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La guerra de Yemen y el apagón informativo en la prensa española

La crisis del Coronavirus ha vuelto a demostrar que uno de los grandes


problemas de nuestra democracia (por no decir el que más) son los medios de
comunicación. Durante todos estos meses hemos escuchado un discurso
cargado de odio, de ruido y de intolerancia que ha pretendido utilizar el miedo
a la enfermedad para polarizar y dividir a la sociedad.

Sin embargo, el afán por querer sacar rédito político de esta situación ha
encontrado su colofón en la derecha política española, donde hemos podido
ver una campaña de acoso y derribo al gobierno elegido democráticamente
debido a que gobierna una versión moderada de la socialdemocracia. Un hecho
que provoca temores y acusaciones de «radicales» y «antipatriotas».

Es cierto que el gobierno español ha cometido errores, pero el uso partidista de


estos errores sólo revela hipocresía y cinismo, pues los mismos que han
promulgado esta campaña de acoso son los mismos que han estado
defendiendo durante años el dogma neoliberal que pretende el
desmantelamiento de los servicios públicos que otorgan una cierta protección
a los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país. El caso más flagrante es la
sanidad pública, pero es extrapolable a todos los ámbitos de la política donde
parece haber quedado demostrado el fracaso de los planes neoliberales que
empezaron a implantarse paulatinamente desde hace más de cuatro décadas.

Dicho esto, las consecuencias de que los medios de comunicación se hayan


pasado toda la cuarentena gritando histéricamente contra el gobierno, ha
permitido que toda la atención mediática se centre en el coronavirus obviando
otras crisis severas de las que nuestros gobernantes han sido responsables y
han mirado hacia otro lado para defender los intereses económicos de nuestras
grandes empresas (tanto públicas como privadas). Este es el caso de Yemen,
país que vive la peor crisis humanitaria del mundo.
Desde que la coalición saudita intervino en marzo de 2015 con una
intervención salvaje que se propuso matar a bombazos, de hambre y de
enfermedades a la población yemení, la situación no ha hecho más que
empeorar. Los otros actores implicados son en buena medida responsables de
la tragedia, pero Arabia Saudita y sus socios del golfo son los principales
culpables de haber echado gasolina a un conflicto que ya ha matado
probablemente a más de 250 mil personas1.

No obstante, los países occidentales no han querido poner fin a esta barbarie.
Como siempre, hay una diferencia abismal entre los discursos teóricos y los
hechos prácticos. Mientras los líderes de los países occidentales mostraban su
«preocupación» y defendían la necesidad de poner fin a la guerra, estos han
seguido suministrando las armas y la tecnología necesaria para que la
Coalición saudita pueda llevar a cabo mejor y más eficazmente sus crímenes.
La razón es muy simple: Arabia Saudita es el mayor exportador de petróleo del
mundo y es, por lo tanto, nuestro aliado. Da igual que financie escuelas que
promueven una versión radical del islam y que compromete nuestra propia
seguridad al crear «canteras de fundamentalistas» proclives a aceptar las
«virtudes de la yihad» o que sea un régimen autoritario y extremo donde no se
respeta los derechos humanos, donde se defiende la «persuasión» que tiene las
ejecuciones y donde la mujer es sometida al infierno que decide su marido.

Esto no es nada nuevo y ha sido denunciado por todo tipo de organizaciones y


activistas desde que Arabia Saudita decidió intervenir militarmente en Yemen
por razones geopolíticas (y no de seguridad como han intentado hacernos
creer), pero con escasos resultados en las acciones de nuestros gobernantes.
Tampoco, el ascenso durante los años 2014 y 2015 del nuevo terrorismo del

1
Para la estimación se ha utilizado las estimaciones del Pardee Center (Informe de abril de
2019) y los datos actualizados del ACLED.
Estado Islámico (ISIS) ha bastado para que la opinión pública denuncie
nuestros vínculos con Arabia Saudita después de que se hayan cometido
espantosos ataques terroristas en los países occidentales. La muerte de cientos
de europeos no ha sido suficiente para que se cuestione nuestra política en
Oriente Próximo.

Yemen, que parece un país lejano y remoto para los ciudadanos de a pie, no lo
es tanto para nuestros dirigentes. Desde el año 2001,Yemen ha estado en el
punto de mira de la administración Bush en su campaña contra el terrorismo
(tan satisfactoria que acabó creando el monstruo del ISIS) y ha sufrido el
terrorismo estadounidense (conocido como the Drone Campaign) en primera
persona donde la población civil ha sufrido, como siempre, las consecuencias.
Más de una década después, mientras los guardianes de occidente velaban por
nuestra seguridad matando a civiles inocentes, nuestros aliados sauditas y del
golfo pérsico ayudaban a desestabilizar el país lo suficiente para que el
yihadismo lograra aprovechar la situación de caos y miseria que la guerra iba
dejando.

Durante estos años ha habido treguas y altos al fuego que han acabado
fracasando. Pero cada vez que pasan los meses, el pesimismo para alcanzar la
paz en Yemen es mayor. Tras más de cinco años de guerra, parece bastante
claro que los sauditas quieren retirarse del país y poner fin a una guerra costosa
y molesta para el príncipe heredero MBS. MBS que quería hacer una
demostración de fuerza y provocar la rendición de los hutíes para enviar un
mensaje a Irán, ha visto que ha conseguido justamente lo contrario. Irán ha
conseguido incrementar su influencia en Yemen y los hutíes están más fuertes
que nunca. Esto ha permitido que durante los últimos meses hayan ido
avanzando hacia Marib con la pretensión de hacerse dueño de un sitio
estratégico económicamente.
Esto resulta intolerable para Arabia Saudita cuya solución pasa por seguir
bombardeando Yemen sin importar las terribles consecuencias que tiene que
esta guerra siga en funcionamiento. Este continuo bombardeo se vuelve aún
más cínico después de que en abril anunciara un alto al fuego por la crisis del
Coronavirus.

Mientras tanto, el reino saudita presenció a finales de abril otro fracaso


político. Sus aliados, el gobierno reconocido internacionalmente y el
movimiento separatista del sur de Yemen volvieron a entrar en conflicto a raíz
de la decisión del Consejo de Transición del Sur (CTS) de declarar la
autodeterminación. De este modo, la paz, que parecía una posibilidad real a
finales de 2019 por la intención saudita de finalizar su intervención militar en
Yemen (tal como lo señaló la escritora Helen Lackner), parece más lejos que
nunca. La situación es crítica y como ha afirmado en Sana’a Center for
Strategic Studies, existe la posibilidad de que la guerra entre en un escenario
de guerra perpetua que nos recuerda al caso de Somalia en los años noventa.

Sin embargo, para nuestros medios de comunicación y políticos es mucho más


importante centrarse en difundir informaciones sensacionalistas, poco
contrastadas y carentes de rigor periodístico para alimentar debates que no
existen en torno a la crisis del Coronavirus en España. La crisis del
Coronavirus en países como Yemen no merecen que le prestemos atención
pese a que las Naciones Unidas estiman que hasta 16 millones de personas
pueden contraer el virus en un país sin la capacidad suficiente para afrontar
una crisis de tal envergadura y donde la mayoría de la población se ve
acorralada entre el hambre y las enfermedades tras haber ya pasado una
epidemia brutal de cólera en los primeros años de la guerra que afectó a un
millón de personas.
En un país donde los medios de comunicación realizaran su función de
vigilancia al poder, debería denunciarse con contundencia que nuestros
representantes democráticos son responsables de haber proporcionado las
armas con la que se ha destrozado al que ya era el país más pobre de la región.
La responsabilidad de los países occidentales en la crisis que vive Yemen es
enorme. No hay que ser muy radical para darse cuenta que los intereses
económicos han primado más que el sufrimiento del pueblo yemení. Para que
os hagáis una idea, sólo la compañía BAE System ha conseguido gracias al
negocio de la guerra cerca de 17 mil millones de euros. La venta de armas
francesa es igualmente muy importante sobrepasando cada año los mil
millones de euros anuales y la española es bastante menor pero igualmente
considerable vendiéndole a los sauditas cientos de millones de euros según los
últimos datos oficiales. En lo más alto de esta clasificación de la inmoralidad
se encuentra, como no, Estados Unidos, por haber vendido armas a Arabia
Saudita por valor de decenas de miles de millones euros y donde, su presidente,
Donald Trump, presumió nada más llegar a la Casa Blanca, de un acuerdo de
110 mil millones de dólares con sus camaradas saudíes.

La pregunta que surge a continuación es ¿Cómo es posible que las potencias


occidentales, que se han llenado los bolsillos con las muertes de tanta gente
inocente, sean incapaces de prestar una ayuda masiva para frenar la peor crisis
humanitaria del mundo?

El culmen de la vergüenza para nuestras democracias es que el país que está


recaudando más dinero para aliviar la penuria de los yemeníes es Arabia
Saudita. Evidentemente su intención es lavar su imagen. Cómo muy bien se
puede comprobar en su portal de noticias Arabs News, el representante de
Arabia Saudita en las Naciones Unidas, Abdallah Al-Mouallimi, dijo hace
unos días que «el Reino y la ONU seguirán apoyando a Yemen». Además, esta
ayuda humanitaria es insuficiente debido a los continuos recortes de los fondos
destinados al país pese a que es clamoroso que la ayuda no puede esperar más.

Por último, vale la pena volver al papel desempeñado por los medios de
comunicación en tanto que la monarquía española ha tenido unas relaciones
privilegiadas con la monarquía saudita. Tan privilegiadas que han servido para
que nuestro rey emérito se haya enriquecido a costa de negocios de dudosa
procedencia. Las informaciones publicadas en el diario The Telegraph donde
se vio que Felipe VI era beneficiario de uno de esos chanchullos sirvió para
demostrar de nuevo la simbiosis que hay entre las altas esferas del poder. De
nada sirvió que Felipe VI reconociera que había sabido de esa información
hacía un año, pero que decidió que esa información no necesitaba ser conocida
por la ciudadanía. Algo bastante chocante y que es un encubrimiento de un
delito se mire por donde se mire. Sin embargo, nuestro «gran rey» decidió que
era mucho mejor renunciar a una herencia a la que no puede renunciar
legalmente hasta que muera Juan Carlos y tomarles el pelo a los españoles.
Después, dio un discurso donde los grandes medios de comunicación volvieron
a señalar su grandeza.

En definitiva, resulta intolerable que hechos tan terribles como la guerra de


Yemen pasen desapercibidos para la opinión pública. Esto es un problema
grave de nuestra democracia y revela una vez más que es necesario repensar el
modelo de prensa que tenemos. El esfuerzo exhaustivo de las ONG y
organizaciones independientes para que la verdad salga a la luz es a menudo
muy poco recompensado por la escasa atención mediática que reciben. Esto
tiene la consecuencia terrible de que la gente no esté al corriente de los
crímenes que nuestros dirigentes ayudan a perpetrar y, por lo tanto, los
gobiernos disponen de mayor margen para ejecutar acciones en contra del
interés mayoritario de los ciudadanos y ciudadanas del país. La reciente crisis
vivida en Yemen es un gran ejemplo. Es vital que la gente conozca lo que está
pasando. En España, existe un apagón informativo escandaloso y se hace
necesario, por lo tanto, que el público general conozca la gravedad y la
urgencia de la situación porque si no es así, nuestros gobiernos tendrán vía
libre para continuar ignorando los sufrimientos terribles de los yemeníes.

Isa Ferrero

Negociar con Asesinos. Guerra y crisis en Yemen

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