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François Dagognet
ESCRITURA
E
ICONOGRAFIA
Traducido por María Cecilia Gómez B. para el curso de Luis Alfonso Paláu C.,
"Materiólogos, objetología". Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias
Humanas & Económicas. Escuela de estudios filosóficos y culturales. Medellín, Febrero
de 2003. Última corrección febrero de 2007.
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INTRODUCCION
pertinentes (los de una máquina, un edificio, conjuntos)? ¿Cómo una vez más exponer la
arquitectura de las piedras, de los árboles, de los animales?
A pesar de esta atracción por el dibujo y lo estilizado, no renunciamos a la escritura:
todo lo contrario.
Por una parte, buscaremos proponer una "gramática de esta imagen", definir
también ésta como una neografía cursiva, despejar las reglas que dictan su construcción.
Frecuentemente, como lo mostraremos por otra parte, el Icono conduce a su vez a un
álgebra o fórmulas, que nos darán una nueva, suprema contracción. Luego, entre el croquis
y el texto, se anudan intercambios; los dos se respaldan con miras a una iluminación, para
una amplia sinopsis.
La ciencia de los diagramas, de los cortes y de los mapas, que aspiraremos trazar en
algunos de sus momentos inventivos, en lugar de destronar la frase, la resaltará, servirá
para sostenerla. Lejos pues de que el "Cuadro" descarta el texto, es ante todo la escritura la
que se nos aparecerá como una valiosa, fundamental "pintura". La iconografía misma de la
ciencia que comienza. Desde nuestro primer capítulo, mezclaremos "la ciencia como
escritura" y "la escritura como ciencia".
b) Esta mixtura alfabética del ver y del leer nos parece una de las exigencias de
nuestra época, preocupada por la cultura del libro en peligro, de todo lo que circula e
informa.
Por su parte, la ciencia en general garantiza este acuerdo y trabaja en él. Ella
fundamenta las proyecciones más escrupulosas y las más esencializadas. La más bella de
las paradojas: "nada falta allí, pero todo ha sido omitido, borrado". Estos esquemas
racionales transforman la multiplicidad en un grupo serial, a su vez explicativo de la
intensa variedad. Y los seres se clasifican, se descubren sobre esta curva ordenada, a través
de esta topografía de sistema. Mejor, la figuración homotética justificará las propiedades
sustanciales más heteróclitas (capítulo IV). Se trata pues claramente de un dibujo
quintaesenciado y generativo, no el redoblamiento de lo que es, la imagen-espejo, sino un
icono paradigmático, "abstracto-concreto", un cañamazo estrictamente distribucional, de las
cuales las obras de Haüy (Réne-Just), Candolle, Tollens, Marey nos proporcionarán muchas
muestras extraordinarias.
Por su lado, otra vertiente, el arte alcanza abiertamente este campo. La literatura
actual apunta cada vez más a lo figural en y a pesar de un lineal que lo ha laminado hasta
aquí, o lo espacial en lo temporal de lo sucesivo, a pesar del desgarramiento aparente de las
formas.
Ya, en vanguardia, la lingüística había captado, sobre una simple faceta, dentro de
ciertos enunciados privilegiados, angulares, un bi-eje vertical/horizontal, el cruce de la
similitud en lo continuo, para recordar la concepción de Roman Jakobson (Essais de
linguistique général) la inserción de lo metafórico en lo posicional.
Más aún, lo textual entero se esmera en edificar conjuntos típicamente
arquitecturales, necesariamente insurreccionales.
Los célebres pintores de la realidad (capítulo II) desplegarán ante nosotros un
dominio incomparable: ellos también "transcodifican", ofrecen miniaturas que condensan
cada vez mejor, en búsqueda de una plenitud y de lo ilimitado. ¿Cómo se apoderan de lo
que los envuelve? ¿Como lo transponen y sobre todo cómo logran superarlo?
Los unos y los otros -novelistas, pintores, grabadores, escultores— nos encaminan
hacia una Teoría generalizada de las formas y de las deformaciones, es decir, una dinámica
espacial. Por su lado, los experimentadores y los científicos se dedican a ello y se activan
allí.
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CAPITULO PRIMERO
Esta es la tesis que de comienzo a fin vamos a desarrollar: esclarecer, defender los
andares por los cuales los hombres se han dado representaciones figurativas, siempre
instauradoras de una nueva inteligibilidad. Más aún: la ciencia misma se nos aparecerá, en
ciertas de sus comarcas, como un sistema de trascripción, factor de aprehensión, de
ordenación y de reorganización.
El ser, bloqueado sobre sí mismo y enterrado bajo sus propias envolturas, se nos
escapa, pero se tratará de desplegarlo y de insertarlo, cueste lo que cueste, en una red
espacial que lo revele a sí mismo, que autorice la sorprendente, la iluminante lectura. A
falta de este despliegue, al menos hay que apuntar a una traducción en un conjunto que lo
exprese y lo destaque.
La inmediatez narcisista colma el alma y singulariza las formas del universo,
giradas hacia sí mismas, sobre sí mismas, pero hay que pagar el precio de un tal
encerramiento: la plena noche, la oscuridad de la indistinción. Por otras razones, también
numerosas como difíciles de interceptar, los pensadores han protestado siempre contra el
trabajo de la exteriorización, la violación de esta escritura que aparta el ser de sí mismo, lo
mediatiza y lo arroja al afuera.
Ya los Griegos condenaban, a través de los Diálogos de Platón, el procedimiento de
la ciencia inscriptiva y celebraban la palabra que anuncia, o enuncia solamente la cosa pero
se cuida de entregarla por extradición en las rejillas artificiosas (el grafema) donde ya no se
reconoce ella misma y, en consecuencia, llama en su auxilio a la glosa, la desafortunada
interpretación.
El Cratilo discute la precisión de los nombres, que pretenden plagiar, traducir o
imitar el juego de los fenómenos, pero, a través de esta crítica, penetra sobre todo el
rechazo de una pintura, la de las letras, de las sílabas y de su secuencia, necesariamente
desfiguradora e incapaz de incluir el flujo o el movimiento. Se ahonda la distancia entre el
ser y lo que lo nombra o lo retrata -entre el modelo y su icono— porque, si lo uno no se
distingue de lo otro, se los confunde, pero, si se los separa, cesa ipso facto, de calcarlo.
Quizás la única palabra, el ritmo de una libre prosodia podría encerrar esta naturaleza
evanescente pero, la estampería, la visualidad fónica de las vocales y de los caracteres nos
alejan de ello. En la grafía el espíritu se hunde en la arena movediza y se aliena más que en
otra parte, puesto que la palabra renuncia allí a sus inflexiones y a su canto, a sus
eventuales recurrencias por donde ella se busca o se corrige, a una ironía gracias a la cual
puede apuntar a lo que no indica. Los rastros o las huellas postulan necesariamente la
ausencia, un olvido contra el cual luchan pero que, por ese mismo hecho, reconocen y
pronto ensanchan. "Confiados en la escritura, es decir del afuera, por caracteres extraños, y
ya no del adentro, del fondo de ellos mismos que buscan suscitar sus recuerdos, tu has
encontrado el medio, no de retener, sino de renovar el recuerdo..."( 1) anota el Rey Thamus
por petición de Theuth, el demonio que inventa a la vez la numeración, el cálculo y las
letras de la perdición. "La escritura tiene un grave inconveniente, tanto como la pintura.
1.
Fedro, trad. Chambry, ed. Garnier, t. III, p. 287.
8
Los productos de la pintura son como si estuvieran vivos, pero plantéeles una pregunta,
ellos guardan seriamente silencio. Ocurre lo mismo con los discursos escritos"( 2). En el
Fedro, como en el Cratilo, lo escrito se confunde con la obra figurativa que, lejos de
visualizar y revelar, degrada o disipa (3).
2.
Id. p. 288.
3.
Para más claridad sobre Platón y los Diálogos, remitimos a los eminentes trabajos de
V. Goldschmidt.
4.
En el siglo XX, las técnicas de la transmisión, el fonógrafo, la radiofonía, cambian los
datos del problema. Y los Príncipes pueden gobernar por el verbo, lo audio-visual,
incluso el dibujo animado.
5.
Essais, ed. Ducros, 1968, p. 133.
9
Tesis demasiado conocida como para que tengamos que insistir en ella: la lengua
monótona y fría, escrita y ya no hablada, inflexible y ya no ondulante, aleja a los hombres
los unos de los otros, los avasalla al mismo tiempo, alienta, más que la diseminación, la
disimulación, que es la contrapartida; entramos en lo irreconocible, porque el reflejo puede
más que lo real, los signos equívocos más que las expresiones auténticas. Una
codificación, es decir un desfase. La representación lenguaraz no se distingue de la teatral,
no menos mentirosa y perniciosa; lo ilusorio o lo ficticio no podría pasar por inocente o
anodino. El nos engaña, y, también, nos expropia. En ninguna parte, lo mismo que en la
Carta de Alembert sobre los Espectáculos, se ha sabido acusar tan vehemente la pintura,
toda iconografía, la representación. Duplicar una situación, siempre, la metamorfosis. El
simple hecho de multiplicarla o bien, según Rousseau, suavizarle los rasgos, habitúa el
espíritu; o bien en tal caso, para evitar esta usura, se engruesan las líneas, se desnaturaliza,
se cae en lo fabuloso. En los dos casos, se pierde el original. Después de todo, nadie
piensa en calcar: ¿para qué? En realidad el dramaturgo o el compositor toma elementos,
abandona otros, busca seducir, excitar la curiosidad: "Mientras más reflexiono en ello, más
encuentro que todo lo que se representa en el teatro, no se lo aproxima a nosotros, se lo
aleja"(10). O más aún, la descripción no seduce, molesta incluso, o golpea pero a costa del
parecido: se ha realzado al modelo. En arte como en política, ¡no existe delegación
aceptable, no existe transcripción fiel! Asimismo, la grafía, que debía o quería pintar la
voz, la altera, y, cada vez menos, se refiere a ella.
Pero esta es nuestra tesis: Rousseau no puede llevar ese combate hasta su término.
El tiene que luchar mucho contra la "no inmediatez" o lo artificial, él mismo termina por
sucumbir allí.
En efecto, un drama, estalla pronto, en medio de ese alegato excepcional. Por una
parte, el elogio de la palabra conlleva el del canto y el de la melodía, pero ésta pasa a través
de las notas o un sistema de signos; por otra parte, Rameau acaba de fisicalizar la música y
de recurrir, para instituirla, a los armónicos. La musicología traiciona o compromete el
tema "anti-escritural" y, paralelamente, "anti-científico" que desarrolla el tan célebre
Diccionario de Música. No es de sorprenderse el encontrar allí el extraño leit-motiv según
el cual esta doble amenaza no puede venir más que del Norte, gótico y bárbaro: "Estaba
reservado a los pueblos del Norte, escribe Rousseau (artículo: Armonía), cuyos órganos
duros y burdos son más tocados con el estallido y el ruido de las voces que con la dulzura
de los acentos y la melodía de las inflexiones, hacer este gran descubrimiento (relativo a la
armonía) y establecerlo como principio para todas las reglas del arte".
Dejemos de lado la querella con Rameau, un poco menos en el eje de nuestro
propósito, pero un canto o un minueto supone una partitura, por lo tanto el recurso a
indispensables grafemas. He aquí esta contradicción ofensiva, que Rousseau busca hacer
desaparecer, de allí sus numerosas investigaciones en dirección a un neo-solfeo, a una neo-
escritura representativa ya no de la palabra sino de sus ritmos y modulaciones. ¿Es
posible? ¿No es rehabilitar los signos-sustitutos en los cuales estarían colocados los
acordes? Encontramos claro el problema de la transcripción, a un nivel más elevado;
importa, más que nunca, con el fin de mantener el rechazo de los caracteres, impedirles el
acceso a los coros y a las sinfonías. No obstante, ¿cómo minimizarlos, mientras se los debe
emplear? Rousseau se ha explicado ampliamente: eliminará, sin remisión, en su Proyecto
concerniente a nuevos signos para la música (leído por el autor en la Academia de
Ciencias el 22 de Agosto de 1742) "esa cantidad de líneas, de claves, de transposiciones, de
las palabras de Loisy: "Se esperaba a Cristo y es la Iglesia la que ha llegado".
10.
Id., t. I, p. 324.
11
14.
Dissertation sur la musique moderne, O.C., t. 10, p. 261.
15.
Lettres sur la botanique, t. VIII, p. 453.
16.
Id., p. 429.
17.
Septième promenade, O. C., t. XIII, p. 493.
13
planta"(18). De hecho, en sus Cartas sobre la Botánica él evoca las secretas organizaciones
y las combinaciones que ligan entre ellas las unidades aparentemente dispersas, el cáliz, la
corola, el fruto, el tallo. Uno de los primeros, establece la analogía de base que aproxima
la flor, la hoja y la raíz. Afirmación ejemplar de 1771: "Esas analogías de las partes de la
flor se ligan con otras analogías de las partes de la planta que parecen no tener ninguna
relación con aquella. Por ejemplo, ese número de seis estambres, algunas veces tres, de
seis pétalos o divisiones de la corola, y esta forma triangular de tres logias del ovario,
determinan toda la familia de las liliáceas, y, en toda esta familia, las raíces son todas
cebollas o bulbos"(19).
De allí nuestra pregunta: ¿esta búsqueda explícita de las correspondencias, el gusto
por los idiomas que los reúnen, no aminora las cargas contra el lenguaje y la erudición?
¿No es necesario, una vez más, reconocerle un derecho a la grafía, la de las planchas, de las
designaciones y de los trazos? ¿No tiende Jean-Jacques a re-escribir y a redoblar la
profusión natural, en lo que descubre las reglas de composición y de acuerdo? ¿La pasión
del herbario no es ante todo la del resumen, la de la sinopsis de todas las producciones
locales? El lo prefiere incluso, en lo posible, portátil (Carta IX, Sobre el Formato de los
herbarios y sobre la Sinonimia: "Tengo el proyecto de un formato de pequeños herbarios,
que quepa en el bolsillo para las plantas miniatura, que son también curiosas"( 20). En otros
términos, ¿no hay en Rousseau una especie de desgarramiento entre, por un lado, la pasión
por las flores salvajes, concreción de justas proporciones, testimonio de las épocas
primitivas que el hombre no ha corrompido todavía, y por otro lado, la ciencia de los
vegetales, edificada por las academias y solamente susceptible de traducir las riquezas
naturales? Jean-Jacques no deja de oscilar entre dos afirmaciones opuestas: él alaba a
Lineo, pero se separa de él; arregla colecciones pero se defiende de hacerlo; quiere cultivar
sensación y emoción, pero se desprende de eso también, con el fin de alcanzar estructuras o
las únicas relaciones constitutivas. Tanto como su música y su solfeo, la botánica de
Rousseau padece de ambigüedad; ella deja a medio camino. Y si Jean-Jacques se burla a
menudo de los herbolarios y de sus signos, que remiten al "sistema sexual", a su vez
discutible, porque es factor de divisiones artificiales -("El método de Lineo no es, a decir
verdad, perfectamente natural. Es imposible reducir a un orden metódico y al mismo
tiempo verdadero y exacto las producciones de la naturaleza..."[21])- por otra parte, él
aprende a etiquetar y a clasificar: no deja de aplicar la concepción binomial que nos ha
librado de las frases pedantescas y de los períodos contorneados, incapaces de cercar los
géneros y especies: "Fue necesario crearle a la botánica una nueva lengua que ahorrara ese
largo circuito de palabras que se ve en las antiguas descripciones"( 22). Rousseau se atreve
incluso a volver indistintos el estudio de los vegetales y el de su apelación. Y él enumera
los obstáculos que hay que evitar: una multitud de carácter, su falta de evidencia y su
difusión o exceso de voluminosidad. Sólo convienen palabras claras, ligeras, y poco
numerosas.
¿Qué resulta de ello para nuestra tesis, sino que la iconoclasia no puede mantenerse
hasta el final, que a su vez el más vehemente adversario del idioma y de la mediación ha
terminado por sucumbir allí? Música y botánica -todas dos ciencias de la armonía natural y
de la primitividad, todas dos dedicadas a la notación o a la transcripción- han arrastrado al
18.
Bernardin de Saint-Pierre, Etudes de la Nature, Etude onzième.
19.
Lettre I, p. 392.
20.
Lettre IX, p. 439.
21. L
etrre à l' Abbé de Pramont, O.C., t. 8, p. 499.
22.
Introduction à un Dictionnaire des termes d' usage en botanique, O.C., t. 8, p. 508.
14
***
se deduce por ello que el impreso no lo rebase. Si el grafismo no suprime por entero lo
gestual, lo aminora, tiende a alejarlo, incluso a franquearlo. ¿No consiste la civilización en
transgredir lo corporal, en vencer el narcisismo, es decir en reducir su último resto, lo
musical de la auto-afección, el de una palabra capaz de escucharse ella misma? En estas
condiciones, el leer busca evadirse del decir, de la oralidad primitiva y de sus inflexiones.
Y el que ella subsista aún, aquí y allá, no impide que retroceda: no solamente ha debido
virtualizarse, sino que cada vez más, la escritura y lo gráfico tienden a espacializar, a
liberarse de una linealidad fonética que le había impuesto su modo de desarrollo, su
dirección misma.
De allí también la trampa y los peligros de un paso por la psicopatología que atrae
demasiado la atención sobre los basamentos primitivos. Sin contar con que la alexia o la
agrafia incluso no se relacionan en sí con una apraxia, es claro que la destrucción de los
cimientos de un edificio arriesga con agrietarlo; no obstante, para utilizar la misma imagen,
el conocimiento del zócalo no nos ilumina sobre el monumento y su arquitectura. Por
definición, se despega de él, se separa de él, incluso si es condicionado en su equilibrio.
Peligrosa perspectiva de la retrogradación: lo anterior parece entonces la roca, el cimiento y
el "aquello sin lo cual" de un resto, aleatorio y menos consistente.
El bergsonismo, porque considera el espacio y la exterioridad como nuestra
perdición, no podía autonomizar y valorar el "esquema": lo ha temporalizado primero (de
allí este nuevo matiz léxico significativo: el "esquema") y, por esto, lo ha encerrado en el
movimiento fonatorio activo -de allí el "esquema motor", que se volvía el centro, la base de
nuestro aprendizaje lingüístico y social.
Por ello mismo se desvanecía la posibilidad de una "representación pura". Y
Bergson prolongaba de esta manera, renovaba la vieja tradición iconoclasta. Platón
maldijo la escritura debido a la dehiscencia que ella introducía y en la medida en que,
neutra, impersonal y abstracta, sobrevuela tanto las situaciones como a las personas. Pero
creemos que cuando el platonismo se desprenda de las seducciones socráticas, cuando la
dialéctica prevalezca sobre el diálogo, ¿no rehabilitará Platón tanto las leyes como los
textos? Jean-Jacques Rousseau, más tarde, mirará el impreso como un instrumento político
que aleja a los hombres y los esclaviza. Impide las inter-relaciones tanto efectivas como
afectivas. Y Rousseau deberá buscar, pero sin lograrlo, escribir una música y desarrollar
una ciencia natural que no requerirían para nada de los signos. A su vez, Bergson
desacredita la inscripción por razones psicológicas: ella no es, en efecto, más que una
lectura camuflada y el olvido de un corporal que no obstante lo autoriza.
Como en Platón y sobre todo en Rousseau, la vida y lo gestual se imponen, siendo
los únicos susceptibles de borrar la dispersión y las segmentaciones. Pero, en el transcurso
de los siglos, el tema se encoge: en Materia y Memoria, el cuerpo se oculta. Ya no es la
ocasión de un encuentro cuestionador o la voz rousseauniana de la pasión, sino simple
motricidad que se agazapa en lo cerebral, imperceptible y solamente esbozada.
***
falla: las cosas, los sonidos que inspiran, las letras que los recuerdan puesto que ellas los
duplican.
No obstante, la imprenta -otra invención de la modernidad, que se compara con la
fotografía y el computador, igualmente instrumentos para reproducir o copiar- iría poco a
poco a desequilibrar la solución pacientemente obtenida, romper la felicidad de los
intercambios sin sombra: ella desalojaba el alfabeto de su zócalo audio-táctil. Se
difuminaban, poco a poco, los vínculos comunitarios directos en provecho de grafemas
mecánicos, neutros y lineales. Una distancia se cava entre el decir y el leer.
¿Por qué y cómo? La inscripción manuscrita, por su lentitud misma, no amenaza el
intercambio oral y gestual, muy por el contrario, lo favorece. Por otra parte se escribe
sobre grandes y pesados pliegos que se enrollan, de un manejo difícil. No se deja entonces
de ilustrar, adornar los textos sagrados que llaman a la oración o al canto. Esta partitura
ayuda a la polifonía.
Pero la prensa de impresión mecaniza el trabajo; expulsa las iluminaciones, borra
también las singularidades de escribano, se simplifica sin cesar; paralelamente, la página se
aligera, se adelgaza. El texto, con líneas regulares y estrictamente abecedarias, no se dirige
más que en un sólo sentido: lo visual. Sobre todo, el libro, cada vez más adelgazado y
regularizado, multiplicado y portátil, fabricado en serie, tocará en adelante al hombre en la
soledad, a todas horas, lejos de las ceremonias del canto y de la plegaria. Contraste
sorprendente: al mismo tiempo que el intercambio se amplía, se empobrece. La
comunicación se amplifica pero en detrimento de lo poli-sensorial que la limitaba. Y lo
impreso se vuelve el medium por excelencia, el solo medio de una participación. Cesa
entonces la resonancia audio-táctil que enriquecía el coro y circulaba en la Asamblea, como
lo han visto claramente los teóricos de la escritura y de la interrelación (27).
De allí también ese drama de un grafismo que, primero pintura directa de la palabra
e instrumento de la presencia, termina por alejar la voz y despojarla de su eminencia.
Comienza pues la era tipográfica, la de la estricta visualización y de una cultura
sistemáticamente lineal, fragmentaria, asociativa, sin contar con ese hecho temible que una
actividad artística y humana -la transcripción que conserva el mensaje y lo transmite- está
en lo sucesivo asegurada por una maquinaria cada vez más rápida y económica.
Pero el mal de los unos beneficia a los otros. J.-J. Rousseau lo ha esclarecido: el
libro favorece los designios del Estado, de la universalidad abstracta y también de la
Escuela, institución condicionante y centralizadora, encargada de perpetuar su reino.
La sociedad, por medio del escrito, se encuentra atomizada. Cada uno está
cercenado de sus semejantes. La sentencia, el edicto, el texto transmiten los mandatos o las
propagandas. Todos transmiten una Doctrina que cada cual sólo puede interiorizar. Si tal
o cual llega a rechazarla, poco puede emocionar, alborotar, arrastrar, ya que los hombres
han sido encerrados en su particularidad. Y una sátira o una protesta, que se añade a las
otras, no tendrá el poder de sacarlas de su encerramiento. La escritura desensambla; suscita
solamente las rumiaduras, el "pro y el contra" del comentario. El Discurso, el del tribuno,
se dirige a una multitud a la que provoca, pero el escribano, en cuanto a él, no puede más
que analizar, amortiguar.
La escuela se encargará, por su lado, de consagrar la sumisión. ¿Cómo? Ella
reprime las licencias voco-dialectales, el fonetismo original, en provecho de una letra
27.
Hemos leído con intensa pasión tanto a J. Derrida, Sobre la gramatología como a
Mac Luhan, La Galaxia Gutenberg, -de la misma manera a Claire Blanche Benveniste y
André Chervel, L'orthographe, como a René Thimonnier, le Système graphique du
français. No paramos de inspirarnos en ellos.
20
sonido, o simple o doble -4) Que un mismo sonido no fuera marcado por diferentes
figuras"(33). Es cierto que Arnauld y Lancelot se apresuran a considerar estas reglas como
inaplicables, por no decir funestas: "Hay ciertas letras que no se pronuncian y que por este
motivo son inútiles en cuanto al sonido, las cuales no dejan de servirnos para la
comprensión de lo que las palabras significan..."(34).
Permanecemos sordos a esta causa. Nos es necesario retomar la discusión y
arrancar el grafema de la estricta función de llamamiento en la cual se lo quiere acantonar.
a ) Observación sin fuerza, según nosotros, destinada a magnificar la vocal: el
número de los signos escritos -26 letras, después de la admisión de la w- es inferior al de
los fonemas, por tanto un solfeo apretado y más enredado que no puede recurrir, para
completarse, a la gestual, a lo corporal en general, que acompaña y esclarece la palabra (la
mímica, los acentos, el ritmo); por esto mismo frecuentes amfibologías, en el límite, los
peligros interpretativos de un texto mudo que se opaca.
Sistema tanto más empobrecido cuanto que está él mismo sometido a numerosas
reglas limitativas que entrababan su funcionamiento; así, a título de ejemplos de estas locas
limitaciones, no existe consonantes dobles seguidas de consonantes, excepto en las arrhes,
accroître, acclamer, accrocher, etc.(35); o más aún, rara vez vocales duplicadas, excepto las
expresiones extranjeras como alcohol, meeting, foot-ball, etc.; frecuentes eliminaciones, es
por esto que las j, k, v, w, están excluídas del final de las palabras (36), de las necesidades
paralizantes; antes de m, b, p, una m y no una n, aunque embonpoint, bonbon, mainmise no
se pliegan a esto.
Esta lista no da más que una ojeada muy vaga sobre los inverosímiles obstáculos
que se inflige a la escritura. Ella no se salva más que por el uso de signos complementarios
o gracias a excepciones que la liberan pero, al mismo tiempo, la entorpecen, la sumergen
en lo arbitrario o aberrante. Pero ya, J.-J. Rousseau lo enseñaba, un algoritmo, un conjunto
de caracteres no vale en función del número de unidades que lo constituyen. Una relativa
pobreza le confiere más fuerza operatoria. Y precisamente el sistema vocálico peca por
una laxitud que impregna y corrompe las sílabas. Los nombres salen de allí deformados,
estropeados. Su medio se elide o más aún, el comienzo roe el fin, sin por lo demás
penetrar en la comprensión. La homonimia, o más bien la homofonía empobrece el
enunciado oral. Y de ahí resulta, además de las variantes y las supresiones, ambigüedades
que el Discurso deberá hacer desaparecer por medio de redundancias y una semi-elocuencia
de suplencia. "Me dirijo a los pueblos" pero el orador ha debido añadir: "a los pueblos en
plural"(37). A menudo el contexto debe esclarecer la frase proferida, demasiado vaga por sí
misma e incierta.
Nos cuidaremos pues de condenar el alfabeto en razón de sus escasos elementos, lo
que, en realidad, expresa su potencia. Un dispositivo representativo debe poder
seguramente usar varias "marcas" (la aritmética no habría avanzado si no hubiera recurrido
más que a un solo signo, el palote, como sustituto de la unidad, lo que habría impedido las
operaciones más elementales), pero se pierde si las multiplica (nueve cifras y sobre todo
más). Otro sinsabor de la misma naturaleza: el lenguaje romano de los números, con
33.
Grammaire Générale et raisonnée, 2 ed. 1664, paragr. Des Lettres considérées
comme caractères, p. 18-19.
34.
Id., p. 19.
35.
Claire Blanche-Benveniste, André Chervel, L'orthographe, Maspero, p. 120.
36.
Id., p. 121. Los autores constatan: "estos son precisamente los cuatro grafemas
"jóvenes", recientemente introducidos en el alfabeto francés".
37.
L'orthographe, ouvrage cité, p. 183.
24
expresiones demasiado recargadas, puesto que ha retenido las iniciales de las letras de las
cantidades mismas, de allí, por ejemplo, un LXXXIV por 84, es decir, seis caracteres en
lugar de dos.
Aparece pues que los grafemas forman un sistema que brilla por su concisión, su
densidad y su pertinencia; él no tiene, no debe tener la fluencia de la vocal, con su riqueza
de sobreentendidos y sus infinitos movimientos flexionales. Obedece a otras intenciones.
La inscripción persigue un trabajo de precisión diacrítico: ¿por qué entonces querer
someter la letra al sonido y calcar la una sobre el otro? Además el hecho de que la
posibilidad de los fonemas exceda la de las marcas impide esta correspondencia
fonográfica y tiende a manifestar el papel informacional, metódico y abreviativo de la
escritura. Ella no retrata la voz sino que crea otro universo lingüístico. No se escribe
como se habla, e inversamente, tanto en el sentido figurado como en el material.
b) La cultura de un hombre se reconoce sin duda en su poder de disociar el
significado de su significante, en desatar el uno del otro que lo retiene pero también lo
transmite provisionalmente. No hay nada más nefasto que la coagulación realista o el
sincretismo que los confunde, es decir que mezcla el fin con los medios, la obra con el
soporte.
Esta es la razón por la cual la ortografía define el momento mayor de la escuela, a
pesar de sus arabescos aparentemente gratuitos e ilógicos. Escribir constituye el acto difícil
pero decisivo que rompe lo inmediato, que obliga también a desatar el sentido de la
palabra, con el fin de traducirla en un registro completamente distinto. La "translación
verbo-gráfica" debe cambiar por entero el material comunicativo, sin alterar el mensaje.
Ya, en la escuela, la lectura abre una perspectiva de desprendimiento y de liberación, pero
ella es el camino inverso, lo grafo-verbal, trabajo menos aventurado, menos costoso, puesto
que recae entonces en el suelo de la familiaridad. Se parte claramente de los términos
escritos pero para volver a contactar la palabra reconocida y corporalmente actuada. Solo
"el dictado" traumatiza y expulsa el narcisismo del decir y del escuchar, el de las
interrelaciones primeras y directas.
Y esta es la razón todavía por la cual la Escuela y la Iglesia deben dedicarse menos
a fiestas, a cantos, a ceremonias, a juegos, que volverse a centrar alrededor del documento
y del libro, con el fin de sólo celebrar la letra, el comentario o la exégesis. Lo audio-táctil
habla más directamente, envuelve, pero no dirige demasiado hacia "el sentido". Conviene
no vivir el fenómeno, la expresión misma, sino su significación, desatarla y abstraerla.
Solo la escritura prepara a esta especie de ruptura y de exilio. Ella exige cuatro
operaciones solidarias, sucesivas: a) el descubrimiento, la aprehensión del pensamiento -b)
el alejamiento correlativo de aquello en que ella se manifestaba, la oralidad del aliento y
del acento -c) su preservación -d) su encerramiento en un nuevo continente. Por primera
vez, desde el nacimiento, lo poli-sensorial -el de la boca y el del oído, inseparables en el
sentido de que la producción y el goce se efectúan sobre el mismo eje psicofisiológico-
conoce la desilusión. El mensaje no los atraviesa ya. La escuela y la iglesia -el maestro,
por medio del dictado, ejerce una función sacerdotal- consagran a su manera la muerte del
cuerpo, la necesidad de la ascesis, el aprendizaje de relaciones indirectas; tan es cierto esto
que se habla al prójimo, con él, pero se escribe solo. Y cada vez más, se aprenderá a grabar
no aquello que se escucha, sino lo que se comprende. El paso de una lengua a otra, el de la
palabra a la inscripción, no se efectúa a través de la rocalla de los sonidos sino por el sesgo
transversal y rápido de la idea. En estas condiciones, la fonografía demagógica tiende a
escamotear este temible destete, la pérdida del intercambio sónico y gestual, evidentemente
más afortunado y más fácil. Pero para Freud mismo la cultura va a la par con la des-
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escrito colectivo. Los sofistas modernos quieren, en realidad, matar la escuela y ponerla en
el torrente del acontecimiento, bajo pretexto de vivificarla. Ella es menos una "micro-
sociedad" que una especie de "anti-sociedad" del no-presente y del saber, es decir, el lugar
soberano del leer y del escribir. Notémoslo también por anticipación sobre nuestras
observaciones ulteriores: bien lejos de que la comunicación eléctrica, audio-visual, deba
reducir la representación alfabética, se puede comprender esta "imagen hablada" como un
solfeo no menos abstracto y compuesto que la frase. No lo contrario de la escritura sino
ante todo una neo-escritura.
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más que disminuir los intercambios, desnaturalizarlos incluso. ¿Es una razón el que la letra
salga poco a poco de la palabra para volverla a alojar allí? No sería necesario celebrar esta
primera iconografía, una simbólica que se ha desfonetizado puesto que, hemos intentado en
mostrarlo, el escrito "desretrata" una palabra que ella misma no calca por completo al
universo, sino que lo resume a su manera, lo categoriza.
¿Estará el niño condenado a aprender dos lenguas? ¿No se convertirá en un
extranjero en presencia de su propio Discurso? ¿Por qué este obstáculo cultural y las
trampas incesantes de una ortografía donde los espíritus más avisados se embrollan y se
extravían? Pero traducir, es también traicionar, en el sentido de revelar. La escritura
favorece el descubrimiento del juicio, el reconocimiento de su inmaterialidad operatoria.
La escuela no debe enseñar más que ese verbo-grafismo; la pedagogía no podría suavizar o
evitar el traumatismo del abandono o de la pérdida de esta comunicación tan directa como
falseada. Es necesario exactamente desmaterializar el primer logos, mantener los
enunciados pero no conservar los soportes.
¿No subestimamos los peligros de la escritura, tan vigorosamente denunciados por
los filósofos, de Sócrates a Bergson? ¿No petrifica ella el sentido a fuerza de "cuidarlo?
¿No uniformiza? A causa de esa rigidez muda, ¿no es el instrumento del aislamiento, de la
sumisión y del desprecio? El signo trazado, las rayas y los puntos, ahoga el espíritu, lo
aprisiona, toma su lugar. Se concibe que los pensadores hayan preferido el verbo o el
hálito, una palabra alada que no se graba, que erra y se corrige, donde los hombres se
reconocen y se reencuentran. Tal es la eterna queja de la metafísica.
Pero estas lamentaciones expresan el descontento del exilio. La ciencia quiere
también que no poseamos el mundo más que a condición de perderlo; nos obliga a
renunciar a su inmediatez. Previamente, es necesario poner fin a las particularidades
dialectales y cantantes, a los entendimientos apasionadas y tribales, a los que Jean-Jacques
Rousseau, el vagabundo y también el copista, a sabido describir.
El libro también ha ensanchado la comunidad y universalizado la presencia. El ha
vuelto la exégesis posible y perpetua. Finalmente, el mundo se ha agrandado y
enriquecido. Hemos perdido la tierra natal de la palabra pero para entrar en el universo de
la civilización y de la intensa alfabetización.