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James A.Chu,M.D.
RESUMEN
Los pacientes que han sobrevivido al trauma, especialmente aquellos que han
vivido un maltrato en su infancia temprana, sobresalen en la experiencia clínica de
muchos terapeutas como los pacientes más difíciles de tratar. Estos pacientes
tienen patrones relacionales particulares, junto a una dependencia e intensa
necesidad que los hace grandes “probadores” de las habilidades de los terapeutas
que los atienden. A menudo llevan a los terapeutas a examinar la racionalidad y los
límites de sus habilidades terapéuticas, y con frecuencia los empujan a examinar
sus propias cuestiones y creencias éticas. En este artículo se presenta un marco
conceptual para el entendimiento de las trampas en el tratamiento, junto con diez
trampas que presentan estos pacientes, consciente o inconscientemente, en el
transcurso del tratamiento. Se trata de trampas basadas en la confianza, la
distancia, los límites, la responsabilidad, el control, la negación, la proyección, la
idealización y la motivación. Estas no son las únicas trampas que ocurren a lo
largo del tratamiento, pero destacan entre las dificultades que se encuentran
terapeuta y paciente durante la psicoterapia. Este artículo pretende ser clínico en
su orientación para ayudar a preparar y apoyar a los terapeutas en su trabajo.
El segundo factor que lleva a las trampas del tratamiento tiene que ver
con las contribuciones de los terapeutas. El extremo dolor de las experiencias
vividas y la acumulación del afecto abrumador pueden, a veces, ser casi tan
difíciles para el terapeuta como para el paciente. Además de esto, muchos
pacientes tienen una estructura de la personalidad altamente fragmentada y un
ego funcional pobre, lo que lleva a una profunda dependencia y necesidad. La
necesidad de no estar solo, la necesidad de saber más sobre el terapeuta para
sentirse seguro, la necesidad de sentirse querido y apreciado, son todas
[necesidades] demasiado urgentes y genuinas. Es norma para los terapeutas el
querer negar, distanciarse y retirarse por un lado, y querer gratificar las
necesidades, calmar, confortar y rescatar a los pacientes por el otro. Si los
terapeutas no reconocen estos sentimientos, se pueden convertir en compañeros
inconscientes de acciones que a menudo carecen de perspectiva y juicio, en
detrimento del paciente, el terapeuta, y el tratamiento.
La trampa más común para los terapeutas, especialmente para los que no
están familiarizados con el tratamiento de supervivientes del trauma, es asumir
la presencia de confianza. Es crucial reconocer que los pacientes con historiales
de malos tratos, abusos, desatención, y abandono, a menudo a manos de sus
cuidadores, no conocen el significado de relaciones humanas de confianza. De
hecho, la incapacidad para establecer y mantener relaciones sanas basadas en la
mutualidad es una limitación primaria en muchos de estos pacientes. Muchas
discusiones sobre el tratamiento en la literatura del trastorno de personalidad
múltiple (que a menudo implican el tratamiento de pacientes que han sufrido
malos tratos severos y continuados) apuntan explícitamente a la necesidad de
establecer una confianza (Braun, 1986; Wilbur, 1984). No obstante, desarrollar
un nivel de confianza razonable, a menudo lleva semanas o meses, y
normalmente solo cuando el tratamiento está llegando a su fin existe un nivel
normal de confianza. A lo largo de la terapia los pacientes prueban
repetidamente a los terapeutas y éstos tratan de demostrar, verbalmente y con
su conducta, que la confianza es posible. El problema es particularmente
doloroso ya que el paciente no solo no tiene una noción razonable de confianza,
sino que espera que ésta sea traicionada, y buscará cualquier evidencia de
desconfianza por parte del terapeuta. Cuando inevitablemente ocurre una crisis
porque el paciente percibe algún motivo, basado en la realidad o no, para
desconfiar del terapeuta, se requiere que el terapeuta amaine la tormenta en
lugar de hacer esfuerzos sobrehumanos para demostrar que es confiable, o para
retirarse frustrado. En el lado positivo, los pacientes a menudo desean
desesperadamente ser capaces de confiar, y son conscientes de que las personas
que los rodean son capaces de confiar y comprometerse con los demás de una
manera en la que ellos no son capaces. De todas formas, esto también puede
llevarles a presentar una fachada de confianza, y el desarrollo de la confianza se
debe medir siempre tanto por las acciones del paciente como por sus palabras.
Los niños que sufren malos tratos a menudo vienen de familias que
proveen una crianza extremadamente inconsistente (Spiegel, 1986) y donde los
roles familiares están altamente distorsionados (Herman, 1981). Los límites
interpersonales en la terapia son extremadamente importantes ya que el
paciente tiene muy poca idea de qué esperar del terapeuta. Por ejemplo, en la
transferencia, una paciente puede esperar incluso que un terapeuta cálido
cambie y la ataque o puede estar constantemente en guardia a la espera de una
inversión de roles, donde el terapeuta busque cuidados de la paciente. Es esta
falta de confianza y el no saber qué esperar lo que lleva a menudo a estos
pacientes a forzar los límites interpersonales. El paciente puede sentir con fuerza
que saber más y participar más en la vida del terapeuta le llevará a una mayor
seguridad y confianza, y puede intentar convencer o coaccionar al terapeuta a
revelar detalles personales. Estar dispuesto a realizar un cierto grado de auto
revelación y reflejo de los sentimientos puede ser de gran ayuda para algunos
pacientes (Richert, 1983). Sin embargo, los límites interpersonales son
esenciales estén donde estén. Los terapeutas pueden elegir dónde colocarlos, de
acuerdo a su estilo y comodidad, pero deben reconocer que son esenciales para
ayudar al paciente a mantener el control y la perspectiva. La necesidad de
consuelo percibida por el paciente no tiene fin, y los temas de confianza saldrán
sin que importe dónde están esos límites. El terapeuta sabio se da cuenta de que
ser claro acerca de los límites interpersonales es estabilizador a la larga, y sirve
para que los pacientes entiendan realmente la naturaleza de la relación. Es más,
los terapeutas necesitan sentirse cómodos con los límites interpersonales que
protegen su intimidad para funcionar de manera efectiva.
1 Nota de traducción: En el original se usa la palabra boundaries para la trampa #3 y limits para la
trampa #4. Dados sus significados similares y el uso en español de la palabra “límites” en ambos
casos, corresponde aclarar que en el primer caso se refiere a los límites interpersonales en la
relación terapéutica, mientras que en el segundo, se refiere a los límites del encuadre terapéutico.
TRAMPA #5: LA RESPONSABILIDAD
Ejemplo clínico. Casi a los seis meses de terapia de una paciente que había
sufrido abusos sexuales brutales de pequeña, ésta se enfadó mucho con su
terapeuta por lo que le pareció una observación intrusiva y no empática.
Despidió a su terapeuta quien (probablemente de forma correcta) insistió en que
continuase la terapia con él. Ella rechazó ir a las citas y llegado a este punto el
terapeuta comenzó a llamarla a casa continuamente y a veces antes de la cita
para recordarle en qué habían quedado. La paciente comenzó a decirle muy
enfadada a su terapeuta que quería matarse y que él no lo podría evitar. Ella
argumentó de manera muy convincente que cada día de su vida acarreaba un
gran dolor emocional y que si él realmente quería ayudarla que la ayudase a
morir. El terapeuta, que se sentía frustrado y confuso, se preguntaba en silencio
si la paciente tenía razón. Podía ver con facilidad que la paciente estaba llevando
una existencia tortuosa y se preguntaba si debería hospitalizarla. Después de
consultar el caso con un colega, el terapeuta tuvo una sesión con la paciente en la
que exploraba sus posibilidades sobre el tratamiento. Le explicó que si era
necesario tomaría medidas para velar por su seguridad, pero que era suya la
decisión final de seguir con el tratamiento con él e incluso de seguir con vida.
Señaló que parecía que él estaba en la posición de tener que intentar persuadirla
para seguir viva, mientras que el acuerdo original era de trabajar en las maneras
en las que ella pudiese mejorar su vida y no suicidarse. Tras esta discusión la
paciente parecía estar un poquito más calmada, y fue capaz de hablar sobre
cómo se sentía de atrapada en la relación, la cual reflejaba relaciones de abuso
previas. La terapia continuó desde ese punto.
Hay pocos terapeutas a quienes no les gratifique que sus pacientes los
vean como sensibles, inteligentes, astutos y superiores en sus habilidades. La
trampa es creer que esto representa la suma total de la visión que tiene el
paciente del terapeuta. Como ya se comentó en la trampa de la proyección, la
transferencia idealizada es solo una de las maneras fragmentadas en las que el
paciente ve al terapeuta (Wilbur, 1984). El terapeuta ingenuo puede ignorar
fácilmente las transferencias negativas y se puede enfadar o sentir confundido
cuando es tratado como un maltratador hostil. Un escenario aún más
desafortunado ocurre cuando ambos, de manera inconsciente, confabulan para
evitar la transferencia negativa, a menudo desencadenando una actividad
autodestructiva y no permitiendo la resolución de la inevitable hostilidad y la
rabia resultantes del maltrato. La ambivalencia hacia los demás, incluido el
terapeuta, es un sello de los pacientes traumatizados; después de todo, estos
pacientes carecen de un sentido integrado de ellos mismos y por lo tanto ven a
los demás en una variedad de maneras divergentes y fragmentadas. Los
terapeutas necesitan tener un buen sentido de autoconciencia de qué y de quién
son, para mantener la cabeza cuando los pacientes presentan cambios en la
transferencia. Una forma de transferencia idealizada, la transferencia erotizada,
es particularmente difícil. La dependencia intensa del paciente a menudo se
refleja en la intensidad de los sentimientos erotizados y los terapeutas deben ser
conscientes de la ambivalencia que subyace en la relación, así como de las
resistencias que se ocultan tras los sentimientos románticos o sexualizados
(Wilbur, 1984).
Ejemplo clínico. Una paciente brillante y con una manera de expresarse
muy adecuada comenzó la terapia discutiendo la ignorancia y rigidez de su
anterior terapeuta. Al terapeuta le pareció que el anterior profesional no había
sido sensible a las necesidades de la paciente, y se sintió halagado por la
comparación. Mientras avanzaba la terapia, la paciente halagaba la manera
experta de manejar ciertas situaciones, por lo que el terapeuta se sentía
enormemente gratificado. Después de varios meses de trabajo más o menos
armonioso, la paciente finalmente reveló que está enamorada del terapeuta y
que sentía que él era el único que sería capaz de comprenderla a ella y a sus
necesidades. El terapeuta, que desconocía las transferencias negativas
simultáneas, se sintió incómodo con la situación, viéndola como un resultado
desafortunado de la respuesta de la paciente a su calidez y a su atrayente
personalidad. Respondió que no sentía lo mismo por la paciente, lo que desató
un ataque de ira en ésta, que tiró todos los muebles del despacho. Más tarde
llamó al terapeuta para hacerle saber que pensaba suicidarse porque no había
esperanza de tenerle como ella quería. Tras consultarlo, el terapeuta comenzó a
explicar la transferencia a la paciente y a explorar todo el rango de sentimientos
de ella hacia él. Las conductas autodestructivas y de ira disminuyeron de alguna
forma, aunque la paciente seguía sintiéndose "estúpida" por revelar sus
sentimientos al terapeuta. Por otro lado, la paciente comenzó a entender cómo
sus inseguridades habían focalizado sus necesidades y afectos en su terapeuta.
CONCLUSIONES
Referencias
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