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Abraham Aguilar Gutiérrez Aguilar 1

Licenciatura en Estudios Literarios Teoría literaria comparada

IX, X y XI: el desplazamiento de la antinomia


Como se ha visto en los capítulos anteriores, La sala número seis reordena la manera de ver
su mundo en cada apartado. No obstante, los giros que “IX”, “X” y “XI” le propinan al lector
muestran una maestría singular. En dos intensos coloquios y un breve zoom out diegético, las
presunciones de veracidad del lector se vuelcan casi al punto del contrario en una narración
portentosa.
Partiendo del motivo del loco, la inteligencia autoral genera construcciones de la
antinomia implicada, destruyéndolas a la vuelta de la página de maneras inauditas.
Impecablemente ejecutadas, tales construcciones son casi infalibles en su verosimilitud. El
texto propicia en el lector desplazamientos automáticos del límite entre la cordura y la
demencia en un juego de percepción magistral. En esta ocasión, se atenderá a tal proceso.
Se han identificado ciertos elementos que consolidan la construcción de la antinomia,
articulada en cada capítulo gracias a un valor privilegiado. Éste determina la manera en que la
inteligencia lectora asuma la cordura y locura en uno y otro personaje. Una vez que el valor
cambia, la construcción ya asumida como cuerda se desmorona en demencia, mientras que la
antes insana, prueba su lógica y validez. En conjunto, los tres apartados exhiben la locura
como desplazamiento, como distanciamiento del orden inicial.
La presente maquinación narrativa es titánica. En este apartado se limitará a proponer
una lectura en la que se destacan los valores articuladores y los elementos que hacen posible
el trastrocamiento de la antinomia razón/locura. Una maravilla en tres capítulos de los
diecinueve que conforman La sala número seis.

IX. La razón práctica


El primer capítulo de esta trilogía comienza con un Sachverhalt construido por los anteriores.
Andréi Yefímich como médico en jefe, ciudadano libre y culto, y fiel partidario de la razón se
le asigna la categoría de cuerdo. En cambio, Iván Grómov el paciente psiquiátrico, caído en
desgracia y enclaustrado por una paranoia que lo descarta como ciudadano deseable y/o útil
recibe la etiqueta de loco.
Gracias a la causa efficiens del fortuito encuentro con Moiseika, Yefímich arriba a la
sala número seis y despierta la furia de un Grómov inconforme. El estado de cosas en cuestión
se confirma: Grómov despotrica insultando y amenazando a Yefímich, cuando éste le
responde con extrema calma con una pregunta: “¿Por qué?”(Chéjov, 2015, p. 1010).
La curiosidad científica del doctor se impone ante la rabia del paciente. No obstante, el
diálogo se hace posible por un tema de interés común: la adversidad del mundo (o lo adverso
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del hombre). A lo largo del coloquio se despliega la fundamentación que sostiene a la cordura,
fiel al estado de cosas inicial.
El fundamento se identifica en actitud y diálogo. Cuando el paciente asevera, el doctor
pregunta; cuando uno grita, el otro escucha. Mientras el discurso de Grómov se despliega con
abundante emoción, expresando deseos y demandas, el de Yefímich se remite a mostrar la
posible solución a ellos: resignarse. Desdeñando la lógica y la moral, encontrando el
infortunio y la arbitrariedad como inevitables, el doctor presenta un orden que se muestra
congruente con el estado de cosas en ese punto de la diégesis. Ante una sociedad invencible y
a la defensiva, el valor pertinente es el práctico.
El orden propuesto anteriormente rechaza al de Grómov. Sus preocupaciones morales
y metafísicas acompañadas de una pasión frenética secundan la aseveración de su locura. El
punto culmen de este rebote se explicita en sus propias palabras: “¡Amo la vida, la amo con
pasión! Tengo manía persecutoria, un terror incesante me tortura, pero hay momentos en que
las ganas de vivir me dominan y entonces temo perder la razón” (2015, p. 1013). La postura
de Grómov ante la adversidad se muestra no sólo impráctica, sino idealista y alucinada.
El final del capítulo afianza una vez más la categorización presente. La paranoia de
Grómov se manifiesta y el diálogo se interrumpe, retrocede a la locura total, la incapaz de
comunicación. No obstante, el cuerdo se place de tal encuentro. El último párrafo vaticina el
trastrocamiento: “[…] Sabe razonar y se interesa por las cosas que realmente importan. […] A
la mañana siguiente […] se acordó de que […] había conocido a un hombre inteligente e
interesante, y decidió volver a visitarlo a la primera oportunidad.” (2015, p. 1014). A pesar de
sostener la batuta de la cordura, fue Yefímich el afectado por la conversación. La locura atrae
al cuerdo y así comienza su desplazamiento.

X. La razón lógica
El movimiento del adjetivo asignado a Yefímich se produce por la falta de coherencia
respecto de su orden y postura. Las impresiones categoriales comienzan a invertirse desde la
primera oración: “Iván Dmítrich estaba tumbado en la misma postura que el día anterior […]”
(2015, p. 1014). Las asociaciones de calma-cordura e inquietud-locura cotejadas
respectivamente a Yefímich y Grómov se dislocan. El paciente se convierte en el establecido
y el doctor deviene incierto.
La primera falta de Yefímich se identifica en una acotación del narrador: “Eran más de
las cuatro de la tarde, la hora en la que Adréi Yefímich solía pasear por sus habitaciones y
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Dáriushka le preguntaba si no quería que le sirviera ya la cerveza.” (2015, p. 1015). El doctor


se aleja de su orden personal para acercarse a Grómov, al loco. A partir de ese punto, el
cuerdo incurre en una serie de inconsistencias que le arrancan el nombre y lo refunden en la
necedad demente.
La resignación que predicaba se ve opacada por la incipiente búsqueda introspectiva
de tranquilidad, satisfacción y felicidad (2015, p. 1015). Tal postura se extiende al grado de
rechazar estímulos tan íntimos como el dolor, el frío, prácticamente a cualquier
acontecimiento externo al que uno sea susceptible. Ante semejante aseveración, Grómov se
desata en un discurso de rigurosa lógica, en donde no sólo destaca lo incoherente de la
filosofía del médico, sino que denuncia la cómoda y privilegiada posición desde la cual la
pregona.
En la medida en la que la crítica de Iván avanza, las intervenciones de Andréi se
minimizan. En lugar de lanzar contraargumentos, elogia los comentarios del paciente,
cortando retroalimentación alguna y rayando en la necedad. La última gota de credibilidad se
derrama cuando responde: “[…] no soy ningún filósofo, pero todo el mundo debe predicar
esas ideas porque son razonables.” (2015, p. 1018). La sordera que implica llamar razonable a
su postura después de aquella crítica rinde la estafeta de la cordura. Sin embargo, es el final el
que concretiza su caída.
La oración final del capítulo es la desacreditación de Andréi Yefímich: “Bueno, yo le
he escuchado; ahora tenga la bondad de escucharme a mí…” (2015, p. 1020). La tenacidad y
potencia de inteligencia autoral se manifiesta en no relatar la réplica del doctor, privándola de
validez y, sobre todo, de relevancia. La locura de Yefímich es tal que no vale la pena
escucharla.
El desplazamiento de la cordura de un personaje a otro es posible gracias al cambio
del valor que la articula. Si bien en “IX” se privilegiaba a la práctica, en “X” se atendió a la
consistencia lógica. La introspección vegetativa que pretende el médico se derrumba ante su
irremediable incoherencia. La crítica de Grómov lo aliena de su profesión, de su estilo de
vida, de su condición humana. Mientras Iván delira de vida, Andréi se niega a ésta.

XI. La razón común


Pareciera ser que con “X” el binomio quedaba completo, sin embargo, para la inteligencia
autoral de La sala número seis hace falta una variable. Con un diminuto apartado, el límite
entre cordura y locura se desplaza una vez más, mostrando su convencionalidad a todo fulgor.
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El tercer valor se despega de la filosofía para acercarse al número. La locura es el orden de la


minoría.
La insensatez de Yefímich ya expuesta por Grómov se evidencia a la sociedad.
Obsesionado, el médico relega su estilo de vida por visitar a Iván. Sin importar sus deberes
laborales, sus rituales domésticos, ni siquiera la nula bienvenida del propio paciente, Andréi
se refunde en una locura que se vislumbra desde lejos: “Nadie […] acababa de comprender
para qué iba, por qué pasaba allí horas enteras, de qué hablaba y por qué no extendía recetas.
Su conducta era extraña.”(2015, p.1020). El descubrimiento de sus coloquios por parte de
Jóbotov completa el último desplazamiento de la antinomia de manera terrible: la locura no
tiene otra cualidad que la de ser distinto de la mayoría al grado de ser indeseable. La sala
número seis juega con tal maestría con las presunciones del lector mostrando que el loco no es
más que el otro.

Conclusiones
La sala número seis es un texto de precisión envidiable. Esa condición le permite jugar con las
presunciones de veracidad del lector, teniendo su verosimilitud siempre asegurada. La
construcción lógica y plausible del mundo dado en el texto se derrumba para que surja una de
igual rigor. En “IX”, “X” y “XI” la construcción se articula con un valor privilegiado. Éste
fundamenta los discursos desarrollados e indica al lector automáticamente qué etiqueta
asignar a cada personaje. Cuando el valor cambia, el estado de cosas anterior se desvanece,
pero el rigor de la nueva construcción relacionada con la anterior y atendiendo a la nueva
base, difumina tal proceso haciéndolo imperceptible. Los capítulos en cuestión son una
trilogía del desplazamiento, el baile de la locura según Chéjov. Van once, faltan ocho.

Bibliografía
Argüelles Fernández, Gerardo. Horizonte de presunciones. Sobre una hermenéutica literaria con
sustento fenomenológico y poetológico. Inédito.
Argüelles Fernández, Gerardo. «Sobre los principios ontológicos en la diferencia poetológica de
Horst-Jürgen Gerigk.». Acta Universitaria 27/2 (2017): 65-77. doi:
10.15174/au.2017.1275. 2017.
Chéjov, Antón P. «La sala número seis.» En Cuentos Completos (1887-1893), de Antón P.
Chéjov, 985-1043. Madrid: Páginas de Espuma, 2015.
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