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Las novelas cortas de Thomas Mann

György Lukács*

Traducción de Nicolás Olszevicki

Las relaciones recíprocas entre el arte y la vida forman el tema central de las novelas cortas
más extensas y más importantes de Thomas Mann. Para los escritores burgueses agudos, el
arte era un gran problema ya antes de Thomas Mann. Los artistas de la época de la
Ilustración y del idealismo clásico alemán veían en el arte un poderoso instrumento para la
ideología y el conocimiento de sí; por eso, consideraban fundamental el papel del artista en
la sociedad. “Lo bello, declara Goethe, es una manifestación de leyes secretas de la
naturaleza, las cuales, sin convertirse en fenómeno, permanecerían eternamente ocultas”.1
Desde hace mucho tiempo ya, la apología del capitalismo ha devenido en Occidente
la tendencia dominante de la ideología burguesa y, por la misma razón, del arte burgués.
Sin embargo, ciertos artistas burgueses honestos y auténticos fueron capaces, a pesar de sus
restricciones y sus limitaciones de clase, de no participar de esa apología. Eso les acarreó su
aislamiento. Y ese aislamiento creciente de los artistas auténticos en la sociedad burguesa
se refleja al mismo tiempo en la teoría del arte y en las obras consagradas a las relaciones
del arte y de los artistas con la vida.
El tema de las relaciones recíprocas entre arte y vida fue ocupando un lugar cada
vez mayor en la literatura, dado que, cuanto más aislados se encontraban los artistas
auténticos y honestos en el seno de la sociedad burguesa, tanto más profundamente
vivenciaban los problemas reales, personales y humanos engendrados por ese aislamiento.
Los escritores que no son capaces de sobrepasar los límites de la sociedad burguesa, cuyo
horizonte está restringido por su pensamiento de clase, se ven forzados a considerar ese
problema como un “problema eterno”, de orden metafísico, de la interrelación entre el arte
en general y la vida en general, y no como una cuestión ligada a una etapa determinada de
la evolución social.
Un tal estrechamiento y una tal deformación del problema llevan a representar el
arte como alienado de la vida, como hostil a la vida. En la época de la decadencia burguesa,
se proclamó que el arte vivía en una “torre de marfil”, lejos de todas las agitaciones de la
vida. Es, tal vez, en Baudelaire, donde esta concepción del arte se torna más nítida y más
fuerte. En uno de sus sonetos, la belleza habla de sí misma en estos términos: “Je trône dans
l’azur comme un sphinx incompris; J’unis un coeur de neige à la blancheur des cygnes; Je
hais le mouvement qui déplace les lignes, Et jamais je ne pleure et jamais je ne ris”.2
Numerosos escritores importantes de la segunda mitad del siglo XIX pusieron en
escena los conflictos producidos en la vida humana a causa de esta representación del arte.
Alcanza con evocar aquí los últimos dramas de Ibsen. El constructor Solness es arrastrado a
la ruina por la creencia obsesiva de que su arte es, no solo algo diferente, sino una cosa más
*
“Thomas Mann Novellen”. En: Lukács, G., Thomas Mann. Berlin: Aufbau, 1957, pp. 148-153. El artículo,
publicado originariamente en 1936, reseña la edición rusa de las novelas cortas de Thomas Mann.
1
Maximen und Reflexionen. En: Goethe, J.W. von, Werke. Hamburger Ausgabe [= HA]. Band 12: Schriften
zur Kunst. Textkritisch durchgesehen von Erich Trunz. Kommentiert von Herbert von Einem. Schriften zur
Literatur. Maximen und Reflexionen. Textkritisch durchgesehen und kommentiert von Hans Joachim
Schrimpf, p. * (n. del trad.).
2
“Incomprendida esfinge, yo reino en el azul; / un níveo corazón junto al blancor del cisne: / detesto el
movimiento que desplaza las líneas / y jamás he llorado como jamás reí”. “La Belleza”. En: Baudelaire,
Charles, Las flores del mal. Trad. de Antonio Martínez Sarrión, Madrid, Alianza, 1992, p. 31 (n. del trad.).
elevada que su vida. Paga con esta el intento de alzar esa vida a la altura del arte. En el
último drama de Ibsen –donde el autor, entonces septuagenario, hace el resumen de su vida
y de su trabajo creador–, el protagonista, el escultor Rubek, toma conciencia de la tragedia
de su existencia, al mismo tiempo que se da cuenta de que ha sacrificado toda su vida al
arte.
Las más importantes entre las primeras novelas cortas de Thomas Mann se
encuentran directamente vinculadas con ese problema. La toma de posición de Thomas
Mann en tanto artista es extremadamente original e interesante. La alienación progresiva
entre el arte y la vida es, para él también, un hecho indudable. Pero las causas históricas y
sociales verdaderas de esa alienación eran tan poco conocidas para Thomas Mann como lo
eran para Flaubert, Baudelaire e Ibsen antes que él.
Sin embargo Thomas Mann tiene, en lo tocante a esta cuestión, una actitud menos
trágica, menos fatalista que sus predecesores, o, más bien, su actitud no es siempre trágica y
fatalista; y lo es menos que nunca en una de sus obras de juventud, la novela corta Tonio
Kröger. En esa obra, el héroe se rebela sincera y apasionadamente contra el tipo de artista
que se aparta arrogantemente de la vida. Tonio Kröger considera también un hecho
ineluctable el distanciamiento del artista con relación a la vida. Su propia biografía, narrada
por Thomas Mann de una manera concentrada y con un arte consumado, no es otra cosa
que la historia de esa alienación. Desde luego, Tonio Kröger subraya con fuerza que no es
él quien se distancia de la vida desde su primera juventud, sino que la vida misma rechaza
sus esfuerzos por participar de ella. Tonio Kröger está totalmente penetrado por la nostalgia
apasionada e inextinguible de establecer relaciones con hombres comunes y corrientes. Ya
siendo un muchacho, intenta conectarse con niños simples, desenvueltos y apasionados por
los deportes. Se enamora de una joven rubia, alegre y charlatana que no se interesa en
absoluto en aquello que a él lo entusiasma. Su amor no es correspondido. El
comportamiento de los hombres con respecto a él lo obliga a replegarse sobre sí mismo, a
preferir la soledad y a consagrarse después totalmente al trabajo de creación artística. Pero
la nostalgia subsiste. Y esa nostalgia se convierte en un rasgo fundamental, característico de
la fisonomía intelectual y artística de Tonio Kröger. La oposición del arte y de la vida irá de
la mano con ella. En una conversación con su amiga, explica precisamente el significado
que le asigna a la palabra “vida”:
No piense en César Borgia, o en cualquier filósofo ebrio que la eleva sobre las nubes
[alusión a la filosofía de la vida de F.Nietzsche, G.L]. Ese César Borgia no me dice nada
que valga la pena, no tengo la menor estima por él y nunca lograré comprender cómo se
puede tener como ideal el culto de lo extraordinario y de lo demoníaco. No, la vida, tal
como se opone en eterno contraste al espíritu y al arte, no es una visión de grandeza
sanguinaria y de belleza salvaje, no es una cosa insólita que se nos presenta a nosotros,
personas insólitas; ¡lo normal, lo decente, lo amable: he ahí el reino al que aspiramos; he ahí
su seductora banalidad!
Esa confesión de Tonio Kröger es particularmente importante. Por una parte, enuncia el
problema del arte y la vida en un nivel que sobrepasa el de Ibsen, por ejemplo. Por otra
parte, nos da la clave que permite comprender toda la evolución de Thomas Mann. Una vez
que Tonio Kröger terminó su confesión, la artista rusa Jelisaweta Iwanowna le responde, y
su respuesta es extremadamente interesante. Ella declara: “La solución es la siguiente: tal
como yo lo veo ahí, usted es pura y simplemente un burgués... Usted es un burgués
extraviado, Tonio Kröger, un burgués perdido”. Esta conversación muestra claramente a
qué grado de profundidad lleva Thomas Mann el problema del arte y de la vida. Tonio
Kröger no considera más su destino, su destino como artista, su alienación de la vida, como
lo hacían Solness o Rubek –es decir, como resultado de las relaciones, concebidas en
abstracto, entre la vida en general y el arte en general–, sino que lo considera como un
problema social. Thomas Mann no defiende, como la moderna bohemia, anarquista, según
su carácter, la idea según la cual la “soledad del artista” pintada en su novela corta
significaría una renuncia verdadero a la concepción burguesa de la vida. Es consciente, por
el contrario, de que el artista, en tanto que vive solamente para sí, continúa siendo
representante de la burguesía. La tragedia del artista se desarrolla, en Thomas Mann, dentro
de los límites de la sociedad burguesa.
Pero eso no hace sino complicar el problema. En Thomas Mann se plantea, también,
la pregunta siguiente: ¿qué es un burgués? En la medida en que esta novela corta describe
la aspiración apasionada a la vida (a la vida en relación a su clase, la burguesía), y que
todos los acontecimientos son considerados bajo el foco de esta aspiración apasionada, la
respuesta parece simple y clara: el joven hombre rubio y la joven mujer rubia que no
reflexionan acerca de nada, que parlotean y bailan, que cumplen sus deberes habituales y
cotidianos sin pensar en nada, son los burgueses.
Cuando Thomas Mann se choca brutalmente con la vida, todo se torna más
complicado. En su primera gran novela, Los Buddenbrooks, Gerda, una artista algo
excéntrica, mujer de Thomas Buddenbrook (ese senador burgués tan correcto), manifiesta
una viva simpatía por el hermano de su marido, Christian, un hombre medio decadente,
excéntrico, cercano a la bohemia. Esa simpatía se explica por el hecho de que Christian es
también un burgués, como Thomas. En el desarrollo ulterior de la novela, cuando, en el
curso de un altercado entre los dos hermanos, Christian le reprocha a su hermano mayor el
hecho de actuar de modo que su personalidad se confunde con las tradiciones familiares,
Thomas reconoce que esos reproches son justos y fundados, pero hasta un cierto punto. En
efecto, él no cumple con sus deberes de burgués voluntariamente, sino por instinto de clase.
Para no convertirse en un vagabundo decadente, se violenta, se fuerza a comportarse como
corresponde a un burgués.
Thomas Buddenbrook es un burgués por convicción; Tonio Kröger es un burgués
extraviado que tiene nostalgia de la burguesía. ¿Dónde ve Thomas Mann al burgués
auténtico, al “burgués normal”? Thomas Mann da, en los Buddenbrook, una respuesta clara
a esta pregunta: el verdadero burgués se puede ver en el pasado. El burgués auténtico
existió mientras estuvo profundamente ligado a las grandes tradiciones de la cultura
burguesa. Desde luego, Thomas Mann pone también en escena a burgueses auténticos de
hoy en día. Pero estos tienen pocos rasgos en común con un Tonio Kröger desgarrado por la
nostalgia. El egoísmo burdo, el pragmatismo limitado y sin alma, la aptitud para caminar
sobre cadáveres (no solamente en los negocios, sino también en la vida privada, personal),
y todo por pura fantasía o capricho; todas estas cosas no tienen prácticamente nada en
común con personajes llenos de nostalgia como Thomas o Tonio, ni con las concepciones
de Thomas Mann mismo (recordamos las novelas cortas Luischen, El pequeño señor
Friedemann, etc.). Pero entonces: ¿dónde están los burgueses auténticos de Thomas Mann?
Thomas Mann intentó responder a esta pregunta durante toda su vida, y esta es la
causa por la cual la oposición entre el arte y la vida aparece en su obra como crítica social y
como humanismo. Y dado que durante toda su vida buscó con pasión a ese burgués sin
encontrarlo en ninguna parte (dado que, como escritor honesto que es, representó solamente
aquello que realmente ha visto), se entregó, de manera indirecta, a una crítica humanista
inapelable de la cultura capitalista.
El corte trágico entre el artista actual y la vida se presenta como un destino de
carácter social. Un artista auténtico, honesto, no quiere encontrarse apartado de la vida. En
cuanto a su temperamento, a su concepción del mundo, Thomas Mann está lejos de ser un
revolucionario. La dureza y la estrechez de la vida burguesa lo condenan sin embargo a la
soledad; lo fuerzan, si quiere seguir siendo artista, a sobrepasar el medio burgués. Pero
haciendo eso no termina de romper las ataduras con su clase, la burguesía, ni renuncia a la
ideología burguesa. Al contrario: el sueño apasionado de una burguesía simple, no
desgarrada por la duda, solidamente asentada sobre sus pies y que no sea ni bárbara ni
obtusa, se transparenta en todas sus obras de juventud.
Entre todos los humanistas importantes de nuestra época, es Thomas Mann el que se
desvía más lentamente y con más esfuerzo de la ideología y de los prejuicios que resultan
de su origen y de su evolución. He examinado algunas razones históricas de esos prejuicios
en un artículo consagrado a ese tema (“Thomas Mann y la herencia literaria”). Las novelas
cortas de Thomas Mann aquí reseñadas muestran con qué lentitud se ha cumplido el
proceso de distanciamiento del escritor respecto de la burguesía. Pero al mismo tiempo
vemos que ese proceso se remonta a los primeros años de actividad creadora de Thomas
Mann. Por esta razón, la crítica actual de la barbarie capitalista y fascista no debe ser
considerada como un giro brusco, sino como el resultado absolutamente consecuente de la
evolución complicada y contradictoria del artista y del hombre.
La vida y el arte, la condición burguesa y la belleza, la realidad y el sueño: es en la
sociedad burguesa enferma, en esta atmósfera de decadencia poblada de quimeras, que
todos esos elementos tienen sus raíces profundas, sociales, contradictorias pero al mismo
tiempo unidas por múltiples ataduras. Esas relaciones complicadas, enrevesadas, explican
la ironía realista –llevada siempre hacia lo grotesco, hacia la imaginación poética (jamás
totalmente manifestada y jamás grosera)– de las novelas cortas de Thomas Mann. Esa
ironía del destino del hombre aplastado esclarece, sin el menor sentimentalismo, la
narración sobre el destino de un hombre débil, mutilado y oprimido por la vida: el pequeño
señor Friedemann. Esa ironía permite a Thomas Mann escribir, sobre el tema del destino
del artista, tragicomedias al mismo tiempo tan agudas y mordaces como Tristán, o como la
novela corta Muerte en Venecia. La ironía ayuda a Thomas Mann a representar diferentes
tipos de aventureros y de filisteos de manera ligera y conforme a la verdad.
Numerosas novelas cortas de Thomas Mann están llenas de espíritu romántico y de
trazos fantasiosos (remitimos a la novela corta El armario). Ciertas transiciones prodigiosas
del sueño a la realidad, y una poetización irónica singular de la vida cotidiana hacen
acordar, a pesar de todas las diferencias estilísticas, a las novelas cortas de los románticos.
Y no es fortuito, puesto que es en la poesía romántica donde fue expresada por primera vez
la oposición entre el arte y la vida como componente importante de la concepción del
mundo.
En las novelas cortas de Thomas Mann, que son originales por su forma y actuales
por su contenido, se refleja la herencia de una evolución que duró más de un siglo. Ellas
retoman, con medios artísticos a la vez particulares y típicos, todo un complejo de
problemas que tienen una importancia capital para toda la literatura burguesa del siglo XIX,
sobre todo de su segunda mitad. Esas novelas cortas no son entonces, solamente obras
literarias de una gran importancia artística; tienen también, como documentos culturales e
históricos, un valor imperecedero.

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