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47122-Texto Del Artículo-77565-2-10-20141218 PDF
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RESUMEN
En el contexto del actual auge de la crónica en Hispanoamérica, el presente artículo da
cuenta de un aspecto característico de ésta: la presencia de un ‘giro autobiográfico’
(Giordano, 2006, 2011), que no sólo modula la función del texto, sino que implica un re-
cuestionamiento sobre las figuras de autor y narrador, así como de los límites genéricos que
tradicionalmente han orientado la labor crítica de la academia. Para ilustrar este proceso se
analiza aquí parte de la producción de cinco reconocidos cronistas chilenos: Alberto Fuguet,
Rafael Gumucio, Roberto Merino, Francisco Mouat y Pedro Lemebel..
Palabras clave: crónica contemporánea, giro autobiográfico, géneros literarios, cronistas chilenos.
ABSTRACT
In the context of the current boom in Hispanoamerican chronicle, this article analyzes a
characteristic aspect of this: the presence of an 'autobiographical turn' (Giordano, 2006,
2011), which modulates the function not only of the text but which implies a re-questioning
of the author and narrator figures, and generic limits that have traditionally guided the
critical work of the academy. To illustrate this process is discussed here from the production
of five recognized Chilean contemporary writers: Alberto Fuguet, Rafael Gumucio, Roberto
Merino, Francisco Mouat and Pedro Lemebel.
Key words: Contemporary chronicle, Autobiographical turn, Literary genres, Chilean chroniclers.
SUMARIO: 1. Alberto Fuguet: retrato de artista. 2. Merino y Mouat: Del recuerdo personal a la
memoria colectiva. 3. Rafael Gumucio: crónicas de privilegio. 4. Pedro Lemebel: la intimidad como
performance. 5. Conclusiones.
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Esta ponencia forma parte de la investigación realizada en el marco del proyecto Fondecyt
de Iniciación N° 11110202, “La crónica periodístico-literaria en Chile: siglo XXI”, de la
cual soy responsable.
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Así se lee, p.e. en la huincha roja que acompaña la primera edición de la Antología de
crónica latinoamericana actual (2012), editada por Darío Jaramillo bajo el sello Alfaguara:
“Un nuevo boom en la literatura latinoamericana.”
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Su colección de relatos Sobredosis (Santiago de Chile, Planeta, 1990) y su novela Mala
onda (Santiago de Chile, Planeta, 1991) lo posicionaron como uno de los referentes
principales de las generaciones más jóvenes de la llamada Nueva Narrativa chilena. El
prólogo que junto a Sergio Gómez escribiera para la antología McOndo (Santiago de Chile,
Mondadori, 1996) desató una intensa polémica entre literatos y críticos, tanto en Chile como
en Iberoamérica. En los últimos años, su desempeño cinematográfico —como guionista,
productor y director— le ha granjeado un renovado interés del público.
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En esta ‘confusión’ sin duda colaboró la columna Capitalinos, que Fuguet escribió y
publicó en el suplemento Wikén del diario El Mercurio, entre 1989 y 1990. En ella, desde la
voz ficcional de Enrique Alekán, un treinteañero arribista que trabaja como ejecutivo en una
transnacional, se perfilaban los cambios de una sociedad obsesionada con el éxito. Dos
décadas más tarde, Fuguet escribiría: “En lo principal –en lo externo– el tipo nada tenía que
ver conmigo. Ahora que conozco actores capto que lo que me pasó es lo más parecido a
tener un personaje que te come, a toparse con el éxito en un personaje que uno desprecia un
resto y que debe ser representado.” Véase “Alekán revisited”, en Revista Dossier, 13.
En el caso de este autor, buena parte de sus crónicas pueden (y deben) ser leídas
como complemento de su obra de ficción. Lo que encontramos en aquéllas es una
suerte de “tras bambalinas” o making off, donde Fuguet repasa el propio proceso
creativo desde una posición que oscila entre la nostalgia y la autocrítica. El
resultado es una crónica de fuerte carácter auto-biobibliográfico, donde al análisis
de la obra en su contexto de gestación y de desarrollo, se le atribuye el poder de
revelar la esencia del escritor en cuanto tal (Weintraub, 1991):
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Matías Vicuña es el joven protagonista de la novela Mala onda.
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En este sentido, el autor recuerda el lanzamiento de apuntes autistas, cuyo capítulo final
constituye un embrión narrativo de Missing: uno de los presentadores le pregunta entre
bastidores si está loco, y el otro abre la presentación tildándolo de “canalla”, por lo
impúdico de la confesión familiar. Véase Fuguet, 2009, p. 351 y ss.
trayecto vivido, define una simbología propia, de carácter emocional, tal y como
advertía De Certeau (1980).
Con ello, el cronista da cuenta del emplazamiento urbano en su triple
estamentación (Auge, 1977): la ciudad-memoria, donde se sitúan tanto los rastros
de la gran historia colectiva como los millares de historias individuales; la ciudad-
encuentro, donde se producen los encuentros tanto entre personas como entre éstas
y los lugares que aprendemos a conocer, como si se trataran de personas, lo que
propicia la reflexión; y la ciudad-ficción, hecha por imágenes y pantallas, por la
cual la urbe aparece como espectáculo.
Desde aquí, el recurso a la propia biografía apunta a evocar un recuerdo
colectivo, un ‘espíritu de época’: el patio trasero de la casona familiar, el insomnio
de la niñez y la escuálida vida nocturna de una adolescencia bajo toque de queda,
una antigua fotografía, o la propia angustia ante la página en blanco, trascienden la
individualidad de la memoria que las atesora para gatillar resonancias en la mente
del lector. Así lo vemos, por ejemplo, en un pasaje en el que se recuerda un verano
de 1977, cuando a sus 15 años, Merino decide regresar solo a Santiago,
abandonando las vacaciones familiares:
Hice escala en Cartagena. Me quedé ahí casi todo el día, caminando por las calles,
un poco abismado ante el espectáculo de las copetudas casonas antiguas
convertidas en residenciales baratas. La presencia fantasmagórica del pasado se
volvía ahí una epifanía básica, al alcance de un niño. (2000:264)
¿Es verdad que nos importa la vida y el destino de estos treinta y tres hombres?
Yo creo que no. Antes de quedar encerrados en la mina por el derrumbe, yo
apenas sabía algo de uno de ellos, Franklin Lobos, porque era futbolista y uno lo
vio jugar. Y no creo que mi caso sea una excepción. Nos alucina la fuerza de un
ser humano expuesto a una situación límite, su capacidad para luchar, pero no
creo que nos importe demasiado el destino de estos hombres que volvieron a la
superficie de la Tierra. (2011:217)
Nos costaba hablar. Siempre nos costó. Yo con mi silencio no ayudé mucho. Él
tampoco se esforzó en quebrarlo. Entre los dos se interponía en las mañanas
infantiles en que me llevaba al colegio la voz inconfundible de Jimmy Brown en
la radio, los chistes fomes del ciego y piezas de música clásica que no valía la
pena interrumpir. Ése fue nuestro estilo de convivencia. Jugábamos poco juntos.
Y normalmente había cosas que hacer durante los fines de semana. Ir a comprar
parafina en invierno, en bidones de quince y veinte litros, para llenar un maldito
tanque que alimentara a las tradicionales estufas Comet. Ir a la feria de Tobalaba
los sábados en la mañana y ayudar a cargar bolsas (2008:124-125)
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Recurro aquí a la distinción entre la memoria como función de la conciencia, y el recuerdo
como acontecimiento que remite a la unidad del sujeto. Vid. Giordano, 2006.
[…] no quiero ser otra cosa que aquello para lo que me he entrenado
interminablemente: genio. Pero no voy a ser eso tampoco, voy a ser un chileno
más. Alguien que casi fue un dios y que limpia la parrilla el sábado para invitar a
los amigos el domingo. (2010:135)
Atravieso los años, estudio sin estudiar, todos los años se repite mi promedio 5,5,
paso a duras penas la universidad, sigo tratando de impresionar a cualquier precio,
sigo gritando y rogando, sigo, con una timidez infernal, gritando a quien quiera
escucharme. Hago lo posible para que me amen, tartamudeo y hablo por radio y
televisión, no sé escribir dos palabras sin una falta de ortografía y escribo en los
diarios, en las revistas, en los libros, todo por impresionar. (2010:30)
Vallejos [sic] hablaba con alguien y al verlo quedó tartamudo. No lo podía creer,
trataba de decir algo y se le cayó la copa de la mano. ¿Cuánto te pagan?, fue lo
primero que se le salió. ¿Cuánto te paga Lemebel?, insistía grosera,
abalanzándose encima mío para alcanzar la mano del guapo. Tú me conoces a mí.
Conclusiones
Con una alarmante generalización dentro de los estudios literarios chilenos de
las últimas décadas, el giro del sujeto hacia sí mismo (giro subjetivo o giro
autobiográfico, como lo llaman Beatriz Sarlo y Alberto Giordano, respectivamente),
ha sido interpretado como un mero reflejo de esa cultura del narcisismo que —
según nos han dicho— signa la contemporaneidad (Lasch, 1979). No podemos
negar que el contexto o clima de época fomentan el desarrollo de las narrativas del
Yo, pero sobre ese entendido, pocos han sido los que se han dado el trabajo de
analizar qué hay tras esa simple y aparente correspondencia; qué función cumple el
Yo dentro del texto, o cómo ello se manifiesta específicamente en la crónica, y
afecta su lectura.
Las inclusiones del Yo dentro de esta modalidad textual configuran un momento
autobiográfico (De Man, 1979) o espacio biográfico (Arfuch, 2010), comprendidos
como una serie de desplazamientos retóricos (como los que aquí hemos revisado),
que tienden a lo biográfico sin constituirlo por completo. Esta particular forma de
hibridez conjuga espacios y estrategias de enunciación; modalidades textuales
canónicas y productos de la cultura de masas; subjetividades múltiples que
concurren en los distintos momentos de producción y lectura del texto; y, sobre
todo, la activación conjunta de horizontes de expectativas provenientes de distintos
registros textuales. Muy brevemente, distinguiremos las consecuencias de este
proceso en tres ámbitos que nos parecen esenciales:
BIBLIOGRAFÍA
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