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DE LAS CATEGORÍAS DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

En estas líneas se exprime un escueto apunte sobre las formas de


aprender los asuntos particulares de lo económico. Su merecida
justificación se alcanza ante el elevado grado de ensimismamiento
analítico en el que el estudio tradicional de lo económico se ha visto
envuelto en las últimas décadas.

I Preámbulo

Conocer las fuentes últimas de una disciplina intelectual es una


función tan natural y necesaria al entendimiento humano, que la
propia evidencia nos demuestra la lentitud con la que se hace
consciente a aquellos que la trabajan y desarrolla. Pues no por
natural deja de ejercer una extraña reacción en la medida en
que su desvelamiento exige de un ejercicio por conocer
incompatible con esa inclinación natural con la que abrazamos la
inmediatez -matriz, por cierto, fundante de lo económico. Y, sin
embargo, a pesar del esfuerzo creciente que han adoptado las
distintas ramas del saber en general y de lo económico en
particular por familiarizarse con su campo de acción, tal objetivo
queda interrumpido si por ello concebimos una paciente entrega
hacia la Verdad. Porque no hay perseverancia que goce de
estima si de ella no podemos extraer el deleite supremo que
equivale a entender las razones que lo inclinan a saber el modo
en que sabe. Solo así el conocimiento de la cosa se expande
hasta sus límites aclarando que lo que ella es como expresión en
esto o lo otro solo le pertenece a un instante de ese recorrido
más prolongado que apunta a esa suerte de auto-
reconocimiento.

Pero por noble, este fin no está dado en revelarse a la manera


en la que intuye el juicio personal. Su abigarrada claridad exige
ir superando las infinitas trabas que el entendimiento se auto-
impone y que hallan razones en esa innegociable inclinación que
todo ente de conocimiento tiene por descifrar lo denso de la
realidad en una unívoca y simple fórmula. Emanciparse de tales
dominios para encaminarse hacia los del oscuro bosque de la
Verdad es óbice que impone toda traducción de la realidad
externa a su clarificación con arreglo al origen. Así, no
hallaremos alegría sostenida en ninguna búsqueda que no nos
emancipe de la ilusión del juicio y de la servidumbre de la
opinión. Pero hasta llegar a ese estado del que solo
vislumbraremos su naturaleza abstracta es necesario enfocar el
proceso a partir de las distintas categorías, relaciones, formas,
métodos y resultados que el entendimiento va experimentando
en su transitar hasta conformarse en ser para sí el objeto de
estudio. Sobre este propósito descansan las siguientes líneas que
razonamos a continuación.

II. Conjetura inicial

Emprendamos la marcha fijando el objeto de estudio en la


disciplina de lo económico. Ya desde la inmediata explicitación
del concepto económico asaltan un sinfín de matices y
aclaraciones, del todo ingobernable, que pretendo enfrentarlo
desde una síntesis general para ir, solo desde allí,
desmenuzando muy brevemente su contenido de manera
razonada.

Lo primero que de ello merece una atención precisa responde a


la cuestión sobre su origen. Largo y tendido se ha escrito sobre
el compendio ensayístico de las Riquezas de las Naciones en el
que por virtud analítica se hallaría el inicio de un proyecto
intelectual autónomo en el campo de las ciencias de la escasez.
Sin embargo, esta popularizada confirmación académica funciona
mucho más como principio performativo que por las radicales
implicaciones sobre lo que realmente anuncia (división del
trabajo, productividad, etcétera). La división del trabajo
elaborada en Smith se contrapone, por ejemplo, a la que
popularizó dos mil años antes Platón en el específico principio
normativo con el que cada uno aspira a conquistar la verdad.
Como bien señaló Spiegel en su Desarrollo del pensamiento
económico lo que uno hizo para favorecer la estratificación de
clases el otro lo encomendó al incremento de la productividad.
Esto, que pudiera resultar baladí, es en cambio el elemento de
base que afronta el estudio de lo Económico. Y no porque en A.
Smith se encuentren desarrolladas ideas más originales que las
que podamos encontrar en las obras políticas de Hume, Quesnay
o del propio Cantillon. Lo importante allí se encuentra
precisamente en lo que A. Smith obvia o no aclara
explícitamente. Habría que extraerse de la fría formulación
conceptual para analizar lo que dentro de ella da alimento y
cobijo. Algo así como en un juego de gemelos donde lo
equivalente es solo el inicio de su contenido. El principio de
división del trabajo no nos dice nada en sí mismo sino podemos
deducir de él las relaciones entre los fines y medios, esto es, el
carácter de su justificación, que lo fija a una cadena lógica de
valores; y que son frente a otros los que inauguran la edad de la
modernidad.

La economía trueca como disciplina autónoma tan solo cuando se


hace objetiva, esto es, cuando sostiene toda la realidad sobre su
propio objeto. Allí se emancipa de su pretérita vocación de ser
un reducto de la Ciencia Política, y por tanto, desplazada sin
rubor a la restringida esfera de la administración doméstica de
necesidades personales. Al emanciparse de su relación atributiva
con referencia a la educación moral y a las leyes civiles –aunque
nunca desentendiéndose de ellas- alcanza esa libertad que en
forma de Concepto hace de ella reflexión en sí y para sí misma.
Allí, solo se necesita a ella para extenderse en todos sus límites.
Pero esta libertad a la que nos referimos es todavía precaria
pues solo la entiende a partir de una expresión de la que
germina todo un proceso mecánico-acumulativo del que hemos
dado en llamar sistema capitalista.

Este hecho explicaría la ligazón existente entre las nociones de


división del trabajo y productividad en la obra de Smith. Hablar
de productividad en lo que es de suyo propio supone hacerlo
acerca del auto-movimiento que genera la producción no
destinada a otro fin que no sea el de su propia reproducción. Las
necesidades ya sean estas individuales o políticas que la
ubicaban en el estado de sub-disciplina solo son cubiertas ahora
de forma contingente aunque necesaria, resultado a su vez, de
un vivo proceso de auto-expansión. La verdad de su objeto ya no
es prestada de lo deducible de las obras de Jenofonte o
Aristóteles sino facultativa. Claro que esta objetividad con la que
celebra su honorable calificación de científica no va a conllevar
en nada una eclosión de las bases ontológica que funda su
naturaleza relacional. Esto es, como disciplina del
comportamiento humano arreglado a temas de carácter
conmutativo no se desembaraza de su predestinación para servir
a los propósitos de los actores económicos; esto es, su
emancipación lo es con respecto a su objeto y no a su
naturaleza. Empero, esta primera fase de emancipación –la que
supone el capitalismo frente a la economía feudal- solo puede
resolverse a partir de las bases individualistas que aglutina el
Mercado. Este es un punto cardinal en el razonamiento en tanto
que si bien la idea de mercado está presente en buena parte de
la historia de la humanidad su estatus en relación a la
satisfacción de necesidades personales y a las relaciones sociales
de producción alcanza en la época de Smith una significación
particular. Las relaciones entre oferentes y demandantes no
vienen solo a cubrir la necesaria interrelación que exige toda
satisfacción refinada de necesidades ajenas –propias de un
mercado pre-moderno- sino que adviene con ello un componente
ontológico ausente hasta entonces; la idea de la que resulta un
refinamiento moral. Este es el elemento que hace estallar
cualquier descripción materialista vulgar sobre el mercado –que
observamos por ejemplo en Polanyi- en tanto que lo que rezuma
de tales relaciones aspira a vislumbrar un instante de la
conciencia moral donde toda referencia óntico-teleológica
reposará en la idea del Deseo personal y no en la de un orden
superior legitimante; el mercado deja de ser un solo instrumento
que facilita el intercambio de valores-mercancías para
convertirse en el fundamento del valor de aquellas. Esta
trasposición ontológica implica consecuencias ineludibles para el
mercado y en el trato con el que la economía aborda el estudio
de su objeto.

III.I Lo Económico como Idea

No es el propósito de este trabajo atender las riquísimas


implicaciones que comporta un razonamiento de tal naturaleza y
sí en cambio describir el modo en el que el pensamiento
económico logra abrirse camino a través de ella. La actividad que
conlleva el pensar lo económico se articula –a nuestro juicio-
desde tres distintas categorías propias al entendimiento con las
que se obtienen siguiendo métodos específicos resultados
determinantes a propósito del objeto de estudio. La primera de
ellas de naturaleza menos fértil tiene que ver con el concepto de
Idea. En ella el entendimiento se encuentra en su primera fase
de correspondencia con la realidad haciendo que todo
conocimiento de esta última proceda de relaciones sensibles
inmediatas. De carácter descriptivo, las determinaciones
económicas se presentan de una manera intuitiva incapaz de
elevarse por encima de las percepciones sensibles. De ahí que
todo método se agote en la mera observación de corte
estadístico más o menos riguroso. Proposiciones de esta
naturaleza son aquellas como “la inflación aumentó en una
media anual del 3% en los países de la OCDE”; “la reducción de
la pobreza en el mundo se estanca”; “el PIB experimenta un
incremento de dos décimas frente al año anterior”, etcétera.

El conocimiento extraíble de estos enunciados se encuentra


sometido a la inmediatez del espacio y del tiempo por lo que
nada de universal y permanente es a ellas atribuibles. Las
relaciones entre conceptos relativos sea este el PIB o la pobreza
se constituyen en base a otras relaciones precedentes que
instauran a su vez nuevas relaciones convirtiendo toda síntesis
en un proceso fecundamente infértil. Ello incita que todo
discernimiento en forma de síntesis se vea por siempre abocado
al reino de la Doxa; un exceso de subjetivismo con el que se
pretende rellenar el vacío que postra al entendimiento bajo unos
enunciados tan solo predicables bajo la forma más somera del
pensamiento. Esta razón explicaría el hecho por medio del cual
no exista como cabría esperar de toda inclinación dada hacia el
saber relación positiva entre el sinnúmero de voces críticas –
véase en la cantidad de publicaciones académicas al respecto-
con su adecuación a la realidad más íntima del objeto de estudio.
Su concesión consiste finalmente en la conformidad con el
mundo de la imaginación que no es aún ideológica pues está
carente de todo juicio reflexivo; fluye desarticuladamente sin
ocupar espacio concreto. De aquí se sigue que ningún enunciado
gobernado por la estadística pueda por sí mismo servirse de los
valores de verdad y confianza de los que se nutre el saber. El
entendimiento alcanza en este instante de la conciencia un
estado de subyugación que cristaliza en base a la proyección que
genera sobre sí mismo saberse lo más superficial adscrito al
objeto, y en ello, sola formulación. Etapa de esta categoría del
entendimiento es hallada en los informes técnico-económicos
que se adscriben a los estudios de corte institucionalista de
organismos nacionales e internacionales como el FMI, el Banco
Mundial, OMC, etcétera.

III.II Lo Económico como Representación

Es solo con el abandono y desprendimiento del “punto de vista”


–lo que viene visto en la sola Doxa- con el que el entendimiento
se eleva a sí mismo transitando de la Idea a la Representación.
Esta elevación ocurre precisamente superando un principio de
saber inmediato fruto de la sola percepción a otro donde esa
inmediatez se encuentra parcialmente corregida por el saber
mediado. En el no saberse simple inmediatez es óbice para que
del entendimiento emerja un estatuto reflexivo que no es todo
en ella pero que sí es suficiente para que la Intuición de la Idea
se convierta en Juicio. La observación cristaliza en forma de
hábito y fruto de esa repetición se conforma la reflexividad de un
acto dado de modo casi espontáneo en el sentido de que no
adviene por una actividad consciente del entendimiento y sí, en
cambio, del mecánico ejercicio de la reproducción. Pero no es del
todo esto así pues las conexiones establecidas entre entidades
llaman a una revelación interior a la Idea (de lo económico) que
se ha auto-exigido no conformarse como algo empíricamente
concreto a la percepción sino en forma de determinación
reflexiva de lo inmediato. Propio de este estado son enunciados
como a) “la inflación genera una pérdida general de
competitividad en los sectores productivos menos expuestos a la
innovación tecnológica”; b) “la pobreza merma el bienestar
social e incrementa la delincuencia urbana” o c) “el crecimiento
económico mejora, ceteris paribus, la partida de ingresos de la
contabilidad nacional”, etcétera.

Comparando estos enunciados con los que provee la categoría de


la Idea observamos como aquellas entidades (PIB, pobreza,
inflación) no responden ahora al solo contenido formalista sino
que se intuye en ellos un ejercicio reflexivo de lo que es en
relación esencial a otras entidades. Para el caso particular de la
inflación, por ejemplo, su realidad no parece agotarse en los
matices descriptivos de la ciencia estadística sino que se
expande hasta los límites que comparte con aquellas otras
entidades; por ejemplo, en la capacidad de producción de los
factores productivos a través de su relación competitiva entre
sectores. Su ligazón con la productividad viene alentada por el
ejercicio reflexivo del entendimiento que ha inferido de la entidad
“inflación” efectos sobre la capacidad productiva al poner en
relación el complejo mecanismo que se instaura entre oferentes
y demandantes. Ahora bien, el conjunto de estas relaciones y el
conocimiento que de ellas dimana al traducirlas en actos del
pensamiento ocurre en general de un modo restringido a la
pluralidad de puntos de partida que se ofrecen. No se alcanza
como un Todo coherente donde el entendimiento se reconcilia
con la realidad completa del objeto, la fuerza del saber es, en
cambio, reflejo del valor subjetivo del que el sujeto participa
activamente. En ella el sujeto es observador activo de lo que se
forja como un hábito y del que induce así las consecuencias
necesarias de su propósito. Extrae por medio de una irrefrenable
vocación hacia el asunto la realidad representada bajo los límites
de lo ideológico, pues por un lado, ha alcanzado la constatación
de lo arbitrario de toda opinión sin emanciparse de la cegadora
inclinación de la voluntad enfrentada al orden natural de los
principios.

Así, cuando se refiere al saber lo hace facultado desde unas


categorías que solo han sido reflexionadas “hacia afuera”, esto
es, conformando una lógica y unitaria visión de la realidad que
es morosa de lo que en el sujeto todavía se presenta desde un
principio duro de identidad; la realidad es mi realidad concebida
constructivamente. Lo que es cristaliza en lo positivo a partir de
la reunión de distintos puntos de encuentros adecuando la
objetivación de una voluntad reconciliadora mediante hechos
“socialmente concebidos”. Las distintas escuelas de pensamiento
económico ejemplifican su actitud acreedora de aquella sola
parte del objeto de lo económico siendo allí donde participan
pasivamente de la mirada ilusoria que imprime la representación
cognoscitiva de los actores. La necesidad del acontecimiento se
deja sentir a partir de una serie de premisas fundamentadas en
términos axiológicos del que no huye el objeto de estudio pero sí
la fuente interna de ser toda ella. Las escuelas de corte
económico-liberal alimentan una esperanza en las bondades del
funcionamiento auto-regulador del mercado del que solo se
inducen de la experiencia con arreglo a tomar aquellas
afirmaciones que perpetúan los principios ideológicos. Haciendo
uso de la lógica inherente a expresiones como la de “mala
finitud” se consigue posponer ad infinitum (véase el concepto de
tendencia al equilibrio general de la escuela austriaca) el arreglo
entre el actor que conoce y el objeto conocido. A lógica
equivalente se ajustan las escuelas de naturaleza
intervencionistas (véase el concepto de planificación perfecta).
Esta estrechez de miras, por extraño que parezca, es propia del
entendimiento en sí y no de las bases del discurso ideológico
correspondiente a cada escuela; y ello en tanto que abarca toda
su realidad en forma de representación, apartando toda
complejidad que no se adhiera a ese inmediato modo de
representar las cosas; o sea, la realidad como Concepto.

III.III Lo Económico como Concepto

Es dado, en cambio, un estado superior que permite concebir


desde todos y cada uno de sus límites el objeto de estudio. Es
aquel donde la Representación da paso al Concepto y el Juicio a
la Reflexión. Lo que hasta ahora había sido un acto de mediación
reflexiva “hacia afuera” lo continúa para extenderlo “hacia
adentro”. El entendimiento ha conseguido, en esta fase,
emanciparse del denodado impulso por ser unilateralmente a
través de la imposición y el dogma para enfrentarse a ello
reculando desde su propio afán para servirse del pensamiento
libre. La realidad no se enfrenta desde la voluntad parsimoniosa
que busca democratizar el deseo de ser ella misma; y en cambio
se ha redimido activamente como garantía del objeto. Así, lo
exterior retorna a lo interior y en este transitar el hábito se
configura en pensamiento que extrae y completa lo conocido a
través de la tradición. Su seguridad radica en el doble proceso de
mediación (doble-flexión) que el entendimiento ha asumido
necesariamente al predicar sobre lo predicado. No se contenta
con ser en sí objeto que conoce sino para sí objeto conocido y
conocible, traduciendo la ilusión de estar desde el objeto en la
firmeza de saberse libre en él. Analicemos las dos siguientes
proposiciones que cristalizan un entendimiento pleno de diversas
categorías económicas; a) “la inflación es el precio que paga el
deseo por liberarse de lo negativo del trabajo” o b) “el PIB es un
indicador que refleja aquel instante de la conciencia moral donde
el bienestar se concibe como lo útil de la cosa en sí”.
Si observamos atentamente ambos enunciados ningún juicio
ideológico será extraíble de tales proposiciones que invite a una
contrastación de opiniones e ideas. El indicador monetario que
ha sido protagonista de un sinfín de envites acerca de su
idoneidad como instrumento de salud económica –en fases más
superficiales del debate- consigue emanciparse de ese estéril
ejercicio del entendimiento. En esta fase ha abandonado todo
juicio positivo y negativo acerca de sus atributos para sostenerse
en lo que realmente es. Veamos, por otro, el enunciado relativo
a la inflación con un poco de mayor detenimiento. De la misma
manera que ocurre con el PIB no podemos extraer del enunciado
referido al de la inflación nada que nos permita polemizar sobre
su naturaleza económica. Discusiones sobre la funcionalidad de
la inflación en la economía pierde todo sentido pues a ello solo
podríamos enrocarnos bajo aquella fase donde la categoría
“inflación” se manifiesta como lo bueno en eso o lo malo en lo
otro. Apelando a su concepto la inflación se dirige
exclusivamente a entenderse a sí misma en modo a lo que le es
propio en su relación con otras esferas. Su realidad se consume
en una doble-negación pues se afirma negando en lo que es
como no siendo, o sea, permaneciendo acreedora de una acción
(el trabajo) que se ha reconocido sin determinarse; esto es,
resulta del efecto que substancializa en el reconocimiento de un
trabajo que ha sido realizado simbólica pero no fácticamente;
por ejemplo, la pérdida de reconocimiento (valor económico) que
se deriva del exceso de una cantidad dada de oferta monetaria
en relación a un nivel determinado de producción bruta de
capital. Es en este estado donde el entendimiento se realiza
como Concepto implicando aquella naturaleza esencial de la
categoría ya sí emancipada de toda matriz ideológica y dada en
conquistar el reino de su libertad; o sea, ser ella misma la cosa
en sí.

IV. Síntesis

Abordar las categorías económicas desde su Concepto no implica


en modo alguno abandonarse a un compendio de virtud donde lo
infinito se reordena en base a una realidad definitivamente
aprehensible. La naturaleza sustancial de los principios que
articulan los procesos de racionalización económica no se
disuelven reconociendo lo que son para sí mismos, en tanto que
su matriz relacional los posiciona siempre abiertos a la
especulación y al análisis. Lo que sí logran frente a la Idea y la
Representación es elevar la dignidad del entendimiento y con ello
los métodos de interrogación de ello deducible y
académicamente exigibles. Así, en una tesis acerca de la de la
idoneidad del PIB como índice de bienestar social las razones
aportadas desde el Concepto quedan vehiculadas hacia asuntos
relativos a la conciencia moral (bienestar como utilidad) y a su
grado manifiesto de refinamiento cuantitativo (Contabilidad
Nacional). De este modo, predicando el PIB a partir del principio
de normatividad ajustado a la utilidad, las demandas se
actualizan en virtud de bases más amplias como las que se
ocupan de la concepción normativa que ampara a un indicador u
otro, de sus límites para afrontar una concepción dura de
bienestar -véase aquella que desarrolla Amartya Sen o John
Rawls, entre otras-, y de su competencia en referencia a otros
indicadores. Solo desde la perspectiva que provee el Concepto,
la rica apreciación moral que brota de un indicador como el de
desarrollo humano no se agotará en una indiscriminada
resolución de la voluntad para en cambio afianzarse como
refinado mejoramiento de las dimensiones atribuibles al PIB. De
ello es extraíble un perfeccionamiento sobre lo concebido como
justo deducible de unas específicas condiciones materiales que
han alterado el modo de entender lo necesario ajustado a
medida. El deseo inmediato de la acción que se forja en las
primeras fases del saber (esto frente a lo otro) abre paso a la
fecunda paciencia que provee las fases más elevadas del
entendimiento. Solo allí la realidad se reactualiza haciéndose
para sí toda ella. Es en esa aspiración donde la vocación del
estudioso inclina su facultad y guía su dinámico proceso.

Tabla 1: Fases del objeto económico


CATEGORÍA ENTENDIMIENT FORMA MÉTODO RESULTAD ESPÍRITU
O S O
Idea Inmediato- Intuición Observació Doxa Sometimient
Inmediato n o
Representació Inmediato-Mediado Juicio Hábito Ideología Ilusión
n
Concepto Mediado-Mediado Reflexión Pensamient Conocimiento Libertad
o
Fuente: Elaboración propia.

Manuel A. Jiménez-Castillo
Doctor en Ciencias Económicas
Universidad Católica de Pereira
majc83@us.es

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