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Padre Rafael García Herreros

Selección de textos
del libro
Constructores de la nueva Colombia
La principal enseñanza

Implantemos en Colombia, como lo mejor que podamos hacer, la honradez. La honradez


como la principal enseñanza a nuestros hijos. Honradez en todos nuestros negocios: no
hacer ninguna transacción en que vamos a tener ganancias exageradas; no aceptar negocios
en que prevemos nos vamos a enriquecer ilícitamente, aunque lo hayan hecho y lo estén
haciendo muchas personas. No tomemos el criterio de que trabajar para ganar
moderadamente no vale la pena, como algunos lo están juzgando actualmente; que lo que
se necesita son ganancias enormes y rápidas. Esta actitud es deshonesta y forma un pésimo
ambiente en nuestro hogar y en el país.

No tengamos el pensamiento de que se debe cobrar a nuestro cliente todo lo que él resista
pagar, aunque sea absolutamente exagerado e ilegal. No subamos exageradamente los
precios de las casas en venta, pensando que la marea de alzas nos permite toda clase de
especulaciones y de ganancias exorbitantes. No regateemos para pagar a nuestros
empleados, a nuestros servidores. No les paguemos sólo lo estrictamente justo por la ley,
sino propongámonos darles satisfacción y que vean que no están trabajando inútilmente.
Que ninguno de los subalternos diga en voz baja: “Mi patrono es un miserable y me está
explotando”.

Que todos tengamos la satisfacción de ayudar a los menos favorecidos. Que no sea para
nosotros extraño dar quinientos mil pesos o un millón de pesos, para hacer casas a favor de
familias pobres, a través del Minuto de Dios o de otra institución que merezca nuestra
confianza. Que cada vez que hagamos un gasto especial, como por ejemplo un viaje o una
gran fiesta de matrimonio o de quince años de nuestra hija, apartemos por lo menos el diez
por ciento para beneficiar a una familia pobre. Esto embellece y tranquiliza la fiesta,
dándole una gran nobleza.

Que a nadie engañemos, que recordemos siempre el adagio griego: “Nadie se hace rico
honradamente con rapidez”. Que seamos nosotros partícipes de un gran movimiento de
honorabilidad; que se desate en toda Colombia, en todos los pueblos, en todos los negocios,
en todas las tiendas, en todos los almacenes, en todos los mercados. Que ningún país nos
vete por nuestra fama de picardía y de deshonestidad. Que todos hagamos lo posible por
desencadenar en Colombia una oleada de honradez por todas partes. Que nadie se vaya a
gastar millones a otros lugares.
Si hacemos esto, Colombia se vuelve un país maravilloso. Esto es más importante que
hacer carreteras, que nuevos parques, que nuevos edificios. Implantar la honradez en
Colombia sería la novedad más grandiosa que pudiéramos emprender los colombianos. El
gobierno, los empleados, los banqueros, los ganaderos, los latifundistas, los industriales.
Esa sí sería grandeza de Colombia, belleza de Colombia, espléndida novedad de Colombia.
Lo primordial para Colombia

Se debe ver el principio de la gran restauración de Colombia; de la gran pacificación, de la


gran reconciliación. Y también se debe ver nuestra conversión a la honradez. Tenemos que
convertirnos a la honradez. Qué maravilloso sería que todos tomáramos la resolución de ser
honrados. Que haya una emulación de honradez en todo Colombia. Que se conmueva el
país, buscando la perfecta honorabilidad.

Yo creo que esto es primordial para Colombia. Debiéramos poner la honradez antes que
cualquier proyecto. Antes que gastar el dinero en metros de las grandes ciudades, gastemos
en una gran campaña en favor de la honradez por todas partes. Debiéramos hacer una
enorme campaña en las calles, con vallas; en las escuelas, en los colegios, en los hogares…
para implantar la honradez.

Honradez en los negocios, honradez en las aduanas, honradez en las empresas públicas,
honradez en los peajes, honradez en las oficinas de transporte, honradez en las tesorerías,
en los seguros. Se debiera experimentar en Colombia un gran esfuerzo hacia la
honorabilidad. Que en todos los colegios se enseñe honradez. Que en todos los púlpitos se
enseñe honradez. Que esto sea primordial. Que ya nadie trafique con droga. Que nos
quitemos la pésima fama de ser las personas más faltas de honradez que llegan a los
aeropuertos del mundo.

Pero que esto sea realmente una oleada de honorabilidad que recorra todo el país. Que los
senadores y los representantes no se lleven la mitad de los auxilios para su propia cuenta
personal. Que los sacerdotes y los religiosos no tomemos ni un centavo de lo que se nos
confía para hacer obras de caridad o de servicio. Este debe ser el año de la cuaresma de la
honradez en Colombia. Es más importante que implantemos la honorabilidad, a que
adelantemos o consigamos el metro de Medellín o que empecemos el metro de Bogotá.
Más importante que la carretera que va a unir a Panamá con Ecuador a través de toda
Colombia.

Debemos gastar dinero en una gran propaganda en favor de la honradez de los niños y de
los mayores en todo el país. Que todo mundo lo sepa. Que todo mundo rehúya y rechace
cualquier proyecto, cualquier negocio que sea de picardía o de falta de honorabilidad… Un
grandioso movimiento para volver honrado al país es mejor que todo lo demás.


Marzo 15, 1991.
Pueblos pobres y pueblos opulentos

Las noticias asombrosas de los adelantos científicos alcanzados por el hombre últimamente,
que le dan el dominio absoluto del mundo, llegan a todos los pueblos, a todas las aldeas, y
crean grandes interrogantes en la conciencia de todos. Hay un sentimiento generalizado, de
que la evolución avanza de un modo desordenado, de que hay discrepancias y diferencias
intolerables. Mientras en Rusia se llega, con gastos inmensos, a lanzar artefactos que se
posan en la blanca superficie de Venus, los pueblos y las aldeas de Asia y de América se
sienten privados de lo más elemental para vivir.

Hay una falta total de justa distribución de riquezas y, por otra parte, una conciencia
despierta de todos los hombres ante este hecho. Los unos, los grandes países, superabundan
en riqueza; los otros, como nosotros los colombianos, vivimos en ranchos, no tenemos
escuelas suficientes, nuestros sueldos son inferiores a nuestras necesidades.

Los pueblos que padecen hambre reclaman a los pueblos más opulentos. Los trabajadores y
los campesinos desean que su trabajo les sirva no sólo para ganarse la vida, sino para
desarrollar su personalidad y participar de la vida política, social y cultural. Por primera vez
en la historia, la humanidad ha llegado a la persuasión de que los beneficios de la
civilización pueden y deben extenderse a todos los pueblos. Este es el gran problema del
mundo moderno.

Todos debemos colaborar en el cambio que requieren Colombia y el mundo. No con una
revolución de desorden, de asesinatos, de asaltos o de estupideces. Sino con una revolución
interior, de la conciencia despierta, del hombre que se siente comprometido al cambio del
mundo, empezando por el cambio de su propio pueblo, de su propia calle, de su propia
casa. Este es el espíritu de la cuaresma, el espíritu de la metanoia, de la transformación, no
sólo interior sino exterior, que debe extenderse desde el alma hasta la fábrica.

Hay una exigencia latente pero irresistible, oculta pero explosiva, en todo el mundo, y es la
aspiración justa por una vida mejor para todos. Y en esa transformación del mundo,
nosotros no podemos ser espectadores impasibles o indiferentes. Nuestro pueblo, nuestra
calle, nuestra casa, nosotros mismos debemos transformarnos por el hálito, por el Espíritu
de la Pascua cristiana que se acerca.
Hermano campesino

Campesino: el país tiene una deuda impagable contigo. Tú les das a los colombianos todo
lo que requiere su salud, su mantenimiento; tú les das el pan, el trigo, la harina, los jugos, el
algodón… todas las cosechas las envías a la ciudad y la ciudad te ha empobrecido. La
ciudad te ha entristecido. Te ha hecho abandonar tu campo y te ha hecho extranjero en ella,
donde no se te ama, donde eres espoleado y amargado, y te hablan un idioma que tú no
conoces.

Actualmente la ciudad está despertando a esta injusticia que hemos cometido contigo;
actualmente pasamos por los campos y los vemos abandonados, porque tú te viniste a la
ciudad a nada, a perderlo todo, a vivir como miserable. Cuando pasamos por los campos de
Boyacá, cuando transitamos por los campos del Tolima, sabemos que todo eso está
melancólico, porque tú te viniste y lo vendiste a mal precio a los terratenientes, a los
latifundistas, y abandonaste tu casita y tu trigal y tu vaca, engañado y frustrado.

Hoy Colombia te mira; hoy Colombia quiere reparar lo que no ha hecho durante mucho
tiempo por ti, el gran daño que sucedió desde hace treinta años, primero con la violencia, y
después con el desarrollo de la ciudad, donde se centralizaron todos los servicios. Ahora
queremos hacer algo por ti, no creas que tardíamente. Nunca es tarde para restaurar la
justicia, para restaurar a Colombia. El Minuto de Dios quiere unirse a tu servicio; quiere
que te amañes, que te aquerencies en tu tierra para que no cometas el error de ir a la ciudad,
donde serás un extranjero.

Por eso El Minuto de Dios está trabajando para promoverte, primero, espiritualmente,
porque sabe que sólo un hombre que acepte a Jesucristo en su corazón puede promoverse
socialmente. Después, quiere hacerte descubrir lo que es la comunidad, lo que es la
fraternidad, lo que es la cooperación, lo que es la solidaridad. Quiere hacerte descubrir lo
que te tiene reservado: la unión y la fraternidad cristianas. Y quiere también mostrarte que
con la ayuda de técnicos de primera calidad, se abren los caminos del desarrollo
económico, de la gran solución económica para tu campo, para tu zona, para tu vereda.

Campesino de Colombia: nosotros vamos a pagarte la deuda ancestral que tenemos para ti.
El Minuto de Dios va a dar su aporte modesto, pero profundamente cristiano y científico,
para tu mejoramiento.
Es la hora de participar

Cómo podría el universitario colaborar activamente en el análisis y las posibles soluciones


de los problemas nacionales.

El estudiante universitario tiene una función social que cumplir. Su condición lo sitúa en
estado de privilegio. Casi siempre el estudiante se ha apartado de su misión. Se ha
dedicado, por falta de conciencia, a intereses egoístas. No simplemente le basta estudiar; a
su alrededor crecen los problemas.

Es la hora de participar. De comprometerse. De tomar conciencia de su verdadero destino.


Del rumbo de la corriente de nuestra historia. El país no debe ser testigo, por más tiempo,
de la inactividad de sus juventudes. ¡Nuestra realidad colombiana es urgente! Las
comunidades dinámicas son fruto del trabajo de sus jóvenes. Desconocer el aporte
progresista de éstos es condenar la sociedad al estancamiento, es desconocer sus valores
potenciales… Por una patria mejor, las nuevas generaciones responderán: ¡Presente!

En el transcurso del año tendremos la maravillosa oportunidad de dialogar en torno a


Colombia. Vamos a concretar planes de trabajo, en lo ateniente a su desarrollo y progreso.
Crearemos su mística nacionalista, la conciencia por los auténticos valores patrios.
Colombia necesita conocer las juventudes que remodelan y vitalizan su personalidad.
Todos los cambios son propicios en nuestro ámbito de libros y esperanzas.

Nuestras energías mancomunadas en pro de tan noble fin y la decisión inquebrantable de


superación, cristalizarán en breve…
Los trabajadores

El 1º de mayo es la fiesta del trabajo y de todos los trabajadores; no sólo del obrero manual,
de las fábricas y de las carreteras, sino de los gerentes, de los ingenieros, de las
mecanógrafas, de los maestros, de los limpiabotas, de los agricultores, de los mecánicos, de
los zapateros, de los tipógrafos y de los pescadores. La fiesta del trabajo.

Dios es el primer gran Trabajador. Cuando había sólo el silencio de la nada, Dios rompió el
mutismo del vacío y empezó a trabajar. El buen Dios es el alfarero de las estrellas, el
tallador de los luceros, el escultor de los árboles, el pintor de las flores. Dios es el alfarero,
el gran trabajador. Él es el químico divino que hizo el agua de la fuente y el maravilloso
poeta que creó el mar y el soñador que trazó los arreboles de la tarde. Él es artífice que hizo
la luz y que hizo la mariposa y Él es el escultor amoroso que esculpió al hombre.

Mañana es el día del trabajo. Todo este mundo maravilloso, casas, edificios, talleres, es
obra de miles de trabajadores, es obra del trabajo. Lo malo que hay en el mundo lo produjo
la ociosidad, la holgazanería. Lo bello que hay en el mundo lo hizo el trabajador: el trabajo
de Dios y el trabajo de nosotros, los hombres.

Debemos entrar en un profundo amor al trabajo, en un hondo respeto. Lo nefando, lo


vergonzoso es la ociosidad y la vagancia. El hombre que pasa barriendo nuestras calles
merece un profundo respeto. La lavandera que a la orilla del río blanquea la ropa contra las
piedras es algo maravilloso y es quizá un lejano símbolo de Dios, nuestro Redentor, que
lava los pecados del mundo. La fiesta del trabajo no es la fiesta de la rebeldía ni del odio; es
la fiesta del amor y del optimismo ante un mundo que se va a mejorar por nuestro propio
esfuerzo.

Aquí en Colombia necesitamos entusiasmarnos por el trabajo, agruparnos febrilmente y


construir una patria mejor. Nuestros campos están aguardando la semilla, nuestras cosechas
están esperando la siega. Nuestros campos están deseosos de caminos y de carreteras,
nuestras casas están aguardando los jardines y el aseo. Todo está esperando el trabajo de
nuestras manos. Debiera empezarse una gran campaña a formar trabajo; premiar al mejor
trabajador de Colombia, al mejor obrero de todas las fábricas, al mejor colaborador de la
ciudad.
Que los ricos lo sepan

Todos debemos proponernos este año restaurar a Colombia. Todos, sin excepción. Nuestros
campesinos deben soñar en hacer lindos sus campos, en sembrar lo mejor, en traer semillas,
en traer patos y gallinas y en mejorar, si les es posible, sus razas. En sembrar muchos
árboles, en no hipotecar su campo con préstamos que no pueden pagar a la Caja Agraria, y
después, irremediablemente, pierden su campito. Toda la gente pudiente de las ciudades y
de los pueblos debe hacer alguna obra en favor de la comunidad. Los pudientes no pueden
pensar en dejar todo a los hijos, sin haber prestado ningún servicio a la comunidad.

Usted puede hacer una escuela. Usted puede hacer una pequeña biblioteca para el pueblo.
Usted puede arreglar el campo de deportes para los muchachos. Usted puede restaurar el
rancho de una familia muy pobre. Lo que usted no puede es pasar la vida sin hacer nada en
favor de Colombia y en favor de los pobres. Ahora yo estoy haciendo un pequeño barrio
para familias de extrema pobreza, que consta de 50 casas. Les vamos a dar los materiales y
ellos las construyen, bajo nuestra dirección. Los materiales de una casa valen quinientos
mil pesos. ¿Por qué no me los da usted?

Este año, en vísperas del año dos mil, Colombia debe volverse el escenario de acciones
buenas y de ninguna acción mala, ninguna acción criminal. Queremos que nos devuelvan
los cuarenta secuestrados que actualmente están sufriendo horrendamente en las malditas
cuevas a donde los someten a la desesperación interminable.

Colombia tiene que volverse el escenario del bien, ya que hemos representado la pésima
tragedia del crimen y de la sangre que nos ha deshonrado en todo el mundo.
Propongámonos todos hacer cosas en favor de Colombia. Los estudiantes, volverse los
mejores estudiantes del mundo. Los pintores, los artistas, los industriales, los constructores,
los arquitectos, todos, hacer cosas que honren al país. Que nadie siga llevando droga al
exterior; que ninguna mujer se embuche las bolsas de cocaína porque siempre,
quebrantando la ley, termina mal. Y sobre todo, que todos los guerrilleros, que todos los
alzados en armas sepan que sus armas son malditas. Que matar a un hombre es un crimen
horrendo, que no tiene perdón de ninguna clase. Que las manos ensangrentadas con sangre
de un hombre no se pueden lavar con ninguna agua, con ningún jabón, con ningunas
lágrimas.

Este año es un año para restaurar a Colombia, para hacer bellas cosas en nuestra patria; que
los ricos lo sepan. Que los pudientes lo sepan. Que si quieren, tengamos un día una
conversación de lo que podemos hacer entre todos, para restaurar, para embellecer, para
recuperar a Colombia.


Febrero 1, 1989.
Construir la ciudad ideal

Hay un perpetuo anhelo, del hombre, de ser feliz y de construir la ciudad cristiana en esta
tierra; una ciudad sin odios, una ciudad sin infelices, una ciudad sin tristeza, una ciudad sin
desamor. Pasan los tiempos y el hombre trata de construir esa ciudad. Todo está dirigido a
ese propósito: hacer una ciudad feliz. Se hacen viviendas cada vez más bellas, se van
introduciendo más y más comodidades; se tienden redes de automóviles, redes eléctricas, se
traen los técnicos del bienestar, en busca de implantar la ciudad feliz, pero todo en vano: el
hombre fracasa buscando bienestar y buscando alegría. Otros ponen su ideal en la riqueza,
en el dinero y pasan por encima de todo, en busca de dinero; y la ciudad feliz no aparece y
la vivienda feliz no brota por ninguna parte.

En Colombia, llevamos muchos años buscando y tratando de construir una ciudad feliz para
todos, donde haya pan, donde haya sonrisas, donde haya bienestar, donde haya estudios y
ciencia para todos; y hemos terminado con una ciudad de odios, de asesinatos, de desamor,
y de desigualdad. No aparece un empeño colectivo de bien, de paz y de progreso.

La ciudad de Dios, soñada por el cristianismo, está siendo reemplazada por la ciudad de
Satanás, sin amor, sin bien, sin alegría. ¿Será éste el destino del hombre? ¿Será ésta la
historia implacable y fatal que debe realizarse? ¿No habrá modo de unirnos para el bien?
¿No habrá modo de construir la ciudad querida por Dios, querida interiormente por el
hombre? ¿Tendremos que aceptar el mal como norma de vida?

¿No aparecerá por ninguna parte una oleada de bien? ¿Estaremos condenados a la tristeza y
al pecado? ¿Será nuestro destino, después de dos mil años de la venida de Cristo, hacer
ciudades de palacios y de tugurios, de bienestar y desesperación? ¿No aparecerá un grupo
poderoso de constructores de la ciudad anhelada?, ¿de la ciudad querida por Dios? ¿Nos
dominará para siempre el perverso y el mal?


Mayo 13, 1992.
¿Por qué hablar y soñar sobre Colombia?

¿Por qué estamos hablando siempre de Colombia? ¿Por qué estamos soñando siempre en
ella? Porque queremos que Colombia recupere su nombre en toda América, porque
queremos que inunde a Colombia una oleada de grandeza, de superación y de progreso.

Porque queremos que ningún colombiano se quede a un lado en la campaña, en que


estamos empeñados, de engrandecer nuestro país. Porque queremos que todos tomemos
parte, como nunca, en la historia de la transformación de Colombia. Porque queremos que
aquí no haya más mendigos ni haya más guerrilleros ni haya más voladura de oleoductos ni
haya más traficantes y transportadores de droga. Porque queremos que no haya más evasión
de capitales al exterior.

Porque queremos que todos tomemos parte en el cambio que requiere el país. Porque no
queremos que los pocos dineros decretados por las Cámaras se repartan dolosamente y
tomen otros rumbos particulares. Ya no más jóvenes sin escuela, por culpa de sus padres,
en los campos, y de campesinos descuidados. Ya no más jóvenes sin colegio; ya no más
abandono de las calles de la ciudad.

Queremos que haya una emulación de ciudad a ciudad, en su embellecimiento. Para eso,
actualmente se han elegido a los alcaldes por voto popular. Queremos y soñamos que todas
las ciudades tengan sus parques bien tenidos, aun con ayuda de los particulares.

Deseamos que no haya tugurios en Colombia, porque los particulares están preocupándose
por este grave problema social. Que no nos sigan teniendo como el país más violento del
planeta. Queremos que se mejoren los salarios mínimos; queremos que no haya
defraudadores, ni de impuestos ni de bancos ni de empresas. No queremos ver en los
periódicos los nombres de ladrones de corbatín y de guante blanco.

Queremos el gran ideal de que los ricos no vivan tranquilos, solamente pensando en
aumentar sus riquezas, sino que participen seriamente en equilibrar el problema en que se
hallan familias pobres.

Les vuelvo a decir: ¿Por qué estamos hablando siempre de Colombia? Porque estamos
soñando, como una obsesión, en ella, y no podemos estar tranquilos mientras no se
empiecen a dar, con la ayuda de todos, los pasos definitivos para la restauración del país.
Tenemos que volver a Colombia el primer país de América Latina. Un país donde se dé la
solidaridad de todos; un país de ricos, si se quiere, pero de ningún miserable, de ningún
mendigo; vuelvo a repetir, de ningún analfabeto.

Hablemos de esto ahora; no hablemos solamente de temas politiqueros. Estamos ahogados


con temas de esos. Ninguno de ellos nos ofrece el cambio anhelado. Queremos que los
hombres pensantes se reúnan para cambiar ideas de lo que se debe hacer en Colombia, y
que influyan en las ciudades. Queremos que aparezcan un país y unas ciudades llenos de
interés por el mejoramiento en todos los aspectos. Por supuesto que yo, como sacerdote, sé
que solamente un verdadero cristianismo puede producir unos hombres capaces de cambios
tan radicales como el que les estoy proponiendo.

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