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EL CUERPO EN EL CINE

(Fragmentos1 )

Vincent Amiel
Traducción: Rubén Biselli.

1.Prefacio
En nuestras pantallas, los cuerpos levisión y del video la que se transfor-
se alejan. Y la carne, que todavía palpi- ma. La mayor capacidad de ensamblaje
taba en la materia de la luz, desaparece (“montaje virtual”), la rapidez de eje-
de nuestras representaciones electróni- cución , el reflejo de reducción de las
cas. La superficie, poco a poco, reem- informaciones, construyen tipos de re-
plaza a la textura. Es el tributo pagado presentación de las que la densidad fí-
a la economía de la comunicación: las sica se haya cada vez más excluida.
“imágenes compactadas”, transpor- Con las facilidades contemporáneas
tables con mayor facilidad y a menor de transmisión , son las cualidades sen-
costo, sólo pueden serlo debido a am- sibles de la imagen las que se alejan,
plias zonas estandarizadas, debido a la son esos cuerpos tangibles que, de
compresión y a la superposición de su- Rubens a Salgado, de Vigo a Cassavetes,
perficies planas. Se sobreentiende: cada han pesado sobre el movimiento de los
vez más, sólo nos ofrecerán informa- seres, han pesado sobre el acto y el ges-
ciones target, seleccionadas, esquema- to, han inflexionado la idea o la narra-
tizadas. Los colores, las formas, las ción. Cuerpos pesados, músculos ten-
densidades y el movimiento son codifi- sos, carnes abandonadas; ellos han sido,
cados, numerizados, antes de ser trans- durante siglos, la parte de imagen ofre-
portados por fibras ópticas y reducidos, cida al hombre, el fragmento indecible
en consecuencia, a “información”. de una representación sometida a suce-
Cuanto menos información haya, pues, sivos órdenes ideológicos, por cierto
más imágenes podrán ser transportadas, demasiado explícitos (religiosos, orgá-
y a un costo menor. Los dibujos ani- nicos, románticos...). ¿En qué pantallas
mados “japoneses” han sido los prime- verlos, a partir de ahora?. El cine sin
ros en generalizar este cálculo de renta- dudas es el último (¿o lo ha sido?) que
bilidad. Pero, de manera menos espec- puede ofrecer a la mirada un movimien-
tacular, es toda la paleta visual de la te- to lastrado, no separado de la

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corporeidad de las formas, en el cual el ecos, aparece literalmente in-
grano no desaparece en beneficio de la significante. En su dimensión clásica -
rapidez de acción, ni la materia en be- es decir: narrativa y novelesca - el cine
neficio del relato. instrumentaliza el cuerpo, despojándo-
Sin embargo, él tampoco puede con- lo de aquello mismo que lo sostiene,
siderarse libre de culpa en lo referido a para no dar de él sino la idea. “Las his-
la borradura de esos gestos, de esa torias chupan la sangre de las imáge-
corporeidad. Debido a sus inclinacio- nes”, se queja Wenders: es de eso mis-
nes hacia lo novelesco, ya desde muy mo de lo que se trata la mayor parte del
temprano el cine intentó utilizar el cuer- tiempo, cuando las historias omnipoten-
po como simple vector del relato, aban- tes, de cualquier naturaleza y de cual-
donando su espesor en provecho exclu- quier inspiración que fueren, imponen
sivo de su funcionalidad. Hubo en ese su orden y su finalidad a la sucesión de
proyecto del cine clásico, que muy rápi- las imágenes, reduciendo la función de
damente se tornó exclusivo, un peligro éstas a la de mera figuración. El relato, la
de borradura tan consecuente, tan radi- mayor parte del tiempo, se atiene a esto.
cal, como el que pesa sobre el video Obligado a privilegiar la borradura,
contemporáneo. El cuerpo era allí -lo pone en escena una figuración que se
sigue siendo- un instrumento al servi- basta a sí misma; desmaterializa los cuer-
cio de articulaciones narrativas precisa- pos para no hacer de ellos sino elemen-
mente desencarnadas. Lo que se deno- tos de reconocimiento, del orden de la
mina la “legibilidad” de los relatos pasa idea. Toda la historia del cine ha consistido
por esta desapropiación efectiva de sus en legitimar esta pérdida, en imponerla, por
cuerpos por los personajes, que no son así decirlo, contra la imagen. Raccords,
sino voluntades, consciencia: intereses linealidad, tempo: el curso de los aconte-
por cierto muy bien comprendidos. Siéndolo cimientos se vuelve contra los mismos
menos los del cuerpo, éstos no encuen- acontecimientos, y es el cuerpo el que
tran sino una transcripción aproximati- desaparece en primer lugar, para que
va y lejana en la caracterización no se evidencien sino sus intenciones.
operatoria que el sentido común puede Es éste el espíritu en el que el cine está
dar al “deseo”, a la “fatiga”, al “mie- inmerso todavía, a pesar de las tentati-
do”. Pero sabemos desde hace siglos vas de algunos creadores que han sabi-
que tales máscaras son en la escena otros do aprehender el cuerpo y hacerlo vivir
tantos signos, desprendidos de su espe- en el flujo: no contra éste, sino en el
sor físico, de su dimensión propiamen- equilibrio de sus potencialidades.
te corporal, la cual, en sus múltiples Puesto que si la imagen es una pre-

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sencia, ante todo luz y materia, si sus servan la multiplicidad de sus determi-
colores son a nuestros ojos objetos ver- naciones y la lógica excepcional de su
daderos, como las formas y los movi- presencia inmediata. Sería necesario ver
mientos que los animan, ¿cómo trans- todo el alcance de ello. Y, ante todo, so-
formarlos suficientemente en represen- bre nuestra mirada, demasiado acostum-
tación sin que no se tornen sin embar- brada a intelectualizar, y que, por una
go, tal como sucede con la mayoría de vez, no es sino uno con su objeto,
las palabras, simples “transmisores”?. movimiento por movimiento, físico por
¿Cómo introducir sentido sin que éste, físico, pura sensación. Esta relación
inmediatamente, nimbe la imagen de íntima, sin intermediario, de un hom-
abstracción?. Todo el problema está por bre con el mundo, y no con su idea, de
ahora aquí. El arte cinematográfico con- un cuerpo con otro, por la expresión
siste también en mantener esta presen- planteada a la mirada de todos, a la po-
cia. El cine se ofrece como un flujo sible sensación de cada uno, es una aven-
entre imágenes e historia, es decir, an- tura estética sin igual. Tal como sucede
tes que entre la estabilidad y el movi- con una expresión táctil -la cual, sin em-
miento, una distorsión entre la presen- bargo, sería individual- se trata de una
cia y la fuga; entre lo que, del orden del experiencia propia, sensual, absoluta-
relato, no puede concebirse sino en el mente privada, que la pantalla, al infini-
pasaje y lo que, del orden del cuerpo, to, multiplica. La mayor parte de los
no puede imponer sino una presencia cineastas, la mayoría de los directores,
inmediata. Articular estas presencias es jamás han intentado siquiera posibili-
el trabajo paradojal del film. Que el re- tarla. Otorgar su carne a la luz, dar su
lato tome cuerpo: he allí la anacrónica grano al grano, permitir al gesto no ser
apuesta del cine, y su actualidad. sino él mismo. Estética encarnada que
“El poema, una duda prolongada sin dudas compromete mucho más que
entre el sonido y el sentido”, escribía otras: aquellas en las que el recorrido
Valéry. De la misma manera se podría en superficie opera según el análisis de
decir a propósito del film que debe du- carriles más simples y olvidan lo que,
dar entre la figura y su carne, entre la en la imagen, no se somete ni a las pala-
historia y la imagen. Si hay pocas obras bras ni a la abstracción. Si Cassavetes
y expresiones que resisten, se hace más goza hoy del éxito merecido que cono-
necesario considerarlas y reflexionar cemos, ¿cómo explicarlo sino por esa
sobre su singularidad. Ante el impera- atención constante, tan inusitada, tan
tivo del sentido, ante la conminación preciosa, brindada al acontecimiento de
de la finalidad, ciertas imágenes con- un gesto autónomo que se quiere libre

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de las intencionalidades sociales?. Hay que se trata es de un problema de re-
allí también una paradoja: la de una pro- presentación, y, más precisamente, de
ducción que busca, e inscribe en el co- la “salida” posible de las representacio-
razón de lo real, un movimiento que se nes admitidas, para transmitir otra ver-
separa y se libera de él. dad del hombre y del mundo. Las imá-
Ni abstracción, ni “cine puro” que genes no son espejos: modelan nues-
dejaría “el sonido sin el sentido”: es el tras aprehensiones. Y éstas, hoy, distan-
intercambio permanente entre el gesto cian nuestras propias experiencias de
destinado y el movimiento que lo con- esas siluetas sin cuerpo de nuestras pan-
duce, lo que permite el verdadero lazo tallas, cada día más extrañas.
con la realidad. Toda otra posición no ¿A qué precio , en definitiva, esca-
conlleva sino desrealización . Ya que la par a lo convencional de la representa-
pérdida de sentido (defecto de narra- ción , que aliena todo cuerpo en el rela-
ción) tanto como la pérdida de sonido to y la superficie?. Liberándolo de la
(defecto de inscripción corporal) privan sujeción de la unidad y de la concien-
al cine y al video de su capacidad de cia; restituyéndole la complejidad de sus
estar vivos , a la vez estables y cambian- determinaciones propias.
tes, productores de figuras familiares 1. - Por una parte, si el cuerpo ya
pero radicalmente nuevas. no es dado desde el comienzo en su
No se trata pues, únicamente, de forma global, será necesario
considerar sus características formales, reencontrarlo, inventar ensamblajes,
sino evidentemente de intentar com- proporciones y energías nuevas.
prender en cuál sistema de representa- A partir de una mano que acaricia, de
ción esta producción es posible, qué un pie trabado, de un pecho que se le-
estirpe del mundo se acopla mejor con vanta, la existencia se despliega de otra
ella, cuál arranca a la densidad de lo real manera, más allá de los reconocimien-
un cuerpo tan pesado, cargado de re- tos abstractos. Y el cuerpo imaginado -
pente de un movimiento propio. El de- de una imaginación sensible, concreta-
safío no es solamente estético (la capa- en este caso, es un cuerpo cuya palpita-
cidad de un arte para dar cuenta de ex- ción, cuya potencia de ser, superan la
periencias sensibles, por otro camino envoltura de la representación “Sólo
que la imitación simple, con el fin de fragmentos, uno junto al otro, a lo lar-
dotar de otras proporciones a esas vi- go de metros. Desnudos del tamaño de
braciones), sino de un orden que po- mi mano, otros más grandes, pero sólo
dríamos denominar cultural o, en senti- pedazos...Sin embargo, cuanto más se
do amplio, antropológico. Porque de lo mire, más profundamente se siente que

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todo eso sería menos completo si cada Como por azar, es el mismo
figura lo fuera. Cada uno de esos peda- Bresson quien construye una obra en
zos posee una coherencia tan excepcio- torno de un cuerpo radicalmente nue-
nal y tan atrapante, cada uno es tan in- vo, siempre presente, siempre antepues-
dubitable y pide tan poco que se lo com- to a la dramaturgia. Es en Pickpocket, en
plete que uno olvida que no son sino Un condenado a muerte se ha escapado, o in-
partes, y a menudo partes de cuerpos dife- cluso en Lancelot del lago donde el relato
rentes, los que se reúnen tan apasiona- no se organiza sino a posteriori, a partir
damente aquí. De repente se adivina de la sensación, del peso sobre los hom-
que concebir el cuerpo como un todo bros y de la habilidad de los dedos...Su
es más bien la tarea del sabio, mientras obra es el modelo de una fragmentación
que la del artista es crear a partir de esos que permite a la imagen pasar más allá
elementos nuevas relaciones, nuevas de la representación tradicional para
unidades, más grandes, más legítimas, reencontrar, a través de un desplaza-
más eternas: y esta riqueza inagotable, miento, otra unidad y otra presencia del
esta invención infinita, perpetua, esta cuerpo. Nos detendremos en ello más
presencia del espíritu, esta pureza y esta adelante.
vehemencia de la expresión, esta juven- 2.- Pero hay otra perspectiva para
tud, este don de tener sin cesar otra cosa, desajustar el movimiento en relación al
de tener sin cesar algo mejor que decir, relato, y construir en la pantalla un tra-
no tienen equivalente en la historia hu- yecto autónomo de la corporeidad. En
mana...” 2 Cuando Rilke escribe estas lugar de detener el gesto para centrarse
líneas a comienzos de siglo a propósito en su realización, se trata por el contra-
del atelier de Rodin, podría fijar el pro- rio de liberarlo, de permitirle ir más rá-
yecto del cine naciente, ese arte de frag- pido, más lejos de lo que la intención
mentos que todavía no se ha dado re- podría justificar. Como si le escapara,
glas para reunirlos. Hace en todo caso, desbordando el cuadro y la razón de la
sin saberlo, la descripción de un arte del intriga, y el cuadro y el horizonte de la
montaje que será retomado casi al pie imagen. La fuerza y la autonomía de la
de la letra por Robert Bresson: “Ver los realidad física se producen entonces no
seres y las cosas en sus partes separa- “más acá” de la unidad del personaje,
bles. Aislar esas partes. Volverlas inde- sino más bien como “más allá”, tras la
pendientes para darles una nueva depen- constitución de un cuerpo que es olvi-
dencia”. O incluso: “No solamente re- dado en beneficio de su propio movi-
laciones nuevas, sino una manera nue- miento. Ya no se trata de una fragmen-
va de rearticular y de ajustar ”.3 tación sino de una dilación, que contri-

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buye, por exceso inverso, a la desestabi- provecho de una intimidad más inme-
lización de los estados convenidos. De diata entre el cuerpo y el mundo. Las
esta manera, antes que los fulgores de corridas de Keaton son corridas soña-
Cassavetes, las corridas sin objetivo de das, sus acrobacias son “diabólicas”:
Buster Keaton han permitido hacer sur- responden a otra lógica. En el mismo
gir, de su envoltorio puramente narrati- momento otros intentan contemporizar,
vo, la potencia puramente física de un modificar: Charlie Chaplin, Harold
cuerpo que se escapa, que va más rápi- Lloyd. Sus sentimientos chocan con la
do que su representación, que inventa realidad, sus pasiones se transforman
bajo nuestros ojos otra forma de ser. en actos, sus angustias en actitudes
reconocibles y codificadas. Keaton, por
2. Buster Keaton y el exacto arreba- el contrario, vuela. A las formas agre-
to de los cuerpos sivas, opone la huidiza línea de su mo-
En los años 10 y 20, cuando la far- vilidad. Nadie se encuentra más expues-
sa (o el slapstick americano) hace sentir to que él a los órdenes del mundo: lógi-
sus efectos destructores sobre el siste- ca profesional, lógica sentimental, lími-
ma de los objetos y sobre los órdenes te de vecindad y límite de los estados;
sociales, cuando a lo largo de las bobi- le es necesario transigir con un ordena-
nas los cuerpos se atropellan para ha- miento estricto. Pero su movimiento
cer aullar de risa a las salas repletas, no se pliega a la mecánica del mundo,
Buster Keaton opone sutilmente la si- no entra en su juego, aunque fuere para
lueta aérea de su funámbulo y su rostro oponérsele. El movimiento en sí, la co-
desencarnado. Miradas y fisonomía en rrida por sí misma: Keaton ofrece a la
desacuerdo con el movimiento habitual mirada la imagen de una silueta libre,
de las expresiones, en ruptura con las en un espacio propio.
manifestaciones psicológicas ordinarias, No se equivocaron los surrealistas
Buster Keaton se inventa un espacio cuando lo adoptaron rápidamente como
propio en el cual la precisión de los ges- una de los escasos emblemas cinema-
tos tiene algo de extraño. Como en un tográficos de sus exigencias iconoclas-
mundo fuera de la realidad en el cual la tas. Breton elige su retrato para el pri-
mirada perdida fuese acompañada no mer número de La Révolution surréaliste,
de la mayor torpeza, sino, por el contra- Desnos habla, a propósito de Sherlock
rio, de una precisión sorprendente. Jr., de un “film encantador, en el sentido
Justamente, sin dudas, porque la propio de la palabra”; mucho más tar-
mirada ya no manda, porque la articu- de, Robert Benayoun le consagra un ál-
lación de las intenciones desaparece en bum memorable, en el cual los rasgos y

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las posturas del actor cómico son con- posturas, tan precisamente situadas, sólo
frontados con composiciones de De expresan su libertad inalienable. Sin in-
Chirico o de Magritte, revelando una tención ni dependencia, ejercen el ple-
familiaridad que impacta4 . Es que hay, no poder del cuerpo, contra su
entre el proyecto surrealista y los films instrumentalización social. No es la
de Keaton, más que una comunidad de “máquina humana” lo que está operan-
farsas: en ellos la razón se pierde, la do aquí: es la precisión del impulso, la
voluntad es anulada, sólo reina el auto- lucidez de la pulsión, la extraordinaria
matismo de los encadenamientos y el potencia de percepción que la libertad
collage de las figuras. A tal punto, que vivida en plenitud suele otorgar, a ve-
se ha querido relacionar la extrema pre- ces.
cisión de los gestos burlescos, el enca- En una sola secuencia, Keaton de-
denamiento riguroso y sistemático de muestra el ritmo perfecto de sus movi-
las acrobacias de Keaton (en un film mientos y la necesaria libertad que los
como Los vecinos, por ejemplo), con los produce. Es un verdadero manifiesto,
mecanismos de la técnica triunfante. Las un ejercicio de estilo sobre el andar, lo
corrientes artísticas contemporáneas, la que se nos ofrece en El cameraman. Es-
pintura de Léger en particular, podrían capando de una pensión para señoritas
servir de ejemplo. Pero esta mecaniza- en donde sus actitudes han provocado
ción del mundo, que efectivamente ope- la furia de la encargada, Keaton corre
ra en numerosas estructuras expresivas por el vestíbulo: la secretaria con la que
o explicativas, no puede ser clave de lec- tiene una cita baja en ese momento la
tura de la obra de Keaton. Por el con- escalera de la casa, y sus trayectorias se
trario, que sea el cuerpo quien tome a su conjugan de manera azarosa. Ella ter-
cargo esta precisión y esta adaptación mina tranquilamente de bajar los esca-
que otros confían a la máquina, consti- lones, él corre, y sin embargo, en el mis-
tuye, por sí, una denegación del mode- mo movimiento, sin un ajuste, sin una
lo tecnológico. No se trata de represen- duda, sus pasos se empalman y se ar-
tar el cuerpo a la luz de la máquina monizan para dejar la casa. Como si se
(como en la misma época puede adivi- hubiese cambiado de escena, o de si-
narse en un Vertov), sino más bien de tuación, siendo que, por el contrario,
denigrar implícitamente la funcionalidad todo se desarrolla en el mismo plano.
de ésta gracias a la muy precisa necesi- Nada en realidad: dos movimientos que
dad interna del gesto humano. Las co- se funden en uno solo, y la huida se
rridas de Keaton, tan milimetradas en transforma en salida triunfal. Tiene la
su desarrollo o en su cumplimiento, sus calidad de un Fred Astaire pasando de

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la danza a la flânerie, para volver luego sin conciencia, los movimientos se aco-
a un número coreografeado; sólo que plan; a partir del momento en que son
aquí, ningún artificio legitima el pasaje objeto de reflexión, el accidente los ace-
de un estado al otro, de un ritmo al otro. cha. Todo el film funciona como una
El gesto ha metamorfoseado el sentido. En la demostración de ello: eyectado de un
misma realidad, en el mismo impulso, autobús, Buster vuelve a ponerse de pie
sin cambio de registro, el movimiento y corre tras el vehículo, para saltar so-
concilia perfectamente dos necesidades bre el guardabarros, parado en el cual,
antagonistas: la huida y el acompaña- con una de esas poses hieráticas que le
miento. El cuerpo, aquí, in-mediato, agradan, se deja conducir por la veloci-
lejos de toda voluntad. Esta verdadera dad propia del ómnibus. En un instan-
coreografía no se descompone, encuen- te, otra vez sin transición, las dos velo-
tra al contrario su verdad en la conti- cidades se acoplan, una fundiéndose en
nuidad. Más aún: tras algunos metros la otra. Gracias a un raccord sobre el sal-
por la vereda, Buster, muy orgulloso de to, la carrera del personaje deviene lite-
pasearse del brazo de su acompañante, ralmente la del automóvil.
modifica su paso (un pequeño salto le
hace cambiar de ritmo) y adopta ahora La velocidad medida del mundo
un andar aplicado, el de alguien que es Esta concordancia del ritmo es
observado y que se da “aires de impor- esencial, en tanto que ella abre el hori-
tancia”. Tiene conciencia, pues, en ese zonte del mundo al individuo sin que
instante, de su propio movimiento. Y se torne necesario recurrir a la concien-
es entonces precisamente cuando una cia. Ya se trate de un camión de bom-
cáscara de banana lo hace desaparecer bero, de un ómnibus, de un tronco de
literalmente de la vista de todos. El vie- árbol en un rápido (Las leyes de la hospita-
jo truco de la cáscara de banana que, lidad) o de una escalera en movimiento
incluso a fines de los años 20, ya no (La casa desmontable), en más amplia es-
merecería ser mencionado de tan usa- cala de una locomotora (EL maquinista
do y común, y que, sin embargo, toma de la “General”), es la adecuación de sus
aquí un valor en extremo diferente. Las movimientos a los de Keaton lo que está
risas en la sala , todavía hoy, permiten en juego, y lo que condiciona, la mayor
comprobarlo. Porque la caída, muy brus- parte del tiempo, su supervivencia. De
ca, viene precisamente a interrumpir un esta manera la velocidad que arrastra a
andar consciente, intencional, ostensi- los cuerpos es ella misma relación, aco-
ble. Un andar que ya no pertenece al ple con el mundo. En este territorio bur-
cuerpo, sino a la voluntad. En el ritmo, lesco en el que los objetos son tan a

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menudo pretextos de choques y disgre- un ómnibus, es literalmente arrastrado
gaciones, en el cual la exterioridad es por la ola de pasajeros hacia la galería,
una constante agresión, las corridas de contra su deseo, ya que su amiga se ha-
Keaton se conjugan por el contrario con bía detenido en el primer nivel (El
otras corridas, sus movimientos con los cameraman). No puede hacer otra cosa,
movimientos del otro. Incluso en las pues, que sentarse en el lugar que los
persecuciones y las evitaciones, cuyas otros pasajeros, sin conciencia ni pro-
trayectorias devienen ballets, coreogra- yecto claramente concebido, le asignan
fías duales (Navigator), que se basan en de hecho. Como si su cuerpo, llevado
la mensura y la aceptación del otro. por el entorno, es decir por el lugar que
Característica aun más esencial en ha “cavado” en la realidad, triunfase
tanto que el recurso al afecto, al deseo, sobre su voluntad. En la piscina públi-
a las pasiones del cuerpo, se cumple hoy, ca, sigue a los habitués hacia el vestua-
a la inversa, como un repliegue, un re- rio y, llevado otra vez más por el movi-
torno sobre sí. En la producción con- miento, sin prestar atención, entra don-
temporánea, en el cine como en la tele- de entran todas las que lo preceden: en
visión -y en tantos otros dominios de el vestuario de damas. Del cual se hace
expresión también-, las sensaciones son expulsar, obviamente, a los golpes. Diez,
siempre, con una suerte de evidencia veinte veces, la voluntad y la intención
indiscutible, el atajo para un retorno a son, de esta manera, puestas en corto-
la soledad del ser. O a su egocentrismo. circuito en beneficio de una armonía
Keaton nos habría dado el ejemplo de momentánea del gesto y del andar en
un cuerpo cuyos impulsos son efectiva- relación con el flujo exterior.
mente formas de salir de sí. Porque en El interés se encuentra, en efecto,
definitiva “salir de sí” es salir del per- en la rapidez de los reacomodamientos:
sonaje, incluyendo el que cada uno de ella prohíbe que se plantee la cuestión
nosotros somos. De esta manera la si- de su pertinencia. Y el cuerpo, en ese
lueta conjuga con el mundo, abraza sus instante, se proyecta solo, entidad lím-
asperezas, se adapta a sus condicio- pida y exacta. “De repente, un momen-
nes, inscribiendo en él su velocidad to, un pensamiento, una combinación
como movimiento natural, y sus gestos que se nos revela con la rapidez del re-
como otros tantos enlaces de las cosas. lámpago nos estremece, nos lanza de-
En lo más profundo de su distrac- lante de nosotros mismos...” escribe
ción (“salir de sí”), Keaton es físicamen- Giorgio de Chirico en 1929. En Keaton
te llevado por lo que lo rodea, zaran- (cuyo El cameraman es precisamente de
deado por la exterioridad. Subiendo a 1929), el pensamiento mismo se borra:

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no queda sino el fulgor, que supera a la arrastra los cuerpos, que hace atravesar
palabra o la intención, y proyecta el cuer- la ciudad a una silueta frágil pero in-
po solo. vencible -dotándola a la vez de poten-
En el mismo film, que es una ver- cia y de liviandad-, este movimiento,
dadera mina y que cierra el gran perío- supera e incluye al deseo. Se ejecuta libre
do creativo de su autor / actor, la carre- de causas y de consecuencias, y, así, de
ra desbocada explícitamente supera a golpe, el cuerpo resulta como al costa-
la palabra. Cuando la joven lo llama por do de sus determinaciones convencio-
teléfono para concertar una cita, Buster, nales.
en el colmo de su euforia, deja el auri- Puesto que no se trata de ningún
cular y corre a encontrarla, mientras ella milagro: por ser presentado de otra ma-
continúa monologando a través del apa- nera, el cuerpo permite al espectador
rato. Llegando junto a ella, sin aliento, estos sentimientos excepcionales. Ni
mientras la joven sigue hablando...se ex- despreocupado de las evoluciones na-
cusa ¡de haber tardado demasiado!. Este rrativas, ni dependiente, se afirma en
procedimiento dramático, retomado de relación a ellas, y no adquiere toda su
otra forma por Guitry en Hagamos un dimensión que en esa relación de aleja-
sueño..., quien lo utiliza para mezclar miento.
conversación “de proximidad” y con-
versación “a distancia”, produce aquí, El trasporte hierático
literalmente, una carrera más allá de las Un cuerpo, pues, a la vez aquí y en
palabras. La silueta de Keaton cruzan- otro lugar. Como en ese grupo de
do las esquinas, saltando las vallas Bernini, Dafne y Cloe, en el que los cuer-
indicadoras de trabajos viales, bajando pos se tornan muchos más sensibles y
por las avenidas, constituye en sí misma presentes precisamente por encontrar-
un gag, aun cuando no produce ni da- se escindidos entre el acto de correr (de-
ños, ni golpes. Por el contrario, es su bido a su condición de amantes) y el
fluidez, su línea plástica entre dos esce- enraizamiento (debido a la fatalidad que
nas de conversación, quien la valoriza y los golpea); ya vegetales y todavía en el
le da su amplitud. La trayectoria y la ve- movimiento del deseo, manifiestan el
locidad se bastan aquí a sí mismas, y la impulso al mismo tiempo que la encar-
psicología no podría explicar sino muy nación: pocas veces la corporeidad ha-
débilmente la potencia de estas imáge- brá sido mejor transcripta plásticamen-
nes. Ni el deseo, ni la impaciencia, for- te. Es un poco lo que sucede en el des-
muladas como tales, pueden agotar este vío ahondado por Keaton entre la in-
movimiento. Este movimiento que movilidad de sus rasgos y el fulgor del

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movimiento que lo arrastra por entero. racterístico de balanceo, que las hace
Porque no aparecen en su rostro las avanzar subiendo y bajando. Y el cuer-
“explicaciones” de su gestualidad. Y es po de Keaton , ocupando todo el cua-
así como rompe con el psicologismo dro, efectúa en el espacio ese extraño
naciente del cine narrativo, con una cier- ballet cuya sofistificación y vértigo con-
ta tradición del music-hall, con esos sig- trastan con la impasibilidad del perso-
nos convencionales ostentados a priori naje. He allí un cuerpo trasportado por
por la máscara. Si los gestos de Keaton su emoción, aun cuando no haya nin-
conmueven, es, la mayoría de las veces, guna postura “novelesca” encargada de
por su distancia con toda significación traducir ese estado. Cuerpo “despega-
explícita, por el contraste que crean con do” del personaje, al mismo tiempo li-
el mutismo del rostro: sobre un fondo gado a él y gozando de su independen-
de silencio, gritan la urgencia y la nece- cia.
sidad de un cuerpo literalmente traspor- Esto también quiere decir que no-
tado. sotros, espectadores, no sentimos la
Secuencia de gracia absoluta, que emoción manifestada de esta manera
conmueve la esencia de nuestros senti- como lo hacemos habitualmente. No se
mientos más allá del realismo, como un trata de identificación, en el sentido de
sueño que deja las huellas sensibles de tomar el lugar de ese personaje que su-
su ligereza: la tristeza que se apodera fre y que, a su manera, lo expresa; se
de Keaton en El maquinista de la “Gene- trata de una cierta manera de sentirse
ral”. En el sentido literal del término, el “corporalmente” trasportados por esta
sentimiento se apodera de su cuerpo, sin imagen que nos hace salir de nosotros
explicación posible -ni deseable. De- mismos. Como en un sueño -otra vez
rrumbado por la ruptura incomprensi- más- o como en esas representaciones
ble que acaba de anunciarle su novia, oníricas de De Chirico o de Magritte,
Keaton, rostro cerrado y rasgos “blan- es “desde el exterior” que sentimos la
cos” (como diríamos de una voz blan- verdad emocional de ese cuerpo. Y no
ca), va a sentarse sobre una de las bielas “desde el interior”, como lo indicaría
de su locomotora. Hierático, inmóvil, una representación psicológica más con-
no llora ni grita, no manifiesta ninguna vencional. Quizás resida en ello, preci-
emoción: de cierta manera ha dejado su samente, la experiencia estética: la emo-
cuerpo, sin investirlo ya de ningún sen- ción de la forma, ni intelectualizada ni
timiento aparente. Pero la locomotora objetivada, sino sentida, como por apro-
arranca, y las ruedas al rodar accionan piación.
las bielas con ese movimiento tan ca- Del cuerpo de ese hombre, de mi-

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rada impasible, a menudo alejado de la naciones orgánicas y funcionales. (Las
tierra, y que, sin reacción, se deja zaran- que son, sin embargo, el resorte de la
dear por el movimiento que lo arrastra, gran mayoría de los films. Si la novela
veremos otras apariciones en Bresson, no puede disponer del cuerpo sino con-
en particular en esos últimos planos de siderándolo un envoltorio utilitario, el
Mouchette en los cuales el personaje - cine, a su vez, se embarcó en una sumi-
¿bajo el efecto de qué sentimientos?- se sión radical perpetuando este tipo de
deja llevar por la inclinación del terre- representación.)
no hasta ahogarse. Conocemos, como De una cierta manera, los dos
en Keaton, el sombrío nudo afectivo que cineastas alcanzan por otras vías -evi-
lo habita; pero su gesto no es sin em- dentemente- lo que el filósofo Michel
bargo la consecuencia de una Henry desarrolla a propósito de la “ex-
intencionalidad comprensible. Como periencia interior”, siguiendo a Maine
para aquél, aunque no se trate de algo de Biran. Ese saber de sí mismo que no
hecho sin reflexión, el puro movimien- es del orden de la objetividad, ni de la
to del cuerpo que lo arrastra es, ante introspección psicológica. “Si el primer
todo, lo esencial. Hay un “dejar ir”, un arte de la observación interior ha sido prac-
“soltar el cuerpo” -como se diría de ticado felizmente por los psicologistas,
“soltar” un globo- que inmediatamente discípulos de Locke, el segundo, mucho
coloca el afecto corporal en primer pla- más difícil, el de la experiencia interior,
no, porque se necesita un momento en ¿ha sido verdaderamente practicado?» 5
el que el sentimiento desborde sus ma- En la imagen de ese personaje habitado
nifestaciones habituales. por la emoción pero trasportado casi a
En la culminación de lo trágico la pesar de sí, nos parece reconocer un tipo
voz suena de otra manera, el puerto de de representación que, evitando el lu-
sí mismo se derrumba, literalmente el gar común de la introspección
ser se siente partir...Y sólo hay en la psicologizante, convoca (incluyendo al
pantalla, en ese momento, un ballet de espectador como ámbito de resonancia)
gestos y cuerpos trasportados cuya a esa “experiencia interior” que pone
movilidad sólo puede explicarse por el en juego al cuerpo en su totalidad y en
peso, el desequilibrio y el impulso, la ese movimiento que, él solo, lo torna
pendiente o el viento. Extrañas mani- perceptible a sí mismo. Porque esta “re-
festaciones, éstas que ofrecen aquí flexión” de un tipo particular no se basa
Keaton y Bresson, utilizando capacida- en la objetivación, que es distanciación,
des esenciales del cine para poner al sino que, por el contrario, se acopla al
cuerpo en escena fuera de sus determi- acto que acompaña. “La reflexión se

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identifica con la fuente originaria de sólo el cine, tal vez, esporádicamente,
toda evidencia...es decir no un acto re- sea capaz de posibilitárnoslo.
flexivo e individual sino una acción, un
esfuerzo, un movimiento6 .” Cuerpo del relato, relato del cuerpo
Aquí no es evidentemente la re- Todavía resulta necesario que los
flexión de Keaton, o de su personaje, la personajes que tenemos delante, actuan-
que importa, sino la nuestra. Especta- do y corriendo, sean lastrados con un
dores, alcanzamos la experiencia del per- mínimo de sentimientos y emociones.
sonaje a partir del momento en que éste O simplemente con determinaciones
se abstiene de “psicologizarla”. La me- adecuadas para situarlos. Sin entrar en
diación desaparece entonces - la con- detalles, es evidente que en función del
ciencia por figura interpuesta- y pode- contexto experimentamos esos cuerpos
mos ser arrastrados, atrapados, por ese móviles de diferente manera. Hace fal-
movimiento que experimentamos ver- ta, como podría decirse de un ballet, un
daderamente desde el interior, sin que argumento para la coreografía. Menos que
una operación de proyección o de si- una razón, menos que un pretexto, ape-
mulacro sea necesaria. También aquí nas un entorno para que el eco de los
reencontraremos, junto a los cuerpos del gestos tenga un color particular. Es por
Maquinista de la “General” o del ello que la problemática del cuerpo en-
Cameraman, todos aquellos que, en cuentra en el cine narrativo un lugar
Bresson o en Cassavetes, operan una mucho más apropiado, infinitamente
suerte de pérdida de sí por la experien- más rico que en un formalismo abstrac-
cia del movimiento: los caballeros de to. No es sino en ese contexto que pue-
Lancelot, cuyos esfuerzos por completo de producirse el “desprendimiento” del
centrados en el hecho de llevar sus ar- que hemos hablado y que permite apre-
maduras les hace olvidar otros horizon- hender el movimiento en su propia fuer-
tes, o esos cuerpos sin aliento, literal- za.
mente vacíos, de Maridos, que escapan a Es la paradoja de esas siluetas que
su vez a toda mecánica social. pasan rápidamente y de esa mirada fija:
La línea propia de las corridas de no son extraños a los relatos, se des-
Keaton o sus ballets irreales en el espa- prenden de ellos a pesar de todo, y los
cio del cuadro, lejos de abstraer la re- alimentan. Esto es necesario para que
presentación, de formalizarla, conllevan el cuerpo sea ése que conocemos, que
para el espectador una suerte de cono- vivimos, ligado, por otra parte, más allá
cimiento verdadero, íntimo, difícilmen- de la inmediatez de su presencia, a re-
te significable, de la experiencia de sí: cuerdos y a penas, a deseos y a culpas.

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Presencia abrupta del cuerpo, pero in- sor dramático. Es el encuentro de dos
tegración al relato. Allí también el cine cuerpos. No conozco ningún equivalen-
es singular, imponiendo y borrando, en te en el cine. Como si, en medio de la
el mismo movimiento, la imagen y el pantalla, un pintor cubista se hubiese
flujo. divertido en dibujar dos rostros en un
Hay en El cameraman un encuentro solo bloque, manifestando a través de
que puede ser considerado un emble- su concordancia plástica la armonía de
ma de ese trabajo específico y paradojal un orden diferente. Pero, en la tradición
sobre la plástica y la narración. Se en- narrativa del cine, este orden diferente
cuentra al comienzo del film cuando el debería desarrollarse (y lo hará más ade-
“pequeño fotógrafo” se halla de repen- lante: es el vector del film). Por el mo-
te rodeado de una multitud excitada que mento no es nada: tan pronto aparecida
viene a ver un desfile. En el plano, una como desaparecida, la joven no ha de-
cantidad de rostros vueltos hacia un jado, por así decir, más que la impronta
fuera de campo del lado de la cámara. de su mejilla, el recuerdo de una forma.
El del fotógrafo (que conocemos), im- No como el de una sensación -porque
pávido; más lejos, el de una joven que no estamos en el lugar del hombre- sino
comenzamos a remarcar cuando se acer- verdaderamente como el de un episo-
ca a aquél. La multitud los empuja, los dio, puesto que es la escena misma la
cuerpos son invisibles, los gestos ausen- que nos ha sido ofrecida para ser expe-
tes: sólo los rostros, unos contra los rimentada, por la mera disposición físi-
otros, tienen signos de vida. Y el de la ca.
chica llega a rozar el del fotógrafo, la Narración plástica: son los mismos
línea de sus ojos a encastrarse en los cuerpos quienes cuentan una historia,
pómulos de Keaton, sus cabellos a aca- como en Picasso o Modigliani por la
riciar al joven. Ella no se da cuenta de mera disposición de formas que van
nada, mientras él cierra los ojos, queda más allá de la semiología psicológica o
pasmado, respira a todo pulmón esa narrativa. Con ese mínimo de determi-
proximidad inesperada. Encuentro inte- naciones que el cine crea -según el
grado a un relato y constituyendo el del modelo del sueño, en el cual el contex-
film; encuentro plástico: la simple yux- to, sin ser conocido, jamás solicita ser
taposición en la pantalla de dos formas. esclarecido- , los cuerpos adquieren toda
No se intercambia ninguna palabra, no su amplitud sensible, causas y orígenes
se sabe de dónde viene ella, no hay ni de la emoción y no, solamente, sus re-
premisas ni desarrollo. Es un encuen- ceptáculos.
tro sin intriga, sin argumento, sin espe- De esta manera, Keaton lleva a

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cabo su apuesta de sacar al cuerpo de “escrituras” cinematográficas opuestas.
su envoltorio dramático, de sus funcio- Es en el momento en que el cine se
nes sociales, precipitándolo fuera del constituye en verdadero narrador, eli-
personaje, arrancándolo de sus poses. giendo la acción de los personajes como
Pero es para mejor reencontrarse con la el hilo conductor de su relato y hacien-
totalidad del ser, ésa que podemos do de la novela su modelo indiscutible.
“comprender”, nosotros, espectadores, Si Chaplin abre una vía en extremo fre-
es decir, aferrar por entero como aque- cuentada a continuación, lo lleva a cabo
llo que nos pertenece, más allá de to- como un verdadero explorador, inno-
dos los clichés novelescos. Esta trágica vando en materia de escenografía, en
relación con el mundo que, literalmen- materia de planificación, adecuando re-
te, lo saca de la tierra es la nuestra, y la lato y personaje con una maestría rara
reconocemos sin tener que penetrarla. para su época. Y si Keaton, por el con-
No se despliega sino en el instante, en trario, elige privilegiar el cuerpo en re-
el movimiento, pero aspira a una parte lación al personaje, lo hace de una ma-
de vida esencial -la cual nada le debe a nera que permanecerá singular. Entre
la representación convencional. el caos de gags burlescos que caracteri-
za al género desde el período de
Chaplin: el personaje. anteguerra y el ordenamiento humanis-
Si durante tanto tiempo, y desde ta a través del cual Chaplin le otorga un
siempre, se ha opuesto Keaton a sentido, hay una vía estrecha y aleatoria,
Chaplin, se lo ha hecho -estoy conven- que encarna Keaton al otorgar a los
cido de ello- por la intuición de ese cuerpos representados otra salida que
mundo que los separa, y que marca el la de la asimilación a las funciones na-
advenimiento del cine novelesco clási- rrativas. Si hay una confrontación posi-
co. No se trata sólo de un enfrenta- tiva entre los dos grandes cómicos ame-
miento comercial (en los años 20), de ricanos, es la que pone de relieve estas
una diferencia de status en relación al elecciones esenciales.
“sistema” (en los años 30), sino de una “Sobresalieron, por otra parte, en
percepción radicalmente divergente de dos registros sin medida común, la mal-
lo que podía permitir la representación dad y la indiferencia, que los alejaron
del cuerpo en la pantalla. Estos dos có- irremediablemente a uno del otro”, es-
micos, educados en la misma escuela cribe Robert Benayoun7 . Se podrían re-
del music-hall, y que salpican sus pri- lacionar estas características con la re-
meros films de números de escenario, lación que los dos autores mantienen
van muy rápidamente a encarnar dos con el relato. La “maldad” de Chaplin

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le permite agarrarse de las diversas as- las épocas se han enfrentado a esta con-
perezas del mundo y generar sentido, tradicción, este desgarramiento, entre
progresivamente, con su sentimiento; en gag y relato, uno apareciendo siempre
cuanto a Keaton, ya lo hemos visto, se como una excrecencia parasitaria del
encuentra literalmente desbordado por otro. Pero la situación a comienzos de
la irracional autonomía de sus arreba- los ‘20 es diferente de lo que podría ser
tos. Allí donde el primero construye un hoy, porque es el relato el que intenta
cuadro para su silueta, organiza las con- entonces imponerse por sobre las inte-
diciones de un relato que la llevará con- rrupciones cómicas -en tanto que hoy
sigo, el otro pone al relato en cortocir- es sin dudas todopoderoso. En ese con-
cuito por el mero movimiento corpo- texto, Chaplin adapta las situaciones
ral. Es contra la organización narrativa burlescas a la continuidad del film: por
que Keaton trabaja, contra la lógica de una planificación previa, pliega literal-
necesidad que el relato novelesco está mente el gesto a las necesidades de un
por imponer al cine por el atajo (entre desarrollo fluido. En Luces de la ciudad
otros) de las impecables puestas en es- se hace necesario que la joven florista
cena de Chaplin. ciega tome a Carlitos por un hombre
Éste utiliza en particular una orga- rico: éste aparece entonces cerrando con
nización del espacio destinada por com- un golpe la puerta de un auto. ¿Pero
pleto a la comprensión y la legibilidad cómo crear tal posibilidad en el guión
de las situaciones. Uno de los primeros, al mendigo que él es?. Un gag va a ser-
organiza el receptáculo de la acción de vir de pretexto, haciéndolo atravesar un
tal manera que ésta pueda valorizarse auto parado en un cruce de calles -en
en su continuidad, y privilegiarse por lugar de contonearlo- para evitar toparse
sobre los otros elementos de la imagen. con el policía con el cual -evidentemen-
Así, una persecución por una esquina te- no se halla en las mejores relaciones.
de calle se desarrollará en dos o tres De esta manera el desvío que representa
planos, cada uno encuadrados y articu- el gag se usa para canalizar al personaje
lados entre sí para que la acción de los en la situación exigida por el relato. La
personajes sea valorizada (más diverti- situación se privilegia a un punto tal que
da, más violenta, más eficiente). Todo ella instrumentaliza los gestos y los ins-
el principio se basa en hacer que los gags tantes, en la perspectiva de un constan-
no constituyan entidades autónomas y te devenir. (Es en relación a esto que
heterogéneas las unas con respecto a las Keaton se aleja totalmente de Chaplin,
otras, sino desarrollos integrados, liga- dejando a la inmediatez del cuerpo su
dos, sucesivos. Los cómicos de todas preponderancia.) En Vida de perro, ya (en

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1918) ciertos gags que podrían haberse nos de reconocimiento: son índices de
desarrollado sobre el escenario, en un continuidad. Gracias a ellos, efectiva-
movimiento continuo, son articulados mente, el reconocimiento es posible -y
en un montaje que valoriza sus efectos en consecuencia la permanencia- pero
y organiza literalmente la mirada del también la idea, la existencia más allá
espectador, habituando a éste a despla- del gesto. A partir del momento en que
zarse en función de la evolución de las el personaje existe como tal, ya no ne-
situaciones. Proceso que podríamos cesita habitar su cuerpo, ni el menor de
considerar de vinculación (el rol del mon- sus estados. Los gags de Chaplin pue-
taje no es otro que el de vincular la mi- den ser relatados, los avatares de sus
rada a la acción), en tanto que el de personajes también. Las intrigas de sus
Keaton era de desvinculación , en relación films pueden resumirse con facilidad sin
tanto al orden de las cosas como al del desnaturalizar su interés. Aún más: los
relato. sentimientos de Carlitos llevan un nom-
Pero para que este proceso de evo- bre -revuelta, ternura, compasión-, sus
lución, de articulación lógica ineludible, miradas y sus muecas son identificables.
sea vivido por el espectador sin mayor Nada de esto es válido para Keaton. Una
dificultad, sin inestabilidad, se hace ne- mirada suya es única, opaca, engastada
cesario que los personajes, y en parti- en el espesor de un ser singular, mien-
cular el que encarna Chaplin, sean lo tras que la de Carlitos se ubica de en-
suficientemente imponentes, claros, trada en la mediación de lo ya conoci-
tipificados, para llegar a ser portadores do, de lo comunicable, en la universali-
de la continuidad. En una palabra, se dad potencial que sostiene a todo per-
torna necesario que se les conceda una sonaje.
identidad que acompañe y compense las Entre cuerpo y personaje, dos ci-
articulaciones. nes -el de Keaton y el de Chaplin- cru-
De allí el logro ejemplar de Carlitos zan sus caminos divergentes; desarro-
como personaje, idealmente comple- llan, en fin, representaciones con ecos
mentario de esta lógica del relato. Es diametralmente opuestos.
porque él existe más allá de su
gestualidad, más allá del presente de su Notas.
corporeidad, por lo que logra dar a sus 1
Le corps au cinéma es un libro de Vincent
aventuras la unidad indispensable que Amiel publicado por Presses Universitaires
toda narración requiere. Sus atributos de France en octubre de 1998. Hemos tra-
legendarios, bigote y bastón, andar ducido el capítulo dedicado a Buster
chueco y bombín, no son solamente sig- Keaton (hay otros dos referidos a Bresson

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y a Cassavetes respectivamente) y, casi en
su totalidad, el Prefacio del libro, en el cual
Amiel desarrolla los postulados esenciales
de su teoría, indispensables para compren-
der aquel capítulo. (Nota del Traductor)
2
R.M.RILKE, Correspondance, Le Seuil, 1976.
3
Notes sur la cinématographe, Gallimard, 1975.
4
Le regard de Buster Keaton, Hersher, 1982.
5
MAIN DE BIRAN, Essai sur les fondements
de la psycologie et sur ses rapports avec l’étude de la
nature, Alcan, 1932.
6
MICHEL HENRY, Philosophie et
phenomenologie du corps, PUF, 1965. Subraya-
do nuestro.
7
Op.cit.

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