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Introducción
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información, marcan un nuevo clima cultural y reconfiguran el
escenario actual marcándonos un umbral de época. Si estamos
ingresando a una nueva formación histórica, si estamos frente a
un proceso de transición hacia otro orden, hacia algo nuevo y
dife- rente, creemos que eso nuevo está influenciando también
nuestra manera de mirar el mundo y de pensarlo, pues la
subjetividad, el imaginario y la sensibilidad se modelan y
moldean al sabor de los ritmos históricos, de sus prácticas, de las
experiencias que propi- cia, de sus artefactos culturales y de sus
perspectivas.
En otros capítulos de este volumen abordamos las contingen-
cias históricas que nos condujeron al escenario actual. Lo que
intentaremos hacer aquí es precisar los procesos de transforma-
ción que los fenómenos culturales y tecnológicos más recientes
desencadenaron, modificando los modos en que se modelan las
subjetividades, los imaginarios y las sensibilidades, alterándose así
el sustrato que recibe la escuela.
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El ethos de la escuela
111. A lo largo de este capítulo contrastaremos una serie de cambios que vienen
registrándose en el mundo de la cultura con las condiciones que presenta la
escuela, pues observamos un desacople entre unas y otras que dificulta la
tarea de transmisión simbólica de la escuela. No obstante, el dislocamiento
referido busca ser contrarrestado por distintos medios, apostando a acciones
de origen diverso: introduciendo modificaciones en el formato escolar como el
caso de las EMEM primero y las llamadas Escuelas de Reingreso después; el
surgimiento de escuelas en fábricas recuperadas y los denominados “bachille-
ratos populares”; o la incorporación de actividades extracurriculares a contra-
turno que se enmarcan en los denominados talleres, por mencionar las estra-
tegias más sobresalientes. Los cambios en la dinámica cotidiana de la escuela
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situada en este locus supone un mundo que ha ingresado al
proceso de secularización, que ha sido dividido en esferas
(público-privado), que organiza la materia de conocimiento en
compartimientos para repartirla entre disciplinas, y que tiene un
complejo entramado institucional al servicio del progreso. La
constitución de los diversos campos (artístico, literario, educativo,
político, económico, intelectual, etc.), cada uno de ellos con sus
reglas de juego y lógicas específicas y un sistema de valores y de
jerarquías que le son propios y que se organizan de forma autó-
noma e inmanente en función de los distintos capitales que
conciernen a cada espacio, responde a ese proceso de seculariza-
ción por el cual el poder religioso y el poder político pierden legi-
timidad para intervenir en el dictado de las reglas y los valores
por los que debe regirse cada actividad.
Como institución privilegiada del entorno institucional del
Estado, la escuela encarna la matriz alfabetizadora del proyecto
moderno que, fuertemente comprometida con un paradigma
pedagógico, es la encargada de la conservación cultural,
erigiéndose de esta manera como guardiana de la cultura ortodoxa
y garante de la difusión y reproducción de la selección cultural
oficial.
Desde su surgimiento, que en el caso argentino es entre fines
del siglo XIX y principios del XX, la escuela moderna está ínti-
mamente comprometida con la vocación hegemónica de la élite
cultural en lo que a la definición cultural nacional respecta,
oficiando como la responsable de aplicar los criterios de jerar-
quización cultural que dicho sector impulsa. Esto la hizo deposi-
taria de ciertos dispositivos de disciplinamiento y de enseñanza
que eran exitosos en el contexto de organización de un Estado
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Nacional y de una sociedad que se integraba de forma incipiente
al intercambio económico mundial.
Aquel era un escenario en el cual los límites que organizan y
pautan las interacciones sociales y los distintos campos estaban
claramente trazados y bien diferenciados, al igual que lo estaban
los componentes que conformaban el conjunto de saberes distri-
buidos en parcelas estancas y cerradas en sí mismas; y este
mundo tan “organizado” resultaba para la escuela más fácil de
procesar y de transmitir que el escenario que dibuja la actual
desdiferencia- ción de espacios, lógicas y límites. En el presente
las fronteras se hacen cada vez más porosas, más permeables,
yuxtaponiéndose unas con otras. La comunicación virtual
franquea las fronteras físicas, las barreras que dividían la esfera
pública y la privada se tornan lábiles, la realidad y la ficción se
fusionan confundiéndose, la división de saberes se desvanece en
la práctica, y las disciplinas asumen su competencia fragmentaria
e incompleta ante lo que habían recortado como su espacio de
dominio.
Es en virtud de la aparente contradicción que mantiene con el
ethos escolar el escenario actual que proponemos aquí una refle-
xión alrededor de cada uno de los núcleos más sobresalientes de la
mutación cultural.
La mercantilización de la cultura
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ofrecía la modernidad y las que propone el mundo contemporá-
neo se aprecia cuando intentamos pensar la dinámica actual de la
cultura con categorías modernas como la de campo cultural (Bour-
dieu, 2002). La concepción bourdieuana sobre la autonomía de
los campos culturales demuestra su incapacidad hermenéutica en
lo que a la lógica cultural contemporánea respecta, pues la
cultura
–que se recortaba de otras expresiones y actividades de la vida
social en un espacio que le era específico– ha perdido independen-
cia en manos del mercado (García Canclini, 2007, pág. 26).
El ordenamiento de la cultura de acuerdo a criterios mercanti-
les implica una ampliación del espacio cultural, pues los criterios
que definen qué se incluye y qué se excluye dentro del terreno
cultural ya no tienen que ver con patrones de belleza o estéticos,
tampoco tienen que ver con la legitimación cultural conferida por
actores específicos como el museo, las editoriales o la academia;
es la lógica mercantil la que dirime el status cultural. Esto quiere
decir que es el público, a través de la acogida que brinda a los
productos o propuestas simbólicas, el que legitima la obra de
arte y el bien cultural (García Canclini, 1989, 2007). El valor
estético o simbó- lico deja de ser el organizador del mundo
cultural y pasa a serlo el valor de cambio (Lyotard, 1987). Al
tiempo que productos otrora ajenos a la esfera de la cultura son
incluidos como mercancías culturales, la lógica mercantil
también penetra a las tradicionales obras de arte. Así, el arte se
“socializa” de la mano del mercado, quien, poco a poco, logra
romper la gran división que distinguía el arte elevado de la cultura
de masas (Huyssen, 2006), desdibuján- dose los límites que lo
ceñían en una esfera diferenciada, para hacerlo entrar en todos
los espacios imaginables. La “estetización general de la
existencia” y la “massmediatización de la realidad” (Vattimo,
1989) refieren precisamente a este fenómeno de desbor- damiento
de lo estético y del mercado a todas las dimensiones de lo social.
Para algunos autores esta reconfiguración cultural que moto-
riza la acción del mercado es producto de la fase cultural por la
que atraviesa el capitalismo tardío (Jameson, 1999). El mismo
Bourdieu llegó a reconocer cómo ese valor simbólico de las
producciones culturales que funciona como resto inconmovible
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de distinción y diferenciación al interior del campo cultural, se
termina corrompiendo al declinar ante las utilidades económicas
(García Canclini, 2007, pág. 29). Esto no significa que la lógica de
los campos culturales se restrinja a cumplir con los mandatos del
mercado o del público, “pero sí se subordina a ellos con lazos
inéditos” (ídem, 1989, pág. 60).
En una investigación reciente a cargo de Silvia Finocchio se
muestra cómo el declive del Estado, referente de la escuela tanto
en términos materiales como simbólicos, conduce a los agentes
educativos (fundamentalmente, los docentes) a reinventar su
identidad y su tarea al interior del espacio escolar, así como a
buscar nuevos materiales que los inspiren. Por ejemplo, la histó-
rica referencia a los discursos oficiales es reemplazada por
propuestas que provienen del mercado. Ante la creciente ausen-
cia del Estado, los docentes “se refugian en lecturas ‘ligeras’”
(Finocchio, 2009, pág. 52) que funcionan de soporte material y
simbólico para encarar el día a día escolar, consagrando una
“trinidad pedagógica que llega a las paredes, a los cuadernos y a
las fiestas”:
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El descentramiento cultural
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ampliando y diversificando los contenidos simbólicos y
socavando la relevancia y la autoridad de los contenidos
culturales canónicos. El desarrollo que desde hace varias décadas
viene produciéndose en el campo de la informática, ha
modificado profundamente la naturaleza de nuestras sociedades
al punto de que se ha abando- nado la terminología de sociedad
industrial, para referirse a nues- tro sistema capitalista de
producción y de relación social como sociedades de la
información (Castells, 1999). Esta tendencia se inicia en los
años sesenta con la difusión de los televisores, de la mano de la
cultura videoelectrónica, y da un salto en los noventa con la
expansión de las tecnologías digitales y la conformación de la red
global (Berardi, 2007, pág. 78).
Internet pone a disposición todo el saber enciclopedista junto
a un cúmulo de conocimientos que la cultura ilustrada juzgó
histó- ricamente heréticos, socavando así la jerarquía cultural que
deten- tan artefactos culturales como los libros o dispositivos de
transmi- sión simbólica como la escuela. Si bien no sabemos
adónde nos van a conducir los cambios, las tecnologías acarrean
modos de producción de subjetividades, imaginarios y
sensibilidades que a su vez contribuyen a modificar la fisonomía
de nuestro mundo. Y si el surgimiento de la escritura, y más tarde
la aparición de la imprenta, implicaron profundos cambios en lo
que hace a la orga- nización social, a la transmisión simbólica y
a la evolución de la conciencia y la maduración intelectual,
podemos esperar mutacio- nes en el mismo sentido con el
advenimiento de las tecnologías electrónicas y digitales (Ong,
2006). En función de los cambios en la psicodinámica (ídem) que
producen los recambios tecnológicos es que algunos
investigadores plantean el interrogante de si la escuela debe
seguir concentrándose en los ejercicios de escritura manual, o si
debería enseñar a escribir a máquina desarrollando la habilidad
motriz que el teclado demanda para que la acción física que
supone la escritura se realice mecánicamente y los esfuerzos
intelectuales y la atención estén consagrados a lo que se quiere
decir por medio de la escritura (Chartier, 2009).
Debido a que las letras y las relaciones cara a cara dejaron de
ser los principales estímulos que nos dirige el medio cultural, el
pensa- miento logocéntrico y secuencial ya no domina como
mecanismo
de procesamiento del entorno. Este hecho transmuta el conjunto
de fibras y terminales sensibles que son activadas y estimuladas
por el contexto, provocando que el ritmo y la cadencia de
nuestra percepción del mundo así como el centro desde el cual se
procesan los estímulos también migre y cambie. Cambia el
estimulo que nos dirige el entorno y al cambiar este agente son
otras las fibras que se activan por su acción. Así, las imágenes y los
vínculos mediados por las tecnologías electrónicas van delineando
nuestros contornos y activando fibras y nervios que hasta
entonces se mantenían en inac- tividad. Imágenes que están
dinamizadas por el ritmo fragmentario y acelerado de las pantallas
de TV, vínculos que se caracterizan por la instantaneidad y la
inmediatez del chat, efímeros, volátiles, deslo- calizados en tanto
tienen lugar en un ciberespacio, despertando una sensibilidad y
un ritmo corporal inusual. Fragmentación, velo- cidad,
simultaneidad, precariedad, ubicuidad, implican una rela- ción
sensorial con el mundo, que dan por resultado una multipli-
cidad de percepciones y de identificaciones híbridas y efímeras,
dando lugar a nuevos imaginarios y nuevas subjetividades al
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tiempo que propician nuevas temporalidades (Berardi, 2007;
Barbero, 2002).
Dichas transformaciones han sido interpretadas de forma radi-
cal por algunos autores que han convenido en llamar generaciones
post-alfabéticas (Berardi, 2007) a quienes han crecido en el
medioambiente que configuran las últimas innovaciones ligadas a
la electrónica y la tecnología digital. Para esta postura la
revolución que introducen las innovaciones técnicas es de tal
envergadura que el corte y el status generacional devienen del
formato tecno-cogni- tivo de transmisión simbólica que prima en
la etapa formativa, y no reside en los acontecimientos políticos,
morales o psicológicos que les son contemporáneos a quienes
comparten los tiempos del ciclo vital (ídem, 2007, pág. 77). Desde
esta perspectiva, la transmi- sión cultural que las generaciones
alfabéticas tienen que operar sobre las post-alfa se ve
obstaculizada por la “intraducibilidad de los sistemas de
referencia interpretativos” (ídem, 2007, pág. 77) que dominan
cada uno de estos grupos: uno de carácter secuencial
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y lógico-determinista, y el otro de carácter técnico-poiético,
basado en la simultaneidad (Najmanovich, 2009).
El poder subjetivante de las nuevas tecnologías, representa,
también para autores como Margaret Mead (1970), un factor
determinante de la ruptura generacional. Desde la perspectiva de
Mead, los adultos que nacieron y se criaron antes de la Segunda
Guerra Mundial fueron socializados en una cultura que carece de
modelos significativos de conducta para enfrentar los desafíos que
propone el mundo contemporáneo, pues sus referencias pertene-
cen al pasado y esto los convierte en inmigrantes en el tiempo. La
aparición de una comunidad mundial modifica las condiciones en
las que se forman las nuevas generaciones, quienes se enteran de
los cambios al mismo tiempo que ocurren, tienen la certeza de
conocer los límites físicos del mundo, tienen conciencia de la
coexistencia de múltiples culturas y estilos de vida y disponen de
muchas opciones culturales entre las cuales elegir, interrumpién-
dose de este modo la tendencia a conservar la reproducción
postfi-
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gurativa de la cultura en la que nacieron. El extrañamiento
cultural que los adultos experimentan frente a los marcos de refe-
rencia de sus hijos se nutre de la brecha que instituye entre ambos
la diferencial pertenencia tecnológica (soporte impreso vs. soporte
digital), pertenencia temporal (pasado vs. futuro) y pertenencia
territorial (comunidad nacional vs. comunidad mundial).
En este sentido, también podríamos interpretar el descentra-
miento cultural como la emancipación de las amarras que unían
las nuevas generaciones a las referencias simbólicas de sus
padres, ubicando a los jóvenes en un espacio de multiplicidad y
heteroge- neidad cultural signado por la homonimia y no por la
jerarquía o
114. Seguimos aquí las distinciones culturales trazadas por Margaret Mead en fun-
ción del lugar donde se origina la autoridad cultural y de quienes están legiti-
mados culturalmente. Desde esta perspectiva las culturas postfigurativas son
aquellas en las que las nuevas generaciones aprenden primordialmente de sus
mayores, es decir que fundan su autoridad en el pasado; las culturas cofigu-
rativas, por su parte, son aquellas que reciben e integran a los inmigrantes a
la cultura de llegada, haciendo que tanto niños como adultos aprendan de sus
pares y contemporáneos, por lo tanto, se trata de una cultura basada en el
presente. Por último, las culturas prefigurativas son aquellas en las que los
adultos aprenden de los niños, colocando de este modo en el futuro la legiti-
midad cultural (1970, pág. 35).
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la subordinación simbólica. Su “captación prefigurativa del futuro
aún desconocido” (Mead, 1970, pág. 35) coloca a los jóvenes en
el centro de los procesos culturales que desencadenan las
innovacio- nes tecnológicas, haciéndolos dueños del manejo de
dinámicas y códigos culturales que tienen muy poco que ver con
el universo simbólico que informa a la escuela.
Ahora bien, ¿cómo se construye autoridad pedagógica en esta
situación? ¿Qué desafíos nos está señalando para la escuela el
carácter postalfabético que ciertos estudios atribuyen a las nuevas
generaciones? ¿De qué modo puede validar la escuela su propuesta
cultural basada en un paradigma ilustrado, ante los sujetos, los
imaginarios y los saberes de la contemporaneidad? ¿Cómo puede
la escuela convertirse en un escenario de diálogo con la cultura
contemporánea?
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diaspórica que ocupan, la autora denomina a estas escrituras lite-
raturas postautónomas.
Pero no sólo el campo literario se ve modificado por los
cambios, hay que subrayar que las transformaciones no afectan a
disciplinas aisladas sino que trastocan globalmente la concepción
del saber porque cambian los modos de producir, validar y
compartir el conocimiento (Najmanovich, 2009). Los nuevos
medios de comunicación y los soportes electrónicos y digitales
que proliferan en la actualidad son en buena medida
responsables de esta metamorfosis que sufre el conocimiento. Por
un lado, por lo que señalábamos en el apartado anterior
respecto a cómo los cambios materiales de soporte del saber y
de la cultura cambian los modos en que se modela la psicología y
la mentalidad, así como las exigencias corporales que los nuevos
artefactos demandan. Por otro lado, las nuevas cartografías que
se trazan alrededor del saber están emparentadas con los cambios
en los modos de concebir el conocimiento y de producirlo. Estas
se organizan en términos de redes y no dividen los contenidos por
disciplinas, por ende abordan desprejuiciadamente el mundo
echando mano a las herramientas disponibles sin atarse a los
criterios ni a los dominios de una disci- plina en particular para
hacerlo. La compartimentación del cono- cimiento se ve socavada
por la complejidad del pensamiento fluido que introduce Internet.
La conformación de la red digital propicia la articulación de
las distintas dimensiones que involucran la comprensión de un
fenó- meno, erosionando el consenso que otorgaba soberanía
exclusiva a las disciplinas y concediendo al abordaje
multidisciplinario esta legitimidad. Las tecnologías digitales
permiten representar con dinamismo procesos muy complejos:
ayudan a imaginar lo que se esconde detrás de contenidos
abstractos como las fórmulas mate- máticas, facilitan la
“visualización” de procesos como los físicos o químicos a partir
de las simulaciones en 3D, y permiten aprender geografía con
programas como Google Earth que indudablemente enriquecen el
aprendizaje en dos dimensiones que posibilitan los mapas
impresos (Chartier, 2009, pág. 67), entre otros.
Entre las transformaciones que contribuyen a la metamorfosis
del conocimiento también deben citarse aquellos desarrollos en
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materia investigativa que desde distintas perspectivas de las
ciencias sociales cuestionan los modos más tradicionales de
entender el saber, permitiendo superar “la mirada moderna del
lenguaje como una pintura de la realidad y del conocimiento
como reflejo o repre- sentación de una naturaleza completamente
independiente” (Najmanovich, 2009, pág. 13). En este sentido,
son conocidos los aportes que han significado la labor de Kuhn
(1970) al plantear que el conocimiento científico se estructura en
paradigmas y al señalar cómo las comunidades científicas se
encargan de sancionar el carácter científico o hereje de
descubrimientos que implican revo- luciones; la desnaturalización
operada por los trabajos de Foucault (2002, 2004) de las relaciones
que el saber mantiene con el poder; y los estudios sociales de la
ciencia que han cuestionado radicalmente nuestra concepción
sobre la construcción del conocimiento (Latour, 1994).
La crisis del supuesto universal que está en la base de la
concep- ción moderna del conocimiento, a la que sin duda
contribuyeron las reflexiones filosóficas de Nietszche, Freud,
Marx y el mismo Foucault, también es efecto de la
globalización del mundo que propicia el contacto entre las
culturas y el flujo que las enreda, haciéndolas entrar en conflicto
y relativizando su valor. El gesto disciplinario que caracteriza a la
ciencia acuñada por el proyecto moderno, se ve cada vez más
menoscabado por el impulso pluralista, culturalista y relativista que
caracteriza a las llamadas “epistemolo-
115
gías posmodernas” . Vivimos, como lo indicó Lyotard (1987), en
nubes de sociabilidad que se caracterizan por la trama de diferentes
conjuntos lingüísticos y valorativos que nos imponen una mirada
situada, fragmentaria y menos omnicomprensiva.
En el marco de esta metamorfosis por la que atraviesa el cono-
cimiento no es llamativo advertir que el status de quienes
tradicio- nalmente detentaban el saber se ve deteriorado por
quienes portan cosmovisiones y asumen roles fuertemente
marcados por la confi- guración posmoderna del mundo. Las
figuras del saber que se ven resentidas por cambios como la
fragmentación social y cultural, por la emergencia de discursos
críticos del carácter monolítico del
115. Entre las cuales se destacan los estudios culturales, la crítica cultural, el multi-
culturalismo y la crítica feminista.
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proyecto moderno, y por la mercantilización de la cultura y el
descentramiento cultural son, respectivamente, el intelectual
universal (Foucault, 1992), el intelectual legislador (Bauman, 1997)
y el intelectual académico (Semán, 2006; Semán, Lewgoy y Meren-
son, 2007). El prestigio y la autoridad cultural del que gozaban
estas figuras migra hacia el intelectual específico (Foucault, op. cit.),
el intelectual intérprete (Bauman, op. cit.), el intelectual de masas
(Semán et. al.) y el intelectual electrónico (Sarlo, 1994), marcando
también un desplazamiento de los centros encargados de sancio-
nar la legitimidad del saber.
La escuela, por su parte, se muestra refractaria para revisar sus
supuestos epistemológicos y sus formas de concebir y transmitir
el conocimiento. La transmisión sigue practicándose de forma
verti- cal y unidireccional, por medio de soportes escritos
tradicionales, desde una aproximación disciplinar y en torno a un
corpus canó- nico. De modo que el modelo educativo no ha
dejado de ser enci- clopedista, disciplinario y positivista. Cabe
preguntarse entonces, para qué mundo está formando la escuela
hoy, si está presente en su propuesta el carácter heterogéneo,
flexible y disperso que adopta el presente, y cómo se deben
preparar los jóvenes para ingresar a un mundo inestable y
cambiante.
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adoptada; mostrando que la subsunción de la heterogeneidad y la
diferencia en la definición occidental del hombre (blanco, mascu-
lino, heterosexual) no pudo sellarse sin riesgos. Y si bien este
impe- rialismo todavía opera, no lo hace sin soportar las
impugnaciones que constantemente recibe desde el terreno
político, económico, social, cultural y artístico (Huyssen, 2006,
pág. 377). La emergencia de la problemática de la otredad
representa el envés del pensa- miento humanista que apunta a
homogeneizar y suprimir la dife- rencia. Esta contención sigue
siendo problemática y no se da sin tensiones, pero la reserva de
un espacio aunque más no sea para la mera reivindicación de
subjetividades “otras” ya nos habla de un mundo distinto, que ha
fracasado en su fuerza homogeneizadora y represora de la
diferencia y que por lo tanto ve resentidas las bases filosóficas en
las que se asienta su propuesta.
Todo esto modifica la relación del arte con la sociedad porque
indefectiblemente las transformaciones mencionadas modifican
los mismos términos de esa relación. El arte deja de estar
escindido del resto de las esferas y sus límites son cada vez más
difusos e ines- tables. La apertura que le impone la lógica
mercantil va erosio- nando la importancia de los criterios y
valores que le eran especí- ficos y hace más difícil el intento por
apresar en una categoría o en instituciones estables como la
academia, el museo o las galerías las distintas actividades artísticas
(Huyssen, 2006, pág. 376). De modo que las expresiones artísticas
y las intervenciones estéticas adoptan un cariz más impuro si se
las compara con las obras del moder- nismo o las vanguardias,
porque su producción está atravesada por imperativos que no
son sólo estéticos y/o políticos, hay también una gravitación
fuerte de las expectativas económicas y cobra relevancia
asimismo la afirmación de la propia cultura y de la identidad, sin
que esto necesariamente se exprese en términos confrontativos,
aunque sí pueden entenderse como “formas afir- mativas de
resistencia y formas resistentes de afirmación” (ídem,
2006, pág. 380).
El arte se ensancha para cobijar aquellas expresiones que se
animan a explorar más allá de las fronteras del canon y que
juegan con la productividad que de la tensión entre arte elevado y
cultura popular o de masas pueda resultar. La apuesta es
entonces no la
desdiferenciación de los límites ni la jerarquización de un término
sobre otro sino la puesta en tensión, la problematización y la posi-
bilidad de jugar con ambos sustratos sin prejuicios. “La clave es
exaltar esa tensión, redescubrirla y ponerla nuevamente en el centro
de la crítica” (Huyssen, 2006, pág. 380). Y si la dicotomía entre
polí- tica y estética, o mercado y estética es declarada estéril, lo
que aparece radicalmente modificado en el posmodernismo es lo
que se entiende por arte crítico y el lugar privilegiado del canon.
La dispersión de las prácticas culturales y artísticas ha llevado
a algunos autores a colocar en las interacciones humanas y
su contexto social el horizonte teórico del arte
contemporáneo (Bourriaud, 2006, pág. 13). Lo que observa
Nicolás Bourriaud es que el arte se caracteriza cada vez más por
extraer de la esfera rela- cional su materialidad y su sustrato de
trabajo. El arte, para ser crítico, ya no se propone dar cuenta de
la realidad social o repre- sentar simbólicamente las injusticias
del mundo, el arte contem- poráneo para ser crítico debe
intervenir en la sociedad, debe modelizar más que representar;
en lugar de inspirarse en la trama social el arte contemporáneo
se inserta en ella (ídem, 2006, pág.
17). Este giro que coloca al arte en los intersticios de la sociedad
abandona definitivamente la actitud sacralizante del “no tocar”
típico que acompaña a las obras de arte en los museos y, en su
lugar, convoca a la interacción con la obra, requiere del público
para completar sus sentidos, invita a experimentar con ella más
que a recorrerla o a mirarla, e involucra al público como co-
productor. La obra se presenta ahora como algo a experimentar,
como la posibilidad de una apertura hacia el intercambio, ence-
rrando en ella la potencia de la generación de lazos entre quienes
experimentan con ella y en virtud de ella. Las obras de arte se
proponen generar relaciones entre los sujetos y para ello la obra
se constituye como un haz de relaciones con el mundo a partir
del cual favorecer nuevos lazos sociales.
El ensanchamiento de las posibilidades del arte que se da con
este vuelco hacia la sociabilidad también se alimenta de la
amplia- ción del acervo material y de las tecnologías de las que
disponen los artistas para producir sus obras. Por un lado, porque
al superar la actitud que recusaba valor estético y simbólico a las
producciones
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surgidas de la cultura popular o de masas se abre un sinfín de
productos, expresiones y obras a partir de las cuales experimentar;
asimismo, el arte asume una nueva sensibilidad debido a los apor-
tes que tributa el nuevo contexto tecnológico a sus posibilidades
expresivas. Por otro lado, porque el arte demuestra una propen-
sión creciente a reelaborar productos ya existentes (ya sea
cultura- les, mediáticos, artísticos, de consumo) y a buscar en
repertorios precedentes la materia sobre la cual intervenir e
investir sentidos nuevos. La materia prima de las obras de arte
contemporáneas es en rigor materia de un ámbito “tercero”
porque ya cuentan con un procesamiento previo. El desafío para
el arte actual está en lograr “post-producir” la sustancia sobre la
que trabaja con sentido esté- tico, obteniendo como resultado un
producto capaz de interpelar en medio de la avalancha
informativa y la oferta simbólica perma- nente a la que estamos
expuestos. Al relevo de las nociones de originalidad y de
creación acuden las de reciclaje cultural, postpro- ducción,
eclecticismo, reprogramación, mixtura y combinación. Ante la
saturación de objetos, de productos y de mensajes, el arte
conviene en revalorar lo existente (antes de aumentar su
volumen) devolviéndolo reelaborado a la red de signos y
significados (Bourriaud, 2007).
El panorama cultural contemporáneo muestra una fisonomía
radicalmente distinta en lo que respecta al arte: las performances,
los happenings, las instalaciones, las producciones
procesuales y comportamentales están a la orden del día. Por otra
parte, los artis- tas adoptan nuevas caras: ya no es un autor con
todo lo que esto
116
implica ; el artista es alguien que sabe cómo seleccionar y
combinar
elementos heterogéneos, como el dj (disc jockey) o el
programador. Cambian las técnicas, los procedimientos, los
materiales, los medios, los sujetos del arte. Cambian los escenarios
en los que se expresa y los criterios de legitimación del arte. Y
ante este paisaje cultural la impronta contracultural del arte
puede leerse en su compromiso con la “tarea de no dejar ningún
signo intacto” (Bourriaud, 2007). Y en
116. Entre estas implicancias cabe mencionar la diferencia que lo separa del públi-
co. La interactividad y cooperación que solicitan las obras de arte contempo-
ráneas contribuyen, junto con la cultura global, Internet y la abolición de la
producción y el consumo como instancias divididas y separadas, a la esterili-
manos de este afán resemantizador del arte contemporáneo el
canon se erosiona sin prisa pero sin pausa.
Si pensamos en el canon literario, que es el que más presencia
tiene en la escuela, nos encontramos con que la literatura también
está cambiando y lo hace en dirección a una zona en la que
confluye con prácticas artísticas o transmediadas que conducen a
introducir concepciones plurales de mundo, sorteando la
reproducción de los sentidos culturales hegemónicos (Kozak, 2009,
pág. 49).
223
esfera pública de la privada. El desdibujamiento de los bordes que
separan lo que socialmente era definido como parte del fuero
íntimo y lo que es de dominio común, constituye una de las
trans- formaciones más importantes en lo que hace a la
constitución de las subjetividades contemporáneas. Ciertamente,
la emergencia de tribus urbanas vinculadas a las nuevas
117 118
tecnologías (como los flog- gers o los emos , entre otras), la
notoriedad que alcanzan cier- tas figuras sin más mérito que el
de hacer de su intimidad un espectáculo televisivo, el éxito de
las redes sociales virtuales como Facebook o My Space y de los
blogs, o el protagonismo que rápida- mente consiguen en la
opinión pública algunos videos que circu- lan en You Tube, son
todos fenómenos que dan cuenta de las modulaciones inéditas
que esta elasticidad del ámbito público y privado ejerce sobre la
constitución subjetiva. El denominador común de estos
ejemplos reside en que todos asumen “la intimi- dad como
espectáculo” (Sibilia, 2008).
Para situar en perspectiva histórica la actual desdiferenciación
que yuxtapone las esferas, quizás sea oportuno recordar que la
separación entre los ámbitos público y privado de la existencia es
una invención histórica y que la división de estos dos espacios,
cada uno con sus reglas, sus funciones y sus rituales, obedece a
las necesidades e intereses políticos y económicos específicos del
capi- talismo industrial (Sennett, 1978). Cuando esta escisión
operaba con éxito y sus límites estaban nítidamente delineados,
la intimi- dad era una sustancia o un aspecto de la individualidad
que se cultivaba en el plano privado, en donde los individuos se
recluían para escapar de las convenciones a las que debían
ajustarse en la
117. Los floggers son la primera tribu urbana que se define por su uso de Internet, en
particular del portal Fotolog.com. Se trata de una red social gratuita donde los
usuarios publican una foto por día en su flog (abreviatura de foto-log, o ‘bitá-
cora de fotos’) con un texto breve y pueden recibir hasta 20 comentarios o ‘fir-
mas’ de sus amigos. La popularidad de cada flogger se mide por la cantidad de
firmas que reciben y por el número de usuarios que los agregan como amigos.
118. Los emo son una tribu urbana contemporánea que se define por un estilo
estético basado fundamentalmente en el peinado (flequillo largo peinado de
costado tapándole la mitad de la cara), la vestimenta, el maquillaje (los ojos
delineados de negro, sombras oscuras) y los complementos (tatuajes, pulse-
ras), todo esto acompañado de una filosofía de vida negativa que les da un
aire pesimista y lánguido. Para ampliar la información véase: http://
www.forometropolis.com/foro/showthread.php?t=4429.
224
vida pública, y del cual tomaban los nutrientes para su autocons-
trucción. El principal ámbito del espacio privado era el plano
doméstico o más específicamente el cuarto propio, para quienes
contaban con esta posibilidad. Era en estos lugares cerrados,
ajenos a la mirada de los otros, en donde el sujeto se permitía ser
él mismo, auténtico y verdadero; allí incrementaba su acervo
inte- rior a través de la lectura (principalmente de novelas) y la
escritura (fundamentalmente de diarios íntimos y de cartas). De
este modo, la subjetividad de los hombres y las mujeres modernos
se amasaba en diálogo con la vida de esos personajes literarios
que sembraban un campo de identificaciones prolífico, ya que
ellos también se presentaban llenos de dilemas interiores,
pasiones incontrolables y deseos reprimidos. Esas historias que se
leían con fruición y cala- ban en las fibras más recónditas de sus
lectores, estaban llenas de pliegues donde se superponían y
yuxtaponían miedos, pasiones, aspiraciones, deseos,
frustraciones; los tesoros de una subjetividad que debía mantener
a raya de la mirada de los otros los aspectos más humanos y más
irracionales del ser social. El trabajo intros- pectivo y
retrospectivo representaba un ejercicio recurrente en los procesos
de autoconstrucción del yo: el sustrato de estas identida- des
estaba claramente fundado en la experiencia individual, en los
modos en que esa experiencia es elaborada interiormente y en la
búsqueda de un sentido que ligue los fragmentos y los trozos de
esas distintas facetas de uno mismo en un relato con un
significado subjetivo (Sibilia, 2008). Como resultado de este
proceso de cons- titución subjetiva, Sibilia señala que lo que
arroja el contexto industrial es una forma subjetiva particular que
define como homo psycologicus u homo privatus y se caracteriza
por su interioridad psicológica. Se trata de “un tipo de sujeto
que aprendió a organi- zar su experiencia en torno de un eje
situado en el centro de su vida interior” (ídem, 2008, pág. 77).
David Riesman (1971) deli- neó el concepto de personalidades
introdirigidas para dar cuenta de este tipo de subjetividad volcada
hacia sí misma.
La creciente tendencia a publicar la intimidad de forma masiva
parece estar marcando un desdibujamiento de las fronteras que
separaban categóricamente lo público de lo privado. No se trata
simplemente de un avance de lo privado sobre el ámbito público
225
sino de algo más complejo. “Hay una imbricación e interpenetra-
ción de ambos espacios, capaz de reconfigurarlos hasta volver la
distinción obsoleta” (Sibilia, 2008, pág. 93). Lo que la emergencia
de estos fenómenos nos muestra es un tipo de subjetividad que se
realiza en el mismo gesto que la hace visible. El yo ya no se auto-
construye al calor de las experiencias más íntimas ni desde los
espacios reservados al desarrollo de la interioridad, tampoco es un
producto de debates internos o de ejercicios autorreflexivos, sino
que cobra entidad al hacerse público, visible. Lo que se observa
es un desplazamiento de las tiranías de la intimidad a las tiranías
de la visibilidad (Sennett, 1978).
226
gustos musicales, las preferencias estéticas, las pertenencias
socia- les y las elecciones sexuales de quienes asisten a la escuela
escapan al tamiz institucional y pueblan su paisaje. Los jóvenes
exhiben por medio de su vestimenta, sus ornamentos, sus
actitudes, sus atributos físicos, sus aptitudes y usos
tecnológicos, y sus movi- mientos corporales, cómo se definen,
mostrando al mundo de este modo que son alguien, que tienen
una historia, una personalidad, un grupo de pertenencia, cierto
capital cultural y simbólico, etc. Sin embargo, esa resignificación
que padece lo público a causa de la presión que ejerce el avance de
lo privado, no escapa al conflicto. La escuela se convierte en
escenario de situaciones como el emba- razo adolescente, el uso
de celulares en el aula, la puesta en circu- lación por medio de
Internet de situaciones conflictivas vividas en la escuela y
registradas por las nuevas tecnologías, la disputa de los alumnos
por la participación en los procesos de resolución de conflictos y
de definición de las reglas de convivencia, etc., para las que ya no
se admiten resoluciones basadas en decisiones unilate- rales o
que ignoren las múltiples identificaciones que conforman la
subjetividad de los alumnos. En este sentido, creemos que puede
ser provechoso revisar cómo está procesando la escuela aspectos
que históricamente se confinaron a la esfera privada y que hoy
cobran una presencia irrevocable. Es decir, de qué manera dialoga
el mundo escolar con el mundo de los jóvenes, que se rehúsa a
quedar confinado al ámbito privado.
227
verdad, la literatura de no ficción y las biografías de personalida-
des famosas (Schiffrin, 2001, 2005). Muchas de esas biografías se
inspiran en figuras que deben su celebridad a su desempeño
sobre- saliente en alguna rama del arte, de la historia o de la
política, sin embargo, la trama que tejen tales biografías no están
centradas en aquellos aspectos de su existencia que hicieron de
su vida algo extraordinario y excepcional sino que subrayan los
aspectos más banales y pedestres de su paso por este mundo. Así
lo que se ofrece es una reelaboración de estos personajes al calor
de lo que los iguala con el hombre común, de modo de
volverlos más reales. Otras propuestas editoriales, en cambio, se
basan en aquellas cele- bridades que deben su glamour al mercado
y se volvieron famosas exclusivamente por obra y gracia del
beneplácito mediático, que es su fuente de legitimación, y en este
caso son en general escritas por sus propios protagonistas. Esta
tendencia se consustancia con otra propensión propia de la
producción televisiva que es la de la profusión del reality show,
que consiste en la apoteosis del hombre común al transformar la
realidad de “cualquiera” en materia de entretenimiento.
El antropólogo francés Marc Augé (1998) atribuye esta nueva
repartición de lo real y la ficción a un cambio en el régimen de la
ficción. Desde su perspectiva el carácter de la ficción y el lugar
del autor son los dos criterios por los que se puede definir un
régimen de ficción. Lo que él plantea es que la ficción está
definida por la existencia del autor y por la relación del relato
ficcional con lo real, y esto es lo que está cambiando en la
actualidad.
Dichos cambios son deudores de transformaciones que se dan
en los tres polos que están implicados en los modos en que se
dife- rencia lo real y la ficción: el polo de lo imaginario y la
memoria colectivos (IMC) que nutre al polo de los imaginarios
individuales y al mismo tiempo se ve influido por este último; el
polo de los imaginarios individuales (IMI) que constituye “una
fuente de elaboraciones narrativas producidas por creadores más
o menos autónomos” (ídem, 1998, pág. 76-77) y el polo de la
creación- ficción (C-F) que, sea colectiva o individual, es
producto de los sueños, es decir que de alguna manera es fruto de
“un ligero desfase (...) entre las coacciones del sistema simbólico y
la imaginación del
228
individuo” (ídem, 1998, pág. 134). De modo que este polo es
capaz de afectar tanto a la imaginación individual como al
universo simbólico del conjunto. Los posibles vínculos que estos
polos son capaces de entablar entre sí están fuertemente
condicionados por las características que asumen la identidad y la
alteridad dentro del conjunto social del que se trate.
Sobre la base de este planteo, la hipótesis de Augé es entonces
que la debilitación de algunas de estas fuentes puede afectar a las
otras dos (Augé, 1998, pág. 77). Si los imaginarios colectivos
inci- den en los imaginarios individuales volviendo viable la
posibilidad de producir relatos individuales (ficciones), cabe
preguntarse qué ocurre cuando el polo del imaginario colectivo
parece agotado o bien se muestra incapaz de influir sobre los
imaginarios individua- les operando como agente aglutinador y
de identificación colec- tiva, en la medida que se desliza al polo
de la creación ficción.
229
“Hemos pasado al ‘todo ficcional’ (...) Todos los antiguos
universos imaginarios colectivos tienen ahora el carácter de
ficción (...) Ante sí, lo imaginario individual no tiene más que
la ficción. Pero la ficción también ha cambiado, puesto que
ya no tiene intercambio alguno con el polo desocupado IMC.
La nueva ficción, que llamaremos ‘ficción-imagen’, se
sitúa a media distancia de los anteriores polos IMC y C-F,
como si ambos se hubieran desplazado hacia una nueva
posición de equilibrio (...) Informado únicamente por la
ficción-imagen, el yo que ocupa el antiguo polo de lo
imaginario y de la memo- ria individuales (IMI) puede
considerarse ‘ficcional’” (Augé,
1998, pág. 135-136).
230
hacia casilleros de género opuestos: las nuevas escrituras se basan
en la práctica de distintos tipos de discursos (los medios, los blogs,
la autobiografía, el testimonio, el discurso de autoayuda, el
perio- dismo, los discursos de la vida cotidiana, etc.), mientras que
la histo- ria ha visto nacer una vertiente de trabajos de alcance
más masivo que incluso contienen producciones audiovisuales que
proponen la representación de hechos históricos apelando al
formato de produc- ción de ficción. Nos preguntamos entonces
qué implicancias tiene para la escuela la desdiferenciación y la
interpenetración de la reali- dad y la ficción. ¿No están todos los
contenidos escolares organiza- dos en base a la distinción
realidad-ficción? ¿Cómo se altera la recepción de los contenidos
literarios o históricos que imparte la escuela en virtud del
tratamiento al que los someten las produccio- nes más recientes?
¿Qué capacidad interpelante demuestran las ficciones y los
relatos históricos que forman parte del canon escolar en un
contexto hegemonizado por la imagen, la exposición de la
intimidad como estrategia de intervención pública y en el que es
cada vez más importante el tratamiento visual de los contenidos?
En suma, cabe interrogarse de qué modo es deseable que la
escuela revise los supuestos que organizan y pautan la transmisión
cultural en función de los fenómenos de imbricación de los
ámbitos públi- cos y privados, de yuxtaposición de la realidad y
la ficción y del poder que cobra la imagen en la actualidad.
231
constantemente presentificado” (ídem, 2008, pág. 132), un
“tiempo congelado” (Debord, 1995):
232
objetivación del tiempo vivido– sólo podrá aumentar si el
sujeto se encuentra inactivo; o sea, si son escasas sus necesi-
dades e intereses ligados a la acción en el presente.”
(Sibilia,
2008, pág. 144).
234
futuro mejor. La máxima que predica que “el futuro ya llegó” es la
contracara de la ideología del “fin de la historia”. Y si el futuro es
hoy, qué atractivo puede revestir la propuesta escolar a los ojos de
los jóvenes, a quienes se les pide que renuncien a la inmediatez
que les ofrece Internet y que desestimen las innovaciones
tecnológicas en pos de una herencia cultural que promete un
futuro que ya no forma parte del horizonte de nuestra época.
Nuestro tiempo está signado por la inestabilidad social, polí-
tica, cultural y económica, y esto nos exhorta a ser flexibles y
versá- tiles en la búsqueda de las condiciones y los caminos que
nos permitan superar las adversidades y así desarrollarnos.
Por supuesto que la idea de progreso y de superación individual
no ha desaparecido, pero ya no parece ligada a una trayectoria
relativa- mente previsible, con pasajes por instancias obligadas o
circuitos reconocidos y estables, o por lo menos no para todos. A
pesar de la globalización, que pugna por alinear al mundo a
una única secuencia cronológica y sujetarnos de este modo al
mismo eje temporal, el devenir del tiempo hoy se despliega en
múltiples líneas, con flujos e influjos variados, como lo
demuestra la visibi- lidad que ganan las reivindicaciones sociales
y políticas de la hete- rogeneidad y la multitemporalidad de las
culturas subalternas o históricamente sometidas. La
reivindicación de modos alternati- vos de habitar el mundo nos
habla del espacio que encuentran en él distintas maneras de
concebir el tiempo y de vivirlo, y si bien esto no es nuevo, su
impacto se ve muy amplificado por la visibi- lidad que le dan
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
No encontramos precedentes para las vivencias del tiempo que
hoy prevalecen y esto nos despierta muchos interrogantes en rela-
ción a la escuela. ¿Qué conexión tiene la escuela con este presente
heterogéneo y dinámico? ¿Es suficiente la inclusión de nuevas
tecnologías digitales para promover experiencias del tiempo
menos estáticas o es necesario partir de una concepción del
tiempo nueva para ello? La concepción del tiempo diferencial que
presen- tan la cultura escolar y la cultura juvenil, ¿ayuda a
diversificar y complementar la formación de los jóvenes o,
en cambio, la descompensa? ¿Es deseable que la escuela
redefina su manera de
235
experimentar el tiempo con el fin de acercarla a la inmediatez que
caracteriza nuestro tiempo? ¿Por qué? ¿Debe la escuela sintonizar
sus relojes con los de la cultura contemporánea, o debe mante-
nerse ajena a las urgencias y los ritmos que dinamizan el mundo
exterior para cumplir con sus objetivos? ¿En qué dirección sería
aconsejable modificar la concepción del tiempo en la escuela?
¿Cuáles serían los argumentos a favor y en contra de una reforma
en los modos de concebir y de vivir el tiempo en la escuela?
Palabras finales
236
distinto al de la modernidad, sino que concebimos a
la posmoder- nidad como “una manera de
problematizar los vínculos equívocos que (el mundo
moderno) armó con las tradiciones que quiso
excluir o superar para constituirse” (García Canclini,
1989, pág. 23). La posmodernidad se hace cargo de
las herencias del pasado y sus hibridaciones con el
presente; pone de relieve lo moderno, lo culto y lo
hegemónico en sus cruces con lo masivo, lo
tradicional, lo popular y lo subalterno. Estas páginas
se han propuesto reseñar y analizar teóricamente las
transformaciones más recientes para contribuir a la
problematización de la modernidad que conlleva el
actual escenario posmoderno. Auguramos que
quienes trabajan en y para la escuela encuentren aquí
argumentos válidos para abordarla desde el escenario
posmoderno en el que ya está instalada la cultura
contemporánea.