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Rodrigo Blanco Calderón
Los terneros
Editorial Páginas de Espuma
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Información: www.paginasdeespuma.com
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El cuentista indispensable de una generación
Sus casi dos metros cortazarianos, entre otras cosas, le han otorgado al escritor
venezolano Rodrigo Blanco Calderón el don del cuento. Sin duda es uno de las
principales que concitan el seguimiento y el interés de los lectores de literatura
latinoamericana en ambas orillas. Junto con Juan Carlos Méndez Guédez, ambos
representan lo más sobresaliente de una escritura venezolana rota por la situación
política de su país que sitúa sus obras frente a una desubicación emocional,
sentimental y geográfica llena de las opciones creativas que dan la otra vida y la otra
orilla.
Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) ha publicado los libros de cuentos Una larga
fila de hombres (2005), Los Invencibles (2007) y Las rayas (2011). Por sus cuentos ha
recibido diversos reconocimientos dentro y fuera de Venezuela. En 2007 fue
seleccionado para formar parte del grupo Bogotá 39, que reunió a los mejores
narradores latinoamericanos menores de treinta y nueve años. En 2014, su relato
«Emuntorios» fue incluido en Thirteen Crime Stories from Latin America, el volumen
número 46 de la prestigiosa revista McSweeney’s. En 2016 publicó The Night, su
primera novela, que ha sido traducida a varios idiomas y por la que obtuvo el premio
Rive Gauche à Paris, por la mejor novela extranjera en Francia.
De Rodrigo Blanco Calderón se ha escrito: «Uno de los grandes nombres de la actual
literatura venezolana, una literatura que suele ahora dar lo mejor de sí misma fuera de
sus fronteras», Juan Ángel Juristo, La Vanguardia; «El estilo de Rodrigo Blanco es
admirable», Arturo García Ramos, ABC Cultural.
© Luisa Fontiveros
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Los terneros
Pintores taxidermistas que naufragan en una sociedad hostil, ciegos que conocen los
laberintos urbanos, motoristas desnudas que circulan por avenidas, extranjeros que
aprenden un idioma confesándose, pilotos moribundos que descansan con la lectura
de Saint‐Exupéry o existencias abducidas por Cervantes y Petrarca. Unos conviven en
medio de la zozobra venezolana, otros con el terrorismo acechante en Francia o el
México simbólico de los balazos de la revolución.
Impecable y magistral en sus cuentos, Rodrigo Blanco Calderón construye un retablo
de personajes nocturnos, que se convierten en víctimas y verdugos de un sacrificio, de
la expiación que es la vida en cualquier momento, en cualquier espacio, en la que
todos somos «terneros».
Entrevista
Ahora vive en Francia y esa geografía parece concederle una riqueza fronteriza que
se detecta en este libro. ¿Hasta qué punto considera que existen dos orillas o que
hay, precisamente, una disolución en este nuevo paso de su literatura?
Creo que siempre existen esas dos orillas. La del lugar donde uno nace y la otra orilla
que llega a través de los primeros viajes. Y antes de los primeros viajes, a través de los
sueños. Desde que empecé a viajar, hace algunos años, los viajes normales que le
pueden tocar a una persona en la vida (no soy un viajero profesional, quiero decir), he
incorporado esos viajes en mi literatura. Calles, paisajes, diálogos, sensaciones. Cada
vez que visito una ciudad que antes no conocía, me asumo como una especie de
productor cinematográfico en busca de locaciones para sus películas.
Esto ha cambiado ahora que no soy un simple viajero sino que formo parte de la
diáspora venezolana. Los hallazgos no son solo los del país que te recibe, sino los del
propio país de origen que se muestra distinto a la distancia. De modo que las dos
orillas se convierten en una pieza móvil, cuyos ejes rotan. En una brújula rota, que a
pesar de todo insiste en apuntar al norte de los afectos y del lugar de origen.
En sus páginas conviven referencias literarias universales fácilmente detectables
(Petrarca, Cervantes, Saint‐Exupéry) que viajan hasta el fondo de unos personajes
que podrían parecer totalmente ajenos a ellos. ¿Qué se persigue con este contexto
literario evidente?
La verdad, no había percibido ese desfase. No hay, en todo caso, una búsqueda
deliberada al colocar esas referencias en personajes que pudieran parecer ajenos al
mundo de la literatura. Quizás lo hago de forma inconsciente pues, en un sentido,
estoy hecho de literatura. La literatura es la experiencia fundamental de mi vida. Pero
puesto a reflexionar, puede que haya allí una imagen interesante. La literatura como
un banco de imágenes y de modelos de experiencia que ampara al ser humano, aun
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cuando se trate de personas y personajes que jamás han leído un libro. La literatura
como el inconsciente colectivo de mis personajes.
La mayoría de los personajes se desenvuelven en la noche, en la nocturnidad urbana,
no pocos de ellos actúan condicionados por el alcohol; unos son sometidos y otros
someten. Unos son “terneros” y otros “matarifes”. ¿Qué intención final hay en
describir y mostrar este retablo de personajes?
Los personajes y las historias que en los últimos años me han llamado la atención
provienen de ese pozo de horror que ha sido la historia venezolana contemporánea. La
nocturnidad, como ya lo trabajé en mi primera novela y ahora en este libro de cuentos,
es un dato concreto de mi país. La crisis eléctrica y la crisis moral en Venezuela son los
dos costados de una misma moneda. Mis personajes emergen de ese pozo nocturno,
de petróleo.
Y junto a ese descenso de lo individual, una Venezuela dirigida por el chavismo, una
Francia con la sombra del terrorismo, un México simbólico de los balazos de la
revolución. ¿Cómo se retrata a nuestro mundo actual en su libro?
Conectando con la primera pregunta, la posibilidad de vivir en Francia me ha permitido
comprobar algunos lugares comunes y descubrir algunos datos que sí me parecen
novedosos. Lo primero, es ver que cada país, como cada familia, tiene sus propios
problemas. Problemas que, incluso, pueden hacer allí la vida invivible aunque no
existan las penurias de nuestros pobres países latinoamericanos. Y la novedad es algo
que yo llamaría el actual sentimiento apocalíptico que hay en el mundo. O, más que un
sentimiento, una vocación apocalíptica. Hay como un extraño deseo compartido de
que el mundo reviente. Y eso me preocupa y a la vez me fascina.
Nos interesa que profundice en Venezuela, una constante en gran parte de estos
cuentos, cuya escenografía política se modela como otro personaje por su capacidad
de interactuar con los personajes. ¿Cómo funde su Venezuela con su condición de
venezolano en París?
Mi condición de venezolano en París es algo fortuito y transitorio. Muy
probablemente, en un par de años, sea un venezolano en España o en Alemania o en
Portugal o quién sabe dónde. Lo destacable de esa «condición» es que me permite ver
a Venezuela precisamente no como un territorio sino como una entidad con una
personalidad propia que sólo ahora comienzo a apreciar como tal y a comprender un
poco (solo un poco) mejor. En todo lo que he escrito, Venezuela es ciertamente algo
más que un ambiente donde los personajes hacen vida. Es una especie de motor
oculto que incide en lo real, en la realidad de mis historias ficcionales, de una manera
sutil y que quizás un lector venezolano no perciba de manera tan obvia. Porque yo
mismo he narrado escenas y dinámicas muy violentas, para nada normales, y que sin
embargo yo no percibía como tales, pues eran parte de mi cotidianidad.
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