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Escrito por:

Bravo Mondragón Aldo –

Chávez Pérez César –

Colín Pérez Eduardo –

Cruz Gutiérrez Alejandro –

Moreno Guarneros José María –

Torres García Erick –

PERSONAJES

- ABOGADO
- FERNANDO GETZA (padre)
- GENOVEVA FLORES (madre)
- RAMIRO (hijo mayor)
- LEOCADIA (hija mayor)
- MARTINA (hija menor)
¡Qué tiempos estamos viviendo! Al norte de la Ciudad de México se tenía una
vida tranquila. Tan tranquila que se despertaba por la mañana al son de las
campanas. Pero aconteció que, como la ciudad era la principal fuente de trabajo
para muchas personas provenientes de diversos puntos como Cuautepec de
Madero, el transporte público no se daba abasto para transportar a la gran
cantidad de gente que iba a laborar.

Entonces, fue aquí cuando comenzó un pleito entre las autoridades y las personas
que diariamente se transportan a sus centros de trabajo. Los trabajadores
alegaban que les correspondía a las autoridades dar una solución. Las
autoridades, por su lado, sabían mucho de leyes y de vialidades, por lo que se
les ocurrió una gran idea, implementar un sistema de teleférico para mejorar la
movilidad en la zona. Pensaron “¡Será una gran idea! ¿Qué puede salir mal?”

Lo que no sabían es que, con sus mentiras y corrupción, a la sociedad le costaría


más de lo que se supone que les iba a beneficiar…
N uestra historia comienza aquí, al norte de la Ciudad de México, lugar donde
la civilización intenta abrirse paso y apoderarse de un lugar para vivir a como dé
lugar. La casa de los GETZA FLORES es una de las pequeñas excepciones, ya
que el padre del padre del señor FERNANDO GETZA adquirió, por ahí de 1857 y
de forma honrada, legítima y respetada, tres terrenos, uno mediano y dos
pequeños. Esto fue con la intención de darle un lugar para vivir a su futura familia
sin que tuvieran que vivir lo que a él le tocó durante el Porfiriato. Claro está que,
en ese entonces, no había nada más que cerros, maleza, tierra y nada más.

Logró prosperar mediante la simbra de maíz, frijol y uno que otro fruto. Con el
paso de los años y con dos generaciones nuevas, la civilización fue creciendo
hasta ocupar el último pedazo de cerro que sobresalía en aquella parte al norte
de la ciudad. Los terrenos pasaron de ser sembradíos a edificaciones a medio
comenzar; todo alrededor era igual.

Pero el señor GETZA, siendo descendiente de una familia que vivió en carne y
hueso el Porfiriato, tenía principio y valores que sus padres le inculcaron, por lo
que siempre hizo todo lo que pudo con honradez, humildad y agradecimiento.
Contaba con un empleo, no muy lejos de su casa, dentro de una fábrica
procesadora de cartón y con un sueldo que, para su esposa, sus tres hijos y él,
apenas alcanzaba o como se dice actualmente, alcanza para vivir el día a día.

Por su parte, la señora FLORES, esposa del señor GETZA, es la humilde ama de
casa, dedica su tiempo en cocinar para sus tres hijos y su esposo, mantener lo
más ordenada posible la casa, enterarse de uno que otro chisme y estar al
pendiente de sus hijos, en especial la pequeña MARTINA, quien tiene 6 años
apenas y cursa el primer año de la primaria. Sus otros dos hijos son, empezando
por el mayor, RAMIRO de 24 años, quien no terminó la preparatoria para ponerse
a trabajar como bicitaxi para poder solventar sus gastos. Y LEOCADIA de 15
años, quien está en su último año de secundaria.

Tras dos generaciones previas en esos terrenos, 59 años de edad y 25 años


trabajando en el mismo lugar, el señor GETZA siempre mantuvo la esperanza de
que sus hijos salieran fuera de esos lugares poco prometedores y tuvieran una
mejor vida. Por lo que no tenía de otra más que seguir trabajando, prácticamente,
por el resto de sus días en aquel lugar tóxico. De algo que sí estaba bien seguro
es que, mientras tuviera trabajo, comida y un poco de dinero para poder llevar a
su familia, lo demás no era esencial, lo esencial les correspondería a sus hijos.
La única forma de poder cumplir con las diversas actividades de la familia
GETZA fuera de casa, era mediante el deficiente transporte público. Deficiente
porque, al ser tantos habitantes en la ciudad, ni parado se entra en ocasiones en
aquellas unidades de tercera o cuarta mano. Bien era cierto que, sin dar muchas
explicaciones ni detalles al respecto, el gobierno planeaba habilitar un nuevo y
moderno sistema de transporte en aquella lejana parte de la ciudad para poder
movilizar un poco mejor a la población en el norte de la ciudad. Obvio, nunca
dijeron que habría sin fin de daños colaterales antes, durante y después de la
construcción.

Se trataba de un teleférico suspendido a 30 metros del piso, el cual supondría


ayudaría a desplazar con mayor fluidez y velocidad a todas las personas que se
trasladan de un extremo al otro del norte de la ciudad. Por desgracia, los planes
gubernamentales pasaban justo por encima de la propiedad de la familia
GETZA sin que ellos lo supieran. Nuevamente, el gobierno no había dado detalle
alguno de la ubicación exacta del proyecto ni de qué consistiría. Hasta que un
día los problemas, vestidos en forma de la “ley”, tocaron a sus puertas. Y fue así
como diferentes circunstancias empezaron a abordar a la familia GETZA
FLORES en un fin de semana familiar. Queda claro que, ni fueron los primeros,
ni serán los últimos en esta ciudad llena de corrupción.

Alrededor de las 11:00 de la mañana, llamaban a la puerta de la familia GETZA


FLORES. Como era de esperance, la señora FLORES se acercaría a la puerta
para posteriormente abrirla y descubrir frente a ésta a un hombre vestido con un
traje barato, desgastado y mal oliente, mismo que se identificó como el
ABOGADO…

ABOGADO– Muy buenas tardes, mi estimada familia. Disculpen la


molestia, pero vengo a informarles que la Ciudad de México ha decidido
expropiar sus terrenos, puesto que justo por aquí pasará la línea del teleférico.

Al escuchar tal noticia, rápidamente el señor FERNANDO GETZA se acercó a la


puerta.

FERNANDO– ¡Cómo es eso, señor! Nosotros somos los dueños


legítimos de estas tierras, por lo que no va a ser posible lo que usted dice.
ABOGADO– Permítame presentarme, soy el abogado que llevará a
cabo su caso para que todo salgo de acuerdo a lo planeado y que sus tierras
pases a ser parte del gobierno de la Ciudad de México con un fin y bien común.

FERNANDO– ¡Esto es inaceptable!

ABOGADO– Permítame un momento, olvidé mencionar que serán


indemnizados por sus terrenos usted y sus demás vecinos cercanos.

GENONEVA– Gracias, pero no aceptamos la oferta. Ahora ya puede


irse,

ABOGADO – Lo siento, pero yo sólo vengo a informar la situación.


En mis manos ni decisiones no está que se lleve a cabo o no.

GENONEVA– Si usted es abogado, entonces defienda nuestras


decisiones.

FERNANDO– Somos los habitantes los más indicados para decidir


por nuestras tierras, ¡no el gobierno!

RAMIRO, el hijo mayor, al escuchar tales absurdeces se decidió por unirse a sus
padres y defender lo que les corresponde por derecho.

RAMIRO– Señor, ya se lo dijeron mis padres y ahora se lo digo


yo, ¡no nos van a sacar, ni usted, ni nadie de nuestra casa así porque sí! ¿Sabe?

ABOGADO– Yo no soy el que decide las cosas. Yo sólo he venido


a que firmen estos documentos, en el cual se encuentra el contrato…

FERNANDO– ¡Defiéndanos ante las autoridades de la Ciudad de


México y dígales que no les vamos a dar nada! Le pagaremos si es necesario,
pero no nos vamos.
ABOGADO– Yo no puedo defenderlos porque a mí me pagar para
que ustedes firmen un papel.

GENONEVA– ¡Eso es cierto! Nosotros somos los legítimos dueños,


porque nosotros hemos pagado por los terrenos y todos sus impuestos. ¿Por qué,
de la noche a la mañana, piensan que nos pueden correr así porque sí?

ABOGADO– Pero es el gobierno quien tiene el control de los


terrenos.

FERNANDO– O sea, ¿que nos levantamos antes que nadie para


trabajar por los nuestros y no nos corresponde ningún derecho por nuestros
terrenos, a pesar de que pagamos impuestos por ellos?

ABOGADO– Usted tiene razón, pero, nuevamente, el gobierno es


quien tiene el poder sobre sus terrenos y, también, sobre ustedes.

RAMIRO– ¡Cómo que sobre nosotros!

ABOGADO– Quiero decir que, si ustedes quieren tener el control de


sus tierras, no lo podrán nunca.

RAMIRO– Bueno, entonces, ¿usted qué opina?

ABOGADO– ¡Ah, no, no! Yo no opino, yo solo vengo a notificar y


a que firmen.

RAMIRO– O sea, ¿que le tenemos que decir que sí sin razón alguna?

ABOGADO– La verdad, yo sólo estoy haciendo mi trabajo. No le


hago ningún favor a nadie. Lamento mucho su situación.
FERNANDO– ¿Quiere saber la verdad? La verdad es que nosotros
trabajamos, tenemos derechos y tenemos honradamente nuestro lugar de
trabajo, ¡No como todos esos burócratas corruptos! Pagamos impuestos a la
ciudad y, al parecer, al gobierno. ¿Después qué harán ellos…? (el ABOGADO
sonríe.)

RAMIRO– ¿... con la ciudad y con nosotros?

ABOGADO– Aunque quisiera, no puedo defender su causa.


Además, recibirán una indemnización por sus inmuebles, como ya lo mencioné.
Permítanme enseñarles los contratos que traigo para ustedes. Verán que al final
no será una mala idea. Y nuevamente, yo no soy quien los ha elegido ni obligado
a ceder.

Debido a las constantes amenazas del ABOGADO, al señor GETZA y a la señora


FLORES no les quedó de otra más que cederle el paso y escuchar todo lo que
tenía que decir acerca de aquel irreversible suceso. El abogado empezó sacando
de su maletín gastado de todos lados un folder. Después comenzó de dentro del
folder a emborronar cuartillas y folios, hasta que llenó un montón de volúmenes
que ocuparon la pequeña mesa del comedor, estos constituían los derechos de
los afectados para ser acreedores a una indemnización por parte del gobiero.

Una vez que el ABOGADO terminó de recitarles y mostrarles la documentación


necesaria para poder proceder con la indemnización y el desalojo de la
propiedad, el señor GETZA y la señora FLORES respondieron ante el ABOGADO
nerviosamente.

FERNANDO– Señor abogado, no estoy conforme con lo que nos ha


dicho. ¡Necesitamos que defienda nuestra causa! ¿Cómo cree posible que nos
puedan arrebatar todo lo que mis padres han creado con tanto esfuerzo y
dedicación a lo largo de tantos años? ¡Esto es mi patrimonio y futuramente el
de mis hijos!

GENOVEVA– ¡Queremos que nos defienda contra los burócratas de


la ciudad, quienes dicen que han de resolver un problema creando muchos más!
¡Y claro está! Piensan que han de ser ellos los que resuelven todo y eso no es
posible, ni verídico, ni congruente.
ABOGADO– Lo siento, pero no es mi problema. Yo sólo acato las
órdenes que me dan.

FERNANDO– ¿Y cómo se supone que van a resolver este problema?

ABOGADO– Yo no puedo hacer nada. Y tampoco sé detalles de


nada, sólo he venido a informarles lo sucedido y explicarles que son acreedores
a una indemnización. ¡Ya se los dije!

GENOVEVA– ¿Pero por qué nos quieren hacer esto? (comienza a


llorar) ¡Qué no lo entiende! ¡Póngase en nuestro lugar por un momento! ¿A
dónde se supone que nos vamos a ir si ni hay a donde en esta concurrida ciudad?

ABOGADO– Si bien eso es verdad, con el dinero que les van a dar
podrían buscar dónde vivir un poco más al norte, en Hidalgo.

Al señor GETZA, al sentirse totalmente intimidado y sin poder desafiar al


abogado o a quien le daba las órdenes, no le quedó de otra más que preguntar,
con voz ahogada, inconforme y eufórica, una sola cosa…

FERNANDO– ¿Y cuánto dinero se supone que nos darán por nuestras


pertenencias, para poder reubicarnos en otro lugar y para poder vivir
dignamente?

ABOGADO– (Usando un tono más agresivo y desesperado,


respondió) Por el momento no puedo decir a cuánto asciende este monto hasta
que hayan firmado el contrato en donde aceptan dejar sus tierras con el fin de
procrear una mejor ciudad para todos nosotros. De cualquier manera, están
obligados a desalojar sus terrenos. Si no quieren aceptar la indemnización, a eso
sí nadie los obligará, pero se quedarán sin tierras y sin dinero de no aceptar.
¡Ustedes deciden cómo se quieren ir! Si lo quieren ver así, por la fuerza, con
algo de dinero, con la posibilidad de recrear su vida en alguna otra parte y, con
suerte, un nuevo futuro para sus próximas generaciones o con las manos vacías.

GENOVEVA– ¿Algo de dinero? (su voz era bastante extraviada)


ABOGADO– ¡Véanlo como algo bueno! Será un nuevo comienzo
para todos…

FERNANDO– ¿A qué se refiere con algo de dinero?

ABOGADO– Mire, a mí sólo me mandan a que firmen ustedes, sin


más y sin menos. El gobierno es quien pone las reglas (su mirada era intimidante
y desafiante).

GENOVEVA– ¡Pues no nos vamos! ¡Hágale como quiera, pero


nosotros nos quedamos! ¡Ni usted, ni unos burócratas corruptos, ni mi madre,
ni nadie nos van a sacar de nuestra propiedad!

ABOGADO– Ya veo…

GENOVEVA– ¡Ya lárguese de aquí!

El ABOGADO no tuvo de otra más que retirarse de aquel lugar, pero sin antes
soltar una última amenaza justo a mitad de la entrada de la casa de la familia
GETZA.

ABOGADO– Tienen tres meses para firmar ese contrato. Después


vendrá la policía con una orden judicial para sacarlos a todos ustedes de la
propiedad y una vez ustedes fuera, vendrá la constructora para valorar el
terreno. Si sucede esto, no recibirán ninguna indemnización. Lo único que
recibirán será un paseo a bordo de una patrulla que los dejará a ver en dónde.
Vendré en dos meses, espero que hayan recapacitado y que hayan tomado la
mejor decisión. ¡Hasta entonces!

Y así fue como a la familia GETZA no les quedó de otra más que ceder a
expropiación de sus tierras a base de amenazas y sin saber siquiera cuánto iban
a recibir a cambio de sus terrenos. Y tal y como dijo el ABOGADO, a los dos meses
regresó y esta vez acompañado por dos oficiales para asegurarse de que la
familia GETZA no tuviera otra alternativa más que firmar y aceptar la
indemnización o ser retirados por la fuerza por la policía.
ABOGADO– Espero que hayan recapacitado la oferta, esta vez me
aseguraré de que así sea, por las buenas o por las malas.

Nuevamente el ABOGADO sacó de su portafolio, viejo y desgastado, el embrollo


de documentos y contratos que el señor GETZA debía firmar para darle sus
terrenos al gobierno. Pero… ya tendrían el dinero, ¿qué tan malo podría ser? O
más bien, ¿era algo realmente bueno? El ABOGADO les leyó nuevamente los
contratos y una vez finalizó, puso frente a los señores GETZA y FLORES el
documento a firmar. Frente a los señores GETZA y FLORES se dejó ver realmente
el que sería el mayor problema de todos. A final de cuentas, tan sólo se trataba
del patrimonio y herencia del señor GETZA.

ABOGADO– Aquí frente a usted, señor GETZA, tiene el contrato


en donde indica que el gobierno puede quedarse con sus tres terrenos para
expropiarlos por el bien común, a lo cual usted estará recibiendo, como
indemnización, la suma total, por sus terrenos, de $223 mil pesos. Sólo firme y
todo esto habrá terminado para ustedes y para mí, Y usted tendrá su dinero…

FERNANDO– ¿$223 mil pesos?

ABOGADO– ¡Es correcto, así como lo oye!

FERNANDO– ¿Está usted loco? ¡Ni siquiera ese precio cubre lo que
le costó a mi abuelo un solo terreno!

ABOGADO– Esto es lo que el gobierno da por sus terrenos. Y tiene


usted suerte porque son tres, la mayoría sólo tienen un espacio de menos de 90
metros cuadrados. Siéntase agradecido. No siempre se puede tener todo en la
vida (contestó con una voz sarcástica).

El señor GETZA no supo cómo reaccionar a tal acto de injusticia y robo. Con los
ojos llenos de ira y clavados (y seguramente también un poco húmedos) sobre
los dos oficiales que le miraban de forma desafiante y listos para desalojar a la
familia si se reusaban a aceptar el pago, sólo le quedó preguntarle indignado al
ABOGADO…
FERNANDO– ¡Qué es lo que esperan que haga con esto! Ni el
departamento más pequeño que pueda haber se puede comprar con esto. Y de
poderse, ¿cómo espera que les dé de comer a mi familia después?

Uno de los oficiales, ya desesperado por estar ahí de pie, le contestó al señor
GETZA que tendría que encontrar un trabajo porque nadie les iba a regalar
nada. Indigenado y abatido por el comentario del oficial, el señor GETZA se
inclinó hacia el ABOGADO y le dijo…

FERNANDO– Señor abogado, ¿cómo pretende usted que pueda sacar


a mi familia adelante si no hay trabajo? Y el que tengo lo voy a tener que dejar
porque por aquí no encontraremos un lugar donde quedarnos. Mi hija
MARTINA tiene tan sólo 6 años, le falta toda la vida por delante. Y mi hija
LEOCADIA está en su último año de secundaria, ¡no lo puede perder así porque
sí! Yo tengo 59 años, ¡en ningún lugar me darán trabajo ni a mí, ni a mi esposa!

ABOGADO– Yo lo…

GENONEVA– ¡Nos están despojando de todo como si nada!

ABOGADO– ¡Firmen ya o le pido a estos dos señores que los saquen de


aquí sin nada en las manos!

A la familia GETZA FLORES no les quedó de otra más que sacar sus cosas e irse
a buscar a otra parte un lugar para vivir. Y la ambición del gobierno por construir
una “beneficencia” para la sociedad se empezó a llevar a cabo sobre los terrenos
del señor GETZA y de los demás vecinos afectados.

Al pasar un año, la colocación de los pilares que sostendrían los cables por los
que se deslizarían las cabinas del teleférico se comenzaron a instalar. Y como
era de esperarse, la calidad de los materiales no sería la que se había estimado
ni presupuestado. La falta inexplicable de los recursos para el estudio adecuado
del tipo de suelo trajo como consecuencias que los pilares se empezaran a hundir
y a inclinar debido a su propio peso.
La obra se fue completando, pero los contratiempos no se quedaron reservados.
Como pudieron “solucionaron” el problema del hundimiento de los pilares y la
obra fue completada después de 4 años de haber iniciado. Después de 9 meses
de haberse inaugurado la línea del teleférico, tuvo que ser cerrada totalmente
hasta nuevo aviso debido a la mala calidad de los materiales y a los malos
cálculos de oscilamiento que se producían en las cabinas debido a las fuertes
ráfagas de aire que cruzaban por en medio de la obra, entre otros factores más.

Rápidamente la noticia se hizo saber a través de distintos medios de difusión, por


lo que la familia GETZA pudo enterase de los acontecimientos que estaban
sucediendo en su antiguo hogar. La familia GETZA logró asentarse cerca del
centro de la ciudad, logrando poner, mediante un par de préstamos, una
pequeña tienda de abarrotes (“La Guelaguetza”). Con esto lograron seguirles
dando educación a sus dos hijas.

MARTINA– Mamá, ¿de qué sirvió que no hayan sacado de nuestra


casa a la fuerza si lo que construyeron no sirve? ¡Sólo malgastaron el dinero de
todos en la ciudad para construir algo que no funciona, encontentar a algunos
cuantos con ello y quedarse con gran parte del dinero presupuestado para la
obra!

LEOCADIA– Este gobierno sólo sirve para esto, no lo olvides,


hermana.

MARTINA– Y así seguirá siempre…

GENONEVA– Y será peor con el gobierno que tenemos.

RAMIRO– Afortunadamente papá ya no tendrá que verlo… ¡Fue


al que más le pesó!

Moraleja: el gobierno de este país siempre lo disfrazará de mil formas (seguramente novedosas
para que los ignorantes, que son la mayoría, lo crean y lo esparzan rápidamente), le pondrá flores
(seguramente baratas), pero siempre será el mismo de siempre, echándose de un lado a otro la
bolita y diciendo “yo no fui” …

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