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Creencia:
• Es algo de lo que estamos conscientes,
• Apacigua la irritación de la duda,
• Establece en nuestra naturaleza una regla de acción (un hábito),
• Como calma el malestar que produce la duda, el cual es el motivo del pensamiento,
entonces causa un relajamiento momentáneo del pensamiento cuando la creencia es
alcanzada. Pero como la creencia es una regla de acción, producirá más dudas, más
pensamientos, así que es un lugar de descanso y al mismo tiempo es un lugar de inicio
para el pensamiento siguiente (Pierce lo llama pensamiento en descanso, aunque el
pensamiento sea esencialmente acción).
Considérese qué efecto real pudiera tener un concepto, nuestra concepción de tales
efectos es la totalidad de la concepción del objeto.
Ante una acción pasada, el preguntarse ¿qué hubiese sucedido si se hubiera actuado de
distinta forma? Tal pregunta se contesta no preguntándose sobre los hechos, sino
solamente reordenándolos.
Si sabemos cuáles son los efectos de algo, conocemos toda implicación en afirmar que tal
cosa existe, y no hay nada más que saber.
No hay un camino real para la lógica, las ideas realmente valiosas se pueden alcanzar sólo
pagando el precio de una atención cuidadosa.
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Peirce comenzó su segundo artículo de la serie, "How to Make our Ideas Clear"
("Como esclarecer nuestras ideas") con una consideración acerca de la
importancia del pensar claramente y con un examen de la distinción cartesiana
entre las concepciones claras y oscuras. Tal como he indicado, Peirce creía que
Descartes podía ser mejorado por la adición de un tercer nivel de claridad y que tal
cosa implicaba la aplicación de la máxima pragmática de Peirce. Presentamos
aquí algunos de los pasos clave que Peirce emprendió para argumentar a favor
del pragmatismo:
6. Así, lo que algo significa tiene que ser entendido en términos de qué hábitos
implica. Dicho de otro modo, podemos decir que "nuestra idea de una cosa
cualquiera es nuestra idea de sus efectos sensibles", sin embargo, nótese con
cuidado estas tres pequeñas palabras "nuestra idea de". Nuestra idea de una cosa
cualquiera es nuestra idea de sus efectos sensibles.
La máxima pragmática:
1.- FAMILIARIDAD:
“Una idea clara se define como aquella captada de tal manera que se la reconoce
dondequiera que uno la encuentra, sin que se la confunda con ninguna otra. Se dice que
es oscura si no alcanza esta claridad” (EP 1:124, 1878).
OPOSICIÓN:
No poder nunca dejar de reconocer una idea, no pudiendo confundirla bajo ninguna
circunstancia con ninguna otra, por más que pueda presentarse bajo una forma recóndita,
implicaría, ciertamente, una tal prodigiosa fuerza y claridad de pensamiento de aquellas
que raramente se dan en este mundo. Por otra parte, difícilmente parece merecer el
nombre de claridad de aprehensión el mero llegar a estar familiarizado con la idea,
reconociéndola sin vacilar en los casos habituales, ya que, después de todo, no pasa ello
de ser un sentimiento subjetivo de habilidad que puede ser totalmente erróneo. Supongo,
sin embargo, que cuando los lógicos hablan de "claridad" lo que significan no es más que
una tal familiaridad con una idea, ya que consideran de tan poco mérito esta cualidad que
necesita complementarse con otra que llaman distintividad
2.- ANÁLISIS LÓGICO (DEF. ABSTRACTA):
“Una idea distinta se define como aquella que no contiene nada que no esté claro. Esto es
lenguaje técnico; los lógicos entienden por contenidos de una idea todo aquello que está
contenido en su definición. De manera que, según ellos, captamos una idea de modo
distinto cuando podemos dar una definición precisa de la misma en términos abstractos. ”
OPOSICIÓN:
“[…] Es fácil mostrar que la idea de que la perfección de aprehensión reside en la
familiaridad y en la distintividad abstracta es algo que tiene su auténtico lugar en filosofías
extinguidas ya hace mucho tiempo; y que es el momento, ahora, de formular el método de
alcanzar una claridad más perfecta del pensamiento, tal como lo vemos y admiramos en
los pensadores de nuestro tiempo” (EP 1:125, 1878).
Dichos artículos, a saber, ―La fijación de la creencia y ―Cómo esclarecer nuestras ideas,
contienen, efectivamente, reflexiones acerca de lo que podríamos llamar una lógica de la
investigación1. Ambos comienzan con reflexiones acerca del estado y el valor de los
estudios lógicos y tienen un carácter metodológico: contienen, en palabras del propio
Peirce, ―la formulación más temprana de un método de análisis lógico al que había tenido
el hábito de aludir como [mi] pragmatismo.
Llegamos así a la tesis realista defendida por Peirce. Tal tesis, defendida en ―Cómo
esclarecer nuestras ideas‖, había sido en realidad anticipada algunos años antes. Ya en
―Algunas consecuencias de cuatro incapacidades‖ Peirce afirmaba que una creencia
verdadera es aquella cuyo objeto es real en tanto que opuesto a aquellos objetos irreales, o
ilusiones, que son el objeto de las creencias falsas o erróneas. Ahora bien, esta distinción
entre lo real y lo ilusorio o erróneo es, de acuerdo con nuestro autor, una distinción entre
aquello que sería sostenido en el largo plazo y aquello que depende solamente de los
caprichos de cualquier número finito de hombres. Es decir, la distinción entre real e ilusorio
no es una distinción entre objetivo y subjetivo, entendiendo la objetividad como teniendo
una independencia absoluta respecto del sujeto, sino más bien una distinción entre
intersubjetivo e idiosincrásico, donde la intersubjetividad resulta indefinidamente
proyectada hacia el futuro y lo idiosincrásico es identificado con un estado presente de
creencias sin más fundamento que su pertenecer a un individuo o a un grupo limitado. En
palabras de Peirce, lo real ―es aquello en lo que tarde o temprano, la información y el
conocimiento resultarán finalmente, y que es por tanto independiente de los caprichos
suyos y míos‖ (2012, p. 96). Es decir, el carácter de independencia de lo real no se traduce
en independencia del pensamiento, de la mente o del conocimiento, sino en independencia
de las creencias de cualquier número finito de hombres. En otros términos, lo verdadero es
aquello que seguirá siendo afirmado en el desarrollo indefinido de la investigación, y lo real
aquello a lo que refiere.
Este vínculo con la acción, contenido en la definición misma de creencia y por tanto
insertado en el corazón mismo de la teoría del conocimiento, resulta reforzado por la
comprensión misma del significado contenida en la bien conocida máxima pragmática, que
no parece ser sino una consecuencia de la definición de creencia anteriormente explicitada.
Así, de acuerdo con Peirce, ―la esencia de la creencia es el establecimiento de un hábito, y
las diferentes creencias se distinguen por los diferentes modos de acción a los que dan
lugar‖ (CP 5.398 / 2012, p. 177). De este modo, si queremos analizar el significado de una
creencia, y su diferencia con otras, ―simplemente tenemos que determinar qué hábitos
produce, pues lo que una cosa significa es simplemente los hábitos que implica‖ (CP
5.400
/2012 p. 179). A su vez, un hábito queda caracterizado por las situaciones y los modos en
que nos lleva a actuar, y de acuerdo con Peirce el propósito de toda acción es ―producir
algún resultado sensible‖ (ibídem). De este modo, se llega a la idea de ―lo tangible y
práctico como raíz de toda distinción real del pensamiento‖ (ibídem). Así, entonces, si una
creencia es una regla para la acción, y si toda acción pretende producir un efecto práctico
tangible o sensible, resulta que el significado de una creencia radica en los efectos prácticos
de la misma. Ahora bien, recordemos que la creencia no es una acción sino una regla para
la acción y que por tanto en su carácter de regla resulta general: nos dice cómo actuar en
cualquier situación en la que nos encontremos con el objeto de la creencia. En esa medida,
el significado de la creencia no se identifica con sus efectos prácticos ya obtenidos y
constatados sino con sus efectos prácticos concebibles. Es decir, el significado de la
creencia radica en los modos de acción que impondría en toda situación en la que resulte
pertinente, y que deben ser anticipados al momento de analizar el significado.
Así, hemos llegado a lo que ha sido considerado el corazón del pragmatismo, es
decir, a la máxima pragmática que Peirce presenta por primera vez en el escrito que
analizamos (CP. 5.388-410), de la siguiente manera: ―considérese qué efectos, que
pudieran
concebiblemente tener repercusiones prácticas, concebimos que tiene el objeto de nuestra
concepción. Entonces nuestra concepción de esos efectos constituye la totalidad de nuestra
concepción del objeto‖ (CP. 5.402). Tenemos así el punto de partida del pragmatismo,
como una filosofía que, tal como lo dijera Putnam, confiere a la práctica una cierta
centralidad y que llevó a Dewey a reapropiarse del pragmatismo como una filosofía que,
oponiéndose a la estrategia de la filosofía trascendental, dirige su mirada, no a condiciones
antecedentes de algún modo supuestas en nuestra acción cognitiva, sino a las consecuencias
reales, efectivas, de las ideas en el mundo, por así decirlo.
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