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TRABAJO DE APLICACIÓN DEL ARTÍUCLO DE INVESTIGACIÓN AL

TRATADO DE SACRAMENTOS DEL SERVICIO


EL SACERDOCIO PARA LA MUJER ¿DIGNIDAD O INDIGNIDAD?
YONATHAN ALVEIRO BEJARANO VERGARA1
SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ
Zipaquirá, 26 de octubre de 2018

El presente trabajo pretende reflexionar acerca del sacerdocio ministerial para la mujer, el
cual según algunos debe ser aceptado por la Iglesia para la mujer, puesto que varón y mujer
tienen la misma dignidad. Es común en esta época escuchar comentarios constantemente de
mujeres que pretenden reivindicar su dignidad en los diversos ámbitos de la sociedad y
exige ciertos derechos al respecto. Sin embargo, éste tema ha resultado bastante
controversial a lo largo de los últimos tiempos donde se ha despertado cierto interés al
respecto.
En primer lugar, podríamos comentar el hecho del feminismo como ideología cuyo objetivo
es reivindicar los derechos de la mujer en una sociedad vista como machista y que en
diversos ámbitos menosprecia la dignidad y no le permite desarrollarse libremente. Bien en
éste caso es oportuno reconocer el hecho de querer reivindicar este derecho que, a decir
verdad, ha sido bastante pisoteado. No obstante, debe hacerse respetando la verdadera
esencia de cada ser, o modo de ser humano, según expresa san Juan Pablo II en sus
catequesis sobre la Teología del cuerpo (puesto que hay dos modos de ser humano:
masculino y femenino). En este sentido el sacerdocio ministerial el instituido por Jesucristo
como bien se identifica en la Sagrada Escritura, ha sido dado a Doce hombres, de diversa
índole. Además, es claro que Jesús no tenía prejuicios con las mujeres como bien lo
notamos en repetidas ocasiones a lo largo del Evangelio, pues habla con la Samaritana,
impide que apedreen a la Pecadora, cura a la hemorroisa, entre otras. Es claro que Jesús
restituye la dignidad de la mujer.
Por otra parte, cuando hablamos del sacerdocio ministerial, algunos tienden a verlo como si
fuera un honor, como un puesto elevado al que se puede alcanzar a manera de honor.
Podríamos decir que se ve el ministerio como un cierto estatus social al que se le permite
sólo al hombre acceder. De allí que algunos consideren un ultraje el hecho de que las
mujeres no puedan acceder a éste. Para aclarar esto sea oportuno leer detenidamente las
siguientes líneas.

1
yonbeja_0112@hotmail.com
La mentalidad que propone el mundo desconoce el evangelio, aún dentro de lo poco que
conoce, lo manipula recortando y ensamblando piezas en un argumento que excluye la
totalidad del Evangelio. Bien, de este modo la mentalidad “revanchista” de darle el lugar a
la mujer, olvida algo muy valioso dentro del Evangelio, y es la figura de la Madre de Jesús,
una mujer que fue elegida de manera especial por Dios para una gran misión, ser la Madre
de Jesús. María, como ella lo expresa, reconoce que esta elección no es un honor, por eso
dice “el Señor ha mirado la bajeza de su esclava”. María la mujer en quien se restituye la
dignidad de la mujer, la mujer que pisotea la cabeza de la serpiente (Gn 3), la Siempre
Virgen, en quien vuelve la pureza originaria, descubre que es indigna de ésta sublime
elección. En María se ha restituido la dignidad de todas las mujeres y ha sido elegida para
encarnar a Dios, al Emmanuel (Dios con nosotros). Aquella que con tan excelentes
cualidades puedo ser mejor apóstol que los Doce. A pesar de ello Jesús eligió Doce
hombres, frágiles. Juan Pablo II dice: el hecho de que ella “no recibiera la misión propia de
los Apóstoles ni el sacerdocio ministerial, muestra claramente que la no admisión de las
mujeres a la ordenación sacerdotal no puede significar una menor dignidad ni una
discriminación hacia ellas” [ CITATION Jua941 \l 9226 ] (3).

Vale la pena tener en cuenta una reflexión de una mujer que en su momento perteneció a un
cierto movimiento feminista incipiente en su época y que luego de su conversión, puesto
que no era muy creyente, habla al respecto de la posible ordenación de la mujer, mejor aún
desarrolla la idea en ambos sentidos la dignidad del hombre y de la mujer, vemos entonces
lo que dice Edith Stein (Santa Benedicta de la cruz) al respecto valorando al hombre y a la
mujer a la luz de la revelación:
El rango prioritario del hombre se manifiesta en que el redentor viene a la tierra bajo
la figura de hombre. El sexo femenino es ennoblecido por cuanto que el salvador ha
nacido de una mujer, de modo que una mujer fue la puerta por la que Dios hizo su
entrada en el género humano…[CITATION Ste98 \p 61 \l 9226 ]

En lo que afirma Stein es valioso dado que ésta expresión de por sí ya marca una distancia
con el pensamiento feminista que considera a la Virgen María como una mujer relegada o
menospreciada. Además, en otro momento de sus escritos reconoce la elección que hizo
Jesús respecto a los Doce apóstoles varones y que misteriosamente así fue la elección de
Jesús y se debe aceptar.
Una vez más reconocemos que Dios ha elegido Doce hombres, no porque desprecie a la
mujer, o por el hecho de que sean más que las mujeres, pues como hemos visto que si se
trata de cierta superioridad podríamos encontrar en María algo por el estilo. Pero no, Dios
eligió a hombres libre de prejuicios y confiando a ellos la gran misión de apacentar su
rebaño. Fue a ellos a quienes envió a proclamar el Evangelio a todos los pueblos. No
obstante, éste elemento parece no tenerse muy en cuanta cuando se piensa que es un
llamado desde el interior, por ello sea necesario desarrollar el tema del llamado.
Cuando se habla de sacerdocio ministerial y quienes participan de éste actualmente muchas
veces expresaran un misterioso llamado desde su interior. Se trata de un descubrimiento en
su interior que los llama a la plenitud, se trata de una vocación, es decir un llamado de Dios
personal. Pues bien, en este mismo orden de ideas, encontramos a algunas mujeres desde
hace un tiempo que dicen sentirse llamadas a la plenitud en el sacerdocio ministerial. Tanto
así que una teóloga afirma:
“sólo el sacerdocio femenino abre «la posibilidad, para muchas mujeres, de responder a
una vocación auténticamente sacerdotal las llama por dentro». Esta experiencia
vocacional de muchas mujeres es uno de tantos motivos por los que «la Iglesia debe
replantearse la ordenación de las mujeres», como medio indispensable para vivir con
coherencia la vitalidad «de la tradición y del evangelio. La Iglesia sacramento de
salvación y de liberación, debe transparentar en sus mismas estructuras la justicia y la
salvación que anuncia (…) Queremos que la Iglesia sea así más claramente un signo
vivo de justicia para el mundo y una esperanza para las mujeres»” (Arana, 1993, pág.
335)
A primera vista parece muy alentador lo que aquí se expresa y se ve muy bueno, muy
oportuno, es más hace ver ese sacerdocio femenino como necesario, pues sin éste no se
realizarían como mujeres. Más, sin embargo, baste seguir leyendo al respecto.
En primera instancia estamos frente a un querer particular de un grupo que dice sentir un
llamado que las realizaría. Este carácter parece imponerse como quien afirma que siente
que quiere ser Papa u Obispo, de entrada, ya no se trata de un querer de Dios sino de una
predisposición personal. Podríamos hablar de un querer general movido a partir del revuelo
de la mentalidad feminista. Se puede ver a manera de un hecho social, cultural más que de
un elemento constitutivo. Por ende, respecto a lo que conviene a la Iglesia que ha sido dado
por mandato divino no es aceptable. Es decir, la Iglesia no se puede poner al antojo de los
ideales de cada época, obviamente esto sin excluir la debida inculturación del evangelio,
que no implica cambiar elementos sustanciales de la fe o de lo instituido por Cristo.
En el fondo de dicha reflexión es insostenible doctrinalmente, sin embargo, para poder
justificar dicho sacerdocio femenino, la autora va a la Escritura y descubre cierta
preeminencia de las mujeres sobre los apóstoles, dado que ellas como «testigos
privilegiadas» se mantienen incluso en los momentos más fundantes del cristianismo como
es la pasión, muerte y resurrección, mientras los varones se encuentran escondidos.
Además, expresa que la experiencia del Cenáculo no tiene carácter sacramental, es decir
que no fue allí la verdadera institución e incluso desarrolla la idea de un servicio más
profundo dado en el lavatorio de los pies, y empoderando allí la figura de aquella mujer que
como ningún varón, le lavó los pies con sus lágrimas, en gesto de máximo de servicio. De
éste modo resulta contradictorio desligar el carácter sacerdotal del Cenáculo, puesto que
aquello pasa a ser algo secundario, o relevante. Tal cosa para quien tiene claridad respecto
de la entrañable unión entre sacerdocio y eucaristía resulta inadmisible. [CITATION Ban95 \p
86-88 \l 9226 ]

Valorice entonces que más que buscarse una verdad en el evangelio parece darse una
manipulación de las expresiones para poder asimilar algo conveniente a su ideal, una
realidad muy parecida se halla en medio de las expresiones protestantes. Con ello quede
claro que las sagradas Escrituras como dice san Pedro, no son de interpretación privada, por
ende, son interpretaciones en Iglesia, aceptando su interpretación como la genuina. Siempre
se velará por concluir del evangelio la verdad que ilumina el caminar de la Iglesia en medio
de las situaciones, y ella guiada por el Espíritu Santo nos muestra la verdad.
Téngase en cuenta que la Iglesia siempre busca preservar la esencia de aquello que recibió,
y guarda con celo aquello que no puede modificar pues resulta sustancial, quizá está a su
alcance modificar algunas cosas, pero no de índole sustancial, tan solo accidental. Dado
estas circunstancias es paso obligado recordar el fundamento de la ordenación sacerdotal
enseñado por Jesús y a ello se debe ligar la Iglesia. Por otra parte, es común que se
desarrollen pensamientos y que se quiera promover una cierta liberación en diversos
ámbitos y no solo necesariamente femenina, pero esto no quiere decir que la Iglesia se
mueva a la vanguardia de tales ideales. Primero serán aceptados los dados por el mismo
fundador, nuestro Señor Jesucristo al llamar a sus Doce apóstoles varones y celebrado con
ellos en el Cenáculo la Cena Pascual donde ha quedado instituido el sacerdocio y la
eucaristía como memorial. Esta acción corroborada por los evangelios manifiesta el
sacramento instituido con claridad, de modo que acepar otra interpretación podría resultar
reductiva o acomodad desvirtuando la verdad manifestó en esta sublime Cena pascual.
Ya en otro momento S.S. Pablo VI movido por el Espíritu había rechazado astutamente las
promociones de aquel obispo anglicano que consideraba oportuno dar el paso a la
ordenación de mujeres, poniendo como base el contexto social actual en contraposición al
tiempo de Jesús donde se tenían prejuicios contra la mujer. Pero como ya hemos visto,
Jesús no obró movido por prejuicios, sino totalmente libre. Dada esta aclaración pierde
validez éste argumento. Además, corroborar el hecho de que la Iglesia no actúa movida al
antojo de los «quereres humanos», puesto que son volátiles, sino que se mantiene fiel a su
esposo, pues de tal fidelidad conviene su ser.
Hasta el momento ha quedado claro que el sacerdocio no es un honor que se concede a
unos, sino un llamado particular que Dios ha concedido por medio de la Iglesia y que no
tiene un carácter denigrador, pues por el contrario en la Iglesia quienes son considerados
los primeros, son los santos, son ellos los que ocupan los primeros puestos y no los
sacerdotes. De hecho, a esta perfección estamos llamados todos, sin distinción, por ello
encontramos grandes santas y doctoras de la Iglesia que con su santidad han contribuido a
la obra de salvación. A éste hecho le sumamos la base fundamental de un sacerdocio a
varones instituido por Jesucristo y del mismo transmitido por la Iglesia a lo largo de los
siglos, puesto que no se conoce nada contrario, excepto en agrupaciones heréticas
primitivas.
En consonancia no se puede olvidar que el papel de la participación de la mujer en la vida
de la Iglesia estaba relegado, más ahora se ha ido recuperando su valor y en varios espacios
de la curia se encuentra también la mano femenina aportando en complementariedad con el
hombre los diversos aspectos de la Iglesia. Quizá el panorama ahora es más alentador en su
participación y de eso se ha hecho consciente la Iglesia en los últimos años. No obstante,
aún queda camino por recorrer al respecto desde luego manteniendo el justo equilibrio y la
sana doctrina.
Por otra parte, es válido mencionar respecto a recientes movimientos feministas que se
desarrollan al interior de la Iglesia católica con la sabida teología feminista, dejando claro
que se trata de dos elementos distintos, sin embargo, tienen elementos en común. De éste
modo desde una teología feminista se procura proponer nuevas tesis que alientan a
promover un sacerdocio femenino, para ello se remontan a escritos de los primeros
cristianos que se han encontrado y a algunos estudios históricos en los que se quiere dar una
mayor valoración de la acción de las mujeres en las Iglesias primitivas. Sin duda
bíblicamente se encuentran algunas mujeres importantes en torno a la evangelización e
incluso se mencionan unas diaconisas (Rm 16,1-2), pero en verdad no se dio mayor
desarrollo de este servicio en la Iglesia. Por lo que respecta a la tradición de la Iglesia ha
promovido como evidentemente se observa el sacerdocio entre varones a ejemplo de Jesús.
Por lo que respecta a la teología feminista sigue desarrollándose y versa al respecto de este
aspecto y otros, pero aún falta mucho por ampliar. Por lo pronto la Iglesia se ha expresado
al respecto y es clara en sus afirmaciones.
En conclusión, podemos desatacar que cada vez que se intenta ver el ministerio sacerdotal
como un privilegio, como un honor, no queda otro camino que reconocer frente a la mujer
una cierta indignidad al no participar de éste, pero cuando se le valora al ministerio por lo
que realmente es, y se descubre su fundamento no queda más que aceptarlo y vivir la
experiencia cristiana desde donde compete a cada uno buscando su máxima expresión que
es la santidad y no el orden sacerdotal [ CITATION Jua94 \l 9226 ]. Por otra parte, aceptar la
ordenación de las mujeres implicaría ir en contra de lo instituido por Jesucristo como
elemento sustancial del sacramento. Y en último lugar, cualquier intento de demostrar lo
contrario termina por negar lo que enseña la Escritura, pues allí es manifiesta la libertad de
las elecciones de Jesús y la certeza de elegir varones para tal ministerio. Con lo mencionado
queda manifiesto que no es intención de la Iglesia disminuir o relegar a la mujer de algo
que algunas de ellas quieren reconocer como propio, sino que la Iglesia defiende lo que ha
recibido y lo cuida porque esa es su tarea, defender las enseñanzas de Jesús y trasmitirlas,
en ultimas velar por la verdad.
Con el ánimo de que todo quede más concreto vale la pena finalizar con la declaración de
san Juan Pablo II quien en términos jurídicos afirma: “En virtud de mi ministerio de
confirmar en la fe a los hermanos, declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la
facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser
considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”[ CITATION Jua941 \l 9226 ] (4).

Bibliografía
Arana, M. J. (1993). Sacerdocio.
Bandera, A. (1995). Redención, mujer y sacerdocio. Madrid: Palabra.
Juan Pablo II, P. (1994). Carta Apostolica Cruzando el umbral de la esperanza. Roma.
Juan Pablo II, P. (1994). Carta Apostolica Ordinatio Sacerdotalis. Roma.
Stein, E. (1998). La mujer: su papel segun la naturaleza y la gracia. Madrid: Palabra.

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