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SEMANA 2.

PANORAMA PERUANO DESDE LA SEGUNDA MITAD DEL


SIGLO XX

INTRODUCCIÓN
Las haciendas de la sierra poseían grandes extensiones de tierra, eran
poco productivas y no tenían un buen manejo de los procesos de producción.
La mano de obra era barata y eso permitía que sobreviviera. El campesino era
considerado como un objetos, un ser sin inteligencia. Trabajaba las tierras del
hacendado, trasladaba sus productos para comercializarlos, era su sirviente y a
cambio recibía algo de dinero, tierras y se auto mantenía. Con el tiempo se les
fue dando tierras en forma permanente y se fueron convirtiendo en ricos que
contrataban a otros campesinos más pobres. Los campesinos tenían sus
propias autoridades como el mandón (jefe). Las haciendas del sur crecen por el
auge guanero y luego por la exportación de la lana. Aparece el gamonalismo
en el siglo XIX fruto de la fragmentación política y social del Perú. Este ejercía
poder en su localidad, dominaba la mano de obra y manejaba la vida pública de
la localidad.
El Estado tenía estructuras débiles, no atendía a todo el país. El
gamonalismo ejerce ese poder. Se produce un pacto entre gamonalismo y
oligarquía. Los gamonales serán los que ocupan cargos públicos como
diputados o senadores, los que ponen a dedo a las personas en sus
localidades y las que reciben ayuda del estado cuando hay alguna rebelión o
queja. Los gamonales fueron blancos, mestizos e indios, fueron considerados
señores (alta sociedad). Dominaban el quechua o aimara, y participaban de las
fiestas con los campesinos. Sean ricos o no participaban con el pueblo. Todos
estos veían al indígena como instrumento de dominación, donde la violencia
es el pan de cada día con la finalidad de hacer algo rentables sus haciendas y
producción.
Los gamonales hicieron alianzas con otros gamonales y con familias de la
élite limeña para lograr el control local. Hubo pequeños conflictos y batallas
locales por lograr el poder.
Si acá dominaba los gamonales y otros portes la oligarquía tampoco podía
dominar el país. En la selva empresas privadas trataron como esclavos al
indígena. La época del caucho trajo beneficios económicos pero también redujo
notoriamente la población indígena por la explotación y violencia y epidemias.
La mano de obra era tomada a la fuerza, los indios eran capturados y los
tenían como esclavos. Todo esto se dio en resumen por la falta de un estado.
El estado estaba en la cobranza de impuestos y en las aduanas pero no en la
injusticia del pueblo.
Se siembra una sociedad oligárquica con violencia y autoritarismo. Una
sociedad con cambiantes condiciones económicas y sociales que luego tendrá
su consecuencia. (BOZA)

CAPITULO I: Panorama peruano desde la segunda mitad del


siglo XX
Hasta principios del siglo XX, más del 80% de la población estaba en el
campo. Allí los indios seguían viviendo en un mundo arcaico y tradicional, y
sometidos a la autoridad o al abuso de los hacendados y prefectos del lugar.
Solo los indios que pudieron bajar a la costa a trabajar en una hacienda
azucarera o algodonera pudieron tener contacto con la modernidad al
integrarse al llamado “proletariado rural”. Si se quedaban en la sierra, podían
vivir en una hacienda, en condiciones de trabajo servil, o al interior de sus
comunidades.
La hacienda, en efecto, era el eje de la vida social y económica. No contamos
con cifras precisas pero es probable que hacia 1900 existieran casi 4 mil
haciendas en el país con una población de medio millón de habitantes, en su
mayoría indios analfabetos. Las cifras sobre el número de comunidades
campesinas también son aproximadas: se calcularon casi 2 mil hacia 1920. Un
detractor de estas comunidades fue Francisco Tudela y Varela, quien en su
obra Socialismo peruano las condenaba por improductivas, debido a que allí se
difundía el alcoholismo, la ociosidad y el fanatismo. Señalaba, además, que en
ellas estaba concentrada gran parte de la población indígena y que constituían
un germen de retraso en el país. A la postura de Tudela se contrapuso la de
Manuel Vicente Villarán, quien sostuvo que la comunidad era la única
protección del indio frente al blanco, la única manera de tener su propia
organización, prescindiendo de su integración como trabajador en la hacienda
del terrateniente.
Los hacendados o gamonales buscaron expandir sus propiedades con la
finalidad de incorporar tierras, rebaños y hombres, siempre a costa de las
comunidades. Una familia común de campesinos trabajaba en su comunidad,
en las tierras de sus hacendados, tenía un pequeño rebaño y, por último, tejía.
De preferencia eran las mujeres las que cumplían la tarea de hilado y tejido.
Podríamos decir que la vida de los campesinos en la sierra casi no había
variado desde la época virreinal; solo sabemos que los campesinos habitantes
del Valle del Mantaro gozaron de cierta independencia económica, y de una
muy tenue “occidentalización”, gracias al comercio lanero.
Gamonal y gamonalismo han formado parte del habla cotidiana en el Perú. El
primero alude a un individuo y el segundo a un sistema. El sistema se basó en
una explotación con rasgos feudales de los campesinos ubicados dentro o
fuera de las haciendas, especialmente en las ubicadas en los departamentos
de la sierra sur. El panorama de estas haciendas se caracterizaba por la
pobreza y la casi total exclusión cultural de sus peones agrícolas. En este
sentido la hacienda andina se caracterizó por su escasa productividad, baja
rentabilidad y derroche de fuerza de trabajo. La explotación del gamonal sobre
sus peones era una mezcla de autoritarismo (relaciones de subordinación y
servidumbre) con paternalismo. Incluso los propios gamonales -en su mayoría
mistis o mestizos- podían hablar quechua y compartir muchas de las
costumbres ancestrales andinas.
De este modo, los gamonales terminaron ostentado un apreciable poder local
(muchos llegaron a ser senadores o diputados, alcaldes o prefectos) y
dirigieron fuerzas “paramilitares” para imponer su dominio sobre los
campesinos y aún enfrentar las amenazas del Estado central. Asimismo
trataron de legitimarse siendo exageradamente católicos y piadosos con la
Iglesia y sus representantes (el párroco local). Durante muchos años
desafiaron el centralismo y en ocasiones apoyaron el federalismo. En todo caso
se trató de un fenómeno exclusivamente republicano y criollo gestado a lo largo
del siglo XIX.
Según Alberto Flores Galindo, los mistis ejercían su poder en dos espacios
complementarios: dentro de la hacienda, sustentados en las relaciones de
dependencia personal, en una suerte de reciprocidad asimétrica; fuera de ella,
en un territorio variable que en ocasiones podía comprender, como los Trelles
en Abancay, la capital de un departamento, a partir de la tolerancia del poder
central. El Estado requería de los gamonales para poder controlar a esas
masas indígenas excluidas del voto y de los rituales de la democracia liberal,
que además tenían costumbres y utilizaban una lengua que las diferenciaban
demasiado de los hábitos urbanos… El racismo era un componente
indispensable en la mentalidad de cualquier gamonal: existían razas, unas eran
superiores a otras, de allí que el colono de una hacienda debiera mirar desde
abajo al misti, tratarlo con veneración, hablarle como si estuviera siempre
suplicando, mientras que el gamonal debía mantener un tono estentóreo y de
mando en la voz. Hombres de a pie y hombres de a caballo; hombres
descalzos y hombres con altas botas. Algunos gamonales se encariñaban con
esos hijos desvalidos que eran los indios, se emborrachaban con ellos,
participaban en sus fiestas; otros, por el contrario, estaban dispuestos a
cualquier violencia: abusos sexuales, marcas con hierros candentes por
ejemplo. Pero la combinación de racismo con paternalismo hacía que las
relaciones entre mistis e indios fueran siempre ambivalentes. Se podía pasar
fácilmente de una situación a otra teniendo la garantía de la impunidad. Estos
rasgos del mundo rural no quedaban confinados a las haciendas; a través de la
servidumbre urbana llegaban a las casas de las ciudades.
Imagen tomada de http://blog.pucp.edu.pe/blog/juanluisorrego/2008/10/05/la-
republica-aristocratica-campesinado-y-gamonalismo/

El sueño del pongo, de José María Arguedas: significaciones


lúcidas de la gran aventura de los ‘60.

Un intelectual peruano de los 60, José María Arguedas (1911-1969) se


aboca a pensar la realidad latinoamericana, permitiendo que en el cuento
quechua “El sueño del pongo”, representa el mundo indígena, representado en
el “pongo” y el mestizo y el mundo de los blancos, representado en el patrón y
los colonos. Las tentativas teóricas de abordar un tema tan descomunal como
la convivencia de estas dos tradiciones y visiones de mundo antagónicas han
oscilado entre los conceptos de aculturación, mestizaje cultural,
transculturación y superposición de culturas que convivían a mediados del siglo
XX.

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