Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Desde la terraza veo a Elisa cortar ortigas en el panteón. Es mi hermana menor aunque no
lo parezca. No ha vuelto a dormir bien desde la muerte de la abuela, se le han sumido los
El día que encontró a la abuela muerta salió corriendo y gritando al jardín. Pensé en dejar
que se desahogara, que gritara y se pasara las manos por la cabeza todo lo que quisiera,
pero en lugar de irse acallando gritaba cada vez más fuerte y comenzó a arrojar puños de
cabello que se arrancaba. Tuve que llamar al doctor para que le recetara un sedante. Desde
Adoptó costumbres raras. Así haya pasado la noche en vela, a las cinco de la mañana sale a
recoger ortigas al panteón y pasa los días tejiéndolas. Muchas veces le pedí que no saliera a
esa hora, quería pensar que podía razonar con ella pero no dejó de hacerlo. Opté por
cambiar las chapas y candados de la casa y esconderle las llaves. Yo me sentía más
tranquilo sabiendo que Elisa estaba segura, sin embargo ella se veía más inquieta, sus
resigné y dejé que fuera a cortar ortigas al panteón. Me limito a vigilarla desde la terraza
hasta que salga el sol. Sigue muda e insomne, además de tener las manos arruinadas por la
Elisa teje compulsivamente las ortigas. Se van secando y sus tejidos se quiebran. Las
muchachas barren la hojarasca de su cuarto y ella suspira con cierta desilusión. Esto es cada
tantos días. Se ha vuelto hábil con su tejido y cada vez alcanza a tejer pedazos más grandes
Yo no recuerdo a mi mamá. Murió cuando mi hermana todavía era una bebé de brazos. Fue
un cáncer muy rápido. Álvaro, el mayor, tenía seis años. Él sí se acuerda un poco de esa
época. Santiago no habla de ello. Su único comentario sobre esta parte de nuestras vidas es
La mamá de mi papá todos los días nos recordaba que era una injusticia que después de
haber sido madre tuviera que volver a criar, que entendía por qué Dios manda a los hijos
cuando uno es joven. Llegó a atreverse a decir frente a nosotros que mi mamá era una
egoísta por no haber luchado más fuerte contra el cáncer. Sin que entendiera por qué, de
La abuela era especialmente dura con Elisa. Decía que era idéntica a mi mamá y no era un
cumplido. “¡Eres igual que tu madre, una consentida holgazana! ¡Seguro esperas tener su
misma suerte y casarte con un hombre que te mantenga y te gastes todo su dinero en
salones de belleza! ¡Pues no, señorita! ¡Usted va a aprender! ¡Como que me llamo María de
Álvaro era el que se apiadaba de ella en ese aspecto. No podía interponerse entre ella y la
abuela pero creía que podía evitar futuras tundas si le ayudaba todos los días con la tarea. Él
“Olimpiada de Matemáticas” a nivel estatal, tercero nacional... Aunque para él era fácil,
tenía mucha paciencia para Elisa. Álvaro se dio cuenta que mi hermana volteaba las letras y
los números. Le dijo a la abuela pero ella sólo rodó los ojos, lo tomó como un pretexto para
ser floja. A la fecha estoy seguro de que si Elisa llegó hasta la prepa fue gracias a Álvaro.
mayor latoso. Creció muy rápido, cada vez eran menos las veces que juagaba con nosotros
o que nos molestaba, poco a poco iba cargando con preocupaciones que debieron ser de
No me acuerdo la última vez que jugó con nosotros en serio, pero recuerdo de algunos de
nuestros ruegos para que se uniera a nosotros: “Ándale, ¡y jugamos fútbol!”, “O mejor tu
escoge lo que tú quieras...”, “Tú pones la reglas...” Sólo repetía: “No. Mejor yo los veo
desde acá”. Lo más parecido que hacía a jugar era origami. Nosotros le pedíamos diferentes
animales y él buscaba cómo hacerlos en un libro. Elisa le pedía cisnes, siempre cisnes.
la infancia perdida sino que le parecía que su nieto era un niño raro, sombrío. Y de nuevo,
la culpable era Elisa. “Si no se hubiera tenido que preocupar por la escuela y todo lo que no
aprende Elisa por lenta sería un niño más normal”. Lo comentaba con las muchachas del
Cuando Álvaro se fue a México a estudiar, Elisa se aguantó el llanto. Pero cuando
empezaron las clases lloraba sobre las ecuaciones de segundo grado. La abuela la acusó de
lugar de descansar él veía que Elisa estudiara para sus exámenes extraordinarios. La abuela
también le reprochaba eso. Interrumpía sus sesiones de estudio, “Ya déjala, ella tiene que
saber, ni modo que en esto se vayan tus vacaciones”. Álvaro le decía que sí a todo pero
cuando dejaba el cuarto seguía con las lecciones de Elisa. Ella se ruborizaba afligida.
Yo nunca le tuve tanta paciencia. De niña venía a mi cuarto cargando un libro de cuentos
infantiles. “Bruno, Brunito, ¿por favor me lees un cuentito?” me decía. Ella tardó mucho en
poder leer sola. No me gustaban las historias de princesas que me pedía repetir una y otra
vez. Si aceptaba era a cambio de algo, de que me dejara escoger qué ver en la tele más
tarde, que bajara a la cocina por algo que se me antojaba o que me pagara cinco pesos.
Después ni con sobornos aceptaba, le decía que fuera con Álvaro, que él le enseñara a leer.
Ella y yo sí peléabamos, casi siempre por tonterías. Una vez peleamos porque ella creía que
los patos de un estanque eran cisnes y yo insistía en corregirla. Llegamos a las manotadas y
Álvaro tuvo que separarnos. Ya llorando, berreaba: “¿Y qué te cuesta imaginar que son
cisnes?”.
Tampoco era que no nos lleváramos para nada. También jugábamos mucho.
Cuando me rompí el brazo estábamos los tres jugando en el patio. Estaban haciendo
arreglos en la casa y justo ahí habían dejado unas puertas nuevas de herrería y vidrio para la
sala. Las puertas estaban mal recargadas en la pared. Elisa y yo estábamos a un lado de
ellas. Pasó una ráfaga de viento y las vi tambalear. Empujé a mi hermana para que no le
encima. “Tienes que ir a que te vea un doctor. Le tenemos que decir a la abuela” dijo
Álvaro. Teníamos miedo de que nos regañara y castigara a todos. Pero después de que le
explicamos todo sólo se fue contra Elisa. “¡Mira lo que provocas! ¿Cómo voy a creer que
Me enyesaron desde el hombro hasta la muñeca. Elisa fue la primera en firmarlo: “Lo
siento. TQM”. Nunca me pareció que hubiera sido su culpa pero durante el tiempo que
tardé en sanar la abuela no se cansó de recordarle que ella me había hecho eso. Ninguno de
Santiago idolatraba a Elisa. La dibujaba, le decía que era la más hermosa, le hacía coronas
de flores, jugaban con muñecas y a que eran princesas los dos. Elisa dejaba que usara sus
vestidos y sus perfumes. Álvaro y yo sabíamos cómo jugaban ellos dos pero nunca lo
hablamos ni le dijimos a papá o a la abuela. Esa vez, fue sólo mala suerte, la peor suerte.
Así como Elisa era la menos favorita de la abuela, era la debilidad de papá. Había
organizado todo en su trabajo para tener tiempo para el recital de ballet de mi hermana.
cisne de Elisa. Daba piruetas parado de puntitas y sus mejillas y hombros resplandecían por
sacó del tutú y así como estaba en calzones lo agarró a cinturonazos. La abuela jaloneó a
Elisa de la oreja. De nuevo, era su culpa que Santiago se vistiera y actuara así.
Álvaro y yo escuchamos todo esto desde el estudio. Nos mirábamos como si a los que
estuvieran agarrando a golpes fuera a nosotros. Álvaro en un punto frunció los ojos como si
“pervertir”. A veces creo que lo imaginé. Elisa ni siquiera sabría que querría decir eso en
aquel entonces.
Vimos a Santiago irse a su cuarto cojeando con la espalda ardida. “¡Y no te quiero oír llorar
La abuela alistó a Elisa para irnos y en todo ese rato no paró de regañarla. Dejamos a
Santiago en su cuarto y nos fuimos en silencio a ver “El Lago de los Cisnes”. Elisa por
niñas porque parecía que podría tirarse al suelo y ponerse a berrear en cualquier momento.
Desde entonces saturaron a Santiago con deportes. Siempre tenía que estar en el equipo de
algo, que ir a entrenar hasta cinco veces por semana. Elisa siguió con el ballet y Santiago
tenía que fingir ser el menos interesado en ir a verla bailar. Pero como papá, no se perdía
sus presentaciones.
A veces creo que a Santiago envidiaba a Elisa. Pese a las actividades varoniles que le
impusieron seguía jugando mucho con ella. Sin importar cuánto crecieran Santiago le
seguía llamando: “la más hermosa” y siguió dibujando casi compulsivamente retratos de
Elisa. Aunque estuviera en lo correcto y Santiago le envidiara algo creo que siempre fue
más fuerte lo mucho que se amaban. Si tan sólo ese hubiera sido el caso con papá.
Era verano y Santiago había conseguido un trabajo temporal por las vacaciones en la
notaría de un amigo de papá. Tuvo la misma mala suerte de entonces: papá llegó de
improviso a la ciudad y decidió hacerle una visita a Santiago. Le dijeron que había salido
por un cigarro. Papá salió a la parte de atrás del edificio y lo encontró besándose con un
pasante.
Se armó fuerte el problema porque papá se quiso agarrar a golpes con los dos y tuvieron
Esa tarde llegamos a casa y vimos a papá en la sala haciendo unas llamadas importantes.
Tan importantes que no quiso ser interrumpido ni para recibir un beso de su Elisa.
Arriba, Santiago lloraba en su cama. Elisa se sentó a su lado y sobó su espalda para
Dejamos su habitación con la puerta cerrada. Afuera nos esperaba la abuela moviendo la
cabeza de lado a lado. Moría por contarnos lo que había pasado. “El deporte no lo
enderezó. Ahora tu papá va a tener que gastar en un internado en Estados Unidos que le
nada. Sólo se fue a su cuarto. Me fui con ella. Le insistí que nada tenía que ver una cosa
con la otra, que Santiago era como era y que nada iba a cambiarlo. Pero Elisa seguía
pensando en aquella vez del tutú y decía que tal vez si ella nunca le hubiera prestado sus
cosas ni la abuela ni papá se hubieran dado cuenta, quizás Santiago se los hubiera podido
lágrimas. Sostiene la cara de su hermano en las manos y llora. Santiago le sonríe, le asegura
que está bien, que lo bueno de irse fue que se volvió piloto aviador y que realmente le gusta
volar. No importa lo que diga, Elisa acaricia su mejilla y llora. Lo sabe mutilado. Quizás de
peor manera que yo. Creo que aunque tuviera amores en cada ciudad a la que visita no sería
feliz. Santiago es apegado, le gusta echar raíces y esa vida en el aire no lo deja ni estar
cerca de nosotros.
Después de que mandaron lejos a Santiago, Elisa se quedó sola con la abuela. Álvaro y yo
estudiábamos en México y sólo pasábamos parte de las vacaciones en casa. Antes Santiago
era el que cursaba derecho y vivía en casa, porque papá así lo había impuesto. Pero ahora
sus mandatos lo llevaban lejos. ¿Cuántas veces al día le recordaría la abuela a Elisa que eso
era su culpa?
Álvaro y yo hablábamos seguido con ella y no se quejaba de la abuela pero nos contaba
todas las cosas que hacía para ocupar su tiempo y estar fuera de casa. No conseguía que la
Guadalajara ni ahí mismo. No daba los puntajes. Entonces había buscado un trabajo
tomar un curso de corte y confección y a hacerles vestidos a sus amigas por encargo. A los
tres nos divertía saber que esto seguro ofendía profundamente a la abuela, ¡una nieta de
tiempo conmigo. Se levantaba temprano, se alistaba y se sentaba a coser, a las nueve salía
para sus clases ya uniformada de mesera, de ahí se iba al restaurante y no llegaba a casa
hasta como la media noche, a veces más tarde. Me enorgullecía verla tan dedicada, tan
responsable de sí misma a pesar de las críticas de la abuela. Rodaba los ojos cuando Elisa
se despedía de nosotros antes de irse, “Si no hubiera sido tan burra para la escuela no
veces le decía directamente: “A ver si hoy decides ser una señorita decente y llegas a buena
hora.” Luego la inspeccionaba de arriba abajo y le jalaba la falda, “Tápate las piernas”,
En las llamadas era tan feliz de hablar con Álvaro y conmigo que no notaba lo mucho que
la abuela la hería. Ese verano noté que a Elisa la mantenía cuerda todo lo que trabajaba.
Esos momentos antes de que se retirara a su jornada diaria cuando la abuela soltaba sus
dosis de veneno le hundían los ojos, la veía calcular su respiración y sostener una sonrisa
dura que estaba al filo de un grito bestial. Por eso nunca le sugerí que pidiera un día libre
Ella pidió una noche libre sin decirme y la usó para otra persona.
Me despertó una llamada suya a la una de la mañana. Llorando me pedía que fuera por ella
Me imaginé que se había ido a alguna fiesta y había peleado con una amiga, cualquier
tontería. Tuve que revisar varias veces la dirección que me había dicho para asegurarme
que estaba en el lugar correcto, era un barrio feo, repleto de traileros y moteles. Ella estaba
Elisa se subió al coche y llorando contó que recién había cortado con su novio. Lo había
conocido en el restaurante, era un hombre mayor que ella y la trataba bien, salían cada tanto
después de que acaba su turno. Había tenido que acabar con la relación porque él era
casado y apenas se venía a enterar. Esa mañana la había visto como una mujer adulta y
ahora volvía a ser mi hermana chiquita, manipulable e ingenua. “Me gustaba imaginar que
se iba a casar conmigo y que yo iba a ser mamá y ama de casa y que ya no iba a tener que
trabajar nunca. Como dice la abuela, soy una interesada y una floja”.
que estaba bien si quería ser mamá y ama de casa, quería decirle que buscara un novio de
su edad, que no pasaba nada... Pero entonces nos embistió un camión de carga vacío. El
Desperté dos días después en el hospital sin mi brazo izquierdo. A Elisa sólo tenía golpes y
raspones fuertes pero estaba entera y estaba agradecido por eso. Aunque ella no podía
verme a los ojos. La abuela le había sacado todos los detalles de por qué estábamos fuera en
la madrugada y no dejaba de culparla por lo que había pasado. Álvaro había dejado su
trabajo para venir a cuidar a Elisa y a mí. La abuela hacía responsable a Elisa de mi brazo y
Cuando volví a casa Elisa era un susurro. Hablaba sólo lo necesario. La abuela la había
hecho dejar su trabajo y sus clases después de que se enteró de la “indecencia” que había
cometido con un hombre casado. Igual Elisa se mantenía ocupada. Boleaba los zapatos de
Álvaro, le cosía los botones a sus camisas, le combinaba los trajes y las corbatas, le tenía
listo el desayuno... Él había empezado a ayudar a papá en sus negocios locales, quería estar
cerca de mí y de Elisa. Ella mantenía la cabeza agachada cerca de él. A mí, evitaba verme
de frente. Me traía las tres comidas a la cama, me dejaba una toalla recién salida de la
secadora para después de bañarme, preguntaba por mis heridas a la enfermera que venía
pesaba hacer nada de esto pero también estaba seguro de que si la abuela no la culpara por
lo que había pasado podría mirarnos, hablarnos como siempre lo había hecho.
Cumplí con todas las recomendaciones del doctor y estuve mejor. Quería empezarme a
acostumbrar a estar sin mi brazo, hacer todo lo que antes hacía sin él. Comencé a tomar los
alimentos junto con la abuela y Elisa en el comedor. Era incómodo. Elisa seguía sin
poderme ver y quería seguirme ayudando como cuando estaba en cama, mientras que la
“Sí prefiero estar manco a muerto, Elisa”. Le dije una noche mientras le ponía salsa a mis
al borde del llanto. Pensé que sería el primer paso para que volviera a ser mi hermana pero
la abuela nos interrumpió, “Déjala, cree que con ser tu sirvienta remendará haberte lisiado.
Tu mamá no debió de haberla tenido en primer lugar, cuatro niños es un exceso. Seguro su
Elisa no me dejó hablar. Hizo lo que nunca antes en diecinueve años de vida.
“¡Sí, abuela! ¡Sí! ¡Yo le podrí los ovarios a mi madre! ¡Para embarazarse de mí se consagró
a Satanás y yo soy su hija! ¡Todo desde el principio lo he hecho a propósito! ¡Soy una bruja
satánica que degeneró a su hermano vistiéndolo de niña para que le gustara coger con
hombres! ¡Ofrecí el brazo de Bruno como un tributo al mismo diablo! ¡Me da gusto que
todo haya salido como yo quería! ¡Até a Álvaro a esta casa porque no quiero verlo feliz!
¡Soy tan perra bruja que deseo que mañana no amanezcas y verás que no vas a amanecer!
En su momento no pude evitar reírme. La abuela se quedó pálida. Elisa se fue a su cuarto
sin cenar. Mientras comíamos a veces se me escapaba una risa que la abuela intentaba
Cuando llegó Álvaro le conté lo que había pasado y a él también le pareció lo mejor que
había hecho Elisa en toda su vida. Nos fuimos a dormir esperanzados de que Elisa volviera
a ser ella misma después de esto, o mejor que no volviera a dejar que la abuela la hiciera
Pero la abuela amaneció muerta. Se ahogó dormida. Cuando no bajó a desayunar fue Elisa
a buscarla a su cuarto, pensaba que tendría que pedirle una disculpa, y la encontró tal y
Desde el funeral de la abuela dejó de hablar. Comenzó desvelarse, a deambular por la casa
la viera. Se avergonzaba de ella. Y con Álvaro al frente de sus negocios locales comenzó a
esto sin importar qué tan alejada esté Elisa de la realidad. Tal vez en su mente la sigue
atormentando.
Santiago vendrá de visita. Es una casualidad que sea justo en el aniversario luctuoso de la
abuela. Si hubiera sido por él hubiera venido todas las Navidades y en nuestros
cumpleaños, pero ha tenido que trabajar en esas fechas, sólo viene cuando puede, un día,
Papá por su parte ha venido cada año. Vamos a misa, dejamos flores en la tumba y él se
queda un rato a solas contemplando la lápida. Dejamos a Elisa en casa con una enfermera,
Ya viene entrando Elisa a casa. Sube a su cuarto con las ortigas que ha arrancado. En su
expresión perdida creo verla sonriente. En el transcurso del día la siento distinta, tal vez
Estamos acabando de cenar cuando llega papá. Nos saluda a Álvaro y amí pero a Elisa la
ignora, pero ella lo mira entrecerrando los ojos con dulzura. Es un gesto nuevo. Nadie más
lo nota.
Más tarde la acompaño en su rutina de cada noche. Usualmente tengo que insistirle varias
veces antes de que acceda a bañarse y tengo que asegurarme de que se enjabone bien,
prefiere quedarse tejiendo, pero esta vez no demora y tararea feliz en la regadera. Por su
propia voluntad saca del cajón un camisón blanco y se viste con cierta vanidad que le creía
completamente perdida.
“¡Bruno!”, Santiago entra y me abraza, también a él lo siento con una dicha inusual. Voltea
a ver a Elisa. “La más hermosa...”, le dice. Ella extiende los brazos, las mangas de su
pijama cuelgan como alas. Se abrazan. Esta vez no llora. Santiago acaricia su cabeza.
sillón a tejer, veo que el cesto está a tope de ortigas ya trenzadas, quizás sea eso lo que la
tiene contenta.
Me voy a dormir tranquilo. No quiero guardar esperanzas de que Elisa mejorará pero me
Despierto a las cinco de la mañan y voy al balcón a vigilar a Elisa. Ya está andando entre
las lápidas. Esta vez no la veo recoger nada, no se detiene, anda a pasos decididos. Sobre el
camisón trae una capa tejida de ortigas. Llega a la tumba de la abuela y le tira encima
hierba seca sobre la lápida. Me hace gracia su ofrenda tan apropiada. Luego echa algo
líquido y sobre las hierbas y sobre ella misma. Se para sobre la tumba y enciende un cerillo.
Corro adentro y llamo a Álvaro. Él de inmediato llama a los bomberos y a una ambulancia.
arrancamos al panteón.
Intentamos apagar el incendio pero el fuego ha crecido demasiado. Usó aceite de cocina
carcajadas adoloridas de Elisa. En medio del caos la miro: arde la bruja sobre la hierba
mala, con los brazos alzados al cielo la consumen las llamas que se alzan como cisnes que