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Jean-Marc Alby: “Le trans-sexualisme”

En “De una cuestión preliminar” (E. p. 550) [543-544] Lacan afirma que las relaciones
simbólicas son determinantes para la restauración de la estructura imaginaria de Schreber.
Ésta presenta dos aspectos que no pasaron inadvertidos por Freud, uno de ellos es el
transexualismo.
Lacan refuerza este aspecto citando, en una nota al pie, la tesis de Jean-Marc Alby sobre la
práctica transexualista: “Contribution á I’étude du transexualisme”, publicada en 1956, bajo
la tutoría del profesor J. Delay. En nuestro libro relevamos los aportes de este autor
tomando fragmentos de la tesis mencionada y de otro de sus artículos, “Le trans-
sexualime” .
Ambos artículos son difíciles de encontrar. Por esa razón, en esta nueva sección, publicamos
a continuación la traducción de le trans-sexualisme.
El trans-sexualismo J. M. Alby (1)

El trans-sexualismo puede ser definido como el sentimiento experimentado por un sujeto de


un sexo determinado de pertenecer al sexo opuesto y el deseo intenso, a menudo obsesivo,
de cambiar su conformación sexual para vivir bajo una apariencia conforme a la imagen que
él se hizo de sí mismo (2). Si el conocimiento de estos casos es antiguo, el interés se
restableció nuevamente a partir de la obra publicada por un autor danés, Hamburger, de la
observación de un sujeto masculino, normalmente constituido, al cual él había aceptado
practicarle una emasculación completa por dos intervenciones plásticas y un tratamiento
endocrinológico feminizante que le iban a dar a ese sujeto el aspecto femenino que
reclamaba. Desde entonces, refiriéndose a esta observación, las demandas de “cambio de
sexo” se han multiplicado planteando desde el punto de vista médico un cierto número de
problemas teóricos y prácticos que vamos a exponer brevemente a partir de casos que
hemos podido observar (tres casos masculinos y uno femenino) en el servicio de nuestro
maestro el profesor Michaux.
Si se encuentran ya en la antigüedad ejemplos de este comportamiento o aún en la historia,
la literatura o la etnología, es difícil de discernir, en la relación que se haga,lo que pertenece
al simple travestismo, a una cierta forma de homosexualidad o al deseo experimentado de
pertenecer al sexo opuesto. La individualización clínica del trans-sexualismo es reciente. Las
primeras observaciones médicas se remontan a Esquirol que clasificó a estos sujetos en el
marco de las monomanías. Ulbrichs, Wesphal y Krafftebing ordenaron estos casos en la
homosexualidad, mientras que Hirschfeld describe un tipo intermedio de comportamiento
sexual distinto de la homosexualidad, el travestismo. Nosotros encontramos ejemplos de
trans-sexualismo en las observaciones que él representa: fue el primero en preconizar la
intervención en el sentido deseado por esos sujetos. Havelock Ellis tiene en cuenta una
variedad de travestismo, el eonismo, en el que se da una identificación subjetiva con un ser
del sexo opuesto.
Binder, Burger-Prinz lo vinculan al aspecto fenomenológico del travestismo, tal como
Masson o Cawadias que no distinguen claramente el trans-sexualismo.
Es en efecto Benjamin y Gutheil en 1953 que, retomando la noción de “psychopathia trans-
sexualis” de Calwell, aíslan a continuación de la publicación de Hamburger el trans-
sexualismo que los autores como Worden, Klotz y colaboradores, Dorey, Vague entre otros,
publicaron ulteriormente observaciones, interrogándose como nosotros mismos sobre las
bases biológicas y psicopatológicas de esta entidad y sobre la actitud terapéutica a
considerar. Tendremos a la vista sobre todo los casos masculinos y nos contentaremos con
hacer referencia por oposición a los casos femeninos,por otra parte,menos numerosos.
En el cuadro clínico, la similitud bastante remarcable de la psicología de esos sujetos afecta
en primer lugar y ante todo la idea prevalente, por la cual se definen ellos mismos: “Yo
tengo un alma de mujer en un cuerpo de hombre por un error incomprensible de la
naturaleza”.
Esta convicción de ser mujer repudia toda evidencia contraria, que venga de otro o de ellos
mismos, con más vehemencia aún si son confrontados con sus propias percepciones
corporales, particularmente en el campo sexual. Esta imagen de sí mismos es la única
correcta; es la sociedad que se ata de modo “perverso” a esta impresión falsa de que ellos
son hombres. Esta convicción es reencontrada en todos los enfermos en un momento
cualquiera de su historia; su grado es variable desde el simple sentimiento de feminidad
interior hasta la creencia en una transformación corporal: algunos de nuestros enfermos
creían tener ovarios, otros sentían malestares periódicos asimilables a las reglas; uno de
ellos consideraba las eyaculaciones espermáticas como una leucorrea.
Esta convicción aparece temprano; generalmente es precedida desde la primera infancia por
el deseo de ser una niña, y el pesar de ser un niño. Esta convicción se manifiesta tanto en
las fantasías (fantasme) como en el comportamiento. Algunos habían luchado contra el
sentimiento que los invadía poco a poco, adoptando para hacerlo, provisionalmente por lo
menos, una actitud de sobrecompensación: profesión reputada como viril o tentativa de
vida heterosexual. Poco a poco, la convicción del ” error de la naturaleza ” toma
consistencia. Una vez instalado este sentimiento de ser mujer comienza un combate
constante para negar el reconocimiento de su apariencia masculina por otro: tres de
nuestros enfermos habían pedido ser hospitalizados en un servicio de mujeres. Otros
recurren al disfraz (travestirse) o valorizan signos de feminización que a veces tratamientos
hormonales autentifican a sus ojos. Esta inclinación femenina, vivida en el principio como
vergonzosa e inconfesable, puede entrañar un conflicto psicológico severo. Pero en un
momento dado las barreras se desmoronan: habitualmente en ocasión del conocimiento de
casos análogos a los suyos y de la posibilidad de transformación se exterioriza una
convicción que antes no se atrevían a tener en cuenta. Ellos sienten esta “revelación” como
una liberación y un alivio de sus angustias. Objetivamente, esta “vuelta” de su existencia
marca de hecho el principio de una descompensación: desde entonces, estos sujetos se
entregan a una búsqueda de documentos concernientes a su caso, consultan médicos,
endocrinólogos, cirujanos, psiquiatras, constituyendo verdaderos expedientes donde se
encuentra autoobservación, recortes de diarios, fotos de ellos mismos travestidos
(disfrazados).Tan pronto como se aborda con ellos el tema principal de sus preocupaciones,
su comportamiento habitual se modifica: de tímidos y reservados se vuelven charlatanes
(prolixes), a veces vehementes, siempre en alerta ante un signo que pueda ir en el sentido
de su convicción; esto, sin perjuicio de racionalizaciones patológicas en las que se utilizan
los datos de la biología o de la psicología sexual. El relato de su historia pone en evidencia
una verdadera distorsión de sus recuerdos: evocan con predilección todo lo que puede
justificar su creencia y “escotomizan ” lo que va en contra.
El rechazo del rol y de los caracteres masculinos es una referencia constante. Ellos ven en
sus atributos sexuales la fuente de sus dificultades: ” todo estaría mucho mejor si “esto” me
fuera quitado; yo me sentiría por fin adecuado”. Lo mismo para los caracteres sexuales
secundarios, la vestimenta, la actividad profesional. Las manifestaciones de la sexualidad
masculina son temidas en la medida en que los sujetos no pueden negarlas o asimilarlas a
una representación de la sexualidad femenina. Las erecciones provocan, en algunos,
ciertamente una especie de pánico por la desmentida infligida a su imagen femenina, ya
que existen son un argumento suplementario para reclamar una emasculación, incluso la
razón invocada para justificar una tentativa de automutilación. De acuerdo con la evolución
esas erecciones disminuyen y desaparecen. La masturbación es utilizada por algunos para
“deshacerse” de sus erecciones o aún para “destruir” –algunos así lo esperan– sus órganos
genitales. Esto toma a veces un aspecto compulsivo; habitualmente es poco frecuente y
tiende a desaparecer. Raramente ello representa la satisfacción sexual buscada en el curso
de la contemplación de su imagen travestida en el espejo. De hecho cesa, muy a menudo,
cuando prevalece el deseo de transformación. Las pérdidas seminales nocturnas no tienen el
mismo carácter espantoso porque son más fácilmente asimilables a secreciones femeninas.
Algunos tuvieron una vida heterosexual, sea porque hubieran tenido un cierto grado de
atracción hacia una mujer, sea porque hubieran querido superar el sentimiento de falta
provocado por sus tendencias femeninas, o porque se hayan puesto bajo la protección de
una mujer con tendencias masculinas. La forma habitual de las relaciones sexuales es
entonces una posición femenina pasiva. En sus fantasías (fantasme) estos sujetos invierten
el sexo de su partenaire, se imaginan ser penetrados como una mujer y sentir las
sensaciones orgásmicas de éstas. De hecho, esta vida heterosexual termina bastante
rápidamente en un fracaso por disminución progresiva de la libido, impotencia, repulsión
por el contacto sexual con una mujer. Tarde o temprano estos sujetos llegan a un estado de
neutralidad mientras que reaparece el travestismo y sobre todo que se impone el deseo de
transformación.
La búsqueda de los caracteres y del rol femenino puede expresarse por el travestismo que
representa en un cierto número de esos sujetos una actividad privilegiada, a menudo
reviste una fachada “toxicomaníaca”. En la anamnesis, encontramos un travestismo precoz
en la infancia con la vestimenta de la madre o de una hermana. Un cierto número de ellos
habían sido vestidos de niñas en sus primeros años y usar vestimenta de niño y el primer
corte de pelo han sido vividos como una “catástrofe”. Este travestismo puede ser
clandestino y estar acompañado o no de satisfacciones sexuales auto-eróticas; se beneficia
a veces de la complicidad de ciertos miembros de la familia, principalmente de la madre.
Muy raramente, ese travestimento es público. Puede tomar una fachada compulsiva y
provocar un estado de bienestar, de descanso después de una fase de lucha ansiosa. Pero
en nuestros sujetos ya no hace falta, otros se lo prohíben, lo consideran como ridículo o
inmoral en tanto que no hubieran sido “transformados”: “Yo sería risible y equívoco” decía
uno de ellos.
Si, en la vestimenta femenina, algunos se interesan sobre todo por los deshabillés o batas,
por la ropa interior, la mayoría se ven en vestidos muy elegantes con numerosos
accesorios: alhajas, aros, etc.… Ese travestimento es acompañado de la búsqueda de una
apariencia femenina corporal: maquillaje, camuflaje de la pilosidad, rasurarse la pelvis de
una forma femenina, moños en el cabello, etc.…
Los accesorios postizos apenas les convienen, ellos prefieren recurrir a un tratamiento
hormonal esperando algo mejor: en breve, ellos intentan dar a su aspecto físico la
apariencia más próxima a la feminidad, pero en lo que tiene de más superficial. Además
procuran orientar su actividad en el sentido de su deseo, volveremos a ello. Sin embargo, la
representación que ellos se hacen del rol de la mujer tiene un aspecto muy narcisista, como
dice Gutheil, esos sujetos quieren verse y ser vistos por los otros como una mujer,
añadiremos como una hermosa mujer
¿Podemos decir que la homosexualidad sea constante en los trans-sexualistas? Algunos de
ellos que se acercan, por otra parte, más a travestis puros, si su deseo no es de castración,
parece latente y se manifiesta sólo en algunas fantasías,en su actitud pasiva. En su
comportamiento y sus deseos conscientes nada lo indica. Estos sujetos desean sin embargo
una emasculación porque les molestan sus órganos genitales, pretenden exclusivamente
poder vestirse y vivir “en mujer”, de modo lícito; querrían ser monja, niña, o simplemente
una mujer sin actividad sexual. La inmensa mayoría tuvieron: sea una actividad homosexual
más o menos episódica; masturbaciones recíprocas; sodomización pasiva, no es el caso más
frecuente; sea una atracción sentimental por hombres; se niegan entonces a aceptar una
realización homosexual mientras no se transformen en mujeres. Recusan con indignación la
etiqueta de homosexual: “Es natural que me sienta atraído por los hombres ya que me
siento mujer, a mis ojos una inclinación por una mujer sería una perversión”.
Sienten asco o piedad por los homosexuales practicantes: son perversos o viciosos y no
tienen nada en común con su propio caso.
Sin embargo, varias características merecen aun ser individualizadas. El narcisismo nos
parece representar un elemento fundamental de su estructura psicológica. El manierismo de
algunos, la importancia otorgada por todos a la preocupación concerniente a sus cuerpos, la
valoración excesiva de sus órganos genitales son manifestaciones tanto como la
complacencia frente a su imagen travestida en el espejo y la representación que se hacen y
que dan de la mujer que querrían ser. En las relaciones interpersonales se limitan a una
perspectiva unilateral: la admiración exterior de ellos mismos por los demás. Lo que traduce
una fuerte tendencia exhibicionista. Otros rasgos psicopáticos: notamos una tendencia
compulsiva que encuentra su expresión más dramática en tentativas de suicidio o de
automutilación.
El aspecto depresivo es habitual con un fondo de ansiedad permanente y un repugnancia
por la vida; este aspecto es a menudo enmascarado por su actitud enérgica de
reivindicación, referida por los sujetos a la imposibilidad en la cual se encuentran para
satisfacer sus inclinaciones profundas.
Además, disturbios de naturaleza hipocondríaca o cenestopatía (alucinación de la
sensibilidad) son a menudo localizadas en la esfera genital. Todos estos sujetos se
consideran en grados diversos como víctimas de la sociedad en la cual se sienten
desgraciados, incomprendidos y maltratados. Las dificultades que encontraron para
satisfacer sus deseos son atribuidas a la estupidez de los prejuicios respecto de ellos. De
buena gana subrayan el perjuicio que resulta para ellos de la larga observación, las
dilaciones, en fin de la negativa de acceder a su demanda. Reencontramos allí una actitud
constante a saber el rechazo de aceptar su situación y de encontrar una adaptación en su
vida profesional como en su vida social y afectiva. De hecho si se retoma la historia de estos
sujetos, se percibe que si su adaptación era insatisfactoria durante su infancia y en su
adolescencia sobre todo, algunos habían conseguido encontrar un modus vivendi que se
rompió por la revelación de casos análogos al suyo que han sufrido una transformación. Hay
que reconocer sin embargo que se trata de un proceso que tiende a evolucionar hacia una
descompensación espontánea.
Las preocupaciones estéticas, éticas y altruistas completan el perfil psicológico de estos
sujetos, y representan lo que Worden ha llamado la búsqueda de un ideal de perfección. En
el plano de la estética ya hemos señalado la valoración de la belleza en el ideal femenino al
que apelan. Estos sujetos manifiestan su interés por diferentes modos de expresión ya se
trate de teatro, de danza, incluso de exhibiciones en espectáculos de music-hall o de
cabaret.
Otros tienen gusto por la pintura o las producciones literarias, uno de nuestros sujetos
componía música.
El canto, los oficios del arte, la alta costura los atraen particularmente. Este hecho no les es
propio, y ya se ha señalado en los homosexuales y los travestis. En lo que concierne a sus
preocupaciones morales su actitud con respecto a la sexualidad es frecuentemente rígida.
La representación de la mujer que ellos quieren ser está idealizada, tal como ese enfermo
de Aubert que consagraba un culto a la virgen María. Señalamos su pudor excesivo. Existe
por otra parte una paradoja en la confrontación de este aspecto de su personalidad con la
polarización de sus preocupaciones en el campo del sexo. Esta paradoja sólo es aparente si
se refiere a la rigidez moral que acompaña ciertas perversiones sexuales. En esta misma
perspectiva se sitúan sus preocupaciones altruistas: deseo de cooperación en la búsqueda,
ofrecimiento de su vida a la ciencia, aceptación de toda experimentación a cambio de su
transformación sexual. Uno de nuestros enfermos ofrecía sus testículos a un hombre que
fue privado de ellos accidentalmente. Ellos quieren servir a la humanidad; ser la ocasión de
devolver la esperanza a aquellos que se encuentran en una situación similar. Este último
rasgo de su carácter traduce una necesidad jamás satisfecha de atención, de aprobación, y
de aceptación por otros conjuntamente con el sentimiento profundo de ser rechazados.
Ya hemos visto dibujarse en función de su evolución diversas variedades clínicas que hacen
justamente discutir sobre su pertenencia nosológica y ante todo su lugar en relación al
travestismo. En el travestismo se puede decir que el sujeto busca ser aceptado bajo la
forma del sexo opuesto del que quiere jugar el rol, pero conserva el sentimiento de
pertenencia a su sexo. Por el contrario para el trans-sexualista es necesario satisfacer un
deseo avasallador de cambiar todo el estado sexual al mismo tiempo que se instala en él el
sentimiento de ser una mujer en un cuerpo de hombre; no se trata de un juego, él se siente
y se quiere mujer. Más aún, el travesti habitualmente se horroriza con la idea de una
emasculación mientras que nuestros sujetos viven con la esperanza de ella. El travesti
encuentra una satisfacción sexual auto-erótica homo o heterosexual, el trans-sexual ha
perdido esta posibilidad, no siente deseos sexuales, o se prohíbe sentirlos “en tanto que no
es mujer”. Convengamos con Benjamin y Gutheil que lo que los distingue es el hecho de
que los órganos sexuales son fuente de placer para el travesti y de rechazo para el trans-
sexual. De hecho no hay separación zanjada y más que una diferencia de naturaleza habría
que ver allí una diferencia de modo evolutivo que implica una remodelación estructural de la
personalidad.
Si la homosexualidad es un componente esencial del trans-sexualismo, no podemos
clínicamente reducirlo a esa perversión. En algunos sujetos en efecto las tendencias
homosexuales no salen a la luz: ellos no desean más que, aún después de la
transformación, un estado de neutralidad sexual. Podemos decir que los trans-sexualistas
son homosexuales, en la medida que se lo permite su narcisismo.
Ni la homosexualidad, ni el travestismo caracterizan a estos sujetos, hemos de discutir su
pertenencia al marco neurótico, perverso o psicótico. Tenemos que recordar aquí que
ciertos autores han considerado el trans-sexualismo como ligado a un estado inter-sexual
biológico en sujetos cuyo psiquismo no estaría perturbado si no fuera por las consecuencias
de la inadecuación social resultante de su anomalía. Digamos solamente que existe en estos
sujetos, según nuestra opinión, una alteración fundamental de las relaciones con el mundo;
como lo testimonia la negación patológica de la realidad. Su personalidad presenta aspectos
neuróticos:la inhibición,la pasividad,los síntomas histéricos, la ansiedad, ciertas tendencias
compulsivas. Igualmente, se encuentran en un cierto número de ellos elementos propios del
desequilibrio mental ya se trate de la emotividad, de la inestabilidad, de tendencias
ciclotímicas. Sin embargo, no es posible relacionar con eso la esencia de sus trastornos.
¿Debemos hablar de perversión sexual? ¿Podemos plantear una perversión instintiva en el
sentido de Dupré? Se trataría entonces de la torsión original de una pulsión. Haría falta que
se estuviera seguro de la realidad de este proceso; por otra parte ningún lazo pudo ser
establecido con la perversidad.
Sin embargo, si damos a la perversión el sentido de una satisfacción sexual según un modo
regresivo o arcaico con el asentimiento del yo (moi) del sujeto, se puede admitir el
transexualismo como una perversión. Pero allí aún ese aspecto perverso no resume la
semiología del trans-sexualismo: en efecto la mayor parte del tiempo estos sujetos no
experimentan más satisfacciones sexuales y la perversión no explica el sentimiento de
pertenencia al sexo opuesto.
Se está pues en derecho, recordando los caracteres de la idea prevalente, su
sistematización, las racionalizaciones que lo acompañan, la reivindicación activa que emana
de eso, de preguntarse si estos sujetos no confinan más bien a la psicosis. Las ideas de
transformación corporal, la molestia y el rechazo experimentados en un lugar de su cuerpo
los emparentan con los hipocondríacos y la reivindicación con los paranoicos. La evolución
de ciertos casos operados tiende a confirmar esta hipótesis. Se trata de todos modos de un
disturbio profundo de la imagen de sí. El aspecto perverso, neurótico o psicótico, puede ser
prevalente según los sujetos y el momento considerado de su historia.
Dos modos de explicación patogénica opuestos han sido sostenidos: una teoría biológica
acude a la noción de intersexualidad; otros autores insisten por el contrario sobre la
importancia del condicionamiento. El problema es análogo al que se plantea para la
homosexualidad.

La hipótesis de la intersexualidad biológica evocada entre otros por Benjamin, Hamburguer


y Klotz se refiere a dos concepciones, genética y endocrina. La hipótesis genética se
remonta a los trabajos experimentales de Goldschmidt sobre la genética de la
homosexualidad; retomada en los trabajos de Lang y de Kallmann. Para este último ya la
homosexualidad resulta de dos series de factores: biológico, que rige la maduración sexual
y psicológica que concurre al ajuste de la personalidad. No parece que argumentos
definitivos, concerniendo al rol de la intersexualidad genética, hayan sido aportados. Es
más, los trabajos más recientes sobre la determinación del sexo genético por métodos
citológicos confirmaron que todos los casos de transexualismo tenían un sexo genético
conforme a su estado somático. Un mecanismo endocrino ya había sido contemplado por
Lang en la homosexualidad en particular entre los gemelos: masculinización del gemelo
femenino por las secreciones del gemelo masculino. A pesar de los numerosos trabajos que
tienden a probar la determinación hormonal de la orientación sexual, parece que tenemos
derecho a pensar con Broster y Allen que la acción hormonal se apoya sobre la
morfogénesis y que si permite reforzar modelos de conducta psico-sexual, no puede
promoverlos. Tales también fueron las conclusiones del simposio de la CIBA Foundation
admitiendo que el condicionamiento psico-social desempeña el papel más importante. Más
matizada es la concepción de un autor como Vague que sostiene que la influencia del grado
de diferenciación sexual es determinante en la génesis del comportamiento homosexual. De
hecho, los argumentos que este autor extrae de su estudio morfológico no parecen
convincentes ya que concluye que en Francia, particularmente, más de un millón de sujetos
tienen una diferenciación somática en desacuerdo con sus gónadas y sus vías genitales. No
pensamos que hubiera tantos sujetos que sufren reales dificultades de orientación sexual.
Efectivamente, un cierto número de nuestros sujetos presentaron una enclenquez, un
retraso en su talla, a veces malformaciones más o menos discretas del aparato genital,
hipospadias, pene pequeño, ectopia testicular, incluso retraso puberal. Estos trastornos se
asocian con una hiperemotividad y trastornos vasomotores. Pero esas anomalías pueden ser
consideradas no tanto como el testimonio de un hipotético estado intersexual
somatopsíquico sino como la causa por lo menos coadyuvante de una anomalía de la
conducta psico-sexual por intermediación de una alteración de la imagen del cuerpo. Ésta
favorece el recurso a la pasividad y suscita una actitud determinante del entorno. También,
sin negar el papel posible de un factor constitucional no específico, hemos sido llevados a
dar al condicionamiento de estos sujetos un papel importante.
En verdad los elementos etiológicos encontrados son bastante diversos y en conjunto
bastante banales. Pero es una constante que los sujetos que hemos examinado tuvieron
una infancia afectivamente perturbada. En nuestras observaciones la imagen paternal se
reveló incapaz de servir de modelo de identificación; aquí el padre está caído o es
desconocido, pudo ser etílico, violento y tiránico, en otros casos es un ser lejano a menudo
ausente, desentendido de sus hijos.
Las relaciones con la madre son siempre perturbadoras: por ejemplo la madre o su sustituto
desea tener una hija en lugar de un varón y lo trata a él como tal; Podemos agregar a eso
la actitud sobreprotectora de algunas. En otros casos, las relaciones afectivas entre la
madre y el niño son anormalmente estrechas y erotizadas, como aquella madre que dormía
en la misma cama que su hijo de 14 años. Algunos de nuestros sujetos vivieron su primera
y su segunda infancia en un entorno esencialmente femenino
Nos hemos impresionado sobre todo por el número de casos en los cuales uno de los
padres, sobre todo la madre, murieron precozmente. Cotejaremos el caso de los sujetos
criados por nodrizas y el rol jugado en ciertos casos por la muerte de un hermano o de una
hermana. Subrayamos la importancia de esos factores condicionantes, remarcando la
ausencia de especificidad y la imposibilidad de explicar la evolución hacia el trans-
sexualismo más que hacia la homosexualidad pasiva simple o cualquier otra forma de
disturbios psicopáticos. Sin embargo, sus dificultades afectivas precoces son fuente de
anomalías de identificación y suponen un disturbio global de la personalidad.
El trans-sexualismo no es privativo del hombre, se encuentra también en la mujer:
herederas de las Amazonas, algunas pertenecen más o menos a la leyenda como la papisa
Jeanne, pero es sobre todo en los siglos XVII y XVIII que aparecen en la historia mujeres
adoptando un atuendo masculino. Entre las observaciones médicas una de las más antiguas
es la de Esquirol; más tarde Krafft-Ebing relata importantes observaciones. Clínicamente, el
sentimiento de un error de la naturaleza, el de ser hombre en un cuerpo de mujer se afirma
tempranamente con la misma constancia que en los sujetos masculinos; arrastra el
sentimiento de ser diferente de los otros, el rechazo por los atributos femeninos. La
pubertad, con la aparición de la regla, determina las mismas angustias; estas mujeres no
sienten ninguna atracción sentimental o sexual por los hombres con los que quieren
rivalizar. La realización homosexual activa parece más frecuente y más fácilmente
aceptada; sin embargo la neutralidad sexual es posible. Con facilidad son agresivas, activas
y buscan proteger a su partenaire. El travestirse no es constante, pero la vestimenta es
estricta y se acerca a un corte masculino (tailleurs), lo mismo ocurre con el cabello.
Observamos con Vague que estas pacientes llegaban pidiendo un cambio de sexo para
“regularizar” una pareja homosexual en la cual desempeñan un papel masculino. Algunas se
contentarían con un cambio de estado civil; otras querrían en primer lugar la verificación de
la existencia deseada sino afirmada de órganos sexuales masculinos internos. Otras, sin
considerar claramente las posibilidades anatómicas, piden una escisión del clítoris fuera de
sus envolturas y su alargamiento, una amputación de los pechos y por fin un tratamiento
hormonal masculinizante del que esperan por lo menos la supresión de la regla. Ellas se
comportan como homosexuales activas. Nos pareció que en conjunto estos sujetos pueden
soportar mejor su anomalía. Su demanda de “cambio de sexo” es menos imperativa, más
determinada por las exigencias sociales; aunque se quejan de su incompletud pueden
encontrar un equilibrio relativo. La distinción con el travestismo y la homosexualidad activa
nos pareció menos tajante que en el caso del hombre y su convicción menos patológica. Sin
embargo hemos observado casos de creencia casi delirante. La patogenia presenta los
mismos problemas. La mejor tolerancia social, la mayores posibilidades de sublimación que
en el hombre y por fin la imposibilidad práctica de una intervención plástica simplifica
posiblemente la actitud terapéutica pero no resuelve nada en realidad. Ellas rehúsan todo
tratamiento psicoterapéutico que pretendiera hacerles aceptar su estado femenino. Como
para los casos masculinos no pensamos que se pueda abundar en su sentido, esto sería sólo
por tratamientos virilizantes. En cuanto a la intervención exploratoria a los fines de la
verificación anatómica, no nos parece sin riesgo en tanto no tiene eficacia concreta.
¿Qué actitud terapéutica adoptar en los sujetos masculinos? Algunos procuraron satisfacer
los deseos del paciente. Es Hirschfeld quien hizo la primer campaña para autorizar
legalmente el travestismo y fue el promotor de las primeras intervenciones de “cambio de
sexo”. Fue seguido por ciertos autores particularmente en Suiza. De hecho, es Hamburguer
quien hace una publicidad de las intervenciones plásticas asociadas a los tratamientos
hormonales que él acepta practicar, intervenciones que debían estar asociadas a un cambio
de estado civil. Por el contrario, cuando se ha intentado adaptar a estos sujetos a su sexo
real los tratamiento hormonales fueron fracasos, por otra parte previsibles; los métodos
psicoterapéuticos empleados: psicoterapia o psicoanálisis clásico, no pudieron, a nuestro
conocimiento, ser seguidos hasta su término en los raros casos en que el sujeto los había
aceptado. Más recientemente, tentativas psicoterapéuticas del tipo psicodrama, más
especialmente adaptadas a psicóticos están en proceso de realización. En pacientes muy
jóvenes es posible que el enfoque psicoterapéutico permita modificar la actitud
psicopatológica. Nosotros hemos podido obtener un resultado apreciable en un sujeto de 15
años, seguido por nuestro maestro el Profesor Heuyer.
Pudimos de hecho proyectar una internación, en razón del riesgo de suicidio o de la
desinserción social del sujeto; por último, en uno de nuestros casos que había hecho varias
tentativas de suicidio o de automutilación, se planteó el problema de una lobotomía.
Los partidarios de una intervención consideran en general la anomalía del sujeto como
constitucional; ellos estiman que no habiendo ninguna terapéutica que pueda aliviar a estos
sujetos tienen el derecho de intervenir, particularmente en razón de los riesgos de suicidio.
Estos autores estiman que el estado psicológico de estos sujetos es la consecuencia del
desacuerdo entre sus aspiraciones profundas y la realidad. Esta actitud motivó un cierto
número de críticas que encontraron su eco en la investigación de Mitscherlich en relación a
los psiquiatras de lengua alemana en 1950-1951.
Nosotros pensamos que ir en el sentido del deseo patológico de esos sujetos comporta
riesgos análogos a aquellos que se corren cuando se interviene en un hipocondríaco. Es
interesante a ese propósito estudiar el devenir de los casos operados. Pocas observaciones
permiten hacerlo. Si el caso de Boss, uno de los casos de Binder y uno de los casos de
Riggenbach parecen haber encontrado una adaptación relativa, aún haría falta apreciar la
influencia de la castración por sí misma sobre el estado psicólogico en relación a la
satisfacción de sus demandas. Otros autores insisten sobre la insatisfacción, lo querellante,
la reivindicación de esos sujetos.
Es el caso especialmente de Burger-Prinz, de Glaus o de Worden; este último como Burger-
Prinz tuvo en cuenta el comportamiento paranoico de algunos de sus casos. De cualquier
manera pensamos que los resultados de las intervenciones, no nos parecen bastante
convincentes para que se pretenda tomar el riesgo de operar.
No nos incumbe aquí discutir del problema ético de la intervención pero tenemos el
sentimiento que abundar en el sentido de estos pacientes, así como hasta autorizar el
travesti a vestirse de mujer, contiene en sí un peligro en la medida en que confirmar la
legitimidad de su actitud conduce a nuevas exigencias y por esto mismo favorece el
desarrollo y la extensión de que de base hay una perversión.
En el plano jurídico, en Francia, en el estado actual de las cosas, esta intervención es ilícita
aunque ningún texto se aplica directamente. Ella plantea el problema del consentimiento, el
del cambio de estado civil, y de la prohibición eventual del casamiento, la de las
consecuencias de la mutilación en instituciones militares.
Nos parece importante señalar la repercusión psico-social que puede tener una actitud
permisiva y la publicidad hecha alrededor del trans-sexualismo que, si ella no extendió el
campo, parece haber precipitado la evolución de sujetos relativamente adaptados hasta
entonces. Negarse a darles un estatuto legal a estos pacientes, considerar la publicidad
hecha alrededor de esos casos como nociva no significa negarse por eso a ayudarles, ni
sobre todo contemplar una actitud de represión penal. Nos parece deseable proteger a estos
sujetos contra una extensión de sus tendencias mórbidas y sus consecuencias negándose a
abundar en su sentido, adoptando para ellos, cada vez que es posible, las medidas de
psicoterapia, de rehabilitación, intentando modificar las reacciones de grupo que se juegan
respecto de ellos, sea en un sentido de rechazo, o sea en un sentido de facilitación de sus
tendencias mórbidas. Finalmente la detección precoz de tales tendencias en el niño es,
posiblemente, gracias a la utilización de técnicas psicoterapéuticas, el mejor medio de
prevenir la evolución.
(1)- Traducción Amparo Rivero, Ivone Galantini
(2)- Se podrá encontrar el desarrollo de este estudio en el artículo publicado por J. Delay, P.
Deniker y R. Volmant: “Una demanda de cambio de sexo: el transexualismo” Encéphale,
1956, I, 41-80 y en nuestra tesis “Contribución al estudio del trans-sexualismo” Paris, 1956,
343 p. bajo la dirección del Prof J. Delay.

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