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El profesor Claros González, un ejemplo de lucha.

Dice el profe Claros que él trabajaba como docente interino en el área


científica en un Centro de Educación Básica del municipio de Opalaca, en el
departamento de Intibucá. Cuenta, que para llegar a su centro de trabajo,
viajaba de tres a cuatro horas, en buen tiempo, por lo que se quedaba allá de
lunes a viernes, y venía solamente los fines de semana a ver y estar con su
esposa e hija, una pequeñita de tres años de edad, que lo esperaba ansiosa.
El profesor Claros, al igual que muchos profesionales de la docencia,
egresado de la Universidad Pedagógica Nacional en el área de las Ciencias
Naturales, consiguió un trabajo temporal, sin expectativa de permanencia,
pero con el sueño en su mente, de conseguir un trabajo dentro del sistema
público, por lo que no le importaba viajar tan lejos de su familia, quedarse
con otras nobles personas de lo más recóndito de nuestro montañoso país, él
estaba luchando por desempeñarse en lo que estudió con tanto esfuerzo
económico y mental, en las aulas universitarias.
Cuando el profe Claros se enteró que la educación se iba a privatizar, se dio
cuenta que sus sueños, sus esfuerzos, sus desvelos, sus estudios, su vida
misma, estaban siendo tirados a la basura, porque su aspiración de trabajar
en educación pública se desvanecía con este despropósito monumental de
parte de la élite gobernante.
¿Qué hago? Pensó. ¿Qué me queda? ¿Qué puedo hacer? Reflexionó.
El profe Claros se dio cuenta que estando en Opalaca, desempeñando su
trabajo, no lograba ni siquiera hacerse un huequito en este sistema
discriminador, opresor, donde en la actualidad vale más una recomendación
que un título universitario. Y se dio cuenta que él, su esfuerzo, su estudio, su
título, valían nada para sus propósitos de trabajar mejor, tener un mejor
salario para tener una mejor vida.
Entonces decidió levantar la voz. El pueblo, nosotros los pobres, somos
muchos, y para no ser olvidados, tenemos que gritar. Tenemos que unirnos,
gritar lo que sentimos, lo que necesitamos, lo que consideramos justo, para
ser escuchados.
El profesor Claros llegó a la misma conclusión que muchos de nosotros: El
gobierno inventa diálogos programados que no nos benefician ni individual ni
colectivamente. La única forma de encontrar ser escuchados es a través de
los medios, porque no nos permiten hablar directamente con los que nos
perjudican como pueblo.
Fue así como el profe Claros, junto a miles de profes más, en todo el país,
salió de Opalaca, pasó por La Esperanza, se despidió de su familia y, como un
hondureño consciente de ser un profesional capaz, pero con las limitaciones
que impone la sucia política vernácula en este vilipendiado país, se unió a la
lucha social en defensa de la salud y la educación pública.
Asistió a asambleas informativas, leyó, conversó, escuchó, y obtuvo la
información necesaria. Reafirmó su necesidad de luchar en las calles, porque
a los pobres no nos queda de otra. Caminó, marchó, gritó consignas, bajo el
sol y la lluvia, fue solidario con sus compañeras, que le pedían permanecer
con ellas, porque lo veían joven, fuerte, y lo pensaban capaz de defenderlas
en caso de ser atacadas por los perros del gobierno…
Hasta que aquella tarde fatídica de principios de junio, los esbirros
uniformados del gobierno, después de querer doblegarnos a punta de
bombas lacrimógenas, de piedras lanzadas con hondas, y viendo que nuestro
deseo de justicia era mayor que su única capacidad: Seguir órdenes de un
superior, empezaron a disparar sus armas de reglamento, siendo el profesor
Claros, aquel licenciado en Ciencias Naturales que dejó a sus estudiantes en
lo más profundo de Opalaca, a su familia en la ciudad de La Esperanza, la
primera víctima de aquel brutal ataque del cuerpo uniformado asesino que
defiende intereses de los gobernantes, siendo estos mismos uniformados,
producto de pueblo, pero transformados en tontos útiles, que actúan cual
máquinas programadas para la muerte, títeres manipulados que disparan sin
piedad, sin importarles truncar una vida, o como en el caso del profesor
Claros, frenarle de golpe sus aspiraciones e ideales, por los cuales estudió
tanto tiempo y con tanto esfuerzo y dedicación, pues solamente los que
hemos transitado por las aulas universitarias, o tenemos a alguien conocido
que lo ha hecho, sabremos dimensionar el valor de un título de esa categoría.
Obviamente, un uniformado, no. ¿Qué puede pensar un individuo que
solamente tuvo la oportunidad de entrenar su cuerpo y mente para seguir
direcciones en cuanto a la manipulación de armas? ¿Se necesitan neuronas
para ser policía en Honduras?
El profesor Claros, actualmente, se está recuperando, en un proceso que le
llevará años. El disparo que recibió le daño órganos internos que protege la
caja torácica, pero que en esta ocasión, fue inútil, frente a la violencia. Tiene
que aprender a vivir con un riñón, porque el otro lo perdió definitivamente.
Uno de sus pulmones también fue severamente dañado por esquirlas de la
bala recibida.
El profe Claros requiere de nuestra solidaridad. A pesar de tanta vicisitud
vivida estas últimas semanas, él está optimista, agradecido con la vida, con
los compañeros que han llegado a verle, a dejarle algún aporte. Él recibe las
visitas con una sonrisa de agradecimiento, en la casa de su padre, donde es
atendido por sus hermanas.
El profe Claros nos necesita. No solamente es un bastión en la lucha social
que libramos en las calles. Hoy por hoy, no puede seguir defendiendo su
derecho a una vida digna, porque un arma homicida casi termina con su vida.
Él vive en La Esperanza, y junto a él, tendremos viva esa esperanza, ese ideal,
ese sueño, de una educación y salud pública de calidad para nosotros, los
más desposeídos.
Hago saber que él profe Claros, no pide. Pero en su estado, recibe con gusto
cualquier ayuda humanitaria.
No abandonemos al profesor de Ciencias Naturales Claros González.
Extendamos nuestra mano amiga, vamos, un abrazo fraternal, un aporte, por
pequeño que sea, es muy importante.
Samuel.
08/07/19

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