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El orgullo de regalar: la historia de la lucha contra la

“ceguera del río”

 1 enero 2008

Apenas eran las siete de la mañana de un lunes de


febrero de 1978, pero Roy Vagelos, responsable de
investigación de Merck, se encontraba ya en su oficina.
Por delante le esperaba una semana muy intensa y
había decidido madrugar para planificar las tareas de
los próximos días. Después de dejar los papeles en su
despacho, se dirigió a la máquina expendedora para
tomar su segundo café del día.

JAVIER M. CAVANNA@jmcavanna
 

Tras acomodarse en la silla, se fijo en unos papeles encima de su mesa, que


aparecían firmados por William C. Campbell, un investigador en
parasitología muy brillante, que venía trabajando para ellos desde hace cinco
años. Mientras daba un sorbo, y se volvía a quejar interiormente una vez más
de lo pésimo que era el café, comenzó distraídamente a leer el informe de
Campbell.
Conforme avanzaba en la lectura, se fue incorporando paulatinamente en la
silla y concentrando todos sus sentidos en el contenido de las páginas. Cuando
terminó el documento se quedó unos segundos pensativo: “si lo que Campbell
cuenta es verdad, es muy probable que hayamos dado con la solución de la
ceguera del río”.

El “Informe Campbell” señalaba un hecho fascinante: durante sus trabajos con


la ivermectina (un nuevo compuesto antiparasitario en estudio para uso
veterinario), había descubierto, en los ensayos realizados en caballos, que el
antibiótico mostraba una gran efectividad contra las microfilarias de
Onchocerca cervicalia, un parásito gastrointestinal exótico y poco
importante. Aquel gusano en concreto, si bien era inofensivo en los
caballos, tenía unas características muy similares a otro insidioso
parásito, Onchocerca volvulus, que en los seres humanos causaba la
ceguera del río.

La ceguera del río


La ceguera del río, conocida formalmente como oncocercosis, era una
enfermedad que la Organización Mundial de la Salud (OMS) consideraba
un problema de salud pública y socioeconómico de considerable magnitud en
más de 35 países en vías de desarrollo. Se estimaba que alrededor de 85
millones de habitante de miles de pequeños asentamientos de toda África,
así como de zonas de Oriente Medio y Latinoamérica, corrían el riesgo de
infectarse.
La enfermedad era provocada por un nematodo parásito, transportado
por una pequeña mosca negra que habitaba en las márgenes de los ríos de
corriente rápida y que al picar a los humanos les introducía en el cuerpo
las larvas de este parásito: Onchocerca volvulus. Una misma persona
podía recibir miles de picaduras en un solo día.

Los nematodos podían crecer más de 50 cm de largo y provocaban la


aparición de nódulos en la piel de muy mal aspecto, aunque relativamente
inocuos. El verdadero mal comenzaba cuando los nematodos adultos se
reproducían y liberaban entonces millones de larvas microscópicas, las
microfilarias, que se extendían por todos los tejidos del cuerpo. Los
infectados padecían entonces un picor muy intenso que incluso había
provocado el suicidio de algunos enfermos. Con el paso de los años, las
microfilarias causaban lesiones cutáneas y despigmentación de la piel
hasta que, al final, afectaban a los ojos y, frecuentemente, provocaban
ceguera.

En 1978, la Organización Mundial de la Salud calculó que la oncocercosis


había dejado ciegas a unas 340.000 personas, y que otro millón
presentaba lesiones oculares de diversa gravedad. En aquella época había
más de 18 millones de personas afectadas por el parásito, si bien la mitad
de los casos no presentaba todavía síntomas graves. Casi todos los
habitantes de las aldeas cercanas a las áreas de reproducción de las moscas
estaban infectados y, en su mayor parte, los mayores de 45 años se habían
quedado ciegos. Se decía que los niños de aquellos lugares pensaban que
aquel picor intenso, las infecciones cutáneas y la ceguera formaban parte del
crecimiento.

En un intento desesperado por huir de las moscas, pueblos enteros


evacuaban las tierras fértiles próximas a los ríos y se trasladaban a zonas
más áridas, lo que con frecuencia provocaba la escasez de alimentos.

Los científicos identificaron la enfermedad por primera vez en 1893, y en


1926 se descubrió su relación con las moscas negras. Hasta los años
setenta no se contó con un tratamiento, pero éste provocaba graves
efectos secundarios en los pacientes.

Aunque la OMS lanzó un programa de fumigación para tratar de


eliminar las moscas mediante plaguicidas, lo cierto es que su eficacia fue
muy reducida debido a que las moscas se hicieron resistentes o, si
abandonaban la zona fumigada, regresaban al cabo de un tiempo.

Los gastos en investigación


Roy Vagelos era consciente de la importancia y trascendencia de la
propuesta que tenía encima de su mesa. Si Merk decidía ir adelante, y esa
era una decisión que en gran parte recaía sobre él, la empresa
farmacéutica podría contribuir a aliviar cientos de miles de vidas
humanas. Una negativa a invertir en el desarrollo del fármaco podía
producir un mal efecto en el equipo de investigadores y terminaría
minando la moral de los empleados.

Pero, por otra parte, las posibilidades de éxito no estaban aseguradas y,


además, en el caso de que los resultados fueran positivos, las posibilidades
de rentabilizar la investigación con el fármaco eran nulas, pues se trataba
de una enfermedad que afectaba a habitantes pobres de zonas rurales y
remotas del Tercer Mundo, sin ninguna capacidad de pago para comprar
un medicamento o seguir un tratamiento.

La inversión requerida en esos años para poner en el mercado un nuevo


producto, había supuesto una media de doce años de investigación y
pruebas, y alrededor de 200 millones de dólares de capital.

En realidad, el futuro de las empresas farmacéuticas dependía de que las


decisiones de inversión en la investigación de nuevos fármacos fuesen
acertadas. Miles de científicos trabajaban sin descanso en el
descubrimiento y desarrollo de principios activos con potencial para
convertirse en nuevos medicamentos.

Pero el desarrollo de medicamentos no era una ciencia exacta, sino un


proceso de ensayo y error. Cada año, el departamento de investigación de
Merk celebraba una reunión de evaluación en la que se examinaban todos
los proyectos de investigación, se coordinaban y confirmaban los
proyectos, se revisaban los programas en marcha y se planteaban nuevas
posibilidades.

Antes de tomar una decisión sobre la distribución de los fondos para la


investigación, se estudiaba cada programa en profundidad y se analizaba
según sus posibilidades de éxito, la situación del mercado en aquel
momento, la competencia, sus potenciales problemas de seguridad, la
viabilidad de su producción y la situación de la patente. Los problemas de
seguridad eran muy importantes. Si Merk decidía ir adelante con la
investigación de la ivermectina para una posible aplicación de seres
humanos y ésta fracasaba, podían poner en riesgo el desarrollo del
fármaco para el tratamiento de animales.

Todos estos riesgos y dudas los tenía muy presentes P. Roy Vagelos y los
iba sopesando de uno en uno durante los siguientes días. Finalmente,
decidió aprobar la asignación de una inversión inicial a la investigación
del posible tratamiento de la ceguera del río. Varias fueron las razones
que le convencieron. Por una parte, el impacto desmoralizador que podía
tener en el personal investigador una decisión negativa; de otra parte, la
confianza en que se podrían conseguir fondos de organismos
internacionales de ayuda para financiar la distribución del fármaco entre
los pacientes pobres y, sin duda, también peso a favor el conocimiento en
parasitología que le proporcionaría a Merk la investigación de la
ivermectina.

Pero por encima de todas esas razones, fue el recuerdo de las palabras del
hijo del fundador de Merk y presidente de la compañía lo que terminó de
convencerle: “Intentemos tener siempre presentes que la medicina se
centra en las personas y no es sólo una cuestión de beneficios. Estos llegan
más adelante, y siempre ha sido así cuando hemos seguido esa línea.
Cuanto más fieles hemos sido a esa idea, más beneficios hemos obtenido”.
Una carrera de obstáculos
El desarrollo de la ivermectina no fue un camino fácil. Se inició la
investigación parasitológica dirigida por Campbell, luego los programas
de la síntesis química de la ivermectina. Por último, el desarrollo a partir
de las fórmulas del fármaco para animales.

Cuando se decidió comenzar con los ensayos clínicos humanos se


encomendó la tarea a Mohammed A. Aziz, director de investigación
clínica de Merks. Todos estaban convencidos de que si alguien podía
sacar este proyecto adelante éste era el director de investigación clínica.
Aziz, hombre callado y trabajador, natural de Bangladesh, conocía de
primera mano los efectos devastadores de la “ceguera del río” por su
experiencia como experto en enfermedades tropicales y por haber
trabajado para la OMS en Sierra Leona.
Los ensayos clínicos humanos eran una fase delicada del desarrollo del
medicamento. Los enfermos de la ceguera del río debían acudir a
hospitales modernos supervisados por especialistas, para que todo el
proceso pudiese realizarse con las necesarias garantías de seguridad. Con
el fin de impulsar esta fase, Merk se puso en contacto con la OMS que
acordó poner a disposición de la compañía farmacéutica toda la red de
funcionarios de sanidad gubernamentales y de científicos que podían
ayudar a realizar los ensayos clínicos.

Inicialmente la relación no fue sencilla. La OMS tenía una opinión


bastante crítica con respecto a las grandes empresas farmacéuticas por su
escaso compromiso en el desarrollo de fármacos para el Tercer Mundo.
Además, la OMS mantenía en ese momento un programa de fumigación
importante para luchar contra la ceguera del río y le preocupaba que el
apoyo al desarrollo del fármaco pudiese poner en peligro su programa. Y
todo eso sin contar con el escepticismo de los científicos de la organización
internacional, respecto de las probabilidades de desarrollar un nuevo
fármaco contra la enfermedad que no produjera efectos secundarios,
como los existentes actualmente.
Roy Vagelos

A pesar de las dificultades iniciales, con el tiempo se desarrolló un


ambiente de gran colaboración, alimentado en gran medida por el
compromiso de Aziz y el profesor Michel La Riviere de la Universidad de
París, que pasaba las noches en vela con los pacientes para controlar las
reacciones a la medicación. En enero de 1981 comenzaron los primeros
ensayos con humanos en la Universidad de Dakar, en Senegal. Las
primeras pruebas dieron unos resultados muy positivos que se
confirmaron después en París.

Por esas fechas la revista científica Lancet publicó un artículo muy duro
contra los intentos de desarrollar un fármaco impulsados por Merk,
firmado por André Rougemont, un reputado científico que había
trabajado anteriormente en la OMS. En el artículo acusaba a Aziz y sus
colaboradores de ser demasiado optimistas y afirmaba que la ivermectina
no aportaría nada nuevo en el tratamiento de la enfermedad. El ataque
causó el efecto contrario. Azíz, con renovado impulso y a la vista de los
resultados iniciales positivos, decidió acelerar las Fases II y III de los
ensayos clínicos con humanos en Senegal, Ghana, Malí y Liberia. Estas
pruebas arrojaron, al cabo del tiempo, idénticos resultados.

A principios de 1987, casi diez años después de que Campbell redactase el


informe para Vagelos y siete años desde que Merk autorizase los
primeros ensayos médicos, la compañía decidió solicitar la aprobación del
Mectizan a la autoridad sanitaria francesa. La aprobación definitiva llegó
en octubre de 1987. Unos meses más tarde Aziz moría de cáncer a los 58
años de edad. Los que le vieron comentaron que su rostro reflejaba una
enorme paz.

¿Quién paga el medicamento?


Sin embargo, las dificultades no habían desaparecido. Roy Vagelos, en ese
momento Presidente de la compañía, se encontró con el problema de
quién corría con los costes de fabricación del medicamento. Cuando hace
diez años tomo la decisión de invertir en la investigación y desarrollo de la
ivermectina, lo hizo con la confianza de que muy probablemente algún
organismo internacional correría con los gastos de producción del
fármaco.

Pero lo cierto es que pese a los esfuerzos que hizo y las puertas a las que
llamó –que incluyeron al subsecretario de Estado, John Whitehead, a
Donald Regan, jefe de personal de la Casa Blanca en la Administración
Reagan y a Meter McPherson, director de la AID -, no tuvo ningún éxito.

Vagelos no podía entender cómo su gobierno era insensible ante una


petición que podía proporcionar a su país tantos réditos en el exterior.
Al fin y al cabo, se trataba inicialmente de aportar 2 millones de dólares
para iniciar la distribución del medicamento que se irían incrementando
hasta un total de 20 millones. Cantidad insignificante si se tenía en cuenta
el número de vidas que podían salvarse.

Ante el resultado negativo de las gestiones fue cobrando fuerza poco a


poco la sugerencia que en su día dejó caer Aziz, que insistía en que “el
Mectizan debía regalarse con orgullo”. El 21 de octubre de 1987 la
compañía comunicó a los “medios” convocados en París que Merk
proveería de Mectizán (su nuevo medicamento para tratar la ceguera
del río) de forma gratuita a todos los que lo necesitasen y durante el
tiempo necesario.

La decisión de donar el medicamento se vio compensada por los


excelentes resultados que la ivermectina había tenido como medicamento
de uso veterinario, convirtiéndose con el tiempo en uno de los fármacos de
animales más vendidos del mundo.

Pero el principal problema no era “regalar” el medicamento, sino hacerlo


llegar a las regiones remotas donde se encontraban los enfermos. Y no se
podía confiar en los deficientes sistemas de salud pública existentes en la
mayoría de los países africanos afectados. La experiencia mostraba que,
en muchas ocasiones, cuando el responsable era el sistema de salud de
esos países los fármacos se pudrían amontonados o se vendían en el
mercado negro. Roy Vagelos era muy consciente de la importancia de
contar con una buena red de distribución.

La compañía había hecho un gasto de dinero y energía muy importante


en estos últimos años hasta conseguir el Mectizan, y ese esfuerzo quedaría
en nada si los medicamentos no llegaban a sus destinatarios.

Ante las dificultades que tenía que afrontar para la distribución del
medicamento, Merk decidió dar un paso más y creó un Comité de
distribución, constituido por personas independientes y de reconocido
prestigio. El comité se puso a trabajar de inmediato y en 1991 ya habían
recibido tratamiento un millón y medio de personas.

Veinte años más tarde


Han transcurrido veinte años desde esa fría mañana de febrero en la que
Roy Vagelos se encontró el informe Campbell encima de su mesa. En la
actualidad, el Programa de Donación de Mectizan constituye la alianza
público privada más duradera de la historia. Los resultados de este
programa son absolutamente únicos e incomparables con los de cualquier
acción social impulsada por una empresa.

En estos veinte años: Merk ha donado 1.800 millones de comprimidos de


Mectizan, por un valor estimado de 2.700 millones dólares; se han
aprobado más de 530 millones de tratamientos para la ceguera de los ríos
desde 1987 y otros 160 millones de tratamientos para filariasis linfática,
otra enfermedad a la que se decidió extender el Programa en el año 2000;
existen programas de tratamiento de la ceguera de los ríos en más de
117.000 comunidades de 33 países de África, Latinoamérica y el Yemen;
el Programa previene, aproximadamente, 40.000 casos de ceguera al año
en países en que la enfermedad es endémica y ha contribuido a la
recuperación de más de 24 millones de hectáreas de tierras de cultivo
abandonadas en África.

Cuando los escépticos preguntaron a Vagelos, y otros directivos de Merk,


cuáles fueron las “verdaderas” razones que impulsaron a Merk a asumir
una decisión que comportaba unos costes de dinero, tiempo y
complicaciones tan grandes, Roy Vagelos solía contestar: “La primera vez
que fui a Japón, los hombres de negocios nipones me dijeron que Merk
había llevado la estreptomicina a Japón después de la segunda guerra
mundial para erradicar la tuberculosis que estaba consumiendo a la
población. Es verdad que lo hicimos y no ganamos ni un duro. Sin
embargo, hoy en día Merk es la primera empresa farmacéutica
estadounidense en Japón. Yo creo firmemente que las consecuencias a
largo plazo de los actos de buena voluntad no están siempre claras, pero
de algún modo siempre reciben su recompensa”.

En Merk tienen todos muy claro que la “recompensa” llegó en


el sentimiento de orgullo de todos sus empleados, que se saben partícipes
de un proyecto que ha contribuido a salvar millones de vidas humanas, en
la emulación de docenas de empresas farmacéuticas, que siguieron el
ejemplo de la compañía estadounidense, y, sobre todo, en la esperanza
proporcionada a millones de afectados por las enfermedades que
recobraron la vista gracias al Mectizan. Y es que como anticipó
Mohammed Azíz poco antes de morir: “el Mectizan había que regalarlo
con orgullo”.

Por Javier M. Cavanna


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