: «Pertenecemos a la Orden
de San Juan, y buscamos poder encontrar la paz en esta
tierra ayudando a los desprotegidos, para así encontrar el
camino al Edén.»
Mientras disfrutaba del pato al curry cocinado por el
amanerado Rajesh Ramayan Koothrappali, el famélico púber
prosiguió su relato: “Ya la vida me había enseñado que jamas
hay que confiar en nadie, por lo que les pregunte a los
monjes, buscando encontrar alguna doble intención: “¿me
darán pan, en esa Iglesia de San Juan?”. Quien me respondió
fue un hombre, de quien después supe su nombre y que era
muy aficionado al alcohol, tanto así que tenía la piel toda
amarilla, cuya gracia era Flanders, y que en esos momentos
pensé era afable: “Claro que sí. Hay allí un aserradero y todos
ayudamos en la construcción de elementos santificadillos”. Y
más aún agregaron los monjes: “No solo pan, también puedes
pedir todo el queso que quieras. Vamos flaco todavía, que
estas para ganar”

En ese momento de la narración, Scheherazada vio


aparecer la mañana y calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGO 1004º NOCHE, ELLA DIJO


«Y más aún agregaron los monjes: “no solo pan,
también puedes pedir todo el queso que quieras. Vamos flaco
todavía, que estas para ganar” »
«No hallé nada que me pusiera en alerta en su discurso,
y cuando me convencieron de que mi vida sería mejor
trabajando en el aserradero y cantando en la iglesia, me reuní
voluntariamente con una docena de niños como yo, a algunos
de los cuales había ya visto pidiendo en la plaza. Llegada la
hora señalada, comenzamos a caminar tras la carreta en la
que se subieron los frailes. Nos sumergimos en zonas
rodeados de pantanos y de selvas, por caminos intransitables
y zigzagueantes hasta alejarnos de todos las villas, y a
continuación toda una semana sin ver gente. Pero por fin
llegamos...
Como había sido, entre mis múltiples oficios infantiles,
monaguillo del predicador Jesse Custer, aprendí a leer, y me
sorprendió ver en la entrada de la Iglesia un cartel coronando
su puerta que rezaba: “Bienvenidos a los septuagésimo
cuartos Juegos del Hambre”. Y ningún otro epígrafe había en
todo el lugar. Solo ese. Pero aún más grande fue mi
sobresalto, cuando, apenas llegados de tan fatigoso viaje, nos
obligaron unos sujetos armados con ballestas y garrotes, a
aserrar unos gruesos y nervudos árboles, que nunca había
visto crecer en otro lugar.»

«Luego nos obligaban a descargar esos pesados troncos


y no conforme con eso, nos forzaban a tallar formas
horrorosas en ellos, con unos cuchillos que parecían muy
antiguos, cuyo mango espinudo nos hacía sangrar a todos los
niños que trabajábamos las artesanías, por lo que las figuras
talladas siempre tenían el color carmesí de nuestra sangre al
ser absorbida por la madera. Cuando terminábamos el duro
trabajo nos hacían escuchar sus canticos, los que debíamos
acompañar, haciendo coros…»
«Después de cantar, nos llevaban a unos caniles y
allí pasábamos las noches. Y esa era la rutina. El lugar donde
estábamos esclavizados era muy grande, había decenas de
nosotros, era prácticamente una ciudad, donde abundaba la
ira de esos malditos. Siempre nos estaban torturando y
practicando sodomía. Y después nos susurraban una plegaria
de disculpas al oído. ¡Como si con eso doliera menos! Cuando
se acababan esas sesiones de vejamen diario, con esperanza
infinita miraba al cielo y le preguntaba en voz alta: “¿Oh, y
ahora, quien podrá defenderme?”...pero nadie vino en mi
auxilio…»
—Scheherazada ¿Que es lo que los monjes les decían
después de torturarlos?, recién decías que al oído le
susurraban una disculpa.
—“Perdona si te hago sufrir, perdona si te causo dolor. Pero
es que no está en mis manos”…eso decían los frailes, oh gran
Rey
«Si pedíamos que nos dieran comida, se reían de
nosotros y nos trataban como si fuéramos perros, alguna que
otra vez a la semana, nos daban sus sobras, los huesos que
ya no podían devorar en su gula. Cuando algún cautivo
trataba de escapar, sucedía que si en los primeros minutos de
huida no caía en las trampas que rodeaban el aserradero y la
iglesia, entonces uno de ellos, el Maestre de la Orden;
tomaba una daga y decía unas palabras para con
posterioridad indicarles con exactitud a los otros miembros de
su hermandad, donde se encontraba el fugitivo.
«Y así pasaron dos años de mi existencia. Hasta que una
noche cerrada, luego de reunir valor, dos de nosotros
rompimos la prisión canina donde nos mantenían prisioneros,
y decidimos jugarnos la vida intentando escapar de allí,
aprovechando que el zurdo estaba de guardia y se
encontraba muy borracho, pero astutos nosotros, primero
robamos la daga con la que veían todo, y se encontraba
dentro de la Iglesia, solo entonces nos lanzamos en fuga a
toda carrera hacia la parte del bosque más tupido…pero había
muchas trampas, de esas que usan para cazar animales,
demasiadas. Empezamos a correr los dos al mismo tiempo, de
pronto vi brillar algo sospechoso hacia el lado donde iba mi
compañero y le susurre: “córrete a la derecha”, pero Lenin
era tozudo e insistió con la izquierda, y así desapareció,
tragado por la tierra. Había caído en una de sus
maquinaciones, un cepo, y sus gritos despertaron a los
malvados»
En ese momento de la narración, Scheherazada vio
aparecer la mañana y calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGO 1005º NOCHE, ELLA DIJO


« Había caído en una de sus maquinaciones, un cepo, y
sus gritos despertaron a los malvados. Yo seguí corriendo un
poco más y me escondí arriba de un árbol, cuya especie
nuestros captores llamaban Ents, y en ese momento pude
sentir que el terreno vibraba, y a pesar de estar a unos
cientos de metros, escuchaba los gritos de los abades
diciendo que el sismo era por el enojo de sus dioses por
nuestro escape y el pillaje de su artefacto. Estuve esperando
a que pase el temblor (en mis piernas) y luego me cambie de
planta leñosa, hacia un alto baobab que estaba en un sector
que los locos frailes designaban como B-612, y desde su
copa, pude ver como colocaban a mi camarada capturado
sobre una inmensa roca que estaba en frente de la Iglesia, y
que ellos usaban para adorar a sus dioses. Alli colocaron a
Lenin, quien se resistía inútilmente, girando una y otra vez
sobre su lado izquierdo,..
Llevaron a cabo la tarea de estirarlo sobre la piedra y lo
degollaron gritando: “Este es el camino del Sith, larga vida al
Baron Ashler”, y no conformes con eso, aserraron todas sus
mustias partes y se las comieron crudas. Al menos tuve la
satisfacción de ver como uno de esos viles religiosos moria: el
fraile que no estuvo atento en su guardia. Las últimas
palabras de Flanders aún resuenan en mis oídos, por lo
enigmáticas que fueron: “Buenas noches América, chau,
chau, chauuu” y la hoja acerada lo tajeó de oreja a oreja. En
menos de dos bocados eran despachadas sus carnes y los
huesos repartidos entre los cautivos.
Esperé dos días arriba del Baobab, sin dormir, hasta que
estuve seguro que no me buscaban, y tarde casi un mes en
llegar aquí, pues pisaba con tanto esmero el suelo,
cuidándome de algúna trampa cazabobos, que creo ya tener
un temor que no se arranca de mi corazón, cada vez que
apoyo mi pie…”
Recién entonces uno de los asistentes a tan macabra
confesión interrumpió: —¡Eso me suena a puras mentiras,
nada de eso es cierto!—quien exclamó tal frase fue la Dra.
Dana Scully, esceptica.
—Yo si le creo.—dijo Mulder.
—Sí que es cierto, y acá tengo esto para probar que no
son embustes.— Y con sus desolladas manos, extrajo un
objeto de sus ropas. Huckleberry lo puso en medio de la mesa
de roble, para que todos la contemplaran la joya roja que
engarzaba su empuñadura, justo en medio de la guarda—
Esta daga es lo que ellos usaban para ver más allá de lo
evidente, mediante un encantamiento de palabras. Lo
llamaban el Ojo de...algo, no se, y fue lo que robamos de la
Iglesia, antes de aventurarnos a huir. »
«—Cuéntanos, ¿cuál era el nombre de esos dioses que dices
que ellos adoraban? Deben de ser nombres terroríficos.—
Preguntó McFly, recien llegado al pueblo a bordo de una
carreta baja y plateada. Luego de un segundo, agregó para
que no hubieran dudas de su bravura:—Y eso que no soy
ningún gallina, solo curioso.
« —Ciertamente son terroríficos, y durante dos años tallé
sus rostros y los bañé con mi sangre.—Y el desventurado
sollozo, al recordar.— Eran una trinidad. Espero el cielo me
haga olvidarlos pronto. Los nombres con los que los
invocaban eran: Moe, Larry y Curly... por tanto tiempo que
pasé atrapado, pude comprender algunos aspectos de su
Secta… al parecer quien blandía el Ojo de Thundera, Diego
Armando, estaba pronto para ascender a un estado superior,
ya que los hermanos de la orden lo llamaban D10S. Después
en orden jerárquico estaba un hechicero, que era el
encargado del aserradero, de nombre Gargamel, que usaba
un vestido negro remendado y siempre estaba mirando hacia
abajo, y que en ocasiones de plenilunio, venia a donde
estábamos presos, se llevaba a alguno y luego lo colocaba
en la piedra de sacrificios y con voz carrasposa berreaba
mientras hundía el cuchillo en su corazón: "Estrella Lunar de
Limbo, Dame la Fuerza, el Poder, la Facultad de Ser
¡Invencible!”... Como dije antes, esos monjes estaban todos
chiflados.»
Scheherazada pronuncio:—En mis visiones oh, gran rey
poderosísimo, también me fue dado a conocer el final de esta
historia, aunque los nombres nada signifiquen para nosotros,
fue así como lo soñé y lo reproduzco.
—Déjame decirte que tienes fantasías muy raras,
Scheherazada. Y no creas ni por un segundo que me pasa
desapercibido que usas personajes que no tienen ninguna
relevancia en el relato… Pero continúa. Quiero saber todo lo
acontecido con el lazarillo de Tormes, y como términó su
aventura.
—Escucho y obedezco,...la razón de introducir
personajes que no hacen demasiado en el devenir de lo
narrado, magnánimo y gentil Rey, es que a veces, demora en
llegar la mañana… y valoro mucho mi cabeza por lo que ( tal
vez), un poquillo los sucesos. Ya me perdonara los personajes
de relleno... Sigo con las andanzas de los Klingons
monásticos:
—«El hidalgo caballero de la noche, protector de la
gótica ciudad de la Mancha, estaba deseoso de hacer justicia
y dar caza a esos secuestradores y asesinos, por lo que
apenas Hucklberry estuvo recuperado para que los guiara, se
formó una comisión de Vengadores dispuestos a todo: el
coronel John Hannibal Smith, su compañero de armas: el
Coronel Cañones, con su vivaz sobrino y el lampiño carilindo
Lucas Addams; y una joven mesera, Sarah Connor (la cual no
le caía bien a nadie, porque siempre estaba anunciando el fin
del mundo); hasta viajaba con ellos un asno, el cual era
pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría
todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de
azabache de sus ojos eran duros cual dos escarabajos de
cristal negro…».
—Perdón Oh, grandísimo Rey Schahriar, me fui del tema.
—Que no vuelva a pasar o te hare una genkidama,
Scheherazada.— Amenazó el Sultán Schahriar, haciendo una
seña con el dedo, surcando el cuello de la joven.
«—Entonces todos partieron al galope, lanza en ristre.
Pero aunque pasaron años buscando, inspeccionando,
ojeando, rastreando, escudriñando, nunca pudieron encontrar
ni la Iglesia ni el aserradero de San Juan.
Desencantados y ya vueltos a sus tierras, los
SuperAmigos mandaron traer al escriba de su comarca, un tal
Frodo Bolsón, que solía ser hippie e ir siempre descalzo y que
a pesar de no tener mucho talento, siempre llevaba un libro
grande encima, y le encargo que redactara una clara
advertencia contando lo ocurrido y fuese leída por el profesor
Jirafales a los alumnos del Colegio Hogwarts, para que de esa
forma estuvieran atentos de tal monstruosidad y
transmitirles el mensaje a las generaciones venideras de
niños. Este caballero hidalgo era todo un adelantado
pedagogo, ya que en su juventud había leído las obras del
filósofo y periodista M. Tinguitella, y quería evitar que …»
En ese momento de la narración, Scheherazada vio aparecer
la mañana y calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGO 1006º NOCHE, ELLA DIJO


“Este caballero hidalgo era todo un adelantado
pedagogo, ya que en su juventud había leído las obras del
filósofo y periodista M.Tinguitella, y quería evitar que lo
acaecido con esa hermandad del Aserradero de San Juan
sucediera de nuevo… Para estar más seguro de la acogida de
la advertencia entre los parvulos, hizo traer a un cuartetito
de músicos desde el puerto de Liverpool, para que
compusieran la exhortación de peligro.
Muchos años más tarde, como suele suceder, el
mensaje original se acorto y se popularizaron solo algunos
estribillos por ser muy pegadizos. Lo más extraño es que aún
hoy lo cantan los infantes cristianos, sin saber su sangriento
origen…»
—Y esta ha sido oh, grandísimo Sultán Schahriar, la
anécdota que tenía para ti esta noche, y que me fue revelada
en sueños para que la sepan todos los creyentes del Dios
verdadero. Pero tengo más por alguna otra noche
tormentosa.
—Un momento.—Ordenó el Rey Schahriar.— Aún falta
algo, Scheherazada. Canta la rima si la sabes, o sino tu
cabeza, por Alá, que volará.
—Mi rey ordena, y yo obedezco al momento. Este es la
balada infantil:

Aserrín, aserrán,
los maderos de San Juan,
piden pan,
no les dan,
piden queso,
les dan hueso.
Aserrin, aserran.
Y les cortan el pescuezo.
En ese momento de la narración, Scheherazada vio
aparecer la mañana y calló discretamente.

IRRESISTIBLE

Ambas somos adoptadas y, sin embargo, me parece que no


guarda el debido respeto a quienes nos criaron.
Mama murió hace solo una semana, pero igual vas a festejar
tu mayoría de edad. ¡Ahí está la hija preferida!
Esta mañana sentencié su muerte cuando la vi leyendo, con
una pícara sonrisa como de triunfo, luego que el cartero le
entregase la carta, (de supuestas felicitaciones) que le envió MI
novio. Allí supe que nací para que le asesinara cuanto antes. Decidí
acabar con ella, no con ellos, porque son demasiados. ¡Son todos
los hombres! Nos criaron juntas como hermanas, pero mientras
viva nunca se fijaran en mí. Y los pocos que se interesen, me
abandonarán.
Y no es justo que sea así. Nuestro tío, el cura, que siempre
sermonea por todo, si supiera lo que estoy por hacer, no sé qué
me diría por romper el quinto mandamiento. Nada bueno. Pero
que haré que me traigan muchos litros de agua bendita de la
Iglesia de la Merced, luego ordenaré que llenen la bañera y así, al
menos en parte, seré ya perdonada. Además nadie sabrá que fui
yo quien la asesinó¡A Dios gracias!
Volví a sentir el aroma de tu piel, antes incluso de percibir tu
sombra detrás. Estoy obsesionada con el tema de tu olor. Dios.
Hueles tan bien. Si a mí, tu hermana, me perturba ese olor a
almendras que emanas, cómo deben sentirse ellos, los hombres.
¿Serán feromonas acaso lo que los vuelve tan locos?
— ¿Qué hacés?— preguntas buscando sonar ingenua.
—Nada. Viendo qué regalarte. Tal vez una cartera o algo para tu
cuarto de dormir.
—Aha. Trata de que esta vez sea de marca. No uso cualquier
cosa, ya sabés. No soy como vos. Me entraron ganas de viajar,
conocer Islandia, estar bien lejos de aqui. — Y se aleja
contoneándose, sabedora de que tiene razón. En cada curso o
aprendizaje que nuestros finados padres nos enviaban, me
aventajaba; natación, teatro, deportes, danzas, todo parecía ser
diseñado para que ella brillara toda entera. Desearía haber
encontrado alguna cosa en la que ser superior. Algo a qué
aferrarme y no escuchar entre risotadas siempre: — ¡Me dan
alergia tus fracasos!—
Te sé escondida en las sombras riéndote de mí. Por lo que
crees que será otra travesura y que como siempre te saldrás con
la tuya. Piensas que al igual que lo que ocurrió cuando éramos
adolescentes, te perdonaré que provoques a mi novio, para luego
dejarlo enervado y venir a contármelo, diciendo que « fue para
demostrarme a mí que él no me amaba». Y mientras yo lloro y
siento que se rompe mi alma, me exigirás que te dé las gracias,
por tal favor. ¡No! No podría soportar esa humillación una
segunda vez.
Por fin, la fiesta, tus amigas y los mil presumidos cercanos,
yo siento que actúan en forma acartonada, porque están
incomodas de celebrar tu onomástico con nuestra madre apenas
enterrada. Incómodos pero no faltan al banquete.
A mí me tratan con lástima, como si me desarmase. El cinismo de
ellos, tu rotunda belleza y mi discreta presencia, como si fuera un
perro que completa la idea de una familia unida. Como siempre,
todos los rostros te buscan. Te desean, te aman, eres Marilyn,
Greta y Cleopatra, juntas en un solo ser.
Yo soy Watson, Robín y Ringo, juntos en un solo ser.
Segundones dispuestos por el destino para ensalzar, en contraste,
la figura principal. Al fin, se despide el último de los invitados,
culmina tu última cena. Siento una culpa por adelantado. Una
vergüenza que nadie descubrirá.
—¿Estás despierta?— golpeo con un toc, toc, tu umbral. “La
muerte toca tu puerta” hermanita, como supuse, duermes,
ayudada por el suave somnífero que hace tan solo una hora puse
en tu champagne en el último brindis, luego de cantar frente a la
torta. Tuve un antojo y, sin culpa, te di un beso en la boca,
sincero (pero de Judas). “La muerte toca tu puerta” era una
película de 1967, pero eso nunca lo supiste porque no necesitabas
saber. Estás llena de conocimientos glamorosos, que son por
completo inútiles. No sabés nada. Ni otro idioma, ni leer bien, ni
nada, y es lo mismo, les gustas a todos. Estoy pensando en
muchas frases clichés. Debo estar ansiosa. Paciencia, me pido. Así
se acabara el maleficio. Es necesario, no es porque yo sea cruel.
La maligna es ella, que siempre lo tuvo todo en su genética. Pero
ahora “se terminó lo que se daba”. Miro por la ventana, y veo que
la luna ya no está. Mejor, así no me distraerá nada. No hay vuelta
atrás a la decisión que tomé.
Llueve ahora en forma torrencial, y me parece natural que
así sea, pienso que es nuestra fallecida madre llorando por lo que
haré.
Entro al dormitorio y me siento a tu lado, en la cama, tienes
los ojos cerrados y duermes placida, serena. Cuando tomo la
densa y pesada almohada, que hace tan solo unas horas te
obsequié, y la presiono contra tu rostro, hace el mismo ruido que
cuando alguien pisa las hojas secas del camino, en otoño. No
hacés un solo movimiento para defenderte, tan yacente estás.
—Ten hermana, estrená mi regalo.— Me burlo por primera vez en
nuestras vidas. ¡Yo!
Te asfixio con una blanca y perfumada almohada. Ironía. Un
momento antes de hacerlo, tengo una lucha interna. Por un lado,
mi parte cristiana susurrando que te amo, que eres familia, por el
otro, mi parte esencial gritando que te odio, y en el medio tu
cabeza ya cubierta.
Paso mucho tiempo asfixiándote; con parsimonia,
inacablable, porque jamás podrás pagarme tantos años de
apoderarte de todos. De sus corazones. Solo bastaban unos
momentos, unos ja, ja, algunas sonrisas y caían rendidos. Putita:
¡El último hombre era mío! Mío, hermanita. Pero lo querías
también para tu exposición. Te lo dije hace unas semanas…que
estábamos enamorados. O al menos yo lo estaba. O lo estoy, aún
no lo decidí. Mientras que a mí me costaba conseguir
pretendientes potables, a ti te llamaban a todo momento.
Buscaban conquistar tu corazón con regalos, con perfumes, con
flores, joyas, poemas. Buscaban que tu corazón palpitara más
fuerte por ellos. ¡A mí me basta una simple almohada para lograr
que deje de latir!

Fue justamente el poema que recibiste por correo, la


salutación de mi ¿amor?, el que determinó tu destino.

¡Casi dos años saliendo y a mí nunca me dedicó un solo


verso! No importa que haya sido para tu cumpleaños. Esa es una
excusa. Estoy seguro que lo sedujiste para que se te declarara y
me dejase abandonada. Ese de seguro era tu plan y ahora dices
que quieres ir a Islandia. Bien. Ve. Nadie te detiene. Ah, no
puedes, los fallecidos no viajan. O más exacto: asesinada. Por mí.
Al destapar tu serio semblante, al verte ya muerta, lo
reconozco, estás más bonita que nunca. Salgo hasta la cocina, me
dio mucha sed ejecutarte y bebo un gran vaso de agua fresca,
que ayuda a enfocarme. Vuelvo sobre mis pasos porque decido
darme otro pequeño antojo.
Acerco mi nariz a tu cuello, aspiro profundamente tu aroma,
será la última vez y lo aprovecho al máximo. Estas aquí, bella,
perfecta, tan sin vida. Te abrazo y lleno de besos explicándote
por qué te ajusticié. Limpio toda posible prueba de que haya sido
yo tu victimaria.
Ya no volveré a hablar contigo, hermanita, porque eso sería
como tenerte un poco viva. Así que decido no pensarte más en
tiempo presente.
Me di cuenta del poco tiempo que me quedaba antes que la
monotonía del sábado invadiera la casa. Salí del cuarto, cerré su
puerta y me deslicé hasta mi cama en una habitación contigua, ya
pronto, a las ocho, vendrá la empleada a limpiar lo que quedó del
festejo.
Amanece y todo está empapado fuera. Esperé lo que me
parecieron horas y por fin escuché que levantaban las copas de
las mesas y a nuestro tío, el párroco, que ingresaba a la casa a
saludar por el pasado cumpleaños. Amanece y sé que este no
será un despertar más. Hoy cambiará mi vida. Supe que el
descubrimiento del cadáver era inminente. Presté mucha atención
a los sonidos y distinguí los pasos dirigiéndose a su habitación.
Tio golpeó la puerta varias veces y no obtuvo respuesta, y oí
como se alejaba... Parece que deberé esperar un poco más hasta
que descubran el cuerpo.
Pero.
En ese preciso instante, para mi sobresalto, se escuchó
claramente: —¡Atchis!—La muerta estornudó.

También podría gustarte