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¿Psicoterapia online? El avance de los encuadres catalejos

Article  in  Gradiva · January 2012

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Lucio Gutierrez
Sociedad Chilena de Psicoanálisis
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JORNADA DE PSICOANALISIS 20 AÑOS DE ICHPA 1989-2009
4 Y 5 DE DICIEMBRE.
Hotel Four Points Sheraton, Santiago, CHILE.

EL AVANCE DE LOS ENCUADRES CATALEJOS.

Resumen
Se presenta una situación delicada para la práctica analítica en miras a los próximos
veinte años. Se sostiene que el avance de los dispositivos de atención psicoterapéutica
virtual produce una serie de transformaciones a la práctica clínica frente a las que el
psicoanálisis, como en otras oportunidades, deberá reflexionar y hacerse presente. Se
plantea una posición personal al respecto, basada en los fundamentos del setting
analítico.

Lucio A. Gutiérrez H. Psicólogo, P. Universidad Católica de Chile. Magíster en Psicología Clínica


Universidad Adolfo Ibáñez. Magíster en Psicoterapia, P. Universidad Católica de Chile. Candidato a
Doctor en Psicoterapia, P. Universidad Católica de Chile. Psicoanalista, miembro asociado de la
Sociedad Chilena de Psicoanálisis ICHPA. Ha escrito y publicado principalmente en las áreas de
epistemología psicoanalítica e interrelaciones entre psicoanálisis, psicosomática y teoría social. Correo
electrónico: lagutier@uc.cl.
EL AVANCE DE LOS ENCUADRES CATALEJOS: UN ARGUMENTO
PSICOANALÍTICO1.

por Lucio A. Gutiérrez H.


Psicoanalista, Investigador social.

Difícilmente un analista como yo puede escribir respecto a los cambios en el


acontecer clínico desde la perspectiva del que ha vivido, como analista, los cambios en
los últimos veinte años. No dispongo de una máquina del tiempo, ni creo que nací
analista. Pero los cambios en el acontecer clínico actual refieren no sólo a los veinte
años pasados. Quisiera presentar una posición sobre un ámbito de transformaciones
que creo que interpelarán al análisis, en los veinte por venir.
Padezco de miopía y muchas veces me han preguntado por que no me opero los
ojos. Suelo responder que en mi familia han rondado las malas experiencias en el
quirófano. Pero, pensándolo bien, creo que en parte es porque desde que tengo uso de
razón los anteojos han sido parte de mi experiencia cotidiana. Y creo que en cierto
extraño modo sería amenazante abandonar una relación para con esos objetos que me
han acompañado tanto tiempo. Tanto, que han adquirido una sutil cualidad mágica en
mi vida.
Es una relación no sin dificultades. Pero en el día a día casi olvido que están ahí.
Cuando los uso casi podría decirse que los anteojos desaparecen de mi vista. Pero
siempre aguarda la conciencia que cuando retiro los anteojos, lo que desaparece es mi
vista. Los anteojos son objetos-pantalla que en mi quehacer cotidiano se confunden con
una posición importante para mi narcisismo, esta es, la mirada. Se encuentran
investidos por mí con el valor de ser capaces de devolverme la vista y apaciguar mi
ansia de mirada. Todas las mañanas son la capa transparente que recrea el milagro de
un ciego curado.
Quizás por esta circunstancia de mi vida me siento proclive a interesarme en lo
que sucede al otro lado de las pantallas. Hoy, y seguramente para la veintena de años

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Texto leído en la “JORNADA DE PSICOANALISIS 20 AÑOS DE ICHPA 1989-2009”, 4 y 5 de Diciembre
Hotel Four Points Sheraton, Santiago, CHILE.

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que siguen, estaremos enfrentando la cotideaneización de objetos-pantalla que median
no sólo la voz y la visión sino, más aún, la presencia.
Me refiero, por ejemplo, a los medios electrónicos y la comunicación vía Internet.
La escena analítica no queda afuera del avance de estos objetos-pantalla. Ya se
observa cada vez con mayor frecuencia que en el ámbito de la psicoterapia se
introduzcan dispositivos de comunicación virtual como parte de la interacción
terapéutica. “Psicoterapias Online” ya no es una quimera futurista sino una práctica de
creciente popularidad.
En una investigación en Noruega (1) se encontró que la mayoría de los
psicólogos aceptaban como parte de su encuadre de trabajo el uso de correos
electrónicos e Internet como medios de comunicación. Los psicoanalistas, dentro del
grupo encuestado, eran los más reticentes a dichos dispositivos. Uno podría atribuir
esto a resistencias ideológicas, propias al afán por conservar el “oro puro” del
psicoanálisis libre de aleaciones de cobre y silicio.
Creo sin embargo que esto excede una cuestión doctrinaria. Pienso que los
psicoanalistas intuyen que las interacciones vía Internet presentan dificultades que
hacen muy difícil un trabajo analítico, sobretodo si uno considera que el trabajo a partir
del discurso es una cuestión viva. Es decir, centrada en la actualidad de la transferencia
y considerando la unidad psicosomática de sus participantes.
Hablemos de la interacción vía Internet que más se asemeja a una escena
comunicativa cara a cara, la llamada conversación por videoconferencia o webcam. Y
pensemos en posibles objeciones a un dispositivo analítico que se arme principalmente
a partir de videoconferencias.
Podría pensarse que, en tanto hay cámaras presentes que filman y reproducen a
cada participante de la escena comunicativa, los problemas del dispositivo serán
cuestiones técnicas respecto a la calidad de la imagen o sonido, a la calidad de la
transmisión de información. Pensar así sería suponer que el trabajo analítico opera
sobre el ámbito de la comunicación de contenidos fiables. Sabemos de sobra que la
cuestión analítica se nos extravía por ese lado.
Podría pensarse, entonces, que los problemas pasan por que se nos pierde de
vista, literalmente, el cuerpo y el contexto físico de la escena analítica. Sólo vemos una

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parte del cuerpo, la cabeza, el torso a lo más, algo del trasfondo. Sabemos de sobra
que operamos en la escucha del discurso. El diván, precisamente, nos esconde de la
visión del paciente, pero suele recíprocamente esconder al otro de nuestra visión. Esto
no quiere decir que no necesitemos de la presencia corporal del otro, pero no
requerimos de la visión del cuerpo del otro.
Una tercera objeción podría esgrimirse en torno a la falta de una disposición
regular en el espacio-tiempo. Tener, por así decirlo, regularidad en el encuadre en
términos de una oficina determinada, una hora determinada, una distribución
determinada de los muebles. Regularidades todas que suelen alimentar la vivencia de
un ambiente familiar. Tan necesaria para que la inquietante extrañeza de lo
inconsciente emerja en la escena analítica. Todo eso, por cierto, puede convenirse vía
Internet. Acordar un espacio privado, alejado de todo ruido, horas regulares, un mismo
punto en el que situar la cámara, etc. Si bien la regularidad espacio-tiempo es un
argumento interesante, no parece suficiente.
¡Que delicado sería pensar que, una vez superadas la cuestión de la regularidad
del encuadre y los problemas técnicos con la calidad de la imagen y sonido todo queda
resuelto! Pensar que, en tanto se escucha la voz, hay discurso. Y en tanto hay discurso,
hay análisis.
He tenido la oportunidad de supervisar casos llevados por este medio, y en un
par de oportunidades he accedido por requerimientos específicos durante un tiempo
acotado a utilizar este dispositivo. La inconformidad insiste: algo “falta”, algo “queda
afuera”, algo “se resta” al trabajo analítico. Algo que no se agota en el problema de la
calidad de la transmisión de información, del campo perceptual restringido o de la
regularidad del encuadre.
Quisiera llamar estos encuadres que se articulan a partir de objetos-pantalla
mediadores como las videocámaras “encuadres catalejos”, porque cual catalejo de
navegante o explorador, crean un campo de percepción del contexto relacional que
simula estar más cerca de lo que está.
Sostengo que estos “encuadres catalejos” generan efectos no sólo a nivel
comunicacional sino que alteran el dispositivo fundamental del psicoanálisis: la
asociación libre y su contraparte en la atención parejamente flotante. Y lo hacen

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intercediendo no sólo a la mirada sino en la escucha, generando una transformación del
discurso por naturaleza vivo, en una comunicación monológica, empobrecida y centrada
en la evidencia. Estos encuadres restan, si se quiere, pregnancia simbólica al discurso.
Esta es mi conclusión provisoria. Quisiera argumentar psicoanalíticamente cómo la
sostengo.
Retomando una fórmula sencilla y clara, el psicoanalista y epistemólogo Jorge
Ahumada dice: “puesto que paciente y analista están presentes, es claro que la
situación analítica es siempre aquí, ahora, conmigo” (Ahumada, 1999, p.212).
Extendiendo la frase diremos: es un aquí y ahora enmarcados en un contexto
relacional, un conmigo.
Desde nuestro ser infantes y en adelante, este conmigo, y esta es la cuestión,
incluye la proximidad psicosomática. Aún incluyendo a algunos encuadres de trabajo
analítico que razonablemente justifiquen que no se toque al paciente, o que el cuerpo
quede “afuera de la sesión”, considero que la sola presencia física del otro, su
proximidad, genera una curvatura del espacio relacional. La temperatura, ritmos, olor, y
el de los objetos físicos que acompañan una relación, no son solo representación de la
presencia del paciente o analista. Son su presencia. Son todos parte del campo de
reconocimiento mutuo en la condición de ser vivo y viviente que se da en la proximidad
psicosomática. Esto es algo que inevitablemente va a pérdida en una conversación por
videocámara.
¿Qué sucede entonces cuando la pérdida de la proximidad psicosomática es
suplida por un dispositivo tecnológico que simula que dicha falta no existe?
Los encuadres catalejos pretenden superar las barreras físicas que acotan el
aquí, ahora, conmigo del setting analítico. Una videocámara se ofrece como un objeto-
pantalla mediador de la comunicación que simula presencia del otro reproduciendo la
imagen y sonido de un lado del mundo al otro. Pero lo llamativo de esta simulación
técnica es el modo como ella emerge y se articula al contexto relacional. Es esto lo que
realmente la define como encuadre catalejo. Enfrentado a la pregunta, difícilmente
alguien reconocería que la otra persona se encuentra en el aquí conmigo. “Está allá, en
Londres… está allá, en Madrid…yo estoy acá, en Santiago” nos dirá. Sin embargo, al

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escuchar el discurso de una psicoterapia online, lo cierto es que se toma una posición
frente al otro como si se estuviera aquí, ahora, conmigo.
Freud en su célebre texto sobre el fetichismo (2), hablaba de la desmentida
como una actitud de bi-escisión para explicar el reconocimiento a la vez que la
negación de objeto amado perdido. Freud refiere tener claras pruebas de una actitud de
bi-escisión en el fetichista frente al problema de la castración de la mujer. Y será
muchas veces la construcción del fetiche el que encarnará el reconocimiento a la vez
que la pérdida del falo de la mujer madre.
Muchas veces, dice Freud. Pero esto no es privativo del fetichismo. En el mismo
texto también se ejemplifica con el análisis de dos jóvenes que tienen similar actitud de
bi-escisión frente a la muerte del padre. Allí coexiste, cito a Freud, “la actitud acorde al
deseo y la acorde a la realidad” (Freud, 1927/1996, p.150).
Deseo enfatizar el aspecto de actitud que suele ser desestimado al hablar de la
desmentida como mecanismo. La bi-escisión es una actitud, y más específicamente,
una actitud frente a la pérdida de aquello investido. Al decir que es una actitud se
apunta no al objeto perdido, sino a las posiciones del yo frente a la pérdida del objeto
que otrora formaba parte del mismo yo.
Considero que es posible pensar a partir de esta idea en una dificultad mayor
para el trabajo analítico que emerge en los encuadres catalejos. Presento aquí la
siguiente tesis: un encuadre psicoanalítico que utiliza videocámaras ingresa a un
mundo de simulación de proximidad, que favorece que el aquí y ahora del setting
analítico acontezcan, pero en el trasfondo de una actitud de bi-escisión frente a la
pérdida de proximidad psicosomática.
El paciente y el analista pueden fácilmente perderse en esa actitud de bi-escisión
al atender a los contenidos del discurso que está aconteciendo. El problema, por cierto,
no pasa por los contenidos del discurso, sino por las posiciones del analista y las
posiciones del paciente. Desde qué lugar se enuncia lo enunciado, a qué destinatario,
y, esto es fundamental, en qué contexto relacional que dota de sentido a lo que
acontece. Considero que un análisis no puede sostenerse sobre la interpretación de
contenidos ajenos al contexto relacional en el que emergen.

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En ese sentido el vínculo, dice Coloma, es un modo en que nos referimos a un
contexto relacional que no equivale a transferencia, pero que permite que se despliegue
la transferencia (3). Tengo la impresión que la actitud de bi-escisión en un encuadre
catalejo produce un discurso que acontece marcado por un vínculo que persigue la
temporalidad y que hace muy difícil el trabajo analítico, pues es la atemporalidad la que
marca al vínculo propio al trabajo psicoanalitico (3).
Permítanme un rodeo. El discurso vivo se encuentra dotado de pregnancia
simbólica. Está preñado de afecto, es un discurso sobredeterminado, que produce
condensaciones en el hablar que hacen que nos refiramos a más de una realidad, y
desde más de un hablante en nosotros. Esto lo resume Winnicott como un discurso que
acontece en el orden del vivir y del soñar como un todo (4), donde hablamos desde un
hablar de la realidad teñido por la fantasía, enriquecido por las marcas y significaciones
de nuestra historia que insisten por hacerse presentes.
Es que nuestro discurso habite en el mundo del vivir y el soñar como un todo lo
que dota al silencio de cualidades transferenciales. En la práctica, es lo que nos permite
discernir entre un silencio que comunica vitalidad, por oposición a instancias con
pacientes donde la vida muere junto al agotamiento de la palabra.
Mi experiencia me indica que en los encuadres catalejos el silencio tiene poca
cabida. El interés queda volcado sobre los hechos, al modo de las psicoterapias, al
servicio del yo. Cual catalejo, el interés se focaliza en los hechos, procurando hablar
sobre la vida dejando de lado el soñar que forma parte íntegra de ella. Se desarma la
paradoja que plantea Winnicott respecto a la subjetivación creada & encontrada (4).
Soñada en su realización, y realizada en el soñar.
Que los contenidos emerjan en un contexto relacional empobrecido produce
dificultades para sostener la caída del yo y el advenimiento de lo inconsciente. En un
encuadre catalejo escuchamos a un paciente hablar de hechos, incluso de aquellos
hechos tristemente llamados “hechos emocionales”. Pero difícilmente escucharemos un
silencio compartido. Ese silencio que habla de la presencia de dos donde la palabra
sobra.
Vuelvo a mis anteojos. Ellos median la relación con los objetos físicos pero no
con mi fantasía, ella permanece y contribuye a mi vida. Sé que no son más que objetos

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y la magia se la entrega mi fantasía, que dura hasta que una gota de sudor o una
partícula de polvo irrumpen impertinentemente en el campo de visión. O si estoy de
viaje en un país extranjero, donde no puedo despreocuparme. Ahí me percato que no
son mágicos, debo cuidarlos, volver a poner mi interés en ellos, al menos un cierto
interés. Es una relación ya vieja, con mis anteojos, y no he querido abandonarla a
fuerza de costumbre y encariñamiento. Estamos en paz relativa. Encuadran mi visión
pero no encuadran mi mirada. Mi mirada sigue habitada por la fantasía, abra o cierre los
ojos.
Los encuadres catalejos, en cambio, en su simulación de proximidad arriesgan
mucho más de lo que ofrecen. Encuadran no sólo a la visión y la voz sino también la
mirada del paciente y la escucha del analista. Tengo la impresión que un encuadre
sostenido en la bi-escisión puede causar estragos, sobretodo si se espera de él
intereses analíticos y no un temporal visaje terapéutico al yo. Pese a ello, el avance de
los encuadres catalejos en la sociedad contemporánea continúa con fuerza y esperaría
que vaya a hacer, más pronto que tarde, que los psicoanalistas debamos tomar
posición respecto a estos dispositivos.
No sería de extrañar que algunas miradas analíticas sean recibidas con ojos
sospechosos, como demodé o poco abiertas a las nuevas tecnologías. Suele ser así
cuando el psicoanálisis asume posiciones escépticas frente a los síntomas, al dolor
psíquico y al narcisismo social. Parece ser la inevitable historia de nuestro discurso
cultural.
Referencias

(3) Coloma, J. (1999). El oficio en lo invisible (una paradoja psicoanalítica). En: J.


Outeiral & S. Abadi (coord.), Donald Winnicott en América Latina. Teoría y Clínica
Psicoanalítica. Buenos Aires: Lumen.

(2) Freud, S. (1927). El Fetichismo. En J. Strachey (ed.), Sigmund Freud Obras


Completas vol. XXI. Buenos Aires: Paidos, 1996.

(1) Wanberg, S.C., Gammon, D. & Spitznogle, K. (2007). In the Eyes of the Beholder:
Exploring Psychologists’Attitudes towards and Use of e-Therapy in Norway.
Cyberpsychology & Behavior, 10(3): 418-423.

(4) Winnicott, D. W. (1971). Playing and Reality. Londres: Routledge.

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