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El pintor González Serrano, nació en 1917 en la ciudad de Lagos de Moreno, Jalisco y murió en el

Distrito Federal en 1960, a los 43 años. Fue hijo de Dionisio González y de María Serrano Orozco. .
"La tormentosa vida de Manuel González, es un laberinto sin fin - dice la periodista Noemí
Atamoros en una crónica de Excelsior del 22 de marzo de 1978 - lo arrastra a los opuestos a la
antítesis y a la conjunción de ello; funde lo sobrenatural y lo sensual; lo místico y lo mundano, y
hace a así un todo pleno e indivisible. La eterna paradoja humana fluye pródigamente en él y ese
océano de pasiones incontroladas que es el artista poseído por la esquizofrenia y la paranoia en un
delirio místico se identifica con Cristo y lo pinta para crear un canto de dolor, amor y fe". Pintó su
mejores acuarelas y caballetes en la granja de recuperación para enfermos mentales pacíficos, en
San Pedro del Monte, donde estuvo por espacio de 6 años, de 1953 a 1959. "Manuel González
Serrano y Frida Kalo son los más representativos pintores del surrealismo mexicano" expone la
periodista Noemí Atamoros. El pintor multicitado tiene mucha similitud con el famoso pintor
holandés Vicent Van Gogh, en su vida y arte, añade la especialista. En la década de los cincuentas,
los últimos años de su vida, Manuel González Serrano vivió en el ostracismo como los llamados
pintores "malditos": Modigilani, Van Gogh, Utrillo, Pascine y Soutine, dice Ricardo Pérez Escamilla,
el más profundo conocedor de la vida y obra de este pintor mexicano.

Pero siendo de un individualismo muy marcado, como lo refleja su pintura, el artista rechazó
siempre la comunidad con profesores y alumnos, en las academias o escuelas de arte, por lo que
no perteneció a ningún grupo de artistas, ni siguiera al muy elástico de la “pintores jóvenes “, en el
cual se acostumbraba encasillar, en algún tiempo, a todos los que no tenían la edad de Diego
Rivera, del doctor Atl o de Roberto Montenegro. En la ciudad de México realizó algunas
exposiciones, entre ellas una en la Biblioteca Benjamín Franklin y otra en la Asociación de
Periodistas, con cuya exposición se inauguró su Sala de Arte. Realizó exposiciones en el extranjero,
pero la que mayor éxito tuvo fue la que efectuó en Los Ángeles, California. Dotado González
Serrano de terrible vida interna, arrastrado por el movimiento del torbellino que él mismo crea,
vuelca, todo su yo en la obra que produce, y es por eso que ella tiene el arrebato de la pasión.
Podrá gustar o no su obra, pero nadie quedará frío ante lo que pinta y como pinta González
Serrano. Muchos de sus cuadros son lúbricos y otros de paisajes fantásticos, con grandes lejanías,
en donde crecen árboles de brazos retorcidos, infernales. Aun en los más serenos, como “La
Cosecha “(1949), con sus haces de cañas al viento, y deshilvanadas, tienen hondas sajaduras las
tierras labrantías, y que se ven dolorosamente erosionadas. Sus retratos son magníficos, como los
de Silvestre y Rosaura Revueltas, pero de extraños fondos.
Cada detalle del Bodegón con frutas (1948), de Manuel González Serrano el Hechicero
(Lagos de Moreno, Jalisco, 1917 –Ciudad de México, 1960), concuerda con la Logique de
la Sensation (1982), planteada por el filósofo Gilles Deleuze: un cuerpo vibrante y
desmembrado que impacta primero las emociones y luego le da paso a la racionalización
de lo que se observa. La enigmática atmósfera en que el Hechicero ubicó la enorme
concha marina que devino en frutero, estimula las emociones para luego dar pie a la
reflexión de tan particular y misterioso paisaje. En medio de un desierto (Tánatos)
abrasador, Eros se desborda en los frutos que semejan cuerpos sensuales buscándose
entre sí.
Todo elemento incluido en este magistral cuadro –proveniente de la Colección Banamex–
obliga a una reflexión reposada para así adentrarse en su recóndita erótica, ya que el
pintor desvela sutilmente en esta obra un erotismo del cuerpo, pero también un erotismo
místico que busca unir lo terreno con lo celestial. La fina erótica que expele de la pintura
hace que el conjunto se asimile no como una imagen o representación de un bodegón,
sino como un volumen carnal y espiritual que se alimenta de todo segmento, y hace que
la sensibilidad erótica del espectador fluya

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