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LA CULTURA POPULAR
EN LA EDAD MEDIA
YEN EL RENACIMIENTO
EL CONTEXTO DE FRANC::01S
RABELAIS
Versión de
Julio Forcar y César Conroy
Alianza Editorial
Introducción
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
7
8 Mijail Bajtin
Es evidente que los juicios y apreciaciones de este tipo son muy rela-
tivos. No pretendemos decidir si es justo colocar a Rabelais a la par de
Shakespeare o por encima o debajo de Cervantes, etc. Por lo demás, el
lugar histórico que ocupa entre los creadores de la nueva literatura europea
está indiscutiblemente al lado de Dante, Boceacio, Shakespeare y Cervan-
tes. Rabelais ha influido poderosamente no sólo en los destinos de la lite-
ratura y la lengua literaria francesa, sino también en la literatura mundial
(probablemente con tanta intensidad como Cervantes). Es también indu-
dable que fue el más democrático de los modernos maestros literarios. Para
nosotros, sin embargo, su cualidad principal es la de estar más profunda-
.mente ligado que los demás a las fuentes populares (las que cita Michelet
son exactas, sin duda, pero distan mucho de ser exhaustivas); el conjunto
de estas fuentes determinaron su sistema de imágenes tanto como su con-
cepción artística.
y es precisamente ese peculiar carácter popular y, podríamos decir, ra-
dical de las imágenes de Rabelais 10 que explica que su porvenir sea tan
excepcionalmente rico, como correctamente señala Michelet, Es también
este carácter popular el que explica «el aspecto no literario» de Rabe1ais,
quiero decir su resistencia a ajustarse a los cánones y reglas del arte lite-
rario vigentes desde el siglo XVI hasta nuestros días, independientemente
de las variaciones que sufriera su contenido. Rabelais ha rechazado estos
moldes mucho más categóricamente que Shakespeare o Cervantes, quienes
se limitaron a evitar los cánones clásicos más o menos estrechos de su
época. Las imágenes de Rabe1ais se distinguen por una especie de «ca-
rácter no oficial», indestructible y categórico, de tal modo que no hay
dogmatismo, autoridad ni formalidad unilateral que pueda armonizar con
las imágenes rabelesianas, decididamente hostiles a toda perfección defi
nitíva, a toda estabilidad, a toda formalidad limitada, a toda operación y
decisión circunscritas al dominio del pensamiento y la concepción del
mundo.
De ahí la soledad tan especial de Rabelais en el curso de los siglos si·
guientes: es imposible llegar a él a través de los caminos trillados que la
creación artística y el pensamiento ideológico de la Europa burguesa, si
guieron a 10 largo de los últimos cuatro siglos. Y si bien es cierto que en
ese tiempo encontramos numerosos admiradores entusiastas de Rabe1ais,
es imposible, en cambio, hallar una comprensión total, claramente formu
lada, de su obra.
Los románticos, que redescubrieron a Rabelais, como a Shakespean
y a Cervantes, no supieron encontrar su centro y no pasaron por eso di
una maravillada sorpresa. Muchos son los comentaristas que Rabelais ro
rechazado y rechaza aún; a la mayoría por falta de comprensión. La
La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento 9
Los festejos del carnaval, con todos los actos y ritos cómicos que con-
tienen, ocupaban un lugar muy importante en la vida del hombre medieval.
Además de los carnavales propiamente dichos, que iban acompañados de
actos y procesiones complicadas que llenaban las plazas y las calles duo
rante días enteros, se celebraban también la «fiesta de los bobos» (festa
stultorum'; y la «fiesta del asno»; existía también una «risa pascual» irisus
pascbalis'i muy singular y libre, consagrada por la tradición. Además, casi
todas las fiestas religiosas poseían un aspecto cómico popular y público,
consagrado también por la tradición. Es el caso, por ejemplo, de las «fies-
tas del templo», que eran seguidas habitualmente por ferias y por un rico
cortejo de regocijos populares (durante los cuales se exhibían gigantes,
enanos, monstruos, bestias «sabias», etc.). La representación de los mis-
terios acontecía en un ambiente de carnaval. Lo mismo ocurría con las
fiestas agrícolas, como la vendimia, que se celebraban asimismo en las
La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento 11
1. Véanse los interesantísimos análisis de los sosias cárnicos y las reflexiones que
éstos suscitan en la obra de E. Meletinski, El origen de la epopeya heroica, Moscú,
1963 (en ruso).
12 Mijail Bajtin
relación a las ideas y los cultos sublimes; con el rol del bufón frente al
ceremonial serio; el de las Carnestolendas con relación a la Cuaresma, etc.
El alegre principio regenerador existe todavía, aunque en forma atenuada,
en las imágenes pedestres de los molinos de viento (gigantes), los alber-
gues (castillos), los rebaños de corderos y ovejas (ejércitos de caballeros),
los venteros (castellanos), las prostitutas (damas de la nobleza), etc.
Es un típico carnaval grotesco, que convierte el combate en cocina y
banquete, las armas y los cascos en utensilios de cocina y tazones de afei-
tar y la sangre en vino (episodio del combate con los odres de vino), etc.
Este es el sentido primordial y carnavalesco de la vida que aparece
en las imágenes materiales y corporales en la novela de Cervantes. Es
precisamente este sentido el que eleva el estilo de su realismo, su univer-
salismo y su profundo utopismo popular.
Pero, con todo, los cuerpos y los objetos comienzan a adquirir en Cer-
vantes un carácter privado y personal, y por lo tanto se empequeñecen y
se domestican, son rebajados al nivel de accesorios inmóviles de la vida
cotidiana individual, al de objetos de codicia y posesión egoísta. Yana es lo
inferior positivo, capaz de engendrar la vida y renovar, sino un obstácu-
lo estúpido y moribundo que se levanta contra las aspiraciones del ideal.
En la vida cotidiana de los individuos aislados las imágenes de lo «in-
ferian> corporal sólo conservan su valor negativo, y pierden casi rotal-
mente su fuerza positiva; su relación con la tierra y el cosmos se rompe
y las imágenes de lo «inferior» corporal quedan reducidas a las imágenes
naturalistas del erotismo banal. Sin embargo, este proceso sólo está en sus
comienzos en Cervantes.
Este aspecto secundario de la vida que se advierte en las imágenes
materiales y corporales, se une al primero en una unidad compleja y con-
tradictoria. Es la vida noble, intensa y contradictoria de esas imágenes 10
que otorga su fuerza y su realismo histórico superior. Esto constituye el
drama original del principio i11aterialycorporal en IaHteratura del Rena-
cí.li1leñtO;· e1' cuerpo y las' cosas son' sustraídas a la tierra engendradora y
apartaaasdeI cuerpo universal .. '... que. estaban . unidoseI! .lacultura popular.
····Eií la .cbnciencia artística e Ideológica deÍ Renacimiento, esta ruptura
no ha sicl(j aún consumada por completo; 10 «inferior» material y corporal
y
é~mflleaún sus funciones significadoras, degradantes, derrocadoras y re-
gener?dqrasala vez. Los cuerpos y las cosas individualizados, «partícula-
~es»;' se resisten a ser dispersados, desunidos y aislados; el realismo del Re-
nacimiento no ha cortado aún el cordón umbilical que los une al vientre
fecundo de la tierra y el pueblo. El cuerpo y las cosas individuales no
coinciden aún consigo mismo, no son idénticos a sí mismos, como en el
realismo naturalista de los siglos posteriores; forman parte aún del con-
28 MijaiJ Bajri»
junto corporal creciente del mundo y sobrepasan por 10 tanto los limites
de su individualismo; lo privado y lo universal están aún fundidos en una
unidad contradictoria. La visión carnavalesca del mundo es la base pro-
funda de la literatura del Renacimiento.
La complejidad del realismo renacentista no ha sido aún aclarada sufi-
cientemente. Son dos las concepciones del mundo que se entrecruzan en
el realismo renacentista: la primera deriva de la cultura cómica popular;
la otra, típicamente burguesa, expresa un modo de existencia preestablecido
y fragmentario. Lo que caracteriza al realismo renacentista es la sucesión
de estas dos líneas contradictorias. El principio material del crecimiento,
inagotable, indestructible, superabundante y eternamente riente, destrona-
dar y renovador, se asocia contradictoriamente al «principio material» fal-
sificado y rutinario que preside la vida de la sociedad clasista.
Es imprescindible conocer el realismo grotesco para comprender el rea-
lismo del Renacimiento, y otras numerosas manifestaciones de los perío-
dos posteriores del realismo. El campo de la literatura realista de los tres
últimos siglos está prácticamente cubierto de fragmentos embrionarios del
realismo grotesco, fragmentos que a veces, a pesar de su aislamiento, son
capaces de cobrar su vitalidad. En la mayoría de los casos se trata de imá-
genes grotescas que han perdido o debilitado su polo positivo, su relación
con un universo en evolución. Unicamente a través de la comprensión del
realismo grotesco es posible comprender el verdadero valor de esos frag-
mentos o de esas formas más o menos vivientes.
La imagen grotesca caracteriza un fenómeno en proceso de cambio y
metamorfosis incompleta, en el estadio de la muerte y del nacimiento, del
crecimiento y de la evolución. La actitud respecto al tiempo y la evolución,
es un rasgo constitutivo (o determinante) indispensable de la imagen gro-
tesca. El otro rasgo indispensable, que deriva del primero, es su ambiva-
lencia, los dos polos del cambio: el nuevo y el antiguo, lo que muere y lo
que nace, el comienzo y el fin de la metamorfosis, son expresados (o esbo-
zados) en una u otra forma.
Su actitud con relación al tiempo, que está en la base de esas formas,
su percepción y la torna de conciencia con respecto a éste durante su de-
sarrollo en el curso de los milenios, sufren como es lógico una evolución
y cambios sustanciales. En los períodos iniciales o arcaicos del grotesco, el
tiempo aparece como una simple yuxtaposición (prácticamente simultánea)
de las dos fases del desarrollo: principio y fin: invierno-primavera, muerte-
nacimiento. Esas imágenes aún primitivas se mueven en el círculo biocós-
mico del ciclo vital productor de la naturaleza y el hombre. La sucesión
de las estaciones, la siembra, la concepción, la muerte y el crecimiento,
son los componentes de esta vida productora. La noción implícita del riern-
La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento 29
parado del resto del mundo, no está aislado o acabado ni es perfecto, sino
que sale fuera de sí, franquea sus propios límites. El énfasis está puesto
en las partes del cuerpo en que éste se, abre .al mundo'éxi~J:jgr o penetra
en él a través de orificios, protuberancias, ramificaciones y excrecencias
tales como la haca abierta, los órganos genitales, los senos, los falos, las
barrigas y la nariz. En actos tales como el coito, el embarazo, el alumbra-
miento, la agonía, la comida, la bebida y la satisfacción de las necesidades
naturales, el cuerpo revela su esencia como principio en crecimiento que
traspasa sus propios límites. Es un cuer1?o eterl1f1illente.,Í11compkJo, eterna,
mente creado y creador, un eslab6n'en'la cadena de la evolución de la
especie, 0, más exactamente, dos eslabones observados en su punto de
unión, donde el uno entra en el otro. Esto es particularmente evidente con
respecto al período arcaico del grotesco.
Una de las tendencias fundamentales de la imagen grotesca del cuer-
po consiste en exhibir dos cuerpos en uno: uno que da la vida y desaparece
y otro que es concebido, producido y lanzado al mundo. Es siempre un
°
cuerpo en estado de embarazo y alumbramiento, por 10 menos listo para
concebir y ser fecundado con un falo u órganos genitales exagerados. Del'
primero se desprende, en una u otra forma, un cuerpo nuevo.
En contraste con las exigencias de los cánones modernos, el cuerpo
tiene siempre una edad muy cercana al nacimiento y la muerte: la primera
infancia y la vejez, el seno que 10 concibe y el que lo amortaja -se acen-
túa la proximidad al vientre y a la tumba-o Pero en sus límites, los dos
cuerpos se funden en uno solo. La individualidad está en proceso de diso-
lución; agonizante, pero aún incompleta; es un cuerpo simultáneamente en
el umbral de la tumba y de la cuna, no es un cuerpo único, ni tampoco
son dos; dos pulsos laten dentro de él: uno de ellos, el de la madre,
está a punto de detenerse.
Además, ese cuerpo abierto e incompleto (agonizante-naciente-o a punto
de nacer) no está estrictamente separado del mundo: está enredado con
él, confundido con los animales y las cosas. Es un cuerpo cósmico y re
presenta el conjunto del mundo material y corporal, concebido como lo
«inferior» absoluto, como un principio que absorbe y da a luz, como una
tumba y un seno corporales, como un campo sembrado cuyos retoños han
llegado a la senectud.
Estas son, simplificadas, las líneas directrices de esta concepción origi-
nal del cuerpo. Esta alcanza su perfección en la obra genial de Rabelais,
en tanto que en otras obras literarias del Renacimiento se debilita y se
diluye. La misma concepción preside el arte pictórico de Jerónimo Boscb
y Brueghe1 el Viejo. Elementos de la misma se encuentran ya en los fres
La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento 31
cos y los bajorrelieves que decoraban las catedrales y a veces incluso las
iglesias rurales de los siglos XII y XIII.!
Esta imagen del cuerpo ha sido desarrollada en diversas formas en los
espectáculos y fiestas populares de la Edad Media; fiestas de los bobos, cen-
cerradas, carnavales, fiesta del Cuerpo Divino en su aspecto público y po-
pular, en las diabluras-misterios, las gangarillas y las farsas. Esta era la
única concepción del cuerpo que conocía la cultura popular y del es-
pectáculo.
En el dominio de lo literario, la parodia medieval se basa completa-
mente en la concepción grotesca del cuerpo. Esta concepción estructura
las imágenes del cuerpo en la enorme masa de leyendas y obras asociadas
a las «maravillas de la India» y al mar céltico y sirve también de base a
las imágenes corporales en la inmensa literatura de las visiones de ultra-
tumba, en las leyendas de gigantes, en la epopeya animal, las fábulas y
bufonadas alemanas.
Además esta concepción del cuerpo influye en las groserías, impreca-
ciones y juramentos, de excepcional importancia para la comprensión de
• la literatura del realismo grotesco.
Estos elementos lingüísticos ejercieron una influencia organizadora di-
recta sobre el lenguaje, el estilo y la construcción de las imágenes de esa
literatura. Eran ·fórmulas dinámicas, que expresaban la verdad con fran-
queza y estaban profundamente emparentadas por su origen y sus funcio-
nes con las demás formas de «degradación» y «reconciliación con la tie-
rra» pertenecientes al realismo grotesco renacentista. Las groserías y obs-
cenidades modernas han conservado las supervivencias petrificadas y pura-
mente negativas de esta concepción del cuerpo. Estas groserías, o el tipo
de expresiones tales como «vete a ... » humillan al destinatario, de acuerdo
con el método grotesco, es decir, lo despachan al lugar «inferior» corporal
absoluto, a la región genital o a la tumba corporal (o infiernos corporales)
donde será destruido y engendrado de nuevo.
En las groserías contemporáneas no queda nada dé ese sentido ambi-
valente y regenerador, sino la negación pura y llana, el cinismo y el in-
sulto puro; dentro de los sistemas significantes y de valores de las nuevas
lenguas esas expresiones están totalmente aisladas (también 10 están en la
organización del mundo): quedan los fragmentos de una lengua extranjera
en la que antaño podía decirse algo, pero que ahora sólo expresa insultos
carentes de sentido. Sin embargo, sería absurdo e hipócrita negar que
1. En la obra vastísima de E. Male, El arte religioso del siglo XII, XIII Y de
fines de la Edad Media en Francia, se puede encontrar una amplia y preciosa docu-
mentación sobre los motivos grotescos en el arte medieval, tomo 1, 1902; tomo U,
1908; tomo IU, 1922.
32 Mijail Bajrin
del pasado podemos observar dos tendencias, a las que podemos adjudica!
convencionalmente el nombre de cánones grotesco y clásico.
Hemos definido aquí esos dos cánones en su expresión pura y limitada.
Pero en la realidad histórica viva, esos cánones (incluso el clásico) nunca
han sido estáticos ni inmutables, sino que han estado en constante evo-
lución, produciendo diferentes variedades históricas de 10 clásico y 10 gro
tesco. Además, siempre hubo entre los dos cánones muchas formas de in-
teracción: lucha, influencias recíprocas, entrecruzamientos y combinaciones.
Esto es válido sobre todo para la época renacentista, como 10 hemos sefia
lado. Incluso en Rabelaís, que fue el portavoz de la concepción grotesca
del cuerpo más pura y consecuente, existen elementos del canon clásico,
sobre todo en el episodio de la educación de Gargantúa por Pornócrates, j
en el de Théleme. En el marco de nuestro estudio, 10 más importante es
la diferencia capital entre los dos cánones en su expresión pura. Centrare-
mos nuestra atención sobre esta diferencia.
el grotesco, la vida pasa por todos los estadios; desde los inferiores inertes y prin
tivos a los superiores más móviles y espiritualizados, en una guirnalda de fOrllll
diversas pero unitarias. Al aproximar lo que está alejado, al unir las cosas que ¡
excluyen entre sí y al violar las nociones habituales, el grotesco artístico se parece
la paradoja lógica. A primera vista, el grotesco parece sólo ingenioso y divertido, pe¡
en realidad posee otras grandes posibilidades» (L. Pinski: El realismo en la ¿pa
renacentista, Ediciones literarias del Estado, Moscú, 1961, págs. 119-120, en rusa
La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento 37
todos que los diablos eran buena gente» ).* A veces el diablo y el infierno
son descritos como meros «espantapájaros» divertidos. Pero en el grotesco
romántico el diablo encarna el espanto, la melancolía, la tragedia. La risa
infernal se vuelve sombría y maligna.
Téngase en cuenta que en el grotesco romántico, la ambivalencia se
transforma habitualmente en un contraste estático y brutal o en una antí-
tesis petrificada.
Así, por ejemplo, el sereno que narra las Rondas nocturnas tiene
como padre al diablo y como madre a una santa canonizada; se ríe en los
templos y llora en los burdeles. De esta forma, la antigua ridiculización
ritual de la divinidad y la risa en el templo, típicos en la Edad Media du-
rante la fiesta de los locos, se convierten a principios del siglo XIX en la
risa excéntrica de un ser raro en el interior de un templo.
Señalemos por último otra particularidad del grotesco romántico: la
predilección por la noche: Las rondas nocturnas de Bonawentura, los
Nocturnos de Hoffmann. Por el contrario, en el grotesco popular la
luz es el elemento imprescindible: el grotesco popular es primaveral, ma-
tinal y auroral por excelencia.'
Estos son los elementos que caracterizan el romanticismo grotesco ale-
mán. Estudiaremos ahora la teoría romántica del grotesco. En su Con-
versación sobre la poesía (Gesprach iiber die Poesie, 1800), Friedrich
Schlegel examina el concepto de grotesco, al que califica generalmente
como «arabesco». Lo considera la «forma más antigua de la fantasía hu-
mana» y la «forma natural de la poesía». Encuentra elementos de grotesco
en Shakespeare, Cervantes, Sterne y jean-Paul. Lo considera la mezcla
fantástica de elementos heterogéneos de la realidad, la destrucción del
orden y del régimen habituales del mundo, la libre excentricidad de las
imágenes y la «sucesión del entusiasmo y la ironía».
En su Introducción a la estética (Vorschule der Aesthetik), Jean-Paul
señala con gran agudeza los rasgos del grotesco romántico. No emplea la
palabra grotesco, sino la expresión «humor cruel». Tiene una concepción
muy amplia del mismo, que supera los límites de la literatura y el arte:
incluye dentro de este concepto la fiesta de los locos, la fiesta de los
burros (<<misas de los burros»), o sea los ritos y espectáculos cómicos me-
dievales. Entre los autores renacentistas cita con preferencia a Rabe1ais y
a Shakespeare. Menciona en especial la «ridiculización del mundo» (Welt-
Verlachung) en Shakespeare, al referirse a sus bufones «melancólicos» y
a Hamlet. .
1. Para ser precisos, el grotesco popular refleja el instante en que la luz sucede
a la oscuridad, la mañana a la noche y la primavera al invierno.
* Rabelais: Obras Completas, Pléiade, pág. 296; Livre de Poche, t. 1, pág. 393.
44 Mijail Bajtin
Sobre la base de la fase arcaica hindú, Hegel define el grotesco con tres
cualidades: 1) mezcla de zonas heterogéneas de la naturaleza, 2) exagera-
ción .Ji .3) multiplicación de ciertos órganos (divinidades hindúes con múl-
tiples brazos y piernas). Ignora totalmente el rol de la comicidad en lo
grotesco, y 10 trata por separado.
En esto, Fischer disiente de Hegel. Según él, la esencia y la fuerza
motriz del grotesco son 10 risible y lo cómico. «El grotesco es lo cómico
en su aspecto maravilloso, es 10 cómico mitológico». Estas definiciones
son profundas.
Debemos recordar que en la evolución cumplida por la estética filosó-
fica hasta el presente, el grotesco no ha sido comprendido ni estimado en
su justo valor ni ubicado como corresponde en el sistema estético.
Después del romanticismo, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII,
el interés por lo grotesco se debilita brutalmente, tanto en la literatura
como en la historia de la literatura. Cuando se lo menciona, el grotesco
es relegado a la categoría de la comicidad vulgar y de baja estofa, o es
interpretado como una forma especial de la sátira, destinada a atacar acon-
tecimientos individuales puramente negativos. De esta forma desaparecen
la profundidad y el universalismo de las imágenes grotescas.
En 1894 aparece la obra más voluminosa sobre el tema: Historia de
la sátira grotesca, de Schneegans (Cescbicbte der grotesken Satyre) , de-
dicado sobre todo a Rabelais, a quien el autor considera como el más
grande representante de la sátira grotesca; contiene un breve sumario sobre
algunas manifestaciones del grotesco medieval. Schneegans es el represen-
tante más típico de la interpretación puramente satírica de 10 grotesco.
Según él, el grotesco es siempre y exclusivamente una sátira negativa, es
la exageración de lo que no debe ser, que sobrepasa 10 verosímil y se
convierte en fantástico. Por medio de la exageración de 10 que no debe
ser, se le asesta a éste un golpe mortal y social, afirma.
Schneegans no comprende en absoluto el biperbolismo positivo de 10
material y corporal en el grotesco medieval y en Rabelais. Tampoco capta
la fuerza regeneradora y renovadora de la risa grotesca. Sólo conoce la risa
puramente negativa, retórica y triste de la sátira del siglo XIX, e interpreta
las manifestaciones del grotesco en la Edad Media y el Renacimiento desde
ese punto de vista. Este es un ejemplo extremo de «modernización» dis-
torsionada del concepto de la risa en la historia de la literatura. El autor
no comprende, además, el universalismo de las imágenes grotescas. Su
concepción es típica de los historiadores de la literatura de la segunda
mital del siglo XIX y primeras décadas del xx, Incluso en la actualidad
subsiste el sistema de interpretación puramente satírico de 10 grotesco,
sobre todo en relación a la obra de Rabelais, Ya dijimos que Schneegans
La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento 47