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¡Qué hermoso testimonio!

Cómo alienta a vivir intensamente nuestra fe en Jesucristo.


Evidentemente esa marca, esa pasión, desató todo un gran y global ministerio. ¡Bendito sea Dios y
Sus caminos!
Con cariño y admiración,
 
Stella Maris
 
De:Jervae Brooks [mailto:JervaeBrooks@aglow.org] 
Enviado el:lunes, 17 de abril de 2017 12:52 p. m.
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CC:Nancy McDaniel; Martha Stanley; Karla Noriega
Asunto:April 2017 Blog - Jane Hansen Hoyt
Importancia:Alta
 
 
Una herencia valiosa
Jane Hansen Hoyt - 10 de abril de 2017
 
 Me diste una herencia reservada para los que temen tu nombre. Sal. 61:5 (NTV)
 
Este mes, el 2 de abril, di gracias una vez más por un evento que cambió mi vida y que
continúa teniendo efecto  hoy. Les cuento...
 
El 2 de abril de 1992 fue un día hace mucho tiempo en el que mi padre le entregó su vida a
Cristo, en medio del avivamiento que había llegado a Belfast, en Irlanda del Norte. La
familia de mi padre había sido parte activa de su iglesia presbiteriana. Pero, cuando
William P. Nicholson, apodado “el tornado del púlpito”, llegó a Belfast para predicar su
fervoroso mensaje, “fue como sin yo nunca hubiera escuchado el Evangelio antes”,
comentó mi padre.
 
A inicios de 1920, Irlanda del Norte atravesó un período de gran conflicto y derramamiento
de sangre. Hubo momentos de gran temor y desconsuelo. El miedo atenazaba los corazones
de muchos y llegó, incluso, a las iglesias.
 
William Nicholson era un hombre de oración y con frecuencia pasaba horas y horas en
comunión con Dios. Desde su lugar de oración pasaba al púlpito investido del poder del
Cielo.
 
Era un individuo intrépido, consumido por el celo de ver que el pueblo de Dios surgiera en
el poder del Reino y se entregara totalmente a Dios. Dos de sus temas favoritos para los
mensajes eran “El amor de Dios” y “El infierno de Dios”. Él predicaba del amor de Dios
con gran calidez y ternura, pero para los que rechazaban el mensaje de las buenas nuevas,
tenía solo una alternativa, el infierno de Dios. Él predicaba de cada aspecto del infierno con
tal celo y pasión que sus oyentes afirmaban que casi podían oler el azufre ardiente. Mi
padre trabajaba en un astillero en el vecindario, el Harland & Wolff, cuando el avivamiento
llegó a Belfast. Contaba que salía del astillero y se iba directamente a los servicios
nocturnos en su iglesia, así de fascinado estaba por el apasionado evangelista irlandés, el
reverendo Nicholson.
 
Al avanzar el servicio, el reverendo Nicholson, en su celo y osadía, no tenía paciencia con
las formalidades de la iglesia. Él invitaba, no instaba, a sus oyentes a ponerse de pie y gritar
en alta voz, “Acepto a Jesucristo como mi Salvador”. Años después, predicando desde su
propio púlpito, mi padre todavía lloraba al contarnos de aquella noche en la que se puso de
pie y proclamó su decisión por Cristo.
 
Creció en su corazón el hambre por Dios. Él era estudioso de la Palabra; era un predicador
poderoso, muy ungido por el Espíritu Santo. Recuerdo muchas veces cuando, al final del
servicio dominical de la mañana, y luego de escuchar su mensaje, sentía que no podía
moverme de mi asiento. Él predicaba la Palabra con un efecto cautivante. Generaba hambre
en mi propio corazón por conocer a Dios, así como lo conocía él.  Esa misma hambre
continúa al día de hoy. El deseo por más... más revelación, más entendimiento, más del
Espíritu Santo, más de Dios, para tomar control de mi vida cada vez más. Nunca cede. Solo
ha incrementado a lo largo de los años.
 
 Me diste una herencia reservada para los que temen tu nombre, habla de una herencia
valiosa. La herencia hace referencia a algo que es “trasladado o transmitido por, o adquirido
de, un predecesor”. Aunque entendemos que la salvación no se hereda, sino que es una
decisión personal de cada individuo, creo que sí se puede motivar a otros a tener hambre
por las cosas de Dios. “Transmitir” significa trasladar o transferir de una persona a otra,
pasar, causar que se difunda.
 
Estoy tan agradecida por mi herencia y por el hambre que me transmitieron. Comenzó con
la fervorosa predicación de un osado irlandés que tocó la vida de mi padre de una manera
que aún hoy continúa a través de mi vida, la de mis hijos y la de mis nietos.
 
Mi oración es que ese tipo de celo en la predicación vuelva a la iglesia, y que ese tipo de
descripción valiente, temeraria del “Amor de Dios y del “Infierno de Dios” nos consuma,
afectando y trasladándose a todos los que se cruzan por nuestro camino.
 
¿Permitirá Aglow que el Espíritu Santo sople un fuego nuevo en cada uno?
 
Mi respuesta es ¡SÍ! ¡VEN, ESPÍRITU SANTO!
 

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