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De hecho, esta es, tal vez, la mayor riqueza de la obra del profesor
escocés, pero también su mayor dificultad, pues exige del jurista variados
conocimientos interdisciplinares y no pocas nociones de metodología de las
ciencias sociales.
El autor, trata sobre los derechos humanos, y los trata como algo
natural. Es más para Alasdair los derechos humanos no existen, y creer en ello
es como creer en burbujas y unicornios. Los derechos humanos son ficciones.
1.1.2 El psicoanálisis
El “freudomarxismo” nunca llega a interesar a MacIntyre. Su
preocupación por el marxismo y por la teoría psicoanalítica no le acaban
llevando a una teoría revolucionaria y emancipatoria en lo sexual y en lo
cultural, sino que precisamente critica acerbamente este anudamiento
teórico por considerarlo erróneo. De ahí su profunda crítica a Marcuse,
en tanto que marxista y freudiano. El interés de MacIntyre por el
psicoanálisis no es la columna más trascendental de su obra, aunque
sus estudios son renovadores y sugestivos. El itinerario del autor
comienza en la investigación de las obras de Freud, para pasar
posteriormente a lo que se ha denominado la crítica de la “síntesis”
freudiano-marxista.
De hecho, puede decirse que la época freudiana de MacIntyre empieza
poco antes de The Unconscious: A Conceptual Analysis (1958) y
concluye con la publicación de su ensayo crítico sobre la Filosofía de
Marcuse –Herbert Marcuse: An Exposition and a Polemic (1970)– y la
recopilación de artículos recogida en Against the Self-images of the Age
(1971). Con todo, el escrito más eminentemente freudiano de MacIntyre
es The Unconscious: A Conceptual Analysis.
No me detendré excesivamente en esta influencia concreta, que tiene
poca incidencia en el aspecto iusfilosófico. Merece, sin embargo,
recalcar que para Freud el psicoanálisis es –al igual que el marxismo–
una teoría de liberación de la alienación personal que se basa en el
reconocimiento de los propios deseos y propósitos, para alcanzar la
libertad. MacIntyre lee a Freud, curiosamente, desde unas coordenadas
muy aristotélicas y marxistas: aristotélicas, porque el hombre freudiano
está siempre pendiente de unos límites y de una teleología, y marxistas
porque la identidad narrativa es la identidad de una historia común.
El marxismo es un campo fundamental de intersección con el
psiconálisis, pues MacIntyre considera que ambas teorías explican el
desarrollo de la historia. He aquí la importancia de la racionalidad de las
narraciones y de los mitos, así como la influencia del pasado –que reside
en el inconsciente2. MacIntyre ha sido siempre un admirador de Freud,
un autor que revela como pocos los detalles del funcionamiento de la
mente humana. Lo que ocurre es que Freud estaba equivocado al
entender los motivos como causas, por lo que no supo ver que el
psicoanálisis es más una hermenéutica que una ciencia.
El autor escocés cree en los años cincuenta que los conceptos del
psicoanálisis quedan siempre en un ámbito puramente descriptivo, y que
su explicación –siguiendo a Popper– no podía ser falsable 3. Se trata, así
2
F. J. de la Torre Díaz, Alasdair MacIntyre, ¿Un crítico del liberalismo? (Madrid, Dykinson,
2005), pp. 89 y ss.
3
Sobre el concepto de verdad y la falsación puede verse J. de la Torre, El modelo de diálogo
intercultural de Alasdair MacIntyre, cit. pp. 180 y ss.
pues, de una descripción muy ajustada, e incluso “práctica” y “real”, pero
que comete errores cuando intenta establecer una teoría. Del mismo
modo, MacIntyre crítica profundamente el conductismo implícito, pues
vinculando necesariamente la emoción con el comportamiento considera
que se está estableciendo una pseudociencia, no falsable.
1.3.1 Aristotelismo
MacIntyre llegó al aristotelismo a partir de una convicción racional, y
hasta analítica: la capacidad explicativa del pensamiento del Estagirita
“salvaba mejor los fenómenos”. Su aristotelismo, desde finales de los
años ochenta ha sido cada vez más sereno. Ha pasado por tres fases:
una aproximación más “sociológica”, una dimensión más “metafísica” y
una visión “holista”, en la que pretende integrar toda la obra de
Aristóteles (ética, política, lógica, física, biología, metafísica...). MacIntyre
interpreta actualmente a Aristóteles no sólo desde la perspectiva
analítica, sino también desde la continental 5.
La etapa sociológica es la que entronca con las preguntas de la Filosofía
y sociología de la ciencia: la capacidad explicativa del conjunto y el
análisis de la comunidad como base de convivencia. Este lapso coincide
con el que MacIntyre describe como su “descubrimiento de Aristóteles” y
el momento en el que se descubrió a sí mismo como “aristotélico”.
En un segundo momento, MacIntyre se da cuenta de que la
preocupación sociológica no le deja entender correctamente todas las
dimensiones ontológicas y epistemológicas del aristotelismo. En este
momento, que data de mitad de la década de los ochenta, se inicia un
giro hacia la metafísica aristotélica, cuyos resultados son dos libros
centrales Whose Justice? Which racionality? y Three Rival Versions of
Moral Inquiry.
MacIntyre confiesa no haber entendido correctamente la dimensión
metafísica de Aristóteles en After virtue. Sin embargo, en esta segunda
época de aristotelismo destaca las mismas conclusiones con respecto a
la Filosofía moral: ¿Qué es lo que subsiste en temas éticos después de
5
En este sentido, S. Mas, “El tema de la virtud: A. MacIntyre, lector de Aristóteles”, cit. p. 165.
la crítica nietzscheana? MacIntyre cree que sólo hay dos alternativas: el
nihilismo de Nietzsche, a saber, la nada y el fracaso del proyecto
ilustrado, o bien la pequeña comunidad autoregulativa en torno a sus
propias creencias morales, que sería la polis descrita por Aristóteles.
Lo que enlaza la segunda y la tercera etapa del aristotelismo, a nuestro
entender, es Three Rival Versions of Moral Enquiry. En esta obra,
MacIntyre se replantea el problema de la sociología y de la
epistemología de la ciencia y llega a la conclusión que existen tres
versiones enfrentadas de la Ética: la genealógica, la aristotélico-tomista
y la enciclopedista.
Para extender la mayor capacidad explicativa del aristotelismo a todas
las dimensiones del saber humano, MacIntyre se ha ido acercando cada
vez a la dimensión antropológica, de modo que su enfoque sociológico y
metafísico se ha completado con un estudio biológico y antropológico de
la dimensión humana como “ser racional dependiente” que necesita el
cultivo de la virtud para vivir. Esta tercera etapa tiene un importante jalón
en Dependent rational animals, publicado en 2001. Sin embargo, este
itinerario en el aristotelismo no podría ser entendido correctamente sin
su complemento con el tomismo, que es, según MacIntyre, la tradición
que mejor lo explica.
1.3.2 Tomismo
Mientras muchos filósofos hermenéuticos, durante casi todo el siglo XX,
tomaron como tarea esencial separar la Filosofía del Estagirita de los
añadidos de Santo Tomás, MacIntyre opera en el sentido contrario: para
el filósofo escocés, el cliché “aristotélico-tomista” es una tradición de
pensamiento que ha recogido lo mejor de la Filosofía griega y de las
aportaciones cristianas a la Filosofía.
MacIntyre, como he dicho antes, se convierte al catolicismo en 1983.
Esa es la primera piedra de un progresivo acercamiento a la Filosofía del
Aquinate. El concepto de “tradición filosófica”, entendida desde un punto
de vista sociológico y epistemológico es el prisma desde el que legitima
el tomismo. Como se ha podido apreciar, MacIntyre no es un tomista
convencional, pues él llega al tomismo después de una larga búsqueda y
de una postura anticonformista. Sólo ha llegado –hasta el momento– a
una posición más o menos clara y sólida en la madurez, donde se ha
considerado “tomista” durante un importante período y, parece ser que
en él ha hallado las respuestas a las preguntas que se ha ido
planteando a lo largo de su vida.
CAPITULO II
DERECHOS Y MORAL EN ALASDAIR MACINTYRE
6
A. Maclntyre, Tras la virtud, traducción de Amelia Valcárcel, Crítica, Barcelona, 1987, pp. 15.
pretensiones de objetividad y autoridad; así como ratificar que nos
encontramos en la edad moderna en una cultura específicamente
emotivista.
8
A. Maclntyre, Tras la virtud, “Epílogo a la Segunda Edición Inglesa”, p. 325. Una explicación
más reciente de este punto se puede encontrar en A. Maclntyre, Tres Versiones Rivales de la
Ética, Traducción de Rogelio Rovira, Ediciones Rialp, Madrid, pp. 238-240.
prácticas concretas de una comunidad. Es esto lo que le da sentido
a un derecha, su interpelación precisa y clara a una sociedad que
previamente ha valorado fa existencia de los mismos. La autoridad
de la cual emanan las derechos no surge de ellos mismos, sino que
de la sociedad que los ha validado y en las formas en que lo haya
hecho. Por esta razón, Maclntyre sostiene que "aquellas formas de
conducta humana que presuponen cierto fundamento de autoridad
-como el derecho- siempre tienen un carácter especifico y
socialmente local y que la existencia de tipos concretos de
instituciones o prácticas sociales es una condición necesaria para
que la noción de la pretensión de poseer un derecho constituya un
tipo inteligible de actuación humana".
Así los derechos ofrecen una resistencia más segura y que nos
libera de la obligación de justificar moral, social o políticamente una
decisión. Sin decirlo, Maclntyre intuye uno de los poderosos
argumentos de la idea de derechos: los derechos se invocan, no se
justifican. Los derechos tienen fuerza expresiva y significativa muy
superior a la argumentación de sostener un interés individual o una
necesidad personal. Los derechos ponen contra la pared a quien
quiera negarlos, a quien quiera interferir, a quien quiera
manipularnos. La carga de la prueba recae plenamente en el
violador, en el interventor o en el manipulador. En síntesis, es un
lenguaje moralmente fuerte, pero que al no reflejar un único patrón
moral indudable y sólido, y al no poder apelar a una autoridad plena
incontrarrestable (recordar lo de ¿por qué habría de hacerle caso
nadie?), no es más que un lenguaje inconmensurable y abierto a la
expresión del arbitrio y del poder.
2.2.3 Derechos-ficciones.
Ello es lo que lleva a sostener, en tercer término, que los derechos
son unas ficciones. Son ficciones, puesto que tratan de proveernos
de un criterio objetivo e impersonal pero no son capaces de
hacerlo. Son ficciones porque no corresponde su significado con las
formas que se usan. Son ficciones porque al fundamentarlos sólo
se apela a intuiciones. Son ficciones parque al ser
inconmensurables con otros significados no sirven para dar
prioridad a un juicio moral sobre otro, a un derecho sobre otro. Son
ficciones porque sólo enmascaran una apariencia de racionalidad
que deja al descubierto los propósitos de los derechos en el marco
de la construcción de un agente moral autóno mo. Y Maclntyre
argumenta en un sentido categórico expresando que como son
ficciones no existen los derechos. Y los derechos no existen porque
no hubo una expresión que los reconociese de esa manera antes
del 1400. Y "naturalmente de esto no se sigue que no haya
derechos humanos o naturales; sólo que hubo una época en que
nadie sabía que los hubiera". Y la práctica ha indicado lo difícil que
es responder a esta interrogante, concluyendo Maclntyre que estos
derechos no existen "por el fracaso de todos los intentos de dar
buenas razones para creer que tales derechos existen". Incluso la
Declaración Universal de los Derechas Humanos no constituye una
refutación a esta tesis, puesto que en el seno de las Naciones
Unidas se consolidó bajo la expresa condición de no dar razones,
bajo la premisa de no preguntar el porqué, como, diría Jacques
Maritain.
a) si las reglas morales son racionales, deben ser las mismas para todo
ser racional y
b) si las reglas de la moral obligan a todo ser racional, no importa la
capacidad de tal ser para llevarlas a cabo, sino la voluntad de hacerlo.
Una cosa es que el sujeto pueda conocer, y la otra su deber para actuar.
No hay, por lo tanto, una dimensión objetiva de la bondad material de
una determinada acción, ni un criterio de excelencia, sino más bien un a
priori del deber que sólo adquiere sentido subjetivamente a través de la
intención. No existe, por lo tanto, un conjunto de referentes morales
hacia los que dirigirse claramente, sino sólo la buena intención que,
como una joya, “brilla por sí misma”. El sentido de deber en Kant no
tiene, así pues, el mismo contexto que en otras épocas. Es un imperativo
que se ha quedado sin referentes, desvinculado del conocimiento.
MacIntyre alude frecuentemente al cambio en las expresiones
valorativas que se produce en la época Moderna:
La Modernidad, según MacIntyre, acaba produciendo algunos
personajes característicos: el terapeuta, el gerente, y el experto en
burocracia.
Todos ellos son fruto del anudamiento entre la escisión del sujeto, la
pérdida del lenguaje de la virtud y el utilitarismo. Macpherson vincula el
individualismo posesivo con el utilitarismo del siglo XIX. Según
MacIntyre, este anudamiento llega hasta el siglo XX de la mano del
emotivismo. MacIntyre, por lo tanto, considera que el proyecto Moderno
puede reconstruirse sintéticamente de la manera siguiente:
1) a partir del individualismo posesivo de Hobbes y Locke, el sujeto
pasa a contemplar sus derechos a la propiedad y a la libertad,
pero descontextualiza sus deberes, ya que no hay un contexto
compartido de creencias ni un “bien común” al que todos
contribuyan;
2) En la obra de Hume no hay un bien absoluto, sino emociones y
en la de Kant hay un deber que se impone como imperativo
categórico, sin que exista la posibilidad de vincularlo con el
conocimiento;
3) El utilitarismo acaba compendiando aspectos de ambas posturas
y vincula lo bueno con lo “bueno para mí y para los demás”, al
tiempo que exige que haya un deber hacia su cumplimiento;
4) El emotivismo recoge buena parte de la herencia utilitarista y
humana pasando desde la obra de Moore hasta la de Stevenson.
11
F. J. de la Torre, Alasdair MacIntyre, ¿Un crítico del liberalismo?, cit. pp. 210 y ss.
Frente a esa visión narrativa de la ética, MacIntyre sigue la
reconstrucción genealógica de Nietzsche. El autor alemán no sólo
establece una crítica de los sistemas éticos modernos ya citados, sino
que profiere duras invectivas contra Sócrates y Platón y las éticas
comunitarias (como la que propone el marxismo). MacIntyre, si desea la
compañía de Nietzsche como juez de la contienda, no se puede permitir
el lujo de quedarse con los antiguos y desdeñar a los modernos. Por lo
tanto, escoge a la postre la única ética que Nietzsche dejó indemne: la
de Aristóteles17.
No hay, por lo tanto, ninguna escisión entre is y ought. Las virtudes son
un catálogo de modelos que orientan la actuación, que la razón ordena a
partir del conocimiento.
12
Una interesante relectura política puede verse en F. Fernández-Llebrez, “Una lectura
interpretativa de “Tras la virtud”, de Alasdair MacIntyre”, Foro interno: anuario de teoría política,
10 (2010), pp. 29-49.
de la justicia ha sido ya muy estudiado y, por lo tanto, intentaré ser muy
esquemático en la presentación de las diferentes posturas y de las
críticas que efectúa MacIntyre.
13
M. García de Madariaga, Crítica al concepto liberal de justicia en la filosofía de Alasdair
MacIntyre, cit. pp. 218-219.
una justicia formal, pero no por una justicia material, ya que no defiende
las ideas de virtud, de bien o de mérito.
¿Qué criterio debe seguirse? Nozick defiende -por así decirlo- el criterio
de “prior tempore, potior iure”, en el que los indios tienen derecho de
propiedad, ya que ellos la adquirieron antes. Rawls se decanta por el
reparto equitativo en el momento del litigio. Los criterios de uno y de otro
son tan distintos que, como no estudian ni el mérito ni la virtud, sino que
sus argumentos versan sobre la forma y el procedimiento, no hay
manera de ponerse de acuerdo. Según MacIntyre, los dos autores
acaban dando soluciones de compromiso, al igual que también lo hace
el Tribunal Supremo, porque no tienen argumentos de fondo.
CONCLUSIONES