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EL SUJETO AUSENTE

Los atentados ocurridos recientemente en Francia y sufridos por la


revista satírica Charlie Hebdo han puesto de manifiesto como la
libertad de expresión, asentada desde unas fórmulas de retórica
“buenista”, esconde un profundo sentir totalitario y hegemónico

Uno de los aspectos más relevantes que estamos viviendo en estos


“tiempos interesantes” sea que cada vez ocurren menos cosas
interesantes; o en palabras más prosaicas, que lo real se asemeja cada vez
más a un desierto (véase a Zizek, 2011). Y es que el hombre moderno
inserto en un sinfín de acontecimientos queda cada vez más insatisfecho
de sus consecuencias, empujado casi sin alternativa en búsqueda de una
felicidad que se le antoja como remedio “inalcanzable” de aquello
mismo que lo causa. Sea obligado que tal hecho no pueda presentarse
más que en tales términos, lleva a deducir que si lo real no fuera un
desierto, no se requeriría de su antídoto. Desde esta exposición
silogística, la felicidad o su búsqueda esconderían, en tanto, no más que
aburrimiento ontológico y necedad metafísica.
Ahora bien, este no ocurrir nada, no lo es como pudiera esperarse en
términos de vacuidad, de vacío incipiente hacia lo oscuro, sino
precisamente un ocurrir que surge “de la nada”. La nada se exhibe como
el protagonista de la acción resultante, como la variable focal desde
donde se construye la realidad social y simbólica. No es una nada que
niega, es una nada que afirma –en un sentido nietzcheniano. Esta nada se
presenta desde una enraizada e íntima conexión con un todo absoluto de
mercantilización del espacio social donde los estados de ser en general
quedan mediatizados a partir de relaciones simbólicas fetichizadas (las
relaciones personales, sociales, económicas, políticas quedan
desprendidas de cualquier tipo de negatividad y arrojadas a la estéril
lógica del intercambio). Un estado que neutraliza, o más bien, que
desplaza cualquier tipo de sustancia inherente al hecho real. De esta
manera, lo particular entendido como el accidente donde el individuo
afirma su condición de humanidad se presenta como “significante
vacío”, encarnado desde un marco de “ausencias de contravenencias”.

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¿Pero a qué tipo de contravenencias nos referimos? A aquellas que
posibilitan la realidad en su estado óntico más puro y preciso, donde la
sustancia precede a la forma. Ahora bien, las cosas cambian cuando
asumiendo la nada como centro ontológico desde donde se construye el
sentido vital, es descubierto un proceso de “desustancialización” de la
realidad donde lo vivo se revelará como espectro de una gran conciencia
lógico-subjetiva (ver en Vasconi, 2001; Verdú, 2006). Es allí donde la
realidad rescinde del peso de la sustancia para presentarse desde su
propia negación: la negación como expresión de libertad. Una libertad
donde ya no es cualidad del espíritu como proceso mediado hacia la
realidad, sino la misma realidad. El sujeto más que ser expresión pura de
lo real, es actor porque decide y actúa. Las palabras de F. Crespo son
particularmente ilustrativas cuando define la libertad moderna como
“mera facticidad de la espontaneidad del sujeto actuante” (1995, p. 92).
De sus palabras se desprende un sujeto ontológicamente reducido al acto
de elección donde la espontaneidad vehiculada desde un proceso
instintivo de acción-reacción sustituye toda razón y voluntad.
Aquí la cuestión va tomando un interés particular. Ya que si la realidad
acaba siendo un desierto sin ningún tipo de atracción, la reacción
instintiva no puede ser otra que la recuperación de lo interesante, es
decir, retornar a la metafísica. Un desplazarse donde lo ontológico se
superponga a lo óntico. El individuo se desliza de lo empírico hacia lo
abstracto de manera que ya no es afirmación de realidad vital, lugar
donde el acontecimiento se consuma en su máxima subjetividad, sino
que en una transgresión de la norma, somete lo real a la restringida esfera
metafísica de la libertad. La libertad se expresa aquí desde un puro
formalismo pues va a carecer de cualquier determinación material que lo
sustantive. De este volver des-materializado hacia lo abstracto es donde
se constituye el “sujeto ausente”. Un sujeto instituido desde un
universalismo trascendental donde habitar aquello que ha abandonado en
lo real. Ahora bien, y he aquí lo más interesante, esta estrategia
aparentemente inocente va a derivar en una negación de cualquier
realidad resultante constituyéndose en un estado de totalización
hegemónica. Cuando la libertad es tenida desde el sujeto ausente, esta
solo vuelve a la realidad en forma de totalitarismo y expresión
hegemónica. Haremos uso del resto de esta reflexión para aclarar ambas
cuestiones.

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Comencemos con la primera de las manifestaciones de naturaleza
totalitaria desde el ejemplo arquetípico que nos ofrecen los derechos
humanos. El idealismo trascendental de corte kantiano que articula la
carta de los derechos humanos como política de la verdad, ilustra con
gran nitidez el abandono del sujeto ausente de cualquier hecho que no
pueda pronunciarse en términos trascendentales. Dice Zizek haciendo
referencia a este hecho “el liberal multi-culturalista tolerante acepta a
veces las violaciones más brutales a los derechos humanos, o por lo
menos es renuente a condenarlas, por temor a ser acusado de imponerle
sus propios valores al Otro” (2011, p. 238). Existe, sin embargo, en esta
afirmación un miedo a ser acusado que a nuestro juicio supera lo
expuesto por Zizek, y que siendo más radicales nos lleva a la esencia de
la cuestión presente. Y es que este miedo se transforma en intolerancia al
afirmarme subjetivadamente. La cuestión no linda tanto en un
relativismo cultural donde nadie está dispuesto a mancharse por temor a
ser acusado de intolerante para con el Otro, sino precisamente de serlo
radicalmente para sí, es decir, a presentarse frente al Otro como
sustancia, desprendido de cualquier tipo de neutralidad valorativa, y por
tanto, de presencia subjetivada. Un hecho que se contrapone en términos
fácticos a lo pretendido desde la dimensión metafísica de los derechos
humanos donde mi afirmación como sujeto ha de ser tan frágil como
para que no rivalice con la del Otro.
Tomemos la cuestión que durante tanto tiempo ha escandalizado a
buena parte de la opinión pública europea y particularmente francesa
como es el uso del burka en las mujeres de creencia islámica. Ante esta
acción solo caben dos posibles interpretaciones para el sujeto ausente: la
mujer que en presencia de su libertad acepta el uso del burka como
expresión religiosa, o, la mujer que condenada a un estado cultural y
retrógrado de opresión, porta consigo la inmoralidad de una sociedad que
rebaja a las mujeres al estado de objeto. Ante esta situación, ¿qué
defenderá el sujeto ausente? Deberíamos de interpretar a lo expuesto con
anterioridad desde la cita de Zizek, que por no ser intolerante eligiera la
primera de las opciones posibles. Sin embargo, aquí se revela claramente
la impostura totalitaria del sujeto ausente. Aunque lógicamente debería
primar la idea del discurso de la libertad de expresión religiosa, ello no
sirve más que como subterfugio para ocultar un plan ideológico-
totalitario. La libertad de expresión solo vehiculará la decisión siempre y

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cuando esta coincida con las expectativas del sujeto ausente. Si por
ejemplo, la mujer decide desprenderse de tal vestimenta, el sujeto
ausente lo interpretará como efectivo uso de la libertad de expresión. En
cambio, si la misma mujer decide mantener su costumbre religiosa y
hacer uso del burka –manteniendo constante su autonomía de la voluntad
de decisión– el sujeto ausente ya no interpretará de la tal acción una
efectiva expresión libre de su voluntad religiosa, sin que la justificará
desde aspectos relativos a la inmoralidad de su cultura y opresión hacia
los más débiles.
Acerquémonos a otro ejemplo más actual como el ocurrido en Francia
con los atentados a la revista satírica Charlie Hebdo. Días después del
sangriento y cruel ataque donde murieron 12 personas, todo el pueblo de
París salió en defensa de la libertad de expresión atacada por extremistas
de Al Qaeda. Al trascurrir del trágico suceso, el gobierno francés
imponía restricciones a las comunicaciones por internet y detenía al
humorista francés Diedonné acusado de apología del terrorismo.
Detención que coincidía con una serie de afirmaciones realizadas meses
antes por el mismo humorista donde en su “derecho de expresarse
libremente”, comparaba el asesinato del periodista James Foley por
grupos radicales islámicos con las muertes violentas de Sadam Hussein y
M. Gadafi. Sorprendentemente el pueblo francés no encontró
contradicción alguna entre ambos hechos de similares consecuencias
fácticas, pero con connotaciones simbólicas antagónicas. Mientras que
por un lado se atentaba la libertad de expresión, por el otro se atentaba
contra la seguridad nacional.
¿A que nos lleva todo esto? A la expresión totalitaria que se esconde
detrás de un sentimiento de tolerancia radical. Un acto que no es
reconocible pues es en la propia retórica de la tolerancia donde se genera
la expresión misma de violencia (ver en Zizek 2011). Pero atención, en
este caso no es como sostendría Spaemann una tolerancia sin valores lo
que genera el acto intolerante, sino y he aquí lo paradójico, es una
intolerancia que se manifiesta claramente desde un verdadero
objetivismo ético (cada uno de los principios éticos que componen la
carta de los derechos humanos son valores en sí mismos). Es decir, lo
intolerante se infiere de unos valores “tolerantes” que nunca llegan a
materializarse. En este sentido, el peligro que acompaña al sujeto ausente
no se encuentra en actos intolerantes como revelación de un relativismo

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ético tal y como se llega a advertir recurrentemente, sino en la
incapacidad para identificar esos mismos actos desde una connotación de
extrema tolerancia. Es el mismo acto tolerante el que guarda para sí un
radical sentimiento de desprecio e intolerancia. Pero, ¿qué tipo de
tolerancia es esa del sujeto ausente? Aquella que, y siguiendo a Levinas,
presenta al Otro desde su neutralización. Vayámonos a otro ejemplo, esta
vez pensemos en el acto tan cotidiano que supone interesarse por un
conocido cuando nos lo encontramos públicamente. Ante la pregunta
“¿Qué tal te va?” no se espera en realidad más que el Otro mantenga el
nivel de cortesía y conteste “todo bien ¿y tú? En el caso que el Otro se
expusiera en toda su subjetividad expresándole su realidad particular
provocaría una reacción instantánea en el oyente que lo condenaría de
“egocéntrico”, “lleno de sí”, “irrespetuoso”, etcétera. Lo que ocurriría en
tal caso es una ruptura a nivel metafísico del sujeto ausente, que tras
quebrarse las “buenas formas” queda atrapado del peso de la sustancia.
Si el sujeto ausente es solamente desde la realidad abstracta, cualquiera
que intente presentarse desde su total subjetividad (cultural, política,
social, económica, etcétera) será considerado como agresor de esa pureza
ontológica que brinda el discurso de la post-modernidad. En otras
palabras, la tolerancia hacia el Otro será mientras que este no se presente
realmente, mientras que no sea del todo, es decir, como mero sujeto
ausente. De cualquier otra manera, será interpretado como un acto de
pura reacción intolerable, y por tanto, negado. El sujeto ausente acepta al
musulmán mientras que no actúe realmente como un musulmán, es decir,
no someta a las mujeres a un estado servicial, comulgue con la
democracia como sistema político, rechace la discriminación jerárquica,
etcétera. Aquí recobra sentido el ejemplo anterior de la mujer y el burka.
Precisamente se acepta como libre expresión religiosa no el acto propio
de decisión autónoma sino el contenido vacío de su decisión (en este
caso despojarse del atuendo). La libertad de expresión religiosa se
expresa ideológicamente desde una anulación radical de cualquiera de
sus manifestaciones.
Detengámonos por un momento en la otra expresión desdoblada y
característica del sujeto ausente que mencionábamos en un principio.
Frente a su carácter totalitario presenta un sentir igualmente hegemónico
que usa deliberadamente. Y es que el hecho de presentar una realidad
óntica “desustancializada” como realidad ausente, es solo una reacción

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inconsciente como fórmula para imponer su expresión cultural. El
desierto que presentábamos al inicio del escrito es presentado como
“nuestro desierto” frente al Otro, al que solo le queda expresarse
mediatizado desde la expresión fáctica de asumir los derechos humanos
como los derechos del hombre blanco occidental (ver en Zizek, 2009).
En este sentido, la libertad de expresión que reclamaba hace unos días el
pueblo francés ante el atentado terrorista no sería más que pura expresión
hegemónica. La libertad de expresión me afirmará si con ella me expreso
como hombre blanco occidental mientras que me niega, si con ella ataco
la posibilidad de que esa misma libertad de expresión pueda expresarse
ad infinitum en los mismos términos occidentales (p.ej. desautorizar tu
opinión desde un criterio de autoridad, de eticidad, de verdad, etcétera).
De aquí surge una última cuestión que podría poner en contradicción
aparente algunos de los elementos tratados. Si la realidad del sujeto
ausente es un desierto sin sustancia, ¿de dónde se nutre su expresión
hegemónica? De la mera afirmación del Otro como sustancia, como ente
subjetivado que rompe el compromiso estéril del sujeto ausente frente a
la realidad fáctica. De un comprometerse con algo que suponga una
ruptura ontológica con la libertad en un sentido positivo de ausencia de
contravenencias. De este modo, el significado de la libertad de
expresión, encuentra ya para sí un contenido comprometido y no
negociable determinado por la particular concepción de la libertad que lo
protege. Un expresarse libre, mientras que no manifieste una ruptura con
la posibilidad de la libertad para poder seguir expresándose
positivamente. Así, la hegemonía del sujeto ausente se constituye
precisamente en la ausencia radical de cualquier compromiso de “pulsión
negativa” que la termine sometiendo al peso de la sustancia. De aquí que,
más allá de lo que aparenta ser, lo que irrita del discurso religioso pero
igualmente político, cultural etcétera, no sería el contenido de su
expresión como significante intolerable (de sumisión, fanatismo,
irracionalismo, etcétera), sino precisamente la existencia de tal discurso
que frente a la metafísica de los derechos humanos (como proyección
empíricamente vacía) se instituye en términos de irascible agresividad.
Desde este sentido, la eticidad del sujeto ausente presume un retroceso
frente a lo aparente ya que su sentir normativo queda completamente
desvinculado de la carga fáctica del hecho.

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De todo ello derivamos un giro en relación a la ortodoxa significación
del concepto de hegemonía para darle un nuevo sentido en mayor
conexión con la realidad contemporánea. Y es que el sujeto ausente ya
no es un ser hegemónico porque impone sino porque niega.

Bibliografía

Crespo, Ricardo. F (1995), “Democracia y Relativismo: Un estudio


crítico de la filosofía de Karl Popper”. Revista Anuario filosófico,
No 33, pp. 85-177.
Nietzsche, Frederick (2005), Cómo se filosofa a martillazos. México,
Grupo Editorial Tomo, Original 1888.
Vasconi, Rubén. L (2001), “La desustancialización de lo sagrado y el
hombre de buen carácter”. Tópicos, Revista de Filosofía de Santa
Fe, No 8/9, pp.197-205.
Verdú, Vicente (2006), El estilo del mundo: la vida en el capitalismo de
ficción, Barcelona, Editorial Anagrama.
Zizek, Slavoj (2010), El prójimo. Tres indagaciones sobre teología
política, Buenos Aires, Amorrortu Editores.
Zizek, Slavoj (2011), Primero como tragedia, luego como farsa, Madrid,
Ediciones Akal.

Manuel Antonio Jiménez Castillo


Doctor en Ciencias Económicas
Lector en Metodología de las Ciencias Sociales y Teoría del Desarrollo
Investigador Asociado
Pannasastra University of Cambodia

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Universidad Autónoma de Chile
email: majc83@us.es
Fecha y lugar de nacimiento: 18/10/1983, Marchena (Sevilla) España

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