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La obra reciente de Hugo Bleichmar

Autor: Abelin-Sas, Graciela

Palabras clave

La obra reciente de hugo bleichmar.

"Recent work by Hugo Bleichmar" fue publicado en el Journal of the American


Psychoanalytic Association, 56, 295-304 (2008). Traducido y publicado con
autorización de la revista

Traducción: Marta González Baz

Revisión: Hugo Bleichmar

Hugo Bleichmar, argentino que recibió su formación en psiquiatría y


psicoanálisis en Buenos Aires, ha sido un autor psicoanalítico prolífico.
También es director del curso de postgrado en psicoanálisis de la Universidad
Pontificia Comillas (Madrid), presidente de la Sociedad "Forum" de Psicoterapia
Psicoanalítica en España y director de la revista Aperturas Psicoanalíticas en
Internet.

Su último trabajo, desde 1996 hasta ahora, podría ser la base para un curso
excelente y fascinante sobre el psicoanálisis, su historia, evolución y cambios
actuales en relación con los descubrimientos neurocientíficos. Su integración –
altamente interesante e importante- de la teoría psicoanalítica con el trabajo de
disciplinas vecinas ofrece significativas innovaciones técnicas y teóricas.
Incluye no sólo un estudio respetuoso y creativo sobre Freud, sino también una
discusión reflexiva del conocimiento adquirido por varias escuelas
psicoanalíticas. Bleichmar va más allá, sin embargo. Ofrece sus propias
opiniones sobre la estructura y el tratamiento de la depresión, la ansiedad, la
agresión, el masoquismo, el narcisismo, el duelo y la patología del superyó y,
con ello, acentúa la importancia de las intervenciones dirigidas a las dinámicas
inconscientes específicas de cada paciente. Con ese fin, corona su trabajo con
un modelo “modular-transformacional”, un marco conceptual para el estudio de
la psicopatología, rico en implicaciones tanto para el psicoanálisis como para la
psicoterapia psicoanalítica. De principio a fin, el talento clínico de Bleichmar se
hace patente en sus viñetas. Éstas guían al lector hacia el objetivo
cuidadosamente construido de sus intervenciones e interpretaciones, ilustrando
cómo el marco teórico que ofrece puede ser una contribución técnica
aclaratoria.

Inspirándose en el trabajo lingüístico de Chomsky respecto a la modularidad de


la mente, Bleichmar aplica esta conceptualización al estudio de diferentes
“sistemas motivacionales”, así como a subtipos de inconsciente y a varios
sistemas de memoria. Estos sistemas motivacionales incluyen la necesidad y el
deseo de autoconservación; heteroconservación; apego; satisfacción
sexual/sensual; regulación psicobiológica; y el logro de suministros narcisistas.
Bleichmar propone que, aunque cada sistema motivacional tiene sus propias
leyes organizativas y funciones por separado, los sistemas entran en relación
los unos con los otros y ejercen influencias recíprocas. Pueden adquirir un valor
diferente en cada individuo y su importancia puede variar en diferentes épocas
de la vida. El predominio de aspectos de los varios sistemas motivacionales
define una estructura de personalidad y, por tanto, el enfoque técnico más
apropiado.

Los módulos se afectan los unos a los otros. La sexualidad, por ejemplo, puede
utilizarse para reparar la autoestima, una observación común que, sin embargo,
enfatiza la gran complejidad de las fuerzas en juego. Las necesidades de
apego pueden permitir a alguien renunciar a la satisfacción narcisista y sexual,
o aceptar todo tipo de humillaciones. Para mostrar independencia, otros
renunciarán al apego, aun a costa de la autoconservación. En realidad, las
necesidades narcisistas de otros pueden llevarlos a aceptar la muerte para
evitar la vergüenza y el deshonor.

En esta compleja selección de fuerzas, en la que están en juego funciones


específicas de los distintos sistemas motivacionales, el otro puede convertirse
en un objeto de sexualidad, de autoconservación, de narcisismo, de regulación
psicobiológica o de intimidad. El objeto que satisfará diferentes módulos del
sujeto puede residir en un único individuo o en varios; el objeto de apego
también puede contribuir a la regulación psíquica del sujeto, reduciendo la
ansiedad y organizando la mente, contrarrestando la fragmentación y
ofreciendo un sentimiento de vitalidad, de ser un “objeto de actividad
narcisista”. Mediante su mera presencia, sin embargo, dicho objeto puede
ocasionar perturbación narcisista, interfiriendo con el desarrollo de recursos del
yo o con el logro de un sentimiento de ser sujeto agente. Bajo esta luz,
conceptos como la angustia de separación se vuelven ambiguos, a menos que
la función de dicha ansiedad se especifique en relación a los varios sistemas
motivacionales.

Bleichmar matiza la noción de que los afectos son exclusivamente la expresión


de un estado interno, apuntando dimensiones de la emoción más allá de las
vinculadas con el mundo representacional del sujeto. Menciona la dimensión
expresiva, la comunicativa-inductiva, y una dimensión en la cual el afecto del
otro se incorpora en el self para realizar la fusión con éste. Por ejemplo, en la
búsqueda de intimidad, la emoción puede ser un modo de generar el mismo
estado afectivo (felicidad, abatimiento, tristeza) en el otro y ser vivida así como
una forma de unión. Se deduce que algunos casos de masoquismo pueden ser
considerados un modo de buscar comunión mediante el sufrimiento. El “falso
self” y la “personalidad como-si” pueden ocultar una organización de carácter
basada en el uso del mimetismo para lograr intimidad. En ese sentido, la
identificación proyectiva puede ser una acción de “inducción a la comunicación”
que genere resonancias anheladas. La alienación de los propios estados
afectivos puede ser el resultado de una necesidad de satisfacer al otro, un
modo de responder a una llamada al sujeto de modo que sea alguien que
transforme los estados afectivos del otro. En ese sentido, estar con otro puede
adoptar una forma afectiva, cognitiva, instrumental y/o corporal, permitiendo
una multiplicidad de relaciones entre el sujeto y el objeto. Desde esta
perspectiva, las cuestiones sobre si la libido busca al objeto o éste satisface los
impulsos ya no se conciben en términos de dicotomías en discordia. Tanto lo
intrapsíquico como lo intersubjetivo es tomado en cuenta.

Este modo no lineal de pensar en la mente impone demandas al analista. Debe


mantener bajo revisión sus objetivos y la vía que prefiere para lograrlos. Por
ejemplo, no debe privilegiar un encuentro intersubjetivo o buscar un insight
cuando en realidad el estado del paciente puede requerir un modo diferente de
favorecer el desarrollo. De otro modo, el analizando, acatando la técnica del
analista, puede crear un desarrollo “como-si”, formar un “apego religioso
idealizante” o, simplemente, someterse a las demandas técnicas del analista.
Por ejemplo, impulsado por fuerzas motivacionales divergentes, el intenso
deseo de intimidad del paciente, buscado en el espacio corpóreo y emocional,
puede experimentar una desregulación provocada por los sistemas narcisista o
autoconservador del analista.

La resistencia al cambio puede, por tanto, entenderse como una discrepancia


entre los objetivos internos del paciente (incluyendo los neuróticos habituales) y
los objetivos del analista. Puesto que en todo encuentro con un objeto el sujeto
se expone al interjuego con los sistemas motivacionales del otro, la situación
clínica no está exenta de este interjuego. Así, la estructura de personalidad y el
marco teórico o técnico del analista pueden estar reñidos con los del paciente.
Esta disonancia puede interferir con la necesidad del paciente de ser afirmado
en su experiencia vital, una validación necesaria si se va a desarrollar un
encuentro íntimo. Bleichmar siente que el requerimiento de un otro real o
imaginario para que dé fe de nuestra existencia y de la validez emocional de
nuestra experiencia es una versión de lo que más adelante será modulado por
el ideal del yo. Es consciente que la agresión del paciente puede destruir la
representación del otro como alguien de quien se necesita confirmación,
eliminando en el proceso la experiencia vitalizante de la presencia del analista
y cualquier sentimiento de comunión intersubjetiva.

La posición de Bleichmar es que una relación terapéutica debería transformar


la memoria procedimental y el procesamiento inconsciente en sus numerosas
capas, desde las creencias hasta los mecanismos que preceden a la
proyección, represión y negación, y modificar las defensas que dan lugar a la
suspensión de la actividad mental (y modificación de la función
neurovegetativa), incluyendo la desactivación parcial del deseo. Pero cada
condición demanda formas específicas de intervención que integran lo mejor
del repertorio psicoanalítico. El valor de una interpretación se basa no en si
describe acertadamente el funcionamiento del paciente, sino en si conlleva la
posibilidad de favorecer el cambio, de generar un grado de preferencia
motivacional mayor que el de la vieja configuración automática del paciente.
Esto es lo que Bleichmar llama “valencia motivacional” de la intervención
terapéutica.

Esta valencia depende de la interacción de los sistemas motivacionales del


paciente, tal como están configurados en la actualidad, con la capacidad de la
intervención para alterar su equilibrio. El analista debería saber qué despierta la
psique del analizando, qué fuerzas están en juego, cuáles activará su
interpretación y cuáles deberían también ser movilizadas. El analista obtiene
acceso a la nueva representación del self del paciente en el momento en que la
conducta neurótica automática del paciente comienza a repetirse. Para ello, el
analista debe ser consciente de la “condición interna” que soporta la visión que
el paciente tiene del mundo. No hay interpretación que no conlleve acción en
uno o varios sistemas motivacionales. “Como cualquier mensaje, tiene incluido
en el propio nivel semántico y en la intencionalidad del que la formula, un
componente afectivo y conativo, “propone” implícitamente algo a
pensar/sentir/hacer” (Bleichmar, 2004, p. 1381).

Un aspecto importante de fomentar el cambio es el proceso por el cual una


persona toma un indicador externo o interno como punto de referencia. Este
proceso es automático e inconsciente. Como Bleichmar lo explica, si la madre
ha sido la guía del bebé en el mundo externo, posteriormente en la vida de la
persona permanece un mecanismo muy básico por el cual compara su estado
psicológico y corporal con el estado que presenta una guía externa.
Condicionado por la conexión constante con la guía, la persona reducirá las
diferencias entre las posiciones de la guía y las acciones del paciente. Es
importante darse cuenta de que deben satisfacerse las necesidades
motivacionales de la persona, tanto las suyas como las de los otros
significativos, para que las posiciones de la guía sean aceptadas como
referentes. En lo que Bleichmar llama “transformación referenciada” y otros
reconocerían como transferencia, se activarán mecanismos corporales,
afectivos y cognitivos a niveles procedimentales o simbólicos para hacer
posible en la persona una aproximación al estado y las posiciones de la guía.
Es más, estas ideas confirman el poder de la identificación proyectiva, como lo
hace el papel de la vida en común en una relación íntima prolongada.

Es importante el que Bleichmar halle puentes a su trabajo clínico en la


neurociencia, por ejemplo en el concepto de “neuronas espejo”. Estas
neuronas ofrecen la base biológica para la identificación necesaria entre el
bebé y su cuidador. Integran sistemas que permiten a los individuos atribuir
intenciones a los otros. La proyección, afirma Bleichmar (2004) hace uso de
esta propiedad estructural de la psique, como en la secuencia: “observación de
la acción del otro, neuronas espejos que en el sujeto codifican la activación
cerebral de las mismas acciones, acciones que en el sujeto están asociadas a
intenciones. Por eso el sujeto va a atribuir al otro la intención que tendría la
acción si la realizase él mismo” (p. 1385).

Lo que Bleichmar llama “acoplamiento de experiencias”, es decir, el unir


experiencias que anulen el placer que algunas conductas patológicas
ofrecieron en un momento dado, es un implemento técnico importante.
También requiere el uso de un concepto que le debemos a la neurociencia,
esto es, el conocimiento de que en el momento de la evocación los recuerdos
son lábiles y pueden ser modificados de un modo más efectivo. La “memoria
afectivamente dependiente” se refiere al hecho de que en el proceso de
recordar recordamos lo que corresponde a un estado emocional similar que
estamos experimentando en el presente. En ese sentido, las asociaciones se
relacionan con un estado afectivo, no simplemente con un contenido cognitivo.
Uniendo el concepto de “memoria lábil” con el de “memoria afectivamente
dependiente”, Bleichmar destaca que el placer sentido por el paciente que
padece una dificultad para controlar su conducta tiene que se traído a la terapia
para “acoplarlo” con la interpretación ofrecida por el analista. La técnica de
“acoplar experiencias” une dos experiencias con sus componentes
perceptuales, sus pensamientos, sus palabras dichas, con todos los niveles de
lo que se experimenta. Este es el papel del analista en la neurosis de
transferencia, es quien puede redirigir la experiencia, afectiva y cognitivamente,
a un nivel diferente. La nueva experiencia, entonces, ofrecerá un cambió en los
esquemas inconscientes. Esto será el efecto de un acoplamiento de
experiencias: la reaparición del recuerdo de tal modo que su carga emocional
sea revivida en presencia del analista y pueda ser vinculada con una nueva
estructura vivencial (lived-through). Concordante con el concepto
de  Nachträglichkeit, la nueva experiencia cambiará la estructura de la vieja y le
dará un significado que previamente no tenía.

Cuando Bleichmar se refiere a la complejidad de la psique, está afirmando que


el inconsciente es un sistema de múltiples capas con varios orígenes y varios
modos de funcionamiento e inscripción; que existen muchos sistemas de
memoria diferentes; que la cognición y la activación de estados emocionales se
influyen mutuamente entre sí; que las ideas y los afectos se interrelacionan con
los estados neurovegetativos de un modo único a cada persona y que la
actividad química/hormonal influye en la regulación de las redes
representacionales; y que lo innato y lo ambiental están correlacionados. Al
afirmar esta complejidad, nos está alertando sobre “homogeneizar” teorías que
no abordan la organización psíquica única del paciente. Más concretamente: no
toda reacción tiene un significado metafórico. Por ejemplo, la memoria
procedimental se inscribe como afecto y como acción. Incapaces de simbolizar
algo que es operacional, no podemos articularlo; sólo podemos ponerlo en
acto. Este modo de concebir nuestra relación con el mundo externo implica no
una representación de la pulsión en la psique, sino una serie de inscripciones
relativas a cómo estar con el otro, mediante imágenes y sentimientos tales
como los esquemas sensorial/afectivo/motor. Bleichmar lo llama “inconsciente
original” en contraste con el “inconsciente reprimido” de Freud, que muestra el
efecto de los procesos defensivos impidiendo a sus contenidos alcanzar la
conciencia.

Bleichmar especifica, sin embargo, otra capa del inconsciente: un inconsciente


“original por identificación” basado en los rasgos de carácter de los otros
significativos en relación con sus estilos neurovegetativos, la intensidad y
calidad de sus emociones, su tendencia a la acción y sus creencias, fantasías y
modalidades defensivas (y a esto podemos añadirle el temperamento). Por
supuesto, estas predisposiciones innatas serán consolidadas por las
interacciones. La importancia de distinguir las diferentes capas del inconsciente
es que las capas que no tienen contenido latente no responderán a las
interpretaciones. Su estructura tiene que ser alcanzada como si fuera la
primera vez por el trabajo creativo del par analítico. Según esto, las
resistencias que aparecen en el curso de este descubrimiento no se dirigen
necesariamente al contenido. En cambio, pueden ser generadas principalmente
por ansiedades debidas a una reorganización del mundo de las convicciones, o
por el caos interno provocado pro tener que manejar conceptos opuestos en la
mente, así como por rivalidad narcisista con el que los trae a la luz. Estas son
maniobras no defensivas; están más próximas a estados de angustia
confusional basada en una amenaza a la estabilidad del self. La sospecha
errónea de que el paciente distorsiona u oculta podría provocar un impasse
peligroso.

En resumen, dado que no existe un solo inconsciente sino muchas capas de lo


que denominamos el inconsciente, hacer consciente su contenido movilizará
angustias y resistencias de diversos órdenes; entre otros, de los que dependen
del contenido temático; aquellos que se originan en el proceso de llegar a saber
lo que hasta ahora se desconocía (aquí el analista podría ser percibido como
traumatizante, desencadenando una resistencia no hacia el contenido sino
hacia la modalidad del vínculo); y aquellos que emergen como resultado de
tener que cambiar modos de operación familiares largamente asociados con el
sentido de identidad de la persona.

Bleichmar también nos ofrece el concepto de “inconsciente de amalgama”. Se


define por la interacción de representaciones elementales  -cinestésicas,
visuales, táctiles y auditivas- con otras semánticas. Esta interacción establece
cadenas asociativas que pueden afectar y distorsionar profundamente las
percepciones corporales. Este interjuego de representaciones perceptivas con
reacciones neurovegetativas, hormonales e inmunológicas puede crear una
cadena de reacciones que determinen los estados psicosomáticos. Se subraya
la circularidad: todas estas inscripciones somáticas afectarán a las simbólicas
semánticas. En este sentido, para Bleichmar, el concepto de pulsión se referirá
al intercambio entre varios sistemas biológicos y sus complejos efectos en la
psique. Estas fuerzas impulsoras encuentran representaciones a las que
modifican y a las que permanecen fijadas. El sistema neurovegetativo afecta
continuamente al orden representacional. Es en este nivel en el que los
agentes psicofarmacológicos alteran, mediante la acción biológica, la cognición
y las representaciones. Para Bleichmar, esta es una prueba más de que el
concepto de pulsión de Freud está en el límite entre lo biológico y lo psicológico
y del interjuego entre ambos. La neurociencia ha ofrecido la nueva perspectiva
de que estos sistemas biológicos, una vez formados, actúan como vectores de
fuerza, hallando representaciones a las que se atan de un modo muy
específico.

Una viñeta clínica de uno de los artículos de Bleichmar (2001) puede mostrar la
utilidad de alguna de sus ideas: una mujer acude a consulta con un profundo
sentimiento de desvitalización. Se siente impotente, sin esperanza de que su
conducta tenga un impacto en los otros, en la realidad. Un terapeuta anterior
interrumpió su tratamiento porque no progresaba. No tenía expectativas. Se
traga sus palabras; su narrativa no está acompañada por ninguna expresión
emocional. Las observaciones e interpretaciones de Bleichmar son recibidas
con sumisión, no son aceptadas ni rechazadas. Es inteligente, asocia, sueña y
comprende algunos significados: pero esto no modifica sus reacciones
automáticas, ni sus relaciones. Su comportamiento emocional le recuerda a
Bleichmar los casos de hospitalización. La madre de la paciente era
inaccesible, egocéntrica; una hermana ocupaba toda su atención. El padre era
débil y no podía ofrecerle a la paciente apoyo ni un modelo de identificación
defendiendo sus propios derechos. Aparte del consuelo temporal que halla en
su deseo sexual, vive en el espacio limitado que los demás le permiten ocupar.
Es una posición básica, que reproduce la que adoptó en relación con su madre.
La inhibición de su deseo se debe no a un conflicto de superyó sino a algo más
básico, una falta de respuesta por parte del otro, lo cual tenía la doble
consecuencia de un déficit en la fuerza de sus deseos y un profundo
sentimiento de existencia ilegítima, ahora parte de su identidad. Esta
autodevaluación es paralela a una idealización de los otros, respecto a los
cuales se siente inferior. Siente que los otros no quieren estar con ella porque
no tiene nada interesante que ofrecer. No hay reproche. Permanece un débil
deseo de ser aceptada, pero su convicción es que dicho deseo no será
satisfecho.

Lo que permitió un cambio en su estado de desvitalización fue una serie de


intervenciones a distintos niveles: por una parte, la reconstrucción histórica de
los vínculos con sus padres, lo cual permitió la evolución de nuevas
autorrepresentaciones. Pero fue necesario algo más, puesto que la paciente
tenía ahora una nueva inscripción consciente, y seguía teniendo activa una
inconsciente. Lo que hacía falta era una inscripción de memoria procedimental,
un modo automático de sentir y comportarse. La conciencia, en estas
situaciones, no trae consigo un cambio conductual. Por tanto, Bleichmar aportó
al análisis su propio compromiso emocional, permitiéndose expresiones de
confrontación y entusiasmo con un cierto grado de pasión. Afirma que la nueva
calidad de la conexión establecida así, llevó a la paciente a un nuevo estado de
vitalidad, de placer en el desafío que suponía la relación. En este sentido, se
inscribieron nuevas memorias procedimentales, modos de sentir y actuar, que
habían sido abortados en su desarrollo potencial. Estas son intervenciones que
van más allá de la empatía. Contribuyen al conocimiento de que, sí, es posible
obtener una respuesta positiva del otro; la calidad de la conexión, su
intensidad, la confrontación polémica, transmite la idea de que lo que la
paciente dice es interesante para el analista, y de que su destino merece la
pena de que él se esfuerce por que se tomen buenas decisiones. Este vigoroso
intercambio, ausente durante su infancia, produjo un movimiento en lugar de la
sumisión débil. Por supuesto, la confrontación tuvo lugar en el contexto de una
escucha respetuosa a las ideas de la paciente; pero lo que se metacomunicaba
era el placer de la actitud polémica. Esto facilitó la identificación y una
apreciación del valor relativo de las ideas, como lo contrario al poder absoluto
de las opiniones. En este caso, siente Bleichmar, una actitud de neutralidad
terapéutica y abstinencia afectiva, centrada principalmente en ofrecer
comprensión, habría reproducido el mismo tipo de conexión que la paciente
tenía con su madre, quien se preocupaba por ella pero no pudo legitimar lo que
era y lo que llegaría a ser; también habría repetido la actitud evasiva del
padre.  

La modalidad de intervención dependerá de qué necesita ser modificado, qué


tipo de procesos se están abordando, que tipo de inscripción tenemos, y de
que la capacidad emocional del paciente vaya a recibir; es más, la intervención
dependerá de si estamos descubriendo el inconsciente o creando algo que
había sido abortado en su evolución. Es evidente, entonces, que la
representación-cosa supone un amplio campo, no sólo el objeto nombrado con
una palabra, sino imágenes, creencias matrices pasionales, fantasías de
enorme complejidad e inscripciones de memoria procedimental; esquemas de
acción y coordinación ente ideas, entre afectos y acción, y entre los afectos y el
cuerpo.
La utilidad de estas categorías puede resumirse en las propias palabras de
Bleichmar (2001): “Un sujeto puede vivir aterrorizado porque fue perseguido,
maltratado, abusado desde pequeño -inconsciente originario de las
interacciones-; porque es el hijo de padres aterrorizados con los que se
identifica, a veces identificación forzada porque el otro inoculó sus propias
significaciones y afectividad en el niño -inconsciente originario de las
identificaciones-; o porque tiene deseos vividos como transgresores; o porque
proyecta en los demás sus deseos destructivos; o porque ha sufrido un
trastorno de estrés postraumático que desequilibró su sistema cognitivo y
biológico de modo que todo pasa a ser desencadenante de angustia. O, por la
articulación compleja de las causas anteriores. El riesgo es adoptar a priori una
posición en que una de esas causas guíe la comprensión monocorde de todo
tipo de paciente”

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