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Resumen del cuarto capítulo de “Un mundo feliz” escrito por

Aldous Huxley.
Por: Irving Misael Martínez Díaz.
En este capítulo se enfocan en dos personajes y ya no son tantas explicaciones metódicas de
la sociedad. Por una parte tenemos a lenina una muchacha encantadora que trabaja en la
planta de producción de humanos o “Centro de incubación y condicionamiento, nos narra
como ponía en practica sus deseos, el deseo de ir con Bernard Marx a Nuevo México pues
externo ese deseo en voz alta en el elevador lleno de alfas como para demostrar
públicamente su infidelidad hacia Henry Foster.

Por su parte Bernard Foster “recordaba aquellas semanas de tímida indecisión, durante las
cuales había esperado, deseado o desesperado de tener jamás el valor suficiente para
declarársele. ¿Se atrevería a correr el riesgo de ser humillado por una negativa despectiva?
Pero si Lenina le decía que sí, ¡qué éxtasis el suyo! Bien, ahora Lenina ya le había dado el
sí, y, sin embargo, Bernard seguía sintiéndose desdichado, desdichado porque Lenina había
juzgado que aquella tarde era estupenda para jugar al Golf de Obstáculos, porque se había
alejado corriendo para reunirse con Henry Foster, porque lo había considerado a él
divertido por el hecho de no querer discutir sus asuntos más íntimos en público. En suma,
desdichado porque Lenina se había comportado como cualquier muchacha inglesa sana y
virtuosa debía comportarse, y no de otra manera anormal” Como si buscara algo más,,
sentimientos que no quería suprimir con soma.
Después Hablo con Mr. Helmholtz Watson, hombre corpulento, de pecho abombado,
espaldas anchas, macizo, y, sin embargo, rápido en sus movimientos, ágil, flexible. La
fuerte y bien redondeada columna de su cuello sostenía una cabeza muy bien formada.
Tenía los cabellos negros y rizados, y los rasgos faciales muy marcados. Su apostura era
agresiva, enfática; era guapo, y, como su secretaria nunca se cansaba de repetir, era,
centímetro a centímetro, el prototipo de Alfa-Más. Profesor en la Escuela de Ingeniería
Emocional (Departamento de Escritura), en los intervalos de sus actividades profesorales
ejercía como Ingeniero de Emociones. Escribía regularmente para El Radio Horario,
componía guiones para el Sensorama, y tenía un certero instinto para los slogans y las
aleluyas hipnopédicas. «Competente», era el veredicto de sus superiores. Y, moviendo la
cabeza y bajando significativamente la voz, añadían: «Quizá demasiado competente». Que
a diferencia de Bernard , tener tratos con miembros de castas inferiores, resultaba siempre
una experiencia sumamente dolorosa. Por la causa que fuera (y las murmuraciones acerca
de la mezcla de alcohol en su dosis de sucedáneo de sangre probablemente eran ciertas,
porque un accidente siempre es posible), el físico de Bernard apenas era un poco mejor que
el del promedio de Gammas. Era ocho centímetros más bajo que el patrón Alfa, y
proporcionalmente menos corpulento. El contacto con los miembros de las castas inferiores
le recordaba siempre dolorosamente su insuficiencia física. «Yo soy yo, y desearía no
serlo». La conciencia que tenía de sí mismo era muy aguda y dolorosa. Cada vez que se
descubría a sí mismo mirando horizontalmente y no de arriba abajo a la cara de un Delta, se
sentía humillado. ¿Le trataría aquel ser con el respeto debido a su casta? La incógnita lo
atormentaba. No sin razón. Porque los Gammas, los Deltas y los Epsilones habían sido
condicionados de modo que asociaran la masa corporal con la superioridad social. De
hecho, un débil prejuicio hipnopédico en favor de las personas voluminosas era universal
Hablando muy lentamente, preguntó: —¿No has tenido nunca la sensación de que dentro de
ti había algo que sólo esperaba que le dieras una oportunidad para salir al exterior? ¿Una
especie de energía adicional que no empleas, como el agua que se desploma por una
cascada en lugar de caer a través de las turbinas? Y miró a Bernard interrogadoramente. —
¿Te refieres a todas las emociones que uno podría sentir si las cosas fuesen de otro modo?
Helmholtz movió la cabeza. —No es esto exactamente. Me refiero a un sentimiento extraño
que experimento de vez en cuando, el sentimiento de que tengo algo importante que decir y
de que estoy capacitado para decirlo; sólo que no sé de qué se trata y no puedo emplear mi
capacidad. Si hubiese alguna otra manera de escribir… O alguna otra cosa sobre la cual
escribir… —Guardó silencio unos instantes, y, al fin, prosiguió—: Soy muy experto en la
creación de frases; encuentro esa clase de palabras que le hacen saltar a uno como si se
hubiese sentado en un alfiler, que parecen nuevas y excitantes aun cuando se refieran a algo
que es hipnopédicamente obvio. Pero esto no me basta. No basta que las frases sean
buenas; también debe ser bueno lo que se hace con ellas. Todo esto haciendo alusión a que
el sistema aun con todos sus métodos para que todos fuesen felices no era del todo perfecto.

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