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Estadistas y políticos del siglo XX:  un retrato

colectivo. 
Por: Jorge Orlando Melo.
 
Tomado de: Revista Credencial Historia. 
(Bogotá - Colombia). Enero 1999. No.109

Dario Echandía Olaya.


Oleo de Delio Ramírez Beltrán.  
1953. Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
 
Al hablar de los estadistas y políticos del siglo XX, nos preguntamos por aquellos
colombianos que han tenido un papel dominante en el manejo del Estado y de las
instituciones políticas principales. Su mayor ambición es ejercer la presidencia del país, y el
político que triunfa es el que lo logra o está cerca de lograrlo. Por ello, si uno toma los
políticos mencionados en los volúmenes biográficos de la Gran Enciclopedia de Colombia
(Círculo de Lectores, 1994) encuentra que casi todos fueron presidentes, titulares o
encargados, o al menos candidatos a la presidencia. Las únicas excepciones merecen
señalarse: los personajes de la izquierda (Gerardo Molina, Diego Montaña Cuellar, María
Cano, Ignacio Torres Giraldo o Camilo Torres Restrepo), y algunas dirigentes feministas
(Ofelia Uribe de Acosta o Esmeralda Arboleda), por una parte. Por la otra, Estebán
Jaramillo o Luis López de Mesa, que parecen haber tenido vocación de ministros, y
personajes como Joaquín Vallejo, también ministro, que fue ante todo un empresario.

Credencial Historia ha seleccionado, entre los estadistas del siglo, a seis presidentes
(Carlos E. Restrepo, López Pumarejo, Eduardo Santos, Laureano Gómez, Alberto y Carlos
Lleras), a dos que habrían sido presidentes si no hubieran sido asesinados (Jorge Eliècer
Gaitán y Luis Carlos Galán) y a alguien que estuvo a punto de serlo (Gilberto Alzate
Avendaño). Sólo Rafael Uribe Uribe no se acercó a la presidencia: vivió cuando era casi
imposible elegir un presidente liberal.

Entre los otros presidentes del siglo, algunos dejaron imagen de constructores, de hombres
pragmáticos preocupados por el progreso, los caminos y las hidroeléctricas: Rafael Reyes y
los ingenieros Pedro Nel Ospina y Virgilio Barco, memorable además por haber reconocido
la propiedad de casi la quinta parte del territorio a los grupos indígenas. El juicio sobre otros
está dividido: a Belisario Betancur se le recuerda por los procesos de negociación con la
guerrilla; a César Gaviria por una Constitución descentralista y llena de instancias de
defensa de los derechos civiles y por la apertura económica; Misael Pastrana Borrero vive
ante todo en el UPAC y en el fin de los planes de reforma agraria, mientras que Guillermo
León Valencia, José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez o Miguel Abadía Méndez se ven
más como administradores grises y sin grandes resultados. Más debate hay sobre Turbay,
por la tolerancia a los excesos militares y al desgreño y la corrupción de muchas entidades
del Estado; sobre Laureano Gómez, quien casi no ejerció el mando, y por supuesto sobre
Ernesto Samper, de quien se admira ante todo su talento para la maniobra política, pero
bajo cuya dirección el Estado perdió coherencia y eficacia.

Fuera de presidentes e izquierdistas, la Enciclopedia incluye a candidatos frustrados como


Benjamín Herrera, Guillermo Valencia y Gabriel Turbay, a designados como Echandía
(quien quizás tampoco tenía vocación de presidente), Indalecio Liévano Aguirre (cuya obra
principal fue como historiador), Carlos Lozano y Lozano, Rafael Azuero o Jorge Holguín. A
ellos habría que añadir otro reiterativo candidato presidencial, Álvaro Gómez Hurtado. Y
figuran Camilo C. Restrepo, un empresario que fue gobernador de Antioquia, José Antonio
Montalvo, ministro y parlamentario, y Alejandro López, ideólogo del liberalismo y gerente de
los cafeteros.

Estas casi cincuenta personas (presidentes a cualquier título, candidatos, dos o tres
ministros y dirigentes de izquierda) tienen algunos rasgos visibles. Casi todos son
abogados: los primeros ingenieros son antioqueños (Pedro Nel, Mariano, Alejandro López).
El primer graduado en economía que figura en la lista es Barco, también ingeniero, y fuera
de él sólo Gaviria. Dos médicos: Gabriel Turbay y Luis López de Mesa.

Hay algunos grupos generacionales: el de Carlosé, Abadía y Concha, que nacen en el


mismo año, y son un poco mayores que Guillermo Valencia y Esteban Jaramillo. Llegan a la
vida adulta con la Regeneración, tienen experiencia militar y se inclinan por el civilismo. No
son agitadores de masas ni quieren cambiar el país: ordenarlo, más bien. La generación del
Centenario la marcan los liberales que llegan al poder en 1930: Olaya, López y Santos, y
los dos dirigentes del conservatismo: Gómez y Ospina. Aprenden a manejar opinión y
masas, aunque no impulsan la movilización popular. Escriben editoriales, tienen periódicos,
y manejan el país por más de treinta años. Sus contemporáneos izquierdistas inventan los
terceros partidos.

Los “Nuevos” tienen más formación ideológica, lecturas más universales. Es una
generación de grandes figuras liberales (Darío Echandía, Jorge Eliécer Gaitán, Lleras
Camargo, el creador del Frente Nacional, y Gabriel Turbay), pero hay izquiedistas notables:
Gerardo Molina el más consistente de los socialistas, y Diego Montaña Cuellar. Un poco
menores son los que administran el Frente Nacional: Lleras Restrepo, López Michelsen y
Julio César Turbay. El siguiente grupo incluye tres presidentes coetáneos: Barco, Pastrana
y Belisario. Y tras ellos, después de un gran vacío, los tres últimos presidentes, todos
nacidos después del 9 de abril.

A primera vista, estos dirigentes han sido más civilistas, de mayor nivel técnico y cultural, de
mejor capacidad retórica y literaria que los dirigentes de los otros países
hispanoamericanos. ¿Pero, han guiado mejor el país? ¿Qué tan exitosos han sido los
grandes políticos colombianos?

Por sus obras hay que conocerlos, y los resultados son confusos: Colombia se modernizó
como las otras naciones hispanoamericanas, y creció y mejoró sus indicadores sociales
básicos a un ritmo levemente superior al promedio. Pero la democracia, que se ha
mantenido más que en casi cualquier otro país, no ha sido muy real; nos hemos contentado
con aproximaciones vacilantes. Y esto se ha pagado, como la desatención a obvios
problemas sociales, el desinterés periódico por la inversión en la educación, el rechazo a
toda reforma agraria real, con los niveles más altos de violencia de América, y los más
prolongados quizás del mundo; no menos de medio millón de colombianos han muerto
violentamente en este siglo. El país que construyeron no funciona bien, y ante sus
problemas los estadistas colombianos se fueron acostumbrando a adoptar soluciones
retóricas, verbales y engañosas: frentes nacionales, pactos y acuerdos de paz, reformas
legales o constitucionales que conceden en las palabras la democracia o la paz que la
realidad desmentirá.

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