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Doll Castillo D PDF
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Algunos rasgos
característicos
Chile
RESUMEN
ABSTRACT
There are few studies dedicated to review the private letter in its configuration as a gender
or type of discourse; most of the studies only refer to partial aspects that have to do strictly
with the specific corpus of the letters under examination. In this text a set of characteristic
features of the private letter as discourse are reviewed and systematized, features that do
not intend to exhaust the object nor state an all-embracing definition, but that, as a whole
allow us to see the private letter as a discursive practice, and at the same time provide us
with interesting elements to be applied to the analysis of actual letters.
1
por lo menos, sin perder su vigencia. La propia complejidad de esta forma, aún si la
consideramos entre la especial ambigüedad de estos tipos de géneros, posiblemente haya
favorecido la situación actual.
La gran mayoría de los estudios que abordan la forma carta, corresponden a visiones que
no consideran su especificidad como práctica discursiva o su modo de ser como discurso, y
obedecen a perspectivas que hacen uso de la carta como forma al servicio de otros objetos
e intereses. Entre estas orientaciones, una de las más difundidas consiste en el empleo de
la carta como fuente documental para reconstruir la biografía de un individuo (artista,
personaje ilustre). Se utiliza la correspondencia escrita o recibida como fuente para
completar o reconstruir la vida o entorno. El interés reside en el contenido o el contexto de
las cartas y funciona para documentar las afirmaciones del biógrafo, resultando importantes
para abordar aquellos momentos vitales que aparecen difusos o complejos y ante los cuales
las cartas pueden llegar a constituir pruebas irrefutables de algunos hechos.
Una segunda perspectiva tradicional, aborda las cartas como elemento auxiliar para estudiar
la producción literaria de un determinado escritor o poeta, línea que presenta poco interés
en la actualidad. La forma epistolar ha resultado un apoyo bastante discutido para
establecer elementos de la poética de un escritor o poeta, en algunas ocasiones es un
intento de penetrar en forma directa el complejo mecanismo que uniría vida y obra.
Una tercera vía, y desde otra orientación, es la consideración de la carta como factor
estructural de géneros mayores. Es el caso del estudio de la novela epistolar, texto en que
la carta funciona como factor modelizante o elemento esencial de su construcción (un
ejemplo interesante es el trabajo de Tzvetan Todorov 2 en su análisis de la novela Amistades
peligrosas). Este tipo de estudios aporta importantes elementos acerca de la forma
epistolar, pero también muestran carencias debido a la incorporación de la carta en otra
práctica de discurso. El modo de construcción "ficticio" de la carta en la novela epistolar
vuelve poco relevante estudiar el problema de su circulación como práctica cultural en el
tránsito de lo público o privado, entre otros aspectos que la constituyen como un modo
discursivo independiente.
2
artículos críticos, escasos, como se ha dicho, trabajan algunos rasgos de la carta en forma
parcial, sin ahondar demasiado; en otros casos, la crítica se refiere a un aspecto, en función
del análisis de cartas que allí se realiza, o, en otros textos, se prefiere el ensayo como
forma de dar cuenta de una serie de intuiciones sobre el tema. La constatación de esta
situación nos condujo a organizar y profundizar en este artículo, en las características que
consideramos más relevantes de la forma epistolar, características que, aunque no
exclusivas de la carta respecto de otros tipos textuales, vistas en conjunto permiten el
estudio de su dinámica, más allá de considerar la carta privada como texto auxiliar o
enfatizar una excesiva detención en su contenido biográfico.
La carta posee como función más evidente una función pragmática comunicativa: se trata,
en términos simples, de un mensaje escrito que se envía desde un emisor a un destinatario.
Ana María Barrenechea,4 en su estudio sobre las cartas de Sarmiento, afirma que en esta
función básica de comunicación, la carta puede abarcar distintos tipos de acciones, que
originan distintos tipos de cartas, aspecto que refiere a una gran amplitud de contenidos en
oposición a su unidad formal. Como forma escrita de comunicación, la carta es parte de una
amplia tradición, y una serie de autores enfatizan este aspecto; si la escritura surge como
necesidad de transmisión a distancia y de preservación, la carta cumple con una función
transmisora, a diferencia de la función de conservación5 correspondiente a formas como la
ley, las memorias, o los anales. La misma autora afirma como premisa invariable de la carta
el hecho de ser una "vía de comunicación (escrita) entre un emisor y un receptor separados
por la distancia." 6
Esta fuerte determinación funcional, será la que asegure su existencia y continuidad, aun en
los casos en que la carta sea incorporada como factor estructurante de otros géneros, como
la novela y otros tipos de relato.
La tendencia comunicativa de la carta, que a simple vista aparece como el rasgo más visible
de esta práctica, no implica sólo la consideración de un rasgo que remite a una
funcionalidad externa. Patrizia Violi considera que la "dimensión comunicativa (...) se
caracteriza no sólo por el reenvío a una situación interaccional externa al texto, sino sobre
todo, por las formas de su inscripción textual."8. En este sentido, más allá de lo
comunicativo como intercambio entre un emisor y un destinatario "reales", es "la necesidad
estructural de asumir interiormente el eje comunicativo"9 aquello en lo que radica la
especificidad misma de la forma epistolar, es decir, en la inscripción textual de la estructura
comunicativa. La carta, entonces, no es reducible a la consideración exclusiva de su aspecto
interaccional, ella incluye, en su interior, el intercambio dialógico.
3
Un diálogo debe poseer ciertas condiciones exigibles para ser considerado como tal: a) la
existencia de, al menos, dos interlocutores (emisor - receptor); b) la existencia de
intercambio de papeles; c) intercambio de comunicaciones por medio de un sistema
lingüístico; y por último, d) la concentración de la atención de los interlocutores en el
acontecimiento dialógico. Aplicadas estas condiciones a las cartas, observamos que hay
plena existencia de dos interlocutores (postulados en el texto), existencia de un sistema
lingüístico, y la atención (lectura/escritura) concentrada en el texto. El requisito referente al
intercambio de papeles presenta una particularidad: está diferido en el tiempo y en el
espacio (rasgo que aparece comentado desde temprano en la tradición de la forma
epistolar). La respuesta del destinatario está mediatizada por la distancia temporal y
espacial de su respuesta o, de su toma de palabra; la otra "parte" del diálogo transcurre en
otro sitio y otro momento, aun cuando la carta pueda ser entregada en el momento mismo
en que se ha terminado de escribir. Esta distanciación inevitable de su destinatario es uno
de los aspectos que constituyen la riqueza particular de la carta como discurso.
Al respecto, Claudio Guillén10 señala que el "topos principal ha sido durante siglos, y desde
luego durante el XVI, que la carta es un lado, o una mitad de diálogo o conversación entre
amigos ausentes o separados." Erasmo señalaba: "epistola absentium amicorum quasi
mutius sermo." Y Vives: "epistola est sermo absentium per litteras". A lo anterior, se añade
lo afirmado en el manual de Vaumorière del siglo XVII, que menciona a la epístola como "un
escrito enviado a una persona ausente para hacerle saber lo que le diríamos si estuviéramos
en condiciones de hablar con ella."11
"Artemón, que editó las cartas de Aristóteles, dice que las cartas y los diálogos deben
escribirse del mismo modo, ya que una carta es como un lado de un diálogo. Algo de razón
lleva pero no es todo. Una carta debería escribirse con bastante más cuidado que un
diálogo. Un diálogo imita una conversación improvisada, mientras que una carta es un
ejercicio de escritura y se envía a alguien como una suerte de regalo"12
Lo que afirma Demetrio, según Guillén, es más afortunado que plantear la simple homología
de la carta con una parte de diálogo. En relación con ello, Gerard Genette explica en su
análisis del relato, que: "el único momento de una narración en que la mimesis no sustituye
la experiencia narrada por el lenguaje, es decir, en que las palabras imitan o reproducen las
palabras, es el diálogo." En este sentido "una carta no reproduce una conversación (aunque
compense a veces su ausencia) parcial o completamente, excepto cuando la cita." 13.
4
que una conversación entre personas ausentes; Espresaos como si estuvieseis en una
conversación, y escribid lo que diriais en presencia del sugeto á quien se dirige vuestra
carta."14
"Pero he aquí que la carta aporta otra suerte de relación: un entenderse sin oírse, un
quererse sin tactos, un mirarse sin presencia, en los trasuntos de la persona que llamamos,
recuerdo, imagen, alma. Por eso me resisto a ese concepto de la carta que la tiene como
una conversación a distancia, como una lugartenencia del diálogo imposible." 15
Una de las razones que aporta Salinas para argumentar esta necesaria diferencia, es la
conciencia del "instrumento": la lengua,y la actitud reflexiva que el tiempo de la carta
permite, a diferencia del diálogo cara a cara.
"Ahora el hombre se halla solo con su lengua, abstracta, abstraída del parlante y del
interlocutor. Y empieza a cobrar conciencia de ella, de lo que encierra y vale, de sus
potencias, de la arduidad de su uso, de lo que con ella podría decir, y quizá no sepa decir.
Es, en suma, la actitud reflexiva frente al propio idioma, situación nueva."16
De hecho, la carta es una forma de diálogo, pero un diálogo, aunque parezca redundante o
evidente, escrito. Sostenido en la distancia temporal y espacial, que, por otro lado, implica a
la escritura, y que desde otro punto de vista pasa a ser un simulacro de diálogo que finge la
presencia de un interlocutor, que de hecho, está ausente. De allí también que se sostenga
que la carta obedece o debe de obedecer a una espontaneidad cercana a la de la
conversación o a la lengua hablada, a la que puede, en algún sentido compararse, siempre
considerando lo esencial de la distinción entre lo hablado y lo escrito.
Pero más allá de lo dicho, es conveniente identificar elementos que permitan abordar el
modo de funcionamiento de la forma carta, con relación a otros tipos de interacciones
conversacionales o dialógicas.
En primer lugar, como se ha mencionado antes, la carta es una forma comunicativa que se
realiza en ausencia del destinatario (un diálogo diferido), considerando entonces como
rasgo distintivo la presencia o ausencia de los elementos que refieren a la situación de
enunciación. Así se distingue entre situaciones comunicativas en que la identidad de los
interlocutores y los componentes espaciales, temporales y referenciales se hallan presentes
en la producción lingüística del texto (situación de enunciación), y otras situaciones en que
no están presentes, correspondiendo esta última a la situación de la carta, en la que la
distancia del destinatario genera estrategias textuales que inscriben un simulacro de la
situación de interacción dentro del texto.
Este rasgo interaccional permite la posibilidad de abordar la carta como texto aislado o bien
como parte de un texto complejo que incluya no sólo las cartas del emisor/receptor A, sino
también aquellas del receptor/emisor B. Esta última situación correspondería a asumir la
perspectiva comunicativa o interaccional considerando todos sus componentes, o el circuito
completo. Cuestión que plantea otro modo de acceso, pero que presenta algunas
complejidades de tipo práctico, como la dificultad de reunir el corpus exacto de la
interacción (además de tomar en cuenta la intervención que significa la publicación). Por
otra parte, en nada afecta a la carta como práctica significante considerarla como un texto
singular, "un elemento de la secuencia interaccional generada por el intercambio epistolar
5
entre dos sujetos que se comunican"17. Incluso, afirma Violi, es posible sostener que el
discurso que se constituye por la secuencia epistolar compleja, corresponde al contexto
comunicativo en el que se encuentra el texto singular.
Por nuestra parte, asumimos como punto de partida la perspectiva de Mijaíl Bajtín respecto
de los géneros de discurso y enunciados. Para Bajtín19, un discurso "puede existir en la
realidad tan sólo en forma de enunciados concretos pertenecientes a los hablantes o sujetos
discursivos". Los enunciados, como unidades reales de la comunicación discursiva, reflejan
las condiciones específicas y el objeto de cada una de las esferas de la praxis humana, y a
su vez, estas esferas elaboran sus "tipos relativamente estables de enunciados" 20, a los que
denomina géneros de discurso, los que se diferencian y crecen según se desarrolla la esfera
misma de la praxis.
Bajtín distingue entre géneros primarios y géneros secundarios (del discurso). Los géneros
secundarios (novelas, dramas, investigaciones científicas) se configuran en condiciones de
comunicación cultural más compleja, relativamente más desarrollada y organizada,
especialmente escrita: comunicación artística, sociopolítica, científica, etc., absorbiendo y
reelaborando diversos géneros primarios, los que se constituyen en la comunicación
discursiva inmediata, por ejemplo, una conversación cotidiana. Según esta perspectiva, los
géneros primarios poseen una relación más inmediata con la realidad a diferencia de los
secundarios, más mediados y lejanos de ella:
"Los géneros primarios que forman parte de los géneros complejos se transforman dentro
de estos últimos y adquieren un carácter especial: pierden su relación inmediata con la
realidad y con los enunciados reales de otros, por ejemplo, las réplicas de un diálogo
cotidiano o las cartas de una novela, conservando su forma y su importancia tan sólo como
parte del contenido de la novela, participan de la realidad tan sólo a través de la totalidad
6
de la novela, es decir, como acontecimiento artístico y no como suceso de la vida
cotidiana."21
A partir de lo que la autora considera más específico de la carta -la inscripción textual de la
situación de enunciación y por ende, del enunciador-, se da lugar a determinados efectos de
sentido. En forma general, la explicitación del acto de enunciación transmite la existencia de
referencias a la localización espacio-temporal y produce un efecto de realidad en el interior
del texto, hecho que requiere su correspondiente actualización por parte del lector que
reconstruya (interpretación) la estructura enunciativa del remitente, distinta de la del
destinatario. Desde esta perspectiva es que Violi considera que las cartas no conservan una
"inmediatez", sino que producen, mediante las estrategias textuales, el efecto de
inmediatez y el efecto de realidad.23 Por lo tanto, lo que las cartas manifiestan como género
primario es un diferente modo de elaboración respecto de los géneros discursivos
secundarios, y el grado de inmediatez se referirá a las estrategias discursivas específicas
capaces de provocarlo.
Estos elementos y los estilos y contenidos de las cartas han sido objetos de múltiples
manuales y preceptivas acerca de la "correcta" escritura de una carta, cambiando de
acuerdo a las sensibilidades epocales; manuales destinados a fijar reglas y normas
variables, según la importancia social que la carta poseía - y posee -, con el fin de lograr
establecer intercambios epistolares que gozaran de una cierta perfección, y la manifestación
de las buenas costumbres y educación de los interlocutores, entre otros aspectos.
Actualmente poseemos en reemplazo de las antiguas preceptivas, los manuales que
enseñan a escribir cartas comerciales, las que deben ceñirse a un estereotipo rígido y
reconocible que hará que cumplan con sus objetivos de la mejor forma posible.
7
Este formato básico de la carta, de hecho remite a una apariencia externa, a un soporte, y
es una de las razones por las que suele no ser considerada como género literario, pues
según las preceptivas, un género literario se caracteriza por una permanencia evolutiva de
contenidos. La carta, por el contrario, se construye en una gran e indefinida amplitud de
contenidos posibles25, incluyendo a veces a otros géneros completos, como relatos, poemas,
canciones, fragmentos de otras cartas, entre otros.
"Todos, por supuesto, coinciden en subrayar que lo indispensable de una carta es el saludo
o apertura de la comunicación y la despedida o cierre. Es más, estas dos marcas establecen
el código que nos permite determinar que se trata de una carta, el código que hace posible
leer el texto como una carta y no como un diario o una novela, por ejemplo. Y, sin
embargo, en el espacio abierto por estos dos momentos 'todos los géneros y todas las ideas
tienen cabida."26
Sintetiza Pagés-Rangel. Dicho de otro modo, como una relación de oposición, encontramos
que inversamente a esta fijación de fórmulas casi rituales de reconocimiento, la carta fija
significantes manifiestos y al mismo tiempo significados inasibles.
La inscripción textual del eje comunicativo, considerado como marco o frame de enunciación
posee como función específica:
"Constituir y establecer un claro contrato epistolar entre los interlocutores, un contrato que
establece la relación entre ellos y los legitima en tanto en cuanto que sujetos del
intercambio epistolar. Tal contrato, que tiene por objeto el reconocimiento de una relación y
la constitución de los sujetos definidos por esa relación, es un elemento común presente en
todo tipo de correspondencia epistolar: (...)"27
Este marco de enunciación, instalado como puente semántico entre los mundos del texto y
del contexto, se regula gracias al mecanismo de enunciación inscrito en el texto,incluyendo
los componentes de actorialización, espacialización y temporalización. Esta relación entre
los actantes textuales, destinador/destinatario, establecerá un contrato enunciativo a través
del cual el enunciador articula una serie de programas de hacer (cognitivo, persuasivo,
manipulador, etc.) para constituir a nivel semántico y modal al enunciatario y constituirse
también a sí mismo.
8
La carta privada encierra una gran complejidad cuando se trata de precisar eventuales
características que la definan como un género o una práctica discursiva diferenciable de
otras, si bien no es nuestro objetivo plantear una definición de la carta, uno de los rasgos
distinguibles y más peculiares, es el que dice relación con una consecuencia de su fuerte
dimensión comunicativa; la carta, más allá de configurar una interacción conversacional
entre un sujeto (emisor) y un sujeto destinatario (receptor) extratextuales, manifiesta como
rasgo composicional la inscripción textual de la situación de enunciación y de la situación de
recepción.
Uno de los problemas más interesantes de la carta, es el que refiere a la relación entre el
sujeto real (emisor) y el sujeto textual como figura de discurso, aspecto que la teoría y
crítica literaria ha discutido ampliamente. Lo que nos interesa señalar aquí, es que la carta
representa con especial claridad lo conflictivo de la separación tajante que deja fuera los
nexos entre el emisor y el "sujeto textual", Violi da cuenta de este punto al señalar que:
"Sin duda, en ningún texto mejor que en la carta se exhibe y se pone en práctica la
dialéctica entre la realidad concreta del acto de enunciación, su anclarse a la presencia de
un sujeto real, y su transformación en figura de discurso, en un efecto del discurso que se
da sólo en el lenguaje y que sólo dentro del lenguaje se hace representable. El sujeto real
es inasible, se coloca continuamente en otro lugar sólo alcanzable en el simulacro de la
escritura." 34
En el caso de la carta, el lazo entre el sujeto real y el sujeto textual, es una relación
dialéctica que no puede ser dejada fuera del estudio, a riesgo de convertir la carta en un
tipo textual distinto. No se trata de remitir a los datos biográficos "externos" como datos en
sí, y limitar la lectura a un mero acto de recabar información; la inscripción textual
específica de la situación de interacción, como rasgo de la forma epistolar, faculta para
poner en evidencia la necesaria incardinación35 del sujeto, y el reenvío a los factores que
resultan construidos por el discurso al mantener explícita la relación (no directa ni causal),
entre sujeto y emisor, o entre figura de discurso y referente, aunque, evidentemente, la
distinción teórica se mantenga.
9
suelen ser dejados al margen de los estudios que tienden a la inmanencia del texto. La
discusión acerca de la noción de sujeto de la enunciación y su esencialismo, realizada por
Patrizia Violi37 en conjunto con los aportes de Judith Butler y la noción de sujeto
incardinado, son aplicables especialmente a la carta privada.
Si las competencias inscritas en un texto han de coincidir con las de un destinatario modelo
(inscrito en el texto), en el caso de la carta se manifiesta una diferencia de grado que puede
llegar a ser notable; las competencias que la carta requiere remiten a la necesidad de un
anclaje o relación fuerte del destinatario textual con el destinatario extratextual, incluso,
sólo el destinatario extratextual podría poseer las claves de acceso a determinada
información, dependiente de la información extratextual que sólo él podría poseer.
Utilizando los conceptos de Umberto Eco, Violi sintetiza este aspecto:
"(...) podemos al menos decir que el concepto de Lector Modelo o Lector Ideal describe la
suma de competencias necesarias para lograr una adecuada comprensión del texto. Estas
competencias normalmente pueden deducirse desde el texto como desde la competencia
enciclopédica general disponible para todos los lectores (al menos, lectores que poseen
cierta cultura), pero lo que encontramos en la carta es que con frecuencia la enciclopedia
que necesitamos para entender el texto es idiolectal (Eco, 1976); es decir, información
disponible sólo para el destinatario real de la carta. En esta instancia, el Lector Modelo no es
una abstracción que refiere a una clase abierta de lectores reales sino que se reduce para
coincidir con un lector singular, el destinatario empírico."41
10
La relevancia del problema del sujeto o la inscripción de la subjetividad en la carta privada y
en otros géneros de los llamados menores, es un amplio tema que puede conducir a
diversos enfoques. Aquí nos interesa destacar la autorreferencialidad o autoobjetivación 44
como una tendencia importante en la configuración del sujeto en la carta privada. Este
asunto proporciona muchas veces, una de las más importantes claves de lectura de la
correspondencia epistolar. A partir de la inscripción o exhibición de la situación de
enunciación como un factor composicional, en la carta no se puede no decir "yo", se abre
espacio a la manifestación de una de las propiedades de la comunicación, la reflexividad o
autorreflexividad 45 que indica queel emisor del mensaje es al mismo tiempo su primer
receptor. En la carta se privilegia este rasgo, ella está constantemente dirigida, más allá o
complementariamente de su dirección a un destinatario, a presentar un sujeto que se
refiere a sí mismo, además de su exhibición o mostración dirigida al otro/destinatario,
situación que afecta y recorre este acto de mostrarse.
El sujeto en el discurso puede oscilar entre distintos modos en la relación consigo mismo o
autorreferencia, pero en el caso de la carta, se manifiesta una profusa y constante
recurrencia al modo del "comentario autorreflexivo"46 que consiste en adoptar un punto de
vista exterior a uno mismo. Se trata de un desdoblamiento yo-yo: el yo es observador y
observado, y también es juzgado, compadecido, o comentado por el propio yo. En este
sentido, al comentar, juzgar o comprender nuestras acciones, y proyectarlas previamente,
actuamos como agente, observador, proyectador y crítico. Este es uno de los rasgos más
importantes de la carta amorosa, entre otras.
Al existir un grado más elevado de este comentario autorreflexivo, como ocurre en algunas
cartas o fragmentos de carta en que se revela con intensidad una suerte de autoevaluación
o autodescripción exhaustiva, a veces con marcados elementos valorativos, este
desdoblamiento yo-yo47, que para Vygotski constituye una suerte de "lenguaje interior" y es
señalado por Lotman como autocomunicación o comunicación yo-yo (y referido en última
instancia a la comunicación poética), puede provocar que el destinatario sea en última
instancia el mismo emisor, quien conociendo el mensaje "y comunicándoselo a sí mismo,
intenta elevar su rango, introduciendo nuevos códigos, y esto lo vuelve nuevo en cierto
sentido.(...) Entre el mensaje originario y el código secundario surge una tensión que lleva a
interpretar los elementos semánticos del texto como si estuvieran incluidos en una
construcción sintáctica complementaria y recibieran de esta interconexión nuevos
significados relacionales."48
Así, las variaciones pueden dar lugar a una gama de grados de autorreflexividad del sujeto,
mediante diversas estrategias, destacando que la presencia de este rasgo suele ser una
tendencia recurrente en las cartas privadas.
En su teoría del discurso, Mijaíl Bajtín afirma que "toda palabra 49 está dirigida a una
respuesta y no se puede evitar la influencia de la palabra-respuesta anticipable", según la
naturaleza dialógica del pensamiento humano.Esta situación que se atribuye a cualquier tipo
de discurso se manifiesta de modo composicional en la carta, a raíz de la inclusión de la
especificación y caracterización del destinatario, y la exhibición de las situaciones de
enunciación y de recepción como parte de su modo específico de organización del discurso;
rasgo distintivo que promueve una relación ineludible, en el sentido de la explícita dirección
11
del discurso hacia su destinatario específico, que inscribe esta respuesta anticipable o
palabra ajena en su propia construcción.
Bajtín distingue tres tipos básicos de discurso50: I. Discurso orientado directamente hacia su
objeto en tanto que expresión de la última instancia interpretativa del hablante, que
describe como un "(...) discurso directo e inmediato, orientado temáticamente (palabra que
nombra, comunica, expresa, representa), que cuenta con una comprensión inmediata e
igualmente orientada hacia una comprensión temática"; II. Discurso objetivado (discurso de
un personaje representado); y, III. Discurso orientado hacia el discurso ajeno (palabra
bivocal). Como el propio autor afirma, la forma epistolar favorece la inscripción del subtipo
de discurso que llama palabra ajena reflejada, que corresponde a la tercera variante51 del
discurso orientado al discurso ajeno:
"La epístola se caracteriza por una aguda sensación del interlocutor, del destinatario, ésta,
igual que la réplica de un diálogo, va dirigida a un hombre determinado, calcula sus posibles
reacciones, cuenta con su posible respuesta, etc. Esta orientación al interlocutor ausente
(...) puede ser más o menos extensiva."52
La palabra o discurso ajeno reflejado se caracteriza porque en él, el discurso ajeno actúa
desde el exterior, y de acuerdo a ello son posibles diversas formas de relación con este
discurso ajeno y su influencia deformadora se manifiesta en diversos grados. Como señala
el autor, "las interrelaciones con la palabra ajena en un contexto concreto y viviente no
tienen un carácter inamovible sino dinámico: la correlación de voces en el discurso puede
cambiar bruscamente (...)"53. Lo importante son los modos de reaccionar a la palabra ajena
y los grados en que se la "toma en cuenta".
Por otro lado, el dialogismo bajtiniano presente en las cartas se entiende como una suerte
de negociación entre los discursos, negociación con el discurso del otro que puede ser
asumida con diversos matices, más o menos evidentes, ya sea con el discurso del otro-
destinatario, en la autoobjetivación del sujeto mismo (otro de sí), y, además, con la
variedad de los discursos sociales y culturales; univocal cuando la negociación cede y la
palabra del sujeto asume la palabra del otro, o bivocal, cuando se revela la presencia
actuante de los dos (o más) discursos, hasta llegar al extremo de bifurcar los discursos, casi
en una cesación del dialogismo.
12
muchas veces de informaciones diversas, y, al mismo tiempo, la capacidad de la carta de
significar su propia comunicatividad, esto es, significarse a sí misma. Distinción entre el
contenido proposicional y la fuerza ilocucionaria de la carta. Patrizia Violi llega a afirmar que
la carta "no puede comunicar más contenido que su propia comunicatividad." 55 Esta
capacidad estaría presente en toda carta, bajo diversas gradaciones, desde las cartas de
pésame o felicitación, de contenido extremadamente limitado, hasta aquellas que
constituyen verdaderos relatos.
La cantidad de información no parece ser, por otra parte, el rasgo definitorio, Violi,
argumenta que la "informatividad, obviamente, no es una categoría cuantitativa: no es
difícil imaginar un texto largo y complejo que se vuelve totalmente autorreferencial." 56 Si el
grado de información no obedece sólo a la extensión, sino al tipo de información y a la
calidad y cantidad de la información; a mayor información, no tendría porqué descender la
autorreferencialidad de la carta, de modo que la pura información no sería un criterio
estable para distinguir entre grados de autorreferencialidad. La carta, en este sentido, lo
que hace es atestiguar su acto de existencia.
13
En este punto nos interesa revisar el desplazamiento de la carta privada por los bordes de lo
canónico a partir de algunos rasgos que la hacen un texto difícil de clasificar y asimilar, y,
que a la vez nos sirven como importantes puntos de partida para estudiar la carta y otras
prácticas significantes menores.
Dice Pedro Salinas, en su conocido ensayo sobre la forma epistolar, subrayando uno de los
bordes por los que transita la carta; la discusión acerca de su carácter privado, tema
frecuentemente mencionado en los escritos sobre la carta, y cuestión que posiblemente se
torna más relevante que en cualquier otra práctica significante escrita, con excepción del
diario íntimo.
A partir de la voluntad del autor, Salinas considera que: "Lo que las diferencia radicalmente
(a la epístola, 'arte epistolar', género literario, artificio retórico, y a la carta privada) es la
intención del autor: intento en ésta de ser para uno, o para unos escogidos pocos, si así lo
quiere el que la recibe. En aquélla, intento de hacerse pública, de alcanzar a todos, sin
distingos."58 No obstante, advierte la ambigüedad de esta idea: "De ahí arrancan las
dificultades de los tratadistas para distinguir entre carta privada y pública. Y hasta esa base
de distinción que señalamos como la más sólida, la intención del autor, no es terreno
bastante firme, ya que en el curso de la escritura no es cosa imposible el mudar, sin darse
cabal cuenta, de intención profunda, sustituyendo al humilde corresponsal, amiga,
hermano, a quien se empezó a escribir, por la gran destinataria de todas las obras de la
literatura, la fama perdurable."59
Agustina Torres Lara60 afirma que el género epistolar presenta un doble aspecto: "La
mayoría de las veces se trata de cartas personales redactadas sin intención de publicación,
pero en ocasiones pueden convertirse en auténticas obras maestras por voluntad de su
autor" y distingue tres tipos de cartas: la privada: dirigida a un destinatario particular; la
pública: destinada a alcanzar a todos sin distingo; y, la privada hecha pública: la publicación
de la correspondencia íntima impresa y lanzada al mercado".
En este sentido, si observamos el tipo de carta pública que corresponde a la "carta abierta",
normalmente enviada a los periódicos, revistas, etc., nos encontramos ante un tipo de
comunicación destinada a varios y múltiples lectores, comunicación que ha tomado la forma
de la carta como estrategia para hacer que un contenido, una polémica, una denuncia, una
opinión, sea pública; pero guardándose un excedente que funciona como precaución ante lo
institucional u oficial, haciendo uso de un espacio que escapa a la autoridad discursiva que
14
afecta a otros tipos de textos (noticia, ensayo, artículo y otros). La carta estaría ofreciendo
mayor libertad y menos riesgo.
El problema de lo privado y lo público, reviste consideraciones que van más allá de la carta,
por lo tanto, es necesario establecer algunas precisiones respecto de este binomio; en
nuestro caso, entendemos esta relación como posiciones, y no como oposiciones, es decir,
como tránsitos demarcados inestablemente y sujetos a variaciones históricas y no
esenciales.
Carlos Castilla del Pino62, efectúa en esta línea, una caracterización de las actuaciones
públicas, privadas e íntimas, indicando que lo que existe son espacios, o "escenarios" que
usamos en la representación que constituye nuestras acciones; de este modo, no se trata
de actuaciones de uno u otro tipo en sí mismas, sino que dependen del espacio en que se
inscriban, es decir, posiciones. Desde este punto de vista estos espacios son diferenciables,
y distingue entre: actuaciones públicas, que son necesariamente observables (visibles,
audibles, etc.); actuaciones privadas: que podrían serlo, por falta de cautela por parte del
actor o voyerismo del observador; e íntimas, que no pueden observarse y sólo se las puede
inferir mediante lo que el sujeto dice o hace, incluso con su inhibición o su silencio (que son
formas de actuación).
De allí que nombrar a estos géneros como géneros de la intimidad constituya una suerte
deequívoco, si consideramos lo que afirma Castilla del Pino:
"Las actuaciones públicas y las privadas tienen una proyección externa que las hace
observables, y ambas, por tal motivo, son perfectamente diferenciables de las actuaciones
íntimas: fantasear, imaginar, proyectar, suponer, idear, en suma, pensar y asimismo sentir
(gustar de, admirar a, envidiar, amar, odiar, etc.), son actuaciones del sujeto meramente
internas, no poseen ese segmento externo que caracteriza las públicas y privadas y, por
tanto, no pueden ser sabidas por nadie fuera del sujeto."63
15
materialmente transferible y por el alcance jurídico que le es propio, la carta se sitúa en el
límite, a veces mal definido, de dos esferas diferentes, la privada y la social, exigiendo, por
tanto, el secreto o por lo menos la discreción de los partenaires."
Un segundo aspecto con relación a la carta y lo privado, tiene que ver justamente con su
desplazamiento a un circuito diferente: la publicación de las cartas. Alain Pagés hace notar
al respecto:
"Como el 'diario', la carta posee el estatuto ambiguo de un texto que transita entre el uso
privado y el uso público, y su publicación no es jamás cierta ni definitiva. Hay una estrategia
del secreto que la carta y el diario manifiestan por sus características convergentes:
vehículo del secreto, la carta representa la aparición y el retrato, también el juego del
disimulo por la precariedad de su existencia textual. La mano que censura, en el siglo XIX,
sabe que la supresión que ella opera se inscribe en la forma de un texto ya marcado para lo
inacabado y la discontinuidad."66
"El editor se constituye en guía de los lectores y facilitador de la lectura del epistolario: llena
vacíos (identifica nombres, lugares, obras), corrige errores ortográficos, añade datos
históricos, elimina secciones, aclara palabras. La labor editorial se concibe como la fuerza
unificadora de unos 'pliegos sueltos'. Su deseo es, en última instancia, el deseo de
entramar, de domesticar esa 'obstinada fragmentariedad' que caracteriza al género. Su
función es la de arrestar su herejía temporal y espacial, exorcizar su inestabilidad,
garantizar un significado estable para proveerlos de su capacidad documental." 67
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en forma espacial y gráfica, es decir, un objeto que se desplaza desde un sitio y un
momento y un sujeto, hasta otro sitio, momento y sujeto, instaurando un "gesto" que va
más allá de la letra. La publicación transforma la grafía, el manuscrito es depurado de sus
tachaduras, incluso borrando las marcas epocales al corregir la ortografía en desuso; el
objeto-volumen es lanzado a la serialidad de un producto editorial y no privado.
La publicación introduce, a nuestro parecer, una doble y ambigua función autor; en primer
lugar la inscripción del escribiente de las cartas ahora como figura o "función autor" (incluso
si es el mismo escritor de las cartas quien las publica), y, en segundo lugar, la del sujeto
autorizado que compila, organiza, prologa o incluso censura las cartas, o las inserta en una
nueva mezcla heterogénea, otra discursividad, compuesta por las cartas y sus
interpretaciones, notas, aclaraciones, datos; función autor que llamaremos función-editor.
Podemos agregar, además, que debido a la facilidad, como afirma Pedro Salinas 71, conque
la carta transita inestablemente el límite de lo privado y la intención literaria, y a la
mencionada intervención de la publicación, la carta también se instala en las fronteras de la
no-autoría y la función autor, entendida como función social de un discurso sancionado por
un canon.
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