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Historia y ficción literaria en el siglo XVII: La Argentina de Ruy

Díaz de Guzmán

Ornar Efrain Aliverti

Las actuales investigaciones filosóficas en torno a las fronteras que separan el mundo
narrado del mundo empírico -verdad, referencia, enunciación- han abierto el campo
de reflexión teórica a una comprensión más flexible de las relaciones que tamizan las
fronteras habituales entre la escritura historiográfica y la literaria. Sabemos que los usos
lingüísticos, como las producciones simbólicas, se configuran semióticamente en el
intercambio que los miembros de una comunidad de hablantes realizan en un universo
de sentido y conforme a reglas por las que estos usos o artefactos simbólicos se textuali-
zan como constitutivos de la memoria cultural. Así, al histórico debate sobre qué se
comunica de la realidad en la ficción narrativa o qué reconstruye del pasado la narración
historiográfica debe agregarse otro en torno a los principios generales que rigen la
producción discursiva, en el que tanto teóricos de la historia como de la literatura se ven
mutuamente implicados.
Las crónicas, tratados, relaciones, cartas de viajeros, etc. sobre la Conquista de
América pertenecen a un conjunto de textos vasto y heterogéneo cuyos modos de
recepción han sido y siguen siendo diversos. Un desafío para la investigación actual es,
por ejemplo, la reconstrucción de metatextos1 (historiográficos/literarios) que puedan
explicar la inclusión o exclusión de textos significativos para nuestra historia cultural.
La dimensión imaginativa, la invención o ficcionalización de nuestras historias narradas
de finales del siglo XVI hasta mediados del XVII han quedado inmovilizadas por las
coartadas creadas por un modo de lectura «realista» que menoscaba el impulso por la
«fidelidad» a los hechos. Sin embargo, es precisamente la exigencia defiabilidad la que
se vuelve problemática, para el lector actual, a la hora de determinar su «verdad».
A los criterios generales que rigen la escritura historiográfica sobre la Conquista,
y por los que se legitima al sujeto que escribe (saber indirecto o documentado/saber por
experiencia vivida), se suma el punto de vista ideológico (peninsular/americanista) que
imprime a los relatos su configuración y construye una imagen de lo «real», nunca su
certeza.
En este contexto, La Argentina2 de Ruy Díaz de Guzmán (155 8-1629) interesa, entre
otras razones, porque se trata de la primera crónica sobre la Conquista del Río de la Plata

1 Mignolo, W., «El metatexto Historiográfico y la Historiografía Indiana», Modern Language Notes,
Vol. 96, 1981,358-402.
2 Guzmán, Ruy Díaz de, La Argentina, Buenos Aires, Emecé Editores, 1998.

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y, en segundo lugar, porque la empresa de escribir sobre estas tierras es asumida por un
mestizo.
La Argentina ha sido prácticamente desconocida desde 1612, en que se concluyó de
escribir, hasta 1836. En ese año el erudito, historiador y bibliófilo Pedro de Angelis da
a conocer la primera edición en el primer tomo de la Colección de obras y documentos
relativos a la historia antigua y moderna de las Provincias del Río de la Plata: «Cuando
se compilen los anales literarios -dice De Angelis- de esta parte del globo, no dejará
de extrañarse el olvido en que ha quedado por mas de dos siglos una obra importante...»
Ciertamente, el texto ni siquiera figuraba en el catálogo del valenciano D. Justo Pastor
Fustes (Biblioteca Valenciana) de las obras inéditas recogidas por Juan Bautista Muñoz
cuando éste se propuso escribir la Historia del Nuevo Mundo (1793), siendo que la del
mestizo era «la historia más completa que nos queda del descubrimiento y de la conquis-
ta del Río de la Plata», continúa el primer editor en las páginas de su «Discurso
Preliminar».
El Corpus de la Historiografía Indiana denuncia numerosas exclusiones de textos
que no han podido sortear la mirada censora de los preceptistas y que, por razones
varias, no han ingresado a la consideración de los estudiosos sobre la Conquista y
Descubrimiento de América. Uno de esos textos, por ejemplo, es Los Coloquios de la
Verdad de Pedro de Quiroga, escrito, presumiblemente, a mediados del siglo XVI y
editado en Sevilla en 19213. Como ya observara en el estudio que oportunamente
dedicara a esta obra, la principal objeción que recayó sobre ellos es el estigma de no ser
fíeles a la «verdad» de los hechos que se narran.
En 1847, cuando Félix de Azara publica su Descripción e historia del Paraguay y
del Rio de la Plata dedica un comentario crítico a la historia de Ruy Díaz de Guzmán
en la dirección ya apuntada impugnando particularmente («cuentos ridículos») la falta
de historicidad de los relatos, presumiblemente de transmisión oral, incluidos en los
capítulos VII, XI y XIII del primer libro y que corresponden a las historias de Lucía
Miranda y la Maldonada. Todavía en 1914 Paul Groussac se refiere a la historia de Ruy
Díaz como «el novelón inventado por Ruy Díaz de Guzman»4.
Los roles del historiador y del poeta no son intercambiables, como tampoco son
intercambiables las reconstrucciones sobre el pasado que diferentes modos de escrituras
producen para enunciar la «verdad» de los hechos. El mismo De Angelis, en la ya
mencionada presentación a la edición de La Argentina, subraya la distancia que separa
el extenso poema Argentina y Conquista del Río de la Plata (1602), de Martín del Barco
Centenera con la historia de Díaz de Guzmán: «...Centenera, que se propuso cantar ese
grande episodio de la conquista del Rio de la Plata, lo matiza con todos los colores que

3 Aliverti, O., «Verdad y ficción en el discurso historiográfico: un caso del siglo XVI», en Entre-Textos.
Estudios de literatura española, Buenos Aires, Ed. Biblos, 1996.
4 Groussac, Paul, «Ruy Díaz de Guzmán. La Argentina. Historia de las provincias del Río de la Plata»,
Anales de la Biblioteca, Buenos Aires, T.IX, 1914, n.52, 264.

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le ministraba su fantasía, sin sujetarse a las trabas que debe enfrentarse la pluma de un
historiador»5.
Sin embargo, en el siglo XVI y XVII, los narradores que relatan la conquista y
describen el escenario de los acontecimientos dirimen algo más que la fidelidad sobre
lo que relatan, ponen, además, a prueba su legitimidad para enunciar la «verdad». Las
dificultades para definir el rol de historiador eran mayores que las que debía afrontar
el escritor de ficciones pero, en el marco de la Conquista, las restricciones con las que
un cronista de Indias debía enfrentarse eran todavía más rigurosas que las impuestas al
cronista peninsular. Ser testigo ocular o no, haber participado o no en los
acontecimientos relatados o pertenecer a la condición de soldado e iletrado frente a la
de sabio erudito, inducen a pensar que La Argentina de Ruy Díaz, como muchos otros,
han encontrado obstáculos más que justificados para su acceso a una recepción menos
obliterada por el olvido.
Sin embargo, al margen de los criterios de legitimación sobre la figura del historia-
dor, convendría bordear otro aspecto también importante de esta historia para explicar
lo que me parece su doble «borramiento». El primero corresponde al de su ubicación
respecto de las condiciones de posibilidad ofrecidas por la formación historiográfica.
A este respecto, una historia de la historiografía debiera dar cuenta del pensamiento
sobre la historia cuyo tema ha sido la Conquista y Descubrimiento de Indias antes que
su conocimiento propiamente dicho. La oblicua mirada de las exclusiones demandaría
hoy prestar atención a la distancia temporal que separa los hechos de quien los relata.
Precisamente la «dudosa veracidad» que se atribuye a la historia de Ruy Díaz proviene
del pretendido des-distancimiento de un saber que siempre obliga a la verdad según la
conocida lógica del parecido.
Podría comprenderse desde ahora un segundo borramiento que emerge del texto
recubriendo ya no al texto histórico entendido como unidad para una memoria recons-
tructiva de los orígenes culturales sino el inscripto en la instancia discursiva que recubre
la propia escritura, en el espacio de un relato en que se dejan leer intenciones, deseos
y creencias; el otro lugar desde el cual el autor-narrador muestra su máscara. Leído desde
este punto de vista, Ruy Díaz de Guzmán traiciona expectativas propias y ajenas pero
para dibujar, por primera vez, la gran «gesta» de los conquistadores sobre el Río de la
Plata.
En el Prólogo se enuncia la intención de ofrecer esta relación para llenar un vacío
y arrancar del olvido hechos, acciones, personajes y circunstancias del descubrimiento
y conquista que contribuyeron a fundar la «patria»:

... no quedando de ellos mas memoria que una fama común y


confusa de su lamentable tradición, sin que hasta ahora haya habido
quien por sus escritos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas
en 82 años que hace que comenzó esta conquista - de que recibí tan

5 Angelis, P. de, Discurso preliminar reproducido en la edición citada, 16.

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afectuoso sentimiento como era razón, por aquella obligación que


cada uno debe a su misma patria.6

La intención responde, claramente, a la voluntad de inscribir en la memoria de sus


contemporáneos los méritos y fama de los fundadores de la «patria» que Guzmán asocia
a la cadena de un linaje en relación al cual él mismo se exhibe como encarnación,
consumación y, por lo mismo, autoridad sobre lo que relata:

... tomando relación de algunos antiguos conquistadores y personas


de crédito con otras de que yo fui testigo, hallándome en ellas en
continuación de lo que mis padres y abuelos hicieron en acrecenta-
miento del Real Corona.7

Su condición de soldado y mestizo acrecienta la imagen de la autoridad sobre la


«verdad», la que de algún modo percibe como su «heredad». Se trata de un saber que
se expande a lo largo de la obra para sobredimensionar los antepasados y el linaje de
los Guzmán y los Irala, las dos ramas, paterna y materna. Ese saber se ordena a la
manera de una pseudo-genealogía sobre sí mismo, en rigor impropia para el propósito
de una historia. Esta intención, por ejemplo, se sobrepone al deseo de decir una «verdad»
objetiva ya en las primera líneas del Capítulo I del Libro I: «Después que el Adelantado
Pedro de Vera, mi rebisabuelo, por orden de los Reyes Católicos D. Fernando y Dña.
Isabel, conquistó las islas de la Gran Canaria...»
En la Dedicatoria a Don Alonso Pérez de Gúzman, Duque de Medina-Sidonia, se
insiste en el mismo tópico:

Aunque el discurso de largos años suele causar las mas veces en la


memoria de los hombres, mudanzas, y olvidos de las obligaciones
pasadas, no se podrá decir semejante razón de Alonso Riquelme de
Guzmán, mi padre, hijo de Rui Diaz de Guzmán, mi abuelo, vecino
de Xeréz de la Frontera,... quedando mi padre en esta provincia,
donde fue forzoso asentar casa, tomando estado de matrimonio con
Da. Úrsula de Irala, mi madre, hija del Gobernador Domingo Martí-
nez de Irala.8

La selección de citas abona la impresión, entonces, de que La Argentina no sólo no


satisface, como decíamos, a sus comentadores posteriores por su escasa rigurosidad sino
porque tampoco entre sus contemporáneos del siglo XVII podía interpretarse convenien-
te el formato pseudo-autobiográfíco de una crónica histórica. Ni los argumentos por
incrustaciones de leyendas, inventadas o pertenecientes a la tradición oral, ni el dato no
documentado o erróneo, que circunstancialmente le atribuyen algunos de sus comentado-

6 Guzmán, Ruy Díaz de, op. cit., 23.


7 Guzmán, Ruy Díaz de, op. cit., 23.
8 Guzmán, Ruy Díaz de, op. cit., Dedicatoria, 21.

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res, sirven como explicación para su exclusión del corpus historiográfico indiano. Habrá
que recordar el criterio sobre el que sustentan los valores de verdad de la historiografía
desde principios del siglo XVI y la responsabilidad ético-pragmática, no lógico-
semántica, que el historiador de Indias debía observar para que sus narraciones resulta-
ran convincentes. En primer lugar, la historiografía adopta, al menos en los dos primeros
siglos de la Conquista, un manual de preceptiva que sirve de referencia metatextual; éste
es la Retórica aristotélica, no la Poética. Del énfasis que desde la Retórica se da a la
productividad del discurso depende la imagen del sujeto de la escritura del mismo modo
en que se retiene la concepción pragmático-platónica, expuesta en El Cratilo, sobre los
valores de verdad. Desde esta perspectiva dichos valores se legitiman por la causa
eficiente (quién escribe) y por la causa final (para qué se escribe). Un preceptista como
Luis Cabrera de Córdoba resume en una frase de De Historia para entenderla y es-
cribirla (1611) estos mismos conceptos: «Es la historia narración de verdades por
hombre sabio para enseñar a buen vivir».
Si retomamos el «enigma» que hemos tratado de introducir en este trabajo para
interpretar los «borramientos» operados sobre textos de la Historiografía Indiana,
notamos que las distinciones de los preceptistas ya anotadas no alcanzan por sí solas a
justificar exclusiones significativas para el conocimiento de la Historia de América.
Deberían atenderse las variables introducidas en el proceso histórico de la colonización
que han impedido la escritura de crónicas en sentido estricto. Probablemente deba
interpretarse la circunstancia de que muchos de nuestros primeros historiadores no sólo
han sido testigos afectados por los mismos acontecimientos, como el del ya mencionado
de los Coloquios de la Verdad, sino también como, en el caso que comentamos, han sido
participantes interesados en la escena de un drama que introduce, en la representación
de hombres que luchan por su supervivencia, el espacio político.
Ruy Díaz de Guzmán adscribe a una concepción de la historia entendida como
memoria de los hechos notables aunque con la curiosa inclusión de un tipo discursivo:
la biografía. Francisco López de Gomara, para quien la historia consistía esencialmente
en la biografía de los grandes hombres, puede haber servido de modelo a una parte
sustancial de su relato. Situado en un proceso de transformación del pensamiento
histórico, el narrador de La Argentina adopta modelos ya constituidos al servicio de una
intención según la cual el sujeto que cuenta se siente, por decirlo de algún modo, «dueño
de la historia».
Leída sobre este recorte, la historia de Ruy Díaz cuenta los sucesos y padecimientos
de dos varones ilustres: Domingo de Irala, su abuelo, y Alonso Riquelme de Guzmán,
su padre. Ciertamente, no se cuenta el intermedio de esos sucesos que implica el
fragmento importante de su propia historia: el de su mestizaje. Es sobre las aventuras
de estos dos protagonistas que se estructura el relato épico. La figura de los fundadores
se completa y se proyecta en la del «sabio» historiador que puede dar testimonio
fidedigno, ser a la vez testigo y destinatario de un pasado heroico que exige de los
mortales la deuda debida a la memoria de sus muertos ilustres. De otro modo, la imagen
del biografiado se revierte sobre el yo narrador en un juego metonímico para decir la

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«heredad» del mismo modo en que, por extensión, son las tierras conquistadas con el
Reino de Castilla para decir la «patria».
Es la figura creada por el relato y el significado atribuido sobre el pasado vivido o
contado el que sirve plenamente a la constitución de la identidad.
Tal vez, de no haber mediado aquel último borramiento, del que es exclusivo
responsable nuestro narrador, el imaginario sobre la Conquista no hubiera repetido el
punto de vista de la figura del conquistador.
Creo que de este modo debemos interpretar la sutil combinación que vincula la
historia con la ficción para poder comprender-construir el drama de una identidad
siempre «borrada».

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