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Pachakamaq y las sibilas.

Los oráculos y el futuro después de la


pandemia

Antrop. Gonzalo Valderrama Escalante

De los poderes máximos que el hombre añora desde siempre está la predicción
del futuro. Ver los acontecimientos que sucederán permite, en teoría, evitar lo
indeseado y posibilita conseguir lo anhelado. Los oráculos de la antigüedad
cumplían esta función, fueron templos consagrados a los dioses, en los cuales
sacerdotes y peregrinos podían consultar sobre la suerte que el destino les
deparaba, para así poder tomar mejores decisiones.
Conocemos las historias clásicas de los helenos. Está por ejemplo la famosa
historia de Edipo, cuyo futuro es comunicado a su padre por el oráculo de
Delfos, y por más que intenta evitar la profecía, esta se cumple. Las sibilas
fueron mujeres consagradas a estos templos, habían recibido el don de Apolo o
de Zeus, y comunicaban sus profecías mediante cantos, realizados en estados
de trance o éxtasis. En la conocida película 300, podemos ver al rey Leónidas
consultándoles por el devenir de los griegos frente a la invasión persa. De
todas quizá las más conocida sea Cassandra, hija de Príamo rey de Troya, a
quien Apolo concede el don de ver el futuro, para luego darle como maldición
que la gente no le crea, y así ella sabiendo que el caballo de Troya era una
trampa no fue capaz de evitar la caída de la ciudad.
Conocemos menos la historia de los oráculos del antiguo Perú. Al igual que en
el mundo grecolatino, en los andes proliferaron los oráculos y hubieron
algunos, como Delfos, famosos en toda la región andina. Pachakamaq fue el
principal junto con el oráculo de la isla del Sol en el lago Titicaca. También fue
un oráculo el que dio nombre a nuestra capital Rimac, “que habla”, y otro el que
da nombre al rio Apurímac. Los incas, según la tradición, conocieron el fin del
imperio y la llegada de los invasores por una comunicación de Pachakamaq.
Los oráculos y sus profecías funcionaron de similar manera en los Andes y en
Grecia, no seremos ilusos de creer en situaciones paranormales, se trató más
bien de una manera de acumular conocimiento, sabiduría e información, que
era procesada por esas castas sacerdotales. Conocimiento e información que
tenía que ver siempre con los destinos colectivos de los pueblos y su gente, y
que era comunicado y transmitido a las delegaciones de peregrinos y
representantes que acudían a estos centros a recibir consejo, pero también
llevaban y proveían no sólo ofrendas sino también datos, sobre sus lugares de
origen.
¿Será un año de lluvias, de sequía?, ¿es prudente enfrentarse a tal pueblo o tal
otro? Eran la suerte de preguntas a Pachakamaq, y los sacerdotes respondían
tomando la voz de la misma huaca, en base a conocimientos astronómicos y
un registro de la observación del clima y sus fluctuaciones (los antiguos
conocían el fenómeno del niño por ejemplo) respondían a la primera pregunta.
Y en base a las conversaciones con líderes y peregrinos de los distintos
pueblos que acudían al oráculo, podían responder la segunda.
¿Cómo no tenemos un oráculo al cual preguntarle por la pandemia y por el
futuro del Cusco, del Perú, del globo ahora? Parece que estamos en la
situación de los troyanos, los oráculos están ahí pero no queremos escuchar o
pensamos como pasó con Cassandra, que están locos y no les creemos. A
saber, los científicos hoy en día advierten que esta pandemia está vinculada al
deterioro del medio ambiente, y que la crisis climática será en realidad el gran
desafío de este siglo. También dicen estos días que deberíamos prepararnos
para evitar posibles hambrunas en un escenario de recesión económica a nivel
mundial. Los países cerrarán sus fronteras unos años, y en este tiempo de
incertidumbre es muy sensato pensar en garantizar la soberanía alimentaria de
cada localidad, región y del país. Es urgente reactivar el agro local, volver a
cultivar las chacras destinadas a la expansión urbana, renovar infraestructura
de riego, y desarrollar programas de siembra y cosecha de agua. Es una tarea
para los gobiernos locales sobre todo. Que no nos pase como a los troyanos,
chaylla.

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