Para el fomento a la lectura y escritura en hogares, bibliotecas comunitarias,
espacios no convencionales e instituciones educativas es necesario reconocer: ¿Qué cantidad de personas tienen el hábito de leer? ¿Quiénes leen para pasar el rato o leen con manifiesta urgencia; o en otras palabras los que leen contra reloj? ¿Cuántas personas podrían leer para contradecir o impugnar, para creer o dar por sentado, para hallar tema de conversación o discurso? Y ¿Qué conjunto de personas no tienen el hábito de leer?; para este último grupo dar consejos de “¿por dónde empezar?” puede serle útil y hasta esencial, claro que sin disipar ignorante y lastimosamente nuestros poderes. Ya para los demás grupos de personas el único consejo sería una encantadora advertencia como escribió Virginia Woolf en su breve ensayo final de Lector común (Volumen II): “Por cierto, el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos”, y el motivo para ellos (el por qué) debe ser de interés propio. No hay una sola manera de leer bien, o cómo leer -bien o mal-…, aunque hay una razón fundamental por la cual debemos leer, y para esta razón podríamos encontrar una cantidad de frases usadas para argumentar: “es el placer más curativo”, “la lectura imaginativa es el encuentro con uno mismo, y por eso alivia la soledad”, “sólo la lectura constante y profunda aumenta y afianza por completo la personalidad”, “nos impresionan con la convicción de que una naturaleza escribió y la misma naturaleza lee”. En definitiva leemos para fortalecer el sí-mismo (el self) y averiguar cuáles son sus intereses auténticos. Sin duda el deleite de la lectura es más egoísta que social. Uno no puede mejorar la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente y en nuestra sociedad donde la distinción de clases es marcada y la adquisición del conocimiento es precaria para la clase media baja, es pretenciosa la intención que vincule los placeres de la lectura solitaria al bien público y más en nuestro contexto, localidades como Rafael Uribe Uribe donde la clasificación de estratos hacen que algunas familias puedan tener la facilidad de entrar a la educación superior y nos deja ver también a otras vulnerables; es a ese grupo de personas que en algunos casos su objetivo principal es luchar por el sustento diario ¿Qué hacer con ellos? ¿Darles un libro cuando su único deseo es un alimento?, no se trata de convocar una ONG para sustentar y ayudar a las personas con poca o ninguna solvencia económica, se trata de levantar el ánimo de aquellos que se creen inferiores en inteligencia, de sacarlos del menosprecio de sí mismos, de mostrarles que la pobreza no es un impedimento para no aspirar a mejores cosas, y como Dijo Joseph Jacotot al ministro de la Instrucción Pública, el Señor Barthe, -“el Gobierno no debe la instrucción al pueblo por la sencilla razón qué no se debe a la gente lo que puede tomar por ella misma. Ya que la instrucción es como la libertad: no se da, se toma.”-, en otras palabras mostrarles un camino, un panal de conocimiento y ese panal son las bibliotecas. Actividades que promuevan momentos de lectura como La hora del cuento que se está realizando en las instalaciones de la Casa Cultural Para la Promoción de la Convivencia Pacífica Diana Turbay, es un espacio donde los niños pueden tomar ese delicioso néctar de la sabiduría y así generar una exquisita miel que les dará ideas para resolver su actual estado ayudando también al desarrollo personal y social, y así formar un ejército de “Thinker and Doer” para el progreso de nuestro país. Luis Guillermo Herrera Vargas C.C. 1.013.608.798