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Capítulo 27
Charles R. Hale
Introducción
Desde el fin de la época revolucionaria en Centroamérica, un reclamo cen-
tral de los pueblos indígenas y negros ha sido el derecho al territorio. Con
perspectiva histórica, uno podría observar que este reclamo, con distintas
variantes, ha sido una constante durante siglos. Sin embargo, el matiz con-
temporáneo es especial, por la combinación explosiva de oportunidades
y amenazas. Después de un “largo siglo” de políticas decimonónicas, que
promovían el despojo de tierras comunales y reacciones feroces en contra
de cualquiera demanda territorial colectiva, los Estados centroamericanos
de la década de 1990 mostraron una curiosa anuencia al reconocimiento
de estos derechos, incluyendo el gran tabú de la época pasada: el territo-
rio.1 Pero, por otro lado, propiciaron también la expansión desarrollista,
en la forma de concesiones mineras y forestales, megaproyectos de ener-
gía, complejos de “turismo de enclave”2 y cultivos de biocombustibles, con
consecuencias desastrosas para la sobrevivencia de los pueblos origina-
rios. Esta combinación ha creado una fuerte sensación de que acceder a los
derechos territoriales es ahora o nunca.
Desde 1997 he trabajado dentro de este escenario en una serie de
proyectos de investigación activista con equipos interdisciplinarios para
acompañar luchas indígenas y negras por el territorio. Nuestro método ha
comprendido cuatro pasos, que siempre implementamos bajo condiciones
que complican el esfuerzo emprendido. Primero, nos alineamos con un
grupo indígena o negro organizado en lucha por los derechos territoriales.
Segundo, discutimos de antemano el tema y los objetivos de investigación
con representantes de ese grupo para lograr una coincidencia sustantiva
en cuanto al qué y cómo investigar. Tercero, llevamos a cabo tanto la inves-
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fensa de los Estados Unidos, hecho que, según Unosjo, no fue comunicado
con transparencia desde el principio. Unosjo denunció la “geopiratería”
e instó a las comunidades a romper con el proyecto, lo que generó una
controversia que se extendió con viveza por las comunidades, Internet y la
academia norteamericana. Aunque (felizmente) no tengo conexión alguna
con ese proyecto, me interpela por las semejanzas entre lo que nuestro
equipo de investigación activista pretendía hacer y las intenciones decla-
radas del proyecto cuestionado. Trato el caso, entonces, para profundizar
en nuestro análisis de la investigación comprometida y (espero) poder dis-
tinguirla de manera definitiva de la geopiratería.
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por un modelo federativo que incluía diez territorios (las diez federaciones
que correspondían con las federaciones de Masta). Cada federación adqui-
riría una personería jurídica, demarcaría su jurisdicción y conciliaría las
fronteras con los vecinos para reclamar al final un reconocimiento colecti-
vo. Así, en una asamblea con los líderes de las diez federaciones se decidió
comenzar con la Federación de Indígenas y Nativos de la Zona Mocorón
Segovia (Finzmos), con la idea de confrontar las amenazas especialmen-
te serias de terceros y de inversionistas extranjeros. En 2006, un equipo
interdisciplinario de abogados, geógrafos y antropólogos comenzamos el
mapeo participativo de su territorio.
Las tensiones en este trabajo tuvieron que ver con la falta de sin-
tonía entre el equipo y Masta en la ejecución de la investigación misma.
Aunque Masta es una organización que cuenta con momentos cumbres de
lucha beligerante a favor de los derechos indígenas, en los años recientes
se había empobrecido y caído en una fuerte dependencia de los fondos del
Estado hondureño, lo que la situaba en una posición de debilidad pues-
to que su adversario principal en la lucha era el mismo Estado. La direc-
tiva del equipo tomó decisiones sobre la metodología que los dirigentes
no implementaron de manera consecuente, por la presión que el Estado
aplicaba, siempre con la amenaza de cortar los fondos. Más aún, el apoyo
a Finzmos (y posteriormente a las otras federaciones) en la pelea por ad-
quirir derechos territoriales propios, por más que correspondía a un plan
consensuado en una asamblea plenaria no favorecía los intereses de los di-
rigentes de Masta porque implicaba empoderar a las federaciones a costa
de la dirección general. El proyecto de mapeo participativo del territorio,
por ende, se desenvolvió con un fuerte sostén de las comunidades miem-
bros de Finzmos, pero en constante tensión con los dirigentes de Masta,
que actuaron respecto a él con una profunda ambivalencia.
A pesar de esta contradicción, logramos terminar el proyecto. El re-
clamo de Finzmos, respaldado por una investigación multidisciplinaria,
se entregó al Instituto Agrario Nacional.9 En retrospectiva, las tensiones
que surgieron en el camino contienen una serie de aprendizajes clave: so-
bre la manera en que el Estado hondureño condiciona sus fondos (que en
verdad provienen de bancos multilaterales) con maniobras para castigar y
disciplinar a las organizaciones indígenas y sobre los dilemas del modelo
organizativo de Masta, que tiene el potencial de hablar con fuerza en nom-
bre de todo el pueblo miskito, pero cuyas cúpulas están sujetas a mucha
coacción estatal y sus federaciones carecen de poder propio. Lo sucedido
también puso de relieve una trampa de los derechos territoriales: el títu-
lo incrementa la seguridad económica y el poder de negociación política
de las comunidades, pero el nuevo gobierno local del territorio indígena
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queda aún más expuesto a las reglas del manejo de la propiedad privada,
administradas por el Estado. En fin, las dificultades para llevar a cabo la
investigación dejaron claro que las estrategias de manipulación estatal son
un factor de enorme peso en estos procesos territoriales (antes, durante y
después de la concesión formal de los derechos), lo que constituye un avi-
so sobre la fragilidad de estos logros en el campo jurídico.
En la Costa Norte de Honduras nos alineamos con la Organización
Fraternal Negra de Honduras (Ofraneh) y el diálogo con ellos produjo un
tema prioritario a tratar: la investigación jurídica y el mapeo participativo
del territorio Iriona, una zona que engloba a quince comunidades garí-
funas que estaban preparando su reclamo en conjunto. El equipo multi-
disciplinario de estudio llevó a cabo su plan sin mayor problema, con la
excepción de las amenazas directas recibidas por parte de los “terceros”
que ocupan el norte del territorio –tanto ganaderos como narcos, ambos
fuertemente armados.
La investigación jurídica descubrió un tesoro de documentos que
mostraban, de manera contundente, la historia de reclamos por este te-
rritorio desde los albores del siglo XX, con éxito variado, pero siempre
en forma colectiva. Analizamos, junto con los dirigentes garífunas, estas
sucesivas capas de representación cartográfica que mostraban la continui-
dad de la lucha por los derechos legales a ese territorio y construimos una
interpretación conjunta. Sin embargo, encontramos una traba al entregar
los datos demográficos del territorio Iriona –tomados del más reciente cen-
so gubernamental–, pues éstos contabilizaban docenas de asentamientos
mestizos dentro del territorio, con una población total que casi igualaba a
la población garífuna (ambas de cerca de siete mil personas). “No puede
ser así, porque podría debilitar nuestro reclamo por el territorio”, discrepó
una dirigente garífuna. Respondimos: “pero no podemos cambiar los da-
tos”. Parecía que nos habíamos topado con una contradicción directa entre
la investigación y el activismo. Sin embargo, ahondar el diálogo sobre este
aspecto produjo una resolución al problema, una mayor comprensión del
entorno de estudio y una reflexión más profunda sobre la investigación
activista en sí misma.
Las objeciones de Ofraneh contaban con tres dimensiones: que el
sistema estadístico gubernamental está sesgado en contra de los garífu-
nas, que las cifras demográficas se basaban en una concepción errada de la
“comunidad garífuna” y que la raíz de este problema es la contradicción
que existe entre la ciencia occidental y la ciencia garífuna, resumida en el
término sásamu.
En cuanto a la primera objeción poco se podía hacer más allá de diri-
gir la atención al problema del sesgo. La discusión de la segunda produjo
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con las jerarquías que la investigación social introduce. En vez del resul-
tado en sí elevan la importancia de la trasformación subjetiva de todos los
participantes y argumentan que los saberes creados en ese contexto po-
seen un valor político y conceptual que por sí solo justifica el esfuerzo. La
apuesta epistemológica de esta posición se ubica claramente en el proceso
mismo de lucha: al organizarse, analizar las condiciones opresivas y, sobre
todo, luchar en contra de esas condiciones y reflexionar sobre la experien-
cia misma se genera una comprensión empírica y teórica de la realidad so-
cial que ningún académico convencional podría lograr. Por ende, los que
defienden esta posición tienden a entender su papel como promotores y
escribanos, como aquellos que documentan saberes ya bien formulados y
que, a veces y por razones específicas, asumen también la tarea de tradu-
cirlos a lenguajes reconocidos por la academia.22
Desde el reconocimiento de que las fronteras entre estas cuatro pos-
turas son borrosas y que muchos esfuerzos de investigación comprome-
tida abarcan más de una de ellas, quisiera argumentar, primero, que aun
así el esquema nos puede ayudar a entender por qué un sector tan amplio
a favor de la “investigación comprometida” puede estar, en la actualidad,
tan fragmentado y debilitado frente a nuestros adversarios comunes. Las
diferencias son reales y a menudo profundas. Los argumentos de fondo
de la investigación descolonizada van directamente en contra del intelec-
tual público, des-construyen su compromiso, considerándolo como una
cortina de humo para cubrir métodos que siguen cargando el “fardo colo-
nial”. En escritos anteriores, desde la postura de la antropología activista,
he criticado a corrientes más moderadas de esta posición descolonizadora
(en la tradición anglosajona: la “crítica cultural”), que ponen el énfasis pri-
mordial en la producción de nuevos paradigmas epistemológicos y poco
en las relaciones de investigación, lo cual se puede volver con facilidad un
ejercicio tan elitista como el de la academia tradicional. Los que postulan la
eficacia de la investigación para avanzar en la justicia social suelen expre-
sar impaciencia respecto a la investigación militante, arguyendo que tanto
énfasis en el proceso desprecia la posibilidad de los resultados y beneficios
concretos de una investigación bien formulada. Los adeptos de la inves-
tigación militante critican la investigación activista por defender ideales
igualitarios que contradicen las jerarquías persistentes entre el “académi-
co” y el intelectual orgánico. A veces, estas posiciones se defienden con
un radicalismo que deja poco espacio para el diálogo y las críticas mutuas
duelen más porque pertenecemos, en última instancia, al mismo bando.
Ante esta situación quisiera abogar por un entendimiento pluralis-
ta de la investigación comprometida que abarque estas cuatro posiciones.
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Conclusiones
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Notas
* Este ensayo fue escrito originalmente en junio de 2009 para ser presentado como “ponencia
magistral”, patrocinado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropolo-
gía Social (CIESAS)-Pacífico Sur (Oaxaca). La preparación de la ponencia se benefició mucho
de los comentarios de Paola Sesia, Guillermo Padilla y de las discusiones con los participantes
en el Seminario Ética, Política y Epistemología de la Investigación. Resultó especialmente útil
la discusión en ese seminario con Aldo González, intelectual-activista de la Unión de Organiza-
ciones de la Sierra Juárez de Oaxaca (Unosjo). Después, al integrarlo en el presente tomo, recibí
comentarios agudos y constructivos de Morna Macleod y Mariana Mora. También reservo un
agradecimiento especial para Xochitl Leyva por su compromiso con este tema, sus aportes va-
liosos al mismo y por su paciencia.
1 Fuentes claves son Roldan (2005) y Offen (2003).
2 Tomo prestada la frase “turismo de enclave” de Miriam Miranda, activista-intelectual garífuna
de la Organización Fraternal Negra Hondureña (Ofraneh). No hay mejor ejemplo de estas con-
secuencias desastrosas que lo sucedido en el Chocó colombiano, véase Escobar (2008).
3 En el ámbito de la antropología norteamericana, dos libros colegiados recientes, que represen-
tan una pequeña muestra de esta proliferación, son: Sanford y Ajani (2006) y Fox y Field (2007).
Véase también Hale (2008a).
4 La literatura sobre este escándalo, divulgada sobre todo en Internet y en forma de “literatura
gris”, es enorme y creciente. Para una compilación de los textos esenciales al caso que nos ocupa
véase en línea: <http://academic.evergreen.edu/g/grossmaz/bowman.html>.
5 Esta historia quedó plasmada en varios artículos. Véase, por ejemplo, Gordon, Gurdian y Hale
(2003) para una descripción del trabajo en Nicaragua que representó el primer esfuerzo realiza-
do después de la derrota electoral sandinista en 1990.
6 Escribí los resultados de ese trabajo en una tesis y después en un libro: Hale (1994).
7 Se trata de tres pueblos indígenas (miskito, mayangna-sumu y rama) y dos de afrodescendien-
tes (creoles y garífuna), además del pueblo costeño mestizo.
8 Algunos decidieron “individualizar” el terreno adquirido, sacando títulos por familia para cada
parcela. Sin embargo, la mayoría mantuvo al menos una parte del territorio “recuperado” en
forma colectiva.
9 Con el golpe de Estado al gobierno de Manuel Zelaya en junio de 2009, todos los procesos de cam-
bio favorables a los pueblos indígenas y negros fueron interrumpidos abruptamente y los diri-
gentes, por lo general, comenzaron a dedicarse a la resistencia al golpe. Hasta el momento de
entrega de este artículo (octubre de 2009) el conflicto continuaba sin resolución.
10 Seguramente existen argumentos en pro y en contra de ambas soluciones, y la posición escogida
depende de muchos factores contextuales. Para una reflexión sobre las posibles implicaciones
de escoger la otra postura (avalar el resultado como “conocimiento experto”) véase Hale (2007).
11 Entiendo aquí por “relaciones coloniales” no una referencia literal a aquella forma histórica de
dominación económica, política y racial, sino a la profunda herencia de ésta en las relaciones
de poder actuales. El ensayo clave que introduce esta noción de la “colonialidad del poder” es
Quijano (2001).
12 Además del sitio web citado anteriormente, información básica sobre el caso puede ser consultada
en línea en el sitio del Foreign Military Studies Office (FMSO): <http://fmso.leavenworth.army.
mil/recent.htm> y en el del proyecto “México Indígena”: <http://web.ku.edu/~mexind/>. De
especial interés resultan los informes periódicos que dicho proyecto mandó al FMSO, en los
cuales se detallan las actividades del equipo de investigación en Oaxaca.
13 Una declaración de Unosjo, que circuló en Internet en los primeros meses de 2009, dice textual-
mente: “Aunque el geógrafo Peter Herlihy, responsable del proyecto, nos explicó los objeti-
vos relacionándolo principalmente con el impacto del Procede en las comunidades indígenas,
nunca mencionó que la investigación estaba financiada por la Oficina de Estudios Militares
Foráneos (Foreign Military Studies Office, FMSO por sus siglas en inglés) del ejército estadou-
nidense y que le entregaría reportes de su trabajo a esa oficina, pese a que se le preguntó expre-
samente cuáles serían los usos que se daría a la información obtenida.” Documento en posesión
del autor.
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Entre el mapeo participativo y la “geopiratería”
14 Cita tomada de una carta, escrita por Peter Herlihy, y distribuida en la lista electrónica de con-
tactos de estudiosos de Oaxaca, con fecha del 31 de enero de 2009, en posesión del autor.
15 Informe al FMSO (enero de 2007), en posesión del autor.
16 “No entendemos cuáles fueron los motivos de las acusaciones de Unosjo, pero sabemos que
no es una organización políticamente neutral. Es una organización no gubernamental pequeña
e independiente, y ciertamente no es la representación legal ni la voz de ninguna de las comuni-
dades en donde trabajamos” (carta abierta de “México Indígena”, marzo de 2009).
17 Informe de “México Indígena” a FMSO, en posesión del autor. Traducción mía.
18 Lo dicho es mi resumen de la posición de Esteva, expuesta en el seminario del CIESAS antes
mencionado, y también en el Seminario Convivialidad, de la Universidad de la Tierra (Unitie-
rra)-Oaxaca, al que asistí durante un año. Hasta donde sé, el planteamiento no existe aún en
forma escrita.
19 Para una elaboración de la literatura teórica que establece la base para este respaldo, véase Hale
(2008b).
20 La experiencia del primero está expuesta por escrito (Hale 2006).
21 Para un análisis de la “herida colonial” véase Mignolo (2005). Para un buen ejemplo de este tipo
de contribución véase Mignolo (2007).
22 Un ensayo que, desde mi punto de vista, constituye una elaboración desde esta posición es
Vargas (2008).
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