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Para hacer nuestras ideas claras.

Charles Sanders Peirce

Nada nuevo puede aprenderse de analizar definiciones.

La única función del pensamiento es producir hábitos de acción.

Creencia:
• Es algo de lo que estamos conscientes,
• Apacigua la irritación de la duda,
• Establece en nuestra naturaleza una regla de acción (un hábito),
• Como calma el malestar que produce la duda, el cual es el motivo del pensamiento,
entonces causa un relajamiento momentáneo del pensamiento cuando la creencia es
alcanzada. Pero como la creencia es una regla de acción, producirá más dudas, más
pensamientos, así que es un lugar de descanso y al mismo tiempo es un lugar de inicio
para el pensamiento siguiente (Pierce lo llama pensamiento en descanso, aunque el
pensamiento sea esencialmente acción).

La esencia de una creencia es el establecer un hábito.

Para revelar el significado de un pensamiento, simplemente deberemos determinar los


hábitos que éste produce, una cosa significa simplemente los hábitos que ésta causa.

Cada propósito de acción está encaminado a producir algún resultado perceptible.

Considérese qué efecto real pudiera tener un concepto, nuestra concepción de tales
efectos es la totalidad de la concepción del objeto.

Ante una acción pasada, el preguntarse ¿qué hubiese sucedido si se hubiera actuado de
distinta forma? Tal pregunta se contesta no preguntándose sobre los hechos, sino
solamente reordenándolos.

Si sabemos cuáles son los efectos de algo, conocemos toda implicación en afirmar que tal
cosa existe, y no hay nada más que saber.

Diferencia entre realidad y ficción:


• Lo real es aquello cuyos caracteres son independientes de lo que cualquiera pueda
pensar que son.
• El único efecto que pueden tener las cosas reales es el causar creencia.

Cuidado con permitir:


• Que la lealtad hacia una idea reemplace la búsqueda de su veracidad,
• El contentarse con encaminar nuestras opiniones usando un método, que llevaría a otros
hombres a resultados diferentes, es traicionar una endeble concepción de lo que es la
verdad.
Una sucesión de investigaciones provoca que una fuerza, ajena a varias posiciones
encontradas, las arrastre fuera de ellas mismas hacia una sola y misma conclusión, la cual
es una opinión predestinada a ser aceptada por todos los investigadores; a tal conclusión
la llamamos verdad y su objeto representado es lo que denominamos como real.

La realidad es independiente de lo que el hombre pueda pensar de ella.

No hay un camino real para la lógica, las ideas realmente valiosas se pueden alcanzar sólo
pagando el precio de una atención cuidadosa.
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El texto está dividido en cuatro apartados fundamentales. El primero denominado


Claridad y distintividad intenta retomar las nociones de claridad y distinción
formuladas por Descartes y utilizada por los lógicos. A juicio de Peirce este modo
no refleja hoy, en su época, un auténtico pensamiento filosófico. Para Peirce estos
términos de claridad y distintividad residen en la familiaridad de los términos. La
primera gran máxima de Peirce será que nunca se puede aprender nada nuevo
analizando definiciones. Tal como señala Vericat, esta distinción entre ideas claras
y distintas tendrá todo un recorrido lógico y semántico. Pero a mi juicio, también
será el principio de la ruptura con el concepto de representación.

El segundo apartado denominado La máxima pragmática intenta mostrar que el


pensamiento es una acción “que cesa cuando se alcanza la creencia; de modo
que la sola función del pensamiento es la producción de la creencia”.

Se inaugura así el concepto de creencia como un concepto que es efecto del


pensamiento. Tanto las nociones de creencia como de efecto constituyen un giro
fundamental del pragmatismo. Con este término introducido por Peirce se
abandona la dualidad de razón y hecho entre otras muchas dicotomías. Peirce
sostiene que no quiere darle al concepto de creencia un sentido altisonante sino
mostrar que ante la duda en cualquier momento y, sobre cualquier temática, la
creencia es algo que nos permite tomar una decisión. “Y qué es, pues, la
creencia? Hemos visto que tiene justamente tres propiedades: primero, es algo de
lo que nos percatamos; segundo, apacigua la irritación de la duda, y, tercero,
involucra el asentamiento de una regla de acción en nuestra naturaleza, o dicho
brevemente, de un hábito.” Se crean así hábitos de acción que ya no tienen que
ver con el pensamiento y que serán reglas para actuar.

Ahora bien, estos hábitos producen también efectos prácticos. “Nuestra


concepción de estos efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto.”.
No se tratará de una idea o una representación del objeto.

El tercer apartado denominado Algunas consideraciones de la Máxima Pragmática


intenta analizar lo que en realidad son los conceptos. Coloca dos ejemplos: el
ejemplo de la dureza del diamante y el concepto de fuerza. En el primer caso
sostiene que podemos sostener que el diamante es duro pero podemos decir
también que es suave por cuanto sometido a cierto nivel de presión puede
tornarse suave. Algo similar sucede con el famoso concepto de fuerza. Se define
en función de la velocidad y de la aceleración y así podemos caer en una serie de
disertaciones conceptuales. Sin embargo para Peirce, el modo en que abordamos
estos conceptos dependerá en gran medida del modo en que ordenamos los
hechos. Y este modo de ordenar los hechos es una propiedad del lenguaje pero
que no toca el significado real del diamante o de la fuerza. Entendemos las
nociones por los efectos que estos tienen y no buscamos un más allá misterioso.
Esta temática será luego desarrollada ampliamente por N. Goodman (1978) que
muestra el modo en que construimos diferentes mundos de acuerdo al modo en
que ordenamos nuestras palabras. Por esto es que cabe destacar que en el caso
de Peirce no se trata de no ser realista o ser anti-realista sino de un modo
diferente de concebir lo real. De ahí su último apartado denominado Realidad.
A juicio de Peirce al final hay algo así como una ‘opinión predestinada’ “Esta
enorme esperanza se encarna en el concepto de verdad y realidad. La opinión
destinada a que todos los que investigan estén por último de acuerdo en ella es lo
que significamos por verdad, y el objeto representado en esta opinión es lo real.
Esta es la manera como explicaría yo la realidad”. El último apartado señala ya la
regla de los pragmatistas: verdad, realidad y comunidad van juntos. Aquello que
una comunidad decida que es verdad será aquello que es real. Y tanto verdad
como realidad estarán acordes a una comunidad. Estas comunidades pueden ser
científicas, políticas, culturales, religiosas, etc. Su posición es controversial puesto
que lo lleva también al ámbito científico.
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Peirce comenzó su segundo artículo de la serie, "How to Make our Ideas Clear"
("Como esclarecer nuestras ideas") con una consideración acerca de la
importancia del pensar claramente y con un examen de la distinción cartesiana
entre las concepciones claras y oscuras. Tal como he indicado, Peirce creía que
Descartes podía ser mejorado por la adición de un tercer nivel de claridad y que tal
cosa implicaba la aplicación de la máxima pragmática de Peirce. Presentamos
aquí algunos de los pasos clave que Peirce emprendió para argumentar a favor
del pragmatismo:

1. La función o propósito del pensamiento es producir la creencia.

2. La creencia implica el establecimiento de una regla de acción (o hábito).

3. El "resultado final del pensar es el ejercicio de la volición, y de ella ya no forma


parte el pensamiento".

4. El propósito del pensamiento es producir hábitos de acción, no actos


individuales, sino hábitos o reglas de acción.

5. Toda distinción real de pensamiento y, por tanto, toda distinción de significado


consiste en una posible diferencia en la práctica.

6. Así, lo que algo significa tiene que ser entendido en términos de qué hábitos
implica. Dicho de otro modo, podemos decir que "nuestra idea de una cosa
cualquiera es nuestra idea de sus efectos sensibles", sin embargo, nótese con
cuidado estas tres pequeñas palabras "nuestra idea de". Nuestra idea de una cosa
cualquiera es nuestra idea de sus efectos sensibles.

Así, Peirce llegó finalmente a la máxima que he de repetir: "Consideremos qué


efectos, que puedan tener concebiblemente repercusiones prácticas, concebimos
que tenga el objeto de nuestra concepción. Entonces, nuestra concepción de esos
efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto". Dándole la vuelta y
simplificándola, podemos formularla de esta manera: nuestra entera concepción
de un objeto cualquiera es nuestra concepción de todos sus efectos prácticos
concebibles. Esta máxima representa el tercero y más elevado grado de claridad
de las ideas en la teoría peirceana de los tres niveles de claridad.

Peirce acompañó su enunciado de esta máxima pragmática con un número de


ejemplos de su aplicación. Una de las concepciones más dificultosas que examinó
fue la concepción de la realidad. ¿Qué significa decir que algo es real?
Consideremos esta cuestión brevemente abordando la concepción de lo real tal
como lo hace Peirce a partir de los tres grados de claridad. El primer grado de
claridad es el que tenemos cuando estamos familiarizados con una concepción.
De este modo, ¿cuál sería un ejemplo de un típico primer grado de claridad con
respecto a la concepción de lo real? Nuestra familiaridad con el término, como
"¿son reales estas flores?" o "Hamlet no era una persona real" o "Descubrí que su
amor no era real". Ordinariamente, no tendríamos dificultad en entender estas
expresiones. Peirce señaló que aun los más jóvenes entienden esta concepción, a
menudo a una edad muy temprana. Cuando, por ejemplo, se le narra a un niño un
cuento acerca de un monstruo que se come a las niñas y lo niños pequeños, una
respuesta común es "pero, ¿no es real, no?"

En un segundo grado de claridad, ¿qué significamos diciendo que algo es real? En


este caso necesitamos una definición abstracta (del tipo de las del diccionario).
Esto es más dificultoso. Una definición extraída del Random House Unabridged
Dictionary de mi escritorio hogareño es la de que "lo real" es aquello que es
"independiente de la experiencia en la medida en que se opone a [lo que es]
fenoménico o aparente". En primer lugar, Peirce nos pide que consideremos qué
significamos por una quimera o ficción y, siguiendo dicha discusión, sugiere que
un buen segundo grado de comprensión de "lo real" es "aquella cosa cuyos
caracteres son independientes de lo que cualquiera pueda pensar que dicha cosa
es".

Consideremos ahora el tercer grado de claridad. ¿Cómo deberíamos buscar,


desde el punto de vista de la máxima pragmática, este tercer nivel de significado
de lo real? ¿Cuáles son los efectos que imaginamos o concebimos que las cosas
reales tienen? Peirce sugiere que "el único efecto que las cosas reales tienen es
causar la creencia". Por supuesto, algunas creencias son causadas por ficciones o
falsedades, no por cosas reales, de modo que si queremos tener claridad acerca
de la naturaleza de la realidad tenemos que identificar los efectos propios de la
realidad. ¿Cuáles son los denominados "efectos propios"? Las creencias
verdaderas.

Peirce concibe la "creencia verdadera" como el resultado destinado de la


investigación legítima, a saber, destinado en el sentido de que si tuviésemos
mundo y tiempo suficientes, la alcanzaríamos. Próximo al final de este segundo
artículo, escribe que "la opinión cuyo destino es ser finalmente aceptada por todos
aquellos que investigan es lo que significamos por la verdad, y el objeto
representado en esta opinión es lo real". Así, parece que el efecto principal que
asociamos con la realidad, en el tercer nivel de claridad, consiste en que es lo que
se resiste a las concepciones erróneas de ella y que, por tanto, fuerza a los
investigadores serios a dirigirse hacia la verdad, en la medida en que usen el
correcto método de investigación. Esta concepción de la verdad y la realidad se
expresa poéticamente en un verso de un poema de William Cullen Bryant, citado a
menudo por Peirce: "¡Oprimida en la tierra, volverá a erigirse la verdad!" ["Truth
crushed to earth shall rise again!"].
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La máxima pragmática:

“Considere qué efectos, que podrían concebiblemente tener consecuencias prácticas,


concebimos que tiene el objeto de nuestra concepción. Entonces, nuestra concepción de
esos efectos es el total de nuestra concepción de ese objeto”

Los 3 grados de claridad de una idea:

1.- FAMILIARIDAD:
“Una idea clara se define como aquella captada de tal manera que se la reconoce
dondequiera que uno la encuentra, sin que se la confunda con ninguna otra. Se dice que
es oscura si no alcanza esta claridad” (EP 1:124, 1878).

OPOSICIÓN:
No poder nunca dejar de reconocer una idea, no pudiendo confundirla bajo ninguna
circunstancia con ninguna otra, por más que pueda presentarse bajo una forma recóndita,
implicaría, ciertamente, una tal prodigiosa fuerza y claridad de pensamiento de aquellas
que raramente se dan en este mundo. Por otra parte, difícilmente parece merecer el
nombre de claridad de aprehensión el mero llegar a estar familiarizado con la idea,
reconociéndola sin vacilar en los casos habituales, ya que, después de todo, no pasa ello
de ser un sentimiento subjetivo de habilidad que puede ser totalmente erróneo. Supongo,
sin embargo, que cuando los lógicos hablan de "claridad" lo que significan no es más que
una tal familiaridad con una idea, ya que consideran de tan poco mérito esta cualidad que
necesita complementarse con otra que llaman distintividad
2.- ANÁLISIS LÓGICO (DEF. ABSTRACTA):
“Una idea distinta se define como aquella que no contiene nada que no esté claro. Esto es
lenguaje técnico; los lógicos entienden por contenidos de una idea todo aquello que está
contenido en su definición. De manera que, según ellos, captamos una idea de modo
distinto cuando podemos dar una definición precisa de la misma en términos abstractos. ”

OPOSICIÓN:
“[…] Es fácil mostrar que la idea de que la perfección de aprehensión reside en la
familiaridad y en la distintividad abstracta es algo que tiene su auténtico lugar en filosofías
extinguidas ya hace mucho tiempo; y que es el momento, ahora, de formular el método de
alcanzar una claridad más perfecta del pensamiento, tal como lo vemos y admiramos en
los pensadores de nuestro tiempo” (EP 1:125, 1878).

SE POSTULA ACÁ LA MÁXIMA COMO 3ER GRADO DE CLARIDAD.


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Dichos artículos, a saber, ―La fijación de la creencia y ―Cómo esclarecer nuestras ideas,
contienen, efectivamente, reflexiones acerca de lo que podríamos llamar una lógica de la
investigación1. Ambos comienzan con reflexiones acerca del estado y el valor de los
estudios lógicos y tienen un carácter metodológico: contienen, en palabras del propio
Peirce, ―la formulación más temprana de un método de análisis lógico al que había tenido
el hábito de aludir como [mi] pragmatismo.
Llegamos así a la tesis realista defendida por Peirce. Tal tesis, defendida en ―Cómo
esclarecer nuestras ideas‖, había sido en realidad anticipada algunos años antes. Ya en
―Algunas consecuencias de cuatro incapacidades‖ Peirce afirmaba que una creencia
verdadera es aquella cuyo objeto es real en tanto que opuesto a aquellos objetos irreales, o
ilusiones, que son el objeto de las creencias falsas o erróneas. Ahora bien, esta distinción
entre lo real y lo ilusorio o erróneo es, de acuerdo con nuestro autor, una distinción entre
aquello que sería sostenido en el largo plazo y aquello que depende solamente de los
caprichos de cualquier número finito de hombres. Es decir, la distinción entre real e ilusorio
no es una distinción entre objetivo y subjetivo, entendiendo la objetividad como teniendo
una independencia absoluta respecto del sujeto, sino más bien una distinción entre
intersubjetivo e idiosincrásico, donde la intersubjetividad resulta indefinidamente
proyectada hacia el futuro y lo idiosincrásico es identificado con un estado presente de
creencias sin más fundamento que su pertenecer a un individuo o a un grupo limitado. En
palabras de Peirce, lo real ―es aquello en lo que tarde o temprano, la información y el
conocimiento resultarán finalmente, y que es por tanto independiente de los caprichos
suyos y míos‖ (2012, p. 96). Es decir, el carácter de independencia de lo real no se traduce
en independencia del pensamiento, de la mente o del conocimiento, sino en independencia
de las creencias de cualquier número finito de hombres. En otros términos, lo verdadero es
aquello que seguirá siendo afirmado en el desarrollo indefinido de la investigación, y lo real
aquello a lo que refiere.

En otros términos, el estudio de la lógica supone una


cierta concepción de lo que Peirce denominará investigación. La investigación será definida
como una lucha por alcanzar un estado de creencia provocada por la irritación que supone
la duda (CP. 5.374). En este esquema la duda es entendida, no como una mera pregunta,
sino como un estado del organismo que investiga, el humano, que conlleva una cierta
irritación. Tal irritación es el ―motivo inmediato para la lucha por alcanzar la creencia‖
(CP.
5.374 / 2012, p. 162). La duda es, así, un estado de inquietud e insatisfacción que impulsa a
la acción, a esa acción que tomará la forma de una lucha por alcanzar la creencia. Por su
parte, la creencia no tiene este carácter de impulsor de la acción, pero no por ello carece de
todo vínculo con ella. Antes bien, la creencia es una suerte de disposición a la acción.
En
palabras de Peirce, la creencia ―nos pone en una condición tal que, dada cierta ocasión,
actuaremos de cierta forma‖ (CP. 5.374, 2012, p. 162). Así, la creencia es comprendida
como un hábito, como una disposición a actuar de determinada manera en determinadas
condiciones. En este contexto, el fin o la meta de la investigación es el establecimiento de
la opinión o creencia, esto es, de un hábito, de una forma estandarizada de respuesta activa.
De este modo queda configurada una nueva relación entre el conocimiento y la
acción, lo que tendrá a su turno como consecuencia un cambio en el modo de comprender
otros conceptos centrales ligados al concepto de conocimiento como el de realidad y
verdad. En primer lugar, cabe señalar que el fin, el objeto del conocimiento no es alcanzar
una descripción del mundo, sino una opinión o creencia, que es ―de la naturaleza de un
hábito‖. Además, el proceso mismo por el cual se establece la opinión, la investigación, es
una acción que exhibe un cierto patrón, que comienza con la duda en virtud de la irritación
que conlleva y finaliza cuando se establece la creencia y se cancela la duda. Es importante
remarcar que este patrón tiene un anclaje biológico, o al menos resulta análogo a ciertos
procesos orgánicos, lo que implica, así, una mirada naturalista sobre el conocimiento que,
como se dijo, entenderá a éste último como continuo con los procesos orgánicos. Esta
concepción de la investigación conlleva una re-ubicación del conocimiento en el contexto
vital de la actividad humana; por así decirlo, el conocimiento no es ya algo separado de la
acción ni de la vida concreta de los seres humanos, sino una respuesta a un fenómeno que
puede surgir y de hecho surge en el transcurso de la vida, esto es, a la duda entendida no
como una mera pregunta, sino como una cierta irritación, una cierta inquietud que impulsa
a la acción.

Este vínculo con la acción, contenido en la definición misma de creencia y por tanto
insertado en el corazón mismo de la teoría del conocimiento, resulta reforzado por la
comprensión misma del significado contenida en la bien conocida máxima pragmática, que
no parece ser sino una consecuencia de la definición de creencia anteriormente explicitada.
Así, de acuerdo con Peirce, ―la esencia de la creencia es el establecimiento de un hábito, y
las diferentes creencias se distinguen por los diferentes modos de acción a los que dan
lugar‖ (CP 5.398 / 2012, p. 177). De este modo, si queremos analizar el significado de una
creencia, y su diferencia con otras, ―simplemente tenemos que determinar qué hábitos
produce, pues lo que una cosa significa es simplemente los hábitos que implica‖ (CP
5.400
/2012 p. 179). A su vez, un hábito queda caracterizado por las situaciones y los modos en
que nos lleva a actuar, y de acuerdo con Peirce el propósito de toda acción es ―producir
algún resultado sensible‖ (ibídem). De este modo, se llega a la idea de ―lo tangible y
práctico como raíz de toda distinción real del pensamiento‖ (ibídem). Así, entonces, si una
creencia es una regla para la acción, y si toda acción pretende producir un efecto práctico
tangible o sensible, resulta que el significado de una creencia radica en los efectos prácticos
de la misma. Ahora bien, recordemos que la creencia no es una acción sino una regla para
la acción y que por tanto en su carácter de regla resulta general: nos dice cómo actuar en
cualquier situación en la que nos encontremos con el objeto de la creencia. En esa medida,
el significado de la creencia no se identifica con sus efectos prácticos ya obtenidos y
constatados sino con sus efectos prácticos concebibles. Es decir, el significado de la
creencia radica en los modos de acción que impondría en toda situación en la que resulte
pertinente, y que deben ser anticipados al momento de analizar el significado.
Así, hemos llegado a lo que ha sido considerado el corazón del pragmatismo, es
decir, a la máxima pragmática que Peirce presenta por primera vez en el escrito que
analizamos (CP. 5.388-410), de la siguiente manera: ―considérese qué efectos, que
pudieran
concebiblemente tener repercusiones prácticas, concebimos que tiene el objeto de nuestra
concepción. Entonces nuestra concepción de esos efectos constituye la totalidad de nuestra
concepción del objeto‖ (CP. 5.402). Tenemos así el punto de partida del pragmatismo,
como una filosofía que, tal como lo dijera Putnam, confiere a la práctica una cierta
centralidad y que llevó a Dewey a reapropiarse del pragmatismo como una filosofía que,
oponiéndose a la estrategia de la filosofía trascendental, dirige su mirada, no a condiciones
antecedentes de algún modo supuestas en nuestra acción cognitiva, sino a las consecuencias
reales, efectivas, de las ideas en el mundo, por así decirlo.
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Dewey. Contexto y Pensamiento.

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